Intriga Lasciva - El Instituto [27]

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Intriga Lasciva - El Instituto [27]
Capítulo 27.


El Orgullo de Siara.

Oriana necesitaba hablar con su novio. No podía invitarlo a su cuarto sin tener que tolerar uno de los interminables sermones de su madre en los cuales le explicaba sobre la decencia de la mujer y le recordaba que eso de encerrarse en un cuarto sola con un hombre no era apropiado, aunque se tratase de su novio. Sin embargo esta situación ameritaba soportar a su madre porque su relación con Fernando corría riesgo de desmoronarse si es que ella no arreglaba el asunto. Había repasado mentalmente todo lo que ocurrió en el Hotel Costa Verde e intentó recordar qué frases fueron dichas y en qué momento. Ideó alguna respuesta para ellas, pero nada le aseguraba que la charla fuera a terminar bien. Su novio haría preguntas que no sería capaz de responder. La única alternativa que le quedaba era mostrarse segura de sí misma, hablar sin titubeos. 
Para relajarse y hacer más corta la espera, Ori decidió masturbarse. Estaba desnuda de la cintura para abajo, en la cama, con las piernas bien abiertas. Sus dedos comenzaron con movimientos tímidos, le llevó tiempo encontrar el punto justo de excitación, y no se debía a un motivo físico, ya que el clítoris estaba recibiendo el estímulo apropiado. A Oriana se le hacía muy difícil apartar de su mente lo ocurrido en aquel cuarto del Hotel Costa Verde. El eco de lo que sintió al tener esas pijas dentro de su boca, el sabor del semen, el dolor de la dura penetración que sufrió su inexperta vagina, todo esto la llevaba a un punto muy alto de calentura y no entendía por qué. No quería darle el privilegio a esos hijos de puta de ser el foco de su excitación; pero no podía evitarlo. Sus dedos se descontrolaron cuando revivió mentalmente el momento que pasó con una gruesa verga en la boca, que buscaba hundirse hasta el fondo de su garganta, y una pija entrando y saliendo de su concha con una potencia que nunca antes había experimentado.
La puerta de su cuarto se abrió y por puro acto reflejo Oriana se cubrió con la sábana. Fernando entró y no le dio el acostumbrado abrazo, ni un beso en la boca. Estaba pálido, como si hubiera tenido un encuentro cercano con la muerte. Oriana no se imaginó que su novio se habría tomado tan mal el asunto. Él se sentó en el extremo de la cama más lejano a ella.
Ni siquiera quiere tocarme”, pensó Ori.
―¿Qué fue lo que pasó? ―Preguntó Fernando, sin poder mantener el contacto visual por más de un segundo.
Ni siquiera se fijó en que el movimiento de la mano de Oriana seguía debajo de las sábanas. 
―¿Qué creés que pasó? 
―Em… no sé… decime vos…
―No, antes que nada quiero que me des tu respuesta sincera. Y pensá muy bien lo que vas a decir. ¿Qué creés que pasó?
―¿Sinceramente? Creo que… me pusiste los cuernos… ―Fernando tragó saliva―. Con dos tipos. Dos ―levantó dos dedos para enfatizar el número. 
“¿Así que cree que fui una puta que le metió los cuernos?”, pensó Oriana. A Fernando ni siquiera se le ocurrió pensar que ella pudo ser forzada a realizar esas acciones. Pero en lugar de enojarse por la respuesta de su novio, sintió alivio, porque esa postura le daba poder. El poder de la indignación.
―¿Me estás cargando, Fernando? ¿De verdad me creés capaz de meterte los cuernos con dos tipos? ¿Acaso pensás que soy una puta?   
―Nunca dije que fueras una pu… que fueras eso. Pero… escuché todo y es difícil verlo de otra manera.
―Evidentemente no tenés idea de lo que ocurrió en realidad. 
―Puede ser… y me gustaría saberlo. ¿Qué pasó?
―No sé por dónde empezar. Decime qué cosas te hacen sospechar que yo te engañé y vas a ver que hay una explicación lógica para todo.
Oriana se sentía más cómoda con la técnica del interrogatorio. Sentía que era más sencillo responder a las dudas de su novio antes que hablar de más. De esta forma podría dosificar la información. 
