Ana, mi hija 2

Ana, mi hija 2
 
            Conla ayuda de Ana instalé el reproductor de video. Ambas estábamos nerviosas.Hace tan solo unas horas ni en sueños podíamos imaginar sentarnos juntas a vervideos pornográficos. Y ahora, aquí estábamos, ansiosas por empezar a ver loque durante años nos habíamos vedado.
            Meencerré en la idea de que, si Ana reaccionaba positivamente ante la actividadsexual; yo no dudaría en fomentar esta nueva faceta, si con ello lograba ayudarla.
            Hastaahora ni las pastillas de los psiquiatras, los tratamientos psicológicos… Nadahabía dado resultado. Mi hija se encerraba más y más en sí misma. En midesesperación no quería pensar en las consecuencias negativas que podríaacarrearle esta nueva “terapia”.
            Despuésde cenar nos sentamos ante la tele y visualizamos la primera película. Setrataba de un trío entre dos chicas y un chico. Las muchachas se acariciabancon algo de ternura, pero el chico prácticamente las violaba. No me gustaba suagresividad, pero lo cierto es que, observando a mi hija, me di cuenta que aella sí le agradaba. Su mirada fija en la pantalla, los pómulos arrebolados,los ojos brillantes, una mano bajo la camiseta, entre los muslos y la otra acariciándoselos pezones a través de la tela. La respiración alterada, los labiosentreabiertos…
            Semarcaban los botones de sus tetitas endurecidos por la excitación. Era laprimera vez en mi vida que la veía tan interesada en algo que no fuera el ordeno la limpieza del piso.
— Mamá ¿No te gusta?… — Me mirabasorprendida.
— Pues… No sé Ana. Creo que el chico secomporta con violencia con las chicas ¿No?
— Sí, tienes razón… Pero… Mira como seacarician ellas. No parecen actrices, por su expresión se diría que disfrutan tocándosey también de la brutalidad con que él las trata…
— Ana… ¿Te gustaría follar con un chico?— Utilicé la palabra follar a sabiendas. Era un término tabú en casa.
— Sí… Me gustaría… Mucho, pero…  Jamás me pondría desnuda ante sus ojos… Mevería… ¡No podría! ¡Me moriría de vergüenza!— Estaba a punto de llorar.
            Enla pantalla, el chico, tras haberse corrido, se había apartado de las jóvenes, sentado en un sillón frente a ellaslas observaba.
            Lasdos chicas hacían un sesenta y nueve, lamían sus vaginas, bebían sus jugos…
— Pero sí te gustaría hacer lo que estásviendo ¿No?         
— ¡Sí mamá! ¡Me gustaría mucho! Ya sabesque nunca me han tocado, nunca me han acariciado en… ahí…
            Loque estábamos a punto de hacer era algo fuera de toda razón. Obsceno, impúdicoe inmoral, pero yo estaba dispuesta a todo… En mi mente se estaba fraguando unplan; no sé adónde nos llevaría, pero debía intentarlo… Por ella.
— Vamos a la cama amor… Sigamos con elcurso de formación sexual… — Sonreí, acaricié su carita y besé la frente.
            Susmanos se apoderaron de mis pechos, los pezones se endurecieron entre sus dedosy una agradable sensación recorrió mi cuerpo. Nos levantamos y cogidas de lamano fuimos a mi dormitorio. Nos desnudamos… Admiré su cuerpo. La suavidad desus curvas, las caderas voluptuosas, estrecha la cintura y pechos pequeños yduros.
— Eres muy bella Ana. Cualquier hombre secolaría por ti. Tienes un cuerpo precioso.
— Calla, calla, mamá… Soy fea, estoygorda, mira mi culo…
            Acariciésus nalgas acercándome por su espalda. Le susurré al oído:
— Un culo para comérselo, mi niña… Paracomérselo…
            Rasguñésu cadera besando su cuello y sintiendo como su cuerpo se enervaba; suspiraba…Mis manos llegaron a los delicados pechos, la areola rugosa, los pezoncitosduros como piedras me daban un índice de su excitación.
