Mi Hijo el Chocolate que Puedo Desear, Pero no comer Parte 1

1.

Desde que mi marido me dejó sola con mi hijo Miguel decidí que seríamos siempre los dos y solamente los dos. No dejaría que otro… hombre me hiriera como lo hizo él. Tampoco dejaría que nadie hiciera sufrir a Miguel.

Por eso, viendo a Miguel sentado frente al televisor el viernes en la noche, me preocupé. Pero déjenme explicarles todo desde el principio. Mi marido me dejó cuando Miguel tenía 5 años y yo 23. Ahora él tiene 21 y tengo 39. Yo he sido toda para él, lo he llevado a los juegos de fútbol, lo he cuidado cuando se ha enfermado, lo he castigado cuando se ha portado mal y lo he premiado cuando lo hace bien. En fin, todo lo que hace una madre… y un padre. 

Todo eso fue a costo de una mejor carrera. A pesar del apoyo que me han dado en mi trabajo, ausencias pagas cuando Miguel estaba enfermo, o imposibilidad de viajar por algún proyecto, terminan causando que asciendan a tu compañero y poco a poco te vas quedando atrás. Solamente en los últimos años, con Miguel en los últimos años del colegio y ahora en la universidad es que he podido tomar el ritmo con mi compañía y ahora gozo de un mejor puesto y un buen salario.

Hasta la adolescencia, Miguel me lo contaba todo, los chismes de los amigos y amigas del cole, los problemas con los profesores. Las dificultades de los entrenamientos. El siempre fue miembro del equipo de natación, lo que lo dotó de un cuerpo envidiable. Sin un gramo de grasa, musculoso, pero con todos esos músculos distribuidos perfectamente. Bronceado por las muchas horas al sol, el pelo castaño claro, la nariz un poco prominente, ojos verdes, en fin, todo un muñeco. Claro, mi opinión es un poco sesgada, al fin y al cabo soy su madre. Jajaja.

Al llegar a la pubertad, Miguel se hizo más reservado. Obviamente seguía teniendo su vida y me contaba muchas cosas… pero no eran todas. Yo lo entendí y lo dejé hacer. Lo importante era que siempre contara conmigo.

Y por eso fue que me preocupé esa noche. Lo veía muy sólo. Un muchacho de 21 años, buenmozo, ¿viendo TV con su madre un viernes en la noche? 

Esperé que hubiese un entreinnings en el partido de baseball que estaba viendo y me senté a su lado en el sofá.

-Hola hijo ¿cómo estás?-

-Bien, mami. Estoy bien ¿Y tu?-

-Ah, yo estoy bien también, pero quería hacerte una pregunta. ¿Puedo?-

-Claro, mami- respondió poniéndose alerta y enderezándose un poco del asiento.

-Es viernes en la noche. Mañana no tienes clases ¿No tienes nada mejor que hacer que ver un partido de baseball por televisión? Digo- continué nerviosa -¿No tienes unas amigas con quien salir a bailar o unos amigos con quien tomarte unas cervezas un viernes en la noche?-

-Jajaja. Por un momento me preocupaste. Jajaja- respondió riendo -Claro que tengo amigas y amigos, pero no siempre me gusta salir con ellos-

-¿No te gustan las muchachas?- pregunté con la voz temblorosa de miedo. Nunca había notado que no le gustaran las mujeres, pero hoy en día eso de ser gay era tan común…

-Nooo, no es eso mamá- respondió, él también azorado -Claro que me gustan las mujeres…-

-Es que te veo tan solo-

-Me gustan las mujeres- dijo bajando la mirada y enrojeciendo un poco -pero no me gustan las chicas de mi edad-

-Ahhh. Quieres una de 25- le dije y en un impulso le tomé la mano y enlacé mis dedos con los de él.

-No, las de 25 tampoco, aunque son un poco más pasables-

-¿Y entonces, de 30?- pregunté apretándole la mano.

-Me gustan un poco… más maduras. De 35 como tú- dijo poniéndose todavía más rojo.

-¿Como yo? Yo tengo más que eso. Sabes que tengo 39-

-Pero pareces de 35… o menos- dijo Miguel mirándome a los ojos.

-Pero bueno, hijo. ¿Cómo te van a gustar las mujeres de mi edad? ¿No prefieres un cuerpo joven y duro? ¿Con pechos…?- de pronto me di cuenta que estaba hablando demasiado gráficamente.

-Claro que me gusta un cuerpo un cuerpo duro y joven, pero es que tienen el cerebro vacío. No puedes preguntarles nada porque sólo saben hablar de moda y de cantantes y a mi no me interesa nada de eso-

Me di cuenta de que yo era la culpable de eso. Siempre lo traté como a un adulto y hablábamos como adultos. Yo leo mucho y le enseñé a él también a apreciar los libros. Así que muchas veces conversábamos de los libros que leíamos y de los autores clásicos. También disfrutábamos de la música clásica. Me imagino que, como yo, él sabía muy poco de la farándula o de grupos de rock.