No está acostumbrada a mentir, pero sabe que decirle la verdad a Fernando le rompería el corazón. Al fin y al cabo fue la puta de dos tipos, ya sea por voluntad propia o no… y conoce bien a su novio, sabe que él será incapaz de olvidar el asunto si supiera toda la verdad. Por eso Oriana quiere maquillar la información, sí eso… técnicamente no estaría mintiendo. ¿O si? Lo hace para proteger a su novio. Pero también es consciente de que una mentira muy grande no podría prosperar, así que tendrá que ajustar constantemente el dial entre la verdad y la mentira, hasta lograr el punto justo.   
―Para empezar ―dijo Fernando―. ¿Quién era el tipo que atendió mi llamada?
―Un compañero del instituto ―primera mentira―. No te voy a decir su nombre, así que no insistas. 
―¿Lo estás protegiendo?
―No, te estoy protegiendo a vos. No quiero que vayas a buscarlo, porque sé que las cosas van a terminar mal. En especial para vos. Ese pibe tiene amigos… 
―Sí, ya me di cuenta. Y uno de sus amigos estaba ahí, con vos.
―Así es. Otro compañero del instituto ―más énfasis en la primera mentira.
―¿Cómo consiguieron tu teléfono?
―Me lo sacaron de la mano. Se dieron cuenta de que me estaba llamando mi novio y decidieron hacerme una broma pesada. Sí, fue una broma muy mala y sin ningún tipo de gracia; pero de eso se trató todo: una simple broma.
―Ajá ―dijo Fernando, sin mucha convicción―. El que me atendió dijo que… ―se mordió los labios―. Dijo que le estabas chupando la pija. ¿Esa era la broma? ¿Hablarme mientras vos le chupabas la pija?
―No, amor, no… él quería que vos creyeras eso… 
―No mientas, Ori… me llegó esta foto…
Fernando le mostró la pantalla de su celular. Allí había una imágen de ella con una verga gruesa y erecta a pocos centímetros de su cara. 
Oriana se enteró de las fotos cuando llegó a su casa. Revisó los mensajes enviados por Whatsapp y descubrió varias imágenes que la incriminaban de forma contundente. No recordaba en qué momento habían sido tomadas, entre tanta confusión no se fijó en lo que hacía ese hijo de puta del recepcionista con su celular. Pero las fotos existían, su novio las había recibido y ella estaba decidida a mentir. 
No lo hago por mí, sino por él”, se repitió.
―Eso es photoshop, amor. Es una foto falsa. ¿No te das cuenta?
―¿Qué? ¿Y por qué tendrían una foto tuya con una verga? Aunque fuera falsa. Para eso tendrían que haberlo planeado de antemano.
―Es que así fue. Lo planearon todo…
―¿Por qué? ¿Qué les hiciste vos?
―Los acusé de estar fumando porro en el baño de la universidad ―otra mentira descarada que salía de su boca con una escalofriante naturalidad―. Entonces decidieron vengarse de mí. Lo tenían todo preparado. 
Fernando la miró fijamente durante unos segundos y sus hombros se relajaron, Oriana comprendió que había conseguido que su novio creyera la mentira, al menos en parte.
―Dijiste que te estaban cogiendo, vos misma me lo dijiste… hasta pediste que te la metieran más despacito. 
―Es cierto, dije un montón de cosas, pero fue porque ellos me obligaron a hacerlo. Me pidieron que diga esas barbaridades, de lo contrario se encargarían de hacerme expulsar del instituto. Me pareció que hablaban en serio… me asusté… y colaboré. Además me dio la impresión de que si no decía esas cosas, me iban a coger en serio. Perdón amor, sé que para vos habrá sido un momento muy duro… para mí también lo fue. Pero no pasó nada de lo que estás imaginando, te lo juro. 
―Me mandaron una foto tuya con la cara llena de semen. 
―¿Qué? No puede ser… ¿a ver?
Oriana miró el celular de su novio y sí, efectivamente esa era ella, con la cara cubierta de leche. El corazón le dio un vuelco y sus dedos se movieron con voluntad propia hacia el interior de su vagina.      
