Esposa mirona P2

Le contó sus penas. Si supiera que tenía el chocho meado y enjabonado de semen, que acababa de hacerle una mamada a un joven. Se sintió culpable. Se tocó la oreja por dentro y se miró el dedo. Era semen. En cuanto pudo, subió a ducharse y bajo la ducha trató de reflexionar. Qué le había pasado. La lujuria le había nublado la mente y se había comportado como una auténtica cerda delante de aquel joven.

- Maldita sea…

Había sido una escena muy lasciva, impropia de una mujer como ella. Le había meado la vagina y se había corrido a gusto sobre ella después de hacerle una mamada. Debía cortar con aquello antes de que fuera a más. A pesar de todo, Jose era un buen hombre y no se merecía que le engañara. Llevaban media vida juntos y tenían dos hijos preciosos, estaba haciendo peligrar su matrimonio por unos juegos eróticos con su vecino.

Trató de comportarse cariñosamente con él para que no le notara nada raro, sin embargo en la cena su marido le dijo que Pablito le había contado que el vecino había estado en casa y que les había invitado a chuches. La pilló desprevenida y titubeó, lo que alertó a Jose, al menos eso pensó Carlota al comprobar su mirada celosa.

- Sí, bueno, nos vimos en la parque, bueno, coincidimos en el quiosco, y, y, pagó las chuches de los niños. Es muy majo.

- ¿Y a qué ha venido a casa?

- ¿A casa? Sí, bueno, vive con otros dos estudiantes y quería si hacíamos el favor de guardarle una llave por si se les cierra la puerta. Y por eso ha venido, fue a por la llave y luego ha venido a traerla.

Tuvo suerte, no le pidió que le enseñara la llave, pero la notó titubeante y Carlota se preocupó por su silencio, con la sensación de que no se lo había tragado. No podía arriesgarse más con aquel chico o terminaría pillándola, y no quería escándalos. Apenas durmió.

Como todas las mañanas a la hora del colegio, volvió a coincidir con los chicos. Se pararon a saludarla y tuvo un segundo para hacerle una señal a Marcos.

- Mirad, es Jose, mi marido.

Jose estrechó la mano de los tres chicos. Vio cómo miraban a su mujer cuando se iban y vio una mirada intensa entre Marcos y su mujer, una mirada que instigó sus celos. Cómo iba aliarse con aquel jovenzuelo. Se fue a trabajar desconcentrado y con el temor en la mente.

Carlota se tiró toda la mañana rememorando la escena en el servicio, el sabor de sus huevos y de su polla, el tremendo morbo de hacerle una mamada en su propia casa, antes de que llegara su marido. Volvía a excitarse y a obsesionarse de manera descontrolada, a pesar de los esfuerzo por crear dosis de arrepentimiento. Después de comer vistió a los niños y se arregló a conciencia para él. Se dejó su melena castaña al viento, se puso un jersey negro de lana y unos pantalones blancos muy sueltos y con caída, acampanados. Y fue al parque con la esperanza de reencontrarse con él. Le vio llegar con su novia. Iban de la mano. Se apoyaron bajo un árbol, abrazados, y se estuvieron morreando con pasión. Carlota les miraba de reojo, celosa de la chica, celosa de que ella pudiera tocarle con más libertad. Se manoseaban por todos lados. Estaba deseando que se fuera.

Al poco rato vio que se despedían y enseguida fue hacia ella. Se sentó a su lado. Los niños jugaban al balón enfrente.

- ¿Qué haces tan sola?

- Ya ves, lo de todos los días -. Le contestó ella. Le veía pensativo, mirando al frente, con los codos en las rodillas, frotándose las manos -. ¿Te apetece que vayamos a mi casa? – le propuso ella.

La miró.

- ¿Estás cachonda?

- Sí, ¿y tú?

- También. Vamos.

Después de comer, empujado por los celos, Jose faltó a una reunión con unos clientes por ir a casa, quería asegurarse de que su mujer le era fiel, quería aniquilar esas horrendas sospechas. Aparcó el coche cuando les vio sentado juntos en el banco, uno junto al otro, y a sus hijos jugando alrededor. Golpeó el volante, mortificado, con palpitaciones en las sienes. Les vio levantarse a la vez e ir paseando juntos. Iban a casa. Qué podía hacer. Igual se estaba precipitando. Vio cómo su mujer abría la puerta, dejaba entrar a los niños y después Marcos le ponía una mano en la cintura para dejarla pasar primero. Cuando se cerró la puerta, Jose dejó caer la cabeza en el volante, muerto de rabia, una rabia que se transformaba en lágrimas. Y para colmo recibió una llamada de su jefe abroncándole por no estar en la oficina y exigiéndole explicaciones sobre unos asuntos urgentes.

