Hugo: unos días con mi prima

Una vez terminadas las clases de la universidad, y sin nada qué hacer estos tres largos, pero necesarios, meses de vacaciones, me decido a ir al pueblo a pasar allí un tiempo. Total, mis amigos, o bien se habían ido de vacaciones a otros lugares, o habían vuelto a sus provincias de origen.


-Sí, mamá. Salgo de casa justo después de comer -le dije por teléfono a mi madre, preocupada.


-Bueno Hugo. He hablado con tu tío y me ha pedido si puedes recoger a tu prima Laura.


-Vale, ahora hablaré con Laura para decirle que esté lista para esa hora -contesté.


Me pareció raro, ya que hablo casi todos los días con mi prima y no me comentó nada. Desde pequeños, Laura y yo siempre nos llevábamos como uña y carne, quizás porque solo nos llevábamos dos años de diferencia.
Le hablé y concretamos la hora y que yo pasaría por su casa a recogerla.


Al llegar a su puerta, ella ya estaba esperándome con sus maletas. Me bajé del coche y lo primero que hice fue darle un abrazo.


—Hola, primita. ¿Cómo estás? —le pregunté mientras que dejaba de abrazarla.


—¡Hola! Bien. Tengo ganas de irme ya -esto último lo dijo con semblante serio.


—Oye, ¿tu hermana no viene? —pregunté.


—No, dice que prefiere quedarse en casa este verano.


Hacía unos meses que el “novio” de Laura le había dejado y encima el día antes de su 18 cumpleaños. Lo pongo entre comillas porque no eran novios como tal, él tenía pareja pero se había enamorado, supuestamente, de mi prima menor.


El viaje transcurrió con normalidad, hablamos de todo un poco. Al final, la vi un poco más animada. Llegamos y cada uno fue a casa de sus padres.


Esa noche, me escribió una compañera de clase con la que tenía mucha atracción. Tanta que nos habíamos liado ya unas cuantas veces.


—Hola, Huguito, ¿me echas de menos? —escribió, acompañando el texto de una foto de su escote, y vaya pecho tenía…


—Buenas Sara. Cómo no te voy a echar de menos y más si me envías eso -le contesté.


La verdad es que con el tema de los exámenes y las clases hacía unas semanas que tuvimos nuestro último encuentro y andaba que me subía por las paredes.


—Qué pena que no te hayas quedado por aquí. Te tengo tantas ganas… —me respondió a través de un audio con voz sensual—. ¿Quieres hacer una videollamada y ver cómo me tienes de mojada?


Yo estaba a punto de explotar en ese momento pero no podía.


—No sabes cuanto me gustaría, Sara, pero mis padres pueden entrar en cualquier momento y verlo. Aquí nadie respeta la privacidad.


—Bueno, te dejo un regalo. Es de esta tarde —respondió adjuntando una foto de ella con un conjunto bastante provocador—. Qué tengas buena noche y no te pases tocándote con la foto.


Como recompensa, le mandé un video mío masturbándome.


—Umm, ojalá me hicieras eso en mi boca ahora mismo —respondió.


Esa noche estaba cansado y me fui a dormir temprano, no sin tener una tremenda erección recordando las fotos que me había pasado Sara.
Me desperté temprano y aproveché para desayunar con mis padres. Casualmente, mis tíos y mi prima estaban allí.


—Sí, ya está la reserva hecha —escuché decir a mi tío.


—Buenos días —saludé—. ¿Dónde vais?


—Ay hijo, es verdad. Se me olvidó decirte que tus tíos, tu padre y yo nos vamos cinco días a un hotel rural de vacaciones. Tu prima y tú os quedáis solos aquí —contestó mi madre.


—Qué bien, primito. Tú y yo solos aquí sin nada que hacer — contestó Laura con sarcasmo.


