La puta de mi hijo 3

Necesitaba un cambio pero, ¡joder qué cambio! Mi vida sexual había dado un giro de 360 grados. Ya, nada volvería a ser igual; por eso, acepté con gusto, aunque con muchos reparos al principio, lo que me pasó la siguiente vez que mi marido salió de viaje.
Llamé a mi cuñada para que viniera a dormir conmigo; habían pasado una semana desde nuestro encuentro y tenía deseos de montármelo otra vez con ella, pero me dijo que no podía porque ya tenía un compromiso; lo que no me dijo la muy guarra, es si su compromiso era hombre o mujer, así que, vi la tele con mi hijo sentados en el sofá ¡qué remedio!
Esa noche hacía calor, llevaba una camiseta de tirantes sin sujetador y un pantaloncito corto, holgado, para que no se me cociera la entrepierna. No me preocupaba en absoluto si mostraba mucho o poco de mi cuerpo ya que me encontraba en compañía de mi hijo; además, él estaba en calzoncillos tipo bóxer bastante ajustados. Giraba la cabeza y me miraba a veces, hasta de reojo, no le di importancia porque yo también le miraba a él, sobre todo a su paquete.
Se le marcaba todo perfectamente, la redondez de sus testículos y todo el tallo de su pene. Sé que no debería mirar así a mi hijo, pero como mujer no podía evitarlo.
Así que no prestaba mucha atención al televisor y, cuando lo hacía, me aburría como una ostra. La programación del canal de pago no me interesaba en absoluto; es más, me adormecía, así que decidí irme a la cama porque si seguía mirando el paquete a mi hijo, terminaría muy cachonda y no quería eso. Le di un besito en la boca como siempre hago, pero él me sujeto por la nuca reteniéndome más de la cuenta contra sus labios, me los lamió varias veces y me calenté más de la cuenta y eso que me besó sin meterme la lengua en la boca.
— Quédate un poco más mamá—dijo separando su cara despacio para mirarme a los ojos.
— Lo siento cielo, pero a mí no me va esta película y me está entrando sueño—dije bostezando para disimular.
— Falta muy poco para que termine y la que viene después seguro que te gusta, es una porno—insistió cogiéndome las manos.
— ¡Tú estás loco! ¿Cómo voy a ver una película porno contigo? ¡anda suéltame!—contesté intentando liberarme.
Mi hijo no me soltaba y tiró de mí hacia abajo poco a poco. Cuando vi que mis manos se acercaban peligrosamente a su abultada entrepierna me dio vergüenza y me quedé quieta, él aprovechó mi sumisión para frotar mis manos por su paquete y yo lo consentí hasta que recuperé la cordura.
— ¡Suéltame ya! — Exclamé mosqueada, al tiempo que di un fuerte tirón liberando mis manos por fin.
— No te enfades mamá, sólo trataba de jugar contigo —me dijo con una de sus maravillosas sonrisas.
— Pues no me gustan ese tipo de juegos —le dije.
Mientras me frotaba las enrojecidas muñecas, se me escapó una mirada disimulada a su entrepierna. La polla ya se le había salido y continuaba su crecimiento imparable, mi hijo dio un paso atrás para que pudiera verlo mejor, sé que una madre no mira eso a su hijo pero yo me quedé embobada mirando cómo se empalmaba, él se dio cuenta y aprovechó mi distracción para ahuecarse el calzoncillo por la ingle dejando sus huevos al aire, al verlos me mordí el labio inferior, mil pensamientos lujuriosos pasaron por mi cabeza a toda pastilla, pero haciendo un sobre esfuerzo logré controlarme, y me giré para irme a acostar; estoy segura de que mi hijo se llevó una desilusión. Subí las escaleras hacia mi dormitorio sabiendo que sus ojos estaban clavados en mi culito.
Ya en mi habitación no me quedó más remedio que masturbarme, al tocarme el conejito sentí que lo tenía encharcado, no me sorprendió ya que la visión del sexo de mi hijo me había puesto muy caliente, tanto, que me corrí en un santiamén.