Nada más entrar en casa, Carlota agarró a los niños de la mano y les llevó al salón. Marcos la esperaba al pie de la escalera con las manos en los bolsillos. Les conectó la consola para dejarles entretenidos y le dijo al mayor que cuidara de su hermano. Después, con ligereza, pasó delante de Marcos y subió en primer lugar, meneando su trasero con aquellos pantalones blancos acampanados.

Irrumpieron en el baño. Carlota cerró y echó el cerrojillo.

- Marcos, me estás volviendo loca para que yo haga lo que estoy haciendo.

- Siéntate.

- Sí.

Se sentó en la taza, erguida. Marcos se colocó ante ella y se curvó para quitarle el jersey. Carlota levantó los brazos y se lo sacó por la cabeza junto con el sujetador. La dejó desnuda de cintura para arriba. Tiró las prendas al suelo y empezó a desabrocharse, boquiabierto ante tan impresionantes pechos. Las tetas se rozaban una contra la otra, meneándose levemente.

- Qué tetas tienes, cabrona…

Se bajó con ligereza el pantalón y el slip hasta las rodillas y se acercó entre sus piernas. Carlota levantó la mirada sumisamente hacia él. Marcos se agarró la verga y se puso a golpearle las tetas, a darle palos, como si tocara dos timbales con la verga. Ella fruncía el ceño, sin dejar de mirarle, notando los golpes.

- Ummmm, cabrona…

Nervioso, le pasaba el capullo por los pezones y se la clavaba en la masa blanda, pasando con la verga de una a otra, en medio de golpetazos y roces, hasta que le encajó el tronco entre las dos tetas, la empujó más hacia él sujetándola de los hombros y empezó a contraerse para masturbarse con los pechos. Carlota permanecía con el rostro pegado a su camisa, percibiendo el roce y la dureza de la verga entre sus pechos, notando cómo le tocaba la barbilla con la punta.

- Ohhh… Ohhh… - jadeaba electrizado.

Le sacó la verga de entre los pechos. Tenía señales rojas de los golpes de la verga. Se la sujetó con la derecha y con la izquierda le agarró la cara achuchándole las mejillas, acercándole la cabeza hacia él. Carlota tuvo que estirar los músculos del cuello, con los pechos rozándole los muslos. Le metió la puntita de la verga en un orificio de la nariz y empezó a empujar, como si quisiera metérsela dentro. Ella exhalaba sobre sus huevos, con el ceño fruncido, notando el cosquilleo. Pasó al otro orificio y de la misma manera trató de follárselo con la punta.

- Hija puta, cómo me pones…

Le agarró un manojo de cabellos y le tiró obligándola a ladear la cabeza con un quejido y gesto de dolor por el tirón. Se lió la verga con sus cabellos, dándose unos tirones, pasándoselos también por los huevos.

- Qué gusto, cabrona… Date la vuelta, quiero verte el culo… - apremiaba nervioso, cascándosela fuera de sí.

- Ahora mismo.

Se levantó y se dio la vuelta. Se desabrocho el pantalón y se subió de rodillas encima de la taza. Se los bajó todo lo que pudo.

- Las bragas, vamos, bájate las bragas…

- Sí, sí…

Se bajó las braguitas blancas exponiendo su enorme culo ancho y abombadito, con una raja profunda. Se las dejó un poco por encima del pantalón.

- Ábrete el culo.

Apoyó la frente en los azulejos y echó los brazos hacia atrás para abrirse la raja. Marcos se las cascaba tras ella. Le vio el ano, un ano blanquecino y poco arrugado y unos centímetros más abajo la chocha jugosa. Se le escapó un jadeo.

- No hagas ruido, Marcos, mi hijo…

Agarrándose la verga, le paseó el capullo por toda la raja, desde la rabadilla hasta el chocho. Carlota cogió un buche de aire resoplando sobre el azulejo al sentir el roce de la verga.