-Entiendo hijo, pero tienes que hacer un esfuerzo. Debes seguir buscando. A lo mejor encuentras alguna chica en la universidad que comparta tus gustos-

-Si mamá, lo he intentado pero todavía no he tenido éxito. Pero no me voy a rendir, sólo que en estos momentos no me provoca. Y tampoco me interesa ir a tomar cerveza con los muchachos y hablar del Barcelona o del resultado del tenis o de lo buena que están las chicas-

Yo había puesto nuestras manos unidas sobre mi pierna y con la mano libre le acariciaba distraídamente el brazo.

-¿Y no quieres nadar más tampoco?-

-Ya está bien, mami. Pasamos ¿cuánto? ¿8 años? de piscina en piscina de competencia en competencia. Muchas medallas, muchos premios, pero mucho sacrificio ¡para los dos! Ya basta. Ahora quiero descansar-

-Perdona- le dije soltándole la mano y levantándome para irme -ya te dejo descansar-

-No, no- me respondió agarrándome de vuelta la mano y halándome un poco para que me volviera a sentar a su lado -no me refería a este momento. Me refería que quiero descansar de los deportes-

-Ah, pensé que te estaba molestando- dije volviéndome a sentar a su lado más pegado y recostándome un poco de él. Volví a poner su brazo en mi pierna, mientras él me apretaba la mano con fuerza.

-Perdóname por haberte hecho sentir mal- me dijo.

-No fue mi culpa- le dije -fui yo que no interpreté bien tus palabras-

Por un rato nos quedamos viendo la televisión. A mi me gustaba un poco el baseball, pero no lo suficiente para dejar de leer mi libro. Pero es que me sentía tan bien acurrucado contra él y con su fuerte brazo en mi pierna.

-Hagamos una cosa- le dije -tengamos una cita- 

-¿Una cita?-

-¿No y que te gustaban las mujeres… de cierta edad? ¿No quieres tener una cita con una?-

-¿Una cita contigo?- dijo enderezándose en el asiento otra vez.

-Mañana en la noche- le dije -me vienes a buscar y me llevas a cenar a un restaurant fino y pasamos una velada rica-

-¿Te vengo a buscar?- dijo -No entiendo nada-

-Es una forma de decir, tonto. Para que parezca una cita de verdad. No tienes que “venir”. Sales a la puerta de la calle, tocas el timbre y yo salgo. Jajaja. ¿No te parece divertido?-

-Jajaja. Eres una loca de atar. Por eso es que me gustan las mujeres como tu- me dijo riendo, pero con la cara roja de pena.

2.

Pasé toda la tarde como una quinceañera probándome ropa y volviéndomela a quitar. Quería estar bella, pero no podía ser demasiado evidente. Quería parecer joven, pero tampoco demasiado, ya que a él le gustaban las mujeres mayores. Quería estar sexy pero no debía porque ¡iba a salir con mi hijo!

Revolví toda mi ropa interior y no conseguí nada que me acomodara. No me había comprado ropa interior cara desde que me había divorciado hacía 15 años. ¡Ni siquiera había salido un hombre! Finalmente me rendí, saqué el carro y me fui de compras. 

En la tienda conseguí algo más moderno. Le tuve que preguntar a la dependienta. Le dije que tenía una cita y que quería verme bonita. Ella interpretó que iba a acostarme con el hombre que iba a salir y me buscó cosa que… wow, realmente eran verdaderamente atrevidas. Le dije que bajara un poco el nivel y finalmente me convenció de que llevara un par de pantaletas negras tipo tanga (nunca me he puesto unas y espero que no me moleste tener una tira de tela metido entre las nalgas, jajaja) y un par de brassiere tipo push-up que me sacaban más busto.

Luego me compre un par de blusas de colores con el escote lo suficientemente amplio para mostrar el efecto del brassier y unas faldas bellas que hacían juego con las blusas. Llevé varias para tener chance de cambiar de idea a última hora.

Cuando regresé a la casa, eran ya las 5 de la tarde. No vi rastros de Miguel, así que metí las bolsas de las compras en mi cuarto y empecé a prepararme. La cita era a las 7pm. 

Hora y media después no estaba todavía lista. Me había puesto la ropa interior y ta como me lo temía, me sentía absolutamente incómoda con la tanga, pero me miraba en el espejo y reconocía que era muy sexy eso de andar con el culo descubierto. Después me arrepentía pensando que iba a salir con mi hijo, no con un hombre cualquiera, pero igual me las dejé. Con la blusa me pasó lo mismo, la ventaja era que tenía unos botones y podía abotonar y desabotonar algunos al gusto y así decidir cuanto escote mostrar. Por ahora lo dejé en el nivel de “poco”.

A las 7 en punto sonó el timbre ¡cómo se me había pasado el tiempo! Ni siquiera me habla dado cuenta de que Miguel había regresado.

Eché una última mirada en el espejo e impulsivamente volví a abrir el botón para mostrar un poco más de pecho. Ni modo. 

Baje a la puerta y al abrirla casi me caigo para atrás: El hombre más bello del mundo estaba ahí para mi, ¡Y con una flor!