Más tarde, tumbada boca arriba en la cama, traté de buscar una explicación a mi comportamiento: ¿Cómo había sido capaz de mirarle el paquete a mi hijo? Me había quedado embobada viendo como se le estiraba la polla y, no sólo eso, además me había puesto muy cachonda. Me lo reproché una y otra vez hasta que me quedé dormida.  
Me desperté de golpe con la rara sensación de que había alguien en mi habitación, dormía boca abajo y alcé la cabeza, la habitación estaba oscura, tenía la vista enturbiada por el sueño, no supe a dónde mirar, tampoco atiné a ver qué hora era, estaba segura de que algo me había despertado. Me noté las braguitas metidas entre las nalgas, giré la cabeza para colocármelas y noté una presencia en la habitación; y no sólo eso, una mano me acariciaba muy despacio el culo.
Pensé que era mi marido, pero al recordar que estaba de viaje me quedé inmóvil, casi sin respirar, y de repente, mi mente se despejó de golpe y me di cuenta de lo que sucedía inmediatamente: resulta que era mi hijo quien estaba acariciándome el culo ¡no me lo podía creer!
Estaba de rodillas en la cama, junto a mí, completamente desnudo, acariciándose la polla muy despacio ya estaba terriblemente empalmado y su polla completamente descapullada, entonces una terrible duda me asaltó ¿Cuánto tiempo llevaba mi hijo observándome y acariciándome para haberse empalmado de esa manera?
Me sobresalté y se me cortó la respiración un segundo, estaba escandalizada además de sorprendida y abrí la boca para gritarle, pero de mi boca no salió ningún ruido. No sé qué me pasó, no grité y tampoco le dije nada, en vez de eso, gracias a la luz que entraba por la ventana me quedé mirando cómo se tocaba el pene con una rara mezcla de sensaciones.
Mi hijo interpretó mi silencio como aceptación, me tumbó de nuevo en la cama y se tumbó junto a mí, rozándome con su durísima polla, poco a poco acercó su cara a la mía, nos miramos unos segundos y, sin cortarse un pelo, empezó a acariciarme un pecho.
— No hijo, por favor, no hagas esto —dije mirando cómo me estrujaba el pecho.
— Te deseo, mamá —me dijo en voz baja jugando con mi pezón que ya empezaba a endurecerse— no puedo ni quiero evitarlo, tengo que tocarte, acariciarte todo el cuerpo y tú también lo deseas. —esa confesión me avergonzó tanto que me cabreé.
— ¡Sal ahora mismo de mi habitación! —Le grité armándome de valor— lo olvidaré todo y haremos como si no hubiera pasado nada.
Pensé que se marcharía al verme tan mosqueada pero no se movió, es más, cogió mi mano y me hizo tocarle la polla, esa acción me dejó sin saber qué hacer, sin voluntad para decidir y se la toqué. Estaba muy caliente y muy dura. Acariciando la suave piel pensé: “Qué polla más gorda tiene”.
---Por favor hijo no me obligues a hacerte esto ---le supliqué.
Lo que estaba pasando era horrible porque en realidad mi hijo no me había obligado a nada, era yo la que por propia voluntad le sobaba la polla, sé no debíamos hacer eso, mi conciencia me lo repetía una y otra vez, pero mientras inconcebiblemente continuaba acariciando esa polla que estaba muy caliente. Y no se trataba de un inocente juego, ya que mi deseo por tocársela me dominaba. Se arrimó tanto a mí que sus labios rozaron los míos, sentí su aliento en mi boca.
— ¡Dios mamá! No imaginas cuanto he deseado esto, te voy a comer entera. —me susurró entre temblores.
Acto seguido su lengua empezó a lamer mis labios, me puse muy nerviosa, pensaba mil cosas a la vez, buscaba una solución a tan comprometida situación y para ganar tiempo tratando de dar con la solución no se me ocurrió otra cosa más que abrir la boca y claro, me metió la lengua hasta adentro al tiempo que me agarró por la nuca. Me besó con tanta lujuria que a los pocos segundos empecé a derretirme por dentro. Sentí una presión en el pecho que me ahogaba. Su mano se deslizaba lentamente por mi costado y al llegar a mi cadera ardía. Llena de angustia mantuve los muslos apretados, quería resistirme, no debía consentir que mi hijo se adueñara de mi cuerpo.