- Culona, qué buena estás…

Carlota apretó los dientes, abriéndose más la raja, cuando le metió un dedo en el culo, el dedo corazón, hasta por debajo del nudillo, con la palma hacia arriba, y se lo dejó dentro, inmóvil, mientras se la cascaba con la derecha. Carlota resoplaba sobre el azulejo, rozando la mejilla, empañándolo, entrecerrando los ojos para concentrarse en la presión del dedo. Oía los tirones. Ella comenzó a gemir, no podía controlar las sensaciones. Contraía las nalgas para sentir el dedo. Llevó las manos hacia delante hasta apoyarlas en los azulejos, una a cada lado de la cabeza. El culo se le cerró con el dedo dentro. Apretaba las nalgas para sentirle. Marcos no lo movía. Meneaba todo el trasero, como suplicándole que agitara el dedo, pero tenía que conformarse con contraer las nalgas y rozar la mejilla por el azulejo, acezando, envuelta en sudor.

Le sacó el dedo del culo de golpe y al instante notó cómo le llovía semen sobre las nalgas, meteoros de leche espesa que le caían por dentro de la raja y el coño. Diversas hileras blancas resbalaban por sus nalgas hacia las piernas. Ella aún refregaba el rostro por el azulejo, sudando, recuperándose. Le tiró de las bragas para limpiarse el capullo. Había tenido un orgasmo sin tocarse. Miró hacia atrás. Aún percibía la sensación del dedo metido. Se estaba preparando, entonces bajó de la taza y arrancó trozos de papel para limpiarse el culo.

- Tengo que irme, he quedado con Belén para estudiar.

- No te preocupes.

- Estás sudando.

- Sí.

Con todo el culo pegajoso, se subió las bragas y el pantalón. Notaba la sensación en el ano y le dolía un poco. También tenía el olor de la polla en la garganta de habérsela metido en la nariz. Luego recogió el jersey pisoteado y se lo puso, sin sostén, y salieron fuera.

Jose vio salir a Marcos, solo. Vio cómo se rascaba los huevos y se dirigía hacia su casa. Se había tirado mucho tiempo dentro, aunque estaban los niños. No podía creerse que su mujer estuviera liado con aquel jovencito y se acostara con él con sus hijos en casa. Debía cambiar o la perdería. Siempre estaba con sus penas, menospreciándose, y seguro que ya la tenía harta y aburrida. Ni siquiera era hombre para satisfacerla, llevaban semanas sin hacer el amor. Él tenía la culpa si se buscaba un amante.

Entró en casa y la encontró en la cocina. Le vio un pisotón en el jersey, la mancha de una suela, y varias gotas húmedas en las traseras del pantalón. Era el segundo día que la veía manchada. Estaba sudando, tenía el cabello muy remojado. Le preguntó qué le pasaba y simplemente le dijo que tenía mucho calor. La espió cuando fue a la habitación. La vio desnudarse. Tenía las tetas con señales rojas y no llevaba sostén. Vio cómo se palpaba el culo y se miraba la mano, como si notara algo raro en la piel. La vio comprobar las bragas y olerlas, y después se metió en baño para enjuagar las bragas bajo el grifo. Le preguntó a su hijo si Marcos había estado en casa y le dijo que sí.

- ¿Y qué habéis hecho?¿Ha jugado con vosotros?

- Subió arriba con mamá.

Se derrumbó, estaba casi seguro de que su mujer tenía una aventura con aquel joven, y todo por su culpa, por su dejadez, por su falta de iniciativa. Salió a dar un paseo, necesitaba reflexionar acerca de qué postura adoptar. La amaba demasiado como para perderla y como hombre y maduro debía luchar por ella. Cuando iba llegando a casa, vio a Marcos con sus compañeros y una ola de celos le abrasó las entrañas. Maldito niñato, seguramente se estaba tirando a su mujer. Cuando llegó Carlota ya se había duchado y se comportaba de una manera natural, aunque la notaba un poco abstraída. No era capaz de hablar con ella y trató de mostrarse cariñoso. Sería bueno hacer el amor con ella, pero los nervios no se la iban a levantar y prefirió no hacer nada.

Ya era viernes y al salir de casa coincidieron con los tres chicos. Jose estaba abriendo la puerta del garaje. Carlota se paró a saludarles. Vio cómo Marcos le hablaba a modo de susurro, pero no podía oírles. Jodido niñato.

- Termino las clases en dos horas, ¿estarás sola? -. Carlota asintió ayudando a su hijo a colgarse la mochila -. ¿Quieres que venga a verte?

- Sí.

- Vístete de puta.

Y prosiguió su camino. Jose se fue a trabajar desolado, seguro de que su mujer tenía una aventura con aquel joven, en una ciudad desconocida.

