Arroz con leche (V)




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Cuando el despertador se disparó, estaba firmemente abrazado a Pamela por la espalda. Estábamos desnudos y el sueño había sido medianamente reparador, porque podía sentir la sangre templando poco a poco mi herramienta.

Esos muslos oscuros y grandes y sus preciosos pechos, los cuales apreté las míseras horas de sueño que compartimos juntos, de la misma forma que cuando éramos amantes, despertaban mis ansias por ella.

Por su parte, al comprender la proveniencia del ruido, se volteó y medio durmiendo,me susurró:

*¡No te levantes, cariño! ¡Sigamos cogiendo un poco más!

Sonreí y respondí:

-¡Lo siento, Pamela! Debo ir a trabajar.

Y era algo que no podía controlar. Si bien, no había pasado una noche completa con Pamela tras 2 años y que tampoco me había tratado tan cariñosamente como esa noche, mi mente se retorcía con los reportes pendientes, porque a pesar de las habilidades de Gloria como mi asistente, hay puntos que debo verificarlos de forma personal y exhaustiva, dado que estamos hablando de dineros destinados a inversiones de maquinaria y donde errar en un 0, puede resultarnos fatal.

Por lo que como todos los días, me bañé, arreglé y me vestí, apreciando la tentadora silueta de Pamela, que seguía durmiendo plácidamente.

Me deslicé silenciosamente a la habitación de las visitas y bajo un revoltijo de sábanas y frazadas, con evidente aroma a calentura de mujer, encontré a Marisol descansando.

+Hola, mi amor, ¿Cómo estás?- me respondió, cuando la besé suavemente para despertarla.

- Bien, quise venir a verte antes de irme a trabajar. ¿Cómo estás tú?

+Sí, estoy súper.- dijo, restregándose los ojos para verme mejor y con un poquito de temor en su voz, preguntó.- ¿Me extrañaste?

- ¡Por supuesto que sí, loquilla! Si no, no hubiese pasado a verte, ¿No crees?

Marisol sonrió dulcemente y con esa mirada traviesa, clavada en mi entrepierna, preguntó:

+ ¿Y me trajiste desayuno calientito a la cama?

A pesar de haber tenido una tórrida noche con Pamela, la boca insinuante de mi mujer se me hacía irresistible.

-¡Solo un poquito!- le dije, desabrochándome rápidamente la bragueta.- ¡Estoy medio atrasado!

Marisol me sonrió y con esa especial dedicación, me empezó a trabajar. Lo más excitante de la situación era ver la habilidad de mi esposa para masajearme con una mano el tronco, besarme con verdadera gula y cariño el glande y con la otra mano, tocarse bajo las sábanas y el ronroneo misterioso de su huevo vibrador u otro juguetito sexual.

Le empecé a dar más y más cabeza, mientras que ella succionaba realmente enviciada, llegando a atorarse y golpeándome en el vientre con su nariz.

Eventualmente, sentí que se me iba el cuerpo, puesto que mi mujer, como experta mamadora, sabe bastante bien cómo hacerme acabar en cosa de minutos, sin importar cuánto pueda contenerme y cuando lo hice, se lo bebió por completo, tragando bocanada tras bocanada de semen y relamiéndose los labios y lo poco que le salpicó en la nariz con bastante gula.

+¡Qué rico, mi amor! ¡Te quedó bastante deliciosa!- me decía, con una voz casi infantil, lamiendo un poco el pulgar con el que se había limpiado.

Por mi parte, me trataba de recuperar una vez más, ya que con suerte, habré dormido 2 horas esa noche y la boca de Marisol me acababa de hacer correr la maratón.

-¡Gracias!- le dije, besándola verdaderamente agradecido y tomando un poco del sabor de mis jugos en su lengua.- ¡Por favor,Marisol, que no se enteren las pequeñas!

Y tras lavarme los dientes nuevamente, abandoné el departamento.

Justo en el momento en que las puertas del ascensor se empezaban a cerrar (porque a diferencia de los otros días, que bajo por las escaleras, en parte a una leve claustrofobia y por el irracional temor a que el ascensor se desplome), divisé el aleteo desesperado de Sarah, mi vecina, para que retuviese las puertas.