Tenía la mentira preparada. La había ensayado mentalmente.
―Esa no soy yo, Fernando.
―¿Eh? ¿Cómo que no? ¿Entonces quién es?
―Es Jenna Park ―dijo Oriana, con naturalidad―. Una chica coreana que va al curso de al lado, 1°C. Tiene mucha cara de putita, a mí no me extrañaría que ande jugueteando con estos dos. ¿De verdad te la confundiste conmigo?
Fernando volvió a mirar la pantalla. La chica le parecía idéntica a Oriana; pero es cierto de que con tanto semen en la cara es difícil asegurarlo.
― ¿De verdad pensás que esa soy yo? ―Volvió a preguntar Ori, visiblemente más enojada―. Muchas personas en el instituto la confunden conmigo, a pesar de que no somos tan parecidas, solo tenemos el pelo negro, mucha teta… y somos asiáticas. Básicamente la gente nos confunde porque piensan que todas las asiáticas somos iguales. Y me duele mucho de que esto me pase con vos… 
―Perdón, Ori… yo… de verdad creí que eras vos ―miró fijamente la foto, no podía dejar de ver a Oriana y sus grandes tetas cubiertas de semen, hasta la forma en que cerraba un ojo le recordaba a ella―. Quizás me confundí, porque no se le ve muy bien la cara…
―Tarado! ―Oriana se sintió mal por su novio, no quería tratarlo de racista, porque sabía que no lo era; pero esto es mucho mejor que decirle la verdad. La verdad lo destruiría―. Está bien, te lo dejo pasar, porque estos tipos armaron todo para que vos creyeras que esa soy yo. Probablemente se cogieron a Jenna Park unos días antes y le sacaron esa foto, solo para joderme a mí… y a vos.    
―Los voy a cagar a trompadas ―dijo Fernando, con los puños apretados.
―No hace falta que lo hagas ―dijo Oriana―. Mi amiga Xamira se encargó de eso. Se podría decir que ella me rescató. Es boxeadora ¿sabías? Le dio unos puñetazos bien contundentes a estos dos hijos de puta… les dejó toda la cara hinchada.
―Pero… no es lo mismo… ellos se metieron con mi novia.
―No quiero que vayas a hacer quilombo a la universidad, Fernando. Date cuenta que yo soy una estudiante becada, me pueden echar en cualquier momento; pero estos pibes son “nenes de papá”, vienen de buena cuna, tienen mucha plata… y mucha influencia. A ellos los van a proteger. Pero Xamira sí se puede dar el gusto de romperles la cara, porque la familia de Xami también tiene mucha plata e influencia. Así funcionan las cosas…
―Es una mierda.
―Lo sé; por eso agradezco tener una amiga como Xami. Prometeme que no vas a hacer nada. Porque ahí sí me voy a enojar con vos.
―Está bien… te lo prometo ―dijo Fernando, con los dientes apretados.
―Y dame tu celular… ―él se lo alcanzó sin chistar―. Voy a borrar estas fotos porque sé que te vas a maquinar pensando si soy yo, o si son reales… y te aseguro que esa no soy yo. Son fotos de otras personas, o trucadas. Listo… borradas. Ya se acabó. No te atormentes más, Fer. No fue para tanto, de verdad.
―Mmm… bueno… está bien ―él volvió a guardar su celular. 
Oriana pensó que harían las paces en la cama. Que él se lanzaría sobre ella y harían el amor; pero eso no ocurrió. Fernando abandonó la habitación con la cabeza gacha.
“No me quiere tocar ―pensó Oriana―. Siente que fui usurpada y le doy asco”.
Podría haber salido detrás de él, pero esa mano entre sus piernas se lo impidió. Agarró su celular y comenzó a mirar las fotos que habían sido enviadas a su novio, esas mismas que ella borró del celular de Fernando, y reanudó la masturbación. 
¿Por qué carajo estoy tan caliente?”, se preguntó. Pero esa incómoda pregunta no le impidió meterse los dedos en la concha mientras miraba su propia cara bañada en semen. 

