Seis por ocho (98): El local




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Compendio I


Verónica se veía nerviosa.
“¡No era necesario que vinieras!” me decía.
“¿Cómo que no? ¡El que se va a casar soy yo!” le respondí.
No quería mirarme, pero yo ya sabía que se traía entre manos…
Desde lo ocurrido el año nuevo, nuestra relación había cambiado. Nos insistía con que fijáramos una fecha para el matrimonio.
Pero Marisol y yo éramos realistas. El local costaba mucho dinero y yo debería pagar todos los gastos.
El dinero no nos faltaba. Marisol y yo nos hemos acostumbrado a una vida austera, sin muchos lujos. Mientras que mis compañeros de trabajo se compraban departamentos, autos de lujo o televisores de última generación, nosotros nos conformábamos con las cosas simples de la vida: disfrutar el romance y darnos gustos, de vez en cuando.
Pero ahora las cosas estaban cambiando. Nos iríamos a vivir al extranjero y que estuviera embarazada nos significaba mayores gastos e imprevistos.
Podría costear la compra de la casa de Verónica y nuestro matrimonio, pero perderíamos una buena parte de nuestros ahorros.
Sin embargo, a ella le incomodaba no poder cooperar. Sergio era el ingreso en esa casa y ella no tenía muchos ahorros. Pero eso nunca la ha detenido…
Ella conocía al dueño del local. Su ex esposo y él eran buenos amigos y estaba bien segura de conseguir un descuento.
Pero no quería que hiciera algo indecoroso, aunque me aseguraba que no lo haría. Me decía que cobraría un favor, porque el dueño era un sujeto honesto. Pero al verla vestida de noche, no podía dejarla ir sola.
“¡Te ves hermosa, mamá!” le dijo Amelia.
Vestía un traje de gala negro, con líneas verticales que la hacían ver más delgada y su escote hacia una prometedora invitación.
“¿A dónde vas?” preguntó Marisol.
“Hablé con Ricardo, para ver el local donde se quieren casar y me pidió que fuera esta noche…”
Al verme salir, sus hijas sonrieron.
“Parece que no te dejara ir sola, tampoco…” dijo Amelia.
“Es mejor así…” suspiró Marisol. “No me sentiría segura si mamá anduviera sola, por la noche vestida así…”
“¡Vamos, no digas cosas como esas!” le respondía Verónica. “¡Solo me veo… normal!”
“¡Luces despampanante!” le dije, abrochando mi corbata.
“Bueno, amor… tú tampoco luces tan mal.” Me decía Marisol.
A Amelia y Verónica les gustaba como me veía, también.
Y así nos subimos al taxi. Hasta el taxista le gustó como se veía Verónica, reajustando el retrovisor para contemplar mejor sus pechos… y bueno, durante el viaje, le prestaría bastante atención a nuestra conversación.
“Marco, ¿Recuerdas… cuando venían los del gas?”
Solo recordarlo me amargaba la cara.
“Si, aun lo recuerdo…” respondí, de mal humor.
“¿A ti… te molestaría… verme tener sexo con otro hombre?”
Yo estaba de piedra.
“¿Es por eso que vamos aquí?”
“¡No, tonto, no!” decía ella, sonriendo.
Le costaba confesarme sus deseos…
“Es que… a mí me gustaba sentir que 2 hombres me desearan… contigo, me siento bien y querida… pero lo otro… era sexo salvaje, ¿Sabes?”
“Si, te entiendo… ¿Pero por qué me preguntas eso?”
“Bueno… no es que lo tenga planeado hacerlo con Ricardo. Él es un tipo derecho. Está casado y tiene familia, pero es bastante apuesto… y me preguntaba si te gustaría… tú sabes… tener un trió…”
De repente, sentimos un bocinazo.
“¡Oiga, maneje con más cuidado!” le reclamé al chofer, notando que íbamos bien rápido.
“¡Lo siento! ¡Se me resbaló el pie!” se disculpó.
“¡Marco, respóndeme! ¿Harías un trió conmigo?” me preguntaba Verónica, sin prestar demasiada atención.