Debo decir que mi encuentro con ella esa mañana no fue una coincidencia, puesto que, por lo general, sale alrededor de las 6:20 de la mañana hacia su auto, mientras que yo saldré entre 10 y 15 minutos después y que durante todo el año donde hemos convivido en el departamento, con suerte, habremos coincidido 3 veces por la mañana.

Como fuera, luego de arreglarse y agradecerme por retener las puertas, nos miramos incómodamente en silencio, mientras bajábamos a los estacionamientos.

El descenso es largo, debido a que si bien, los departamentos de la planta superior son dúplex, los de la primera planta son triplex, por lo cual, debíamos bajar los 3 pisos de la planta inferior, más el subterráneo.

- ¡Quería pedirte disculpas!

o ¿Por qué?-preguntó de forma desinteresada.

- Por el ruido de anoche. Nosotros…

o Yo no escuché nada…- me interrumpió, pero sentí un escalofrío con sus ojos.

Desde la vez que vino a reclamarnos porque Marisol acababa ruidosamente las primeras noches que dormimos en nuestro nuevo departamento, siempre me he sentido intimidado por su mirada.

No es una mujer fea. Al contrario, tiene un buen trasero, intuyo que un par de pechos llamativos, es rubia y de ojos azulesl, con lentes de marcos rectangulares y de hecho, una mirada tan analítica como la de Sonia, en vista que siendo una abogada, debe saber discernir si sus clientes le están siendo sinceros o no.

Sobre su manera de vestir, es bastante sobria. Noten que no estoy diciendo que es la versión rubia de Sonia, porque mi jefa aun busca verse sensual para el resto y mostrar sus atributos. Sarah, al contrario, usa faldas largas hasta las rodillas, chaquetas gruesas y casi sin escote y a pesar que no muestra demasiada carne, su ropa es tan ceñida, que deja fluir la imaginación.

Y finalizando la breve introducción sobre cómo es mi vecina, sabemos que un hombre viene, al menos, una vez al mes, a su departamento.

Marisol y yo creemos que es su ex-pareja, el padre de Brenda, puesto que las pocas veces que hemos visto al sujeto (un tipo de mi estatura y de una complexión física delgada, un poco mejor que la mía; de unos 45 años, rubio, ojos celestes y con calvicie moderada, que siempre viste de traje elegante, como si fuese otro abogado), sale bastante enojado del departamento, es un altanero y nos ha tratado a Marisol y a mí con indiferencia.

Por ese motivo, me sentía que bajaba con un literal “detector de mentiras” a mi lado, y a pesar que tenía atravesada la explicación que el bullicio era por tener una visita de mi esposa, creía más que suficiente para confirmarle que yo era un mujeriego y mi esposa, una consentidora,

- Trataremos de no ser ruidosos…- comenté, ante su mirada expectante.

o Te he dicho que no he escuchado nada.- volvió a insistir, pero algo me decía que sí, lo había escuchado todo.

Durante el resto de la mañana, todo transcurrió de forma relativamente normal. Ciertamente, me faltaba el sueño, pero con cada bostezo, recordaba lo vivido con Pamela, volvía a sonreír y recibía un golpe motivacional para trabajar.

Pero alrededor de las 10 y media de la mañana, Gloria entró a mi oficina para darme su reporte diario.

Ese día, vino con una falda verde elegante, la cual le brindaba mayor cintura; una camisa blanca, de tenues trazos grises verticales, que se translucían un poco, mostrando su exquisita piel y el tímido caminar de una gacela, en la Sabana.

Era claro que mi negativa en la tarde anterior (nunca antes, me había rehusado ahacerle algo), le había desbalanceado y no sabía bien a qué atenerse esa mañana.

Depositó los reportes sobre mi escritorio, nerviosa, con los brazos extremadamente tensos y con una mirada muy temerosa.

Entonces, por primera vez, la tomé por la cintura y ubiqué su alzado trasero, apoyando su cuerpo sobre el escritorio.

- ¡Abre las piernas!- ordené y ella me miró entre sumisa y abochornada.

Ya empezaba a sentirse el aroma de sus jugos cuando le levanté la falda y no fue una gran sorpresa palpar un seductor calzón semi-transparente de encaje, color purpura, bastante mojado…

Jadeaba bastante cuando empecé a bajarle su prenda y una enorme baba surgió desde sus piernas, cuando el calzón quedaba a la mitad de sus muslos.

- ¡Cierra un poco las piernas!- ordené, forzando el descenso de la lencería.

* ¿Qué?- preguntó con terror.

- ¡Que cierres tus piernas! ¡Quiero sacarte completamente el calzón!

La mirada de Gloria no sabía qué esperar, dado que esto se salía completamente de la rutina. Por lo general, le bajaba la ropa interior hasta la mitad de los muslos y a partir de entonces, la empezaba a manosear, de forma pausada y profunda, de manera tal que sus suspiros y bochornos no pudieran ser escuchados por el resto del personal.

Por un par de segundos, quedó paralizada, sin poder reaccionar, pero tras mirarme, soltó un suspiro y me dejó actuar.

- Bien, Gloria. Ahora, quiero que te pongas el calzón en la boca.

Su rostro no podía procesar la veracidad de mis palabras...

- Gloria, hoy te voy a hacer gritar de placer y si no te lo pones en la boca, todos afuera te escucharán… o sino, debo entender que no quieres seguir haciendo más esto. ¿Qué decides?

Nunca la había visto tan asustada, pero esa mañana, alcé la barrera en nuestra relación.

Gloria sabe que puede perfectamente marchar a la oficina de Madeleine, denunciarme y que yo no negaré a sus acusaciones.

Pero por otro lado, y como mencioné, nuestro “ritual diario” formaba ya parte de su vida sexual y por lo visto, le agrada tanto, que acepta cualquier propuesta descabellada que le haga su jefe y la acata sin cuestionar.

Aun así, esa fue la única oportunidad que le hice aquello.

Por puro morbo, le di a probar la parte en contacto con sus vellos púbicos (lo que casi le ocasiona una arcada), pero aceptó a llevarse el resto a las mejillas.

Su hendidura chorreaba más, con gruesas gotas de baba que caían sobre una hoja de papel.

Le levanté la falda, dejando expuestos sus glúteos y empecé a acariciarle con mi izquierda entre medio de sus piernas.

Podía sentir los escalofríos que recorrían su cuerpo, a medida que acariciaba su vellosa feminidad en largos surcos que iban y venían con gran parsimonia, haciéndole suspirar de manera tranquila por un buen rato.

Luego fue el turno de mi pulgar derecho, que como si fuese un tiburón, empezó a deslizarle por su hendidura trasera, agitando su respiración un poco más.

Fue entonces el momento que decidí alzar más su trasero. Gloria me miraba pavorida, sin poder resistir lo que estaba pasando y cuando acerqué mi rostro a su humedad, no pudo hacer más que soltar un ahogado quejido sobre su calzón, a medida que mi lengua se deslizaba ascendente y descendente a través de su hendidura.

Con mi mano derecha, aprovechaba de introducir despacio, pero acompasado, el índice a través de su ajustado agujero trasero, avanzando y retorciéndolo en su interior cada vez más, fijando su mirada hacia el cielo, completamente desequilibrada.

Eventualmente, su cadera terminó buscando más la penetración anal, aumentando el intersticio entre su cintura y el escritorio, dejándome mayor espacio para lamer su hendidura femenina, que goteaba más y más, sin parar, hasta que pude poner mi boca entre sus labios, deslizar mi lengua completamente entre su canal y hasta sorber su hinchado botón al detalle, haciéndole gemir cada vez más.

Pero entonces, cuando su cintura se meneaba con el ritmo de una máquina de coser sobre mi boca, saqué el dedo de su ano, sujeté su vientre con mi mano derecha y forcejeando con el escritorio con la izquierda, la detuve por completo, haciendo que ella raudamente se volteara para mirar qué me pasaba.

Y ese fue el instante que aproveché de hacer el cambiazo, ubicando mi mano derecha en su entrepierna y mi boca, en su agujero trasero, haciendo que sus ojos se dilataran más en pavor y lo que siguió fue un suspiro ahogado más intenso que los anteriores, porque nunca en su vida había experimentado un beso negro.

