¡Recuérdame! (VIII)




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Compendio III


Por poco y lo arruino todo.
Fueron simplemente 20 segundos de soberbia. Durante esa noche, todo había sido suave y romántico y creo que me sentí confiado de tener a una mujer tan hermosa como Karina, dispuesta a compartir su cama conmigo.
“¿Quién va arriba? ¿Tú o yo?”
No pasó mucho tras abandonar las palabras mis labios, que sentí un gran arrepentimiento, vergüenza y nerviosismo.
Ella, en cambio, me contempló sorprendida…
“¿Qué dijiste?” preguntó, sonriendo de una manera tan bonita y coqueta, muy parecida a Kate Beckinsale.
Las palabras, que hasta esos momentos, salían con tanta facilidad, ahora titubeaban 3 veces dentro de mi cabeza…
“¡Disculpa!... a lo mejor, tienes otra posición favorita… o tal vez… quieras hacerlo de otra manera… ¡Lo siento!” respondí, muy consciente del gran ardor en mis mejillas.
Ella se rió de una manera levemente jactanciosa.
“¡Da lo mismo! ¡Solo ven conmigo!” ordenó con dulzura, golpeando suavemente con sus dedos la cama.
“¡No, no da lo mismo!” exclamé, una vez que mi sinceridad volvió a tomar las riendas. “Verás… como te dije en la tarde, estar con una mujer como tú, pocas veces se me dará… y no quiero decepcionarte. Quiero que lo disfrutes… ojala tanto o más que yo… y por eso, pensé que si lo hacíamos a tu manera, sería lo mejor… ¡Lo siento!”
Su amplia y suave sonrisa volvió a salir, acomodándose sus cabellos por detrás de su oreja derecha, mientras reposaba como la hermosa y legendaria Reina de Saba, que en el fondo, ella era.
“¡Qué eres lindo!” me dijo, de manera condescendiente. “¡No seas tonto! ¡Igual voy a disfrutar contigo! ¡Vamos, ven, acuéstate a mi lado y en el camino, nos lo arreglamos!”
Nos acostamos y volvimos a besarnos. Por lo visto, hacía tiempo que nadie le agradase la besaba…
Era sencillamente, una diosa inalcanzable. Su cabello color azabache me recordaba un poco a Pamela, la prima de Marisol y ese desplante perfecto, esa confianza, de haber tenido decenas o tal vez, cientos de amantes, la tornaba simplemente en una criatura maravillosa, que exudaba sensualidad completa a través de todos sus poros.
Paulatinamente, mientras nuestros besos volvían a subir su intensidad y tocaba de manera cariñosa mi rostro, su cuerpo comenzó a adosarse en torno al mío.
Sus suculentos senos se acomodaban erguidos por el costado de mi tórax, haciéndome misteriosamente creer que solamente venían de visita y rozaban mi pecho por simple curiosidad, con tal de explorar el entorno.
Y sus piernas empezaban a extenderse, buscando recibir con ansiedad el trozo de carne que encarcelado se le ofrecía. Como me lo esperaba, rozar su hendidura y abrir sus labios resultó relativamente fácil, cediendo una maravillosa y engañosa antesala a lo que en breves minutos nos sorprendería gratamente a ambos.
Sin embargo, mientras jugaba torpemente con mi herramienta, deslizándola a propósito dentro y fuera de su canal, pude darme cuenta que ella también había malinterpretado mis palabras.
Era algo en la contextura de sus gemidos. He estado con Marisol y otras mujeres (algunas, bastante promiscuas), pero esta era la primera vez que cuando se quejaba, lo hacía de manera desacompasada.
Tratando de ser un poco más explícito, sus jadeos eran demasiado intensos para minucias, inclusive si la penetración en sí no se estaba llevando a cabo.
“¡Siii!... ¡Asiii!... ¡Rico!... ¡Sigue más!... ¡Ahhh!”
Hasta sus exhalaciones me parecían efervescentes, como si estuviésemos en una película porno y fue entonces que caí en cuenta…
“¿Qué haces?” le pregunté, deteniéndome completamente.
“¡Nada!... ¡Estoy disfrutando de lo que haces!... ¡Por favor, sigue!” respondía ella, besándome cálidamente y tomando mi pene, con suavidad.
Sin embargo, yo seguía acérrimamente detenido.
“¡No! ¡Lo estás fingiendo! ¡Ni siquiera he empezado!”
Y en efecto, una vez que lo dije, me miró con temor…
“¡No! ¡Es la verdad! ¡Me gusta lo que me haces!” volvió a insistir, siguiendo con su mentira.
Entonces, acaricié su rostro con suavidad…
“¡Karina, no necesitas engañarme! ¡Yo no te estoy pagando!...” y luego, añadí con leve un breve tono de broma… “O al menos, espero que no me cobres caro después… pero quiero hacerte disfrutar.”
