Siete por siete (173): Géminis (VIII)




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Compendio I


A modo de anécdota, una de las desventajas que mi esposa y que mi amante se conozcan y que sean amigas es que cada vez que me pasa algo, me llega el reto al doble.
Hace un par de semanas, estando en faena tuve un malestar en el oído, el cual atendí usando un algodón para limpiarlo. Sin embargo, empeoró mi situación, pero aun así, no dije nada al respecto.
Durante varios días, intenté por distintos métodos (echándome agua, lavándome con jabón, aplicando soluciones salinas, etc.), sin tener muchos resultados y a pesar que recuperé un 90% de mi audición (de hecho, puedo oír lo mismo que el izquierdo, aunque con menos detalles y siento algo obstruyendo mi canal auditivo), me harté de la situación y se lo comenté a Hannah la noche del jueves.
Ella me miró con espanto, preguntándome cómo podía ser tan irresponsable (han pasado casi 3 semanas) y prácticamente, quería que fuese de inmediato a la estación de enfermería de la faena o en su defecto, al hospital de Broken Hill.
Argumenté que aparte de no molestarme tanto, no quería recorrer 250 kilómetros en una noche, sabiendo que tenía que presentarme en faena a primera hora al día siguiente y que me atendería apenas volviera de mi turno.
Como ella me conoce tan bien como Marisol y no duda en llamarme “Idiota” cuando sabe que en el fondo, no lo haré, tomó mi portátil y contactó a mi ruiseñor.
Ni qué decirles de la cara de sorpresa de mi esposa al ver que era la misma Hannah la que le llamaba (imagino que ni siquiera tendría una excusa para justificarse por qué estaba en mi cabaña a esas horas de la noche, en caso que Marisol preguntara) para acusarme y diciéndole que debía atenderme con un especialista.
Y esa noche, me sentí prácticamente en una sala de interrogación, porque por un lado, los ojos celestes y desafiantes de mi rubia Hannah, que me miraban intransigentes, mientras que del otro lado de la pantalla, Marisol, con sus ojitos verdes y llorosos, retándome sobre lo injusto que era con ella, dado que cuando ella se lastima, acudo apresuradamente en su auxilio y que yo, en cambio, callaba mis problemas.
Pero regresando a esos días más alegres de febrero, desperté alrededor de las 7 de la mañana y la imagen que tenía a mi lado era simplemente maravillosa.
Robándome las sábanas, para cubrirse un poco más, estaba Nery, con sus labios ardientes y sus preciosos cabellos, durmiendo muy relajada.
No podía creer que horas antes, la había hecho disfrutar tanto y es que Nery y Susana tienen ese encanto de las italianas, deportivas, elegantes y delicadas de figura, combinado con el garbo de las transandinas, donde el sexo es algo más casual y sin tanto compromiso.
O a lo mejor, debido a mi crianza, es solamente mi percepción personal.
Como fuese, con apreciar a Nery o a su gemela por el rostro, tienen una elegancia destacable, como si se trataran de embajadoras o princesas, donde la delicadeza de sus facciones no refleja para nada la magnitud de sus apetitos sexuales.
Pero sus cuerpos, por otra parte, son para escabullirse a solas, a los rincones más oscuros y desatar los apetitos más perversos y viciosos…
Me hallé acariciando suavemente su pelo, enternecido por su sonrisa. Afortunadamente, mi esposa cuando duerme, también sonríe de la misma manera y rara vez despierta de mal humor, porque todas nuestras diferencias de opiniones terminan en la cama, cuando los 2 quedamos demasiado extasiados para seguir discutiendo.
Pero fue entonces que Nery se acomodó más, abrazando la sabana y revelando su espalda desnuda con su suculento trasero en forma de pera y empezando así el largo martirio que me acompañaría durante el día.
Estaba muy tentado de penetrarla por detrás. Después de todo, parecía estarme desafiando y Nery, al dormir de esa manera, estaba completamente indefensa. Además, yo mismo le había quitado la virginidad de su cola el año pasado y a pesar que no se lo mencioné en su momento, esa es la manera con la que remato las noches con mi esposa y mis amantes.