— Abre las piernas mamá por favor, déjame que te acaricie, necesito tocarte, te lo suplico. —me susurró al ver que me resistía a sus caricias.
— No hijo es mejor así, mi intimidad es una cosa mía y de tu padre, de nadie más. —le dije queriendo que razonara.
— Pero yo no soy un cualquiera, soy tu hijo y creo que tengo derecho.
— No cariño, no tienes ese derecho, sólo tu padre lo tiene.
— Podría forzarte pero no lo voy a hacer, prefiero que seas tú la que te entregues voluntariamente.
— ¿Es que no entiendes que no puedo entregarme a ti? por favor te lo suplico, déjame, vete. —le rogué.
— Sé razonable por favor, ahora estamos solos tú y yo, una mujer preciosa y un hombre joven que puede hacerte más feliz como nunca lo has sido, piénsatelo mamá.
— Gracias por tu consideración pero no tengo que pensar nada hijo, esto se acabó ¡vete por favor! Te lo pido como madre. —dije con voz seria, deseando cortar esta situación de una vez por todas.
— No me lo pidas como madre, pídemelo como mujer que eres, si como mujer me rechazas te juro que me voy y te dejo en paz para siempre. —su proposición parecía justa pero tenía trampa.
— Sabes que no puedo ponerme en el papel de una mujer contigo. —contesté.
— ¡Pues inténtalo, olvida que eres mi madre y compórtate como la mujer que eres! —dijo en voz alta.
Me hallaba en una encrucijada de la que no era capaz de salir, al menos con la dignidad de una madre, porque pese a todo lo que había dicho estaba que echaba humo, cachonda perdida y ¡claro que deseaba sus caricias!, y sus besos y, sobretodo su hermoso rabo, así que me olvidé de quien era, separé las piernas un poco y entreabrí mis labios. Él reaccionó, me besó otra vez en la boca y en cuanto nuestras lenguas entraron en contacto perdí el mundo de vista.
Mi hijo besaba de maravilla, además, alternaba los besos con mis pechos, chupándome los pezones con fuerza, entonces sentí su mano deslizarse por mi vientre y al llegar a mi pubis separé las piernas como lo haría cualquier mujer ansiosa por que la tocaran la húmeda raja.
Empezamos a besarnos olvidándonos de nuestra verdadera identidad, la pasión y el deseo hicieron que le pidiera que me acariciara el sexo. Mi hijo se adueñó de él, me tocó los labios vaginales, me los estiró, me metió un dedo en la vagina y después otro más, me frotó el inflamado clítoris mientras movía sus dedos arrancándome fuertes gemidos; me sobó el coño todo lo que quiso provocándome un fuerte orgasmo pero la cosa no quedó ahí. Sin prisa, pero sin pausa, sus manos se fueron apoderando de todo mi cuerpo, me acariciaba las nalgas y cuando sus dedos me rozaron el esfínter del culo me estremecí de placer, mi marido nunca me ha tocado ahí, así que moví el culo involuntariamente, él se percató de mi deseo y me metió un dedo dentro del ano, gemí con fuerza en su boca dando mi aprobación a la caricia y profundizó con su dedo moviéndolo despacio, así estuvimos un buen rato durante el cual yo no paré de jugar con su polla ni un momento.
Más tarde se separó de mi boca, nos miramos un momento y me susurró que me iba a comer, acto seguido se agachó sobre mi entrepierna. Separé los muslos apoyando los pies sobre el colchón con firmeza. Me besó la vulva varias veces, me la lamió y atacó mi vagina con su lengua profundizando todo lo que podía; yo estaba muy lubricada por lo que imagino que los minutos que pasó ahí es porque estuvo bebiéndose mis jugos; después me besó el esfínter del culo y me lo lamió, de nuevo era una sensación nueva para mí y adelanté el culo un poco para que pudiera chupármelo sin trabas.
