Una Hermana Cariñosa y Comprensiva

El camino no era demasiado largo, el sol de verano era abrasador. Alex caminaba hacia su casa después de un extenso día, se cumplía hoy un mes desde que había comenzado la escuela preparatoria. Pensaba ilusionado en todas las cosas que ahora la vida le presentaba: nuevos amigos, un ambiente muy distinto al de la secundaria, y por supuesto, chicas lindas y diferentes. Pero ninguna chica era como Melissa. Quizás el tema de Melissa, era el que más le arrebataba la fuerza de su mente. En lugar de concentrarse en los estudios, pensaba todos los días en los diferentes aspectos de su hermosa compañera.


Sabía de antemano que ella no tenía novio, Alex se sentaba a lado de ella, o más bien, ella se sentaba a un lado de él, pues Alex había encontrado que en el segundo día de clases, ella apareció allí a primera hora; desde entonces habían cruzado una que otra palabra y sabían cosas bastante básicas el uno del otro. Alex no se atrevía a declarar ni siquiera en sus pensamientos, que Melissa fuera su amiga, en la profundidad de sus románticas cavilaciones, la nombraba humildemente como su compañera, sin perder la esperanza de que, ese título, fuera una cuestión de carácter provisional.


De camino a casa, dando un paso tras otro, no pensaba en lo que ella era para él. Su imaginación en cambio, se bifurcaba por terrenos muchísimo más morbosos. El chico se recreaba con lujo de detalle, en como los desarrollados pechos de Melissa bamboleaban cuando ella se movía de un lado a otro, como cuando se levantaba del mesabanco y los senos le rebotaban sin que la chica buscara el efecto, o en las torneadas piernas que exhibía debajo de la falda escolar que se subía a propósito para que le quedara considerablemente más cortita.


Ni siquiera el castigo de la intensidad solar, que ya lo hacía transpirar y crearle amplias manchas de sudor alrededor de las axilas, o el hambre cada vez más creciente, le incitaban a detener el deleite que le provocaban sus ensoñaciones. Pronto tendría que detenerse sin embargo, la casa ya estaba cerca y su hermana le llenaría el oído de preguntas sobre su día escolar, las actividades que él haría en la tarde o lo que se le antojaba para merendar.


Cuando al fin llegó a casa, el olor a carne guisada le invadió no solo el olfato, sino la mente por completo. En realidad, su hermana Elisa le cocinaba un bistec asado justo como a él le gustaba. Alex lanzó su mochila sobre el sillón de la sala y se acercó a la barra de la cocina a esperar a que su hermana le sirviera la comida.


—Va a tardar un poco más —anunció Elisa girando levemente el torso para ver a su hermano menor.


—Me muero de hambre —dijo Alex echándose sobre la barra como si fuera un perro viejo y cansado.


—En cinco minutos más estará lista.


—Bueno, voy a jugar mientras —resopló Alex al momento que se levantaba para encender la consola de videojuegos ubicada la sala que compartía el largo espacio con la cocina.


Varios minutos después, Elisa se fue a sentar en la sala junto con su hermano. Se compadecía de él siempre que lo veía cansado como hoy. El pobre no recibía la atención de los padres. Sus progenitores, eran personas extrañas a los ojos de los demás, ellos no comían carne pero eso no quería decir que se lo impusieran a sus dos hijos. Por tanto, Elisa que amaba la carne y los vegetales por igual, la cocinaba siempre que su hermanito tenía el antojo. Los horarios y los tiempos en esa casa, se suscitaban de manera casi perfecta, ya fuera por una planeación exacta de los miembros de la familia, o por azares del destino, se podía entrever esto cuando, a la hora de la comida, cuando generalmente Alex llegaba, Elisa le hacía de comer mientras los padres estaban en el trabajo. No obstante, Elisa no siempre estaba en casa cuando su hermano llegaba de la escuela, en esos días, el chico se las tenía que arreglar consiguiendo lo que pudiera de la alacena o el refrigerador, lo que representaba material vegano por completo. Sus padres a pesar de no imponer su forma de alimentación, no alentaban el consumo de productos animales. Guardaban en sus corazones pues, que sus hijos llegaran a las mismas conclusiones a las que ellos llegaron un día, todo por medio del ejemplo, el conocimiento, la reflexión y la meditación.


Los hijos no le daban mucha importancia al veganismo, sobre todo Alex. Entendía que sus padres eran personas inusuales, y esto llegó a su consciencia cuando visitaba las casas de sus amigos y observaba gente con más cosas en común entre ellos, que incluso él con sus padres. A veces sentía que pertenecía a otra familia, a otro tiempo o a una dimensión diferente de la existencia.


Para Elisa el veganismo era una idea satisfactoria cuando se sentía gorda. Era una chica que estaba eternamente preocupada por su apariencia. Su belleza pues, no venía de a gratis. Su rostro inmaculado y agraciado por la genética, era su único regalo. La amplitud de su cuerpo, en cambio, tendía a engrosar cuando consumía demasiadas calorías en la hogareña abundancia de los inviernos. Este pedazo de carne deliciosa, representaría un sacrificio de voluntad y gasto de energía más tarde en el gimnasio.


—Aquí esta tu plato —dijo Elisa con media sonrisa en el rostro a su hermano.


—Gracias.


Dejando el mando de la videoconsola a su lado, Alex devoró enérgicamente todo lo que le habían servido. Cuando terminó de comer siguió jugando mirando la pantalla del televisor con un semblante distraído y triste. Elisa también había terminado sus alimentos, aunque la mitad de su hambre la había asesinado a base de ensalada, pues el mezquino trozo de carne que se sirvió para sí, no era suficiente; se volvió a sentar junto a su hermano que jugaba. Ella más que pensativa, estaba observadora. Y logró notar la tribulación en la cara de su hermanito pequeño. «¿Qué le sucederá?», se preguntó en la hondura de su mente. Se lo tendría que preguntar ella misma, él, no solía ser de los chicos que son demasiado comunicativos, de los que se emocionan por todo y lo expresan abiertamente, o de los que andan contando chistes y haciendo piruetas extravagantes; Alex era de los que se mantenían en silencio, de los que no soltaban palabra a menos que los presionaras o los hicieras sentir demasiado cómodos y confiados como para sentirse atrevidos por algún instante. Además, nadie más podría ayudarlo, sus padres estaban siempre ausentes y le daban más importancia a la escritura de sus libros y a la práctica de su espiritualidad. Ellos, los hijos, estaban en segundo plano, y ella, Elisa, tendría que ser la protectora de su hermano menor por voluntad propia en esta clase de situaciones o nadie más lo sería.


—¿Te pasa algo Alex? —preguntó Elisa.


—No… —respondió dubitativo el chico, con la cautela de quien no quiere decir una imprudencia.


—Te noto raro y triste —reveló la hermana mientras le tocaba el hombro con una de sus manos.


—No es nada —dijo secamente Alex.


—¿Cómo que nada? Para traer esa cara, debió de pasarte algo malo. Dime la verdad.


—Pues… —alcanzó tan solo a decir Alex, porque el teléfono de su hermana mayor comenzó a sonar con estridencia.


