Andrea, una rubia lesbiana

Entre mis amigas de toda la vida una de las que más aprecio es Andrea, una persona maravillosa desinteresada, algo retraída y callada, pero amiga de verdad de las que puedes contar con ellas. Algo mayor que yo. Creo que está a punto de cumplir los veinticuatro, pero siempre ha buscado en mí un apoyo como si yo fuese mayor que ella, digamos su hermana mayor, ya que ella es hija única.
Me quedé de piedra cuando me confesó, hará unos tres años que era lesbiana. Pero a la vez, me expliqué de golpe y porrazo un montón de historias que intuía y casi tenía certeza con relación a ella.
Lo primero, como una rubiaza de metro setenta y dos, y un cuerpazo de esos que envidiamos todas, no salía con chicos, tan solo le conocí un rollete a los 17 años con un niño guapísimo pero nunca llegó a cuajar. Otra de las cosas que me expliqué de ella fue su carácter retraído, creo que su timidez e introversión eran motivadas por la angustia que vivía al mantener en secreto su orientación sexual. Pero sobre todo me explique algunos episodios de carácter íntimo que me habían ocurrido con ella y que me tenían desconcertada.
 
Como buenas amigas habíamos dormido juntas en un montón de ocasiones, tanto yo en su casa como ella en la mía.
En una de aquellas ocasiones, ya hace años, entramos antes de ir a dormir en el baño, habíamos estado jugando tenis en con una amiga común y necesitábamos una buena sesión de aseo. Pues bien, ya en la bañera, Andrea cogió la esponja, se puso de rodillas frente a mí y comenzó a jabonarme. Yo reía por las cosquillas y ella también. Destapó el gel y lo dejó caer sobre mis pechos, tendríamos unos 15 años, ella se entretenía, siempre riendo, con la esponja en mis pezones. Yo reía con una risa nerviosa, lo creía un simple juego, pero mis mamelucos se empinaron poniéndose grandes y duros, y la esponja seguía y seguía. Era una situación que no me resultaba cómoda pero las risas la disimulaban encubriendo su excitación y mi desconcierto. Yo cerraba los ojos no me atrevía a mirarle directamente. Ella no cejaba, vueltas y vueltas sobre mis pechos ahora uno, ahora el otro y vuelta a empezar, haciendo hincapié en mis botoncitos abultados. Yo en el fondo sabía que me estaba excitando pero mi subconsciente lo negaba pretendiendo el simple solaz entre amigas como única explicación.
Recuerdo que las circunstancias cambiaron de golpe, mi chochito estaba bajo el agua tibia pero más caliente que el líquido elemento, ella dejó de reír súbitamente y mirándome a los ojos sumergió su mano y comenzó a frotarme justo allí.
Durante un buen rato la confusión me inundó de tal forma que no reaccioné, el masaje en mis senos me había dejado receptiva así que permanecía inmóvil, la verdad, ¡me estaba gustando tanto! Abajo me frotaba más suave y lentamente, yo reclinada en la bañera, mis ojos entornados, ella aún de rodillas, entre mis piernas, aplicada en la limpieza más profunda que mi coñito había sufrido en la vida.
Uno de sus dedos salió de la esponja y me hizo una caricia leve, imperceptible sobre mi clítoris, pero a mi me resultó como una descarga eléctrica. Cerré las piernas con brusquedad y para disimular el sobresalto le dije: - Ahora yo -. Mi corazón latía a mil por hora mientras yo le aplicaba el jabón sobre su cuerpo, eso sí, de una manera mucho menos cargada de erotismo. Terminé rápido, le dije que estaba cansada y que nos fuéramos a dormir. El impacto que la situación me generó duro días, creo que semanas.
Ella debió notar mi rechazo y como buena amiga no solo no insistió más en su aproximación sino que en lo sucesivo, mostrando un exquisito respeto, no me mostró ningún otro detalle de su inequívoca tendencia. Con los meses el incidente cayo en el saco de las cosas que ni se olvidan, por supuesto, ni te ocupan la mente de forma habitual, lo achaqué a la pubertad que vivíamos y que facilita ese tipo de situaciones.