---Me encanta acariciarte mamá, eres mía en este momento, me perteneces.
Así fue cómo supe que mi intimidad ya no era solo de mi marido, ahora, también era de mi hijo. Ese pensamiento y la voz de conciencia me indujeron a llorar, lo intenté con todas mis fuerzas, pero las lágrimas no salieron porque mis gemidos eran casi constantes.
---Por favor hijo ya está bien, no sigas.
---Ahora no puedo parar mamá, no me pidas eso--- dijo y siguió con lo que hacía.
Más tarde se irguió y se acercó a mi boca besándome de nuevo, yo le agarré su polla tiesa de nuevo, no le pajeaba sino que tanteaba su largo y grueso tronco, desde la base hasta la punta de su glande, gozando de su dureza, su miembro era enorme comparado con el de su padre; con la mano libre empecé a sobarle los testículos, la piel de su escroto era muy suave y los huevos eran gordos y pesados, me ponía cachonda amasar ese par de huevos. Me acordé de mi cuñada, del calentón que se pegó en la cocina ¿qué diría si me viera ahora? ¡Madre mía que follón! tuve que hacer un gran esfuerzo para no echarme a reír.
— Chúpamela —me susurró, nada más oírle se me quitaron las ganas de reír en el acto.
— No, no me pidas eso, hijo estás yendo demasiado lejos. —le dije.
— Sé que lo estás deseando mamá ¡venga chúpamela! —insistió.
— No por favor, ya me has metido mano, me has comido todo, mi intimidad ya no es un secreto para ti, además, te la estoy tocando ¿no? Pues confórmate con eso. —contesté intentando que razonara pues su petición me avergonzaba.
Él insistía una y otra vez, y yo cada vez tenía menos fuerzas para resistirme. Aquella situación me superaba. Mi cabeza era un caos de sensaciones y sentimientos. Por un lado era mi hijo pero por otro, era un hombre joven el que me tenía entre sus brazos, su cuerpo maravilloso me excitaba y las caricias que me daba me hacían estremecer como nunca lo había hecho mi marido, ya me había corrido dos veces y con mi marido ninguna. Estaba tan avergonzada de lo que estaba pasando que miré para abajo para no tener que mirarle a la cara. No estaba preparada para esto joder.
De pronto, las manos de mi hijo guiaron mi cara hasta su miembro, podía haberme resistido pero no lo hice le agarré los huevos y esperé. Ahora el hermoso pene estaba muy cerca de mi cara y su aroma me invadió. Olía a puro macho, me excité como nunca, mi entrepierna se encharcó y como una tonta abrí la boca, mi hijo movió la cadera y me la enchufó dentro de la boca que se llenó por completo, tuve una sensación indescriptible, por más que una mujer lo pretenda, jamás se puede imaginar lo que se siente cuando la enorme punta de una polla te entra en la boca; rodeé varias veces el cabezón de su cipote con mi lengua, su sabor era delicioso, palpé el frenillo y la rajita de su glande de la que manaba líquido, empecé a chuparlo pensando que si lo hacía me dejaría en paz ¡qué ingenuidad la mía!
Mi hijo estaba excitadísimo, me follaba la boca unas veces y otras observaba atentamente como le mamaba la polla, mientras, me contó que me deseaba desde que tenía trece años, reconoció que miraba de reojo mi cuerpo a todas horas desde entonces y a veces en un descuido mío se agachaba cuando llevaba falda para verme las bragas, luego se encerraba en su habitación o en el baño y se masturbaba cuatro o cinco veces pensando en mí.
Me confesó que me espiaba a escondidas para verme desnuda cuando me duchaba. Me decía todo esto cada vez más excitado y a mí empezó a excitarme mucho más de lo que ya estaba.
Apoyándose en sus rodillas se echó un poco hacia atrás ofreciéndome sus huevos los cuales lamí con gusto. Sentí su mano sobre mi muslo y mecánicamente separé las piernas; sus dedos se introdujeron en mi coño follándome con ellos a la vez que me frotaba el clítoris, entonces dejó de importarme todo, solo quería sentir placer otra vez.