            Seguíamosde pie y mis pechos acariciaban su espalda, a mí también me afectaba. Mientrepierna se estaba mojando como nunca en toda mi vida…
            Bajémi mano derecha hasta acariciar su vientre, el hoyito de su ombligo… Y másabajo… Su pubis…
            Medebatía entre sentimientos contrapuestos. Una batalla en mi interior… Por unaparte el deseo de ver a mi hija como una joven normal… Por otra el deseo quedormía en mi interior, que jamás se había manifestado y que ahora me abrumaba,me vencía, era superior a mis fuerzas… ¡En este momento deseaba a mi hija!… Yen medio de todo este maremágnum de deseos y emociones contrapuestas… Elterrible sentimiento de vergüenza… Ser consciente del horror de las accionesque estábamos a punto de acometer…
— Tiéndete mi vida… — Le musité.
            Segiró hasta ponerse frente a mí. Me abrazó con fuerza, temblaba.
— Esto que haces es muy duro para ti¿verdad? — Me dijo al oído.
— ¡No cariño! Es la primera vez en lavida que te veo tan ilusionada tan… Vital… Y por encima de todo quiero que seasfeliz. Que disfrutes, que salgas de la rutina. Te quiero tanto… — Sus lágrimasbañaban mi hombro, la separé lo suficiente para besar sus labios… Correspondió.
            Setumbó de espaldas sobre la cama, separé sus rodillas y contemplé su tesoro,como si lo viera por primera vez. Rosado, brillante por la humedad de su ardor.Me arrodille en el suelo, sobre la alfombra, y acerqué mi cara a suentrepierna. Me embriagaba su olor, muy parecido al mío… Y a la vez tandistinto. Soplé, como si quisiera apagar una llama y un escalofrío recorrió sucuerpo; la llama se avivaba. Y de nuevo la vergüenza… Me puse en pie, subí a lacama.
            Metendí a su lado y acaricié su vientre con la yema de mis dedos… Los pechos, elcuello, los labios… Me miraba con los ojos brillantes de deseo… Implorante… Susmanos recorrían mi cuerpo y me hacían sentir sensaciones desconocidas, nuevas.
            Sí…Aquello era una locura.
            Nosabrazábamos y entrecruzábamos nuestras piernas, llegando los muslos a mojarsecon la humedad del sexo de la otra. Pero lo que nos hacía perder el juicio eranlos besos.
            Yano éramos madre e hija, éramos dos mujeres satisfaciendo unos deseosreprimidos, desconocidos, pero que ahora nacían con una fuerza arrolladora.
            Perdíel control. Me abandoné a la pasión… Bajé de nuevo hasta su flor, acaricié elpubis, besé los labios vaginales; al rozar con la lengua su botoncito sufrióuna contracción de todo su cuerpo, cerró los muslos aprisionándome entre ellos mientrasyo  seguía lamiendo, besando, como si unapoderosa fuerza me poseyera. Mis dedos tocaban sus pechos… Ya no pensaba, soloactuaba…
            Erala primera vez en mi vida que besaba un sexo femenino… Y era el de mi hija… Yme gustaba… Ya no sentía vergüenza, el ardor la consumía. El fuego que sentíadentro de mi pecho, en mi cuerpo, quemaba cualquier resquicio de temor por loque hacíamos.
— ¡¡Mmmmmmamá, mmme mmmuero!! ¡¡Que gustojoder…!! ¡¡Para…!! ¡¡Para!! ¡¡Sigue!! ¡¡Sigue!!
            Sujetabami cabeza contra su sexo, tiraba del pelo para acercar o alejar mi boca de su deliciosafruta… Mi excitación era enorme. Bajé la mano derecha y palmeaba mi coño,pasaba los dedos por mi grieta abierta; los introducía en el interior de lagruta.
            Aname apartó y tiró de mí para ponerme a su altura. De nuevo nos besamos confrenesí… Se movió y se colocó sobre mí, al revés, en un sesenta y nueve…
            Fueuna locura… De nuevo su chuchita en mi boca… Y sintiendo su lengüita acariciarla mía… No pude resistirlo… La sensación fue tan fuerte que casi me desmayé.Una oleada de fuego partió del bajo vientre y llegó hasta la coronilla, como simi cabeza explotara. Durante unos segundos estuve casi sin sentido.
            Cambiamosde posición y nos abrazamos como dos enamoradas…
            Perodebía llevar a cabo mi plan. No permitiría que mi hija se encasillara en laopción homosexual, solo por no poder acceder a la compañía de un hombre. Eracomplicado pero estaba dispuesta a todo. Tras haber experimentado podría elegirlibremente su opción sexual.