Parecía que, alguna cosa de la universidad robó la atención de su hermana, porque Elisa hablaba de «entregar un trabajo» y cosas que a Alex no le interesaban para nada. Elisa volvió, y encontró a su hermano con la cabeza gacha y el porte aún más entristecido que cuando iniciaron la conversación. Volvió a insistir a su hermano para que le contara todo. Entonces Alex le explicó todo lo que le sucedía con Melissa, de como ella le gustaba con tanta fuerza, de como no podía dejar de pensarla y no miraba de hacer que Melissa saliera con él. Se sentía alguien incapaz, sin poder de convencimiento ante su amada, sin valor para pedirle lo que él deseaba.


Elisa no hizo del todo mal en aconsejarle que se atreviera a pedirle que saliera con él, en hablarle más seguido e intentar al menos ser un amigo para ella, pues la amistad no tiene desperdicio jamás. A veces, la amistad vale más que un noviazgo, sobre todo en la preparatoria, en esa etapa en que las situaciones amorosas no deberían tomarse demasiado enserio. A fin de cuentas, un noviazgo no pudiera durar tanto como para que se llegaran a casar o formar una familia, sería absurdo. El chico se sintió un poco triste por las cosas que le decía su hermana mayor, pero entendía que ella no le decía esas palabras para afectarlo, ella lo amaba.


—Pero nada de lo que me dices hará que deje de gustarme Melissa —dijo Alex con cierta pesadumbre en la voz.


—Entiendo. Pues lo mismo que te dije al principio. Hazte su amigo y luego ya la invitas a salir. No sirve de nada que te guste y tu no a ella. Es cosa de dos. Algo mutuo. Conózcanse y si ya no le gustas, a conocer a la siguiente chica. De igual forma, habrías ganado una buena amiga. En el futuro, ella podría presentarte a sus amigas —explicó de manera elocuente la hermana mayor. Alex se quedó en silencio, como si estuviese meditando profundamente las palabras de Elisa.


Tras aquellas palabras, Elisa dio un gran abrazo a su hermanito. Lo rodeó con sus brazos, y sus pechos, bastante grandes para una chica delgada, se encajaron entre el brazo derecho de Alex. El abrazo se prolongó, y ella lo atrajo hacia sí. Entonces la cabeza del chico, quedó atrapada entre los senos de su hermana que lo acurrucaba como si fuese un bebito. Pasaron varios minutos de esa manera, Elisa abrazando a su hermano, y su hermano dejándose abrazar. Alex como por inercia puso la nariz entre el canalillo que se formaba entre los grandes pechos de su hermana, y observó que Elisa parecía no darse cuenta. Alex sintió entonces algo raro, en su entrepierna algo se despertaba. No quería que por nada del mundo su hermana se enterase de aquello. Las cosquillas que empezaba a sentir en el endurecido pene debían ser ocultadas a toda costa. Entonces decidió hablar.


—Me voy a quedar jugando un rato más.


—Bueno, yo tengo que ponerme a terminar una tarea para irme al gym —aseguró Elisa, entendiendo que el abrazo había ya tenido una duración más que suficiente.


Elisa se levantó del sillón y fue a realizar sus deberes para la facultad de psicología.
Alex se quedó solo en la sala. Fue al baño y se encerró. Salió varios minutos después, cuando ciertos demonios fueron mutilados a base de jalones en su caprichudo pene. «No está bien pensar en mi hermana, no está bien pensar en mi hermana, no está bien pensar en mi hermana», se repetía cada vez que le pasaba una de estas involuntarias erecciones provocadas por su bella hermana, o cuando no podía dejar de verle los pechos de reojo. Con Melissa también le sucedían erecciones, pero le sucedían cuando pensaba en ella voluntariamente, no en medio del puto salón de clases. «Bueno, una vez sí me pasó, pero solo una vez», se dijo recordando aquella vez en que no dejaba de verle los muslos a su vecina de mesabanco. En cambio, en su hermana no pensaba casi nunca. Más bien, era ella que se le echaba encima frotándole los senos, o a veces, Elisa se vestía con poca ropa y el no podía evitar mirar a su hermana, porque no era un ciego, y no era de palo. En otras ocasiones, Elisa no estaba vestida de manera provocativa como tal, sino que ella era sexy con cualquier indumentaria que se pusiera encima. Era suficiente ver un par de veces el respingado trasero de su hermana cuando cocinaba de espaldas a él para tener una de esas potentes reacciones automáticas. Alex quería respetarla, y se contenía por que en realidad solo se masturbaba deliberadamente pensando en Melissa, el amor de su vida. Así, en el baño, en ese momento después de los consejos que le otorgó su hermana, desquitó sus ganas dirigiendo sus pensamientos hacia los pechos de Melissa, imaginándose que aquel contacto con su brazo y su rostro, no era el de su hermana, sino el de su compañera.
Horas más tarde, mientras estaba recostado en su cama, Alex se prometió reunir el valor suficiente para invitar a Melissa a salir a alguna parte que se le ocurriera. Además, cobijado por la oscuridad de su habitación y la intimidad de sus pensamientos, se hizo la promesa de intentar vencer esas reacciones incontrolables que le ocurrían cuando Elisa se le encaramaba, cuando lo abraza con ese cariño tan magnifico, o cuando se ponía sus minifaldas y era imposible voltear a verle el culo. No sabía que tenía que hacer para salir victorioso en tal promesa, pero por lo menos lucharía contra ese peculiar inconveniente que le dificultaba la convivencia con su adorada hermana. Lo último que él deseaba, era que Elisa se alejara de él si un día descubría una de sus erecciones después de que le dio tantos cuidados y tantos abrazos.


Con esos pensamientos revueltos en su cabeza, poco a poco el mundo se fue desvaneciendo. Una paz increíble lo fue envolviendo junto con una oscuridad benévola que le daba un gran descanso. Se durmió al fin, ahora los sueños que vivía eran sobre su compañera Melissa. Se besaban y eran muy felices. Su hermana Elisa también estaba presente en ese sueño, pero nunca recordó suficiente de lo que sucedió en tal viaje onírico.


El bullicio en el salón de clases estaba tope. Al profesor parecía no importarle demasiado, en sus ojos se revelaba una gran impaciencia por retirarse del lugar lo más pronto posible. Pero debía resistir un poco más, solo unos cuantos minutos de espera y el timbre sonaría, entonces toda la escuela sería vaciada de los ruidosos alumnos y de personal docente.


Alex había recibido la explicación de un trabajo que los alumnos debían desarrollar en parejas, ese proyecto lo impregnó con preocupación. Le turbaba que, siempre que tocaba hacer trabajos en pareja, a él, le tocara quedarse solo o juntarse con algún otro exiliado. Sus dos amigos poco se compadecían de él en estas situaciones, porque entre ellos dos, se les facilitaban las cosas al vivir a una calle de distancia. Alex por otro lado, tendría que caminar demasiado, tomar el autobús o pedir a su hermana que lo llevara para poder juntarse con Joel o Rodrigo.


