La educación de Natalia (primera parte)



El automóvil se detuvo ante una mansión
señorial rodeada de campo y bosque.
Un criado de color, vestido con un traje a rayas,
atravesó la verja para abrir la puerta del coche.
Natalia, con un sencillo vestido veraniego y un
sombrero, bajó del vehículo y echó un vistazo a
la gran casa.
— He de deciros, padre, que este lugar no es
en absoluto como lo había imaginado…
— ¿Significa eso… — contestó el padre
abandonando el automóvil tras Natalia — que ya
no estás tan disgustada conmigo?
— ¡En absoluto! Padre, si estoy aquí es por el
respeto y la sumisión que os debo por ser
vuestra hija, pero eso no quiere decir que me
agrade esta situación…
— A tus dieciocho años — suspiró su padre —
todavía no sabes lo que es la sumisión; no has
aprendido ni a disfrutarla ni a disfrutar de la de
los demás…
En la puerta de entrada les esperaba una bella
mujer de edad madura vestida de negro, muy
elegante.
— Buenos días, mi señora. Estáis tan bella
como de costumbre — dijo el padre con un
ademán parecido a una reverencia — Esta es mi
hija Natalia, de la que ya os he hablado…
— Parece una muchacha encantadora – dijo la
mujer repasando con la mirada de arriba abajo
a Natalia — aunque si realmente lo fuese, no
estaría aquí…
Natalia frunció el ceño y a punto estuvo de
mencionar que no le agradaba en absoluto que
hablaran de ella en su presencia como si no
estuviera.
— ¿Y quien es usted, vamos a ver…? —
interrumpió Natalia —
— Como me llamo —contestó la mujer — no
es de tu incumbencia, niña impertinente. Soy la
Matrona y así deberás dirigirte a mí.
Natalia se tragó las palabras que iba a decir,
porque su padre estaba presente y no había
hecho conato alguno de defenderla. Por el
contrario parecía satisfecho por aquel trato
irrespetuoso.
— La dejo pues en vuestras expertas manos
— dijo entonces — se que cuando vuelva a
verla, mi querida hija estará muy cambiada…
— Puedes estar tranquilo — contestó la
Matrona –—sabré domar a esta fierecilla como
es debido.
— Padre… -— titubeó la muchacha — ¿vas a
dejarme aquí con esta mujer?
— Mi querida Natalia, no tengo otro remedio.
Se que ahora me odias, pero actúo solamente
por tu bien y se que, cuando tu educación haya
acabado, comprenderás mis motivos y estarás
agradecida…
Natalia no pudo contestar. La Matrona se la
llevó hacia adentro sin miramientos y el criado
cerró las puertas. Las mismas que se quedó
mirando, como esperando que volvieran a
abrirse y su padre la rescatara, de vuelta a
casa.
Ahora se encontraba en una casa más bien
solemne y lujosa y fue conducida a una suerte
de despacho, recargadamente decorado en roble
y con una lustrosa moqueta. La Matrona le
pidió que tomara asiento. Esperó entonces
pacientemente a que ésta hubiese ojeado ciertos
papeles manuscritos sobre su mesa y se
dirigiera a ella con el mismo desdén.
— Tu padre me ha informado de que, aunque
eres aquello que más adora en su vida, por
culpa de tu madre eres una niña mimada y
maleducada que necesita ser corregida y
aleccionada…
— No soy ni mimada ni maleducada…
— ¡No me repliques, niña! — dijo levantando la
voz – Yo no soy como tu madre y no pienso
tolerar semejante rebeldía.
Natalia tragó saliva e intentó reprimir una
lágrima furtiva.
— Tu padre me ha hablado de unas ridículas
fantasías románticas en las que te casas con un
apuesto muchacho y formas una familia…
— ¿y que tienen de ridículas esas fantasías?
La Matrona reprimió una sonrisa antes de
continuar sus preguntas.
— A un padre rara vez se le cuentan ciertos
detalles de una fantasía, pero yo debo
conocerlos ¿imaginas a ese apuesto muchacho
desnudo a tu lado? ¿piensas en como será
acariciar su inhiesto miembro? ¿Cómo será
tenerlo en tu boca…?
— ¡Por supuesto que no! — dijo alarmada
levantándose de la silla — ¿por quien me ha
tomado usted?
— Es justo lo que imaginaba, dime ¿eres
virgen?
— ¡Por supuesto que lo soy!
— ¡Que terriblemente desagradable! – la
Matrona parecía especialmente contrariada –—
Dime ¿te masturbas al menos? ¿Te acaricias a
ti misma entre las piernas cuando nadie puede
verte?
— Señora, usted está abochornándome de
mala manera. Ninguna de esas asquerosidades
tiene que ver conmigo y si lo que ocurre aquí es
que mi padre sospecha que soy una especie de
bala perdida disoluta, puede decirle que está
muy equivocado…
— No, mí querida Natalia, no. Tu padre no
piensa eso de ti ni mucho menos. Por el
contrario tu padre sabe que eres una mojigata
recalcitrante que se escandaliza hasta la nausea
solamente de pensar en bajarse las bragas y
poner el culo para el goce de un buen
muchacho de aun mejor miembro.
— Jamás en mi vida había oído un lenguaje
semejante…
— Pues a partir de ahora, jovencita, lo oirás a
menudo, y confío en que no tarde demasiado en
salir de tu propia boca.
La Matrona hizo que Natalia la acompañara
hasta una habitación en algún lugar de la
primera planta. Era una habitación acogedora,
aunque algo austera. Había dos camas
separadas, una al lado de la otra, un armario
pequeño y una minúscula ventana de la que
brotaba un delgado rayo de luz.