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Siara llegó sola a las oficinas de la revista Caleidoscopio y estaba vestida de forma sumamente provocativa. Eso le permitió entrar al instante, luego de que el editor la viera a través de las cámaras de seguridad. Subió la larga escalera con convicción. La sección de redacción estaba vacía porque el horario laborar ya había concluído. Por instrucciones de Candy concretaron una reunión justo a esa hora, para poder llevar a cabo el plan sin interrupciones. 
La puerta de la oficina del editor se abrió antes de que ella pudiera golpear y Armando Aguilar hizo un análisis tan descarado de su anatomía que sintió asco del tipo. Y lo que más le molestó fue no poder mandarlo a la mierda, tenía que mantener su papel de chica bobalicona que está desesperada por conseguir el trabajo de sus sueños en una revista de mala muerte con obvias tendencias amarillistas. 
Siara sonrió e infló su pecho, allí fue donde los ojos de Armando se detuvieron por primera vez. Tenía puesto un top negro muy holgado con un escote excesivamente generoso, además se le marcaban los pezones. Los ojos del editor bajaron por ese plano y blanco vientre hasta llegar a la minifalda de cuerina negra que se le ceñía al cuerpo con dificultad, como si fuera a reventar por la presión de ese enorme culo. Y hablando de culo… Siara sabía muy bien que ni siquiera necesitaba agacharse para que se le asomaran un poquito las nalgas. Se había puesto tacos para estilizar la figura y se tomó la libertad de usar maquillaje en exceso, por sugerencia de Erika. Con la boca roja y los ojos con una sombra turquesa y delineados de negro sumados al exceso de rubor, realmente parecía una prostituta. 
Para la ocasión se había cortado un poco el pelo, ahora tenía un corte carré asimétrico, parecido al de su madre, con la parte izquierda rapada casi al ras, y la parte derecha que caía hasta la altura de su mentón. Si alguien la hubiera visto junto a Verónica LeClerc las hubiera tomado por hermanas. 
A Siara no le gustaba mucho ese corte, lo consideraba demasiado llamativo; pero Erika insistió mucho y la convenció de que le quedaría muy bien. Y sí, esa parte es cierta, le queda precioso… pero no deja de ser muy llamativo. Aunque para la ocasión viene bien.
Armando empezó con las típicas frases melosas de un hombre que sabe que tiene a su disposición una mujer que está muy por encima de sus posiblidades. “Estás preciosa”, “No sabés las ganas que tenía de volver a verte”. “Esta minifalda te queda hermosa”. Y claro, todo eso acompañado con caricias y toqueteos indiscretos. No pasaron ni tres segundos hasta que Siara sintió los dedos de Armando hurgando en su tanga, con ganas de arrancarla. 
Manteniendo su papel, Siara aseguró que también se alegraba de volver, e hizo mucho énfasis en que de verdad necesitaba ese trabajo, porque era el sueño de su vida y porque su situación económica era muy precaria, dos grandes mentiras que salieron de su boca con total naturalidad. 
Entraron en la oficina. Armando se sentó en su sillón e hizo que Siara se pare justo frente a él, dándole la espalda. Mientras ella seguía con su discurso explicando por qué sería una muy buena empleada, el tipo estaba muy concentrado manoseándole el culo. No podía creer que tuviera frente a sus ojos nalgas tan impresionantes. 
A Siara no le molestó mucho este toqueteo porque sabía que solo tenía que aguantar esta situación durante poco tiempo. Erika le había dicho: “Nosotras vamos a entrar dos o tres minutos después que vos”. Y sabía que su mejor amiga no le fallaría con esto. Sí, Erika es un desastre, y no sabe organizarse; pero en los momentos en que Siara más la necesitó, siempre estuvo ahí a tiempo. 
Los dedos de Armando acariciaron la raja de su concha desde atrás hacia adelante, una y otra vez. Siempre por encima de la tela de la tanga. Él intentó sacársela en varias ocasiones, pero ella mantuvo un jueguito muy divertido (al menos para Armando) en el que volvía a subir la tanga cada vez que él la bajaba. Los dedos del tipo eran rápidos, por eso su concha recibió varios toqueteos directos cuando la tanga abandonó su posición.
―Ya estás mojada, eso me gusta ―dijo Armando.
