Historias de la cuarentena

Tres semanas viviendo 23 horas al día en el departamento de 60 m2; uno empieza a reconocer a qué hora salen a caminar los vecinos y sus postureos. Una pareja de más de 65 años, bien cuidada y con bastante temor en la mirada salen religiosamente entre las 19:00 y las 19:15 horas, parece que huyen de la conferencia del gobierno que se transmite a las 19 hrs. Las vecinas, las más chismosas y argüenderas de todos los edificios en los que he vivido tienden a manifestarse en jauría o parvada, en cuanto una sale, la otra le habla de la ventana y la que se siente aludida culpa a otra o les recuerda sus faltas pasadas para que no se la den de santas. “Callése vieja verdulera, -sólo dejé la basura ahí porque no pasó el camión, tu llevas 3 meses con tus tiliches en la azotea”



Después de tanto encierro uno también busca quienes son las más buenonas del edificio, hay una argenta que se ve que tuvo buen porte hace algunos años, alta delgada, de nariz afilada, ojos verdes y que siempre trae cara de trasnoche o de drogada, en la noche es una gata por los tejados, entra descalza en minifalda y con un perfume bastante rico; te tira un segundo de sonrisa amable, nada sugerente y te corta. Siempre he creído que si yo llegara con un porrito y un vino frío cuando entra de madrugada tengo un chance del 70% de acabar mojando la brocha.

Al lado tengo una ama de casa a la que la cuarentena la hecho pedazos, es claro que el marido tiene dos esposas y algunas veces le toca dormir con mi vecina y otras con sus otros hijos. La cuarentena la dejó sin visitas y sola con su hijo de 14 años, un teto que se la pasa gritándole y jugando call of duty; viven en pijama, y la pobre vecina está verde de no salir y tener que soportar la rutina del milenial. La última vez que la vi salió a tirar la basura sin brassier y con los calzones prácticamente de tirantes; se ve que ella tuviera ganas de andar desnuda pero las condiciones la obligan a andar con una pijama de poliester de paw patrol. Ella es ira y decepción de la vida. Ahí tendría que entrar con ella quejándome de la vida y darle unos apretones rudos, quitarle el trapeador, ponerle la mejilla en la mesa y metersela, sin besos ni juegos previos con la pijama enrollada en sus tobillo, pero francamente es cada vez más gorda y más fea, sólo sería un caso desesperado.

Pero señores, y aquí suspiro, hay una trigueña amable que saca a pasear a su perra “Kali” todas las tardes, de risa agradable, un poco fresa y comprometida con las causas feministas, ambientales y todo lo que suene hipster y progre. Tiene frenos en la boca y se viste de pants suelto y blusas sencillas, pero cuando se pone blusas cortas se adivina una cintura, hermosa y un culo que parece le causa problemas a su personalidad, ella quiere ser sencilla pero ese culo tan redondo, parado y carnoso le provoca esa incomodidad de saber que trae ahí pegado algo que a todos nos llama la atención y que por muy buena onda que sea la vamos a voltear con intención de imaginarla de perrito con el culo levantado.

Con ella me puse nervioso y he ido avanzando de a poco. Le he preguntado dónde hace el super y le he ofrecido traerle carne o queso de una tienda que frecuento. Desde que probó el rib eye ya no se atreve a comprar carne del super, me espera a que yo vaya y me encarga un kilo.

Su sonrisa amable, siempre es eso, sólo amable, ni sugerente ni nerviosa, ni nada. Pero dicen que en esta guerra, la paciencia es fundamental, pues cuando yo alegaba que algunas mujeres sólo quieren amistad las más de las veces se ha cumplido la sentencia de que las mujeres o vuelan o cogen. Y si, es cierto lo que me explicaba mi padre cuando yo era adolescente: ellas tienen las mismas ganas de coger que tu, quizás no contigo o quizás sí, pero también quieren probar y sentir; sólo es necesario que tengan confianza y gusto. Y me enfoqué, yo soy muy dado a que si me quieren de amigo, pues de amigo… pero ese culo era algo que realmente daba tentación, cómo podía ser tan redondo y nacer de una cintura tan breve. Le expliqué que yo solía comprar salmón en un mercado lejano y al que había que ir antes de las 7 am. El mercado está lleno de japoneses bajando de sus camionetas de lujo y metiéndose en botas al agua sucia. Ella se interesó y quedamos que me acompañaría el sábado a las 6am.