Habían salido todos los alumnos de la escuela cuando Alex aún pensaba en tal situación. Simplemente no podía sacárselo de la mente. «Ni modo, tendré que hacerlo solo, otra lamentable vez», pensaba mientras recorría el camino distraídamente y mirando el suelo. Estaba sin embargo, yendo en la dirección correcta que conducía hacia su hogar. Aspiró profundamente y decidió al fin dejar de lado el asunto. No era tan malo trabajar solo de vez en cuando a fin de cuentas. Levantó el rostro, infundiéndose de calma y orgullo, como un guerrero de algún mundo fantástico, al que no le quedaría otra salida, más que luchar con su afilada espada contra un grupo de terribles orcos. Fue en ese instante cuando un milagro ocurrió.


Melissa. Su Melissa, esa compañera que era propietaria de las piernas y senos en los que tanto pensaba, caminaba con prisa a una cuadra adelante de él. Infundido por un instinto locuaz, comenzó a correr a toda la velocidad que le era posible exigir a sus piernas. En cada enorme zancada que daba, la mochila le golpeaba la espalda de forma bastante molesta. Entre más rápido corría, más contundente y fastidioso era el coscorrón que le proporcionaba la mochila.


Pero el esfuerzo valió la pena porque alcanzó a la chica. Justo cuando estaba a unos pocos metros detrás de ella, se detuvo de golpe, y comenzó a caminar y respirar con potencia para recuperar aire. Una vez controlada su acelerada respiración, y limpiado los sudores provocados por la correría, volteó a ver los castaños cabellos rizados de su compañera. De paso, le miró la parte trasera de la falda que insinuaba su trasero paradito y los muslos de manera fugaz, Alex lo hizo como si fuese un desperdicio el no hacerlo. Entonces le gritó:


—¡Melissa!


La chica volteó. Sus miradas se encontraron y ella le sonrió. Melissa detuvo su marcha para esperar a su cansado compañero.


—¿Vives por aquí? —preguntó ella una vez reunidos.


—Sí. No vivo muy lejos. Como a unas cinco calles en línea recta —dijo Alex, y se detuvo una fracción de segundo para contar con los dedos alguna cosa que no verbalizó—, y tres a la derecha. Por la calle Ámbar. ¿Y tú?


—Yo dos calles derecho y luego dos a la izquierda, entre Maple y Abenitote. Vivo más cerca que tú de la escuela —dijo Melissa con alegría.


—Vaya. Ja, ja, ja. Sí, en eso me ganas Melissa. Pero estoy sorprendido porque vivimos muy cerca y nunca te había visto por este camino.


—Debe de ser porque, en cuanto salimos de la escuela yo me voy a la casa. Y tú, de seguro te quedas platicando allá afuera de la escuela.


—Sí, supongo que debe ser eso. A veces me quedo platicando pero no todos los días. Pensé que tal vez tomabas otro camino.


—No, siempre me voy por aquí, es el camino que más me gusta. Me encantan los árboles bonitos de esta calle y las flores que siembra la gente que vive en esta área —reveló Melissa.


—Bueno. De ahora de adelante, a ver si te encuentro más seguido —dijo Alex, ruborizándose levemente.


—¡Sí! Claro que sí. Nos podemos ir juntos hasta donde nos separé el camino, bueno, eso si nos vemos en la salida.


De pronto dejaron de hablar, y continuaron caminando en silencio una calle más. Tras ese largo silencio, Alex recordó que se encontraba sin compañero para hacer el trabajo. No tenía idea si Melissa se había juntado ya con algún otro compañero. Pero decidió que no perdería nada con preguntar. De cualquier forma, se las arreglaría a partir de este día para cruzarse con ella todos los días por ese camino que compartían para llegar a sus respectivas casas.


—Oye Melissa… ¿Tienes compañero para el trabajo de parejas? —inquirió el chico.


—No. En la tarde iba a llamarle a Paola para ver si nos juntábamos. ¿Tú con quien lo harás? Déjame adivinar, con Rodrigo o con Joel.


—Negativo. Con ninguno de los dos. Ellos se juntarán entre ellos. Son vecinos casi, así que les evita la dificultad de venir a mi casa, o yo hasta las suyas —respondió Alex haciendo un gesto que revelaba decepción.


—Ya veo. Paola también vive bien lejos. En la quinta chingada, la verdad. Ja, ja, ja. Y luego ella siempre dice que no la dejan ir a casas ajenas y tengo que ir yo. La verdad me da un poco de flojera —dijo Melissa.


—No estaría mal que lo hiciéramos juntos, vivimos cerca al cabo. Bueno, a menos que no quieras. No pasa nada —expuso Alex cautelosamente. En ese instante, el corazón le comenzó a palpitar con mucho vigor debido a un nerviosismo achispado que jamás había experimentado antes.


—No es mala idea. Eso me ahorraría algunas incomodidades que no me gustan de ir a la casa de Paola. No es solo que viva lejos, es que en su casa no se puede trabajar, es… Bueno, luego te platico, aquí yo me voy por este camino —dijo Melissa señalando con el dedo la dirección que tomaría—. ¿Cuándo puedes juntarte?


—Por mí, desde hoy —respondió Alex.


—Yo también puedo. El trabajo es para el martes, porque ese día nos toca biología, y si lo terminamos hoy, será un gran alivio. Tendríamos libre el fin de semana. Bien. Entonces… ¿Mi casa o tu casa?


—Tu casa. Pero no sé donde es…


—¿Qué te parece si nos vemos aquí en dos horas? Antes de las tres te mando un mensaje para ver si ya vienes en camino —manifestó Melissa.


—Me parece bien. Entonces hasta más tarde.


—Nos vemos.


Alex siguió caminando unas cuantas calles más en línea recta. La sonrisita, que parecía habérsele tatuado en el rostro, no hacía justicia al gozo celestial que estaba experimentando en su interior. Un torbellino de felicidad infectó el alma de Alex. Por fin, por fin había logrado un avance, y era todo gracias a la frialdad de sus dos traicioneros amigos.


Era verdad que se hizo la promesa de invitarla a salir, pero las cosas salieron casi igual o mejor de lo imaginado. A fin de cuentas, estaba haciendo exactamente lo que le había aconsejado Elisa: conocer a Melissa y que ella lo conociera a él. Quizás en esa misma tarde la invitaría a ir al cine. No podía vislumbrar si el valor para hacerlo le llegaría, pero al menos ahora se miraba una luz al fondo del túnel oscuro que era su desesperación por Melissa.


Horas más tarde, sin haber sido capaz de buscar siquiera el más frugal de los alimentos, Alex se encaminó lentamente donde había quedado con Melissa. Este era uno de esos días donde su hermana no llegaba a casa para prepararle comida. Elisa estaba en la universidad y no llegaría hasta la noche, pero ese no era el factor que lo mantenía determinado a no probar bocado. Simplemente, el hecho de sentir en las vísceras una ansiedad por ir a casa de Melissa, le hacía pensar que si probaba algún alimento, le caería mal, y se convertiría en el clásico chico idiota que le da diarrea en casa de su chica. Para rematar, podría ser tan agravante el asunto, que terminaría inundando el baño o algo por el estilo.


