Siete por siete (174): Géminis (IX)




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Compendio I


Esperaba encontrar nuestro dormitorio hecho un caos. Conociendo a Marisol, habría jugado con ella misma hasta las tantas, pero aparte de un tenue aroma a su sexo, nuestro dormitorio lucía inmaculado.
“¿Viste que me porté bien?” preguntó, con una alegre sonrisa.
“¡Vaya, te felicito! ¡No me lo esperaba!” comenté gratamente sorprendido.
Ella se río suavemente y me confesó, con su honestidad juvenil la verdad.
“¡Más o menos! Igual jugué hasta tarde, pero tú me dijiste que tenía que cuidar a las peques.”
Por ese mismo motivo, terminé buscando sus preciosos labios y me la robé hacia nuestra cama.
“¿Podrías jugar un poco conmigo?” pregunté.
Se mordía el labio de manera sensual y me miraba complicada.
“¿Cómo te puedes poner así? ¿No jugaste con Nery toda la noche?”
Y es que me ubicaba insistente frente a su templo de placer, abriendo y estirando sus piernas, forcejeando con mi pantalón hacia su hendidura.
“¡Pero te he extrañado!” respondí, mostrándole cómo mi erección hablaba por si sola.
“¡Si solo ha sido una noche!” exclamó, en tono burlón. “Además, tú pasas una semana durmiendo con Hannah…”
La seguía besando y buscando convencerla, mientras que ella daba suspiros aislados, haciéndose la esquiva.
“Pero Hannah no eres tú y créeme, que es muy difícil saber que te tengo cerca y no puedo dormir contigo…”
Sin embargo, a pesar de la tentación, Marisol es una mujer de firmes convicciones.
“Es que si jugamos juntos, se te va a acabar el entusiasmo y ellas quieren pasarla bien contigo…” respondió, con voz triste.
Esas son las cosas que me confunden y a la vez, me enamoran más de la mujer con la que decidí contraer nupcias, ya que no muchas dirían algo así ante esa situación.
“Bueno, al menos acuéstate conmigo y hazme cariño hasta que me duerma. Eso lo puedes hacer, ¿Verdad?” supliqué con resignación.
Sus ojitos resplandecieron esperanzados y mientras yo me tendía en la cama, me besaba las mejillas y los labios.
Recuerdo que sentía mi cuerpo pesado y que realmente, me conformaba con tener a Marisol a mi lado.
Se veía hermosa y sensual con ese camisón blanco y a pesar que todavía no se bañaba, su piel todavía mantenía una maravilloso aroma combinado a sudor sexual, junto con aroma a jabón.
Fiel a su palabra, me fue arrullando con su dulce voz muy despacio, acomodando mi cabeza muy cerca de sus pechos y mirándome con sus preciosas esmeraldas, con un genuino resplandor maternal que no había visto en meses y que por cada caricia que deslizaba sobre mi sien, me iba tranquilizando paulatinamente.
“¡Duerme, mi amor! ¡Duerme, duerme!” me pedía, mientras me contemplaba encantada y con mucha ternura.
Y me fui acomodando a su lado, aunque el aroma de sus pechos y su piel empezaba a embargarme.
“¿Qué? ¿Quieres que te de leche?” preguntó muy divertida al ver mi rostro buscar su busto.
“¡Podría ser!” le sonreí, tentando mi suerte.
“¡Pero si sabes que ya no me queda mucha!” respondió, afligida.
Lamentablemente, la “ley seca” para mis hijas y para mí empezaría a finales de abril...
Pero pensé que quedaría solamente en un juego. Como mencioné, con tenerla a mi lado y arrullándome ya me hacía feliz.
Sin embargo y ante mi más rotundo asombro, aceptó a desnudarse uno de sus hermosos pechos y ubicar uno de sus suculentos pezones en mis labios.
Honestamente, le contemplaba absorto, porque veía en sus ojos la mismísima mirada maternal con la que durante nuestros primeros meses tras el embarazo, observaba a nuestras chiquititas degustar la leche que ella secretaba y me sentía mesmerizado por sus ojos.