De que regresó de llevar los niños al cole, Carlota se vistió de puta tal y como le había indicado su joven amante. Se hizo un moño en la melena, con la nuca libre y algunos cabellos en tirabuzón sobre la frente. Se puso un tanguita blanco y un picardías de muselina, también blanco, de finos tirantes y escote redondeado, cortito, con volantes en la base. Y para acentuar el erotismo, se puso unas medias blancas y unos zapatos blancos de tacón. Parecía una princesita puta, muy bien maquillada.

Le esperó sentada en el salón hasta que sonó el timbre. Comprobó que era él por la mirilla y le abrió la puerta. Iba muy guapo, con un jersey azul de marca y unos tejanos, con el pelo rubio engominado. Se ruborizó al estar a su lado así vestida. La examinaba, examinaba las transparencias del picardías.

- ¿Te gusto así?

La agarró por la nuca y le acercó bruscamente la cabeza hacia su cara.

- Bésame, puta.

Y empezó a morrearla, rodeándola con los brazos y agarrándola por el culo para apretarla contra él. Ella también le abrazó, aunque con una fuerza más tímida, con los pechos aplastados contra su jersey. Se morreaban con lengua.

- Muévete, puta, rózame… -. Carlota contraía las nalgas para rozarle la dureza, arrastrando el coño por el bulto del pantalón -. Así, putona… Muévete… Ahora eres mi puta, ¿verdad?

- Sí.

Volvió a morrearla, manoseándole el culo. Ella seguía contrayéndose para rozarle. Se hallaban aún en el recibidor, junto a la puerta principal. Dejó de besarla y dio un paso atrás. Empezó a desabrocharse el cinturón. Ella aguardaba a su lado, mirándole, con el rímel corrido por los intensos morreos. Se bajó el pantalón y el bóxer al mismo tiempo hasta quitárselos, quedándose desnudo de cintura para abajo.

- Agáchate.

Obedeció, se acuclilló ante él y levantó la mirada con sumisión, con la verga ante su cara. Le sujetó la cabeza con ambas manos, por las sienes, y se la bajó para que mirara hacia el suelo. Y notó cómo, sujetándole la cabeza, le clavaba la verga en el moño, se la metía entre los cabellos, rozándole con los huevos. Carlota aguantaba mirando hacia abajo, con la cabeza inmóvil. Se contraía follándole el moño, deshaciéndoselo, apoyando los huevos en sus cabellos. Después le colocó la mano izquierda bajo la barbilla y le levantó la mirada. Le había revuelto todo el pelo. El moño se derrumbaba hacia un lado. Le pegó la punta de la verga a un orificio de la nariz y se puso a empujar, como si quisiera metérsela dentro. Le empujaba la nariz hacia arriba. Ella exhalaba sobre el dorso del tronco. Cambió al otro orificio, volviéndole a follar la nariz. Le sujetaba la cabeza para que no la moviera.

Paró y se pegó la verga al vientre.

- Chúpame los huevos.

Acercó la boca y se los empezó a mordisquear, tirándole con los labios del pellejo y estampándole pequeños besitos. Le tenía una mano sobre la nuca y le apartaba la melena para ver cómo le besaba los cojones. Le miraba con sumisión. Sacaba un poco la lengua y se los lamía. Le clavó la nariz, con los labios pegados, aspirando, oliéndole los cojones.

- Ven, ponte de pie.

La ayudó a levantarse sujetándola de las axilas. Sus tetazas se mecían bajo la gasa. La colocó contra la mesita del recibidor, con el rostro muy cerca del espejo, obligándola a curvarse un poco. Apoyó las manitas en la superficie. Podía mirarse a los ojos ella misma. Le levantó el picardías por detrás y le agarró el tanga por un lateral, bajándoselo de lado de un solo tirón. Carlota cerró los ojos y notó como le metía un dedo en el culo, cómo se lo introducía poco a poco, superando el nudillo, con la palma hacia arriba. Gimió como una gatita, dando un cabeceo, contrayendo las nalgas y meneando todo el culo en círculos.

- Te gusta, ¿verdad, puta?

- Sí… - gimió -. Ay… Marcos… - gemía empañando el cristal.

No paraba de contraer las nalgas, como apremiando que moviera el dedo, con el coño muy caliente. Se lo sacó de golpe y vio que se colocaba tras ella sujetándose la verga. Le bajó un poco más el tanga y le abrió el culo con los pulgares. Le pegó la punta al ano y dejó que el culo se cerrara, dejando atrapada la verga. La rodeó con los brazos por la cintura, con la cara hundida en sus cabellos. Y empujó, penetrándola analmente poco a poco, hasta encajarla entera, hasta que la pelvis quedó adherida a las nalgas.