Lo único que me frenaba era que ella dormía y estaba cansada. Además, para mí no resulta demasiado fácil, porque debo presentar la cabeza e irla introduciendo paulatinamente, para que el esfínter se acomode a mi grosor.
Así que, como podrán imaginar, ya estaba alzado y las manecillas del reloj avanzaban con demasiada lentitud.
La única opción que me quedó fue ducharme con agua fría, para bajar las revoluciones. Era una tina, con ducha y cortina, bastante común, equipada con jabón, acondicionadores, shampoo, bálsamos y todo ese tipo de elementos.
Y no pasó mucho para que tuviera compañía.
“¿Vos madrugás con las gallinas, bebé?” escuché la voz de Nery.
La cortina estaba cerrada, pero aun podía distinguirse su linda figura, levemente distorsionada…
“¡Uff, bebé!... ¡Sí que sos valiente!... ¡El agua está heladísima!” Exclamó, tras meter una mano.
Avanzó al otro extremo y para mi sorpresa, aparte de dar el agua tibia, se metió conmigo.
“No te importa si me baño con vos, ¿Verdad, bebé?” dijo, tras cerrar la cortina e interponerse entre el chorro de agua y yo. Sonriendo, al verme desnudo y alzándome lentamente por ella, agregó. “Así avanzamos más rápido…”
Sus manos bajaron casi al instante, para acariciármela, mientras la embadurnaba con jabón y la sacudía suavemente, para sacarme espuma.
Yo, en cambio, me preocupaba de introducir el jabón entre sus piernas, forzando su hendidura, sacándole resoplidos molestos por tratar de meter algo tan grande, pero luego de tomar el pan y retirarlo, empecé a meter los dedos vertiginosamente.
Los pechos de Nery y de Susana cuelgan en forma de lágrimas, a diferencia de los de Marisol y de Lizzie, que parecen flanes, pero no por eso, dejan de ser en forma llamativos y mientras nos besábamos, sus pezones empezaban a excitarse.
Sin embargo (y aunque les parezca anticlimático), ella no quería hacer el amor, sino que calentarme más de la cuenta.
Y entonces, cuando me tenía en plena erección, me pidió que le lavara el cabello.
“¡Por favor, bebé! ¡Lavámelo vos!” me pidió, haciendo un tierno puchero.
“¿Pero no puedes lavártelo sola?” Preguntó, cuando yo casi maldecía lo duro que me había puesto.
“Sí… pero esta vez, quiero que lo hagas vos…” respondió ella, con tono picarón y haciéndose la desentendida del desastre que me había hecho abajo.
“¡Está bien!” acepté de mala gana, pero deseando morderme el puño.
“¡Gracias, bebé!” me agradeció, con un sonoro beso en la mejilla y aproximándose más a mí con sus cautivadores senos.
Se dio la vuelta y doblándose en forma de L, me ofrecía esa preciosa y tentadora obra de arte, que resplandecía de manera libidinosa, producto del agua de la ducha.
“¿Dónde está el shampoo? ¿Dónde está el shampoo?” canturreaba, meneándose de un lado para otro, revisando el estante de las botellas.
Estaba petrificado y literalmente duro y alzado al extremo, tentado a metérsela... pero me contenía, porque su entrepierna todavía estaba resentida de la noche anterior y no quería aprovecharme, si ella quería que le lavara el cabello.
Pero lo peor se avecinaba pronto…
“¡A ver, no! ¡Este es acondicionador! ¡Este otro, crema para las arrugas! ¡Más jabón líquido!” decía ella, retrocediendo levemente con cada envase.
Mis dientes rechinaban, al ver que ese tremendo trasero me terminaría tocando y trataba de contenerme con cualquier resquicio de sentido común que me quedara…
Y eventualmente, ocurrió, porque no pude retroceder más por la pared.
Cuando me sintió, creo que dio un leve suspiro, pero seguía buscando un envase de su agrado.
“¡Este… huele a nuez!... ¡Este otro…a hierbas!... ¡No me gusta la manzanilla!” protestaba ella, subiendo y bajando discretamente su trasero.
Era un infierno, porque mi pene hinchado parecía literalmente un choripán, envuelto en 2 apetitosos, húmedos, firmes y esponjosos panes y cada vez que se paraba y se volvía a agachar, sentía cómo me apretaba.