            Seguíamosabrazadas, en silencio…
— ¿Mamá, como se siente cuando te entra…?— De alguna forma, antes o después, esperaba la pregunta
— ¿Un pene…? — Intentaba trivializar eltema.
— Sí. Veras… He intentado meterme un dedoy tropieza con algo… No entra…
— Claro mi vida. Has tropezado con elhimen, una especie de telita protectora del interior de la vagina.
— Pero tú no tienes eso, te he metido dosdedos y entran bien. — Había estado investigando mi chochito.
— Claro chiquilla, me lo rompió tu padre.Después tú saliste por ahí…
— ¿Te dolió mucho? — Se notaba muyinteresada, eso convenía a mis planes.
— Pues no, casi ni me enteré, fue rápido,un pequeño escozor y ya… ¿Quieres saber lo que se siente? — Pregunté mirándolafijamente.
— Ssii… Me gustaría… Pero tengo miedo…¿Me dolerá?
— Si lo haces bien… No, no tiene porquédoler mucho… — Respondí.
— Levántate, tráete a tu morenito… Ytambién el tubo de lubrificante — Dije sonriendo.
            Nerviosase levantó, fue hasta el salón y trajo el vibrador negro que había elegido.Tenía la forma, el tamaño y la consistencia de un pene normal; de unos quincecentímetros de largo. Se acomodó en la cama, a mi lado. El dildo en una mano,el bote en la otra…
— ¿Qué hago? —Preguntó ansiosa.
— Rocía un poco de gel en el pene y otro pocoen tu chochete…
            Asílo hizo, me entregó el lubrificante y se restregó el aparatito en sus labiosvaginales…
— ¿Así? — Preguntó.
— Si, ahora intenta metértelo dentro,busca el agujerito… — Me miraba algo asustada — Vamos, inténtalo, mételo poco apoco, girando, dándote en el botoncito…
— ¡No puedo mamá! Me da miedo, me dueleal apretar… Házmelo tú… Porfi… — Su carita suplicante me desarmaba.
— Venga, tiéndete y no mires… Déjame amí… — Obediente se tendió y se abrió de piernas elevando las rodillas…
            Primeroacaricié su vulva con mi dedo, acaricié su guisantito y la penetré con un dedo.Tropecé con el himen pero cedió un poco, el dedo entró, sentí como se rasgabaalgo, fue un instante y Ana hizo una mueca de dolor. Me detuve… Esperé a que serecuperara y continué sacando el dedo, insistiendo en su bultito y apuntandocon el consolador en su hoyito. Dejé el clítoris para llevar mi mano a su pecho.
            Diun pellizco en su pezón al tiempo que introducía de golpe el dildo en sucavidad…
— ¡Ayyy! ¡Me dueleee! ¡Sácalo, mequemaaa! — Gritó y su lamento me llegó al alma, pero era necesario…
            ¿Loera? ¿Estaba bien lo que hacía? De nuevo las dudas…
— Ya esta, mi amor… Cálmate, ya pasótodo. Ahora te escocerá un poco pero pasará pronto… — Esperé un poco sin moverel consolador — ¿Te sientes mejor mi vida?
— Ssi, ya no duele tanto.
— Ahora lo moveré un poco, si te dueleparo ¿Vale mi amor?
— Si mami, poco a poco.
            Despacio,moviendo el pene de silicona como si me fuera la vida en ello, mirando sucarita, cerró los ojos y se concentró en lo que estaba sucediendo en suvientre…
— ¿Mejor, corazón?
— Si mami, pero dame en la pepitilla,porfa…
            Conuna mano maniobraba en su interior con el dildo, con la otra acariciaba elbotoncito del placer, que recién habíamos descubierto… Ella se acariciaba lastetitas con ambas manos.
            Continuamospor un espacio corto de tiempo, hasta lograr su orgasmo, tranquilo, pausado.Todo lo contrario del anterior, cuando nos excitamos con el sesenta y nueve.Pero en este caso no se detenía, era un ir y venir de placer lo que yoobservaba. Pulsé el interruptor del vibrador y se sorprendió. Pero se recuperóy vi una sonrisa de viciosilla en sus labios…
            Lascontracciones de su vagina que yo percibía eran como olas que la obligaban aarquear su espalda una y otra vez, en una sucesión de convulsiones queculminaron en un atronador grito que salía de lo más profundo de su pecho… Medetuvo, sacó el artificio de su coño y lo arrojó a un lado de la cama. Tiró demí y me abrazó entre suspiros… Hasta que se serenó.