Yo tenía mis dudas. Quiero mucho a Verónica, pero es su vida…
“¡Por supuesto!” le respondí, dándole una sonrisa que disfrazaba mi tristeza.
Ella estaba bien contenta y me besó.
“¡Eres muy lindo!” me dijo.
“De hecho… no debería importarme.” Agregué. “Si te quieres acostar con más personas… no me hare problemas… después de todo, sigues siendo mi suegra… y bueno…”
“¡Cállate, tontito!” me dijo ella, poniendo su índice en mis labios. “¡No estoy diciéndote que no me gustas!... de verdad, cuando me tomas… pues, eres delicioso… pero lo que hemos hecho con Marisol, con Amelia y con Pamela… me da algo de envidia también… ¿Entiendes?”
“Si, te entiendo…” le dije, sonriendo.
“Es solo que echo de menos eso… tú sabes… chupar una verga, mientras me la meten por detrás… ese momento, que no sabes si te la meterán por el trasero o por la raja o si se correrán dentro o fuera…” me decía, bien colorada y excitada por esos recuerdos.
“¡Tú me dijiste que no te la metían por la raja!” exclamé, bastante sorprendido.
“¡Ay, Marco!” Me respondía, bien avergonzada. “Tú viste que la verga de Sergio era pequeña y se venía al instante. Te lo dije, porque te pusiste tan raro la primera vez que te la chupe, que no quería que supieras que era una puta…”
Me empezaba a acariciar la vara, mordiéndose los labios por chuparla.
“¡No tienes idea que le hace a una mujer 18 años de sexo decepcionante con su esposo!” me decía, soplando suavemente en mi cuello.
Entonces vi al chofer, que conducía con la cabeza doblada, para escuchar mejor la conversación.
“Oye… ¿Y cuántas veces… le pusiste los cuernos a Sergio?” pregunté, imaginando que era lo que quería saber el chofer también.
“¿Cuántas veces?” me decía, lamiendo mi cuello mientras me la sobaba. “¿Te estás poniendo celoso?”
“¡Claro que no!... “Su agarre era bien rico. “Pero debes tener un número… ¿Serán 5?”
Ella sonreía.
“¡No, un poco más!” respondía, bien excitada con el juego.
“¿Siete?”
“Un poco más…” respondía ella, sin parar de meneármela.
“¿Diez?”
“Yo creo que unos 18… pero nadie lo hace tan rico como tú…” me dijo, sonriendo con orgullo.
Leí los labios del chofer…
“¿Dieciocho?” musitó, bastante sorprendido.
“¿Y conmigo? ¿Cuántas veces me has puesto los cuernos?”
“Contigo, es distinto.” Respondió, algo avergonzada. “¡Eres muy creativo y si te dan las ganas, me mueles a vergazos!... además, eres muy tierno y realmente, estoy enamorada de ti… pero me encanta cuando me lo metes al lado de la lavadora, cuando pienso que nadie nos escuchas… o cuando te acercas por detrás, bien despacio, me levantas la falda y me empiezas a follar bien rico… ¡Solamente, lo hice esa vez que no creía que me querías!”
La besé y empecé a pellizcar sus pechos. Metí la mano bajo su falda, haciendo que se pusiera colorada y gimiera bien despacio.
Confieso que era excitante ver cómo sudaba el chofer, ajustando el espejo para ver sus hermosos pechos desnudos y cómo los amasaba. Sonreía, recordando las veces que la miraba así y ella se dejaba hacer.
Estábamos subiendo el camino, donde el juego de luces de la ciudad se mezcla con la vegetación y se produce un silencio bien especial. Empezamos a adecentarnos, ya que íbamos a una fiesta, después de todo.
Me acerqué a pagar la carrera, pero el chofer no quiso cobrar la tarifa. Probablemente, se estacionaría más adelante y se correría una buena paja.
“¡Sale por cuenta de la casa!” me dijo él, sonriendo.
“Si le toca buscarla de nuevo en la casa, dígale que Marco le quedó debiendo una tarifa…” le dije, al verlo tan caliente.
Él me agradeció y acompañé a mi suegra a subir las escaleras.