En esos momentos, no tenía manos, sino garras que querían afirmarse a sus caderas y meterla con ganas en su agujero más estrecho, pero me aguantaba del puro honor…
Finalmente, tras unos 2 o 3 minutos de torturas constantes, donde la punta de mi glande cruzaba una y otra vez la línea que el sol había marcado en su tanga, encontró lo que buscaba.
“¡Mirá, bebé! ¡Al fin lo encontré! ¿Te gusta el olor a la manzana?” preguntó.
Su rostro se veía radiante y levemente acalorado, con un leve rubor que contrastaba con el bronceado de su piel.
En cambio yo, si no estaba pálido, sentía que me camuflaba con las blancas baldosas de la cerámica.
La contempló con amplios ojos al verla dilatada y comentó.
“La tuya no descansa, ¿Verdad, bebé?”
Estaba tan duro, que no podía responder y ella sonreía muy alegre mientras se agachaba.
“Te la chupo, si me lavás bien el pelo, ¿Ok, bebé?”
Y créanme que mientras me untaba shampoo en las manos fue un alivio, porque Nery la chupaba con pasión, con ojos bien cerrados.
Era distinto al estilo de Lizzie y de Marisol, que golosamente buscan sacarme el jugo lo más pronto posible.
Nery lo hacía más despacio, engullendo mi glande de poco, jugueteando con la lengua y retirándolo un poco más. Luego lo metía otra vez, avanzaba un poco más que la vez anterior, jugueteaba con su lengua y la volvía a sacar.
Pero todo muy despacio. A veces, sentía sus dientes sobre mi tronco, que se arrastraban sobre mi piel casi como si quisiera estrujarme, pero no lo hacía.
Y llegó a metérselo casi entera, porque la sentía en la punta de su garganta. Fue como cuando los alpinistas arman campamentos para el ascenso, porque a partir de ese punto, no la sacó más de sus labios.
Bajaba y subía, masajeándome con esos labios maravillosos, mientras yo trataba de realmente lavar su cabello, sin guiarle el ritmo. Pero aun así, por iniciativa propia, lo tomó y de lo único que me encargaba era enjuagar sus preciosos cabellos lisos, de toda la espuma.
“¡Oh, Nery! ¡Sigue así” le dije, en una oportunidad, haciendo que abriera los ojos y me diera una mirada traviesa, para tragarla otro poco más.
Ya cuando me tenía entre las cuerdas y sabía que no aguantaría más, se detiene y sujeta mi falo haciendo un anillo con sus delicados dedos y decide darme lamidas en mis testículos y escroto, junto con algunas mordiditas alrededor de mi falo, acelerando más mi corrida y justo cuando lo iba a volver a lamer, le acabé en la cara.
Por suerte, cerró los ojos y el primer chorro le pegó de lleno en la mejilla. El segundo, en la nariz. El tercero, en toda la cara y el último, dentro de sus tibios labios.
Su boca era una verdadera maravilla, revoloteando con la lengua para dejarme completamente limpio. Luego de esto, se volteó de lleno al chorro de agua y se lavó animosamente la cara.
“¡Bebé, no sé cómo le hará Mari para tragar tanta guasca!” señaló contenta.
“Bueno… por las mañanas, eso desayuna.” Respondí, haciendo que riera, mientras seguía lavando su cabello.
Se levantó y nos abrazamos, con su cuerpo destilando y sus preciosos pechos excitados. Nos dimos un tierno beso y aunque nos refregamos un poco con nuestros cuerpos, no hicimos nada más.
Le causó mucha gracia cuando le pedí si me podía vestir afuera, porque para mí, era un hecho que se la volvería a meter, una vez que la viera envolviéndose en la toalla. Y tras pensarlo un poco, terminó aceptando.
Entregamos la habitación alrededor de las 10 de la mañana y si bien estaba famélico, no quise probar el desayuno continental, por regresar pronto a mi hogar.
