Seis por ocho (47): El método "Marisol"




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Compendio I


Sin importar lo ocurrido la noche anterior, Marisol se fue sin despedirse nuevamente. De cualquier manera, no importaba. Ella me seguía amando.

“¡Eres un tío muy extraño!” me dijo Pamela, enojada. “¡Teniendo una cama y durmiendo en el sofá!”

Vestía su camisón rosado y podía ver sus tremendos pechos, mientras esperaba que despertara.

Seis por ocho (47): El método "Marisol"

“¿Qué hora es?”

“Son casi las 10. Pero dime, ¿Qué haceís durmiendo aquí?”

Di un gran bostezo.

“Estaba tan cómodo, que me quedé dormido.”

“Por un momento me preocupé. Pensé que os había pasado algo.”

“¿Por qué? ¿Porque no dormí contigo?”

Palmada en la cabeza…

“¡Claro que no!” dijo la Amazona de Madrid, toda colorada, marchando al comedor con media nalga al aire.

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Mientras desayunábamos, empecé a ver sus pautas. En realidad, era impresionante ver su progreso.
No solamente en matemáticas había mejorado considerablemente, sino que los ensayos para la prueba de ciencias también tenían sus mejoras.

“Quería decirte algo… muy importante.” Me dijo ella.

“Dime.” Le dije yo, sin prestarle demasiada atención.

“Este mes…yo…”

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Bajé las pautas y la miré. Parecía preocuparle demasiado para decirme.

“Este mes…yo…”

Le tomé la mano, para darle seguridad.

“Lo que sea, sólo dímelo.”

Ella sonrió, muchísimo más cómoda.

“Este mes…yo… no podré pagar mi parte.” Dijo ella.

¡Pobrecita! ¡Era eso lo que le preocupaba!

Pueden estar pensando “¡Amigo, no tienes idea de la bala que esquivaste! ¿Qué habrías hecho si te dice que no le había llegado la regla?”

¿Qué más habría hecho? ¡Me habría hecho responsable!

Pero con ella, no me preocupaba tanto. Como les digo, exceptuando con mi suegra, siempre uso preservativos y como ella tenía una vida sexual activa, ya tenía el habito de tomar la pastilla.

Volviendo a nuestra situación, yo le sonreía.

“¡No te preocupes! Yo te cubro sin problemas.” le dije.

Su expresión tomó un tono más agradable.

“¿Y a qué se debe? ¿Puedo saberlo?”

En realidad, no tenía que decírmelo. Pero una de sus ventajas como huésped es que era bien responsable con sus cuentas.

“Pues… renuncié a mi trabajo.” me dijo, con algo de timidez.

“¡Qué bien!” le dije yo, muy contento. “¡No te preocupes! Te cubriré todos los meses que necesites.”

“¡Gracias!... es muy amable de tu parte. Lo hice porque estaba aburrida. Siempre me miraban… y no me gustaba.”

“¿En serio? Recuerdo a una chica gótica que le encantaba ser el centro de atracción…” le dije, bromeando.

“Bueno…” dijo ella, con un poco de vergüenza “…es que… nadie me miraba…como lo haceís tú.”

Reconozco que también me avergoncé y durante un par de minutos, no dijimos palabra alguna. Al menos, ya no trabajaba en ese bar de mala muerte, donde lo más leve que le sucedía cada noche era algún toqueteo en las nalgas.

“¡Realmente, me sorprende tu progreso, Pamela!” le dije, tras terminar de revisar sus pautas.

Ella sonrío avergonzada.

“Pues fue como me dijiste esa vez… si quería algo, debía sacrificarme y luchar conmigo misma, para obtenerlo.”

Me tocó el corazón, porque fue el mismo día en que quedamos atrapados por la pierna de Marisol.

No pude evitar deprimirme. Sabía que esa noche, estrenaban la serie favorita de Marisol, pero no sabía si la vería, dada nuestra complicada situación.

Como empezaba a afectar a Pamela, le seguí preguntando.

“Pero… ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo pudiste mejorar tan rápido?”

Ella volvió a avergonzarse.

“Es que… pensé bastante en ti… los días que estabas trabajando… ¡Con esa golfa!” dijo la amazona de Madrid.

