La Porteña y el Provinciano

Se conocieron cuando entraban en la adolescencia e iniciaron una inocente relación cuya máxima expresión fue un fugaz beso que él le robó una tarde en casa de su abuelo, pero al poco tiempo, el destino quiso que se separaran por muchos, muchos años.

Ella se crió en una mega metrópolis y, cual mariposa que emerge deslumbrante de su crisálida, se convirtió en la hermosa e imponente mujer que su cuerpo prometía en su tierna juventud. Ella es alta, su cabello largo negro con rizos amplios junto con su piel blanca, realzan su bello rostro que posee una boca con labios carnosos; sus senos son de medianos a grandes, redondos, firmes, con pezones renegridos y aureolas que ocupan casi la mitad de ellos; su cola redonda, parada y llamativa, resalta su cintura; en definitiva, mantenía la belleza que le posibilitó trabajar de modelo por un tiempo pero que también le permitió tener vivencias que solo en ese lugar se pueden lograr y que amplió su mente hasta por ejemplo, que tuviera una actitud de aceptación hacia los diferentes gustos y fantasías sexuales.

Él, en un pequeño pueblo del interior del país, se volvió un hombre de complexión delgada, un poco más alto que ella, cabello negro y lacio pero con un rostro que no llama la atención. A diferencia de ella, él siendo un hombre por demás común, no tuvo tantas oportunidades de vivir experiencias apasionantes, pero aprendió y perfeccionó las diferentes maneras de complacer a una mujer, al punto que parece leer el esquivo lenguaje de la sexualidad femenina y por sobre todo aprendió a despojarse del egoísmo que supone la búsqueda de su propio goce.

Nunca se olvidó el uno del otro, por las vueltas de la vida, se volvieron a encontrar y no tardaron en desatar toda la pasión que tácitamente se prometieron con ese tierno beso.
Como mero ejemplo, la noche mágica del primer encuentro, ella desplegó todo su arsenal aprendido en las noches de sexo salvaje que vivió. Succionó su miembro de la manera como solo una experta lo sabe hacer. Lo recorrió desde los testículos hasta la punta, lento y suave, lo tragaba hasta el máximo que permitía su cavidad bucal para sacarlo lentamente aprisionando el grande con sus labios mientras su lengua jugaba con la cabeza. Chupaba y masajeaba su pene mientras que con sus dedos estimulaba su ano, hasta hacerlo estallar en torrentes interminables de semen que los tragaba sin desperdiciar nada y seguir succionando hasta dejar brillante el aún erguido miembro. Una vez que él recuperó la firmeza, comenzó la danza que la dejó disfrutarlo en todas las posiciones de penetración imaginables, pero siempre y en todo momento castigando su clítoris mientras chupaba y mordía sus propios pezones, cosa que a él le encantaba contemplar con los dedos de los pies de ella insertos en su boca.


Él por su parte, no fue menos al proporcionarle sexo oral; la acostó boca arriba, colocó una almohada bajo sus caderas, abrió delicadamente sus piernas para comenzar besando el interior de sus muslos, subía lentamente hasta llegar a su ya lubricada vulva. Chupaba y mordía suavemente sus labios mayores, recorría con su lengua el espacio entre  estos y los labios menores y cuando al fin se digno en llegar a su clítoris, el primer orgasmo que ella experimentó fue brutal expulsando un líquido blanquecino, viscoso y muy dulce que no dudo en sorberlo con avidez y que se los hizo probar al fundirse en un apasionado beso.

Pero la mayor demostración que él también sabía lo que hacía estaba por venir. La puso en la posición que más le gustaba a ella… en cuatro, al borde de la cama y mientras la penetraba y azotaba sus caderas con fuertes embestidas, fue preparando su ano. Lo besó, lamió, acarició e introdujo de a uno sus dedos hasta lograr la dilatación tan deseada. Se lubricó, la lubricó, fue ingresando lentamente primero la cabeza y luego el resto del glande hasta tenerlo completamente adentro de su cola, y una vez acostumbrada a la intromisión, comenzó el bombeo, primero lentamente para ir aumentando la frecuencia y es aquí donde apareció la gran sorpresa. Él sacó un vibrador que le había comprado de regalo y se lo dio para que lo disfrute a su entero placer en su clítoris y vagina mientras la martillaba desde atrás sin piedad. Demás está decir que el orgasmo que ella experimentó fue tremendo, bufó, tembló, gritó, maldijo, hasta la piel de su espalda evidenciaba toda esa avalancha de sensaciones y se desplomó totalmente satisfecha entre convulsiones que él se encargó de apaciguar con sus caricias. Continuó recorriendo su espalda, su vientre, su cola, sus piernas, marcando a fuego sus toscas manos de hombre en su pálida y tersa piel de mujer mientras recuperaba la calma.

Así vivieron como un año, entre sesiones de este nivel y más también, prometiéndose cumplir fantasías mutuas como sumar a otra mujer a sus encuentros, cosa que a ella le atraía y/o tener sexo salvaje en una playa como punto culmine de una noche romántica, entre otras muchas.
Pero el destino, el maldito destino una vez más metió su cola y los separó, devolviéndolos a sus lugares originales tal como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sido solo un sueño (o una pesadilla según se considere) pero la piel de ambos sabe que todo lo ocurrido si sucedió, que si existió de verdad, que toda esa magia y placer de alto voltaje ciertamente fue real.



(Perdón que el relato sea un poco extenso y espero ansioso vuestros comentarios.)

3 comentarios - La Porteña y el Provinciano

bellaybestias +1
Muy buen post nos gusto esperamos que pase por el nuestro y comentes gracias
edudalio
Me alegro que les haya gustado. Muchas gracias y prometo pasar a ver sus publicaciones.
masitasexxx +1
Muy bueno!!!!
Y no es extenso para nada. Seguí regalandonos estos lindos y calientes relatos
kramalo
esta bueno..!! Es dificil aceptar que te tenés que separar por el destino... a menos que uno de los dos haya fallecido, el resto.... se puede solucionar. Ó por lo menos aclará por qué se separan, tanto para aportar alguno de nosotros, alguna solucion si se acepta. saludos. Sigue?..