Mi madre me dio pecho hasta los 2 años y beber leche fue siempre una parte fundamental durante mi crianza. No obstante, a pesar que mi obsesión por los pechos me ha hecho sentir en varias ocasiones de manera banal, ha permanecido a través de los años y ahora, afortunadamente, mi esposa tras el embarazo, se ha vuelto una mujer con un busto generoso.
Pero lo que más cautivaba mi entendimiento era que ella, siendo 12 años menor que yo, pudiera darme de comer a mí, un hombre mayor de 34 años (que en febrero, tenía 33), con el mismo ahínco de una madre abnegada.
Su pecho se sentía suave y tibio sobre mi rostro y mi boca solamente se dedicaba a succionar levemente.
No quería probar su leche, porque las esmeraldas maravillosas de mi esposa me tenían hipnotizado, junto con su rostro blanquecino y sus rosáceos y tímidos labios, arrullándome con mucha suavidad.
Mas ella, con sus conocimientos adquiridos como madre, no aceptaba negativas como respuesta y depositaba parte de su pecho sobre mi rostro, al punto de cortar mi respiración levemente.
Fue entonces que, por instinto, sujeté con ambas manos su seno, formando un cuenco con el que palpaba el contorno de su suave, tibio y carnoso busto, levemente estrujándolo y forzando el paso discreto del maravilloso líquido de la vida que quedó en contacto en mi boca.
Al tragarlo, inconscientemente, empecé a succionar y podía apreciar que mis acciones repercutían en el actuar de mi esposa, dado que sus arrullos eran ocasionalmente interrumpidos por profundos suspiros de placer.
La leche que manaba de ella era deliciosa, con un leve tintineo acido que llenaba mi lengua con ansias de probar más y el aroma de su pecho y su calor me iban deslizando efectivamente en los brazos de Morfeo, hasta darme a entender el significado de la expresión “El descanso de los justos”.
Y mientras me sumergía en ese limbo entre el sueño y la realidad, percibí un leve toque sobre mi cuerpo.
“¡Ay, amor! ¿Cómo me la puedes poner tan dura?” escuché un susurro leve de Marisol, en tono de reproche.
Y fui jalado de regreso al plano de la realidad, cuando mi cremallera bajó lentamente por mi pantalón.
Admito que se preocupó de no perturbarme, pero entrecerrando mis ojos, pude ver cómo me fue acariciando con sus heladas y delicadas manos.
Afortunadamente, las manos de mi esposa son tan pequeñas y delgadas, que mi herramienta parece desbordar de su agarre y algunas veces, debe usar ambas para poder estrujarla bien.
Y como quien abre un regalo sorpresa que no debe verlo, mi adorada esposa se vio complicada al ver mi falo erecto e incapacitada para poder guardarlo, debido a su rigidez.
Entonces, dobló suavemente su rostro y se restregó las palmas de las manos, con evidente ansiedad...
“Bueno… supongo que con un besito no pasará nada, ¿Verdad?” dijo en voz baja y no estoy seguro si me lo decía a mí o no.
Y tomando mi glande suavemente, le dio un tímido besito en la puntita, sonriendo como si hiciese una travesura.
“¡Qué barbaridad! ¡No ha bajado nada!” protestó sonriente, pero en voz baja. “¡Qué malo eres por hacerme trabajar mientras duermes!, ¿Eh?”
En realidad, no podría decir si sabía que yo estaba despierto o no, ya que en varias ocasiones, le he visto discutir consigo misma.
El hecho fue que volvió a colocar mi glande en su boca, aunque esta vez, su pegajosa y tibia lengua revoloteó en torno a mi frenillo.
Su rostro de satisfacción era de lo más elocuente.
“¡Ni modo! ¿A ti te gusta mucho el cariño de mamá, verdad, travieso?” literalmente, le preguntó a mi pene. “Si no despiertas a papá ni le dices a las visitas que jugaste conmigo, te trataré con mucho cariño, ¿Entiendes?”
Y volvió a mirarme a la cara, pero se decepcionó al ver que yo seguía con los ojos entrecerrados.
