100 lugares donde tener sexo. Capítulo 4

100 lugares donde tener sexo. Capítulo 4

100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.

CAPITULO 1

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Capítulo 4:
   Conocí a esta chica la segunda noche de nuestras vacaciones. Era hermosa, con una sonrisa divina, unos ojos celestes preciosos y una colita paradita y redondita. Me acerqué a ella aprovechando que estaba sola en la barra y comenzamos a hablar un poco de todo. Enseguida pegamos onda y luego de invitarla un trago, me sacó a bailar una canción como si fuéramos amigos de toda la vida. No tardamos en terminar besándonos en el centro de la pista, como dos amantes enloquecidos, envueltos en un abrazo de lujuria y pasión. “¿Vamos a otro lado?” me preguntó ella y entonces mi cabeza empezó a carburar a toda velocidad. Recién íbamos por la segunda noche del viaje y yo ya tenía suerte.
   Me llamo Gian Luca, tengo 20 años y ese verano nos fuimos con seis amigos a la costa a disfrutar de nuestras vacaciones. Decidimos alquilar una casa bastante pequeña, con el objetivo de hacer más bajos los gastos y poder así quedarnos algunos días más. Era una casa con dos habitaciones, una con dos camas y otra con tres, a la cual le sumamos un colchón inflable en el piso para poder completar los seis lugares. Sabíamos de antemano que el lugar era pequeño, pero estábamos dispuestos a sacrificar un poco la comodidad ya que lo que nos importaba era pasarla bien.
   La primera noche salimos a bailar y dos de los chicos se encontraron con sus novias, las cuales estaban vacacionando en ese mismo lugar. Otros dos, decidieron salir a buscar algún grupito de mujeres para poder estar con ellas y tuvieron suerte, mientras que los otros dos nos quedamos solos. Fue por esa razón, que la segunda noche yo aproveché para alejarme de mis amigos y así acercarme hasta la barra y conocer a Emilia, la chica más hermosa que había visto hasta el momento.
   Luego de hablar un rato de diferentes cosas y de compartir unos tragos junto a la barra, ella me sacó a bailar una canción y ni bien finalizó, me envolvió con sus brazos y me comió la boca de un beso. Obviamente yo le seguí el juego y le devolví el beso, pegando mi cuerpo al suyo y dejando que mis manos se pusieran un poco toquetonas. Cuando estas llegaron a su cola, ella abrió bien grande los ojos y me miró con una expresión que claramente decía: “Sos bastante atrevido”, aunque no me reprochó nada. En cambio me propuso de irnos a otro lado y con una sonrisa en la cara, le dije que nos fuéramos a donde estábamos parando con mis amigos.
   El problema fue que ni bien abrimos la puerta, escuchamos gemidos de una chica viniendo de la habitación que compartían los dos chicos que estaban de novios. Era evidente que uno de los dos estaba en ese momento con una de sus novias en la pieza, algo que puso bastante incómoda a Emilia, la cual salió de la casa inmediatamente. A pesar de que yo le dije que podíamos ir a la otra habitación, la cual era la mía, ella me dijo que no se sentía cómoda y que prefería irse. En un último intento desesperado por no perder contacto con ella, le pedí que me pasara su celular y tras dudarlo unos segundos, me lo terminó diciendo.
   - Es que me encantaste.- Le confesé ni bien me dijo el último número.- ¿Querés que te escriba mañana y vemos?- Le pregunté después.
   - Dale.- Me dijo ella con una sonrisa y se subió al taxi que acababa de parar.
   Las siguientes dos noches nos volvimos a encontrar en el boliche de la costa. En ambas oportunidades no tardamos en comernos a besos y en dejarnos llevar un poco por la calentura que teníamos en el momento. Emilia era bastante pasional y se notaba en la forma en la que me besaba y me pasaba las manos por la espalda. Yo, me moría de ganas de tocarle esa cola preciosa y aproveché las dos oportunidades para hacerlo, sujetándola con firmeza y disfrutándola mientras recibía sus besos. Sin embargo, en ninguna de las dos noches ella me insinuó de irnos solos del boliche, como lo habíamos hecho la primera noche que estuvimos juntos, por lo que ni bien se encendían las luces del lugar, cada uno se marchó con sus amigos con la promesa de vernos al día siguiente.
   Así llegamos a la quinta noche de nuestras vacaciones, en la cual yo estaba decidido a que algo más pasara entre esa chica y yo. Los dos vivíamos en distintas ciudades y no quería dejar pasar más tiempo para poder estar con ella. Hablé esa tarde con mis amigos y les comenté la situación, pidiéndoles que me dejaran la casa sola al menos por unas horas. El problema era que uno de los chicos ya había arreglado con su novia para directamente quedarse ahí toda la noche sin siquiera ir al boliche. A pesar de que intenté convencerlo, su novia estaba molesta con él por algo que había pasado antes de las vacaciones y él me confesó que esa iba a ser su manera de enmendarlo. Estaba jodido, no tenía lugar para poder estar con Emilia.