Carlota exhalaba con desesperación percibiendo la presión de la verga dentro de su culo. No se movían, permanecían inmóviles, pegados, él abrazado a su cintura, respirando sobre su melena. Carlota removía el culo muy levemente, cómo queriendo sentir el palo que tenía dentro. Sólo se oían sus acezos. Echó el brazo derecho hacia atrás y plantó su manita en su culito estrecho. Notó la fina piel de la nalga. Se la apretó a modo de súplica.

- Muévete, Marcos, necesito que te muevas… -. Le dio una palmadita -. Vamos, muévete, fóllame, por favor…

Y Marcos empezó a moverse, a removerse sobre sus nalgas, ahondando en su ano con la verga.

- ¿Así, culona?

- Ummm, sí… No pares, por favor… - suplicaba exhalando con la boca abierta.

La follaba a un ritmo pausado, echando un poco el culo hacia atrás y asestándole un pinchazo seco. Se lo había dilatado y la verga penetraba con facilidad. Las tetas se balanceaban como campanas tras la gasa. Marcos le acercó la cabeza al cristal, entonces sacó la lengua, morreándose con su imagen, lamiendo, manchando el cristal de carmín rosado y babas. La sujetó por las caderas, follándola más deprisa. Ella arrastraba la mejilla por el espejo, acezando con la boca muy abierta y los ojos entrecerrados. Notó cómo la llenaba, cómo se corría dentro inundándola, con la pelvis pegada a su culo, abrazada a su cintura, jadeando sobre su espalda.

Las respiraciones se iban relajando. Aún se mantenía pegado a ella con la verga dentro.

- ¿Te ha gustado?

- He sentido mucho – respondió ella con fatiga.

- ¿Te da por el culo tu marido?

- No. ¿Y tú a Belén?

- Sí, me gusta darle por el culo. Me gusta follarte.

- A mí también me gusta follar contigo, Marcos. Me estás volviendo loca.

- Estoy muy a gusto así – le susurró al oído removiéndose de nuevo sobre el culo.

- Ay, Marcos, yo también… ¿Vamos a mi cama? Así estamos más cómodo.

- Sí, vamos.

Dio un paso atrás sacándole la verga, toda impregnada de porciones de semen por el tronco. Enseguida manó leche del ano, discurriendo hacia el coño. Se quitó el tanga y se limpió el culo con él, después se agarraron de la mano y se dirigieron hacia las escaleras. Arriba, Marcos se quitó el jersey y la camisa y se quedó completamente desnudo. Ella también se despojó del camisón. Su cuerpo maduro, con aquellas tetazas y aquel culo ancho, ante el cuerpo juvenil y fino de aquel chico.

Marcos se tendió boca arriba, relajado, y ella se echó sobre su cintura para mamársela despacito, probando la leche caliente que había por el tronco, probando el mal sabor de su propio culo, acariciándole los huevos mientras se la mamaba. Él le sobaba el culazo suavemente con la palma, concentrado en las lamidas que recibía su polla, notando la blandura de las tetas presionadas contra el bajo vientre. Se la chupaba muy despacio, con besos y lentas lamidas por el capullo y el tronco, de manera muy relajante. A veces él le palpaba el ano y se lo notaba húmedo, como si aún fluyera semen.

Carlota separó la boca y empezó a sacudírsela. Sabía lo que le gustaba. Acercó la cara y se metió la punta en un orificio de la nariz, cascándosela, taponándoselo con el capullo. Gemía temblorosamente.

- Ay, cabrona, qué gusto… Así… Así…

Le entró leche dentro de la nariz y notó una sensación en el entrecejo y en la garganta al respirar, percibiendo el sabor. Carraspeó. La leche se derramaba como un moco hacia el labio, leche muy aguada y amarillenta. Se la lamió, bebiendo y tragando lo que echaba, como si fuera un biberón, y después le pasó la lengua al pequeño charquito que se había formado sobre el vello. Tenía un sabor agrio y estaba caliente. Le dio un besito al capullo y se incorporó tendiéndose a su lado, girando la cabeza hacia él. Aún le caía una gota del orificio de la nariz. Marcos le pasó un brazo por los hombros y ella apoyó la cabeza en su pecho. Se sentía muy bien con él. Su marido ya no le atraía sexualmente. Sin embargo era consciente de la dificultad de la relación, por la diferencia de edad, él tenía novia y ella una familia.