-¿Para mí?- pregunté cuando me recobré de la sorpresa. Aparte de que era absolutamente idiota la pregunta, pero es que no cabía de mi asombro y sí, de alegría. Miguel se había afeitado y cortado el pelo en una barbería. No se le notaba ni sombra de la barba y el pelo lo tenía peinado de una forma inusual, pero muy moderno.

Llevaba una camisa manga larga, color crema, y unos pantalones beige de última moda (creo), que nunca le había visto ¡y lo sé porque yo le lavo la ropa! Tiene que ser que pasó por la tienda también.

-Una flor que sólo palidece ante tu belleza- respondió Miguel.

¡Vaya! pensé. Parece que aprendió a hablar con todos los libros que hemos leído. Estoy segura de que esa frase la sacó de alguno… pero no importa. Tengo una pareja reluciente ¡y educada!

-Déjame poner esto en un vaso- le dije retirándome, pero me volteé y noté que él se había quedado en la puerta.

-Pasa, por favor, pasa y discúlpame que no te lo haya dicho antes-

-Gracias, mam… Elvira- dijo él. Elvira es mi nombre y nunca lo usábamos en la casa, pero ahora supongo que era más en el papel, que llamarme mamá.

Luego del poner las flores en un envase con agua regresé a la sala donde Miguel esperaba inquieto.

-¿Vamos?- le dije.

-Vamos- me respondió ofreciéndome el brazo.

Salimos de la casa y me llevó hasta su jeep, pero le dije: 

-¿Porqué no vamos en el mío que es más cómodo?-

-Claro, claro- respondió cambiando de dirección.

-Pero tu manejas- le dije.

Me dejó en la puerta del acompañante y él se fue a la puerta del conductor. Cuando llegó allá notó que yo estaba parada al lado de la puerta sin hacer ningún intento de abrirla. Por un momento se quedó desconcertado y finalmente cayó en la cuenta y se devolvió azorado.

-Perdona, perdona- abriéndome la puerta.

Luego se montó él y salimos.

-¿A dónde vamos?- le pregunté.

-¿A dónde quieres ir?- me respondió.

-Vamos a un buen restaurant, pero es un poco lejos- le dije -Se llama Monique-

-Uhh… no tengo ni idea-

-Conduce que yo te dirijo-

Comimos y bebimos divinamente y nos reímos como locos. Realmente una cita divina. Nos habíamos tomado una botella de vino casi completa, bueno la mayor parte me la tomé yo porque él no bebió casi y además era el que manejaba. El caso es que me sentía muy bien y un poco “alegre” por lo que decidí abrir otro botón de la blusa, dejando así que mi escote mostrara un poco más. Los ojos de Miguel se abrieron como platos al darse cuenta de que podía ver más pechos de los que me había visto nunca. Bueno, aparte de cuando lo amamanté cuando estaba bebé, jajaja. Yo disimulé, como si no me había dado cuenta de su emoción, disfrutando de cómo me veía, sin poder despegar sus ojos. Finalmente se fue acostumbrando y pronto estábamos conversando de todo, como antes.

Un poco más tarde, como a las 11 de la noche, me sorprendió preguntándome:

-¿Quieres ir a bailar?- Entonces fue yo la que se sorprendió. ¿Ir a bailar? ¿Con él? Se me erizó la piel. Me encantaría ir a bailar con él, pero me pareció que era demasiado para la primera cita. Así que decliné la invitación, aunque mi cuerpo y sobre todo mis piernas brincaban ante la expectativa de bailar. Tampoco me confiaba de mi buen juicio.

-Me encantaría- le dije tomándole la mano, como había hecho ya varias veces durante la cena -pero ya es muy tarde y creo que debemos retirarnos-

-Me hubiese encantado bailar contigo- me dijo con una sonrisa.

Le devolví la sonrisa y le acaricié la mano. Mi cuerpo me traicionaba. A gritos me pedía que fuéramos a bailar, que lo abrazara, que lo tocara, pero mi mente me decía que no. Tenía que portarme bien.

-A mi también me encantaría bailar- le dije -pero es nuestra primera cita y no debemos… -

-¿La siguiente quizás?-

-Jajaja. No te adelantes, todavía no ha terminado la primera cita. No sabes si voy a aceptar la siguiente- le respondí. Aunque por dentro pensaba que no sólo le aceptaba la siguiente, sino ¡todas!

-Muy bien- respondió -¿Nos vamos entonces?-

Como una quinceañera, me preocupé porque se hubiese sentido rechazado por no haber aceptado la invitación y pensé que debía hacerlo sentir bien, que no lo estaba rechazando, sólo quería llevar las cosas poco a poco.

Camino al carro, Miguel pasó su brazo por mi cintura, para caminar apretado contra mi. Por un momento pensé en quitarle el brazo, pero era tan… agradable. Además era una forma de decirle que no le había rechazado la invitación de llevarme a bailar, así que lo dejé abrazarme y caminamos muy juntos hasta el carro. Allí me llevó a la puerta y la abrió, esperó que me montara y luego la cerró. Muy caballeroso.