   Lo peor de todo fue que esa misma noche ella me propuso de volver a irnos a un lugar más íntimo. Como no quería arriesgarme a que me dejara solo de nuevo, le confesé que en la casa que estábamos parando con mis amigos no había lugar, ya que uno de ellos estaba con su novia. Ella puso una expresión de desgano y enseguida me animé a preguntarle si podíamos ir a la casa donde ella estaba parando, pero me contestó que eso no era posible y decidí no insistir. Parecía como si el destino quisiera que Emilia y yo no estuviéramos juntos. Eran apenas las 3 de la mañana y yo no podía aguantarme las ganas de estar con ella.
   - ¿Vamos a caminar por la playa?- Me preguntó de golpe y sin dudarlo, acepté.
   Unos quince minutos más tarde, nos encontrábamos caminando los dos a un costado del mar, con los pies hundidos en la arena fresca y las zapatillas y zapatos en las manos. Ella me contó que con sus amigas habían tomado la decisión de no llevar hombres a la casa por una cuestión de seguridad y yo le dije que entendía completamente. Sin embargo, también me contó que yo le gusta mucho y que tenía ganas de estar conmigo. En ese momento yo me paré de golpe y me coloqué frente a ella para besarla una vez más, abrazándola fuerte y pegándola a mi cuerpo.
   Tras ese beso, seguimos caminando otro rato y cuando nos dimos cuenta, nos habíamos alejado bastante de la zona céntrica de la ciudad. Ya no se escuchaban ruidos de gente o de bares y el único sonido que inundaba el ambiente, era el de las olas rompiendo contra la arena a unos metros de distancia. Estábamos completamente solos, sin rastros de gente alrededor nuestro. Hacía ya un minuto aproximadamente que ninguno de los dos hablaba y el silencio se apoderaba del momento. Volví a pararme en seco, dejé que mis zapatillas cayeran en la arena y la tomé del brazo para volver a besarla apasionadamente.
   Entonces todo se dio de manera muy natural. Emilia me abrazó por encima de los hombros y yo llevé mis manos a su cintura, pegando mi cuerpo contra el suyo. Nuestros labios no dejaban de tocarse en un beso que se ponía cada vez más caliente y mojado. Su lengua entró en mi boca y en ese momento bajé mis manos hasta que estas llegaron a su cola, la cual apreté con fuerza. Emilia tiró la cabeza hacia atrás y me miró nuevamente con esa expresión que decía “Sos bastante atrevido” y yo le respondí con una sonrisa morbosa.
   A toda velocidad y sin dejarme reaccionar, empezó a abrirme la camisa. Sus manos fueron bajando de un botón al otro hasta que dejó mi pecho libre y apoyó sus manos sobre este. Volvimos a besarnos y entonces sus dedos subieron hasta mis hombros y poco a poco me fue bajando la camisa, hasta que cayó sobre la arena al lado de las zapatillas. En ese momento entendí hacia dónde íbamos y le saqué la musculosa clara que tenía puesta, viendo el corpiño blanco que Emilia exhibía.
   La cosa se empezó a poner mucho más caliente a medida que los besos se hacían más húmedos y que las manos se iban descontrolando. Permanecimos parados sobre la arena, besándonos como locos y pasándonos la lengua por la piel, sin importarnos que cualquiera podía llegar a vernos desde cualquier lado. Bajé con mi boca hasta sus tetas y se las empecé a chupar con ganas. Ella aprovechó la oportunidad para sacarse el corpiño y automáticamente me dirigí a sus pezones, los cuales bordeé con mi lengua y mis labios.
   Continué bajando pro el cuerpo moreno de Emilia, hasta terminar arrodillado adelante suyo. En ese momento me dediqué a besar su piel a la altura de su cintura, mientras que ella se desabrochaba el short que tenía puesto y se lo bajaba lentamente. Una tanguita de color negro apareció frente a mis ojos y la miré con ganas. Elevé la vista y pude ver la mirada pícara de mi amante y luego acerqué mi boca hasta su entrepierna. Sentí el calor de su piel con la mí y mis manos recorrieron los muslos de la chica que permanecía frente a mí. Corrí la tanguita hacia un costado y me dediqué a darle placer oral.
   Pasé mi lengua varias veces por encima de su concha a toda velocidad, mojando la zona y saboreándola de lleno. Luego de eso, me dediqué a chuparle la conchita con ganas, moviendo descontroladamente mi lengua de un lado al otro y abriéndosela con mis dedos. Emilia no tardó en comenzar a gemir, haciéndolo de una manera suave, pero que podía escuchar claramente por encima del ruido de las olas. Me fascinaba la idea de estar en medio de la playa comiéndole la conchita a una chica tan hermosa como ella.