A Jose se le amontonaba el trabajo en el despacho y a cada hora se ganaba una bronca de su jefe. Estaba defraudado consigo mismo, se sentía un perdedor. Allí estaba como un memo, mientras su mujer estaría viéndose con otro hombre. En cierto modo la comprendía, él no le había prestado la atención que se merecía. Quizás todo se trataba de una obsesión, de un malentendido. ¿Cómo iba a liarse con alguien tan joven? Era viernes. Habló con su compañero y le dijo que se encontraba mal, que si llamaba el jefe que le dijera que estaba haciendo unas visitas.

Se fue a casa, a media mañana, dispuesto a luchar por ella, dispuesto a cambiar de carácter si era necesario, dispuesto a enfrentarse a su jefe si hacía falta, aunque le costara el puesto. Todo era por su familia. Pero al entrar en casa vio el tanga en el suelo y la ropa de él encima de una silla, el bóxer y el pantalón todo arrugado. También se fijó en las manchas de carmín y saliva por el espejo.

- ¡No!

Vio un goterón blanco redondo en el gres del suelo. Recogió el tanga y se manchó las manos, una sustancia viscosa que ahora se había tornado como transparente, aunque con finísimos hilos blancos. Era semen. Soltó las bragas y se limpió los dedos en el pantalón. Estaban allí, él tenía la ropa y había señales de que habían follado allí mismo. ¿Qué podía hacer? Se moría de celos.

Subió despacio las escaleras y se asomó al pasillo. Vio luz encendida en su habitación y oía unos débiles gemidos, gemidos relajados. Podía pillarles in fraganti. Avanzó muy despacito y se quedó petrificado al asomarse. Su mujer estaba tendida boca abajo, desnuda, con las piernas juntas, agarrada a los barrotes del cabecero y la cabeza ladeada en la almohada, con los ojos entrecerrados, concentrada, gimiendo despacito. Él estaba encima, pegado a ella, con el rostro hundido en sus cabellos, resoplando sobre ellos, elevando y bajando el culo muy lentamente, follándole el coño por la entrepierna, hundiéndola bajo el culete. El chico era más delgado y el culo de su mujer sobresalía por los lados de su cuerpo. Podía verle los cojones entre los muslos y cómo se le abría la raja al elevarlo. Follaban muy relajados y muy despacio. El chico apretaba fuerte el culo al bajar para pinchar. Su mujer estiraba el cuello lanzando un gemido. Él nunca le había hecho el amor con aquella postura.

Marcos se incorporó de repente asentando el culo sobre los muslos de su mujer y se la empezó a machacar velozmente. Su mujer continuaba con la cabeza en la almohada, ya con la respiración más concentrada. Empezó a salpicarle el culo, goterones por las nalgas que resbalaban formando finas hileras blancas. Algunos pegotes le caían en mitad de la raja.

Jose, consternado, no se atrevió y bajó de nuevo, con mucho dolor en el alma por los celos. ¿Cómo había podido liarse con aquel chico? Maldita sea, todo era por su culpa. Oyó unos pasos y se escondió en la despensa entrecerrando la puerta. Vio bajar a Marcos con el jersey puesto. La verga, como un trozo de chorizo, le colgaba hacia abajo y se balanceaba como un péndulo. Le vio de espaldas ante la silla y le miró el culo estrecho y fino. Jodido cabrón, se estaba tirando a su mujer, y tenía novia. Se puso el slip y los pantalones y se sentó para abrocharse los zapatos, después abrió la puerta y salió. Jose subió de nuevo y se asomó. Su mujer seguía en la misma postura y parecía dormida, reposando después de un buen polvo. Le miró el culo salpicado, con hileras por la curvatura de las nalgas. Se le veía la chocha entre las piernas, como dilatada, con un salivazo de semen en uno de los labios vaginales.

Bajó, no tenía agallas para afrontar en ese momento una situación tan embarazosa. Dio una vuelta por el parque, muy agobiado, y volvió a ver a Marcos, morreándose con su novia bajo un árbol. Maldito hijo de puta, sólo quería a su mujer para tirársela. No iba a permitírselo, estaba dispuesto a luchar por ella, su mujer seguro que se había dejado engatusar por aquel niñato al sentirse tan sola en aquella ciudad desconocida. La llamó al rato para decirle que iría a casa a comer. La acompañó al colegio a recoger los niños y trató de simular su indignación comportándose de una manera cariñosa, interpretando un papel. Acababa de follar con otro tío y allí estaba él, decorando la consternación con mimos y sonrisas. La notaba más arisca que de costumbre. Temía que la aventura fuera a más y se enamorara de aquel chico, que terminara dejándole, pidiéndole el divorcio, y eso no lo soportaría. Entraron en la cafetería a tomar unas cañas y allí estaban los tres chicos. Jodida casualidad. Mientras él iba hacia una mesa con los niños de la mano, ella fue al mostrador a saludarles. Vio cómo les besaba y cómo se reía con ellos, cómo el muy asqueroso le pasaba un brazo por la cintura y le daba a beber de su caña. Después fue hacia la mesa. Jose se hizo el fuerte y no quiso preguntarle ni reprocharle nada. Los chicos se fueron antes y ella les saludó con la mano. Aquel mocoso se había apoderado de su mujer.