— ¡Qué gusto mamá!… ¡Qué gusto másgrande! ¡Me vas a matar de placer!… ¡Cuánto te quiero mami!
— Sí mi amor, cálmate. Relájate y piensaen lo que sería que un hombre te penetrase… Imagínate lo que podrías llegar asentir…
— No, mami; con un hombre no; me daríamiedo, no podría…
— ¡Ssssshh! No digas no a lo que noconoces. Déjame a mí. Ahora a dormir. Un beso y hasta mañana, vete  a tu cama, por hoy ya está bien. Te hascorrido muchas veces y no es bueno abusar.
— Lo que tú digas mami… Te quiero…
            Medio un beso y se fue a su habitación. Yo estaba muy cansada y tardé poco endormirme.
++++
            Denuevo a la rutina diaria. Un café rápido en casa y a la calle, andando hasta elmetro, aglomeración, transbordos… Por fin en la tienda. 
            Alpoco de abrir entró un chico que ya había estado en otras ocasiones comprandoropa. Me miraba con interés…
— Buenos días ¿Qué desea? — Dijeacercándome.
— Hola, ¿de nuevo por aquí?… Llevo unosdías sin verla.
— Si, he estado algo resfriada y… Bueno;dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
— Pues… Permitiéndome invitarla a uncafé. — Me sorprendió, pero vino a mi mente el plan que intentaba poner enpráctica con mi hija.
— ¡Laura! ¡Sal a atender, voy adesayunar! — Laura, la dueña, me cubría cuando salía a algún recado.
            Acompañéal muchacho a la cafetería cercana… Conocía al camarero de mucho tiempo. Lepedí lo que solía desayunar. Un croissant y un café con leche. Mi acompañanteun café solo.
— No sé cómo te llamas… — Le dije alsentarnos en una mesa tranquila, alejada de la puerta.
— Yo si sé que te llamas Adela… Me llamoMauro… Vivo cerca de aquí y te he visto muchas veces… Me gustaría saber más deti. ¿Estás casada? — Preguntó de sopetón mirándome con sus grandes ojososcuros…
— Pues ahora que lo preguntas… No losé…  Sí debo estarlo porque no me hedivorciado; mi marido se marchó, me abandonó hace años y no he vuelto a sabernada de él. Si se ha muerto… Estoy viuda, si sigue vivo… Entonces estoy casada,pero como si no lo estuviera.
— Vaya, ¿cómo se puede abandonar a unamujer tan hermosa? Ese hombre estaba ciego…  Entonces ¿Podemos vernos? ¿Salir?… Me gustaríaconocerte mejor…
— Eres un adulador… Además soy mayor quetú, van a pensar que soy tu madre… Jajajaja…
— No me importa la edad, Adela. Llevocasi un año observándote, me gustas… Mucho. ¿Puedo verte esta noche, cuandosalgas? Yo descanso hoy y… Me gustaría…
            Mehalagaban sus palabras, tenía una mirada sincera. Puso su mano sobre la mía; lodejé… De pronto sentí como mi almejita respondía a la caricia, me mojé; no mehabía sentido nunca así… Quizá porque nunca permití el acercamiento, pero estavez…
— No sé nada de ti, solo te he vistoalgunas veces cuando vienes a comprar ropa a la tienda… — Me sentía ridícularespondiendo así, cuando en realidad estaba deseando que me… No debía pensar…
— Insisto, me gustaría salir contigo;trabajo aquí cerca en Chueca, en un night club.
— ¿En cuál? — Pregunté intrigada.
— En el… Black and White — Respondió.
— Pero eso es un local de ambiente… — Ledije… no me dejó terminar.
— Sí… Gay…  ¿Te supone un problema? — Su entrecejo secontrajo un poco.
— Para nada, Mauro. Respeto cualquieropción sexual que se adopte libremente. — Respondí posando mi mano sobre lasuya… Y le sonreí.
— Entonces… ¿A qué hora paso por ti? —Insistió.
— A las diez habré terminado de recoger…
— Entonces ¿a las diez te espero aquí?
— De acuerdo… — Se levantó, pagó laconsumición y me acompañó hasta la puerta de la tienda sin soltar mi mano.
            Aldespedirnos me besó… Casi en la comisura derecha de mi boca. Yo me hacía agua…Me hubiera ido con él donde me llevara. Se dio la vuelta y se marchó por laacera volviendo su cara a los pocos metros. Sonrió al ver cómo le miraba.