   Me levanté luego de varios minutos y fue ella la que se animó a arrodillarse. Colocándose frente a mi cuerpo, me abrió el cierre del pantalón y me lo bajó junto al bóxer hasta que este quedó a la altura de mis tobillos. Mi verga salió disparando hacia arriba y ella la tomó con sus dos manos para empezar a pajearme rápidamente. “¡Wow! ¡Qué grande!” me dijo sorprendida al ver mi verga bien dura y al palo. Obviamente ese comentario me sacó una sonrisa, la cual se intensificó ni bien me la empezó a chupar.
   Emilia abrió bien grande la boca y me la empezó a chupar como loca, moviendo su cabeza hacia adelante y hacia atrás, saboreando la totalidad de mi pija. Me encantaba como lo hacía, como movía su lengua sobre la cabecita y como la envolvía por completo con sus labios. Comencé a gozar cada segundo que pasaba y se lo hacía saber, lanzando leves gemidos de placer que también se escuchaban por encima de las olas. Estaba completamente al palo, no podía creer la suerte que tenía de estar viviendo lo que estaba viviendo.
   - ¡Ponete en cuatro!- Le dije sin poder controlarme
   Ella se colocó en esa posición mirando al mar y yo me arrodillé detrás de ella para clavar mi pija adentro de su conchita. La tomé con fuerza de la cintura y me la empecé a coger a toda velocidad, moviendo mi cintura hacia atrás y hacia adelante, haciendo que mi verga entrara y saliera de su concha. Ella hundió sus manos en la arena y empezó a gemir como loca, tirando la cabeza hacia atrás y mirando a las olas romper contra la orilla. Mi cintura rebotaba contra su culito una y otra vez, haciendo que este se moviera como loco y provocándome que no pudiera dejar de mirarlo.
   Sin pensarlo, levanté mi mano derecha y la dejé caer a toda velocidad sobre su nalga izquierda, pegándole un chirlo que resonó por el aire. “¡Ayy!” gritó ella quejándose, pero en vez de alejarse, comenzó a dar pequeños saltitos que hacían que fuera ella la que me cogiera a mí. Aproveché ese impulso para quedarme quiero y dejar que Emilia moviera su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, utilizando mi pija como un juguete. Era toda una loba, una felina feroz que estaba sedienta de pija y yo me moría de ganas de dársela.
   Volví a pegarle un chirlo, mucho más fuerte que el anterior y luego de eso me la empecé a coger de nuevo. Mi cuerpo chocaba contra su cola hermosa y perfecta a toda velocidad, provocándole gemidos de placer que se oían cada vez más fuerte. “¡Ay sí! ¡Cogeme!” me pedía como loca y yo me movía más y más rápido, metiendo y sacando mi verga bien dura de su conchita empapada. Mis manos se hundieron con más fuerza en su cintura y mi cadera se movía cada vez más fuerte. Sus gritos empezaron a descontrolarse. Su cabeza subía y bajaba y sus piernas empezaron a temblar.
   - ¡Ay sí! ¡Ay sí! ¡No pares!- Me pidió desesperada.
   En ese momento aceleré mis movimientos al máximo y sentí como su concha se mojaba por completo, haciéndome saber que Emilia acababa de llegar al orgasmo. Sentir la humedad saliendo de su cuerpo y mojándome el mío, me voló de tal manera la cabeza, que noté como mis huevos empezaban a vaciarse y mi verga comenzaba a escupir leche. Llegué a sacársela de adentro justo al mismo tiempo que el primer chorro salía disparado e iba a parar a su cola. Emilia jadeaba como loca mientras que yo me descargaba encima de su cuerpo, llenándole la cola y la espalda de blanco.
   Tras unos segundos de quedarnos inmóviles, Emilia se levantó y buscó en su cartera un paquete de pañuelitos con el cual se limpió el cuerpo. Acto seguido, empezó a cambiarse y yo hice lo mismo, sin importarnos que teníamos el cuerpo lleno de arena. Volvimos caminando en silencio por el camino que habíamos hecho, procesando lo que acababa de pasar y tratando de recuperar el aliento. “Nunca había hecho eso” me dijo ella de golpe y los dos empezamos a reír. No podía creer lo que acababa de pasar. No podía entender como la misma chica que no había querido entrar a la habitación de al lado de donde cogían mi amigo con su novia, se había animado a hacerlo en medio de la playa. No podía esperar a la noche siguiente para poder pasarla con Emilia una vez más


Lugar n° 4: Playa

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2 comentarios - 100 lugares donde tener sexo. Capítulo 4

Pervberto +1
En medio de la peligrosa arena...
HistoriasDe +1
Gracias por comentar!