Seis por ocho (62): ¡Violeta, no te duermas!




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Compendio I


Pueden pensar que no me cuesta nada tirarlo en el orden que corresponde, pero me da pereza. Conozco mis mañas y ya prefiero hacerlo así. Tengo la mitad reescrita y supongo que me ayuda a generar más suspenso. Además, no creo que muchos quieran leer un intensivo sobre Sonia, si en casa me estaban esperando Verónica y Amelia y no les he explicado por qué había destapado inconscientemente una caja de Pandora.
Llegué muy cansado a casa esa tarde. La noche anterior y las emociones en la faena me traían agotado. Lo único que quería era acostarme y dormir, sin embargo, ellas no estaban de acuerdo…
“¡Mamá, llegó Marco!” avisó Amelia, aun vestida con sus ropas de la escuela.
Verónica me miró saludándome y le preguntó a su hija.
“¿Van a ir a estudiar?”
“¡Sí!” respondió muy animada.
¿Estudiar? Yo estaba muy cansado…
“¡Yo cuidaré a Violeta, para que estudien tranquilos!” nos dijo Verónica, mientras Amelia me llevaba trotando por las escaleras.
Ni siquiera tenía idea qué quería estudiar. Me resigné, para terminar pronto y acostarme a descansar.
“¿Y en qué quieres que te ayude?” le pregunté, mientras cerraba la puerta de su habitación.
“¡En esto!” dijo, besándome apasionadamente.
Me sentó en su silla de escritorio y me enterraba sus tiernos pechos en la cara, ahogándome con su camisa. Aunque estaba inapetente, Amelia ya sabía qué hacer para ponerme de ganas, haciendo que mis manos tocaran sus pechos y su rajita, para que después se la metiera por detrás.
Desabrochó mi pantalón, me liberó la verga y se tiró directamente a chuparla como un biberón. Su técnica había mejorado a la perfección y lo que hacía con su lengua… era como si mi pene fuera un auto y su lengua lo estuviera lavando… ¡No dejaba ningún lugar sin explorar!
Viendo que mis ojos ya estaban gozando, se bajó las bragas hasta las rodillas y me ofreció su tierno culito. Sin embargo, metí un par de dedos en su rajita chorreante, lo que la hizo estremecerse mientras lo mamaba.
Mis ganas pudieron más que mi cansancio y empecé a insertar el glande en su blanquísimo culito, mientras ella se apoyaba en su escritorio, levantándole esa delgada faldita escocesa, mientras miraba sus bragas con diseños de cabezas de conejos.
Era la segunda vez en ese día que hacia algo como eso, pero hacerlo con la inocente Amelia era un placer no menos grato.
“¡Se siente… tan bien!” decía ella, moviendo sus caderas, lo que me volvía loco.
“Sí. Siento que ardes por dentro.” Le decía.
Me besaba y pude sentir el sabor amargo de mis jugos. Le metí los dedos que había metido en su rajita en la boca, para que ella probara los suyos. Sin embargo, ella chupaba con tanto deseo mis dedos, que mi verga se sentía más hinchada de lo normal.
Supongo que debe ser su condición atlética. Siempre me ha dado la sensación que su culo es más apretado que el resto.
Bombearla, mientras vislumbraba cómo sus tremendos pechos iban y venían, como si fueran las ubres de una vaquita, era un placer adicional.
No quería desvestirla. Si lo hacía, se calentaría más y me obligaría a hacer más cosas. Aunque estaba gozando, estaba demasiado cansado y quería dormir luego.
Tomaba sus pechos por encima de su camisa, apretándolos y amasándolos con suavidad.
“¡Si quieres… puedes agarrarlos!” me dijo ella, ya empezando a jadear.
“¡No te preocupes!...los estoy disfrutando así…” le dije, mientras jugaba con el pezón y sentía el calor de sus pechos.