Sin pensar en lo que hacía, me deslicé bocarriba bajo sus piernas, hasta ponerme debajo de su escroto, de esta forma y sin sentir vergüenza chupaba sus enormes cojones. Mi hijo se echó sobre mi vientre, hacíamos un 69 desenfrenado, tan pronto me comía el coño y el culo como que me metía dedos por mis dos agujeros; me corrí dos veces más, ahogando mis gemidos de placer contra su culo hasta quedar desmadejada. Se apartó poniéndose a mi lado, me levantó la cabeza guiándola hacia su polla y volví a chupársela.
— ¿Te gusta, putita? —me preguntó de pronto.
Me sorprendió que me llamara eso, pero lo achaqué a la excitación
— Ya siento el gusto en la punta, me voy a correr. — exclamó entre jadeos.
— Avísame que eso me da asco. —le advertí.
— Quiero que te comas mi corrida mamá. —me advirtió.
— Hijo, no me obligues por favor— Intenté retirarme.
Nunca había probado el semen de un hombre, ni siquiera el de mi marido; él jamás me lo había pedido, aunque estoy convencida de que si lo hubiera hecho, me habría negado.
— Estate quieta mamá, si te mueves te harás daño— dijo al darse cuenta de mis intenciones.
Me sujetó la cabeza con fuerza, imposibilitándome cualquier maniobra evasiva, así que, de momento desistí de cualquier intento por escapar a lo que se me avecinaba.
— Mira que eres tonta, con tanto resistirte se me han cortado las ganas de correrme —me dijo soltándome la cabeza.
— ¡Me alegro! No quiero que te corras en mi boca. —dije cabreada por la manera de tratarme e intenté incorporarme.
— ¡Venga! Hazme una paja para que me corra. —insistió.
— Ahora no quiero ¡No me da la gana tocarte! Y no me vuelvas a insultar—le grité incorporándome al fin y sentarme en la cama.
Movió la mano con mucha rapidez y me dio una bofetada en la cara que me dejó paralizada por la sorpresa. No me lo esperaba.
— Cabrón. Eres un cobarde.
Le insulté al recuperar el habla.
— ¡Cállate joder! —gritó— ahora hazme una paja, para que pueda correrme en tu preciosa boca.
Su grito me asustó, todavía sentía en mi mejilla la bofetada ¿qué debía hacer? Ninguno de los dos contaba con que ocurriera esto y, como no deseaba provocarle, a pesar de mi enfado le agarré la polla y se la meneé.
— ¿Ves como no cuesta tanto? Si me hubieras obedecido desde el principio, te habrías ahorrado el tortazo.
— ¡No me hables cabrón! Te has pasado. —contesté muy cabreada y empecé a masturbarle con rapidez para terminar cuanto antes.
— Así mamá, ya empiezo a sentir gusto otra vez, cuando te avise abre la boquita.
— No pienso abrir nada gilipollas.
— Si no lo haces te doy otra hostia. —dijo levantando la mano.
No creo que se atreviera pero por si acaso seguí meneándole la polla, preparándome mentalmente para degustar por primera vez en mi vida la eyaculación de un hombre. Cuando gritó que se corría, abrí la boca y me metí su polla dentro. De repente recibí su semen, caliente, y muy espeso como a mí me gusta. Un río entero me llenó la boca de un solo trallazo y se interrumpió de golpe ¿y ya está? Pensé decepcionada.
Pese a todo estaba deseosa porque me diera más néctar. Lamí la rajita de su glande y el frenillo. Insistí, una y otra vez, succioné con fuerza y al final me vi recompensada. Su polla descargó cinco potentes y copiosos chorros de nuevo ¡Esto ya es otra cosa! Pensé al recibirlos.