Mis padres hicieron las maletas y salieron junto a mis tíos a primera hora de la tarde.
Pasé el resto de la tarde recordando las fotos de Sara. Intenté llamarla pero lo único que conseguí era un mensaje suyo diciendo que en ese momento no estaba en casa.
Hablé con mi prima y quedamos en que se vendría a casa a ver una película. Ella se tumbó en un sofá y yo en el otro, frente a frente.
En mitad de la película, Sara comenzó a mandarme fotos calientes. La verdad es que eso me puso mucho y creo que Laura se dio cuenta.


—Primo, ¿qué haces? —preguntó Laura.


—Nada, mirando instagram —respondí nervioso.


—Ah, bueno, ¿me traes algo fresco de la nevera?


Joder, ¿cómo me iba a levantar en ese preciso momento? Si lo hacía, se iba a dar cuenta de cómo estaba.


—Espera, Laura. Ahora está interesante la película -dije, salvándome de la situación.


Miraba a mi prima de reojo, a ver si aún me observaba. Vi que estaba tumbada de lado y me percaté de que el pantalón corto que llevaba se le había subido, lo tenía de tal forma que parecían unas bragas. En ese momento se levantó, me asusté. Se puso bien el pantalón y fue hacia la cocina. Mi prima, aunque de estatura no era muy alta, tenía unas caderas y un culo que hacía que lo siguieras con la mirada, y eso no pasó desapercibido para mí.


—¿Quieres algo de la nevera, primo?


—No, gracias —le contesté.
Terminamos de ver la película y decidimos cenar juntos. Mientras preparábamos la cena, se ocurrió una idea.


—Laura, ¿y por qué no te quedas aquí a dormir? Así al menos no estamos solos —pregunté—. Total, hay camas de sobra.


—¡Sí, es buena idea! Vamos a por un par de cosas a mi casa y volvemos.


Como cada casa está en una punta del pueblo, se le ocurrió hacer una pequeña maleta para no tener que estar yendo y viniendo cada vez que necesitase algo.
Empezó a hacer su maleta delante mía. Comenzó a echar un montón de bikinis, bragas y tangas, y solo tres camisetas y un par de pantalones. Me quedé sorprendido.


—Laura, ¿dónde vas con tanto? Qué como mucho vamos a ir a la piscina del pueblo.


—Ya, primo, pero con este calor, nunca está de más llevar unas bragas de más -rió-. Además, yo duermo solo con ellas puestas.


Solo de pensar en esa imagen me la puso dura.


—Voy a cambiarme, no tardo —comentó mi prima y acto seguido se fue al baño.


Al cabo de un par de minutos volvió. Se había puesto una camiseta en la que se le marcaban los pezones y una falda que daba lugar a la imaginación. Aproveché que no miraba para ir al baño a ver si me relajaba. Fue un error, allí vi el sujetador y las bragas que había llevado todo el día. Los cogí instintivamente. El sujetador no era muy grande, mi prima no tenía unas tetas muy grandes pero sí que parecía juguetonas. Me quedé mirando las bragas y vi unas manchas demasiado recientes. Me las llevé a la nariz, olían a una mezcla entre sudor y sexo. Me saqué la polla, que ya la tenía dura, y comencé a masajeármela suavemente. Iba subiendo el ritmo poco a poco mientras pensaba en que esas bragas habían estado rozando todo el día los labios del coño de mi prima, aquello era una delicia.
Estaba a punto de correrme cuando, de pronto, escuché a mi prima gritar diciendo que nos íbamos ya. Tuve que dejar todo y guardármela, no sin antes echarme un par de fotos para luego mandárselas a Sara, la tenía más dura que nunca.


—¿Qué hacías, primo? —preguntó mientras echaba un vistazo por detrás mía.


—Nada, solo estaba meando —respondí nervioso.


Nos acostamos cada uno en una habitación. Me puse a hablar con Sara. Comenzó a calentarme como siempre.


—Hoy sí podemos hacer cositas, ¿no?


—Sí —afirmé.


Me comenzó a mandar fotos de sus tetas, las tenía enormes. Le respondí con las fotos que me había hecho una hora antes de de mi polla.