Ella gemía…
“¡Es que… están ardiendo por ti!” me decía. Yo estaba entrando al séptimo cielo…
Ella se masturbaba la rajita, mientras yo seguía masajeando sus pechos. Su aroma a mujer era intoxicante, al igual que sus gemidos. No pasaron más de 15 minutos hasta que me corrí en su interior.
Estaba agotado y me apoyé en su espalda. Ella contenía sus gemidos, para que su hermana menor no nos escuchara, mientras jadeaba de cansancio.
Luego de despegarnos, me acosté en su cama, con mi verga flácida entregándome a Morfeo, pero ella quería más…
“¡Amelia, no hagas eso!... ¡Estoy cansado!” le decía yo, pero ella me sonreía con malicia, mientras me apretaba con sus tremendos globos.
Le encantaba exprimirme las bolas a más no poder. La tierna hermana de Marisol se había transformada en una ninfómana obsesionada con mi verga.
“¡Vamos, sólo una vez más!” lo decía, sacudiendo sus esponjosos pechos como una experta, que alzaban el mástil nuevamente y aproximando peligrosamente sus labios en la cabeza de abajo.
“¡Está bien…pero no la chupes!... ¡No quiero que te enfermes!... ¡Ay!” le dije.
Al ver que me preocupaba por ella, empezó a sacudirlos con más fuerza. ¡No hay palabras para describir la agradable sensación!
Entonces, cuando la encontró lo suficientemente parada, me colocó el preservativo.
“¡Amelia… dijiste que sólo una vez más…!” le decía, suplicando piedad por mis pobres y gastadas bolas.
“¡Sí, pero una vez más para mí!” dijo ella, enterrándosela en su cuevita.
Era un martirio ver cómo golpeaba mi pelvis con ese frenético movimiento de caderas, mientras que ella misma se descubría su camisa y me dejaba ver su sostén.
Su cola de caballo se agitaba como un látigo, mientras ella me montaba como si fuera un toro encabritado. Y esos pechos… esos blancos y enormes pechos… bailoteando libres y como locos… solo hacían que mi sufrimiento fuera peor.
Quería que me corriera en ella, pero yo ya había hecho mis descargas anteriormente y aunque alcanzaba orgasmo tras orgasmo, me esperó por 45 minutos, hasta que mi verga se dio por vencida.
“¡Eso… fue…delicioso!” me dijo ella, aun respirando con dificultad y cubierta en transpiración, besándome muy apasionada, mientras aun seguía dentro de ella. “¡Me cansé… más… que trotando!”
Ya lo creía. También estaba muerto de sed…
Descansamos un rato y nos vestimos. Se puso la misma polera con el perrito que usó la vez que compramos sus camisas, pero sin sostén.
Aun estaba caliente, porque al ponerse un nuevo par de bragas, se doblaba entera, mostrándome su culo, aun con restos de leche. Luego tomó sus calzas negras.
“¿Saldrás a trotar?” le pregunté.
“Sí. Todavía me queda mucha energía por quemar…” me dijo, haciendo que mi pene se estremeciera de dolor…
Me vestí y lo único que quería era entrar a mi habitación y dormir. Sin embargo, cuando bajamos la escalera, Verónica nos preguntó.
“¿Ya repasaron sus lecciones?”
“¡Sí, mamá!...¡Repasamos varias veces!... ¡Ahora saldré a trotar!” le dijo, muy sonriente, mientras que yo era un muerto en vida.
“¿Puedes llevar a Violeta? ¡Quiero lavar ropa, Marco me va a ayudar y no habrá quién la cuide!” le dijo, pero eso era una tremenda mentira. La lavadora seguía descompuesta…
Algo me decía que esto no estaba bien…
“¡No te preocupes, la llevaré sin problemas!” le dijo Amelia. Verónica sacó su monedero y le pasó unos billetes.
“¡Que no corra mucho! ¡Vayan al centro comercial y si quieren, cómprense algunos helados!”