Ese viernes por la tarde, prefirió no salir para no tener que reencontrase con él. Carlota tampoco dijo nada de llevar los niños al parque. Trató de ser un mimoso con ella, diciéndole lo que la quería, recordando viejos tiempos, aunque ella mostraba una actitud esquiva. Debía ser paciente, necesitaba tiempo para recuperar el terreno. Si se había liado con ese chico era porque se sentía sola y agobiada en aquella ciudad. Él la quería tanto que estaba dispuesto a perdonarle aquel desliz, sabía que la relación con aquel chico tan joven no conducía a ninguna parte.

Por la noche, Carlota se duchó y se puso un pijama blanco de raso, compuesto por una camisa abotonada y un pantalón suelto, con la melena recogida en una coleta. Jose quería abrazarla y besarla cuando se metieron en la cama, hacerle el amor, pero sabía que después de verla con otro no podría concentrarse, le fallaría como hombre, no se le pondría tiesa, y después de echar un polvo con otro sería una vergüenza. Tras darse el beso de las buenas noches, apagaron la luz y cada uno miró hacia un lado.

Carlota permanecía despierta, con los ojos abiertos, pensando en Marcos. A pesar de las marranadas que tenía que hacerle, a pesar de sentirse muy puta, deseaba estar con él. Se había encaprichado sexualmente de un chico al que le doblaba la edad. Esa tarde se había asomado varias veces por la ventana y le había visto con su novia. También por la terraza les había visto en la habitación, besándose, tocándose. Se moría de celos de que ella tuviera esa libertad con él. Era una niña mucho más mona y más guapa, pero seguro que no le hacía las cosas que le hacía ella. Llevaban toda la tarde juntos, ni siquiera le había mandado un mensaje.

Se levantó y se acercó a la cómoda. Comprobó el móvil y cogió el paquete. Jose, que también estaba despierto, la vio pasar hacia la terraza encendiéndose un cigarrillo. Como él, no podía dormir, seguro que le remordía la conciencia.

Se asomó y le vio con su novia, follando en la cama. Le dio mucha rabia. Permanecía encima de ella y apretaba el culo para metérsela por el chocho mientras se morreaban de manera pasional. Veía las manitas de Belén por su espalda. Los celos la mataban. Le daba caladas cortas y rápidas al cigarrillo. Vio que Marcos giraba la cabeza y miraba hacia ella. Apretó la marcha, corriéndose dentro del coño de su novia. Permanecieron unos minutos abrazados y besándose, después él se echó a un lado sentándose en la cama y cogió el móvil de la mesita de noche. Belén se colocó de lado echándose las sábanas por encima, como si fuera a dormirse. La miró por encima del hombro mientras tecleaba en su teléfono y al instante le vibró el móvil.



- le contestó.



Le vio levantarse y ponerse un slip blanco y una camiseta de manga larga. Después apagó la luz, dejó a su novia dormida. Era demasiado arriesgado, pero la propuesta la excitaba. Seguro que su marido no se enteraba. Jose la vio entrar de la terraza y sigilosamente la vio salir de la habitación.

Carlota bajó las escaleras todo lo silenciosamente que pudo. Iba descalza, en pijama, a la una y media de la madrugada. Abrió muy despacio la puerta de la calle y salió cerrando tras de sí. Marcos se encontraba ya en el recinto del porche, en calzoncillos, con la espalda apoyada en la pared, junto a un macetero para que no pudieran verles desde la calle. Carlota apagó el farol de la entrada, aunque había luna llena y dejaba bastante visibilidad. Se acercó a él.

- Chúpamela – le susurró.