Entonces, mientras él daba la vuelta para montarse, desabotoné otro botón de la blusa. Miré hacia abajo y por un momento me aterré porque me pareció que podía ser excesivo, ¡se me veían los pechos casi hasta los pezones! Pero ya no tenía tiempo de volverme a abotonar, él ya estaba abriendo la puerta y tampoco quería que me viera manipulando los botones.

Se montó en el carro no se dio cuenta de nada mientras metía la llaves y encendía el motor. Sólo entonces volteó a verme y se dio cuenta de la nueva profundidad del escote. Por unos segundos se quedó mirando fijamente mis tetas, pero entonces se dio cuenta de que estaba paralizado y volteó hacia adelante forzadamente. Su nerviosismo me excitaba y me divertía simultáneamente. Me hacía sentir poderosa, en control de su mente y de su cuerpo, pero no debía abusar.

-¿Estamos listos?- le dije indicándole que debía prestar atención a la calle.

-Si, si, claro- respondió nervioso y empezó a manejar.

Al principio fuimos callados, con él nervioso sin saber cómo verme el pecho sin que yo me diera cuenta. Yo estaba arrepentida de haberlo provocado de esa forma, pero al mismo tiempo no podía negar que estaba excitada.

En cualquier caso, luego de unos minutos encontramos nuestras palabras de nuevo y volvimos a conversar alegremente, mientras nos sujetábamos las manos.

Al arribar a la casa, él estacionó mi carro y se bajó para abrirme la puerta. Quise cerrarme un poco el escote, pero mis manos temblaron y no logré que el botón calzara para cuando él me abrió la puerta. Así que lo dejé de esa forma. Al salir del carro, sentí como la blusa se separaba mucho de mi cuerpo y a través del escote él debe haberme visto toda mientras esperaba sujetando la puerta, pero no podía hacer nada. Me enderecé y caminé hacia la puerta con él del brazo.

Me paré al lado de la puerta, la abrí con la llave y luego me volví hacia él.

-Ha sido una noche maravillosa, Miguel. Muchas gracias por invitarme a cenar-

-No- dijo él -el placer fue mío. Muchas gracias por la agradable compañía-

Subí la cara para que me diera un beso en la mejilla, pero de alguna forma el movimiento no fue suficiente o quizás inconscientemente no lo hice bien, pero el caso es que su beso fue ¡en mi boca!

No fue un beso profundo ni mucho menos. Fue sólo el rozar de sus labios contra los míos. ¿Uno o dos segundos? Pero me estremecí por dentro. Mi cuerpo recibió una descarga eléctrica de 15.000 voltios y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarme de él inmediatamente.

Me aparté rápidamente y entré a la casa. Una vez al pié de la escalera, a una distancia segura de él, volteé de nuevo a verlo y me volví a mirarlo y a darle una sonrisa de despedida. 

-Buenas noches, hijo- le dije, haciendo un poco de énfasis en la palabra hijo, asegurándome así de que ya no era mi cita, sino otra vez mi hijo.

-Buenas noches, Elvi… Mamá-

Cuando entré a mi cuarto, cerré la puerta y me recosté contra ella, suspirando profundamente.

-¿Pero qué te has creído?- pensé -¡Es tu hijo!-

Luego de unos segundos respirando agitadamente, me serené lo suficiente para continuar. Me asomé al espejo y me asombré de mi temeridad. ¡El escote era demasiado! ¡Nunca había utilizado vestidos tan escotados! Bueno, quizás cuando tenía 20 años, ¡pero se me veía claramente el borde del sostén!

-Bueno, ya basta. Lo disfrutaste… y creo que él también. Jajaja-

Me quité la blusa frente al espejo y contemplé mis tetas. El brassier era precioso y me hacía un busto realmente excitante. 

Luego, pasé mis brazos por detrás y solté el brassier. Mis pezones lo agradecieron porque ¡estaban completamente dilatados y muy sensibles! Dejé caer el brassier al piso y me froté los pezones para que se bajaran.

¿Que se bajaran? El efecto fue todo lo contrario. No solo crecieron más, sino que oleadas de placer recorrieron mi cuerpo desde cada uno de ellos.

-Oh, oh- pensé -Esto está muy… caliente-

Entonces me di cuenta también de que mi entrepierna estaba toda mojada.

Volví a acariciarme los pezones. No para que se bajaran, sino por el puro placer de acariciármelos.

Luego me quité la falda y volví a verme en el espejo. 

-Bellas pantaletas también- pensé.

Entonces me dí la vuelta y me miré el culo. Tenía las nalgas desnudas por tratarse de unas pantaletas tipo tanga. Reconocí que a pesar de mis dudas, no me había molestado para nada la tira que pasaba entre ellas.

-Muy cómodas… y sexys- me dije girando varias veces.

Me bajé las pantaletas y enseguida el olor de mi sexo me sorprendió:

-Wow, estoy tan mojada. ¡Qué increíble¡-

Me acerqué las pantaletas a la nariz, lo que no era realmente necesario, mi olor a sexo llenaba todo el cuarto.

Desnuda, recogí la ropa, puse la ropa interior en la cesta de ropa sucia y la blusa y la falda las colgué en la entrada del closet para un inspección más profunda mañana antes de decidir llevarlas a la tintorería o no.