Había otra boda en el lugar. La novia también era jovencita, de unos 22 años y se mostraba bien contenta, besando al novio.
Pero Verónica y yo hemos visto tantas cosas, que no nos pasaban desapercibidas las miradas cómplices del padrino con la novia, ni la sonrisa sensual que le daba la cuñada al nuevo marido de su hermana.
Nos miramos.
“Probablemente, nos toque a nosotros…” le dije.
Nos reímos bien despacio…
“¡Verónica, que gusto!” Saludo un sujeto bien grande.
“¡Ricardito! ¡Tanto tiempo!” respondió Verónica, besándolo en la mejilla.
Ricardo me parecía un buen tipo. Su mirada era bien simpática, como si fuera liviano de sangre. Debía medir 1.85m, más o menos. Era robusto, de esos que tienen panza, pero con brazos y piernas de “Popeye”: gruesas y musculosas, que te hacen dudar si es grasa o no.
Sus ojos eran medio chinos, su cabello era negro y corto y tenía una frente amplia, pero no estaba perdiendo el pelo. Debía tener unos 45 años, pero al igual que mi suegra, los llevaba bastante bien.
“¿Y quién es este joven? ¿Es tu amante?” preguntó, bromeando.
Por supuesto, para nosotros no era gracioso…
“No, él es mi yerno. Marco, él es Ricardo, un viejo amigo de Sergio.” Dijo, presentándonos.
“¡Mucho gusto!” le dije, dándole la mano.
“¡Igualmente!” respondió, apretándola con fuerza. “¿Y a qué se debe su visita?”
Verónica me acarició la cabeza.
“Marco vino para la ceremonia de aniversario y quería arrendar el local…”
La cara de Ricardo mostró algo de desilusión.
“¡Ya veo!... pero no es mucho lo que puedo rebajarte…” respondió, con una mirada no tan afectuosa a Verónica.
“¡Vamos, Ricardo!” le decía ella, sonriéndole y golpeando su codo despacio. “¡Nos conocemos hace mucho tiempo!”
“Si… pero sigo siendo amigo de Sergio…” nos respondió, claramente complicado.
“¡Ya veo!” dijo Verónica, desviando la mirada, como si estuviera decepcionada.
“¡En serio!... si fuera por mí, lo haría sin problemas…” trataba de excusarse. “¡Te conozco y sé que eres una mujer esforzada y bien recta!... pero tú sabes… como son las cosas…”
Miré los ojos de Verónica y noté un ligero resplandor.
“Bueno, Ricardo. ¡Sé que eres un muy buen amigo!… y comprendo que estés con las manos atadas… pero al menos, podrías mostrarnos el local ¿No crees?”
“¡Por supuesto! ¡Es lo menos que puedo hacer!” respondió, bien animado.
Y fuimos a la fiesta. Había cerca de 80 personas, incluyendo los invitados, los meseros y el resto del personal.
“¡Siempre me impresiona la iluminación de este local!” exclamaba Verónica.
“Si… pero sale bastante caro pagarla…” explicaba Ricardo. “¿Y cuántos invitados tienes considerado?”
“¡No muchos!... alrededor de unas 30 personas…” le expliqué.
“Si. Marco y Marisol son sencillos. No es que quieran aparentar… para ellos, este lugar tiene un significado más profundo…” dijo Verónica, suspirando.
Notaba que Ricardo estaba cayendo en el juego de Verónica.
“Bueno… si arriendas el local… tal vez no necesites muchos meseros…” me dijo él, como si intentara darme ánimos.
“¡Oye! ¿Cómo ha estado Sandra?” preguntó Verónica, examinando las cortinas.
“Supongo que bien…” Suspiró Ricardo. “Nos separamos hace medio año…”
“¡Que terrible!” respondió ella, acariciando su cara suavemente. Yo me reía discretamente. “Bueno… no eres el único… también me separé de Sergio…”
“¿En serio?” preguntó Ricardo, bastante interesado. Yo lo entendía…
Imagínense que uno de sus amigos más feos y poco agraciados tiene una esposa bastante sensual y hacendosa. La miras bastante tiempo, pero sabes que nada pasara, porque es tu amigo y bueno, estás casado también.