Se acuclilló ante él y le bajó la delantera del slip elástico, desenfundado su verga tiesa y sus cojones redondos. Se la bajó hacia la cara y le dio un bocado, probando el sabor del coño de su novia. Aún la tenía húmeda, con babas de semen por el tronco mezcladas con flujo vaginal. Poseía un sabor avinagrado, recién salida del coño de Belén. Se la mamaba comiéndosela, aunque a veces se la sacudía sobre la lengua. Marcos le revolvía la melena con ambas manos, metiendo sus dedos entre los cabellos, mirando hacia arriba con los ojos entrecerrados.

Jose ladeó un poco la persiana del salón y les vio. Vio la mamada que le estaba haciendo. A ella la veía de espaldas y acuclillada, moviendo la cabeza mientras él le removía el cabello. Cómo podía hacer eso estando él en casa. Igual la obligaba a hacerlo. Podía oír la respiración acelerada de Marcos.

- Así, puta, cómetela toda…

La insultaba, seguro que se trataba de algún tipo de chantaje, no podía creerse que su mujer corriera aquellos riesgos. Carlota le mordisqueaba el tronco y sorbía del capullo, pasándole la lengua y arañándolo con los dientes. Ladeó un poco la cabeza y le chupó los huevos, le tiró del pellejo con los labios.

A Jose le temblaba todo el cuerpo como para atreverse a terminar con aquella horrorosa infamia. Vio que su mujer se levantaba y se giraba dándole la espalda a Marcos. Se bajó el pantalón del pijama un poco, junto con las bragas, lo justo para dejar su culazo al aire, y se echó ligeramente hacia delante, empinándolo hacia él. Marcos se agarró la verga y la bajó hacia su entrepierna, clavándosela en el chocho. Carlota resopló con las manos en las rodillas, echada hacia delante, con el culo en pompa. Apoyado en la pared, la agarró de las caderas y empezó a moverle el culo hacia delante y hacia atrás para follarla.

Ambos acezaban tratando de ahogar los gemidos. Marcos la movía, echaba su cuerpo hacia delante y empujaba de nuevo hacia él hasta pegarse el culo a la pelvis, asestándole clavadas. Jose podía ver cómo las tetas de su mujer bailaban dentro de la camisa. Era como un polvo rápido. Carlota cabeceaba para no gemir, echándose la melena a un lado. Marcos la movía cada vez más deprisa. Jose ya podía oír los chasquidos de cuando el culo de su mujer le golpeaba la pelvis. Aceleró y le dejó el culo pegado a la pelvis, removiéndose y exhalando con la boca muy abierta. Carlota se quitó algunos cabellos de la frente y miró hacia Marcos por encima del hombro. La había llenado, se había corrido bien dentro de su coño. Dio un pasito hacia delante y se irguió subiéndose el pijama, asentándose la melena con ambas manos. Marcos también se subió la delantera del slip. Jose regresó a la habitación y se echó en la cama para hacerse el dormido. Habían echado un polvo rápido, un desahogo.

Al ratito la vio entrar sin encender la luz. Entró en el baño, encendió la luz y entrecerró la puerta. Oyó un grifo. Jose se levantó y se asomó por la ranura. Estaba de espaldas junto al bidé, sin el pantalón del pijama ni las bragas. Se curvó para tocar el agua del grifo y entonces le vio todo el chocho manchado de semen viscoso. Tenía la rajita inundada de la baba blanquinosa. Hijo de perra, jodido cabrón. Volvió a la cama, adoptando la misma posición. Estaba enloqueciendo. Debía hablar con ella. Como marido, no podía permitir lo que estaba sucediendo. La sintió tumbarse a su lado. No se atrevía a decirle nada, debía recapacitar y medir bien las palabras.

El sábado por la mañana desayunaron juntos y no salieron, ella se dedicó a preparar la casa y él tuvo que entretener a los niños. La miraba, daba la impresión de que todo era normal, sin embargo era un cornudo. Almorzaron y ella se echó a la siesta en el sofá mientras Jose deambulaba de un lado para otro, buscando el momento oportuno para hablar con ella.

Por la tarde se encontraban sentados en el mismo sofá, ella cosiendo unos pantalones y él sólo miraba hacia la tele. Los niños jugaban en el patio. Parecía un buen momento. Estaba muy nervioso, casi le temblaban las manos. La miró. Ella le miró a él.

- ¿Qué?

- Sé que te estás viendo con él – le dijo con una voz temblorosa que entreveía sus celos.

5 comentarios - Esposa mirona P2

luisgerardo25
buen relato, excelente drama y erotismo.
a ver si hay tercera parte.
gracias
kramalo
jaja..!! renabo el marido... yo me la recontracojo..jaja!! muy bueno, mucho morbo...