El sábado, yo desperté con el pito más duro de los nervios, pero no esperaba mucho, sabía que estaba en la fase de ganar confianza, pero también me recordé no desistir, presentar armas y darle a entender que podíamos ser amigos, pero que también me interesaba ese culo. Y todo empezó bien. Ella bajó a las 630am con un pants tipo adidas, un poco sueltos, pero que iniciaba todo en la cadera y algo ajustado en las nalgas, se ve que se había lavado la cara pero aún traía actitud de querer seguir dormida un rato más. Como le había dicho que en el mercado hacía frío, traía una sudadera también adidas. Pero por primera vez sentí una risa más cómplice, sabía que estaba enseñando un poco su cuerpo que regularmente lo guardaba en pants bastante sueltos. En el auto no hacía nada de frío, así que se quitó la sudadera...era una playera ceñida que reveló que tenía unos pechos medianos, pero que eran también una bomba: de esos pechos que nacen en un talle sin grasa, con las costillas visibles y un abdomen largo. Manejé un poco mal por ir viendo esa cintura.


Historias de la cuarentena


Siempre he querido entender cómo las mujeres dan ese paso donde pasas de extraño a material cogible, siempre he creído que alguna amiga les dice: "deberías cogertelo, se ve que te cae bien o te pone de buenas". El asunto es que cuando nos estacionamos para bajar al mercado se hincó en su asiento para ir a recoger las bolsas que estaban en el asiento trasero y yo, dije descaradamente “madre mía, sospeché que eras muy guapa, pero no imaginé que estabas tan buena”, esperaba un silencio incómodo, pero ella soltó una carcajada.

-Exageras, me dijo,

yo respondí “de ninguna manera, tu cintura es la que exagera; con esas curvas pareces guitarra española, definitivamente el box te cae muuuy bien”

-También es de genética, sabes, mi madre era muy curvilinea, era negra, así que me dió esto: y movió las nalgas como una patita apresurada

Qué haces niiiiña, uno siente, dije con las manos nerviosas y un nudo en el estómago

-jajajaja, a poco si? tan poco te dominas tus instintos animales y ahora lo movió con un ritmo arabe sensual, como si hubiera decidido sacar sus armas, pero úan con su risa tranquila de siempre.
Recién había muerto Auté, así que traía a la mano algunos estribillos, le dije “lo animal también es espíritu:

El espíritu que habita
Tu belleza más carnal
Esa luz que resucita
El pecado original
Ay, amor, ay, dolor
Yo te quiero con alevosía
Yo te quiero con alevosía, ay, amor”