Ella se rió de mi broma un poco, pero se enterneció con el remate.
“¡Sí, tienes razón! Es que te vi tan triste y dudoso al principio, que no quería que te sintieras mal. ¡Lo siento!” se disculpó a su vez ella.
“¿Te parece si ahora, tratas de guardar silencio, hasta que te empiece a brindar placer?” consulté, haciendo que su coqueta sonrisa apareciera nuevamente en sus labios. “Sé que no lo aparento, pero sé lo que hago y hasta ahora, creo que he sabido satisfacerte esta noche. Solo déjame hacer esto ahora y verás que no te decepcionaré…”
“¡Está bien!” respondió.
Y proseguimos con nuestros besos. En esa oportunidad, ya no me ocupé de jugar tanto con su abertura y la enfilé entre sus carnes con relativa facilidad.
Todo iba bien por un rato, deslizándome suavemente en su interior, hasta que sorpresivamente, alrededor de la mitad, encontré una resistencia mayor.
De hecho, ella misma la sintió y se paralizó por completo. Empecé a forzar sus pliegos, haciendo que ella exhalara de una manera enteramente distinta a la que había visto antes en ella.
“¿Karen, hace cuanto que no tienes relaciones?” consulté, sintiéndola solo un poco más suelta que Marisol.
De hecho, le costaba gesticular un poco…
“ughhh… hace… mhm… 3 meses que… ahhh… paré de trabajar… ugh…”
Pero era evidente que por ese sector, hacía mucho tiempo que nadie lo transitaba y aquellos “genuinos gemidos” que aparecieron al principio, volvían a aparecer con incluso un mayor entusiasmo.
“¡Síiii!... ¡Sigue más adentro!... ¡Por favor!... ¡No te aguantes!... ¡Dámela toda!... ¡Dámela toda!” proseguía ella, a medida que la ensartaba.
Era simplemente una delicia. Tener a una diosa como ella, abierta de piernas, pidiéndote más y más de ti y sabiendo de antemano que quedaba alrededor de un cuarto por entrar, me llenaba de una gran satisfacción.
Y fue recién entonces que ella misma fue acomodándose encima, para recibirla entera.
“¡Mhm!... ¡Qué rica!... ¡Qué rica!... ¡Hace tiempo… que no me metía una así!... ¡Dale más!... ¡Dale más!...”
Llegaba un punto que me parecía que hacía danza árabe, por la manera que sus caderas se sacudían.
“¡Ugh!... ¡Qué rico!... ¡Todavía te falta!... ¡La quiero tener adentro toda!... ¡Así!... ¡Así!... ¡Sigue!”
Yo me afirmaba de sus caderas, forzándola para complacerla, haciendo que sus pechos me hipnotizaran una vez más…
“¡Aghhh!... ¡Aghhh!... ¡Falta un poco!... ¡Casi la tengo!... ¡Por favor, sigue aguantando!... ¡Ay, qué rico!... ¡Ay, qué rico!... ¡Siiiii!... ¡Siiiiiii!... ¡Entró toda!... ¡Entró toda!... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!”
Y mientras me agradecía, me daba alocados besos por la cara.
Podía notarse su maestría al cabalgarme, potenciando más su capacidad de erotismo: sacudía su larga cabellera hacia los lados, exponiendo esos tentativos pechos que no paraban de rebotar, junto con una mirada de leve soberbia y en ocasiones, cuando bajaba, no dudaba en frotar su pelvis sobre mis testículos, de una manera sobrenatural.
“¡Siii!... ¡Siii!... ¡Me falta poquito! … ¡Solo un poquito!... ¡Vente conmigo!... ¡Vente conmigo!... ¡Por favor!...”
Y como podrán esperarse, la complací. En esa oportunidad, tuvo un largo, persistente y solitario orgasmo, que en otro tiempo, habría roto mis expectativas.
La primera vez que experimenté algo así fue con Marisol, durante su primer semestre universitario.
Mi esposa, que en esos tiempos, era mi polola, se hallaba extremadamente tensa durante esa semana. De hecho, nos enfocamos netamente en sus estudios y a pesar que dormíamos juntos, no se encontraba de ánimos para la intimidad.
Eventualmente, el viernes de esa semana, accedió a tener algo conmigo y tal como ocurrió con Karina, alcanzó un solo orgasmo, a pesar de mis mejores esfuerzos.
“¡No, mi amor! ¡Está bien!” fueron sus palabras. “Aun te siento y me siento rico… ¡Gracias, mi amor! (me besó en la mejilla)… ¡Lo necesitaba!…”
“¡Discúlpame, ruiseñor!... Si me esperas, en un poco lo puedo volver a intentar…” repliqué preocupado.