Siara no quería admitirlo; pero era cierto, su concha se estaba humedeciendo. Y empezó a temer que este tipo por fin consiguiera quitarle la tanga. No quería ni imaginar lo que le haría si eso ocurría. 
Armando dijo: “¿Por qué no te ponés de rodillas? Veamos qué tan obediente sos”. Siara aceptó solo porque esa posición la dejaba menos expuesta. No se sorprendió al encontrarse con una verga justo frente a sus ojos cuando sus rodillas tocaron el suelo. Aún estaba flácida y eso la tranquilizó un poco.
En la mente de Siara resonaba una frase “Esta vez no se la voy a chupar”. Tuvo que hacerlo una vez y fue denigrante, humillante. El tipo no le resultaba atractivo, sabía que ese editor de cuarta nunca estaría a la altura de la hija de Verónica LeClerc, no podía rebajarse de esa manera… otra vez.
Le acarició la pija para hacer tiempo, porque solamente eso necesitaba. Con aguantar unos pocos segundos allí se ahorraría la enorme humillación de tener que meterse esa verga en la boca. “No pienso hacerlo otra vez”, se repetía mentalmente. “Erika, por favor apurate”. 
―¿Te vas a comer la pija, mamita?
―Uy, sí… me la voy a comer toda… no sabés las ganas que tengo.
―Me encantó cómo me la chupaste la última vez, te tragaste toda la leche. ¿Pensás hacer eso de nuevo?
―Obvio. A mí me encanta tragarme toda la leche.
A pesar de lo incómoda de la situación y de que la verga de Armando iba ganando tamaño, Siara estaba tranquila. Solo debía decir lo que él quería escuchar. Nada más. 
―Sé que al principio no te entusiasmaba mucho la idea de chuparla ―dijo Armando―, pero en cuanto la viste dura… sé que te gustó. ¿Te gustan grandes?
―Soy una putita a la que le gustan las pijas grandes.
Esa frase la dijo en broma, incluso tuvo que aguantar las ganas de reír. Lo bueno de mantener este personaje era que podía repetir cualquier frase absurda que hubiera escuchado en una película porno… y sin consecuencias. 
―Mientras más grandes, más me gustan. Si me caliento mucho ―dijo con voz sensual―, me dejo hacer de todo. Y siempre me caliento con las pijas grandes.  
La verga de Armando se puso completamente dura. Parecía un hierro entre los dedos de Siara. Pero ella mantuvo la calma. Tenía confianza ciega en Erika. “Te juro que no te voy a fallar, amiga”, le repitió como cinco veces, y sabía que así sería. En cuestión de segundos la vería entrar. “Solo dos o tres minutos, nada más”. 
Amagó varias veces con la verga muy cerca de su boca, como si le estuviera diciendo al tipo “Ya me la trago toda”, incluso permitió que el glande le rozara los labios. 
Esto es lo máximo que vas a conseguir de mí, hijo de puta”, pensó mientras pasaba una vez más la punta del pene por sus suaves y turgentes labios. “No me voy a rebajar otra vez. No voy a permitir que este degenerado disfrute con mi cuerpo”. 
Ya debían estar entrando en ese tercer minuto salvador, cuando Armando dijo algo que la dejó helada:
―Se nota que tenías ganas de comer pija, porque te esperaba a las seis y cuarto y viniste media hora antes.
Todo el blindaje de seguridad se desmoronó al instante. Siara quedó con la boca abierta y la verga a menos de un centímetro de ella. “No puede ser… no puede ser. Es imposible”. Ella es muy organizada, prolija, responsable. Escuchó atentamente el plan de Erika y está segura de que ella le dijo… “Seis y cuarto, amiga. Vos andá a esa hora y dos o tres minutos después, entro con Candy”. 
―Decime la verdad, viniste antes porque querías pija. ¿Cierto? ¿Te la vas a comer?