Entonces se subió un poco la blusa se acarició la cintura y se movió a un ritmo mágico, lento, sensual y me vió por un segundo. Puse mis manos en sus caderas, como un primer aproximamiento a ver si la invitación era sería. Ella reclinó un poco el asiento hacia abajo y para el culo como una perrita y se siguió moviendo. Todo podía acabar ahí, como un buen chiste entre vecinos, he aprendido a no dejar escapar una oportunidad, si diste un paso, bailaré con plumas en la cabeza para que no retrocedas.
Como cuando un pez muerde el anzuelo uno no debe jalarlo tan rápido, hay que esperar a que se atore, aun no mandan al diablo la racionalidad y podría reírse y recomponerse. Empujé el asiento hasta atrás y me metí hincado entre sus piernas y, aun sobre el pantalón le mordí esas nalgas y seguí el juego.
-Que ricas, es carne Prime Rib con marmoleo y muy jugosa, si te metía a la parrilla vecinita!!!
Y ahí todo cambió, su mirada era otra, ya no era amable, era cómplice y divertida
Mientras hablaba para relajar la situación y le mordía las nalgas, le acaricié la almeja sobre el pantalón, eso le dejó claro que el ataque era serio y abrió las piernas un poco. Se hincó sobre el asiento de frente a mí, y alzó las manos, en lugar de quitarle la blusa preferí bajar su pantalón y me dedique a darle mordiditas a su ombligo, a acariciar, lentamente sus piernas, a morder su hueso de la cadera. Su cara empezó a ponerse sería, ya no había risas. Le estaba entrando un calor rico. Le mordí su panochita aún sobre sus panties. Le besé el cuello, le quité el brasier sin quitarle su sudadera. Y arranqué el auto. Parece que calculé todo perfecto. Ella se quedó callada, quería coger, pero si hablamos podríamos echarlo a perder, ya quedaba claro que no era un juego, tenía una mano acariciando esos pechos tibios, pesados y bien acomodados. A 1 km del mercado estaba un City Express, me estacioné y pagué y le dije a la recepcionista, ten mi tarjeta, dame la llave, luego lleno el formato. Lo dije tan serio y decidido. Que la recepcionista me dió la tarjeta y subimos.
En la habitación, no hablamos, yo me metí a dar una ducha y salí en toalla, ella se puso una bata, nos decidimos a hacer el amor con una calma y una madurez que agradecí a la vida no ser un pendejo, se quitó la bata con alegría y decisión, sin risas tontas ni nervios en la mirada, como quien va decidido a la guerra; la acosté boca abajo y la besé de los pies a los brazos, le daba un beso en el cuello, alternaba entre besos a sus costillas y sus caderas. Puse música Ennio Morricone y Rod Stewart en aleatorio. Aún no nos habíamos besado. Voltee su cuerpo y apliqué el mismo tratamiento. Besos, leves mordidas en el cuello, orejitas y nalgas. Cuando me dediqué a las nalgas ella paraba ese maravilloso culo y le acariciaba la panocha, la temperatura subía y subía.
Ella se levantó, se sentó con las piernas abiertas y me invitó a chuparle ese manantial de donde nace la humedad del mundo, me acarició la cabeza como si fuéramos amantes de hace años, como si nos hubiéramos decidido a amarnos ese rato y nos esforzamos por bien quien le mete más leña al fuego. Ella abrió la llave y dejó salir tanta humedad como si una madre llorara de alegría el regreso de su hijo de la guerra.


vecina



Se subió sobre mi y me ponía sus pechos en la boca, me acarició las costillas, los muslos, el pecho. La volteé, me puse entre sus piernas y en lugar de penetrarla dediqué una canción a buscar su boca, besaba su nariz, sus mejillas y ella se acomodó a mi pene, nos tomamos tiempo para que la humedad lo invadiera todo, justo cuando empezó The first curt is the Deepest juntamos las lenguas y empecé lentamente a penetrarla, la humedad de la boca se sincronizaba con la humedad del sexo, la lentitud era genial, a mi nunca me había crecido tanto ese animal y se sentía un lago bajo sus nalgas. La segunda vez cojimos de perrito con condón para poderme venir, la tercera vez ella me cabalgó con el pelo recogido, otra más en la regadera, ahí recuerdo que le metí la lengua en el culo hasta que se me acalambró y al irnos nos volvimos a besar en el elevador y nos regresamos al cuarto a coger con una sábana sobre la alfombra.

Cuatro asaltos de lo que se debe denominar una buena cojida. De esas que te dejan con la nostalgia en los huesos, que te alegra saber que somos unos simples animales mortales a los que el sexo los mueve tanto. Fuimos por un salmón entero, lo partimos a la mitad y nos fuimos a casa. Nunca le pregunté si tenía novio o esposo, ni dónde estaba. Yo me puse un rato en el escape del auto para oler a humo me puse una gorra para que no se notará que iba bañado, dejé el salmón en la mesa de mi casa y le dije a mi esposa que me bañaría como medida sanitaria para evitar el COVID 19, ella apenas iba despertando y no prestó mucha atención. Ese domingo estuve muy pensativo y me buscaba marcas del olor de la vecina en la piel mientras tomaba una cerveza y una copa de tinto.

1 comentario - Historias de la cuarentena

Marc_2 +1
Eterno y demasiado breve en lo mejor. Mucha vuelta.