Pero aun conservo otro episodio con Andrea, que sucedió justo antes de la confesión de su homosexualidad, es más, creo que fue el que la motivo directamente.
Os he comentado que hace unos tres años de esa confesión. Es decir yo tenía diecinueve y ella uno y pico más. Pues unos días antes de que esta se produjera acudimos a un concierto de música con un grupo grande de amigos, seríamos unos quince en total. Bailamos, bebimos y reímos de lo lindo, pero yo sobre todo bebí de lo lindo. 
El pabellón en el que se hizo quedaba cerca de mi casa y lejos de la suya así que ya habíamos avisado a nuestras familias de que ella dormiría en mi casa.
Me pasé bastante con el alcohol y además estaba derrotada. Al entrar en casa lo hicimos sigilosamente para que mis padres no nos oyeran y cerramos el cuarto con pestillo. Le dije a Andrea que algo me había sentado mal. ¡Qué leche mal, lo que estaba era como una cuba! No era capaz ni de desnudarme y se me trababa la lengua.
Esta parte no os la puedo contar con fidelidad sino bajo la irreal percepción de las cosas que una tiene cuando está trompa. Pero os cuento mis recuerdos.
A mí todo me daba vueltas, Andrea me tumbo en la cama y se fue sigilosa, todo me parecía una montaña rusa, al rato volvió con un trapo empapado en agua helada y lo puso en mi frente, ¡qué alivio! Hacía calor, era verano, no había demasiada ropa que quitar y sin embargo Andrea tardaba siglos en cada prenda. 
El primer pie salio de mi zapato y ella lo masajeó con tal dulzura y maestría que sólo el contacto de sus manos me relajó y alivió hasta un punto que no se explicaros, los dedos de sus manos delgados y frescos en las almohadillas de mi pie, colándose luego entre mis dedos, amasando mi talón dolorido por el baile, en algunos momentos me parecía sentir su lengua pero estaba demasiado mal y el masaje demasiado bien como para pensar en fruslerías. Ahora se que era su lengua, seguro, colándose en cada pliegue, deleitándose en ellos, humedeciendo los huecos por donde luego introducía los de sus manos. 
Masaje y besos, lengua y dedos. Después sentí descalzarme el otro pie y todo volvió a empezar. No se calcular el tiempo que duro. Pero me quedé dormida, exhausta. 
Me desperté cuando me incorporó para quitarme el top negro que llevaba y comprobé que estaba sin pantalón y sin bragas, no recordaba cuando me los había quitado pero al extraerme el top, quedé desnuda. Una sensación de libertad y alivio me recorrió. Hacía tanto calor.
Solo cuando me sujetó la cabeza para volver a reclinarme me di cuenta de que ella estaba también desnuda. Sus senos blancos refulgieron enmarcados por su pelo largo y rubio en la oscuridad de la habitación tan solo iluminada por la luz de la luna que se colaba entre los visillos.
Te voy a dar un poco de crema, me dijo, te refrescará. Yo volví a quedar tumbada, los ojos entornados disfrutando de aquello. Era cierto todo lo que hacía lo hacía con tal dulzura y sabiduría que pase de sentirme fatal y aún sin perder los efectos del cuelgue alcohólico, a sentirme como los ángeles, en un estado intermedio entre el sueño y la ensoñación. Sus manos me recorrían entera, las piernas desde mis pies, las caderas, el vientre, mis pechos, mis brazos. Embadurnándome de la perfumada crema dejando mi piel fresca y resbalosa. Era una maestra, no atacó de golpe, tal vez eso hubiese vuelto a provocar mi rechazo.
En alguna pasada su mano rozaba mi pubis, jugueteando con el vello, en otra un imperceptible pellizco sobre mi pezoncito, a la siguiente un beso dulce en mis labios y cuando todo resbalaba ya y el frescor de la crema casi me producía escalofríos sus senos recorrieron los míos, proporcionando el calor que necesitaba. Era una catedrática, mi coñito se mojó sin yo ser consciente de ello y aun así ella seguía preparándome, sensibilizando cada una de mis neuronas, una por una.