Tuvo que reprimir el impulso de decir “No, degenerado de mierda, no me voy a comer tu verga. Estás muy lejos de poder disfrutar de una chica como yo”. Pero había otra voz en su cabeza, una que llevaba mucho tiempo en silencio. Esa voz que solo aparece para machacarla en los peores momentos. Cuando muestra debilidad o cuando comete un gran error. Y esta vez se equivocó…
“Es tu culpa, pelotuda. Escuchaste mal a Erika. Seis y cuarto, pelotuda. No seis menos cuarto. Seis y cuarto. Media hora de diferencia. ¿Cómo podés ser tan boluda, Siara? Tanto tiempo que perdés organizando y planificando todo y no sos capaz de escuchar bien un puto horario”. 
Su mano estaba presionando la verga como si fuera una tenaza. 
―Uy, sí… eso me encanta… apretala fuerte ―le decía Armando―. Apretala fuerte y empezá a tragar pija, dale putita, tragala… 
Tragala, putita ―dijo la voz en su cabeza―. Tragala toda, porque sos una pelotuda. Arruinaste el plan. Ahora vas a tener que aguantar a este degenerado durante media hora. Te merecés esto, por idiota. Por escuchar mal”.
Posó el glande sobre sus labios y la voz siguió gritando dentro de su cabeza.
Seis y cuarto, pelotuda. Seis y cuarto. Es tu culpa. Ahora te toca tragar pija. Dale, pelotuda. Empezá a chupar”.
Con total resignación, admitiendo su humillante derrota, Siara tragó la verga. Lo hizo sin sutileza. Dejó entrar más de la mitad de ese miembro y apretó fuerte los labios. Luego inició un rápido meneo de cabeza, de arriba hacia abajo. Permitió que la saliva lubricara todo.
―Eso, flaquita… así… así… se nota que te gusta la pija.
―Me encanta la verga ―dijo antes de volver a tragarla.
Estaba tan enojada consigo misma que sentía la necesidad de castigarse… de humillarse. 
―Ya no aguantaba más. No podía esperar otra media hora. Quería comerme tu pija ya. 
Sabía que para Armando era un sueño tener a una chica tan linda chupándole la pija mientras le decía ese tipo de cosas y eso le dolía aún más. Estaba cumpliendo las fantasías sexuales de este degenerado.
Y te la bancás, pelotuda ―dijo la voz en su cabeza―. Esto es tu culpa”. 
Hizo un gran esfuerzo para tragar tanta verga como le fue posible. La sintió en el fondo de su garganta. Casi termina tosiendo, pero logró aguantarse. Para colmo Armando contribuía a la causa empujándola la cabeza hacia abajo. Obvio que eso le molestaba; pero era parte de su merecido castigo, por ser tan boluda.
Solo tenía que estar ahí a un horario concreto y esperar tres minutos. Nada más. Su parte del plan era muy sencilla. Y justamente por eso estaba tan enojada. 
Estuvo chupando sin parar durante largos minutos. Le dolía el cuello por moverse tan rápido y hasta se sentía raro en la mandíbula, como si estuviera a punto de dislocarse. Es que el miembro de Armando era muy ancho y le costaba mucho tenerlo dentro de la boca. La llenaba tanto que estaba obligada a respirar por la nariz. La baba caía por todo ese falo y por sus manos. Recordó el tiempo que pasó chupándole la verga a su profesor de piano y puso en práctica toda su experiencia. 
―Hoy no te salvás, pendeja ―dijo Armando―. Hoy te voy a coger toda.
Siara jamás hubiera aceptado que ese tipo le metiera la verga en su preciosa concha; pero…
Tenés que mantenerlo entretenido durante media hora, pelotuda. Ahora te la bancás. Abrís las piernas y te dejás clavar”. 
Siara le dio la espalda a Armando, apoyó sus tetas en el escritorio y se levantó la minifalda. El tipo no perdió el tiempo, se abalanzó sobre ella con el miembro erecto, le hizo a un lado la tanga con suma facilidad, y comenzó a penetrarla.
―Ay, sí… sí… metemela toda…
A Siara le dolió la concha, llevaba mucho tiempo sin esa clase de interacciones sexuales, incluso se consideraba una inexperta en la materia. Pero el dolor y la bronca que le daba ese tipo era el castigo que se merecía por no haber prestado atención al plan. Justo ella, que siempre quiere tener todo bajo control, justo ella que vive diciéndole a Erika que se tome las cosas con más calma, para evitar errores. Justo ella vino a cometer una estupidez tan grande como asistir a la cita media hora antes.
