Mi nombre es Lilith III

Tercera parte, el final sera el mas jugoso :3

Cuando devolví mi mirada al público, todos comenzaron a levantarse de sus asientos y empezaron a aplaudir, estaban agitados por lo que acaban de ver y escuchar, todos gritaban ¡Bravo!, ¡Magnifico!, ¡Excelente!, y lo mejor fue ¡Lilith!, ¡Lilith!, ¡Lilith!, ama ese sonido de las voces unidas en coro, estaba en la gloria y aún más al saber que tanto Gabriel como Sebastián estaban extasiados por haberme visto tocar y bailar de esa manera. Me tendieron la mano estos dos caballeros, para bajarme de la mesa y mientras los otros susurraban mi proeza por haber vencido a Judith, yo estaba eufórica.

Sebastián y Gabriel sin soltar ninguno de los dos mis manos, me llevaron a una parte desconocida de la casa… al sótano… de haber estado en mis cinco sentidos me hubiera preocupado, pero el éxtasis sentido nublo todo pensar mío. Bajaba las escaleras aun entre aplausos y chiflidos, que cada vez se iban haciendo más ahogados con cada escalón, hasta que todos se apagaron cuando tocamos el último escalón del recinto.

Cuando recupere la noción de la realidad me encontraba en el sótano de Sebastián, un lugar bastante lúgubre, sin embargo eso no me asusto demasiado… ¡Idiota de mí!

Todo lo que había vivido en mi vida jamás me habría preparado para las tres palabras que pronuncio Sebastián: “Es ella, ¡Atenla!”, mi cara se volvió pálida, sentí un revolcón en el estómago y un sudor frio, estaba atrapada sola en un sótano de alguien a quien apenas sabia su nombre. Todo fue un tornado de movimiento, me agarran las manos Mauricio y Judith, mientras que Gabriel y Sebastián caminaban fríamente hacia la parte más oscura del sótano, para encender una luz. Cuando forcejeaba para liberarme, Michell me puso de rodillas y agacho mi cabeza con una mano, era una mujer muy fuerte por lo que veía, estando en una posición totalmente sumisa, mis manos estaban atadas a mi espalda y yo de rodillas frente a dos mujeres y un hombre. Cuando regreso Gabriel traía un libro de tapa negra bastante grueso y Sebastián que estaba en una esquina parecía estar buscando algo en un baúl viejo. Antes de que me diera cuenta, la mano Judith me golpeó la cabeza, dejándome inconsciente al instante.

Cuando volví a recobrar la conciencia, estaba completamente desnuda, y mis manos estaban atadas de frente mío, colgando de una especie de arnés que estaba en el techo. Cuando levante la mirada, vi que todos estaban con capuchas de colores rojas y negras, rojas para las mujeres y negras para los hombres. Estaba asustada, no sabía que me iba pasar, pero tal vez lo mejor hubiera sido la muerte a lo que seguiría. Sin previo aviso, escuche los pies descalzos de un hombre que estaba a mis espaldas, cuando su puso justo detrás de mí, escuche su voz que susurro a mi oído: “al fin estas con nosotros”. Era la voz de Gabriel.

Fue todo lo que dijo para después pasarse de largo sin siquiera voltearme a ver de nuevo. Yo intentaba quitarme las pesadas amarras pero no conseguía nada. Ellos sin inmutarse me miraban, y me dicen al unísono lo siguiente: “Nosotros sabemos quién eres tu… y sabes también quien no eres… Lilith vuelve con nosotros…Tu ausencia nos ha petrificado durante milenios, no queremos más tu silencio, ni que nos ignores más tiempo…La ceremonia esta lista, para que iniciemos”.

No sabía que pensar, estaba asustada, mi mente perturbada y mi cuerpo al desnudo. La situación más extraña y humillante de mi vida, ¿Que querían ellos de mí?, no entendía absolutamente nada, pero si iba a morir siendo sacrificada…quería saber al menos lo que estaba pasando y le dije a mis captores: “¿Qué es lo que quieren de mí?, ¿Cómo que me han esperado miles de años?, ¡Explíquenme!

Lilith-dijo Gabriel- todo se aclarara antes de lo que esperas, y sabrás todo lo que necesitas, nosotros estamos aquí para ayudar a tu espíritu enserado por la humanidad, tu mente esta enserado por las odiosas manos del tiempo, pero nosotros tus fieles ciervos no te abandonamos, te esperamos y te buscamos. ¡Ahora te liberaremos!...Tu espíritu no llorara más por esa maldición. ¡Nuestros cuerpos te liberaran!

Mi mente quería escapar, estaba a punto de ser violada por extraños y seguramente asesinada después como tributo a una deidad con mi mismo nombre. El pánico sucumbió en mí, empecé a gritar a moverme salvajemente para liberarme pero ellos se acercaban con paso seguro y sus pisadas solo aumentaban mi desesperación…hasta que se detuvieron a dos pasos delante de mí, las tenía cara a cara. Mi cara expresaba el terror que sentía al contemplar sus rostros. Entonces Sebastián saco de su túnica una flauta de aspecto extraño y horrible y se la dio a Mauricio para que la tocara. Mauricio sin perder un solo instante coloco sus labios sobre la boquilla del instrumento y comenzó a tocar.

La melodía fue algo que no soy capaz de explicar, era como la sonata de algún gran maestro que estaba loco, sus notas eran poderosas y penetrantes. Pero sin entender porque esa música me encantaba y me paralizaba…me estaba empezando a relajar, mi mente no pensaba y solo empezaba a sentir…sentía el frio sobre toda mi piel, el sudor frio que corría en mí.

