Nunca Faltes el Respeto a la Recepcionista - 05

Y fue en ése momento, que escuché el no deseado sonido de la puerta del Consultorio abriéndose y cerrándose seguida inmedíatamente después por la menos aún deseada voz de Karen, la recepcionista comentando acerca de lo que observaba frente a ella.
- Bueno Doctora... de haber sabido que el panorama era tan interesante hubiera venido antes! - el comentario de la Enfermera provocó risas de ambas - Evidentemente usted está disfrutando de la revisación del paciente tanto como yo.
Después de ése comentario sólo pude asumir que la Enfermera se encontraba en un lugar desde el que podía apreciar que yo atravesaba por una tremenda erección; lo que por supuesto, sólo hizo que la situación se tornara todavía más humillante.
En mi mente no tenía ni la menor duda, que la Enfermera Karen hubiera hecho algún otro comentario, pero la Dra. Cristina la interrumpió.
- A ver nene... - empezó a decir mientras se ajustaba los guantes a cada una de sus manos - creo que esta oportunidad es perfecta no sólo para que te enseñemos a que midas tus comentarios en el futuro, particularmente cuando te vayas a dirigir al Personal Médico Femenino sino también para que aproveches a pedirle disculpas a la Enfermera Karen por lo que le dijiste.
Me dí cuenta que yo esencialmente era el que me había provocado todo esto, pero antes de siquiera empezar a formular una disculpa coherente la Enfermera Karen sacó de uno de los bolsillos de su ambo blanco un par de guantes de látex que de inmediato se calzó habilmente. 
- Enfermera... - sonó la voz de la Dra. Cristina
- Sí Doctora.
- Lubricante quirúrgico!
Y allí estaba yo intentando pensar como expresar la antes mencionada disculpa cuando sentí a la Dra. Cristina poniéndome lubricante en el ano.
- Relajate nene - dijo la Doctora (sí! seguro!) - Y tratá de empujar contra mi dedo... como si fueras a hacer caca bebé... va a ser más fácil para vos y para mi.
De inmediato la punta de su dedo estaba dentro mío, y la Doctora procedió a penetrar mi virgen trasero mientras yo sentí la primera de las 100 veces que rotó su dedo en mi interior.
Más aún, tuve la sensación de que iba un milímetro más profundo cada vez que lo rotaba.
Lo intenté lo mejor que pude, pero parece que no pude evitar emitir un suave gemido con cada movimiento y en cada penetración. Se me ocurrió que mi "Siiii..." sonaba digno pero la verdad no importaba, la Doctora me penetró girando su suave dedo cubierto de látex de nuevo, y yo respondí con otro involuntario gemido tan gutural como humillante.
Con cada aparentemente minúscula penetración, la Doctora llevaba su dedo más y más profundo dentro de mi previamente inexplorado trasero provocando que distintas ideas atraviesen mi cabeza, y me refiero a la que tengo sobre mis hombros.
(La "cabeza" que sobresalía absolutamente rígida por entre mis piernas tenía sus propias preocupaciones a esta altura y que esta exquisitamente vergonzosa situación no empeorara, desgraciadamente, no era una de ellas).
Los pensamientos empezaron a atravesar mi mente, algunos por una única vez otros se reproducían continuamente, pensamientos que incluían pero no se limitaban a: "cómo voy a expresar mis disculpas, qué sentido tiene que le diga nada a esta Enfermera, esto es por mi propia culpa por asumir que Cris era un tipo, (y por último, pero no por ello menos importante) uuhhh no se me pone cada vez más dura!"
Intercaladas con todos estos pensamientos, sin mencionar mis suaves gemidos, estaban las órdenes de la Dra. Cristina.
- Quedate quietito nene!... Relajate! Si rechazás la penetración es peor para vos...
Yo también seguía pensando (vaya a saber por qué) que tenía que tratar de no moverme porque cáda vez que lo hacía sólo provocaba que mis testículos rebotaran y se balancearan otra vez.
De cualquier manera, cada vez que la Doctora girara el dedo y me penetrara, yo iba a retroceder un poco, sacudirme suavemente, o de algún otro modo provocar que mi escroto (para no mencionar mi completamente erecto pene) se balanceara y rebotara otra vez.
Yo practicamente podía sentir las muecas en los rostros de ambas mujeres paradas detrás mío, y en serio, por qué no iban a estar entretenidas observándome poniéndome colorado y sacudiéndome con mi pene y testículos balanceándose mientras el dedo enguantado de la Dra. Cristina me penetraba cada vez más profundo en mi lubricado trasero.
