Primer encuentro

- ​​Qué rica pija que tenés, pibito - la envolvió con sus labios y se zambulló. Ella me llevaba 24 años y le gustaba recordármelo. Habíamos contactado en una de esas páginas ridículas en las que fui estirando la edad de las mujeres que entraban en mi rango de búsqueda hasta que la encontré. Bastante bien llevados según las fotos. Cuando la vi llegar me di cuenta que eran viejas o desde ángulos demasiado estratégicos pero, así y todo, yo tenía 22 años, había empezado a vivir solo y quería sacarle el máximo provecho. En ese entonces, el máximo provecho significaba coger todo lo posible. Morocha, casi con seguridad teñida, se sumergía en mi pija queriendo tragarla toda. Yo acompañaba sus movimientos con mi mano en su nuca. 
- Qué grande la tenés, pendejo. - me dijo. Cada frase la terminaba con una palabra que enfatizaba de vuelta esa distancia cronológica entre los dos. Se aferraba a mi poronga como si fuese la fuente de la eterna juventud. Intentaba metérsela completa, primero de un bocado largo y después de varias entradas y salidas rápidas. La había dejado empapada, su saliva armaba hilos transparentes entre la cabeza de mi pija y sus labios. Cada vez que la expulsaba tomaba aire en una larga exhalación y me miraba con una sonrisa desafiante. Ella había acabado pronto, tenía facilidad para eso. Lo había hecho antes de ponerse a chupar. Cuando llegó a mi casa, intercambiamos un par de frases.
- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿vos?
- Bien.
Pronto nos dimos cuenta de que no teníamos más nada que decirnos. Ella se mordió el labio inferior. Entonces me puse a besarla y a besos nos arrastramos hasta mi cuarto. La desnudé con torpeza, ahí empezó a referirse a mí como “nene”, “pendejo” y sus variables. Por algún motivo me dio un poco de bronca, pero a ella le gustaba y yo tenía más ganas de metérsela que de cualquier otra cosa, no me iba a poner a discutir. Por ese entonces, yo tenía una rutina que me gustaba seguir: la tiré sobre la cama, le besé el cuello y la empecé a desnudar. Bajé, me puse a morderle suave la parte interior de los muslos mientras terminaba de sacarle los pantalones, las medias, la ropa interior, todo junto, un mazacote de ropa que arrojé al costado mientras mi lengua empezaba a dibujar el abecedario en su clítoris. Acabó antes de que llegase a la j. Sus piernas temblaron y me aprisionaron la cabeza. Ella me miró, quizás agradecida, satisfecha, se había puesto linda de golpe con la sonrisa que le dibujó el orgasmo. “Ahora me toca a mí, pendejito”, me dijo. Yo volví a jugar con mi lengua, quería llegar a la z. Ella todavía estaba sensible e intentó alejarme con las manos, al final se dejó llevar y acabó de vuelta, empezó a gemir y a temblar, un motor que ronroneaba al alcance de mi boca. Entonces me puse encima suyo y le metí dos dedos, extendí y contraje mis falanges dentro de ella, marcándole un ritmo que ella aprobaba con grititos breves. Cuando mis dedos encontraron lo que buscaban la acaricié con furia, ella gritó mientras los chorros se sucedían. Quedó empapada. Los brazos y las piernas despatarrados, parecía como si la hubiese aplastado un camión. Nos conocíamos hacía no más de 10 minutos pero ya me sentía su dueño. Sin embargo, me dijo de vuelta:
- Ahora me toca a mí, pendejito.
Se puso de rodillas frente a mí, me desabrochó el cinturón y me bajó los pantalones y los calzoncillos en un solo movimiento. Mi pija saltó como un resorte y la golpeó en la barbilla. A ella le gustó lo que vio. Estaba decidida a enseñarme algo, a metérsela toda. Era una pelea a muerte entre ella y mi pija en la que yo era un espectador de lujo. Sentía cómo llegaba hasta el fondo de su garganta. Cada vez que salía estaba más húmeda, su saliva espesa repartida con su aliento por toda la superficie. Ella insiste en querer metérsela toda, un desafío suyo, personal. Y de un golpe, para mi sorpresa, lo consigue. Siento el momento exacto en el que mi pija va más allá de su garganta, la atraviesa, pasa una pared invisible y su nariz llega hasta mi ombligo. No sé la explicación psicológica, pero fue como si me hubiese activado con un botón. Empecé a presionar su nuca, ya no estaba acompañando su movimiento sino que le exigía que se quedase ahí, con mi pija atravesándola. Le apreté la nariz, quitándole el aire. Ella tuvo una arcada fuerte, se tiró hacia atrás y mi pija brilló, bañada en saliva y bilis. Jadeaba, buscando aire. La miré. Como si fuese la cosa más lógica del mundo, le escupí en la frente. Abrió la boca con sorpresa. Quizás indignada. No me importó. Le golpeé la cara con mi miembro. Cada cachetada húmeda la bañaba en sus fluidos.
- Te gusta mi pija, puta. - le dije. No era una pregunta.
- Me encanta.- respondió. Era la primera vez que no me decía “nene” o algo así. - Pegame, papi.- me pidió, cambiando en un instante toda la lógica que llevaba.
Le di una cachetada con la mano abierta. Me quedó pegajosa. Me limpié la mano en su cara, esparciendo mi saliva y la suya. La agarré del cuello y la tiré en la cama. Por primera vez, sentí que me disociaba. Empecé a verme a mí mismo de afuera. Me había tocado una fibra que no sabía que tenía y me volví primitivo. Mi cerebro repetía una única orden: hacer todo lo que fuese necesario para gozar. No me importaba nada. Ya nada iba a ser lo mismo.


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