Luego me puse la pijama. Bueno, una franela de algodón muy liviana y unos shorts de algodón también y me metí en la cama. Antes de hacerlo me asomé una vez más al espejo y vi que los pezones se me veían claramente a través de la delgada tela de la franela.

Apagué la luz y cerré los ojos… inútilmente, porque estaba demasiado excitada para dormirme. Comencé a recordar los pequeños detalles de la noche. La cara de sorpresa de Miguel cuando me vio vestida y maquillada para salir. Seguro que no se imaginaba que iba a arreglarme así. Luego sus ojos deteniéndose en mi escote. Mmmm. Pobre, no podía disimular. ¿Y cuando me desabotoné el siguiente botón de la blusa en el restaurant? No podía quitarme la vista de las tetas. 

Nuevamente tenía los pezones duros. O quizás nunca dejaron de estar duros toda la noche. La verdad es que me dolían un poco. Me los acaricié por encima de la camisa para quitarme la molestia y, efectivamente, se calmaron un poco.

Luego recordé mi sorpresa cuando me invitó a bailar. No me lo esperaba. Recuerdo que mi cuerpo reaccionó inmediatamente… como ahora. ¿No voy a dejar de sentirme excitada? Por primera vez reconocí que estaba excitada. 

Los pezones volvieron a endurecerse. 

Seguí recordando detalles. El momento en el que me desabotoné el tercer botón en el carro. Definitivamente estaba un poco bebida en ese momento. Y excitada también. 

Me acaricié los pezones otra vez, pero no me bastó hacerlo por sobre la tela. Bajé la sábana que me cubría hasta la cintura, luego metí mi mano izquierda por debajo de ésta y de la camisa y recorrí mis tetas con los dedos. Me estremecí toda.

-Mmmm. Creo que ya sé por dónde va ésto- me dije.

Luego de unos minutos acariciándome ambos pezones, me di cuenta de que estaba toda mojada entre las piernas, así que metí mi mano derecha por debajo del pantalón y comencé a explorarme.

Tal como lo pensé, estaba toda mojada. Y no sólo eso, me había estado mojando desde el comienzo de la noche, durante la cena, durante la despedida ¡y ahora!. Seguí recordando: 

Definitivamente lo que más me gustó fue el beso final. ¡Dios mío! ¡Nos habíamos besado en la boca! Había sido aun beso rápido y sin… lengua o mordiscos o…

En ese momento sentí cómo un chorro de fluidos volvía a bajar por mi vagina, mojando mis pantalones.

-Mmmmm- 

Seguí acariciándome los pezones, dándole vueltas entre los dedos o restregando contra ellos la palma de mi mano. Mientras, la otra me exploraba el vientre. Mi vulva mojada permitía que mis dedos la recorrieran despacio, complaciéndome, acariciándome. No me había tocado el clítoris todavía. Lo esquivaba, a propósito. Sabía que su momento llegaría, pero no todavía.

Seguí pensando en Miguel. En su abrazo mientras caminábamos hacia el carro. Su cuerpo fuerte. Los músculos de sus brazos…

Me toqué el clítoris y me estremecí. No pude evitar un fuerte gemido.

-Aaaaahhhh-

Espero que no me haya oído. Pensé. Pero no podía evitarlo.

Dejé de acaricarme el clítoris y metí dos dedos en mi vagina. Era tan estrecha. Me gustó meterme dos dedos de una vez. Nunca me había masturbado con tanta intensidad.

Decidí sacar uno de mis juguetes. Tenía tres: uno delgado y pequeño solo para el clítoris, con mucha vibración; otro más grande, también con vibración, para el punto G y “King-kong”, uno gigante que utilizaba muy pocas veces, pero que me llenaba completamente. 

Me decidí por el mediano y luego de sacarlo de la gaveta de la mesa de noche, lo puse en la cama. Me quité toda la ropa y la tiré a un lado. Luego tomé el dildo, me lo puse a la entrada de la vagina y comencé a metérmelo poco a poco.

-Aaaaahhhh, siiiii- gemi de nuevo.

Fui muy despacio, a la velocidad que el cuerpo me lo pedía. Luego lo encendí y sentí su vibración justo con el extremo en mi punto G. La otra mano volvía a acariciarme las tetas, apretándome duro lo pezones, que ahora peleaban por mi atención.

Pero cuando volví a tocarme el clítoris, el orgasmo me sorprendió. ¡Nunca había acabado tan pronto! Mi cuerpo se tensó y estiré las piernas, apretándolas una contra la otra, sintiendo como las vibraciones del dildo me excitaban el punto G y el clítoris respondía a mis dedos con fuertes explosiones de placer.

-AAAAAHHHHHH-

-AAAAAAAAAHHHHHH-

-AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH-

Finalmente me relajé y pude sacarme el dildo, pero apenas salió de mi vagina, un nuevo espasmo me hizo ponerme rígida nuevamente. 

-MMMMMMMMMM-

Me relajé otra vez, sólo para tener un tercero y cuarto espasmo. No recordaba haber tenido un orgasmo tan fuerte en mi vida.

