Fantasía... ¿O realidad? Capítulo 2

Me quedé completamente paralizado, al igual que Ana, que permaneció con mi polla en la mano y la cabeza levantada, atenta a la familiar voz, que le preguntaba algo tan directo ¿Se la estabas chupando? dijo María. La situación, pese a la escasa luz, no admitía la más mínima duda, habida cuenta su posición, pero con un hilillo de voz, apenas acertó a decir... ¡No! A María le entró la risa (no así a mi, que seguía un tanto perplejo) y también a Ana, que haciendo caso omiso de la presencia de su mejor amiga, continuó haciendo lo que tan bien sabía.

María se sentó a nuestro lado, como si nada, y yo sin salir de mi asombro. No te preocupes, me dijo mirándome fijamente a la cara, mientras de reojo observaba lo que hacía su amiga, es lo más normal del mundo. Todas lo hacemos (Pues vaya suerte la de Pedro, pensé para mis adentros, porque María me encantaba).

María, de la misma estatura y edad que Ana, era rubia, con algo menos de pecho (una 85) pero mucho más guapa, con esos ojos verdes y un culo espectacular, que se esforzaba en trabajar (practicaba aerobic) y en resaltar, puesto que siempre iba con pantalones muy ajustados (susurros, les llamaba yo, porque veías moverse los labios, pero no se escuchaba nada).

No podía creerme lo que me estaba pasando. La exnovia de uno de mis mejores amigos me la estaba chupando, mientras la novia de mi mejor amigo, que como ya he contado me fascinaba, estaba sentada a nuestro lado, hablándome como si nada. La situación resultaba grotesca, pero aún tenía que mejorar la cosa. ¿Me dejas un poquito? Dijo María…

Decir que me quedé completamente pálido quizá sería exagerar, pero que no podía creerme lo que me estaba pasando… Sin duda. Acababa de “estrenarme” como quien dice, en el mundo del sexo. Hacía unos minutos había masturbado por primera vez a una chica, saboreado su pecho… y me la estaba chupando de una manera… increíble. Y ahora, María, María la rubia (así la llamábamos para distinguirla de otra María del grupo, morena), María la rubia, la novia de mi amigo Pedro, quería unirse a la fiesta!!!

Claro, contestó Ana, generosa. Hay para las dos, ¿verdad? Asentí, totalmente anonadado, sin saber lo que ocurriría a continuación. María dejó a un lado la bolsa con la merienda que traía, y se arrodilló junto a Ana. Y se puso manos a la obra. Para quien nunca lo haya experimentado, he de decir que la sensación de tener dos lenguas dedicadas en exclusiva a satisfacerte… Es lo mejor del mundo. Y más aún cuando una de ellas es la de alguien que aparecía con frecuencia en tus fantasías y creías totalmente inalcanzable. No sé cuánto tiempo estuvieron mimando a mi polla, que como yo, seguro que tampoco se creía lo que estaba pasando, pero ver a las dos con su lengua sobre ella (lenguas que a menudo jugueteaban entre sí) no podía darme más morbo…

De repente, Ana se incorporó. Debo ir a casa, a dejarme ver y comer algo. Vengo lo antes posible. No lo desgastes, ¿eh? María sonrió, negó con la cabeza sin dejar de chupar, y se acomodó en el centro. Se empleaba con ganas, pero la sensación no era ni parecida a cuando lo hacía Ana en solitario. Pese a su falta de pericia, no tardé mucho en sentir que me vaciaba. La avisé en la medida de lo posible, y pese a que se apartó a tiempo, la corrida fue tan abundante y salió con tanta fuerza que buena parte de ella fue a parar sobre su pelo. Aghhhhhhhhhh, gritó mientras me daba un puñetazo en el estómago y yo reía sin parar (No deja de tener gracia, pensaba yo, que hace unos minutos la tuviese en su boca, y ahora le de asco tener un poquito en el pelo). Pero así son las cosas, ¿verdad?

¡Esto vas a tener que compensarlo con creces! Tendré que volver a casa a lavarme el pelo para que Pedro no se dé cuenta cuando nos veamos esta noche, me dijo.

¿Compensarlo? ¿Qué querrá decir? Pensaba para mis adentros. Bendita ignorancia adolescente… Pero no tardé en salir de dudas. María se levantó (yo seguía exhausto, sentado en el suelo, recostado contra la pared) y se puso de espaldas a mi. Ahora tenía su magnífico trasero, envuelto en uno de aquellos “susurros” azul oscuro que llevaba, a la altura de mi boca. Pocas cosas me resultan tan sensuales como ver a una mujer quitarse los pantalones, y estoy seguro de que buena parte de culpa la tiene lo que hizo en ese momento. Dándome la espalda en todo momento, tomó la cintura del pantalón, y se lo fue bajando muuuuy poquito a poquito, desenvolviendo (como regalo navideño) ese culito que tantas veces me hizo pensar en ella en la intimidad de mi habitación. Ante mi quedaba su precioso culo, en todo su esplendor, y apenas cubierto por un diminuto tanga blanco, de algodón, y sus pantalones por las rodillas…

Quisiera dignificar mi actuación en aquel momento, pero seré fiel a la realidad. Y la realidad no es otra que la que fue. Me abalancé como un desesperado hasta ese culo, sin ni siquiera quitarle el tanga. Cada una de mis manos abarcaba por completo una de sus nalgas, aparté la ropa interior apenas, dejándola a un ladito, y mi lengua se puso a recorrer cuanto encontré en mi camino. María se incorporaba hacia delante, facilitando mi labor, y mi lengua recorría una y otra vez el trayecto entre su magnífico culazo y su coño, mientras mis manos apretaban sus nalgas con fuerza. Desconozco cuánto tiempo estuvimos así, pero sus cada vez más frecuentes espasmos volvían a indicarme (como anteriormente con Ana) que andaba e el camino correcto…

¿Fantasía... o realidad?

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