Entonces, rompes con tu esposa y te das cuenta que esa hermosa mujer también ha roto con su marido. Esa mujer, sensual, vestida de negro, con unos pechos enormes, que desafían la gravedad y que bambolean con completa libertad, esta frente a ti y te pide que le hagas un favor…
¿No tratarías de ser más flexible, para ver si te la terminas cogiendo?
Por la cara de Verónica, también quería hacerlo…
“Si… Sergio me engañaba, ¿Sabes?... se perdía una o dos semanas, para irse a vivir con la otra y yo me quedaba sola… con mis hijas…” le decía, mirándolo con tristeza.
La cara de Ricardo se notaba mucho más interesada…
“¡Debió ser terrible!” dijo él, mirando con menos discreción su escote.
“¡Ni te lo imaginas!... pasar 2, 3 semanas, sola e indefensa… sin hombre alguno a tu lado, para que te defienda, ¿Sabes?... y ni te digo lo largas que se hacían las noches…” proseguía Verónica, pestañeando suavemente, como si realmente lo hubiera sufrido.
“¡Te entiendo perfectamente!” respondía Ricardo, con palabras atropelladas. “Cuando Sandra me dejo… fue realmente horrible…”
“Pero bueno… por fortuna, Marco vino a vivir con nosotros y se encargo de protegernos.” Me miraba con dulzura y me acariciaba las mejillas. “Al menos, no me sentía sola… pero tenía un hombre a mi lado… (Suspiró)… pero ahora se me hace tan difícil que se case y se vaya a vivir tan lejos…”
Lo veía en sus ojos. Si estuviera sola, le habría saltado encima…
“¡Que terrible!” exclamaba él, fingiendo sorpresa. “¡No pensé que Sergio sería capaz de ser tan mal marido!”
“Y es por eso que hemos venido a verte…” le dijo, mirándolo de una manera seductora. ¡Quería cogérselo! “… porque quisiera ayudarle en el casamiento y no hay mucho en que pudiera ayudarle…”
“¡No te preocupes!... Siempre se puede ayudar a los buenos amigos… ¡Total, nos conocemos hace años!... si quieres, podemos pasar a negociar a mi oficina…” dijo él, pensando que se la serviría en bandeja.
“¡Me encantaría!” dijo ella, mirándome con picardía.
“¡Me gustaría acompañarlos también!” dije yo. A Ricardo no le agrado mucho mi idea. “¡No puedo dejar que mi suegra pague todo!... la conozco bastante bien y sé que hay más de una forma para llegar a un arreglo…”
Verónica me sonreía, al ver mi aprobación y se mordía los labios, pensando que le daríamos como tambor…
“Pues, no lo sé… “Dijo Ricardo, fingiendo desconfianza. “ A ella la conozco durante años, mientras a ti te conozco recién…”
“¡Tiene razón!” dijo Verónica, tomándole las manos y colocándolas a centímetros de su escote. “¡Me harías tan feliz si fuera con nosotros!”
Los pechos de Verónica hipnotizan. Podía verlo en el bulto de Ricardo…
“¡Esta bien! ¡Puede acompañarnos!” dijo él, sucumbiendo ante esos apetitosos pechos.
La oficina de Ricardo estaba en la parte trasera del edificio. Podría haberse cogido a Verónica sin problemas y con completa privacidad, pero quería fraguarle la suerte y además, me sentía algo celoso.
Tenía un sofá de cuero, un estante de libros, 2 sillas para visitas y un escritorio, con algunos papeles encima. Su cara no era de muchos amigos, porque claramente, para él, yo sobraba… pero igual quería que Verónica se entretuviera…
“¿Y cuánto tienes pensado pagar?” preguntó.
“Yo quería que me hiciera un precio por arrendar el local…” dije yo.
“En realidad, me gustaría que nos lo prestaras de gratis…” dijo Verónica.
Ricardo se rió.
“¿De gratis?... ¡Verónica, estás abusando!... tal vez, pueda rebajarlo hasta un 60%…” dijo Ricardo, bien confiado.
