Desde el jardín - Parte I

Desde el jardín - Parte I


Me sentaba en mi escritorio frente a la computadora pero nada podía escribir. Un bloqueo en mí, me impedía desarrollar alguna idea que diera inicio al trabajo. Ni la apacible vista del jardín con sus desniveles de verde césped, ni las enredaderas florecidas trepándose a los árboles, ni el trinar de los pájaros; nada de todo aquel espacio de paz y relajación, que había pensado inspirador y sosegado, hoy daba sus frutos.
Mi cuarto libro aún no tenía una palabra. Tampoco la relectura de algunas obras que en otras ocasiones me fueron útiles, hoy me servían. La biblioteca que decoraba las paredes, parecía transformarse en una presión adicional a la de mi editor, que más de una vez me había reclamado algunas líneas para evaluarlas.

- Necesito algo más directo, Marta. Algo menos de poesía y lírica lingüística.
- Lo intentaré – respondía, sabiendo lo mucho que me costaba ser tan explícita.
- El público hoy se apasiona por la imagen y los textos tienen que ser un reflejo de sus necesidades. Si quieren sangre, dales sangre; si quieren sexo, dales sexo, mucho sexo.
- Prometo que lo voy a intentar – volví a mentirle.

Colgaba el teléfono y regresaba a mi escritorio devanándome los sesos para sacar de mí algo que no tenía. Mis libros abundaban en imágenes románticas, llenas de candor y erotismo, pero desposeídas del sexo categórico que reclamaba mi editor.
Casi al borde de los 53 años me afanaba en exprimir mi propia experiencia sexual, procurando encontrar los perfiles que le dieran vida a alguno de los personajes. No era fácil. El diagnóstico de una grave diabetes, hace unos 10 años, y su prematura disfunción eréctil, cambiaron mi vida sexual con Antonio, mi marido, para siempre. La plenitud de nuestros encuentros amorosos se tronchó
abruptamente. A pesar de ello, nos seguimos amando. Cambiamos nuestros hábitos y aunque él me dijera que buscara lo que me faltaba en otro lado, jamás lo hice. Lo amaba y lo seguiría haciendo. El sexo oral fue una alternativa que practicamos con asiduidad, aunque no llenara nuestras expectativas de un goce pleno. La disfunción también traía consigo problemas en la eyaculación y el vacío en mi vagina no era reemplazable, aun así seguimos amándonos como el primer día.
Aunque los años anteriores fueron de sexo pleno, nunca fuimos demasiado osados y nuestro sexo podría decir que entraría dentro de la categoría del sexo clásico. Por eso, ni siquiera allí podía encontrar la musa que requería. Ni aun hurgando en ese pasado hallaba argumentos para dar un punto de inicio a mi tarea.
Caminé sobre el piso alfombrado de mi estudio y volví a sentarme en mi escritorio. Como siempre lo hacía, con una bata de seda carmesí sobre mi cuerpo desnudo. Un atuendo que siempre me había resultado inspirador y que hoy no lo era. Estaba rumiando mi decepción cuando Armando entró con una tasa de café y una flor, cortada del jardín, decorando la bandeja en la que lo traía. Siempre tenía ese tipo de gestos que yo apreciaba. Me besó en el cuello y me anunció que tenía que viajar a Río Negro para supervisar la construcción de una ruta. Su trabajo lo obligaba a ausentarse de casa muchas veces. Una vez más estaría sola, quizás así me podría concentrar mejor y encontrar lo que buscaba.

- No sé cuántos días tendré que quedarme, yo te llamo.
- Bueno, amor.
- Decile a Carlos, cuando venga, que no se olvide de podar el árbol del quincho. Esas ramas en cualquier momento se rompen.
- No te preocupes, yo me ocupo. – respondí, mientras lo observaba alejarse.
 
Miré la rosa roja que adornaba la bandeja y tomé un sorbo de café pensando en mis textos llenos de erotismo pero nunca directos. Pensaba que el sexo, puesto en palabras, carece de magia cuando se expresa de ese modo, que siempre necesita de texturas sutiles que no lo transformen en algo exagerado, mecánico, incluso obsesivo o chabacano.
 
Quedé observando como el viento acariciaba la copa de los árboles, inclinándolos levemente, incluso obligándolos a desprenderse de algunas hojas. Era una imagen bucólica y placentera pero nada sacaba de mi imaginación.
 
Un rato más tarde regresó Armando, esta vez cargando una valija. Me besó dulcemente y se despidió recordándome su pedido.
- No me olvido, no me olvido – respondí con una caricia sobre su mejilla.
 
Una hora después vi pasar a Carlos, nuestro jardinero, camino a la baulera donde se guardan las herramientas de su labor. Abrí unos centímetros la puerta-ventana que da al jardín y lo llamé asomando mi cara.
- Buen día, Carlos.
- Buen día, señora.
- Te llamé porque Armando me pidió te dijera que no te olvides de podar el árbol del quincho, cree que alguna rama puede caerse.
- No se preocupe, señora, yo me ocupo.
 
Dio media vuelta emprendiendo el regreso a sus tareas. Carlos era joven, unos 23 años creí recordar, y relativamente fornido en comparación con otros muchachos de su edad.
Una fresca briza ingresó desde el jardín, cerré la puerta y me dispuse nuevamente a buscar el numen que me iluminara.
 
Esporádicamente, sentada frente a la computadora, levantaba la vista observando a Carlos ir de un lado a otro del jardín preparando los instrumentos de su labor.
Colocó una escalera relativamente alta para mi estatura y subió munido de una sierra, dispuesto a cumplir con el pedido de Armando.
 