Esperó algunos minutos en el lugar, y luego llegó Melissa. Ella se veía aún más espectacular sin el uniforme escolar. Ahora vestía un pantalón de mezclilla muy ajustado y una camisa de tirantes que si bien no tenía escote, por los lados se le asomaba el sujetador color negro. Caminaron juntos entre risas y anécdotas escolares hasta que estuvieron frente al patio de la casa de Melissa, durante el trayecto, Alex volteaba sin cesar una y otra vez hacia ese pequeño espacio donde se le miraba el sujetador a su tetona compañera.


Llegaron directo a trabajar en el proyecto, y se detuvieron solo cuando el cansancio les invadió. Les faltaba poco para terminar, pero tan solo restaban detalles superfluos. Entonces llegó la madre de Melissa encontrándolos sentados en la sala, con una laptop en medio de un montón de papeles en estado de desorden. La mujer saludó al chico con afecto cuando Melissa, indiferente, se lo presentó a su madre como compañero de clases. Alex se embobó de repente con esa señora, era increíblemente hermosa. Ahora entendía de donde había sacado Melissa todos sus atributos físicos: el culo, las tetas, el atractivo rostro, todo.


Parecía ser que Aurora, la madre de Melissa, venía de una sesión de gimnasio, Alex lo intuía porque la mujer se vestía de una forma muy parecida a Elisa cuando iba al gimnasio. La figura de la señora Aurora, a comparación al de su hermana, no era inclinada a la delgadez, daba a pensar todo lo contrario. Aurora parecía deleitarse en incrementar las formas femeninas de su cuerpo: amplios senos, caderas insinuantes, y trasero enorme y jugoso. Era una mujer alta, mucho más alta que Alex, era imponente pero de trato amable. Trató tan bien al chico, que cuando le preguntó si ya había comido, al responder negativamente a la señora, esta regañó a su hija Melissa por no ofrecerle nada al chico. Melissa respondió quejándose que ella tampoco había comido, y nadie se preocupaba por ello. Entonces la señora encargó una pizza para los estudiantes.


—Ustedes se van a encargar de recibirla. Yo me tengo que ir ahorita —dijo Aurora encaminándose hasta unas escaleras que conducían al segundo piso de la casa.


Estaban ya comiendo la pizza cuando la señora aurora pasó a lado de ellos con un vestido corto que atrajo la mirada insistente de Alex.




—Ahorita en media hora va a venir tu papá mija. No se queden tan tarde trabajando —declaró Aurora—. Nos vemos al ratito.


La señora cerró la puerta, y Melissa se asomó tras las cortinas de la ventana para comprobar que su madre se hubiera marchado.


—Y eso, quiere decir que te tienes que ir Alex —dijo Melissa.
—¿Cómo así?


—Sí. Mi padre viene, y si nos encuentra aquí solos se puede enojar…


—Entiendo. No hay problema, luego nos juntamos para terminar —respondió Alex.


—Mañana en la escuela nos ponemos de acuerdo. Al cabo todavía tenemos viernes, sábado, domingo y lunes para hacerlo.


—Oye Melissa… No sé que te parece, pero…
—¿Qué pasa?


—Pues… Quería saber si quieres ir al cine mañana…


—Ah… No lo sé. Mañana te digo, es que no sé si voy a salir en la tarde con mis papás —dijo Melissa despreocupadamente, como si le hubieran pedido si quería un postre que de momento no se le antojaba, y no una invitación al cine.
—Bien. Entonces nos vemos mañana.


Alex llegó a su casa. Era de noche. Su hermana estaba estacionando su auto en la entrada de la casa. En ese momento le contó todo lo sucedido con Melissa. Elisa se emocionó muchísimo cuando se enteró por boca de su hermano, que invitó a Melissa al cine.


—¿Y la vas a besar? —preguntó Elisa haciéndole un poco de burla.


—¿No es muy pronto? —inquirió el chico tomándose en serio las palabras de la hermana.


—No… Es perfecto momento. Bésala.


—Muy bien, pero… —Enseguida, Alex agachó la cabeza como si no tuviera el atrevimiento necesario para decir aquellas palabras que le herían el orgullo y le sumían en una gran vergüenza.


—¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?


—No. Es que, no sé como besar…


—¿Y te gustaría aprender? —dijo Elisa mirando a su hermanito con profunda compasión. Pero Alex no logró contestar la pregunta de su hermana porque en ese instante la puerta se abrió. Sus padres habían llegado.


Saludaron a sus padres, y conversaron sobre curiosidades y divertimentos banales que los miembros de esa familia habían experimentado a lo largo de su día. Elisa contó las dificultades de la universidad, y Alex la aventura que había supuesto hacer trabajo con su compañera Melissa. Los padres por su parte, Mara y Dalvin, estuvieron juntos todo el día. Habían terminado de planear un viaje hacia un desierto a muchos kilómetros de la ciudad para conocer ciertos aspectos que plasmarían en su nuevo libro, del cual, serían coautores. Esta situación, hizo entender a Elisa, que muy pronto, Alex y ella, se quedarían muchos días solos en casa.


Elisa llegó a casa después de una mañana en la universidad. Era un viernes caluroso, de esos días en los que necesitaba usar poca ropa para resistir la opresión sofocante del ambiente. Se había puesto un short muy corto, y un crop top con escote. En la escuela, este atuendo provocó que la cantidad de miradas dirigidas a su cuerpo se multiplicaran exponencialmente sobre las miradas usuales. Estaba acostumbrada a que voltearan a verla todo el tiempo, pero ocurrían ocasiones en que determinado atuendo incrementaba sin querer estas situaciones donde las miradas se convertían en algo más frecuente y duradero.


Elisa se daba cuenta de esas miradas, aunque no pensaba demasiado en lo que significaban o en lo que representaban para ella. Su mente, casi siempre, se mantenía ocupada en las tareas escolares, en cuidar de su hermano y conservar la buena figura.
Elisa, no andaba con algún novio, pero en el pasado, tuvo a más de uno. Una larga lista de ellos, hubiera aparecido si se propusiera a recordarlos y escribir sus nombres. Sin embargo, Elisa estaba ahora en una posición en la que esa clase de actitudes de niñas de secundaria le parecían ridículas. Ella misma hizo una lista de esas muchos años atrás, ahora se avergonzaba un poco de haber actuado de tal manera.


Estaba pensando en cuando llegaría el momento en que se sentiría lo suficientemente en paz como para hacer caso a alguno de sus pretendientes. No es que alguno de ellos no fuera un buen prospecto, es que ella no sentía las ganas de entrar en relaciones sentimentales. Su último novio de hace un año, la engañó varias veces y llegó un momento en que ya no pudo perdonar.
Elisa estaba reflexionando en esas cosas cuando llegó su hermano de la escuela.



—Hermana —recitó Alex para sacar a Elisa de sus ignotos pensamientos.


—¿Qué pasa Alex?


—Quería ver si más al rato me puedes dar un aventón al cine. Voy a ir con Melissa.


—Así que, siempre si te dijo que sí —enunció Elisa sorprendida.


—Sí. Bueno, nunca dijo que no quería. Solo era que no sabía si podría ir por culpa de algunos planes de sus papás. Pero al final sí pudo —señaló Alex.


—Entiendo. Pues te llevo, pero dime a qué hora será, porque tengo ir al gym más al rato.
—A las seis, pero… ¿Podemos pasar por ella?