Para que se hagan la idea del costo del arriendo del local por una sola noche, es más o menos el mismo precio que tiene uno de esos “bichos” alemanes nuevos, es decir, un auto económico de lujo, con uno o 2 años de antigüedad.
“¡Debe haber algo que pueda hacer por ti, para que lo rebajes un poco más!...” Le decía, como si estuviera en celo.
“Tal vez… ¿un 50%?” decía Ricardo, tartamudeando un poco.
Se abalanzaba sobre el escritorio, mostrando sus encantos y abriendo las piernas, para que la viera. Yo quería tocarme, pero ella estaba negociando…
“Si lo bajaras un poco más… ¡Sería tan feliz!” regateaba Verónica, con una voz tan sensual y casi gimiendo.
“¡Te ofrezco un 40%!” le decía, temblando al sentir las manos de su antiguo amigo, acariciando su camisa.
“¡Pobrecito! ¡Sandra debió dejarte tan tenso!...” le decía, mimándolo, mientras le desabrochaba el pantalón.
“¡Un 35%!... ¡Cielos!” decía, tratando de contenerse, mientras que su palo estaba afuera. Verónica se lo miraba, soplándoselo despacio.
“¡Tienes tanta tensión!” decía ella, enterrándose la cabeza en la garganta.
“¡Ah!... ¡Un 20%!... ¡un 20%!” saltó repentinamente, mientras se lo chupaba.
Se levantaba la falda, dándome la señal que me quería.
“¡Uf!... ¡Te ofrezco un 15%!... ¡cómo chupas!... ¡un 15%!...” decía él, mientras yo imaginaba su satisfacción.
“¡Con un 15%, yo quedo conforme!” le dije, molestando el trasero de Verónica con mi verga.
“¡Uf!... ¡Sí!... ¡Sigue así!... ¡Te ofrezco tragos!... ¡Te doy bebidas!” decía, mientras que la cabeza de Verónica subía y bajaba con gran rapidez.
De repente, se detuvo…
“¡Yo lo quiero gratis!” dijo, lamiendo deliciosamente su hinchadísimo glande.
“¡No!... ¡Es que no puedo!...” decía él, disfrutando al máximo.
Me había decidido por su rajita. Verónica le encantaba. Lo notaba por sus gemidos…
Ricardo trataba de contenerse, pero sé bien que tan “persuasiva” puede ser Verónica.
“¡Ay, no!... ¡Te ofrezco la torta!... ¡Los canapés!... ¡Pero no puedo más!... ¡No puedo más!” dijo y se corrió en su boca.
Verónica también se había corrido, pero seguía disfrutando de mis sacudidas…
Como si fuera una gata cubierta de leche en todo su torso, se lamía incluso los pechos.
“¡Vamos Ricardo! ¿Me estás diciendo que en todos estos años… lo único que querías era una mamada?” le preguntaba, mientras la taladraba con violencia.
“¡Él es tu yerno…!” exclamaba, sorprendido al verme sacudirla con tanta energía.
“¿Y eso qué?... ¡Te estoy mostrando lo que haremos esa noche!” le decía ella.
Tuve que detenerme, porque quería que le diéramos por sus 2 agujeros.
Ricardo parecía un bebe hambriento, queriendo chupar sus pechos.
“¡Ah!... ¡Si, Ricardo!... ¡Chupa bien mis pechos!...” le decía, mientras él la penetraba por delante y yo disfrutaba de su culo.
“¿Y qué? ¿Entonces yo paró?” pregunté yo.
“¡No, Marco!... ¡Tú rómpeme el trasero!” me respondía, besándome.
“¡Jamás pensé… que fueras tan puta!” decía Ricardo, bombeando su raja.
Podía sentir su herramienta mientras la metía por delante. Era más larga, pero la mía sigue siendo gruesa.
“¡Nunca… preguntaste!... pero no lo haces mal…” le decía, besándolo.
Increíblemente, me ponía bien caliente.
“¡Esta bien, Verónica!... ¡Tú ganas!... ¡Te paso el local gratis!” dijo Ricardo, agarrándole los pechos.