“Y ahora preparate, boluda… porque vas a tener que aguantar a este animal taladrándote la concha durante un largo rato”. 
―Hasta el fondo… sí… sí… ay, qué rico…
Todo el cuerpo le vibró. La verga estaba entrando con mucha dificultad y cada vez le dolía más, pero Armando no se iba a detener. Empujó con fuerza e incluso usó saliva para lubricar. Agarró de los pelos a Siara y le dijo:
―Ahora vas a ver lo que es bueno…
Y se lo mostró. Siara tuvo que soportar este castigo… esta humillación, durante largo minutos. Su cuerpo se sacudía contra el escritorio, el cual parecía a punto de desarmarse ante semejante traqueteo. Armando era un imbécil, pero sabía mantener bien el ritmo, Siara tuvo que reconocer eso, porque nunca antes había sentido una pija entrando de esa manera dentro de su concha, con tanta fuerza, con tanta seguridad, una pija que la llenara tanto. Y para colmo no se detenía. El movimiento era rítmico y constante, potente, vigoroso… y a ella no le quedaba más que chillar como una putita y decir “Así, dame más… dame más…” 
Toda la concha se le mojó como pocas veces le había pasado. 
Para darle un respiro a su sexo, y quizás para humillarse un poquito más, Siara se arrodilló otra vez, tragó la verga durante unos segundos y dijo cosas como:
―Espero que me des toda la lechita.
Armando aprovechó para manosearle las tetas, las cuales habían saltado fuera de la ropa durante la cogida.
―Te voy a dar mucho más que la leche, putita…
Volvió a tirarla sobre el escritorio y la clavó una vez más…
―Rompeme toda… dame duro… ―pidió ella.
Y mientras más suplicaba, más se emocionaba Armando, quien ya le estaba metiendo pijazos muy potentes. Temió que le lastime la concha, porque había algo de dolor; pero en realidad ese dolor se veía opacado por un placer culpable.
“Te gusta, putita… te gusta la pija”, dijo la tóxica voz en su interior. 
No lo hubiera admitido ni bajo tortura; pero era cierto. Tanto pijazo la estaba excitando de verdad. Llevaba mucho tiempo sin sentir una verga dentro de su concha y su cuerpo estaba reaccionando de forma natural. 
No es mi culpa… No es mi culpa”, intentaba convencerse; pero la otra voz no dejaba de decir: “Es culpa tuya… y te gusta. Es tu culpa y te gusta”.
Escucharon pasos en las escaleras.
La puerta de la edición se abrió de pronto y Erika entró acompañada de Candy.
―Así te quería encontrar! ―Gritó la pequeña periodista―. Siempre supe que sos un degenerado. A mí me hiciste mil comentarios desubicados, te morís de ganas de cogerme. Y ahora te estás cogiendo a esta pobre chica que vino a pedirte trabajo.
Armando se sorprendió al ver entrar a estas dos mujeres, pero no se detuvo ni por un segundo.
Erika se puso pálida. Ella debía encargarse de filmar todo con su celular. Vio algo extraño en la cara de Siara, parecía rendida… entregada… casi como… si lo estuviera disfrutando. Y detrás de ella Armando no dejaba de moverse, esa gruesa pija estaba machacando la perfecta concha de Siara. Una bestia abusando de la bella… y a ella ¿le gustaba?
No, no podía ser. Siara jamás se entregaría a un animal como este. Siara no. Tiene mucho amor propio. No podría hacer una cosa así.
Pero lo estaba viendo, estaba ocurriendo frente a sus ojos. 
―No me mires, amiga… no me mires… ―pidió Siara.
Muda y boquiabierta, Erika grabó el momento en que la verga de Armando salió de la concha, y de esta delicada y rosada gruta comenzó a chorrear abundante líquido blanco. 
La habían inseminado. A su amiga le llenaron la concha de leche. Le dieron duro, la usaron y la dejaron chorreando semen. 
Siara parecía derrotada y Armando sonreía con gesto burlón y triunfal.
― ¿Qué vas a hacer, putita? ―le dijo a Candy―. ¿Me vas a denunciar? Si lo hacés, nunca más vas a conseguir trabajo como periodista. 