Me puse de lado, estiré la sábana para cubrirme y luego de dos o tres espasmos más, me dormí profundamente.

3.

Cuando desperté era media mañana. Había dormido muy bien, relajada y en paz. Me estiré y me sorprendí al darme cuenta de que estaba desnuda. ¡Nunca duermo desnuda!

Poco a poco fueron regresando a mi mente los recuerdos de la noche anterior. La cena, el beso, mi excitación y finalmente mi masturbación. 

-¡Wow, qué noche!- pensé.

Me sentía feliz y descansada, aunque con los recuerdos, algunas partes de mi cuerpo parecía que querían seguir… jugando. Mis pezones, por ejemplo, volvieron a erguirse y el roce contra la sábana se sentía muy bien.

Me puse de lado para ver si se tranquilizaban, pero había algo duro en el colchón que me molestaba: ¡el vibrador! 

-¡Wow, qué noche!- volví a pensar.

Después de masturbarme simplemente me había quedado en la cama. No había limpiado y guardado nada, ni me había puesto la pijama. No quise tocarme entre las piernas. seguramente oliría a…

Entonces me puse a pensar en lo que había sucedido y me dio un poco de remordimiento de conciencia. 

-¡Era mi hijo! ¿Cómo voy a pensar en términos sexuales en mi hijo?-

Pero no podía olvidar sus brazos, su cuerpo…

Y entonces se me ocurrió que era como alguien que está a dieta, pero quiere comerse algo delicioso: ¡Una torta de chocolate!  La mira, la desea, pero sabe que no puede comérsela. Entonces busca en la despensa y encuentra unas galletas de dieta y se las come. Las galletas sacian las ganas de comerse la torta.

Eso era lo que me había pasado. Miguel era mi torta de chocolate pero no puedo comérmela, así que me comí una galleta o sea, me masturbé. Eso me quitó las ganas de comerme la torta.

Encantada con mi teoría psicológica, jajaja, me levanté de la cama, la revisé que estuviese limpia (había dormido desnuda y muy mojada, podría ser que hubiese dejado alguna mancha) y tomando el dildo, me fui al baño. 

Mientras hacía pipí, lo revisé, olía a sexo, pero no estaba sucio.

-Serás mis galletas de dieta- le dije en voz baja. Luego pensé en los otros juguetes y decidí que tenía galletas de dieta de tres tipos distintos, jajaja.

Luego de bañarme y arreglar el cuarto, me vestí con mi ropa de descanso dominguero. Una franela de lanilla y unos anchos pantalones deportivos.  En la cocina me preparé un café y me fui a sofá de la sala a leer las noticias en mi iPad. No había señales de Miguel, seguramente seguía durmiendo.

Como una hora después lo oí haciendo ruidos en la cocina, probablemente preparándose un café. Luego oí sus pasos acercándose a la sala. El corazón se me aceleró.

-Hola mamá. Buenos días- 

Me alegré que me hubiese dicho mamá y no Elvira, lo que demostraba que volvíamos a nuestra relación normal de madre e hijo. 

-Hola hijo, buenos días- le respondí sin voltear a verlo. Sabía que el vendría por detrás del sofá y quería mantener mi cara viendo hacia adelante para evitar cualquier tentación de besarme en la boca.

El se acercó efectivamente por detrás del sofá y se agachó. Mi corazón latía aceleradamente, mientras mis ojos se mantenían en el iPad, aunque desde que él había aparecido, no había sido capaz de leer ni una línea.

Entonces Miguel se apoyó en el respaldo del sofá y bajando la cabeza me besó en el cuello, cerca de mi oreja izquierda.

El estremecimiento de mi cuerpo fue tan grande que hasta creo que él se dio cuenta.

-¿Que te pasa?- preguntó.

-Nada, nada, es que me sorprendiste- respondí.

Pero era mentira. ¡Me había estremecido de placer! La torta de chocolate acababa de besarme en uno de esos puntos especiales del cuello. 

-Oooohhhh- pensé -todavía estoy muy sensible-

El no se dio cuenta e irguiéndose de nuevo me preguntó:

-Ya desayunaste? ¿Quieres algo?-

-No hijo. No tengo hambre. Ya me tomé un café y voy a esperar para el almuerzo-

-Ok. No hay problema. Yo me comeré un sandwich o algo así. Luego voy a hacer tareas. Tengo un montón de cosas por entregar mañana en la universidad.

-Muy bien- le dije y seguí tratando de leer, pero con la sensación de sus labios en el cuello distrayéndome. Apenas se fue me pasé la mano por donde me había besado.

El resto del día no pasó nada especial. Almorzamos como a las 2 pm y él siguió estudiando. Yo mientras, hice un montón de labores del hogar. Lavé ropa, recogí, limpié la cocina. Las típicas cosas que no se pueden hacer durante la semana.

Como a las 5 hice una pausa, preparé una bandeja con dulcitos y dos tazas de café y fui a su cuarto. Respetuosamente le toqué la puerta y esperé a que me respondiera que podía pasar. 