Sin embargo, la luminiscencia de sus hermosas esmeraldas reflejaba una paz infinita y una amplia sabiduría…
“¡No te preocupes! ¡Está bien!... me siento como una velita, que de a poquito se va apagando… solo déjame disfrutarla hasta que se apague… ¡Por favor!”
Y así lo hice. Guardé silencio, hasta que ella abriese sus ojos, una vez más.
Lo mismo sucedió con Karina. Ella también había cerrado sus ojos e iba disfrutando cómo mi aguijón permanecía atrapado en su interior, sonriendo con gran alegría.
Yo solamente la admiraba y ni siquiera me atrevía a mover, mientras su cuerpo reposaba satisfecho sobre mí. Una vez que el efecto se disipó (alrededor de unos 3 minutos), abrió gratamente los ojos y lanzó un profundo suspiro.
“¡Gracias! ¡Fue rico!” respondió honestamente en esta oportunidad.
Seguimos besándonos y una vez más, su preocupación volvió a aparecer.
“¿Qué le vas a decir a Marisol? ¿No se irá a dar cuenta?”
Acaricié sus cabellos para calmarla…
“¡No tienes que preocuparte! ¡Ese es mi problema!” respondí, volviendo a besarla.
Empecé a besar sus mejillas y bajar a sus hombros, de una manera cariñosa y tierna. Eventualmente, llegué a su hombro izquierdo y me llevé otra sorpresa.
“¡Vaya, tienes un tatuaje!” exclamé, impresionado al verlo.
Era una especie de sol hindú, con numerosas coletas, que le hacían semejante a un girasol.
Ella volvió a sonreír…
“¿Recién te vienes a dar cuenta?” preguntó, muy coqueta.
“¡Sí! ¡Es que es la primera vez que lo hago con una chica tatuada! ¡Discúlpame!” respondí, acariciando la superficie con la yema de mis dedos.
Ella soltó un breve suspiro, sonriendo con mayor alegría…
“¡De verdad, no tienes la puta idea de quién soy!” recalcó, mucho más convencida y satisfecha por ello.
Y podía comprenderla. Era una marca tan visible, que de haberse desnudado los senos o inclusive, solo dado la espalda, lo más seguro es que habría aparecido en las pantallas, haciéndola prácticamente imposible para pasar desapercibido.
“¿Te dolió cuando te lo pusiste? ¿Tiene algún significado?” pregunté y a ambas respuestas fueron suaves no. Simplemente, lo había hecho por moda y por alguna razón, me encontré lamiendo y besándolo por un buen rato.
Eventualmente, tanto ella como yo nos volvimos a calentar y le hice la pregunta pertinente…
“¿Te gustaría hacerlo otra vez?”
“¡Por supuesto!” respondió radiante. “¿Necesitas tomarte un trago? ¿Darte un jalón (aspirar una tira de coca)? ¿Una pastillita?”
No pude evitar reírme, pensando en los individuos que ella habría probado…
“¡Karina, te dije que perdí la virginidad a mis 28 años!” respondí en un tono bromista, despegándome de ella y sacando el preservativo usado. “¡Créeme que lo que menos necesito son incentivos para recuperar el vigor!”
Y en efecto, una vez que me coloqué el segundo preservativo, no tardé mucho en ingresar en su ardorosa gruta, con la diferencia que ella iba abajo.
La segunda oportunidad fue completamente distinta a la primera. Karina estaba muy relajada, disfrutando mis embates y continuaba besándome con dulzura, pero ya no necesitaba fingir.
Levantaba sus deliciosos muslos, tornándola en una especie de ranita a diseccionar, lo que le ocasionaba la proporción justa de dolor y de placer. El vaivén era potente y grato y su templo de placer exprimía con mayor ansiedad a mi miembro…
“¡Marco!... ¿Estás bien?” preguntó, entre jadeos.
“¡Sí!” respondí, mordisqueando alrededor de su oreja.
“¿Podrías… moverte… un poco… más rápido?”
Quedé un tanto sorprendido. Estaba llevando más o menos, el mismo ritmo que llevaba con Marisol y a pesar que le estaba brindando placer, el umbral de su gozo absoluto se hallaba un par de revoluciones más arriba que el de mi esposa.
“¡Claro!” repliqué, y empecé a embestir con mayor velocidad.
Fue una labor ardorosa, porque como les he mencionado, el cuerpo de Karina es estupendo. Sus senos, aprisionados por mi pecho, se apreciaban como apetitosos flanes. Mi sudor era profuso y las caderas me molestaban levemente, por el ritmo que llevaba.