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Definitivamente, Sonia le irritaba mucho en sus celos.

“Pero si solamente repasamos teoría…” le dije yo.

“Bueno… es que yo…repasé varias veces… tus lecciones…” me decía, roja como un tomate.

No podía entenderla. ¿A qué se refería con “repasar con varias veces”?. Entonces, me pegó el ladrillazo en la cabeza.

“¿No me digas que…?”

“¡Claro que no!” dijo ella, interrumpiéndome, al leer mi mente “¡Yo no soy rara, como Marisol!... yo sólo… me acordaba de ti en la noche… y me ponía a estudiar el cuaderno.”

Su boca me decía no, pero su cara me decía claramente “Lo hice y me gustó mucho”, al igual que Marisol y Verónica me lo dijeron en su momento.

Dejaba bastante a la imaginación. Cuando Marisol estudiaba, conseguía respuestas instantáneas para lo que recordaba en sus orgasmos. Si Pamela tenía orgasmos múltiples…

Palmada en la cara…

“¡Que no me veaís así!...Yo estudiaba.” Dijo la viciosa amazona madrileña.

Pueden pensar “¡Amigo, qué mala suerte! ¡Podrías haber gozado como loco enseñándole!”. Cierto, pero no están viendo más allá del bosque…

“¡Da lo mismo!” Le dije yo “Puedes tener puntajes perfectos en Matemáticas y Ciencias, pero si no tienes Historia y Lenguaje, aun así no podrás entrar a la universidad.”

No quería desinflar su ilusión, pero era cierto.

“Marisol me ha estado ayudando con historia… pero mis mejores puntajes son estos.” Decía ella, desanimada.

“Además, el hecho que no terminaste la secundaria te da otra desventaja, ya que también te dan puntaje por ello.”

Eso la entristeció aun más.

Pero no todo era negro. Aun teníamos cerca de de mes y medio para reforzarla…

“¡Tal vez, debería retirarme y darla el próximo año!” me dijo ella, desilusionada.

“¡O tal vez, deberías prepararte, darla este año y ver si tienes que darla el próximo!” le dije yo, con optimismo.

“¿Realmente crees que…?” su mirada se llenaba de ilusión.

“¡Piénsalo! Diste un gran progreso en tan solo 2 semanas, habiendo pasado más de 2 años que te retiraste de la escuela. Sin importar cómo lo lograste, fuiste tú la que peleaste hasta el final y venciste a tus temores.”

“Pero son letras. Yo entiendo los números, pero las letras…”

“Sólo confía en mí…” le dije, tomando sus manos y mirándola a los ojos.

Deben creer “¡Genial! ¡Cayó redondita y ahora, te la vas a tirar!”… no es tan fácil.

Es cierto. Por una parte, Marisol memorizaba todo a base del sexo, pero era porque previamente debíamos estudiar lo que necesitaba aprender.

A Marisol le gustaba leer (una de las razones por la que se había decidido por la pedagogía en Historia), pero Pamela siempre sufría con controles de lectura.

Por lo tanto, aunque sabemos a dónde llegaremos eventualmente, el problema era saber cómo empezar.

Le pedí que se diera una ducha y que se relajara lo más que pudiera, mientras yo trataba de ver la manera de hacerla recordar. Porque aunque los números pueden ser intimidantes, es más difícil recordar un libro, ya que a diferencia de un número, los caracteres de por sí no dependían de ecuaciones o formulas que les hacían “bailar en sus valores”. Es decir, la lectura era información pura y generar información a partir de un grupo de palabras podía ser difícil.

Se vistió de una manera sobria, con pantalones y una polera con tirantes y le pedí que se acostara en el sofá. Le dije que cerrara los ojos y empecé a leer el primer tomo de mi libro favorito.

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Le dije que no se preocupara de nada, que solamente escuchara mi voz e incluso, que intentara quedarse dormida.

Empecé a narrarle las desventuras de Dantés, con el tono de voz más relajante que podía sacar. Para cuando llegamos a la parte de su detención en el castillo de If, Pamela se levantó.

“¡Marco, esto no está funcionando! ¡Solamente tengo sueño y no recuerdo nada!” me dijo y se puso a llorar.