Me dio la vuelta y entreabió mis piernas situándose en medio de ellas. Su cuerpo se había manchado de crema con el mío así que con solo unas gotas en mi espalda fueron suficientes.
Noté su peso liviano en mi espalda, sus tetas untando la crema, era una doctora en la ciencia de la sensualidad, y creo que nuestro amor de amigas por su parte era algo más, se notaba.
No pude resistirme, ni quise, ¡qué carajo! cuando sus dedos comenzaron a jugar con mi culito y con mi almeja a la vez, subiendo y bajando, sentía un dedo penetrar mi chochito y otro masajear mi clítoris, mis bellos de punta, cesaba en su actividad y me besaba desde la nuca, recorriendo toda la espalda, abriéndome el culo me besaba el arete y metía la punta de la lengua en él recóndito escondrijo. Más tarde la misma lengua penetraba la chorreante cueva de mi coño, lamiendo sus paredes internándose en su interior, rotando y palpando cada arruga cada rincón.
Me folló todos los agujeros una y otra vez. Ahora con sus dedos, luego con su lengua. Era una licenciada en el arte del amor.
No se si os he dicho que soy multiorgásmica, no es que tenga cuatrocientos, pero en una sesión de una hora puedo tener tres y hasta cuatro orgasmos.
El primero me vino allí boca abajo justo cuando subió a lamer el lóbulo de mi oreja mientras sus dedos tomaban la misión del falo que no había.
Notó mi orgasmo, mis convulsiones que como marea, me recorrieron y hábilmente supo esperar, volver a despertar mi sensualidad que por otra parte un solo orgasmo nunca mata.
Yo permanecía borracha, he de confesarlo, pero mucho mejor. Volvió a darme la vuelta, volvió a entreabrir mis piernas y las tapó hasta los muslos con la sábana. Agradecí el gesto me resulto reconfortante el calor de la tela en mi piel.
Se que se colocó en la posición del seis y el nueve porque me llegó el aroma de su coño, cualquier chica conoce bien ese perfume, nuestras manos hacen cientos de viajes desde ahí hasta nuestra boca, ya sabéis, proporcionar humedad al entretenimiento.
Olí su aroma, pero la muy perra lo había perfumado además con algo, no me preguntéis qué, y era un aroma profundo y agradable.
En mi se albergaba un profundo sentimiento de gratitud y el morbo del placer de lo prohibido. Hice un esfuerzo sobrehumano para poner en funcionamiento mis brazos pero lo hice. Agarre su culo, duro y hermoso y lo atraje hacia mi boca. Intenté comer aquel manjar como tantas veces yo he soñado que comían el mío. Di vueltas a mi lengua, bese, chupé, penetré, lamí, acaricié durante muchísimo tiempo y como si un espejo fuese cada caricia ella la repetía en el mío. Si yo lamía ella lamía, si penetraba con mi lengua, ella me hendía la suya, sin pensarlo me encontré haciendo en cada momento lo que yo quería que ella repitiese.
Nuestros vientres se movían al unísono frotándose contra nuestras bocas. Todo se fue acelerando y cuando ella notó llegar mi orgasmo como un acto reflejo metió mi nariz en su abertura y se folló con ella proporcionando el punto final que necesitaba para llegar al suyo.
Dormimos no se hasta que hora. Era ya muy de día. Recuerdo la horrorosa resaca que me acompañó el resto del domingo. No os dije que el concierto fue un sábado, pero ya sabéis que es lo normal.
No hemos hablado casi de ello. Ella sabe que a mi es otro tipo de comida la que me gusta. Pero creerme se que me quiere, sigue siendo mi mejor amiga y no insiste. Y además ahora tiene pareja una chica que está a su altura, aunque yo diría un poco menos.
Andrea me mira con una mirada especial. Tierna. Dulce. Como ella.
 

3 comentarios - Andrea, una rubia lesbiana

estecanl03
Que Buen Relato ..Muy Caliente !!!