            Megustaba su forma atlética de andar, alto, me sobre pasaba casi un palmo,delgado. Un moreno joven, tendría unos veinticinco años, guapo… ¿Qué habríavisto en mí?
            Mepasé el resto del día pensando en lo que pasaría esta noche… Llamé a mi hijapara decirle lo que había ocurrido y lo que pensaba hacer. Al principio noestaba muy conforme con la propuesta que le hice; después aceptó.
            Yllegó la noche. Tras cerrar la tienda me acerqué a la cafetería temerosa de queno apareciera… ¡Pero síii!… Allí estaba esperando, tomando una cerveza. Saludéal camarero, me acerqué y tonta de mí… Le di la mano… Sorprendido la sujetó conla suya, se inclinó y se la llevó a los labios… Casi me derrito… Sin soltar mimano salimos del bar…
— ¿Adónde vamos? — Pregunté.
— Te llevaré a dónde trabajo. Para que sete quite el miedo… Quiero que conozcas a mis compañeros.
— No tengo miedo Mauro… Es solo que nosalgo, no conozco nada de la noche de Madrid. Desde luego no me atrevería a irsola…
— Pues ya verás que no tienes de quépreocuparte… — Me miró de forma extraña
— Tengo unas ganas locas de besarte Adela— Me quedé desconcertada. Lo miré con la boca abierta como una tonta…
            Yen un soportal, me acogió entre sus brazos y me besó con una dulzuradesconocida para mí… Cerré los ojos… Aquel hombre podía hacer conmigo lo quequisiera. En aquel momento era suya.
            Perodebía mantener el control… Mi plan seguía en pie…
            Fuimospaseando hasta el Black and White, en Chueca. Me presentó a sus compañeros detrabajo que se portaron con gran amabilidad conmigo. Nos invitaron a unascopas; yo un gintonic de Bombay… Llegaron unos chicos drags que eran geniales,desenfadados, alegres… Tome dos copas más; me sentía eufórica… Bailamos en lapequeña pista… Me acogía entre sus brazos y me hacía sentir como nunca…
            Seríanlas dos de la madrugada cuando salíamos del local. Un taxi nos llevó hasta micasa; subimos y ya en el ascensor nos besamos con autentica pasión… Acariciómis pechos sobre la ropa, las caderas, me magreó el culo y yo me sentíacaliente… Muy caliente. Hice algo que jamás hubiera imaginado; acariciar elbulto de su pantalón; un gran bulto…
            Enaquel momento deseaba que tuviéramos que subir cincuenta plantas. Pero soloeran cuatro. Nos compusimos y entramos en el piso. Yo ya sabía que Ana estaríaencerrada en su dormitorio, en silencio…
            Lollevé directamente a mi habitación.
— Mauro… Tengo que confesarte algo que…verás… si no quieres lo dejamos.
— Dime, no tengas reparos Adela. ¿Qué tepasa? Puedes confiar en mí…
— No he tenido sexo desde hace siete uocho años… No me siento cómoda desnuda delante de un hombre… No es un capricho…Además tengo una fantasía… Solo te pido que confíes en mí y hagas lo que tepida sin preguntas, sin dudas. Te aseguro que lo pasaras bien yo…
— Dime qué quieres que haga… Confío enti… — Me rodeó con sus brazos y me besó; bebía mi boca, mi conejito se ahogabapor la enorme cantidad de flujo.
— Desnúdate y tiéndete en la cama. — Ledije. No dudó ni un instante; se desnudó.
            Vercomo saltaba hacia delante su verga, larga y no muy gruesa, bien formada, conlas venas sobresaliendo a lo largo del miembro me excitaba como no podíaimaginar. Sonreía al ver mi cara de sorpresa…
            Busquéy saqué, de un cajón de la cómoda, varias corbatas de mi marido, que no séporqué no había tirado a la basura.
            Setumbó boca arriba sobre la cama y até las manos y los pies a las cuatro patasdel somier… Una quinta para taparle los ojos… Le hablaba, decía cosascariñosas, me desnudé; le iba diciendo las prendas que me quitaba. Su peneapuntaba al techo y se movía como con espasmos al hablarle.
            Via Ana que miraba a través de la rendija de la puerta que yo había dejadoentornada. Le hice una señal para que entrara. Me sorprendió.