Me dirigí a la biblioteca con la intención de encontrar un viejo libro de Apollinaire, que recordé en aquel momento y que podría brindarme, aunque más no sea, la punta de aquel ovillo en que estaba enredada.
 
Mientras me ocupaba enencontrarlo, un ruido violento y un sordo grito llegaron a mis oídos desde el jardín. Caminé presurosa hasta la puerta y temblé. La escalera yacía sobre el césped, rota, y a su lado el cuerpo de Carlos se retorcía de dolor.
Abrí y corrí hacia donde estaba. Carlos se quejaba y gemía, presionando el muslo de su pierna. El pantalón estaba rasgado y su piel mostraba una herida sangrante.
- Ay! Por Dios, Carlos! ¿Qué te pasó?
- Me caí, señora… la escalera…
No alcanzó a terminar por el intenso dolor de la caída, pero como podía intentaba ponerse de pie.
- Carlos, por favor, vení conmigo. En casa tengo un botiquín.
Como pudo terminó de levantarse y me siguió cojeando.
Entramos a mi estudio y le indiqué con una seña un sillón donde acomodarse.
- Sentate, Carlos, ya vengo.
Presurosa fui hasta el baño y saqué del mueble bajo el lavatorio una caja de primeros auxilios, que Armando tenía de reserva para nuestros viajes.
 
Al regresar, Carlos estaba tendido en el sillón con la cabeza reclinada hacia atrás, con un gesto indisimulable de dolor y las piernas semiabiertas.
Abrí la caja y empapando luego unas gazas en agua oxigenada me acerqué para revisar su herida.
- Carlos, permitime, hay que limpiar esa herida.
 
El pantalón rasgado dejaba ver una línea sanguinolenta de unos ocho centímetros sobre su muslo. Entreabrí la tela, con esfuerzo por lo ajustado de su pantalón, pasando la gaza humedecida. Por suerte la herida no era nada profunda, pensé tomando otra gaza y limpiando aquella línea rojiza. Esta vez, el contacto le produjo una sensación de ardor pues inmediatamente corrió su pierna dejando aún más al descubierto su entrepierna.
 
Solo en ese momento me percaté de otra rotura en su pantalón. Por debajo de sus genitales, la tela se abría dejando ver sus testículos desnudos y peludos.
Me produjo cierta exaltación ese cuadro, pero mantuve la compostura desviando rápidamente la mirada.
- Carlos, quedate quieto, tengo que terminar la limpieza con la gaza. Por suerte, es solo un raspón.
 
Inclinada sobre su pierna, volví a acercar la tela embebida, pero no pude evitar mientras lo hacía desviar mi mirada hacia sus testículos que me parecieron enormes para un muchacho de su edad.
Limpié la zona cuidadosamente. La sangre comenzaba a coagularse, pero en mi retina seguía fijo aquel volumen testicular que atribuí a lo ajustado de su pantalón sobre su ingle.
- Te voy a dar un pantalón de Armando para que te cambies. Este está muy roto. Lo busco y te lo dejo en el baño.
 
Levantó su cabeza reclinada para agradecerme, pero noté que su mirada se clavaba en mis senos que se mostraban desnudos a sus ojos por entre la bata entreabierta.
Cerré mi bata algo avergonzada e intentando mantener la mesura me incorporé caminando hacia el dormitorio.
 
Busqué uno de los pantalones de mi esposo en su placard y volví dejándolo sobre un taburete en el antebaño.
- Podés pasar, Carlos – dije indicándole el baño, que estaba en línea recta al sillón donde se encontraba.

Se incorporó dolorido y caminó hacia el baño.
Me dispuse a reacomodar los almohadones aplastados por el cuerpo de ese muchacho. Al terminar, levanté la vista no pudiendo salir de mi asombro. La puerta del antebaño estaba abierta y Carlos, de espaldas, desnudo de la cintura hacia abajo. El cuerpo joven y musculoso dejaba apreciar la firmeza de sus muslos y sus nalgas. Elevó una de sus piernas intentando introducirla en el pantalón y sus testículos volvieron a mostrarse ante mis ojos. Seguían tan grandes como hacía unos instantes y por detrás de ellos se asomaba otro pedazo de su cuerpo que caía más aún por debajo de la línea imaginaria que demarcaban sus testículos.
Corrí mi vista de aquel espectáculo parpadeando reiteradas veces y caminé hacia el escritorio. Me senté, tratando de recuperar el aliento que me faltaba provocado por ese momento, por esa imagen.
Escuché los pasos de Carlos regresando por el pasillo y respiré profundo.

- Gracias, señora – dijo mirándome y luego movió su mirada hacia la biblioteca.
- Cuántos libros! Es una belleza su biblioteca. A mí me gusta leer y de vez en cuando escribo alguna cosa, pero…
- Pero qué, Carlos?
- Es que no me gustaría molestarla, sé que usted es una escritora famosa y yo…
- Bueno, famosa es una exageración, pero decime.
- Yo… escribí alguna que otra cosa. Pequeños relatos y… si no le molesta, me gustaría que los leyera… para saber su opinión.
- Pero, por favor Carlos! Traelos cuando quieras, no hay ningún problema, pero ahora quiero que dejes todo como está y vayas a tu casa. Ya veremos qué hacemos con el árbol del quincho, no te preocupes.
- Gracias, señora. La verdad es que estoy un poco dolorido. Si no le molesta, esta tarde paso a dejarle algunas de las cosas que escribí.
- Si, por supuesto. Después de las cuatro, por favor, me gusta dormir un poco la siesta.

CONTINUARÁ...

1 comentario - Desde el jardín - Parte I

vannnatt
parte 2!!! para cuando!!! 👏