—Sí, no hay problema. Vive cerca de cualquier forma, así que no pasa nada.


—¿Pero a qué hora irás al gimnasio tú? —preguntó Alex preocupado.


—A eso de las ocho.


—Es que… Quería saber si nos puedes recoger del cine. Le diría a mi mamá, pero ya vez que llegará hasta más noche.


—Sí. No te preocupes hermanito será como tú quieres —dijo propinándole un beso en la mejilla.


Así fue como Elisa sin decirle a su hermano, se vistió para hacer ejercicio en casa. Le daba enorme pereza tener que andarse con prisas en el gimnasio, el hecho de estar viendo la hora y estar al pendiente de asuntos ajenos al ejercicio, le ocasionaba perder el disfrute que le daba hacer ejercicio. De manera que, realizaría algunos ejercicios aptos para sacarles provecho en casa. Así, cuando su hermano le marcara por teléfono, ella iría por él sin interrumpir la rutina que usualmente trabajaba ese día en el gimnasio.
Mientras tanto en el cine, una vez siendo dejados por Elisa, Alex y su compañera, disfrutaron una película de terror. Al terminar, salieron de la sala de cine para regresar a sus casas.


—Creo que le llamaré a Elisa —dijo Alex.


—No, hay que irnos solos…


En ese momento, caminando por la acera, con una multitud de desconocidos pasando su lado, los dos compañeros se vieron a los ojos un instante. La mirada de Melissa chispeaba tratando de comunicar algo que a su voz le era inconcebible. Alex se acercó a ella, y la tomó de la cintura y le planto sus labios a los de Melissa. Pero las cosas no salieron como las había planeado segundos antes, el beso se dio, pero los dientes de Alex, chocaron contra los de Melissa creando una situación más que molesta, incómoda. Melissa se hizo para atrás. No se burló de Alex, pero le hizo entender que no se volverían a besar por lo menos en ese instante por una razón que ella no explicó.
Elisa no recibía la llamada de su hermano. Afuera, la lluvia comenzaba de menos a más. Diez minutos atrás, una tenue llovizna caía adornando el ambiente con sus gotitas y minúsculos golpeteos sobre el tejado. Ahora la lluvia se convirtió en algo casi torrencial. Elisa estaba preocupada, eran las ocho y media y Alex no llamaba. Decidió no presionarlo, se aguantó las ganas de llamarle. No quería convertirse en una hermana enfadosa y sobreprotectora. Además, comprendía perfectamente, que Melissa podría interpretar esa preocupación en el sentido que, Alex era un niño mimado. Para Elisa lo era, por supuesto, lo mimaba y le gustaba hacerlo, pero era una cuestión privada entre ella y su hermanito. No le gustaba que los demás se entrometieran. Más allá de eso, no pretendía arruinarle las oportunidades amorosas a su hermano. Si bien le daba un poco de celos y preocupación esta situación con Melissa, pues ella pudiera maltratarlo, entendía que Alex debía de crecer en muchos sentidos. Para bien o para mal, las relaciones amorosas era una de esas cosas.


Continuó Elisa realizando sus ejercicios, plantó el teléfono frente a ella para darse cuenta fácilmente cuando Alex le marcara. Estaba intentando una posición de yoga, donde paraba su trasero mientras su barbilla tocaba la superficie de su esterilla púrpura para yoga. Esa posición, le recordó vagamente la forma en que su exnovio la ponía a veces cuando llevaban a cabo relaciones sexuales. Cuando efectuaba esa posición en medio del coito, el novio, era quien le doblaba la espalda casi a la fuerza. Le decía a Elisa que adoptara esa postura, y mientras aún la penetraba, le decía cosas como: «Ponte de perrita y para más el culo». Entonces el novio como adición a sus instrucciones, tomaba la cabeza de Elisa y la aplastaba con una de sus manos con una potente firmeza, esta solidez no le permitía a Elisa levantarse por más que se esforzara. Que le hiciera eso el exnovio, le provocaba emociones extrañas, por un lado le molestaba que la sometiera de forma tan cruel, por el otro, le excitaba sin saber el por qué, y siempre terminaba corriéndose de forma más intensa de lo usual. Estaba recordando como suplicaba a su exnovio que la liberara, cuando de pronto, por el rabillo del ojo, vio una silueta en el marco de la puerta de su dormitorio. Una figura, estaba plantada viendo como paraba las nalgas de forma tan sugestiva. Giró la cabeza, y se dio cuenta de que era su hermanito.


Alex estaba mojado de pies a cabeza, la lluvia le había alcanzado. Alex había mirado a su hermana en aquella extraña posición, hasta que ella se dio cuneta un par de minutos más tarde. Él aún recordaba aquella promesa que se hizo antes de dormir dos días atrás, pero en estos momentos la cabeza le daba vueltas y esa promesa carecía de importancia. Lo que había ocurrido con Melissa lo desorientó en sobremanera y le embotó el pensamiento lógico. No era tampoco, que ver a su amada hermana parando su prominente culo le estuviera despertando una erección en ese preciso instante, porque no era así. Más bien, era una visión que le reconfortaba la vista y la mente. Algo que no podía evitar ver por nada del mundo, quizás, si no estuviese acongojado por fallar en el beso que le dio a Melissa, su pito respondería de la forma habitual. Por ese mismo motivo, no le entregó demasiada importancia a la promesa, porque solo pudiera avergonzarle que el pito se le levantara, como si este fuese una especie de alarma que le indicaba cuando debía dejar de ver a su hermana, ella siempre tan bonita, cambiando siempre de peinado, levantando siempre las nalgas de forma provocadora, abrazándolo, besándolo y protegiéndolo. Era la mejor mujer del mundo, era la mejor hermana del mundo y él no podría negarlo aunque le torturaran para decir lo opuesto.


Elisa se puso en pie y observó detenidamente a su hermano.
—Ve a bañarte o te enfermarás —ordenó la hermana con autoridad en la voz. Estaba furiosa porque el chico no le llamó para que fuera a recogerlo, había estado muy preocupada y encima llegaba él mojado de pies a cabeza. Así y todo, evitó regañar al chico de momento. Esperaría a que este estuviera seco y limpio.


—Tengo algo que contarte hermana —pronunció Alex con voz baja.


—Tendrá que esperar a que te bañes. Estás mojado, mirate nada más. ¿Por qué no me llamaste Alex? Me tenías en ascuas, preocupada, y encima me hiciste no ir al gimnasio. Todo en vano. Ve a bañarte y luego me explicas —bramó Elisa saliendo un poco de sus casillas, pero no tanto como para llegar a gritar.


Alex fue en silencio a bañarse. Comenzó a llorar. Su hermana a veces lo trataba así cuando se enojaba, era injusto. El comportamiento usual de Elisa era comedido, razonable y equilibrado, austero de conflictos. Pero cuando la hacía enojar, se mostraba autoritaria, dominante y tajante. Esa era el gran defecto de su hermana, cuando ella creía tener la razón, nadie la sacaba de esa creencia. Alex sufría mucho cuando Elisa se ponía así, y siempre lloraba cuando era maltratado por su hermana mayor. Habiendo estado tan acostumbrado a su lado amable en el día a día, era muy sorprendente cuando Elisa se enojaba. Y en el fondo, Alex comprendía con increíble culpa interior, que ella estaba en lo correcto y él estaba mal. Ahora lloraba a lágrima viva mientras se enjabonaba el cuerpo.