Ya saben que hacer Judith y Michell-dijo Gabriel-entonces ellas se quitaron sus prendas y quedaron desnudas junto conmigo, no sabía como pero me excitaba la idea de verlas desnudas. ¿Estaba loca?, tal vez, pero si iba a morir, por lo menos quería que fuera una muerte lo menos dolorosa o dicho de otra forma, lo más placentera posible. Judith fue la primera que se me acerco, sus pechos ya rozaban con los míos, se acercó a mi oído me dijo: “me habrás ganado en el violín, pero ahora me voy a vengar”. Después se separó lentamente de mi oído y se dirigió a mi boca, plantándome un beso. La música, el beso, las mujeres desnudas ante mí, era demasiado, mi mente colapso y simplemente escape. Deje que ellas me utilizaran. Pero a pesar de que sonora horrible, mi mente nunca escapo…más bien se liberó. Hasta que estalla de excitación. No sabía lo que había pasado, pero de un momento del más intenso y sublime miedo, pase a querer tener el mayor deleite sexual que estas mujeres me pudieran dar.

Aun atada, estas dos diosas comenzaron a acariciar todo mi cuerpo, sus manos tocaban, acariciaban y rozaban todo de mí, ningún centímetro de mi piel dejo de ser excitado. Judith pasaba sus enormes pechos sobre todo mi cuerpo, su piel era tan suave y me encantaba sentirla sobre mí, Michell tocaba mis nalgas, con tanta sutileza que no hacía más que aumentar mi deseo de placer. Mis pechos estaban ya excitados, los pezones estaban rozados y erectos y las chicas lo notaron y con una sutileza inimaginable comenzaron a chupar cada una mis pechos, sus lenguas eran deliciosas, me encantaba sentirlas y ver lo que me estaban haciendo, su boca succionaba mis pechos y su saliva me daba una agradable sensación de placer. Los cosas subieron de temperatura y ya no era suficiente solo esto, y como sabiendo que era lo que deseaba, bajaron muy despacio, hacia mi vagina. Ya no lo aguantaba, las quería ahí abajo chupando mi coño… no tuve que esperar mucho, fue la mejor sensación de placer que jamás había sentido, sus dos lenguas estaban en mi vagina y estaban explorando todos sus rincones. Se cruzaban las lenguas, subían, bajaban, hacían círculos, sobre mi clítoris sobre mi coño, sobre toda mi vagina. Mi clítoris estaba en su punto máximo de excitación y dije “quiero que me lo chupen, malditas perras, quiero que chupen mi clítoris” a lo que ellas dijeron “como ordene mi reina”, comenzaron las dos al mismo tiempo, me lamian con sus suaves y húmedas lenguas todo mi clítoris, estaba en el cielo, o tal vez en el infierno, no importaba, solo importaba mi placer. Y después de unos cuantos minutos de estimulación, me visito el orgasmo… no podía creerlo me había venido, por culpa de estas dos putas. Mi cabeza aún se preguntaba… ¿Qué seguirá después?

Michell y Judith se retiraron, no sin antes darme un gran espectáculo con sus culos, meneándolos para mí, mientras se despedían. Aun encadena no olvidaba que debía escapar de esta situación, para cuando mi pensamiento volvió, note que no estaba Sebastián y estaban Mauricio y Gabriel enfrente de mí, aun encapuchados. Voltea atrás y él estaba, sentado, tenía un piano frente a él. Era un piano negro, apenas y lo podía distinguir con la escasa luz que había, me volteo a ver y me dijo “ya puedo ver los tatuajes en tu espalda, todavía están difuminados pero están volviendo”. ¿Tatuajes?, jamás me había tatuado, de ¿Qué estaba hablando?, sin mucho tiempo para pensar, dijo Mauricio:”hora de tocar Sebastián”, sin responder absolutamente nada, comenzó a tocar su melodía. El ambiente se volvió más lúgubre al instante a acompañado de unas piezas tétricas tocadas por el pianista. La luz estaba yéndose, era Judith que estaba junto al interruptor de luz y comenzó a atenuar la luz, hasta que quedamos en completa oscuridad, esto no le importo mucho a Sebastián el seguí tocando como si pudiera ver perfectamente las teclas. Escuche al lado mío como dos túnicas cayeron al suelo súbitamente, no estaba segura que pasaría ahora, ¿me matarían?, pensé, pero no paso, lo que paso fue que escuche pisadas de dos hombres robustos que se acercaban a mí.

Los sonidos se hacían más fuertes a cada instante, pero yo no podía ver nada, solo me podía guiar por aquellos ruidos que escuchaba, lo que no duro mucho, al poco tiempo lo único que se escuchaba era la música del piano. Me esforzaba por tratar de ver algo en la oscuridad, pero no lograba, fue entonces cuando sentí como un brazo robusto me tomaba por la espalda y otro brazo musculoso me tomaba por delante. Eran ellos dos, Mauricio estaba ama espalda y Gabriel de frente mío, sin pronunciar una sola palabra Gabriel me beso, y Mauricio hizo lo suyo al bezar mi cuello, la lengua de Gabriel se movía segura por mi boca y exploraba todos los placer que esta ofrecía mientras Mauricio colocaba su pene entre mis jugosas nalgas y me besaba apasionadamente el cuello. Gabriel ponía sus manos sobre mis pechos de manera firme, los tocaba, los movía, los apretaba, era lo mejor del mundo, Mauricio masajeaba mi culo con ambas manos y frotaba su pene entre mis nalgas. Sentía que todo era perfecto, no sabía porque pero sentía que así debería de ser siempre. Mientras los hombres se deleitaban con mi cuerpo tocándolo, chupándolo y frutando sus cuerpos con el mío. Sebastián comenzó a hablar y dijo algo que se quedaría conmigo toda la vida.

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