“¡Claro que no, tonto!...” le gritaba, como poseída. “¡Tenemos que seguir negociando!... ¡Después, quiero que me la metas por detrás!”
Notaba que Ricardo estaba complicado…
“¡Verónica… ya no puedo…!” le decía él, como si sufriera.
“¡No te rindas, Ricardo!” le animaba. “Piensa… en las veces… que querías comer mis tetas… ¡Ah!... pero no podías… porque estaba Sergio…”
Notaba que Ricardo se estaba corriendo otra vez. Era patético. Yo aun disfrutaba del apriete anal de Verónica.
“¡No!... ¡Sergio es mi amigo!... ¡Ah!” exclamaba él.
“¡Y le estas poniendo los cuernos… con su mujer!”
Supongo que era como las espinacas... La empezamos a bombear con más fuerza.
“¡Ese tonto!... teniendo estas tetas… este coño… y dejándote de lado… ¡No puede ser!” decía Ricardo, bombeándola con toda potencia y besando su sedienta boca.
“Y eso… que no ha probado su trasero… ¡Ah!... don Ricardo…” le decía yo, bombeándola con completa excitación.
“Si… ¡Córranse en mi!... ¡Llénenme con sus jugos y traicionemos al bastardo!... ¡Ah!...”
Supongo que cumplimos sus deseos. La teníamos atrapada, entre nuestros cuerpos.
“Te ofrezco un 10%... entonces…” le decía Ricardo, resoplando.
Verónica sonreía, muchísimo más que satisfecha.
“¡Te voy a coger hasta que me la des gratis!” le decía ella, besándolo.
La dejé sola esa vez. No era que estuviera cansado, pero quería hacerle el amor en la sala principal.
Supongo que entre tanto sexo, me sentía algo romántico. Para mí, también fue una sorpresa que mi suegra fuera semejante mujer en la cama, hace unos meses atrás.
Y ahí estaba, mientras que su antiguo amigo la bombeaba con torpeza por el trasero, apoyando su cuerpo en el escritorio.
Me miraba un poco preocupada. Yo le sonreía. La amaba, pero sabía que no siempre estaría ahí para satisfacerla.
Finalmente, Ricardo se corrió.
“¡No se preocupen!... ¡Yo me encargo de los gastos!...” dijo él, muerto de cansancio.
“¡Gracias!” le dije. “Don Ricardo… ¿Le molestaría si lo hacemos en el salón principal?”
“¡Marco!” me dijo Verónica, toda colorada.
Ricardo se rió.
“¡Los jóvenes de hoy!” dijo. “¡Estoy muerto, chico y no creo que me pueda ir esta noche!... me quedaré a dormir aquí y ustedes pueden hacer lo que quieran… y Verónica… ¡No te preocupes!... ¡Todo saldrá gratis!...”
“¡Gracias, Ricardo!... ¡Esa noche, te estaré esperando!” le dijo ella, besándolo en la mejilla.
“¡Me tomare unas pastillas azules, entonces!” dijo él, riéndose.
“¡Oh!... por cierto, don Ricardo…” recordé, antes de marcharme.
“¡Dime, chiquillo!... antes que me duerma…”
“¿Le puede mandar un saludo de mi parte a mi antiguo suegro? Sé que le encantará saber de mi, otra vez…” le dije, dándole una mirada de picardía.
Ricardo se rió.
“Odian mucho a Sergio, ¿No?” dijo, aceptando mi encargo.
Tomamos nuestras ropas y lo dejamos descansar.
Eran cerca de las 3 de la mañana. La fiesta había terminado temprano, ya que estaban las luces apagadas, las sillas sobre las mesas y la luz de la ciudad, junto con la luna. El local, mágicamente, era nuestro.
La luna estaba creciendo. El resplandor de la ciudad alumbraba silenciosamente las sillas, al igual que las blancas nalgas de Verónica.
“¿Quedaste satisfecha?” pregunté.
“Si… contigo, fue estupendo…” decía ella, aun dudando si lo que había dicho antes era verdad o no.
“Verónica, ¿Quieres hacerlo conmigo… aquí… una vez más?...”
Ella me sonrió.
“¡Contigo, siempre!”