Salió cambiado y seco. Sus ojos estaban inyectados en sangre, mostraban un innegable y vivo color rojo, producto de las lágrimas. Su hermana fue a buscarlo, porque Alex se encerró en su habitación y ya no fue a buscar a Elisa.


—Ábreme Alex, necesito hablar contigo —dijo Elisa con voz de mando mientras tocaba la puerta de la habitación de Alex.


Alex abrió. Su cabeza estaba agachada, parecía ya un estado habitual en él estar desanimado y con tal semblante decaído.


—No quiero que vuelvas a hacer lo que hiciste. ¿Me entiendes? —Alex solamente movió su cabeza de arriba hacia abajo para hacer entender a su hermana que su respuesta era afirmativa—. Voltea a verme cuando te hablo —ordenó la hermana.


Alex levantó la cabeza. Elisa lo vio a los ojos que estaban demacrados. Elisa suspiró y se ablandó al instante. Ella entendió que había sido muy dura con él.


—Dime qué te pasa —pidió ya sin ese tono pedante que había utilizado anteriormente.


—Es que… Perdón hermanita… Es que… —El chico estalló en lloriqueos y las lágrimas, ahora junto con mocos líquidos, volvieron a correr por sus mejillas. Su hermana lo abrazó al instante, como si las lágrimas activaran un interruptor que funciona para derretir todo el enojo de Elisa.


—Hermanito… ¿Qué tienes bebé? Nunca te había visto así. Perdoname tu a mí por hablarte tan feo, me enojé porque no me llamaste, y… Dime qué tienes —dijo Elisa mientras acariciaba el cabello de su hermano mientras este vertía lágrimas entre jadeos y lloriqueos— Tranquilizate bebé. Ya no me voy a enojar contigo.


—No es… So… Solo eso —jadeó Alex entre convulsos esfuerzos.


—¿Entonces qué más? —preguntó preocupada la hermana.
—Melissa.


—¿Qué tiene Melissa? ¿Te hizo algo? —inquirió Elisa frunciendo el ceño como preparándose para una mala noticia que llevaría a convertir a Melissa en su peor enemiga de ahora en adelante.


—La be, be… La besé —Elisa está muy sorprendida y confundida.


—Ajá, y... ¿Qué es lo malo de eso? —preguntó Elisa aun con la confusión adherida a su ser.


—Que la besé mal. Nuestros dientes choraron, y luego, ella se quedó callada. Y nos vinimos en taxi, y por eso no te llamé. Perdón —respondió Alex tranquilizándose un poco. Parecía ser que el hecho de expresarse ante su hermana mayor, había sido una acción un tanto terapéutica para ese momento concreto.


Elisa y Alex se quedaron conversando cerca de una hora sobre la situación del beso y otros asuntos relacionados. Después de haber consolado a Alex, se pusieron a ver una película en la alcoba del hermano menor. Se acostaron en la cama, y luego, cuando la temperatura bajó un poco, ambos hermanos se metieron entre las cobijas. Alex recordó muchos momentos de cuando era más pequeño, a menudo Elisa le ponía películas y las miraba con él. Ella jamás optó por dejarlo solo a su suerte, Alex la admiraba, le temía y la quería. Era sin duda la persona más inteligente y amorosa que él conocía. En este aspecto, incluso sus padres, ambos seres distantes y siempre inmersos en asuntos de mayor trascendencia para ellos, estaban desplazados por la fidelidad de Elisa hacia el hermanito.


Elisa se quedó profundamente dormida en la cama de Alex, al despertar, logró recordar que estaba muy cansada y que pasar una noche en cama de su hermanito no era para nada mala idea, después de todo, él había tenido un día muy duro, merecía más cariño de lo normal. No recordaba el final de la película que estaban viendo, lo último que recuerda, era que su hermanito la tenía abrazada como si fuera mucho más pequeño, un niño que abraza a quien ama. Costaba creer que ya tan rápido había entrado en la preparatoria.


Fue en esa mañana, entre las sábanas, en que Elisa se desconcertó. Alex estaba dormido justo detrás de ella, la tenía aún abrazada, aunque estaban en distinta posición a la que ella recordaba. Ahora ella le daba la espalda a Alex, y él hermanito estaba agarrándola de la cadera. Sentía a demás los genitales del chico en su trasero. Elisa no podía creerlo, pero no lograba obtener claridad de todo el asunto. Una parte de ella se preguntaba si lo que sentía detrás era una erección, o es que, su hermanito poseía un aparato tan grande para que se sintiera de esa forma sin estar erecta. La hermana mayor no vio el hecho de una forma morbosa, más bien se explicó a si misma, que aquello correspondía a una reacción natural de los seres humanos. No significaba que Alex sintiera calentura por ella, razonó, sino que, a todos los hombres se les paraba en el amanecer. Elisa quiso salir de la cama, pero en ese momento Alex despertó.


—¿A dónde vas hermanita? —preguntó con voz inocente el soñoliento hermano menor, mientras este, con una fuerza insospechada, jaló a Elisa de regreso a la cama para volver a pegar su pubis con el culo respingado de la hermana. Era como si a Alex se le hubiera apagado la capacidad de raciocinio. Aún no despertaba del todo, era claro.


—Me tengo que ir a arreglar para la universidad mi amor, también tengo que ir los sábados —dijo Elisa con voz ronca. En las mañanas siempre le dolía la garganta por el frio de la madrugada.


—No quiero que te vayas, hay que quedarnos así, acostados —suplicó el hermanito.


—No puedo Alex. Ya voy a salir de vacaciones y entonces nos podemos quedar viendo películas más seguido. ¿Qué te parece si el lunes que ya salga, nos quedamos ahora en mi cuarto?


—Está bien… —aceptó resignado el hermanito.


—Nos vemos en la tarde o en la noche, hoy no sé a qué hora regresaré. A lo mejor me voy con unos compañeros a festejar que ya saldremos de clases. Pero bueno, si no viene mi madre, pides algo de comer, te voy a dejar dinero en la mesa.


Habían pasado algunas horas. Alex estaba pensando en Melissa, en si la amistad de ambos, se había arruinado a causa del lastimoso beso. «Fui muy lejos, no debí hacer eso», se recriminó el chico. Tan inmensa era su autoflagelación emocional, que decidió tratar de escapar de el asunto dándole una resolución. Tomó su teléfono y marcó el número de Melissa. La chica contestó. Hablaron un rato. Alex utilizó la excusa de que, aún les faltaba afinar los detalles de su trabajo para presentarlo el martes, y quería saber qué día podría Melissa juntarse con él. La chica parecía no impactada por el evento del beso, hablaba con total naturalidad. Alex se sintió un poco reconfortado por eso. Pero aun así, las preguntas mentales volvían una y otra vez mientras hablaba con Melissa. Entonces decidió ser directo.


—Melissa… ¿Después de lo del cine, no volverías a salir conmigo? —preguntó Alex con voz temblorosa.


