11 años de placer y lujuria

Saludos.
No es que este apurado a postear todo lo que hice en mi vida, pero este post lo escribi el 2010 en otro foro y queria tenerlo en este foro porque me parece genial!, y.. total, como el relato es mio, es solo copy & paste 🙂

marzo-2010
11 años de placer y lujuria
Ahora que tengo casi 47 años y una familia estable y bien formada, quiero dar a conocer lo que viví al lado de una morena que pudo haber cambiado el rumbo de mi vida.
Dedicado a ella…
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Cuando la conocí, yo tenía 28 años, era soltero y trabajaba en una empresa que aceptaba universitarios que estaban cursando sus últimos años o hacían pasantías mientras preparaban su tesis, supongo que era para que fueran ganando experiencias en el mundo laboral.

Esta morena de casi 22 años, fue asignada por la gerencia a mi área y llegó a la oficina en calidad de secretaria adjunta. Estaba recibiéndose como Administradora de Empresa, pero necesitaba hacer las pasantías y aceptó el puesto de adjunta, con la idea de cumplir con las horas impuestas por la universidad, ya que era requisito para la tesis.

La llamaré Martha. Sin embargo, me gusta referirme a ella como la morena o la negra, así la llamaba yo, normalmente. