Arroz con leche (IV)




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Recuerdo que podía sentir la felicidad y las ganas de Pamela.

Era algo en la forma constante de refregar mis brazos, mis muslos y mi pecho, que denotaban sus ganas. Eso, además de su incesante meneo hacia arriba y hacia abajo, aprovechando que permanecía hinchado dentro de ella.

- ¿Te sientes bien?

* ¡Sí, cariño! ¡Necesitaba una cogida de estas!-respondió sonriente y con una mirada gatuna.- ¡Me encanta tu polla! ¡Sois delicioso cogiendo!

No obstante, mi pregunta iba por otro sentido.

- Pero, ¿Respecto a Juan?

Pamela se encogió un poco al escucharme…

* ¡Sí!... Con Juan, también cojo bien…-señaló no tan convencida.-  Solo que tú… siempre me haces acabar más.

- ¡No, tonta! ¿No te sientes mal por serle infiel?

* ¡Ostias, no, cariño!- respondió como si fuese lo más evidente en el mundo.- Que ya te dije que hace tiempo que no cogía así.

- Entonces, tal vez no deberías casarte…

Me miró como si aquello no estuviese relacionado con lo otro.

- Yo, cada vez que lo hago, todavía me siento mal.

Por supuesto, se rió y de alguna manera que ella debe saber, logró apretar su feminidad un poco más.

* ¿En serio, cariño?- preguntó, sensualmente torturadora.

- ¡Sí!- respondí, asombrado y disfrutando del placer inesperado que esa súcubo me podía dar.- Por las niñas… y más que nada ahora, que Marisol espera un bebé.

* ¿Mari está embarazada?- consultó  sorprendida y soltándome repentinamente.

- ¡Así es!

Y le fui contando cómo nos pusimos en campaña en mayo del año anterior, de los meses sin resultado y cómo en esos momentos (esto ocurrió a finales de enero), Marisol llevaba casi 4 meses de embarazo, aunque no se le notaba mucho (e inclusive ahora), por la complexión delgada de mi cónyuge.

La noticia asombró a Pamela y era claro que no era un tema de conversación entre ellas, de la misma manera  que tampoco loera el rendimiento académico de Pamela.

Sin embargo, Pamela me dio como una mirada de resignación y empezó a besarme fervorosamente una y otra vez y a menearse con mayor ímpetu y cadencia.

Demás está decir que Pamela todavía mantiene ese cuerpo seductor que, una vez que te despegas de ella, te dan ganas de ingresar otra vez y con una sensualidad embriagadora y un enorme aguante, que podría pasar medio día con ella en la cama o tal vez, más.

Pamela me cabalgaba duro, con una mirada llena de determinación y podía sentir crecer el hormigueo sobre mi glande, porque esa era la forma que acostumbrábamos a hacer el amor la mayoría de las veces.

* ¡Clávame! ¡Clávame más duro, pichón!- ordenaba en tono autoritario.- ¡Sois un guarro! ¡Un infiel! ¿Cómo me habéis hecho esto?

Pamela restregaba sus brazos sobre mi abdomen y yo la sujetaba de las caderas. Ella cerraba los ojos, enfurecida, pero gozando, mientras que sus pechos se volvían a balancear.

Repentinamente, abrió los ojos y me extendió los brazos, apresándome, para adosar su  pecho con el mío y restregar su pelvis sobre la mía, de una forma divina e incesante, como si tuviese vida propia o un motor de percusión adosado.

* ¡Me lo prometiste! ¡Me lo prometiste!- me dijo desesperada, meneándose todavía impetuosa, pero a la vez, soltando lágrimas.-¡Me darías un crío al salir de la Uni!

Y por una parte, quedé petrificado por su comentario. Pero por otra, su voz reverberaba en mi memoria, confirmando el hecho.

* ¡Tú me dijiste! ¡Tú me dijiste!- decía, volteando su torso hacia atrás y martillándome con toda su pelvis, exponiendo otra vez esos imponentes pechos.

- Pamela…

* ¡Pamela nada!- respondió, dándome una fuerte cachetada, mientras ella lloraba y se meneaba a ritmo demencial.- ¡Tonto! ¡Fue esa noche que me cogiste en mi casa! ¿Recuerdas?

Sorpresivamente, el bofetón me aisló un poco de mi excitación, pero posteriormente (y de hecho, confirmándolo con mi bitácora), mi mente trató de encajar el momento.

En efecto, recordé aquella noche, unos 2 años atrás, cuando Marisol, Lizzie (nuestra antigua niñera) y yo viajamos de vuelta a nuestra tierra por unos días para celebrar el 18 de septiembre y que esa noche, tras salir a bailar algunas piezas de cueca con Pamela (bajo la completa autorización de Marisol), terminamos en su casa y haciendo el amor en su cama.

Lo soberbio, sin embargo, de la experiencia que vivía en esos instantes, era que Pamela meneaba su pelvis con suma violencia, al punto de hacer rechinar la cama, y que no solamente el golpe de ariete parecía estrujar mis testículos, sino que su vagina completa parecía buscar absorberme en su interior.

- Pero Pamela… Pamela…- intentaba en vano decir.

* ¡Pamela nada, carajos!- respondía,  meneándose con cada vez más violencia.

Y hasta que finalmente, logré concretar fuerzas y decirle…

- Pero Pamela… te vas a casar…

Y lo que siguió fue un orgasmo bestial de su parte. La cantidad de flujos que dejó salir destilaba hasta mi trasero y estaba seguro que mancharía hasta las sábanas.