Sin embargo, cada esfuerzo conllevaba un beneficio y esto se reflejaba en que en esta oportunidad, los orgasmos fueron más cuantiosos y con mayor frecuencia…
“¡Ay, sí!... mhm… ¡Sigue así!... ¡Sigue así!... asshhhh… ¡Qué rico!... mhm… ¡Qué rico!... ¡Hacía tiempo… que no me culeaban así!... ¡Mantén el ritmo!... ¡Mantén el ritmo!... ¡Por favor, aguanta!”
Extendía sus brazos, en torno a la cama y la besaba. Karina se apreciaba maravillosa y me contemplaba con deleite. Amasaba sus pechos con dulzura y los estrujaba, para poder colocarlos en mis labios. Esta acción amplió más su placer y los espasmos de su cintura se tornaron cada vez más frecuentes.
“Ahhh… Ahhh… ¡Qué rico!... ¡Qué rico!... ¡Siii!... ¡No vayas a parar!... mhm… ¡No vayas a parar todavía!... ¡Por favor, aguanta!... ahhh… ¡Métela hasta el fondo!... ¡Lo que más puedas!... ¡Que tú llegas!... ¡Siiii!... ¡Siiii!... ¡Qué polvo más rico!... Ahh… ¡Dale más fuerte, Marco!... ¡Por favor!... ¡Hace tiempo que no me culean tan bien!... ¡Clávamela!... ¡Clávamela!... ¡Nooo!... ¡Ya no aguanto máaas!... ¡Siiiii!... ¡Siiiiiii!... ¡Córrete rico!... ¡Ahhh, que lo necesitaba!... ¡Qué buen polvo!... ¡Qué buen polvo!... ¡Siiii!... ¡Gracias!... ¡Gracias!... estuvo bueno… siii…”
Ese fue, más o menos, su dialogo hasta cuando alcanzó el orgasmo final.
Era tarde. Empezaba a clarear la mañana y los 2 estábamos exhaustos. Dormimos acurrucados por un rato, conmigo abrazándola de cucharita.
Alrededor de las 10, nos despertamos. Karina seguía nerviosa, por sobre qué le diría a Marisol, mas eso no le impidió que lo hiciéramos una vez más mientras nos duchábamos.
Aparecimos cerca de mediodía y como me esperaba, mi esposa lucía radiante, vistiendo todavía el camisón blanco que más me prende y un excelente humor, que llenó de perplejidad a Karina.
“¿Y cómo les fue anoche? ¿Se portó bien?” preguntó mi esposa, mientras untaba la mermelada sobre el tibio pan de su desayuno.
Mis pequeñas ya vestidas y jugando, en cambio, no paraban de mirarme, como si quisieran saber dónde me había metido…
“¡No!... ¡Sí!... se portó excelente…” respondió Karina, desconcertada por la pasividad de mi esposa. Luego me miró y añadió: “Le puso mucho empeño…”
“¡Claro que tuve que pasar la noche en su habitación!” agregué, con una mirada especial a mi esposa.
Karina se tornó completamente pálida al escuchar aquello…
“¿De veras?” replicó mi esposa, con una creciente sonrisa…
“¡Sí, ruiseñor! Era demasiado tarde para que volviera y no quería despertarte… por lo que le pregunté a Karina si podía quedarme con ella…”
“¡Pero no dormimos juntos!” agregó Karina, de manera desesperada. “Él me pidió quedarse… pero lo acomodé en un sillón… y yo dormí sola… en mi dormitorio… con las puertas cerradas…”
El nerviosismo de Karina solamente incrementaba más y más el placer de mi esposa.
“¡Claro!” Añadí yo. “¿O acaso crees que a Karina le interesaría dormir con un tipo como yo?”
“¡No, por supuesto que no!” replicó ella, con esa suavecita, discreta, coqueta y lujuriosa sonrisa, complementada con esos maravillosos ojos pervertidos de mi mujer, que demarcaban su satisfacción y orgullo.

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2 comentarios - ¡Recuérdame! (VIII)

Gran_OSO +1
Muy caliente!! Por lo que veo sigue!!
Grácias por compartir!!
metalchono
¡De nada! Sigue uno más, que acabo de subir. Muchas gracias por comentar.
pepeluchelopez +1
Jaja es una genio marisol! Que gratificante y me inquieta igual esa miraditas que tal vez se preguntaban donde estaba papá. Pero papá solo estaba siendo feliz y haciendo feliz a Dos personas mas
metalchono +1
Creeme que para mí, lo más díficil es eso: dejar a mis chiquititas de lado. Marisol me pregunta si acaso no me aburro de ver Pequeño pony todo el tiempo con ellas y escucharles hablarme una y otra vez por qué tal pony es mejor que este o el otro y cosas así, pero me entretienen. Además, tambien tengo mis shows infantiles favoritos ("Hora de Aventura" me mata de la risa...) y al final, se vuelve una actividad que compartimos en familia. En fin, espero que tus días mejoren...