Un encuentro

Ella se movía sin parar. El techo y la lámpara también. Trató de quedarse lo más quieto posible pero todo se movía igual. La sostuvo con ambas manos de las tetas... como para que se deje de mover un rato o como para sostenerse él mismo. Ella se detuvo y todo se movía más que antes. Entonces él comenzó a mover la pelvis y por primera vez el techo y la lampara parecieron quedarse quietos.
Cerró los ojos y buscó en la penumbra de la borrachera, cómo había llegado hasta ahí. Había tomado mucho, había ido a un boliche y el rastro se perdía. Trató de concentrarse. Nuevamente quieto, tomó aire. Aún con los ojos cerrados, sentía que todo se movía. Abrió los ojos, empezó a moverse y las cosas se acomodaron. La chica gemía y se movía más que antes, parecía a punto de acabar. Comenzó a examinarla sin dejar de moverse maquinalmente. ¿Qué hora sería? Le volvió a agarrar las tetas, le dió el rítmo que ella necesitaba y al parecer acabó. Ahora le tocaba a él hacer lo propio. Pensó que debía hacerlo en ese instante para disimular su confusión. Enfocó su atención en eso, apuró el rítmo, le acarició las tetas, las yemas de los dedos sobre los pezones. Sus gritos lo ayudaron bastante. Concluyó por fin la faena. Ahora tenía unos minutos más para desanudar la galleta.

Acostados, abrazados, todo se le movía. Estaba muy borracho. Cerraba los ojos y sentía el movimiento.
-Cómo si el liquidito ese que hay en el oido estuviera dando vueltas, pensaba.
Lo único que pudo recordar fue que la chica era abogada. Se ve que eso lo impresionó, o era una fantasía que siempre había tenido: cogerse a una abogada.
No era la primera vez que se emborrachaba. Sabía que iba a tener conciencia minuto a minuto, pero luego le sería imposible reconstruir toda la noche. Así, prefirió irse a quedarse dormido.
-Estoy muy borracho, mejor me voy.
Ella tardó un rato en reaccionar, estaba también bastante borracha.
-Bueno, como quieras.
Se vistió. Ella también. Le bajó a abrir. En el ascensor, en silencio ambos estaban preocupados por sus borracheras.
-Llamame, veámosnos un día más sobrios.
-Sí, claro.- No quiso confesar que no recordaba tener su teléfono, ni recordar su nombre.
Todavía era de noche.

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