Mi lengua entre tus piernas

Mi lengua entre tus piernas
Estás sentada al borde la cama. Abrís las piernas. Decís: vení. No te sacaste la bombacha. Cuando te las estás por sacar, yo te digo: no, dejala puesta. Me arrodillo. Paso la lengua por la parte interna del muslo, desde cerca de la rodilla hasta la ingle, ida y vuelta. Corro la bombacha, se dejan ver los primeros pelos.
Te miro desde abajo. Me contengo. Demoro unos instantes. Sonreís medio de costado, socarrona. Me agarrás la cabeza y me hundís en vos. Ni tiempo de pensar tengo: ya estoy besándote, primero las piernas bien abiertas, para que pueda llegar hasta lo más profundo, y después las piernas cerradas, para que no pueda escapar. Quiero lamerte la ingle, pero me empujas de los pelos, y ahora más que besarte, te estoy comiendo. Tengo tus pelos en mi cara, mi lengua hundida en tu flujo y escarbo con mi boca para ganar más espacio, y llegar cada vez más hondo.
Así que al fin empiezo. Avanzo con la punta de la lengua, quiero entrar de frente, como quien derriba una pared. Tu humedad me ayuda. Mi lengua te penetra, está la mitad adentro tuyo. La bombacha me raspa la frente cada vez que vos te movés, que contoneás el culo sobre el colchón. Y ahora que está bien dentro tuyo, mi lengua sube y baja, para abrirte al medio, para que el flujo caiga sobre mí ya sin obstáculos. Siento sobre mi nariz el montículo en el que culmina tu concha y arranca la pelvis. Acerco mi mano. Pero te anticipas: con las manos no, sólo con la lengua. Así que sólo uso las manos para levantarte de las piernas y que pongas tu espalda sobre el colchón. Abro el montículo y ahí encuentro rojo, hinchado, húmedo a tu hermoso clítoris. Creo que late. Y yo lo lamo, quizás así lo pueda calmar, quizás así pueda dejar de latir.

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