Me los tragué rápidamente y él me folló la boca tres veces, se detuvo de golpe y me bombeó otros cuatro deliciosos chorros de lefa. Le noté dispuesto a darme todo, aunque se quedara seco, porque volvió a follarme la boca y siguió bombeándome lefa un rato más en medio de grandes espasmos. Cuando pararon sus convulsiones me limpié un poco la boca y me tumbé a su lado. Ya me había olvidado del tortazo y sólo quería acurrucarme contra él. Me rodeó son su fuerte brazo y me sentí muy orgullosa de haber logrado que mi hijo me diera su deliciosa leche, si lo llego a saber, no me hubiese negado.
— Tienes una boca increíble, mamá —dijo satisfecho y me besó en los labios, beso que yo le devolví también.
— Escucha hijo. Lo que hemos hecho no podemos repetirlo jamás, será nuestro secreto y haremos como si no hubiera pasado nada, ¿de acuerdo cariño? —dije conciliadora.
— Antes contéstame a una pregunta ¿te ha gustado?
— ¡Tú estás loco! —contesté eludiendo la respuesta.
— Vamos di ¿te ha gustado? —volvió a insistir.
— Sí, pero… —traté de razonar.
— ¿Y mi corrida te ha gustado? —no dejaba que me explicara.
— No me digas esas cosas joder ¡soy tu madre! — me quejé ofendida.
— Lo sé mamá, lo sé —me besó los labios con tanto cariño que me derretí por dentro— pero a partir de ahora quiero que seas más — me sobó las tetas y se levantó. Respiré tranquila, por fin iba a marcharse. Pero no, se colocó a los pies de la cama mirándome fijamente a los ojos y el corazón me dio un vuelco, porque en sus ojos veía que iba a darme más.
— ¡Ábrete de piernas! — me ordenó con autoridad.
Me sorprendió tanto su seguridad que involuntariamente separé mis muslos. Mi hijo se colocó en medio de mis piernas y le vi prepararse para gozar de mi húmeda raja otra vez. Se comportaba con un aplomo impropio de su edad. Me sentí incapaz de mover un solo músculo. Tranquilamente arrimó su boca y empezó a devorarme el coño. Noté sus dientes sobre mi piel. Su lengua me mataba de placer literalmente.
--- ¡Basta por favor! Ya no me apetece. — le dije pero no me hizo caso y siguió dándose un festín con mi sexo.
Entonces le estiré del pelo para apartarle, no conseguí nada. Todo lo que intentaba para apartarle no me servía de nada y lo malo, es que su boca me doblegaba por momentos y al final apreté su cara contra mi sexo. Ya no me sentía con fuerzas para oponerme ¡Me moría de gusto!
— ¡Come cariño, chupa todo lo que quieras! —dije moviendo mis caderas. Me embargaba una excitación desconocida. Nunca había sentido nada igual con mi marido, ¡Jamás!
— Qué chocho más delicioso tienes putita. — dijo mirándome, luego puso sus manos sobre el interior de mis muslos y me espatarró aún más.
— Sí, ábreme y comételo todo. —le dije enloquecida de placer.
Animado por lo que le decía, mi hijo ya no me chupaba ¡Se estaba comiendo mi chocho literalmente! Su padre nunca me había hecho nada igual. Su fogosidad y avidez, eran, incluso más grandes que los de su tía. Sabiéndose dueño de mi cuerpo, me puso de lado. Me lamió las ingles pasándome toda la lengua. Me mordió las nalgas con suavidad, luego las abrió y me lamió el esfínter del culo con lujuria, estaba encantado con mi cuerpo y yo cachonda por la forma en que me trataba.
Volvió a mi sexo y exploró cada milímetro de mi coño; ayudándose con sus dedos, mi clítoris abandonó la protección de su capuchón y quedó indefenso ante su devoradora boca. Se me hinchó y se me endureció, agradecido por las múltiples lamidas que me daba. Se me puso tieso, con orgullo, para que mi hijo lo saboreara mientras me lo succionaba con fuerza. Lo peor de todo, no fue eso, lo peor, es que me ponía muy cachonda viendo cómo me lo comía mi propio hijo.
— Dame tu jugo zorrita. — me pidió.