―No voy a denunciarte… por ahora; pero te cuento que renuncio. Y si publicás la nota sobre Mercedes Navarro, o si la seguís chantajeando, voy a subir este video a internet ―señaló el celular de Erika―. Ahí el que no va a conseguir laburo en ningún lado vas a ser vos. Te van a cancelar en todas las redes sociales.
Armando hizo una mueca de amargura con su boca. Conocía muy bien el poder de las redes sociales y no quería volverse tendencia por haber cogido con una futura empleada. Eso no es bueno para el negocio. 
―Entonces… ¿tenemos un trato? ―Preguntó Candy, sabiendo que lo tenía justo donde quería.
―Está bien… si total el asunto de Mercedes Navarro solo me iba a traer problemas. La productora Caleri me iba a iniciar acciones legales por arruinar a la gallina de los huevos de oro. Es un asunto muy turbio. Vos no publiques eso, yo no vuelvo a hablar con Mercedes… y borro todo el material. Hacemos de cuenta que acá no pasó nada. Al menos le pude dar una buena cogida a esta putita. ¿Te gustó, flaca? Sí, se nota que sí ―soltó una risotada―. Ahora, vayanse de acá.
Siara respiraba de forma agitada, sus piernas temblaban y la baba le caía por la comisura de los labios, sus ojos estaban puestos fijamente en Erika… y Erika no podía dejar de mirar cómo salía semen de la concha Siara 
“Me la dejaron toda rota… a mi mejor amiga… le rompieron la concha… la llenaron de leche”.
Tenía ganas de romperle la cara a patadas a ese imbécil de Armando, pero no pudo reaccionar. Siara se puso de pie con dificultad, tomó un pañuelo descartable de una cajita que estaba sobre el escritorio y comenzó a limpiar su concha. Tuvo que separar un poco las piernas y dejar chorrear el líquido blanco hacia afuera. La leche parecía que nunca se iba a acabar.
“No puedo creer que me la haya llenado tanto”, pensó. 
Un par de minutos más tarde ya estaban caminando por la vereda. Candy se despidió de ellas y se lamentó de que la situación hubiera llegado tan lejos. Al menos habían logrado su objetivo y Mercedes se pondrá muy contenta al saber que las extorsiones se terminaron. 
Las amigas se quedaron solas por fin y Erika no podía quedarse callada.
― ¿Qué pasó Siara?
―Es mi culpa. Escuché mal la hora de la reunión. Llegué media hora antes…
―Ay… no! ―Erika se cubrió la boca con una mano―. No me digas que ese cavernícola estuvo media hora cogiéndote.
―Me cogió toda. Me cogió sin parar… y le tuve que chupar la pija un montón de veces. Me duele la concha. Casi me parte al medio con esa pija. Tenemos que ir a una farmacia…
―¿Por qué? ¿Te duele mucho? Si es así, vamos al médico.
―No, no… no duele tanto. Lo que más me duele es el orgullo. Quiero comprar una pastilla del día después, porque estoy segura de que este tipo me embarazó, o sea… ¿viste cómo me llenó de leche? Lo sentí hasta el fondo del útero. Me inseminó, Erika. Me acabó dentro de la concha tres veces. Tres. 
―¿Tanto?
―Sí, te juro que no lo puedo creer. Al segundo lechazo yo ya estaba llena… y vino un tercero, que fue mucho peor… más abundante, si es que eso es posible. O quizás eso me pareció, porque ya estaba con la concha llena de semen… si eso no me dejó embarazada, entonces yo soy la virgen María.
―Ay, amiga…
―No te preocupes. Lo podemos evitar con la pastilla. Eso tiene solución, lo del orgullo va a doler más tiempo. Pero tenemos que ir a comprarla ya. Y por las dudas voy a regularizar los anticonceptivos, vos deberías hacer lo mismo. Nos estamos metiendo en muchos quilombos como estos, y es mejor estar bien preparadas. 
―Ok, pero antes de seguir… limpiate otra vez la pierna, todavía te sale leche.
―Ay…qué hijo de puta… cómo lo odio. Me usó cómo depósito de semen.   




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