De lo que si estoy seguro es que me había extrañado y es que podía apreciarse por la manera de mamar. Si bien se sentía suave y delicado, a medida que me iba sumergiendo en la gloria, me hacía pensar en un becerro hambriento de la leche de su madre, manteniendo en cierta forma la simetría de nuestra relación.
Por alguna razón, ella cree que es “su propia responsabilidad como esposa” mantenerme libre de erecciones (algo que, como podrán inferir de mi personalidad, no tuve nada que ver) y no he decidido “corregirle”, en parte porque es algo que le hace muy feliz y porque es bastante buena en ello.
Pero a medida que iba engullendo más y más mi miembro entre sus labios, cerraba sus ojos con bastante paz, como si disfrutase de mi sabor. De hecho, alcancé incluso a distinguir cómo, a pesar de tragar fehacientemente mi falo, se dedeaba frenéticamente con una de sus manos.
Estoy seguro que ni Nery ni Susana le habrían pedido que ella se abstuviera completamente de mí y que habrían sido más que comprensivas respecto a sus deseos, pero fue mi misma esposa la que se impuso semejante castigo y tal como ella misma me recriminaba el hecho que no pudiera pasar un solo día sin ella, tampoco era libre de sus deseos carnales.
Llegó un punto donde su ansiedad era tanta, que parecía poco importarle que yo llegase a despertar, metiendo y sacándola de sus labios con tanta violencia y deseo, enterrándosela hasta la punta de su garganta y jugueteando con mi apéndice, doblándolo hacia adelante, hacia atrás y para los lados, buscando drenarme casi con una desesperación obsesiva de mis fluidos, con un creciente y agradecido zumbido de su boca, como si probase un bocadillo delicioso.
Para cuando daba verdaderos besos húmedos a mis testículos y mordía levemente la base de mi falo, apenas me podía contener, sabiendo de antemano que ella se lo tragaría todo una vez más, con su experticia característica y me quejaba suavemente por el intenso placer que me estaba dando.
Y finalmente, tras conocerme a la perfección, mantuvo la punta de su glande unos breves segundos, aguantó la respiración y esperó que mis fluidos desbordaran una vez más a través de sus finos y tiernos labios.
Como me lo esperaba, se bebió gran parte y tan minuciosa como siempre, no desperdició ni una sola gota.
Ni siquiera, la que quedó discretamente escondida en su barbilla, la cual, como si fuera una chiquilla hambrienta, la limpió con su muñeca y lamió muy sonriente.
“¡Ay, amor! ¡Extrañaba tanto tu desayuno!” me dijo ella, en un tono muy meloso, para luego, volver a hablarle a mi apéndice. “Y tú, pequeño, ninguna palabra a nadie, ¿Me entendiste?”
Y con mucha delicadeza, tomó mi descargado falo, lo escondió una vez más bajo el bóxer, cerró la cremallera y me dio un tierno beso en la sien.
“¡Duerme, mi amor! ¡Duerme y sueña conmigo, que me haces muy feliz!” dijo, tras acariciar mis cabellos sudorosos, para luego entrar al baño a ducharse.
A nadie le sorprendió que durmiera hasta alrededor de las 3 de la tarde, ni mucho menos, que el atracón que tuve cuando llegué a la cocina podría compararse con el apetito de un oso gris.
Sin embargo, las miradas de Marisol y Nery eran de lo más dichosas hacia mi persona, secreteándose ocasionalmente y riéndose con coquetería, mientras que los ojitos de Susana resplandecían suplicantes y hermosos, sonriéndome con mucha timidez.
“Querido, ¿Me podés llevar a comprar un recuerdito?” solicitó, una vez que terminé la comida china que habían comprado.


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2 comentarios - Siete por siete (174): Géminis (IX)

Gran_OSO
Gracias por compartir. Excelente como siempre. Les debo los puntos, paso mañana a dejarlos.
metalchono +1
Está bien. Mientras lo hayas disfrutado, ya es una satisfacción para nosotros. Gracias por comentar.
pepeluchelopez
Muy buena experiencia, saludos
metalchono
¡Muchas gracias! Espero que estés bien.
pepeluchelopez
@metalchono regañado como siempre, has visto la imagen de la leona regañando al leon? Así mas o menos jaja saludos