            Estabatotalmente desnuda y arrebolada. Por un momento pensé que Mauro se daría cuentade que no estábamos solos, pero no. Él chico estaba tranquilo, con su vergaenhiesta, mirando al cielo.
            Auna señal mía, Ana se acercó hasta besar su boca… Usábamos el mismo perfume.Con una mano se apoderó del instrumento del placer y lo acarició como si de undelicado animalito se tratara. Bajó acariciando y besando el pecho, chupandolas tetillas; que provocaron un gemido en el chico, hasta llegar al pene.
            Lobesó, pasó la lengua a lo largo, en  todasu longitud y se lo tragó, hasta donde pudo. La imagen era arrebatadora… Micoño no dejaba de destilar, me pasé los dedos por los labios y dos de ellosentraron en la cueva. Chapoteé en ella y me reprimí para no descubrirme.
            Mesitué tras mi hija y acaricié su anito y vulva por debajo, desde atrás… Estabasupermojada. Abrió las piernas para facilitar el toqueteo. Dos de mis dedos sehundieron en su rajita. Mientras, ella, seguía chupando el delicioso trozo dehombría que se le ofrecía.
            Conun gesto de la mano me indicó que estaba preparada para la siguiente fase. Asentícon un gesto de cabeza… Se encaramó sobre el chico, una rodilla a cada lado delas caderas de Mauro; restregó la punta de la herramienta en su almejita; apuntócon su mano el sable e introdujo el glande en su cuevita; se dejó caer poco apoco hasta enterrar todo el miembro viril en su vientre…
            Sedetuvo, las manos en la cabeza, los ojos desencajados, mesando sus cabellos,bajando las manos hasta sus pechos para pellizcar los pezones duros comopiedras marrón claro. Se elevó y se dejó caer de nuevo, una y otra y otra vez…Cabalgó al muchacho que no debía estar pasándolo muy mal a tenor de los gemidosplacenteros que salían de su garganta.
            Se detuvo… Noté el enorme esfuerzoque realizaba para reprimir el grito que pugnaba por salir de su pecho. Unestertor increíble, se dobló hacia atrás; yo pensaba que se troncharía por laespalda, después hacia adelante y se dejó caer sobre el pecho de Mauro, que noreprimió su alarido…
            Porun momento pensé en los vecinos pero no me importó…
            Sebesaron apasionadamente. Ana acariciaba la cara del chico que no parecíasentirse molesto. Todo lo contrario. Buscaban sus bocas con afán, con avidez…
            Descabalgó,bajó de la cama, se acercó y me abrazó con lágrimas en los ojos…
— Soy muy feliz… Gracias… gracias mami —Susurro en mi oído.
            Labesé. La muy tuna acarició mi entrepierna, al sacar la mano mojada sonrió conpicardía y me señaló la verga de Mauro… asentí con la cabeza…
            Semantuvo a los pies de la cama, cerca de la puerta por si acaso. Su mirada entrecuriosa y lujuriosa; yo me acerqué al muchacho, repetí la secuencia de cariciasde Ana, hasta llegar al miembro que, de nuevo, estaba firme cual soldadito;mirando al techo. Y como ella, cabalgué a mi potro… Sentir el músculo en miinterior ya provocó sensaciones deliciosas y nunca experimentadas. Mi sexosorbía como una ventosa el miembro de mi amante… Al elevarme lo atraía, como noqueriendo dejarlo salir… Era algo nuevo para mí… Por un instante pensé en mimarido, con él mi sentimiento era de repulsión… Ahora me invadían oleadas deplacer que subían desde mi pubis a la coronilla. Sentía deliciosas punzadas enla nuca…
            Enmedio de estos pensamientos y sensaciones, me sorprendió un avasallador espasmoque me lanzó de bruces sobre Mauro que, sin poder abrazarme, se movíadesacompasadamente dentro de mi cuerpo hasta llegar al clímax. De alguna formahabía detectado el momento de mi orgasmo para sincronizarlo con el suyo…
            Ladescarga de su semen impactó en mi interior con una fuerza que nunca habíasentido con mi marido. Yo me sentía en la gloria.
            Descabalgué,me tumbé a su lado y le hice señas a Ana para que saliera… Ana se acercó y tomómi mano mirando mis ojos, se inclinó y besó dulcemente mis labios para despuésalejarse y marcharse a su dormitorio.
            Melevanté y me puse un camisón ligero abierto por delante y con un cinturón de lamisma tela.