Y como una tonta sucumbí a su exigencia en menos tiempo de lo que me hubiese imaginado. No podía controlar mis sensaciones. Tuve un monumental orgasmo. Yo misma me abrí la vulva para que él ahondara con su lengua dentro de mi vagina y arrebañara todo lo que le daba; tan descontrolada estaba, que algunas gotas de pis se escaparon de mi uretra.
Por su culpa yo me meaba de gusto algo que me sucedía por primera vez en mi vida; tan alta era nuestra excitación que incapaz de controlar mi vejiga empecé a mear en la boca de mi hijo y él se lo bebió todo encantado. No paró de lamer y chupar hasta satisfacerse completamente. Estuvo un rato besándome la vulva y el esfínter del culo, luego se levantó diciéndome que él también quería mear y al ver la cara que puse se partió de risa mientras entraba en el baño, segundos después escuché un potente chorro y suspiré aliviada. Estaba meando.
Esa pausa enfrió mi ánimo y pude pensar con claridad “Ahora cuando termine de mear, se marchará, y pondremos punto y final a esta situación surrealista” me dije. No le contaría nada a mi marido por supuesto, me sentía culpable, ya que lo había disfrutado y mucho pero con el tiempo se me tranquilizaría la conciencia.
Me tumbé de lado encogida, pensando en cuántas veces me corrido con mi hijo y en todas las cosas que le había dicho ¡por dios!, que estuviera muy cachonda, no era excusa. En fin, ya no había remedio. Me olvidaría de todo y mi hijo también, estaba segura de que esto era producto del calentón que se había dado con la dichosa película porno.
Mi hijo salió del baño y se me quedó mirando. La polla le colgaba flácida y aun así, ¡qué gorda la tenía el cabrito! Cerré los ojos un momento y respiré hondo para coger fuerzas antes de hablarle.
— Bueno ¡lárgate ya! ¡Vete y déjame en paz! —le dije cansada.
No me contestó, sólo sonrió y siguió observándome. Entonces vi cómo su polla empezaba a crecer y ensancharse. Horrorizada me senté en la cama.
— He dicho que te vayas, por favor. —insistí.
Empezó a acercarse y yo retrocedí en la cama hasta que mi espalda chocó contra el cabecero. Llegó al borde. Su polla ya estaba casi empalmada, la punta empezó a inflamarse y el prepucio se replegó hacia atrás dejando libre el grueso glande ¡ya estaba armado y listo! Extendió los brazos y me atrapó los tobillos. Grité. Tiró de mis piernas, y me arrastró con facilidad hacia él. Con la misma facilidad me separó las piernas y se echó sobre mí.
— No lo hagas hijo, por favor, a la fuerza no —supliqué.
--- Tranquila mamá solo voy a follarte. —me dijo.
Me sujetó los brazos por las muñecas por encima de mi cabeza, apretando contra el colchón. Me agité. Le clavé los talones en la espalda para hacerle daño y así se me quitara de encima pero esa postura facilitó lo que yo no quería. Su glande me entró en la vagina.
— Así mamá ¡Déjate follar! —dijo empujando.
— Ya vale hijo, me has metido la punta pero ya está, por favor vete. —le rogué.
— Mamá me pones cachondo — dijo penetrándome más y se abalanzó atrapándome un pecho con su boca; mientras me lo mamaba empujaba con su polla.
— ¡Por favor! No sigas hijo ¡te lo suplico! —me puse muy nerviosa porque mi cuerpo temblaba de excitación.
— ¡Oh dios, que rica estás mamá! —de pronto dio un fuerte empujón y me la metió toda. —grité asustada y excitada al mismo tiempo — ya eres mía. —me dijo metiendo sus manos por debajo de mí agarrándome del culo.
Ya no tenía remedio, mi hijo había entrado dentro de mi cuerpo ¿de qué me valía resistirme?, ¿no sería mejor colaborar? En el fondo, yo lo deseaba más que él, así que separé las piernas todo lo que pude.
— Ya me abro cariño ¿lo sientes? — pregunté ansiosa porque empezara a follarme.
— ¿Te vas a dejar? —me preguntó.