Deslizaba mi lengua y plegaba su esfínter, que tenía un sabor peculiar, pero más que nada, aprovechaba de enterrarme en esos muslos carnosos, mientras que por abajo, Gloria se incrustaba 4 de mis dedos (desde el pulgar hasta el anular), meneándose como una poseída y es que si bien, no considero que mis dedos sean gordos (Marisol piensa diferente…), sí son largos, proporcionales a mi estatura, por lo que aparte de acariciar su completa concavidad con mis manos, la falange y la uña de mi pulgar alcanzaban también a estimular su distendido clítoris.

Gloria comenzó una cabalgata alocada, masturbándose con mi mano derecha con bastante entusiasmo, mientras que mi boca y mi mano izquierda la asediaban por el ano. Quedó por un par de segundos rígida, al sentir que el dedo del corazón también se apegaba y una vez más, al sentir al anular

Pero en esos momentos, el morbo ya me había posesionado e investigaba cuanta forma puntuda había en mi escritorio, para haberle dado una masturbación anal como corresponde, de la misma manera que lo he hecho con Marisol.

Incluso, llegué a un punto donde consideré ocupar el auricular del teléfono, pero lo deseché rápidamente, porque la deformaría de forma irreparable (ni siquiera pensé en que quedaría pasado a sus olores internos en esos momentos…) y mal que mal, quiero ser yo quien se lo estrene.

Fue así que, de alguna manera, divisé una pluma fuente de oro negra, un tanto gorda, pero lo suficientemente contundente para probar su ano.

Pegó un salto y un tremendo grito al sentir el reverso incrustarse por su ano, aunque también, pudo ser la sorpresa de sentir el frio del clip de oro, restregándose en su interior.

Como fuese, sus movimientos convergieron en una especie de “biela humana”, dándose placer tanto anal como vaginalmente, a un ritmo cada vez más acelerado.

Se tragaba más de la mitad de la pluma fuente y a ratos, me preocupaba que se la tragara completa y no la pudiese retirar e incluso, hasta sus gemidos eran más audibles, sin importar el bozal improvisado de su ropa interior.

Decidí que el mejor curso de acción era acabar esto cuanto antes y la mejor opción que tomé fue incrustarle los dedos de mi derecha lo más adentro que pude, robándole un suspiro demencial.

Probó ser resistente a mis embestidas, pero alrededor de la 7ma u 8va, sus caderas estaban ya meneándose sin parar y liberando sus contenidos de una forma casi explosiva.

Exhausta, apoyó su cuerpo sobre el escritorio, mientras sus espasmos iban disminuyendo en intensidad, liberando cada vez menos jugos. De puro milagro, había depositado sus reportes a mi izquierda, porque sus flujos habían sido tantos, que hizo un leve charco.

Nos miramos y su rostro estaba agotado, satisfecho y cubierto con unas gotas de transpiración a la altura de su tabique nasal.

* Jefe… yo…- dijo, deslizando sus manos casi desesperada a mi entrepierna.

- ¡No! ¡No! ¡No!- le respondí, sonriendo y girando mis piernas hacia la izquierda, sin importarme el bulto que se marcaba.- Hoy, de verdad que estoy ocupado y podré arreglármelas. Eso es todo. Ahora, quiero que avances en lo que tengas y mañana me entregas los reportes que te faltan.

Pero a pesar de mis palabras, sus ojos no se despegaban de mi entrepierna y la forma que sus labios se alzaban, deseosos de retribuirme parte del gozo, aunque yo quería guardar energías para gastarlas con Pamela.

Se recompuso nuevamente (y creo que no se puso el calzón) y salió más majestuosa y diligente que como había entrado.

Y para ya finalizar, Sonia hizo algo similar conmigo, en la reunión de la tarde: tomó los reportes que le tenía pendientes y tampoco los revisó, puesto que me tiene confianza y con solo verme de mejor ánimo, era prueba suficiente para confirmar que estaba todo bien.

De hecho, lo único que preguntó fue:

O ¿Ayer estuviste con Pamela?

Lo que tras responder, tomó un control remoto pequeño, se sentó a mi lado, metió una mano por la cintura de su falda y tras empezar a zumbar, ordenó:

O ¡Cuéntamelo todo!


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