La crisis no lo perdonó del todo...

Republicado, con modificación breve. La decisión de volverlo a poner es porque le tengo muchísimo aprecio a este relato.

2000. Muchos recordarán que no eran buenos tiempos para la Argentina. Desempleo, inseguridad, la paridad de las divisas (1 peso era igual a un dólar). En fin, no voy a hablar exactamente de eso ahora.

Marcos Arronches tenía 18 años. Vivía en una casa normal y corriente como las demás, pero su familia no estaba exactamente como quería. Sus padres no tenían laburo y subsistían gracias a sus tíos, que tuvieron un poco más de suerte, pero no eran millonarios.
Fueron esos mismos tíos, la hermana del padre y su marido, los que decidieron llevarse de vacaciones a los padres y al hermano de Marcos (de 8 años) a San Clemente del Tuyú por 15 días. El mayor optó por no ir y se quedó solo.

Martes 19 de diciembre. Las cuatro de la tarde. El día estaba nublado y parecía que iba a llover. Un poco aburrido, salió a caminar por su barrio. Saludó a sus amigos y estuvo con ellos una hora, charlando de lo que hablaría un pibe de esa edad: estar al pedo todo el día y si podía conquistar mujeres con facilidad. La realidad es que era exagerado; sólo besó a una jovencita cuando era más chico (11 años) y les mentía a sus amigos, diciendo que había estado con 3 mujeres en la cama en oportunidades diferentes.
Luego de tanto verso, a las 5 estaba de vuelta. Sacó un sachet de leche, la colocó en un jarro y esperó hasta que se calentase. Estaba todo el ambiente en silencio. Buscó unas galletitas de agua y las remojó en el lácteo. Cuando terminó, revisó en su habitación el sobre que le habían dejado sus padres con dinero. Asombrado, no había más plata y no supo qué hacer (le dejaron para dos días, no era mucho). Llamó a su primo Heber y le preguntó si tenía el número de la casa en la costa. Se lo pasó y aguardó hasta que lo atendieron. Al tubo estaba su madre, Andrea, que le dijo que no se preocupara, que hablaría con Heber para que le alcance 70 pesos que le sirvan esta semana. Pero desafortunadamente, el primo no apareció por dos días. El colmo era doble: no sólo que no tenía plata para alimentarse, sino que la empresa telefónica había cortado el servicio cuando hizo arreglos en la zona que duraron 3 días. En la cabeza le pasó una situación extraña e inexplicable, pero la concretó de todos modos.
Fue a un autoservicio de una calle populosa con un buzo de algodón, tomó un arma de juguete y la alzó al aire, diciendo: “¡ESTO ES UN ASALTO! SAQUE LA PLATA DE LA CAJA, PORQUE ESTO NO ES UNA JODA”. Las personas que estaban ahí, unas 10, más los empleados se tiraron al suelo. No los amenazó, sólo quería la plata. Las autoridades del supermercado llamaron encubiertamente a la policía, y llegó unos 15 minutos después. La negociación había comenzado. Había dos patrulleros en la puerta con tres oficiales cada uno. Los cajeros dejaron salir a la gente por pedido del joven devenido en chorro. Quedó él solo. Los agentes entraron y lo forzaron a dejar la pistola, y a confesar por qué hizo eso. Habló entre lágrimas y desesperación, diciendo: “MIS VIEJOS SE FUERON A LA MIERDA DE VACACIONES Y ME DEJARON SIN PLATA, DIJERON QUE IBAN A MANDAR A ALGUIEN Y ESE IMBÉCIL NO VINO. ME CAGO DE HAMBRE”. Marcos se entregó y lo llevaron hasta su casa porque era menor de edad. Cuando llegaron, los dos oficiales que se bajaron le hicieron compañía unas horas, pero la culpa lo empezó a sacudir. Dejó a los policías solos (una mujer y un hombre) y se fue a dormir. Eran las 8 de la noche. Prendieron la televisión y se pusieron a ver a Susana Giménez, pero hacían zapping entre ella y Mónica y César cuando se aburrían. Escucharon un ruido de llanto que provenía de la habitación. Se había despertado y lloraba porque nunca creyó que podría amagar o concretar un robo en su vida. Los padres criaron bien a ambos hijos y no quería que se enterasen lo que hizo. Les rogó a los adultos que no lo contasen. El oficial le dijo: “Pibe, como estamos ahora, está lleno de gente que hace lo mismo que vos. Estaríamos incumpliendo lo que prometimos, pero te la dejamos pasar”. La agente le dijo: “Agradecé… pero no lo hagas más. La próxima te la hago pagar yo. Vamos, Correa, que van a sacar los cupones y ver si se ganan el SUeldo”. Que ella le diga que se la iba a hacer pagar fulminó al adolescente. Cayó desplomado en la cama y durmió por una hora más, casi pareciendo que se murió.
9 y media. Se despertó otra vez pero no salió de la cama. La luz de la cocina estaba prendida con el ruido de la televisión a volumen medio. Correa se había ido y dejó a la agente Savio a cargo del chico. Cuando lo vio despierto lo llamó a cenar, porque decidieron con su compañero darle unos pesos para que use en la semana, y con parte de ese dinero compró para hacer pasta. Disimuladamente, observaba a la señorita cuando estaban en la mesa. Era muy joven, pero hace 4 años que estaba en la fuerza, contaba ella en una breve conversación. Casi no se dirigieron la palabra. La velada fue silenciosa y la única atención que prestaban era a la “caja boba”. A las 11 le dice que se va a ir a dormir, pero en su cabeza le parecía extraño por qué había tardado tanto en irse. Comenzó a describirla en su mente, y le había gustado mucho, pero sería un depravado si se le tiraba encima. No tenían tantos años de diferencia, pero era notorio de que ella era muy madura de personalidad.
Aún no podía borrar de la cabeza la primera frase que le dijo, que hizo que creciera el deseo. Antes de irse para su habitación, Marcos vuelve a hablarle y dice que si se quedaba a dormir podía hacerlo en el cuarto de sus padres; sino, con todo gusto la acompañaba hasta la puerta de afuera. Por su propia seguridad y al estar un poco peligrosa la calle, Savio se quedó. A las 2 de la mañana ya estaba todo oscuro. Las persianas, cerradas, y apenas entraba por una hendija de ellas la luz de los postes.
Se despertó otra vez. Sentía calor, y mucho. Pero oyó movimiento y la llamó. De repente, alguien lo sujetaba del cuello y casi lo ahoga. También, le propinaron unas palizas en el suelo y unas bofetadas, para luego arrastrarlo hacia la cama. Habiendo un predominio de oscuridad y al no escuchar más ruido que el de las agresiones que recibió, no pudo saber de quién se trataba. Adentro de la cama, no sintió más sus brazos y tomó cuenta de que lo estaban atando al respaldo con esposas, así que lo asoció directamente a su protectora. Alguien abrió esa persiana y se vio la sombra de una especie de ninfa, de una curvatura perfecta, totalmente desnuda, y con una macana en la mano. Esa sombra se le acercó y lo volvió a ahorcar, mientras le susurraba en el oído: “Aunque ahora no hiciste nada, igual me voy a encargar de vos, pendejo”. Lo agarró, lo forzó a besarla y a lamerle los senos, y cada vez que se detenía, le pegaba más bofetadas. Obviamente hay que decir que cuando lo tiró al suelo, le quitó toda la ropa y él lo percibió al retornar a su lecho. Era la rudeza de esa mujer policía lo que hizo encender bastante al joven, además de su belleza exterior: tenía cabellos largos y castaños, y ojos verde claro, parecía una modelo de por cómo era. En el coito, los humos no bajaron y la situación fue similar a lo que pasó antes. Ya con sus manos libres, Marcos le acarició demasiado la espalda y pasó a besarle el torso. Nunca fue agresivo, sólo quería ser un esclavo y obedecer sus órdenes. No importa si ella lo insultaba o lo azotaba, quería ser la servidumbre de tamaña beldad. Después de liberarse la primera eyaculación, él se fue a bañar para quitarse el olor de esperma del cuerpo, y ella se cubrió con las sábanas. Cuando salió, encontró todo oscuro otra vez y volvió a preguntar por ella. Otra vez sufrió una arremetida por la espalda, y lo arrojaron boca abajo con violencia en la cama. Savio tenía ahora un látigo y otro par de esposas, por lo que sería otra vez atado. No tuvo piedad, y lo castigó hasta que las nalgas del adolescente enrojecieron y sus lágrimas empezaron a caer por el innegable dolor. Pero fue un placer confuso, porque al mismo tiempo que sufría por el dolor, el ser simplemente un objeto de dominación lo hizo mojarse otra vez.