Lo que me hizo dar un brinco en el corazón fue que, tras estacionar la camioneta y abrir la puerta del living, escuché claramente una melodiosa voz que conocía bastante bien…
“Cosa más bella que túuuuu… cosa más linda que túuuuu…. Única como eres… Inmensa cuando quieres… gracias por existir…”
Y pidiéndole un poco de discreción a Nery, espié desde la puerta de la cocina. Pude apreciar ese maravilloso ángel que desposé, en ese camisón tan libidinoso y tentador y con sus cabellos tomados en una cola de caballo, tomando una cuchara de palo, como si fuese un micrófono, meneándose y sonriendo de manera animosa, para un público que no podía apreciar desde mi posición.
Pero no tardé en escuchar una segunda voz, un poco más melodiosa que la de mi esposa, pero de igual manera apasionada, cantando la versión italiana de esa canción y una tercera, mucho más discreta, que estaba a mis espaldas.
Nery sonrió al verme y le pedí que susurrara más despacio. Más sigiloso, me metí a la mitad de la cocina y vi cuando Susana y Marisol se sonreían mutuamente, cantando al unísono, mientras el ordenador transmitía la voz original, ante un público muy atento, que eran mis pequeñitas, que no paraban de alzar las manos.
Y cuando me di cuenta que la canción estaba llegando al final, esperé hasta el último verso e hice mi mejor imitación gangosa del cantante…
“¡Gracias por existir!”
Por supuesto, Marisol quedó estática, entre asustada y sorprendida y tras reaccionar, llegó corriendo conmigo.
“¡Mi amor! ¡Mi amor! ¡Llegaste!” me dijo, colgándose de mis hombros y besándome con mucha pasión.
Realmente lo necesitaba y la abracé firmemente, pudiendo sentir su delicado cuerpo entre mis brazos.
Susana nos miraba conforme y a los pocos segundos, entró Nery.
“¡Gracias! ¡Gracias por devolvérmelo!” le dijo mi esposa, al verla y tomándole de las manos.
“¡Che, gracias a vos por prestarlo!” respondió Nery, sorprendida.
Marisol me volvió a bombardear en besos, mientras mis pequeñitas se arremolinaban en mis piernas.
Una vez que mi esposa estuvo medianamente satisfecha y yo me enfoqué más en mis retoños, le preguntó:
“¿Y qué tal lo pasaste?”
“¡Divino, Mari! ¡Divino!” respondió Nery, jubilosamente. “¡Me sacó a bailar toda la noche!”
“¿Toda la noche?” preguntó Susana.
“¡Si, hermanita!... me hizo bailar, hasta que las piernas no me dieron más…”
La mirada de mi esposa era preciosa. Sus ojitos verdes resplandecían en orgullo y complacencia.
“¡Sí, yo sé lo buenísimo que es bailando!” respondió, sonriendo muy contenta.
“¡En realidad, está exagerando!” dije, tratando de bajarle el perfil y tomando a mi gordita en brazos. “Bailamos hasta las 5 de la mañana, más o menos y después, nos fuimos a descansar un poco. Incluso ahora, sigo exhausto.”
Marisol sonrió…
“¡Ven conmigo!” me pidió.
Pero antes de seguirle, vi a Susana. Ya se había bañado y vestía una falda veraniega negra, corta y bastante ligera, de esas que obligan a sus dueñas sujetarlas a la menor brisa de viento y una polera blanca, con el diseño de “hello kitty”, bastante apretada, que demarcaba muy bien la sombra de su sostén y por consecuente, sus lindos senos.
“¡Vaya, Susana! ¡Qué bonita te ves!” exclamé, luego de bajar a mi alegre gordita de mis brazos.
Ella se ruborizó al instante…
“¿En serio?”
Y al verla, Nery saltó como un resorte.
“¡Susi, por nada del mundo te saqués la remera hoy!” exclamó, sonriéndome maliciosamente.
“¿P-por qué?” preguntó su gemela, confundida.
“¡Créeme, linda, que si querés pasarla bien esta noche, dejátela puesta todo el día!” Respondió su hermana, con mucho entusiasmo.
Y mientras las hermanas conversaban de cómo habíamos pasado la noche, yo seguía las maravillosas caderas de mi mujer subiendo la escalera, meciéndose de derecha a izquierda, con 2 peldaños de ventaja y con unos deseos terribles de levantar su faldita y lamer su colita seductora…


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