La apoyé en la ventana, para que viera las luces de la capital, mientras lo hacíamos a lo perrito.
“¿Por qué… quieres hacerlo… así?” me preguntaba, mientras la penetraba.
“¡Es que este lugar… me trae muchos recuerdos!” confesé, mientras la bombeaba.
“¡A mí… también!... Recuerdo que fue… aquí… la primera vez que quise… tener sexo contigo…” me decía, besándome.
“¿De verdad?” le pregunté.
“Si… lo que habías hecho con Marisol… fue tan mágico… que quería sentirlo yo también…” me besaba, con sus labios sabor a lima.
“¿Ves ese jardín de pasto… delante de la escalinata?” le indiqué, concentrándome en el aroma de sus cabellos.
“¡Si… lo veo!... ¿Qué pasa con él?” preguntó, alcanzando un orgasmo.
“En ese lugar… le hice el amor a tu hija… y le pedí que fuera mi mujer…” le contaba, descaradamente, mientras que mi pene seguía bombeando su deseosa rajita.
“¡Qué romántico!” dijo ella, besándome.
“Ella… se enteró que estaba embarazada… y esa semana… me dejo de lado… pero cuando se escapó… supe que vendría aquí… y se lo propuse…” le conté, bombeándola, mientras recordaba esos momentos.
“¿Por qué… me lo cuentas?” preguntó ella.
“Si hubiera sido mayor… y nos hubiéramos conocido antes… ¿Me habrías aceptado?”
La miré a los ojos. Se estaba poniendo a llorar.
“¡Marco, tonto!” me dijo, besándome. “¡Me habría… casado contigo!”
“¡Me habrías hecho… muy feliz!” le dije.
Y la seguí bombeando, hasta que me corrí en su interior.
Puede sonar un poco cruel, pero era cierto. Deseo que Marisol llegue a la madurez de su madre algún día y ella también está de acuerdo con mis sentimientos, sin sentir celos. Después de todo, siempre me ha dicho que “Su madre se merecía un marido como yo…”
Nos bañamos y nos vestimos. Alrededor de las 5, bajábamos el camino, esperando encontrar un taxi.
“¡Así que ese era Ricardo!” Dije yo, rompiendo el silencio.
“¡Así es!... ¡Ese era él!” me contestaba ella, callando lo que yo ya sabía…
“¿Y te tenía ganas?” pregunté.
Le incomodó que le preguntara…
“Me veía los pechos, de vez en cuando… pero nada más…”
“¿Y Sergio tiene más amigos, viviendo en la ciudad?” Pregunté, con curiosidad.
“Unos 5 o 6 amigos más…” Respondió ella.
“¿Y los otros, también te gustaban?” Pregunté, finalmente.
“¡Marco!” exclamó ella, roja como un tomate.
La abracé.
“¡No me molesta!... ¡Te quiero mucho, pero puedes amar a quien tú quieras!”
Me abrazó, escondiendo su cara para que no la viera llorar.
“¡Era solo lujuria!... ¡Me ponía bien caliente!...” me decía, arrepentida.
“¿Y los otros no?” pregunté, con una gran sonrisa…
“Marco… yo…”
“¡Sé que me eres fiel y que me amas, Verónica! ¡No tienes que preocuparte por eso!” le interrumpí, leyendo sus pensamientos. “Pero también sé que no estaré a tu lado siempre y debo confesar que me excita la idea de que engañes a Sergio con todos sus amigos más cercanos…”
Le entristecía que le dijera eso, aunque le agradaba la idea de seguir engañando a Sergio...
“¡Eres libre, pero trata de ocultárselo a tus hijas!” le dije, reafirmándola con la mirada.
“¡Lo haré!” Me respondió.
“¡Qué lástima que tu pareja se vaya al extranjero!” le dije, en tono de broma. “Tú, tan guapa y obligada a consolarte con los amigos de tu antiguo esposo…”
“¡No tienes idea cuanto voy a extrañar el amor de mi yerno favorito!” me decía ella, dándome una sonrisa, que también ocultaba su tristeza.
Era el segundo rompimiento, pero debía hacerlo. Tenía que dejarlas libres…


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