Estaba sentado en su escritorio de espaldas a la puerta, coloqué la bandeja en la mesa y me le acerqué por detrás, abrazándole la cabeza y dándole un beso. Muy tarde me di cuenta que estaba sin sostén y mis tetas se amoldaron contra los lados de su cabeza y cuello. Pero como no estaba segura de si él se había dado cuenta, me esperé un par de segundos y luego lo solté, moviéndome hacia donde estaba la bandeja.

Cuando le vi la cara me pareció que estaba un poco rojo y me di cuenta de que sí, se había dado cuenta de mis tetas, pero decidí no darme por enterada y le ofrecí el café.

-Aquí te traje un poco de café y unas galletas-

-Gracias, mamá- respondió tomando una.

Yo agarré mi taza y empecé a tomarme el café sin saber que decir. Finalmente me alejé diciéndole:

-Ahí te dejo la bandeja. Cuando termines me llamas-

-No te preocupes. Yo la llevo. ¡Ah! y por mi no hagas cena. No tengo hambre y con esto tengo suficiente-

-Muy bien- respondí saliendo del cuarto y cerrando la puerta.

Al salir, me recosté de la pared.

-Pero si serás tarada- me dije -¿cómo se te ocurre abrazarlo sin sostén. Seguro que tienes los pezones erguidos-

Efectivamente, los pezones los tenía erguidos y sensibles. Me los toqué con las manos tratando de que se tranquilizaran, pero que va. No estaban para eso.

Pronto me distraje con mis labores y me olvidé de lo que había pasado. Cuando terminé me comí una tontería y me puse a ver televisión. A las 9 me di cuenta de que estaba cansada. Me acerqué al cuarto de Miguel, vi la puerta cerrada y por la rendija y vi la luz prendida, pero no quise molestarlo. O mejor dicho, no me atreví a molestarlo, no fuera a que cometiera otro desliz.

En mi cuarto, me preparé para dormir. Esta vez me puse la pijama y me sentía mucho más tranquila que la noche anterior. Mientras me dormía pensé:

-Muy bien. Está claro que no me puedo comer la torta de chocolate, pero… no por eso puedo dejar de pensar en la torta de chocolate ¿no?- mientras una gran sonrisa se asomaba a mis labios.

Y entonces me puse a recordar los detalles de la cena del sábado, hasta su momento culminante del beso de despedida, que en mi imaginación se hacía cada vez más profundo. Recordé el beso que me dio en el cuello en la mañana del domingo. Y recordé el abrazo que le di en la tarde cuando le llevé las galletas y el calor de su cabeza en el valle entre mis pechos…

Pronto me di cuenta de que estaba empezando a excitarme demasiado y decidí que no me iba a masturbar hoy otra vez ¿dos veces seguidas? ¡No señor! ¿o tal vez si?…

4.

El lunes me levanté temprano como siempre, me fui a la cocina y me preparé un café. Luego me puse a preparar huevos revueltos para los dos, con tomate, cebolla y jamón. Después, mientras limpiaba la sartén en el fregadero, oí a Miguel acercándose.

-Te acabo de preparar unos huevos revueltos- le dije contenta.

-Oh no, estoy muy atrasado, no voy a tener tiempo de desayunar- me contestó -tengo que salir corriendo.

Entonces me abrazó por detrás empujándome ligeramente contra el mueble del fregadero. Su vientre se pegó a mi culo y no podía separarme porque estábamos contra el mueble. Luego pasó sus brazos alrededor de mi espalda, enlazando sus manos a la altura de mi estómago, rozando mis pechos.

-Gracias- me dijo susurrando en mi oído y luego me dio un beso en el cuello. Exactamente en el mismo lugar de ayer. Volví a estremecerme. Pero hoy, además sentía su vientre contra mi culo y sus brazos casi en mis tetas, que claro, estaban sin sostén. Así nos quedamos unos segundos y luego me soltó, se dio la vuelta y salió de la casa.

Me quedé paralizada junto al fregadero. Despacio cerré el agua, mientras el corazón parecía que se me iba a salir por la boca.

-¿Qué es esto que acaba de pasar?- me pregunté.

-¿Era su miembro lo que había sentido apretado contra mi culo?-

-Me había rozado las tetas con los brazos?-

-¿Me había vuelto a besar en esa zona sensible de mi cuello?-

Me di media vuelta y me dirigí al cuarto. Me arranqué la camisa y los pantalones y luego de tomar un de mis juguetes, me masturbé furiosamente.

Pasé el día en la oficina medio distraída. No podía concentrarme en el trabajo. Opté por hacer las cosas más sencillas. Esas que no requieren mucha atención. Estaba todavía estaba nerviosa por lo sucedido en la mañana. No podía decidir si el abrazo de Miguel había sido de naturaleza sensual o era mi cabeza que me estaba haciendo imaginar cosas.  Obviamente me había excitado tanto que había tenido que masturbarme inmediatamente, pero a lo mejor todo eran cosas de mi cabeza. Hacía tanto tiempo que no tenía sexo con un hombre que a lo mejor me estuviera haciendo ver cosas que no existían. Pero luego pensaba en la cena del sábado, en cómo me había tratado como si fuese una chica que quisiera conquistar…

Cuando regresé la casa era un poco tarde, pero él no había llegado. Luego me escribió un sms diciendo que esa noche iba a tener entrenamiento y que llegaría tarde. Así que me relajé, recalenté el desayuno de la mañana y me puse a ver televisión en pijama. A las 10 pm me dormí sin saber más de él.