Miércoles 20 de diciembre. 10 de la mañana. Ambos amanecieron muy desganados. Él se levantó primero y preparó el desayuno. Como vio que ella no se levantaba, se lo acercó a la cama. Al tocarle el hombro con un dedo, se sobresaltó y se dieron los “buenos días”. Le dijo que la noche anterior la había pasado muy bien, que había sido su primera vez, pero que no era necesario ser tan agresiva, a pesar de que le había gustado mucho. Ella dijo que la profesión la modificó para siempre, que sin ese carácter no hubiese aspirado a su puesto. Le pidió luego que le alcance el uniforme, que enseguida iría para la cocina. Hablaron de sus vidas, difíciles en sendos casos, y afectados por la crisis, pero intentó ser más positiva y rogar que los buenos tiempos en algún momento llegaran a la vida de la gente. Jugaron a las cartas, al truco, al chin-chón, a la “escoba de 15”, y así pasaron el resto de la mañana y la primera parte de la tarde, entretenidos y con bastante en común, además de la juventud. A las 4 ella se fue. La acompañó hasta la puerta, donde la aguardaban con un patrullero que la llevaba hasta la comisaría. Marcos estaba relajado, y ya casi había borrado el delito en el que incurrió, porque nadie lo iba a hacer efectivo.

3 comentarios - La crisis no lo perdonó del todo...

kramalo
muy raro el relato..
InvisibleT
Me gusto mucho, ojala el sadismo policial fuera solamente se este tipo...
elledany
con esta parte , ......
" Marcos se entregó y lo llevaron hasta su casa porque era menor de edad "
" Les rogó a los adultos que no lo contasen."

...... se entiende o falta claridad de conceptos? Pregunto .
eltirijillo
@elledany Tuve que hacer una modificación de edad porque antes me habían borrado el relato. Originalmente el protagonista tenía 17 años.
elledany
Fijate , sugiero , el tema de las formas , A veces con la intención no alcanza en un medio de comunicación como este donde nunca se sabe que o quien/es hay detrás de un nick . Entiendo nos ayuda a todos .