La abracé y le dije que estaba bien, que solamente estábamos probando algo. En el fondo, parecido a lo que la maquina “Verónica” hacía en la mina, yo estaba mandando mi propia señal para saber si había alguna veta que pudiéramos usar.

Almorzamos y le pedí que viéramos televisión por el resto de la tarde. Ella seguía triste, pero se consolaba con estar acurrucada a mi lado.

Alrededor de las 5 llegó Marisol. Nuevamente, esa muralla invisible se alzaba entre nosotros y aunque pretendía que todo estaba bien y que aun seguía menstruando, yo sabía que había algo más.
Pero amo y conozco a Marisol y aunque la encarara y le obligara a contarme lo que la complicaba, no me lo diría.

Le pedí a Pamela que esta vez, no dijera nada y que le diera su espacio. Ella no la comprendía, pero al ver en mis ojos seguridad en mis palabras, decidió acceder.

Cenamos callados, ya que con Marisol en silencio, no teníamos temas frescos de que conversar.
Aunque incrementó la tensión en el ambiente, todavía podía sentir latente la respuesta que descubrí la noche anterior y si bien no me miraba ni me hablaba, me seguía amando, tanto como yo la amaba a ella.

Mientras recogíamos la loza, le dije una sola frase:

“¡Marisol, no olvides que hoy estrenan el capítulo de “Hisashi-kun”!”, como si recién acabáramos de conversar.

Pamela nos miró sin comprender, pero Marisol me miró con sus ojos tristes y brillosos,
respondiéndome con un tierno “Gracias…”, antes de salir de la cocina llorando a su habitación.

Seis por ocho (47): El método "Marisol"

Pamela iba a seguirla, pero se lo interrumpí. Con esa simple frase, le había dicho que seguía preocupado por ella y que no me importaba el secreto que la atormentaba y que la había hecho alejarse de mí.

Nos fuimos a acostar con Pamela y me acurruqué a su lado.

“Tal vez, sea esto.” me decía ella, pensando en el problema de su prima.

“No.” le respondí “Es algo más, pero no tienes que preocuparte. Tú tienes tus propios problemas.”

“¿Cómo puedes saberlo?” me dijo ella, mirándome a los ojos.

“Simplemente, lo sé.” Le dije besándola suavemente.

Suspiraba, a medida de que le arrebataba el aire.

“¡Extrañaba esto!” me decía, mientras nos volvíamos a besar.

Era la verdadera Pamela. No la acorazada amazona de Madrid. La niña de 14 años, que no jugaba con las muñecas de Marisol…

Nuestras caricias empezaban a subir de tono. Descubría sus impresionantes pechos y mientras lamia la hendidura, tiré mi primer sondaje.

“Pamela, ¿Qué era “El Faraón”?”

“¡Ah!” respondió ella, al sentir mis dedos en su rajita.

“¡Concéntrate, Pamela!” le dije, chupando sus pezones “¿Qué era “El Faraón”?”

“¡Tus manos… están calientes!” me decía ella, mientras le acariciaba las nalgas.

“¡Pamela, piensa! ¿Qué era “El Faraón”?”

“¡Ah!... “El Faraón” era… ¡Un barco!...”

Su primer orgasmo de la noche…

“¡Marco, “El Faraón” era un barco!” me decía ella, besándome y llorando de felicidad.

“¡Muy bien, Pamela! ¡Te felicito! Ahora dime…” le dije, acariciando sus pechos “¿Hacía donde iba?”

“Era un barco…” decía, mientras lamía su cuello. “¡En travesía a Marsella! ¡Era un barco en travesía a Marsella!”

Sonreía. El método “Marisol” era efectivo.

“Marco, ¿Qué significa “travesía”?”

¡Funcionaba demasiado bien!

Cuando le pregunté sobre Danglars, tuve que ponerme el preservativo. Estábamos demasiado excitados y no quería dejarme llevar por mis impulsos.

La carta de Napoleón, el arresto de Dantés, los motivos de la conspiración… todo, todo lo recordaba, en un interminable desfile de orgasmos. No hubo centímetro de su cuerpo que no besara ni caricia sin entregar.

La dulce amazona reposaba a mi lado desnuda, satisfecha en muchísimas más veces que las que pudo esperar y mientras la veía en su sueño, no podía parar de pensar en Marisol.


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