—Alex, mira, podría salir contigo, pero solo como amigos —declaró Melissa tratando con su tono de voz de no herir a quien ya consideraba un amigo valioso.


—¿Por qué solo como amigos? ¿Es por el beso? —insistió Alex.


—En parte sí. Más que nada, es porque no quiero arruinar nuestra amistad. La verdad me caes muy bien y no me gustaría que esto se arruine. Mira, el lunes nos juntamos. Ahorita me tengo que ir.


Alex se despidió de Melissa. Cuando dejaron de hablar, Alex se quedó tumbado boca abajo en su cama pensado en la esclarecedora conversación.
Era de noche, una noche calurosa en la madrugada, muy contrario a lo habitual en la zona donde vivían la familia de los Temprado Zavaleta. Los padres de Elisa ya estaban en casa, y dormían plácidamente en la primera planta de la casa donde se encontraba su alcoba. Elisa subía las escaleras del segundo piso de la casa tambaleándose, el alcohol que había ingerido fue demasiado para ella. La cabeza le daba vueltas, los objetos de la casa se divisaban borrosos.


Para llegar a su habitación, forzosamente debía pasar frente a la puerta de la habitación de su hermano menor, para después continuar en línea recta por el pasillo. La puerta del chico, estaba abierta a medias, y la luz azul de una computadora portátil, iluminaba el rostro del hermano. Estaba acostado, pero parecía ser que no era capaz conciliar el sueño. Entró en la habitación del hermano mientras tocaba levemente la puerta con los nudillos. El chico volteó a verla con cara de pena.


—¿Qué haces a estas horas despierto? —preguntó Elisa tratando de parecer lo más sobria posible.


—No puedo dormir, Melissa dijo que ya no saldría conmigo porque no sé como besar —espetó el chico. Al fin había llegado su hermana. No había admitido consigo mismo, que, a ella, su hermana, la estaba esperando para que le aconsejara y le consolara.


—Esa Melissa, esa Melissa. Ya olvidate de ella hermanito.


—¿Pero y si luego la siguiente chica que me guste me dice lo mismo? —interrogó afligido el hermano. Sabiendo de antemano, que estaba exagerando un poco las cosas para que Elisa se compadeciera de él. Esa táctica la había usado con Elisa innumerables veces a lo largo de los años y hasta el momento, no dejaba de funcionar. Abrazos, besos, mimos, dulces, y toda clase de premios, es lo que había conseguido de esa manera.


Elisa guardó silencio durante unos instantes. La borrachera provocaba que no pensara con la suficiente claridad para decir algo con sentido. Pero en general, su hermano tenía razón, en ese periodo de la vida, las chicas son demasiado superficiales y pueden ser muy desdeñosas con los chicos que no tienen experiencia.


—¿Entonces qué es lo que te gustaría hermanito? —preguntó Elisa porque en realidad se había quedado de momento sin consejos útiles, cualquier cosa que dijera no le daría alivio alguno al hermano.


—Me gustaría aprender a besar, y así ya le puedo demostrar a Melissa y luego a otras chicas que lo sé hacer. Es decir, con alguien tengo que aprender y, ¿cómo aprenderé si nadie me quiere besar?


—Ya veo…


Se quedaron en silencio un par de minutos. Elisa que estaba sentada en el borde de la cama, pensó en una solución fácil, rápida y muy educativa. Ella se transformaba en una persona valiente siempre que Alex se encontraba en problemas o cuando él la necesitaba para alguna dificultad, todo el tiempo le solucionaba los problemas, y ella parecía estar dispuesta a ello. Le llevaba nueve años por delante, y siempre lo había protegido y cuidado. Estaba tan acostumbrada a sacrificarse por él, que le daba gusto hacerlo. Recordó muchas de las veces, en que había compartido sus alimentos con Alex, o parte de su mesada de los domingos, o cuando lo bañaba para ayudar a su madre. Elisa suspiró, porque ella conocía la solución ahora.


—Tengo una solución, pero no sé qué vayas a pensar… —dijo Elisa cautelosamente.


—Dime, por favor hermanita, estoy muy desesperado —reveló Alex.


—Pues a lo que yo veo, es que yo te puedo enseñar…


—¿A besar? —dijo Alex abriendo los ojos a causa de la sorpresiva propuesta.


—Si no quieres no, ya que soy tu hermana y te debe de dar asco. Pero así aprenderías —dijo Elisa.


—Tú no me das asco, para nada. Eres la hermana y la mujer más hermosa de todas. Todos quisieran tener una hermana como tú —Entonces Alex con incalculable ternura, abrazó a su hermana que parecía un poco dolida por las palabras que ella misma había pronunciado. «Por estos gestos tan lindos es que vale la pena cuidar de un hermanito menor», pensó Elisa cuando recibió ese abrazo tan tierno. Parecía ser que, ese cariño la había decidido aún más en su decisión de enseñar a Alex.


—Bueno. Si quieres aprender hermanito, tu solo dime y te enseño. Ya me voy a dormir —dijo Elisa pensando, en que, quizás el hermano necesitaba tiempo para pensar en si deseaba aprender con ella, o con alguna otra mujer de su preferencia.


—No, no te vayas. Sí quiero aprender.


—¿Ahorita? —preguntó Elisa.


—Sí. Enseñame por favor, te lo suplico —dijo Alex con desesperación.


—Siéntate aquí a mi lado entonces —dijo Elisa mientras palmeaba el borde de la cama de Alex.
El chico obedeció al instante. Sentado a un lado de su hermana, se sentía intimidado. Veía en ese inasistente a su hermana tan superior a él, tan conocedora de tantas cosas de las mujeres y de la vida, que estaba temblando de los nervios. La quería y le temía por igual, sentía que estaba a punto de pasar una especie de examen ante una maestra severa y hermosa. Además, ahora su hermana le mostraba una fase totalmente desconocida para él. Siempre se había sacrificado de alguna u otra forma por él, también le había mostrado toda clase de cariños que una hermana es capaz de dar, así como esos enojos que tanto temía de ella. Pero en esta ocasión, Elisa le mostraba una entrada, si bien a un hecho de sacrificio, también hacia su intimidad, porque, un beso era un beso. Cuando se besó con Melissa, sintió como, a pesar de haber salido mal, se formó un vinculo afectivo entre los dos. Alex y Melissa tenían un «algo» privado que compartían, era intimidad pura, sus bocas y salivas se habían mezclado un poco. Ahora tocaba la ocasión en que Elisa y Alex, por fin compartirían su propio «algo» , una cuestión incluso secreta, que él comprendía, nadie debía saber. De cualquier forma, su hermana se lo advirtió al instante.


—Nadie puede saber de esto, no lo entenderían de ninguna forma. ¿Comprendes lo qué te digo? —dijo seriamente Elisa, mirando a Alex a directo a los ojos, sin inmutarse—. Esto lo haremos porque nos tenemos mucha confianza y sabemos la verdadera razón.


—Sí entiendo. No lo diré —dijo ansioso y temeroso el hermanito.


—¿Preparado?


—S-S-Sí —tartamudeó Alex


—Bueno, primero cierra la puerta y prende la luz. Nuestros padres están dormidos, pero tampoco tienen que saber, y si despiertan por alguna razón… —declaró Elisa.