Pero ella, era una imagen impresionante: había alcanzado un clímax,  mordiéndose los labios y cerrando los ojos, como si desease prolongar ese momento aún más, sin bajar demasiado el ritmo y con esos soberbios y alzados pezones, demandando una boca a gritos.

Y aproveché ese momento de debilidad para tomarla: la volteé suavemente sobre la cama y la empecé poco a poco a penetrar.

Pamela se dejaba besar y yo levantaba sus muslos, sujetándole sus rodillas, para facilitar la penetración.

Ella se corría sin parar, tornando su hendidura extremadamente húmeda y deslizándome hacia adentro y hacia afuera con relativa facilidad, clavándola hasta el fondo y hasta un poco más allá.

* ¡Cariño! ¡Cariño! ¡Te amo!- gimió Pamela, tras besarme como un sopapo.- ¡Qué polla tienes!

Y ese acento español, tan lascivo y pervertido, me llenaba de más ánimos; sus esplendorosos pechos, ardientes y parados como cantimploras, rozaban quemantes sobre mis costillas y ese trasero increíble, se apretaba delicioso sobre la cama, con ella aclamando más y más mis embestidas.

Mi orgasmo no lo pude aguantar más y me sentí acabar como un globo desinflándose. Por supuesto que ella literalmente lo aulló de placer cuando lo hice.

Nos mirábamos y estábamos embriagados. Nos besábamos suave y tranquilamente y nos hablábamos por susurros cómplices.

* ¡Me encanta coger contigo! ¡Sois divino!- dijo ella, mordiéndome pícaramente el mentón.

- Pero Pamela… sobre lo que dijiste…

Y su índice sensual se posó en mi labio…

* ¡Shh! ¡Shh! ¡Calla ya, cariño! Que no importa. A ti, te perdono todo.

Y sinceramente, no podía evitarlo: trato de ser fiel y fijarme solamente en mi mujer, pero Pamela es demasiado sensual.

Una vez que me pude despegar, me aparté para apreciarla por completo y ella, coqueta, juguetona y seductora como siempre, se rió, presentándome su trasero en pompa.

* ¡Pero… cariño!- replicó ella, con ese tono de putita española mimada, cuando la enterraba por tercera vez entre sus pliegues.- ¡Yo la quería por detrás!

Y en esas embestidas, le di como un salvaje: le agarré de los pechos y se los estiré, como si mi vida se me fuera en ellos; la lamí por la espalda, sintiendo hasta el sabor de su dulce piel, entremezclado con su sudor y lo que parecía ser bronceador de coco, hasta dejar láminas relucientes de baba y por abajo, la embestía con tanta violencia, hasta hacerle berrear de gozo.

* ¡Sí, cariño! ¡Sí, cariño! ¡Dame más fuerte! ¡Más fuerte, cabrón! ¡Qué polla tienes, Marco! ¡Qué polla tienes, cabrón!- gritaba con completa alevosía.

Luego de azotar por media hora la cabecera de la cama contra la pared y acabar estrepitosamente por tercera vez, supe que no había forma que Sarah no nos hubiese escuchado.

Pero a estas alturas, había despertado el lado lascivo de Pamela, que a pesar de haberse rellenado 3 veces conmigo, seguía con deseos de chupármela.

* ¡Ostias, Marco, que tu polla me encanta!- me decía, dándole unas chupadas por cada recoveco, que me hacía perder la cabeza.-¡Ya quisiera que la de Juan fuese tan buena como la tuya!

- Pero Pamela… ya no doy más.

* ¡Nada de eso, cariño!- dijo, cerrando sus labios sensuales con la punta de mi glande.- ¡Mira lo duro que estás y mi culito que te extraña, joder!

No podía negar que se veía apetitoso y me producía “algo” (para esas alturas, estaba adolorido y lo único que sentía eran ondas de leve dolor que subían y bajaban por mi apéndice), pero “creía” no poder más…

- ¡No, Pamela, lo siento! Mañana, debo trabajar.-dije, aunque eran casi las 2 de la mañana y volteándome para dormir.

* ¡Pero ostias, tío!- replicó la “Amazona española” enfadada.- ¿Qué no te das cuenta que nadie me lo ha roto en 2 años?

Eso fue mi perdición, porque no pude evitar voltearme para verla.

Y ella, coqueta como siempre, se llevaba seductoramente su índice a su labio.

- ¿Ni siquiera…?

* ¡Cariño!- interrumpió ella, sonriente.- ¿Crees que voy a dejar que alguien más me lo meta, tan rico como tú?

Y por pura gula, se la empecé a clavar. En efecto, a ella le dolió al principio,por lo apretada que estaba y por lo difícil que se nos hacía el avance, pero al poco rato, lo empezó a gozar. Por mi parte, disfruté bastante de la experiencia, porque el enorme trasero de Pamela es una obra de arte y escucharla gemir de esa manera a una diosa como ella, era algo que pocos mortales habrían conseguido.

Finalmente, alrededor de las 3 y cuarto de la mañana, según mis estimaciones, acabamos desmadejados sobre la cama. Yo resoplaba por el esfuerzo, pero Pamela tenía una sonrisita simpática y adolorida, pero bastante alegre y satisfecha.

Tras eso, nos dormimos.


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2 comentarios - Arroz con leche (IV)

alekil +1
Ostias hombre le acabaste adentro de nuevo, jajaja
metalchono
¡Por supuesto! Imposible no hacerlo. Gracias por comentar.
pepeluchelopez
Toda una obra de arte el sexo en esas condiciones... Lo mejor sin duda