—Uf, Hugo, nunca te la había visto tan dura —me dijo—. Me tienes cachonda perdida.


—Pues imaginate cómo estoy yo, nena —respondí.


—Ya me estoy tocando, suave, ¿y tú?


—Yo también —respondí ya con mi mano en mi polla.


—¿Qué me harías? —preguntó Sara.


—Primero jugaría con tus tetas y lamería tus pezones.


—Sí, eso me gusta —respondió al momento.


—Luego pondría mi mano entre tus piernas para comprobar la humedad, ¿cómo está? —pregunté.


—Muy mojado, encharcado. Sigue.


—Jugaría con tus labios, que se me resbalan entre mis dedos y después iría a por tu hinchado clítoris.


—Cómo me pones, cabrón.


—Ahora te metería un dedo en tu vagina, después otro. Movimientos lentos, para que disfrutes. Y seguiría así hasta que te corrieras.


—¿Y cuando me corra? —preguntó.


—Seguiría hasta que me suplicases que te la metiese —respondí.


—Hazlo, Hugo.


—Te pondría en el escritorio y te la metería de una vez. Subiendo cada vez más el ritmo. Y cuando me cansase, te pondría a cuatro patas, como una perra y te daría fuerte, escuchando en sonido de mis huevos dando contra tu coño.


—Hugo, ¡me corro! —exclamó—. Uf, me he quedado muy relajada, se me cierran los ojos, ¿cómo vas?


—Yo aún sigo con ganas de guerra…


—Correte ya canbsnwbsb —respondió.


—Mierda, se ha dormido la muy zorra —pensé.


Se me bajó la erección así que aproveché para ir al baño. Pasé por delante de la habitación donde dormía mi prima. La puerta no se había cerrado bien y se veía la pequeña luz de la lámpara. Me acerqué para cerrarle la puerta pero me paré al escucharla respirar rápido.


—¿Qué cojones pasa? —pensé.


Abrí un poco la puerta y desde ahí la vi. Mi prima, con las piernas abiertas, la tablet a un lado viendo lo que parecía un video porno, con una mano frotándose el clítoris y con la otra metiéndose un dedo por el culo. Se me volvió a poner dura viendo esa imagen y escuchándola.


—Dios… me voy a reventar —exclamó—. Necesito una polla ahora mismo.


Me la saqué y me puse a pajearme. Nos tiramos así unos cinco minutos hasta que mi prima exclamó:


—¡Oh, me corro!


Con una de las manos metiéndose salvajemente tres dedos en su vagina, comenzó a convulsionar del placer. Cuando se calmó un poco, cogió las bragas y se limpió todo el coño y lo que manchó. Se levantó y ando dirección hacia la puerta.


-Mierda, tengo que esconderme —pensé.


Me escondí detrás de una estantería. No sé si Laura me vio, porque me pareció verla parada mirando hacia mi dirección, en la oscuridad. Fue al baño y un par de minutos después, volvió a la habitación.


Aproveché y fui al baño. Y allí me lo encontré, sus bragas, recién usadas y mojadas. Las cogí y ahora sí que me masturbé tranquilamente con ellas mientras las olía y pensaba en la imagen de esa noche. Me puso tanto que no tardé en correrme.


—Oh, dios, la mejor paja de mi vida —dije.


Comencé a escuchar pasos y, acto seguido, se abrió la puerta. Solo me dio tiempo a tirar las bragas dentro del cesto de la ropa sucia. Allí, delante mía, estaba mi prima, mirando. Me di cuenta que no miraba mi cara, sino más abajo, hasta que me di cuenta. Tenía mi mano cogiéndome la polla, con todo el semen chorreando. Reaccionó y cerró la puerta deprisa.


—¡Lo siento! Pensaba que me había dejado la luz encendida e iba a apagarla —escuché a Laura decir detrás de la puerta.


—La he cagado —respondí en voz baja.

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