            Quitéla venda y las ataduras a mi/nuestro amante, me tendí y me acurruqué en susbrazos. Nos quedamos dormidos tras la refriega.
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            Desperté;eran las siete del domingo y no trabajaba. Mauro seguía a mi lado… Dormíaapaciblemente; Ana nos espiaba por la abertura de la puerta… Me hizo señas y melevanté con cautela para no despertar a nuestro joven amante.
— ¿Quién es?— Preguntó Ana en voz baja.
— Un chico que trabaja en un clubnocturno. ¿Te ves capaz de charlar con él? ¿Os presento cuando se despierte? —Ana dudaba, pero era innegable que sí; quería conocerlo, hablar con él.
            Fuimosa la cocina para preparar el café y unas tostadas. En medio de la operación.
— ¡Buenos días! ¿En este barrio sereproducen las rosas? Anoche había una y hoy veo dos. ¿Quién es estapreciosidad Adela? — La sorpresa nos hizo dar un respingo; se me cayeron lasrebanadas de pan que tenía en la mano para meterlas en la tostadora.
            Estábamosen camisón las dos, pero se transparentaba todo y no llevábamos ropa interior…
— Esta es Ana, mi hija, él es Mauro.
            Maurose acercó a Ana y le dio dos besos en las mejillas. Mi niña, roja de lavergüenza, temblaba como una paloma. Lo miraba arrobada.
— Encantado de conocerte chiquilla; queno me como a nadie; aunque, con el permiso de tu madre tengo que decirlo; erespreciosa… Di algo, aun no he escuchado tu voz que debe ser angelical, como tucara.
— Discúlpala, Mauro. Ha tenido problemasy…
— ¡Estoy bien mamá! No te disculpes pormí. He tenido mucho gusto al conocerte Mauro… — Y dicho esto se acercó y leplantó un beso en la boca…
            Mauro,sorprendido, me miró. Se puso nervioso, no sabía qué hacer… Qué decir. Lesonreí y se tranquilizó.
— Vamos al salón Mauro. Desayunaremos yte contaremos una historia. — Le dije para calmarle.
            Dandocuenta del café y las tostadas le explicamos a Mauro lo que había sido nuestravida, sin dejar nada por contar.
— Ahora soy yo la que te quiero pedirdisculpas Mauro. Lo de anoche fue un poco de teatro para que Ana pudieradisfrutar de una experiencia con un hombre… Cuando me abordaste ayer en latienda pensé en ti como el candidato ideal para la primera vez de Ana. Esperoque no te sepa mal que haya abusado de tu confianza pero comprende que…
— ¡Lo sabía! Sabía que no eras tú quienme montó la primera vez… ¿Fuiste la segunda verdad? — Lo dijo de una forma queno expresaba enfado, sino todo lo contrario.
— Sí; Ana fue la primera. Quise queviviera su primera experiencia sexual contigo. Después me excité mucho y nopude evitar montarme en tus caderas y… — No me dejó terminar la frase.
— Follarme… Ana, me encantó el polvocontigo… Te aseguro que pocas veces lo he disfrutado tanto. Y la repetición contu madre fue genial… ¡Joder que suerte he tenido! Llevo semanas sin tragarme unrosco y de pronto me follan dos preciosidades, con el morbo de ser madre e hija…— Estaba exultante — ¿Puedo pediros un favor?
— Adelante Mauro; después de lo de anocheno podemos negarte nada — Respondí.
— Me… Me gustaría repetir lo de anochepero sin ataduras, sin venda. Quiero ver, acariciar vuestros cuerpos… Admiraros…Sois preciosas las dos… — Se quedó mirándonos expectante… Yo miré a mi hija…
— Pues claro que sí. Mauro, quiero vercomo follas con mi madre y que me folles a mí… A las dos… — La declaraciónespontanea de Ana me sorprendió… Gratamente.
— Pues vamos, no perdamos tiempo — Cogíla mano de mi hija, con la otra a Mauro y los arrastre a mi dormitorio.
            Enun santiamén estábamos desnudos… Ana no mostraba pudor ni vergüenza alguna almostrarse ante Mauro. Me sentía muy feliz… Mi hija estaba cambiando…
            ¿Estábamosen el buen camino? ¿Sería este el tratamiento que necesitaba Ana para sentirsemás segura de sí misma?… En poco tiempo lo sabría… Mi plan seguía adelante.

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