— Claro que sí ¡adelante! —le insté.
— Bendita seas mamá por dejarte follar. —me dijo emocionado.
Me la sacó y me penetró de un tremendo empujón. Solté un fuerte grito al sentirle, su cipote me había entrado hasta el útero y durante unos segundos el dolor fue insoportable, casi me desmayo pero de repente el gusto que invadió mi cuerpo me dejó sin fuerzas; me corrí casi sin darme cuenta.
Empezó el mete y saca sin prisas, deseaba tomarse su tiempo para gozarme y yo deseaba que se tomara todo el tiempo que quisiera. Que no terminara nunca de follarme, no hacía ni diez minutos que me había corrido y sentía que me venía otro orgasmo.
— Me corro, sigue, sigue. — murmuré abrazándome a él con fuerza y segundos después volví a correrme.
Se mantuvo quieto, gozando de los espasmos de mi vagina y poco después me pidió que me pusiera a cuatro patas sobre la cama. Me la clavó desde atrás profundamente y me cubrió con su cuerpo mientras me hacía suya.
Gemí, chillé, jadeé, y me corrí dos veces más, sin concederme un ni un minuto me tumbó de lado, él se puso detrás de mí y me enganchó de nuevo ayudándose con la mano. En esa postura gocé más que ninguna, porque a través del espejo vi cómo me follaba. Era espectacular contemplar como su pollón entraba y salía de mi pobre conejito, separé más los muslos para ver cómo se me dilataba la entrada de la vagina cuando mi hijo me penetraba.
De nuevo me tumbó de espaldas y se echó sobre mí, cubriéndome con su enorme cuerpo. Estaba ya muy cachondo, porque me follaba más deprisa y jadeaba como un oso. Me embestía con mucha fuerza, procurando metérmela hasta el fondo, ya le quedaba poco. De pronto me dio dos violentas embestidas y empujó con muchísima fuerza. Su polla empezó a soltar chorros y chorros de semen, muy rápidos; llegué a contar hasta doce. Se derrumbó sobre mí resoplando como una bestia; como todavía notaba que su polla latía en mi interior, moví el culo penetrándome yo sola y conseguí que me bombeara algo más de semen.
Cesó de eyacular y se relajó, tiró de mí hasta ponerme de lado sobre la cama y empezó a besarme en la boca con una ternura y un cariño que me entró miedo.
— Hijo no me beses así, no quiero que se te desaten sentimientos conmigo.
— No te preocupes mamá, mis sentimientos ya los ocupa otra mujer.
— ¡Vaya! Y ¿puedo saber quién es?
— Mejor que no. —dijo.
Me la sacó y se puso de pie fuera de la cama, antes de irse le dije que esperara un momento, me senté en el borde de la cama y comencé a limpiarle la polla con mi boca. Era lo menos que podía hacer por tantísimo placer recibido.
— Te espero mañana por la noche en mi habitación— me dijo después de besarnos en la boca y se fue.
No tenía fuerzas para responderle y de haberlas tenido ¿qué le hubiera dicho, que iría? Me quedé despatarrada sobre la cama, la vagina me temblaba todavía y el semen de mi amado hijo me rebosaba. Bastante tenía con recuperar el aliento. Pasado un rato me puse la mano en la entrepierna para no ir goteando semen por el suelo y me dirigí al baño, sentándome sobre el bidet; al retirar la mano de mi coño un gran grumo de semen cayó sobre la pila. Abrí el grifo y empecé a lavarme el coño, tuve que hacerlo muy despacio pues lo tenía muy sensible; allí mismo meé.
Tardé en dormirme, dándole vueltas a lo que había pasado, llena de sentimientos contrapuestos: por un lado culpa, y por el otro mucha, muchísima satisfacción. Siempre había considerado a mi hijo dulce y amable, ahora me daba cuenta de que con una mujer podía ser también dominante y duro; claro que hasta ahora, nunca había imaginado a mi hijo con una mujer. A pesar de todo, su rudeza me había excitado y su ternura me había derretido sobre todo con lo de “bendita seas por dejarte follar

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