Al día siguiente volví a levantarme temprano a preparar el desayuno. Esta vez Miguel se sentó conmigo y conversamos de cualquier tontería. Por supuesto que no hice mención del abrazo del día anterior, sin embargo, conforma pasaban los minutos, me iba poniendo cada vez más nerviosa al pensar en cómo se iba a despedir.

Al terminar su desayuno, él se paró de su silla, pero yo decidí no hacerlo para evitar que me abrazara. Cosa que no tenía mucho sentido, porque deseaba que me abrazara, pero mi mente estaba muy confundida y preferí evitarlo. En cualquier caso, él se acercó entonces a mi silla y se inclinó para besarme y yo me volteé hacia arriba para evitar que me besara en el sensible cuello… y resultó entonces que me besó ¡en la boca! 

¡Y además por más tiempo de lo debido!

Luego se enderezó y se fue dejándome paralizada en mi silla. Estaba vuelta una papilla. Completamente excitada pero sin saber qué hacer. El corazón me palpitaba muy rápido, mis pezones parecían salírseme del pecho y mi vulva parecía un río de lava. Me toqué los labios con los dedos delicadamente y para que no se me fuera a borrar la sensación del beso y con la otra mano me acaricié las tetas.

Luego de varios minutos así, fui recuperándome de la despedida. Me levanté, recogí la mesa y me fui a mi cuarto a bañarme y vestirme. Resistí la urgencia de masturbarme, pero me costó hacerlo. 

Pasé el día distraída otra vez en la oficina. Si seguía así nunca terminaría el proyecto, pero era que cada vez que trataba de hacer algo, en seguida me asaltaba algún recuerdo. Sus labios, el olor de su crema de afeitar, el abrazo del día anterior, su vientre contra mi culo. Definitivamente había decidido que si, que era su miembro lo que había sentido cuando se apretó contra mí.

Nuevamente llegué temprano a la casa y me cambié para ir al gimnasio. Yo también me mantenía firme gracias a mis duros entrenamientos dos o tres veces por semana. Las máquinas de ejercicios se encargaron de sacarme a Miguel de la cabeza. Para cuando terminé, sudada y cansada, sólo tenía fuerzas para pensar en un baño y mi cama. Al llegar a la casa, pude ver que Miguel estaba en su cuarto estudiando o leyendo. Siempre que yo tenía gimnasio, él sabía que no habría cena, por lo que seguro que se había preparado algo. Yo me tomé un yoghurt, me bañé y me acosté a dormir. 

Nuevamente desayunamos juntos y según se acercaba el final del desayuno, me iba poniendo más nerviosa. El no demostraba nada, pero de vez en cuando lo cazaba viéndome el pecho. Sin estar muy segura de qué hacer, poco antes de que termináramos de comer, me levanté de mi asiento y me dirigí a mi cuarto, desde la puerta de la cocina me despedí de él:

-Tengo que hacer unas cosas. Nos vemos en la noche-

-Claro, mamá- respondió él, con un ligero tono de desilusión en la voz.

-Deja los platos en el fregadero que yo los lavo después- añadí y me fui al cuarto.

Allí me terminé de arreglar para ir a la oficina y antes de salir me aseguré de que él se hubiese ido ya.

Luego pasé toda la mañana en la oficina pensando que había sido muy torpe con él en la mañana. Que quizás se sentía dolido. ¡Y yo también me sentía dolida por mis propio comportamiento!. ¿Cómo se me había ocurrido dejarlo que se fuera sin despedirme debidamente de él? Y luego volvía a iniciar con mis reproches silenciosos. El caso es que fue otro día más de bajo rendimiento en la oficina.

Al final de la tarde recordé mi ejemplo de la torta de chocolate y me dije:

-Bueno, es cierto que no debo comerme la torta de chocolate, pero no hay nada de malo probarla ¿no? Si dejo que me de un beso de despedida no estamos haciendo nada malo. Es sólo un beso de despedida. Bueno, un beso y una caricia. Y a lo mejor un apretujón. Pero definitivamente no hay nada de malo en eso-

Obviamente estaba completamente arrepentida de mi comportamiento y deseaba que llegara a la casa para abrazarlo, pero hoy era mi día de gimnasio y nuevamente, cuando llegué en la noche, ya él estaba en su cuarto. Así y todo le toqué la puerta.

-Pasa- me dijo.

-Hola hijo, buenas noches ¿Cómo pasaste tu día?- le pregunté. Me pareció ver cómo se le alegraba un poco la cara al oír que me preocupaba por él, que no estaba enojada.

-Muy bien, mami. Muchas gracias por preguntar. ¿Y tú? ¿Resolviste lo que tenías pendiente?-

2 comentarios - Mi Hijo el Chocolate que Puedo Desear, Pero no comer Parte 1

jorvac164 +1
Esperando por más,te dejo 10.Muy bueno !!!