(Creo que en realidad, era como una coreografía, o un concierto con la Doctora como directora de la orquesta: "uno y dos y te meto el dedo GIRO, y tres y cuatro y te penetro un poco más y seis y te hago SACUDIR, y las bolas se BALANCEAN").
- Asi... dejá que los huevitos se balanceen para mi nene... y la pijita bien bien dura, sabés?... Eso es, portate bien - eran las palabras de la Dra. Cristina.
Finalmente, pese a todo, la Doctora hizo un fuerte contacto con mi glándula prostatica y aún sin desearlo, le hice saber que había dado en el blanco cuando dejé escapar un significativamente más fuerte gemido e involuntariamente contraje hasta el más mínimo músculo de mi trasero lo más fuerte que pude.
Si mi pene estaba duro, ahora parecía de acero. Por supuesto, también bajé bastante mi trasero y levanté mi cabeza de la camilla lo que definitivamente provocó que mi escroto se sacuda hacia adelante y hacia atrás notoriamente, pero de repente ésa no era motivo de preocupación, imaginen éso. En seguida la Enfermera me pegó una fuerte palmada en el trasero con su mano cubierta de látex que retumbó en el Consultorio y con la otra mano me obligaba a apoyar de nuevo mi cabeza contra la camilla.
- Te quedás en la posición que te indicó la Doctora! - me ordenó la Enfermera mientras me "ayudaba" a ponerme de nuevo en posición.
- Relajate y dejanos proceder con el examen - la Doctora era lenta y metódica, y se aseguraba de palpar toda la superficie de mi próstata que resultara anatómicamente posible.
Mientras tanto, mi pene estaba tan largo, duro y parado como era posible casi como si estuviera tratando de escapar del dedo invasor de la Doctora. Sin mencionar el hecho, de que mi rostro estaba tan colorado como era posible como si la superficie de la camilla se estuviera incendiando, o derritiéndose por el calor.
Por mucho tiempo me había preguntado, cómo una mujer relativamente pequeña con manos proporcionadas, de repente poseía un dedo que se sentía como una tremenda palanca pero estoy seguro que si mi glándula prostática hubiera podido hablar hubiera maldecido a mi pene por huir del campo de batalla dejándola sola peleando contra el monstruoso "Dedo Verdugo" durante la ejecución de la condena.
Pero la suerte estaba echada, yo estaba destinado a ser el reacio receptor de un no deseado y completamente innecesario examen rectal en presencia de una ahora claramente entretenida Enfermera.
- Perdoname la falta de profesionalismo nene - se disculpó la enfermera cuando pudo contener la sonrisa, pero en seguida recobró el gesto severo y me señaló con el dedo índice de su mano cubierta de látex - Pero igual todavía me debés una disculpa!
Justo en ése momento, cuando yo empezaba a disculparme de golpe me sobresalté y sentí algo que no me esperaba -algo líquido- sí, líquido brotando de mi meato uretral y goteando, o quizá debería decir derramándose sobre el papel que cubría la camilla; sólo algo más para añadir al "Festival de la Vergüenza".
Entre gemidos y sacudidas, me las arreglé para balbucear una razonable tentativa de disculpa pese a que mientras lo hacía, mi mente estaba concentrada en otras cosas. Porque durante todo el tiempo que la Dra. Cristina estuvo presionando y acariciando mi próstata (que para mí fueron tres o cuatro décadas con mi pene chorreando todo el tiempo) yo no podía pensar en otra cosa.
En realidad, más que un pensamiento era una plegaria, algo así como: "Por favor no permitan que eyacule sobre esta camilla estando completamente desnudo y con una Doctora que acabo de conocer metiéndome el dedo en el trasero, y una Enfermera observado y sonriendo!"
En ése momentp, sin embargo, ni siquiera registré que ésas palabras no eran la mejor elección para una plegaria aunque al menos eran honestas y sinceras.
De cualquier modo, para ser absolutamente honesto, probablemente hubo algunos ahogados gemidos mezclados con sacudidas y sonidos guturales cuando empecé a sentir que estaba a unos diez o quince segundos de darle al Laboratorio (o por lo menos a la camilla de la Dra. Cristina) una enorme, sucia y absolutamente espontánea muestra de semen.

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