Cerrada la puerta, Alex tomó asiendo donde había estado segundos antes, al lado de su esbelta hermana de cabellos lacios y castaños. Tras el regreso y consentimiento de su adorado hermano menor, Elisa puso sus manos, cada una de ellas, a un costado del rostro del chico. Alex no advertía que hacer con sus propias manos, así que simplemente las dejó inertes sobre su propio regazo. Elisa se acercó poco a poco a él.


—Tomame de la cintura con una mano, y la otra en mi mejilla, así como hago contigo —indicó la hermana en voz baja y más profunda de lo normal.


Alex no respondió con palabras, tan solo obedeció con una tensión encajada en su ser. Tomó a su hermana tal cual ella le ordenó.


—Muy bien, ahora muéstrame como besaste a Melissa, quiero que lo hagas igual.
Alex obedeció. Acercó lentamente sus labios a los de su hermana, mientras nervioso, la sostenía de la cintura. Las dos bocas se juntaron en sus superficies. Elisa no hacía nada, cerró sus ojos y solo se dejó hacer por el hermanito. Su intención era conocer qué era lo que había experimentado Melissa que le pareció tan molesto. Enseguida lo descubrió. Alex estaba demasiado nervioso sintiendo los labios de su hermana, pero una parte de él se había encendido. La calentura lo invadió como un trueno potentísimo. De repente, al sentir los labios de su hermana tuvo una erección inmediata. Elisa, aún con los ojos cerrados, sintió entonces como los dientes de su hermano chocaban contra los suyos.
Abrió los ojos.



—Muy bien hermanito. Ya sé cuál es tu error al besar —manifestó Elisa. Alex la miraba atentamente, rogando por dentro que ella no bajara la vista y se diera cuenta de que tenía el pito duro como una roca culpa suya, por culpa de la sensación sus carnosos y dulces labios. En circunstancias normales, hubiera hecho entender a Elisa que necesitaba estar solo, pero en su interior, Alex reconocía que esta era una oportunidad única para aprender cosas que de otro modo, le serían imposibles o tremendamente complicadas.


—¿Cuál es? ¿Qué debo hacer para corregirlo? —preguntó Alex acongojado.


—Mira, cuando me beses ahorita, no abras mucho la boca. Mira, mantén los labios cerrados y cuando nuestras bocas estén juntas empezamos a jugar, y de ahí ya veremos —explicó Elisa.


Alex hizo lo que Elisa le pidió. Volvió a tomar a su hermana de la cintura. Elisa cerro los ojos de nuevo. Tomó a su hermano de la nuca y sintió los labios del hermanito. No había dientes entrechocando. De pronto, los labios de ambos empezaron a moverse de diferentes maneras. Elisa comenzó a tomar el liderazgo del beso, guiando a su hermano menor en el ritmo y la forma de los movimientos. Alex no podía más con su erección, esta se le había endurecido aún más cuando sintió ese rico beso de su hermana. Al fin estaba besando a una mujer, y era su propia hermana. Nunca había pensado que un beso pudiera ser tan rico. Entonces cuando más lo estaba disfrutando, su hermana se separó de él. Tuvo que decir adiós a esos ricos movimientos de boca y al cálido aliento de Elisa que tenía un ligero regusto a cerveza y tabaco.


—Excelente, ya estas aprendiendo.


—¿Ya es todo? —preguntó Alex con marcada decepción en su tímida voz.


—No te pongas así. Ya aprendiste.


Alex agachó la cabeza. Se tapó con un brazo, disimuladamente el pene que formaba una gran carpa en su pijama. Algo se había roto dentro de él en ese instante, aquella promesa que se había hecho algunas noches atrás, fue lanzada por la borda gracias a la excitación que sentía. Los besos de su hermana, eran ahora más poderosos que todo cuanto conocía, deseaba probarlos de nuevo. Tan solo una vez, luego se haría una promesa más fuerte y estricta para ni siquiera echarle el ojo a la hermana mayor.


—Bueno, hay una cosa más. Podemos practicar besarnos de lengüita.


—¿Cómo es de lengüita? —preguntó Alex viéndose demasiado inocente ante su hermana.


—Así mira.


Y Elisa tomó a su hermano de sorpresa. Ella fue quien lo tomó de la cintura y lo atrajo hacia su cuerpo. Comenzó a besar al hermano, justo como habían hecho momentos atrás. Poco a poco, a base de esfuerzos notables, Elisa fue introduciendo su lengua en la boca de su hermano, quien al principio se estaba resistiendo un poco a dejar pasar la lengua de su hermana en la intimidad de su boca. Alex de pronto, abandonó la resistencia y el miedo que había comenzado a sentir por la agresividad con que su hermana comenzó a besarle. Se dejó hacer todo lo que su hermana quería, sentía que ella estaba abusando de su boca de cierta forma, quería decirle que lo hiciera más despacio, pero el ímpetu de Elisa al besar, le impedía hablar. Tras mucha insistencia de la lengua de Elisa, la tímida lengua de Alex fue al encuentro con la de su hermana. Después, Elisa se subió encima de Alex, y comenzó a respirar de forma extraña. La respiración de la hermana mayor comenzó a escucharse fuerte, Alex sentía las exhalaciones de su hermana en un área cerca de la oreja, en otro momento, las percibió en alguna otra parte del rostro. Sentía ahora, uno de los muslos de su hermana en pleno contacto con su miembro erecto, esto lo alarmó un poco, eso quería decir que ella ya estaba consciente de que Alex estaba excitado, y de momento, ya le era imposible poder ocultárselo. Pero Elisa no dijo nada y siguió besando a su hermano por largos minutos. Tras varios minutos de besos que se tornaron en una extraña lujuria que no se verbalizaba, ni avanzaba hacia los toqueteos, Elisa se separó de su hermanito. Varios hilitos de saliva, que conectaban ambas bocas, se quedaron suspendidos en el aire hasta que la hermana se alejó lo suficiente como para que se rompiesen.
De repente Elisa se levanta.


—Será todo por hoy Alex. Me quiero ir a bañar y a dormir. Estoy cansada.
Así fue como Alex se quedó solo en su habitación con una tremenda erección. Ahí mismo, se sacó el pene y comenzó con su mano derecha a subir y bajar frotando su frustrada verga. Trató de pensar en Melissa pero le fue inútil, sus pensamientos volvían una y otra vez hacia su hermana. «No debo de pensar en Elisa, no debo de pensar en mi hermana, no, no debo, no debo, está mal», se decía mientras se masturbaba irremediablemente. Al decir aquellas palabras, un orgasmo más grande que todos los que había sentido antes fue evocado. Su mente quedó en blanco durante muchos segundos, o quizás fue más tiempo. Sentía Alex que lo habían llevado al paraíso, que fue arrancado de su cuerpo para llevarlo a un lugar mejor. Se limpió con una camiseta vieja que estaba tirada en el suelo, y enseguida se tumbó a dormir porque una relajación increíble lo había poseído.
 

3 comentarios - Una Hermana Cariñosa y Comprensiva

cocokpo99 +3
Buenísimo, espero la continuación
Viperzone +2
muy bueno espero tenga continuación, dejo mis diez puntos