— Dormirás aquí —dijo mostrándole su nuevo
cuarto – En el armario tienes la ropa que
necesitas para tu estancia con nosotros, la que
llevas no la vas a necesitar, así que quítatela…
— Lo haré, en cuanto usted salga de la
habitación y me indique lo que me debo poner…
— Te advierto, jovencita, que no voy a
aguantar ni una sola impertinencia más. A partir
de ahora harás todo cuanto yo te ordene, y eso
incluye desnudarte de inmediato si yo te lo digo,
independientemente de quien se encuentre
delante.
— ¿Desnudarme? ¿delante de usted? ¿de
desconocidos…?
— Desnudarte y obedecer son las dos
primeras cosas que aprenderás aquí y, si no
quieres aprenderlas por las buenas, en el sótano
de esta casa hay un potro de tortura donde yo
misma encadeno y azoto a todas aquellas
chiquillas que se niegan a aprender.
Natalia obedeció. No deseaba averiguar si el
cuento que le acababan de soltar era una
artimaña para aterrorizarla o una horrible
amenaza. Se quitó el vestido y el sombrero y lo
dejó sobre la cama. Con una mano en el pecho
y otra en el pubis intentaba ocultar lo que
insinuaba su ropa interior.
— ¡No seas maleducada! Cuando se te pide
que te desnudes, es porque se te quiere admirar
desnuda, así que quítate esas manos de ahí y
también la ropa interior.
Abochornada, Natalia se quitó primero el
sujetador y después las braguitas. Esta vez
puso sus manos en la espalda, dejando que la
Matrona contemplase a placer.
— Tienes unos pechos pequeños, pero bonitos
– dijo la Matrona aproximándose —tus caderas
son anchas, eso me gusta. Date ahora la
vuelta…
Natalia obedeció dejando que la Matrona la
observara por detrás.
— Tienes un excelente trasero, conozco a más
de uno que matarían por saborear unas nalgas
como las tuyas…
— Me permito recordarle que no soy una res
que vaya usted a vender en el mercado…
— ¿No? – preguntó la Matrona fingiendo
perplejidad — Tu serás lo que yo quiera que
seas. Inclínate ahora…
Natalia se dobló por el tronco dejando su
trasero a merced de la Matrona que comenzó a
acariciar su pierna a la altura de la corva.
— Tienes una piel suave y deliciosa… separa
bien los muslos…
Los dedos de la Matrona comenzaron a
perderse entre las piernas de Natalia que,
aunque se quejaba, nada hizo para evitar que
ciertos dedos se adentraran en su vagina…
— Es la primera vez que te meten los dedos
en el coño ¿verdad?
— Deje de hacerlo… se lo suplico…
— Tu boca dice una cosa… pero la humedad
que noto en mis dedos dice otra bien distinta…
La Matrona dejó de hacer el trabajo con sus
dedos y comenzó a lamerla: de la vagina al ano
ensalivando el perineo. Separaba los carrillos
del culo con las dos manos para acceder mejor
y, haciendo oídos sordos de los lamentos de
Natalia, lamió durante un buen rato sin
descanso.
Visiblemente excitada, la Matrona ordenó a
Natalia que se sentara en la cama. Intimidada,
la muchacha obedeció, con lágrimas en los ojos
y muy cohibida.
— …Por favor… — dijo sollozando — ya es
suficiente…
— ¡Separa bien las piernas! — ordenó la
Matrona con severidad —
Por primera vez en su vida Natalia ofrecía su
sexo a otra persona. Sus rollizos muslos
mostraban una vagina rosada con apenas vello.
Tenía un aspecto viscoso tras ser lamida con
tanta profusión y despedía un fuerte olor
inconfundible.
Llena de excitación la Matrona se despojó de su
casto vestido a toda prisa. Bajo la ropa lucía
una indecente lencería que dejaba sus grandes
pechos al aire y que tampoco le tapaba el sexo.
Era de color rojo encendido, como estaba
realmente su cuerpo, un cuerpo tan bien
formado que no delataba la que debía ser su
verdadera edad.
La Matrona separó las piernas y comenzó a
tocarse a si misma. Natalia cerró los ojos para
evitar contemplar aquel indecente espectáculo.
¿A que clase de infierno le había condenado su
padre? ¿Cómo podía abandonarla a su suerte al
cargo de una mujer tan enferma y repulsiva?
De repente la lengua de la Matrona volvía a
estar otra vez en su sexo y, además, algo
mojado y caliente se pegó a la cara de Natalia.
Abrió los ojos para contemplar el gordo culo de
la Matrona y su coño aproximándose a su
rostro. Apretó los labios para impedir que el
baboso sexo tocara a su lengua, pero aun así la
Matrona se sentó en su cara sin miramientos.
Tras un largo rato de ser chupada y de negarse
a chupar, la Matrona se levantó de encima de
ella. Creyéndose libre por fin abrió los ojos de
nuevo, pero los cerró de inmediato al recibir una
fuerte bofetada.
— Eres una niña malcriada y repelente… — dijo
la Matrona — si alguien te pone el coño en la
cara, ten por seguro que lo que dictan las
buenas maneras es dar cuenta de él con tu
lengua, y no el desprecio desconsiderado que
acabas de acometer.
— Es… asqueroso…
— Tienes mucho que aprender, jovencita, y te
aseguro que mi paciencia tiene un límite. Ahora
coge ropa de ese armario y vístete. Si lo deseas,
hasta la hora de la cena, puedes acompañar a
las demás alumnas en el jardín. Pero sobre
todo, escúchame bien, hasta ese momento
apártate de mi vista. No te gustaría enfurec

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