“¡Viva!” exclamó Violeta, saltando de emoción.
Ya conocía esa mirada en los ojos de Verónica… tendría que complacerla a ella también.
Ni siquiera me dio tiempo para lavarme. Usaba un vestido verde con colgantes, de una sola pieza, el cual en un par de segundos, liberó sus tremendos pechos y me mostró su sensual calzón negro de encaje.
No quería metérsela. Aun estaba descargado y ya me dolía de tanta excitación, por lo que decidí usar mi lengua en su lugar.
“¡Siempre… me sorprendes… con cosas tan ricas!” me decía ella, mientras lamía el contorno de su clítoris y metía algunos dedos en su rajita. Aun tenía ese sabor delicioso a comida.
Con el tiempo, descubrí que para fastidiar a Sergio, Verónica se masturbaba con las zanahorias, pepinos, zapallos italianos, cebollines, vienesas, salchichones y todo tipo de alimentos con formas semejantes a falos.
Que me diera a probar a mí fue un accidente. Ella sabía que era un chico esforzado y cuando le iba a hacer clases a Marisol, me dedicaba ciento por ciento a mis labores, pero en una ocasión, los sorprendí comiendo zapallo italiano relleno, lo que me dio un voraz antojo y solamente le quedaban las “raciones especiales” de su marido.
Con mucho cargo de conciencia, me sirvió el alimento, pero al ver que lo encontraba tan exquisito, decidió sazonar todas mis comidas con su “aderezo especial”.
Pero aunque mis lamidas eran placenteras, ella quería sentirme dentro de ella, así que se bajó el calzón y me ofreció su culo.
Supongo que sabía que estaba pegajoso con los jugos de su hija, pero no le importó que la penetrara por detrás, mientras ella se apoyaba en la lavadora.
Fue doloroso para mí. Tenía la verga dilatada, pero no me quedaba nada de líquido. Pero me sentía mal por Verónica y pensaba que si le rompía un rato el culo, me dejaría descansar.
Sin embargo, pasaron 20 minutos, donde mis manos recorrieron sus pechos, su rajita, sus deliciosos y simpáticos “rollitos”, pero ella no quería parar, aunque se había corrido varias veces, hasta que acabara dentro de ella.
Si mi verga se mantenía erecta, era por pura voluntad de ella. 15 minutos después, me corrí en su trasero, cayendo rendido en mi cama. Sinceramente, ya no quería más guerra…
“¡A ver… Amelia me dijo que lo hiciera así!” dijo, acostándose en la cama y envolviendo mi verga en sus pechos.
El dolor que sentía en mi glande solamente lo conoce el que se ha masturbado un par de veces más de la cuenta…
“¡No, Verónica!... ¡Ya no puedo!...” le decía, pero al igual que su hija, estaba haciendo que se levantara.
“¡Solo una vez! ¡Anoche no pudimos hacerlo sin condón, porque estaba Amelia!”
Era refrescante meter mi verga en la rajita descubierta de mi suegra, pero no menos doloroso. Fue una hora y 7 minutos de cabalgata. Mientras estábamos pegados, me besaba como una colegiala.
“Sergio… nunca… me la había metido… por tanto rato… y aun estás duro…” decía ella, respirando agitada. “¡No te duermas!… tengo que preparar la cena… y después, tenemos que seguir en la noche”
Empezó a vestirse rápidamente, ya que sus hijas no tardarían en llegar.
“¡Verónica… ya no puedo más por hoy!... ¡Tú y tu hija me han dejado completamente seco!” le dije, palpando mi verga que se rehusaba a bajar.
“¡Pues parece que aun puedes!” dijo ella, subiéndose el calzón y colocándose su vestido.
Me di una ducha helada, para sacarme sus jugos y ver si podía destemplarla, pero apenas bajó a la mitad y con lo golosas que eran, volverían a alzarla nuevamente durante la noche. ¡Debía hacer algo!
Durante la cena, ellas lucían radiantes y yo estaba muy, muy, muy cansado.
Violeta me contó que habían corrido hasta el centro comercial, que había visto un señor vestido de oso, que su hermana le compró un helado, que le hizo montar un cohete, un camión y un avión, que habían tratado de conseguir un oso de peluche en una maquina y que metió un rato las manos en la fuente, antes de volver caminando hasta la casa.
Entonces, comprendí por qué su hermana y su madre se habían preocupado de cuidarla. ¡Era para que no interrumpiera a la otra mientras se acostaba conmigo!
Ya estaban sonriendo con lascivia, cuando le decían que tenía que acostarse, porque estaba muy cansada. Me daba escalofríos pensar lo que me harían una vez que se durmiera…
“¡Pero Violeta está súper gigante! ¡No es necesario que se acueste tan temprano!” les dije yo, sacrificando parte de mi ánimo.
“¿Cierto, Marco, que estoy súper, súper gigante?” me decía la pequeña, sonriéndome al ver que era el único que quería malcriarla…
“¡Pero Marco, si no se duerme, mañana no querrá levantarse para ir al jardín!” me dijo Amelia, levemente preocupada.
“¡Pero yo nunca la veo y me gustaría ver monitos con ella!” les dije, suplicante.
“¡Sí! ¡Veamos monitos!” dijo Violeta.
Verónica aceptó y nos sentamos en el living. Al menos, había ganado unos minutos adicionales para reponer mis fluidos y descansar mis bolas.
Todo iba bien, hasta alrededor de las 10. Llevábamos una hora viendo caricaturas educativas, cuando empezó a bostezar.
“¿Viste, Violeta? ¡Ya te bajó el sueño!” le decía su hermana.
“¡No! ¡No estoy cansada!” decía ella, aunque se restregaba los ojos.
A la media hora, se le cerraban los ojos. No podía escudarme en ella. Estaba demasiado cansada.
Resignado, la llevé a acostarse y como la otra noche, madre e hija me esperaban en paños menores.
“¿Podríamos solo dormir hoy? Estoy muy cansado y no tengo ánimos…” les dije, mientras me empezaban a besar y tocar la verga.
“¡Sí, Marco! ¡Entendemos que estés cansado!” dijo Verónica, mientras que Amelia me chupaba la verga “Pero también tienes que entendernos a nosotras…”
“¿De qué hablan?” decía yo, mientras ella me besaba y me hacia sobarle los pechos.
“¡En poco tiempo más, te casarás con Marisol… y no podremos hacer esto nunca más!” dijo Verónica, besándome con mayor intensidad.
“¡Mamá tiene razón!” Dijo Amelia, chupándome hasta el alma.
La sola idea que Marisol se casaría conmigo desataría una vorágine de pasiones… y no solo con ellas, sino que con Pamela y con Sonia también y no serían suficiente un arsenal de consoladores, ya que cada una me quería especialmente enfocado en ella.
El triangulo incestuoso que estaba presenciando, donde la madre acariciaba los pechos de la hija y besaba su espalda, era solamente el comienzo y eventualmente, evolucionaría en una pirámide, conmigo en la cima.
Esa era la caja de pandora que había desatado la noche anterior y que ahora estaba planeando llevar a la casa. Ninguna de ellas renunciaría un minuto de mi tiempo libre y debería empezar a comer más, beber más líquido, ejercitarme un poco más y por supuesto, ser más astuto, si quería resistir ese exigente régimen o bien, acostumbrarme a vivir con las bolas hinchadas y secas y follar con dolor.


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1 comentario - Seis por ocho (62): ¡Violeta, no te duermas!

DGE1976 +2
Marche una bolsa con cubitos...se te va a gastar de tanto ponerla...abrazo brother
metalchono +1
cubitos de hielo, mas bebidas energeticas y comer muchos mariscos...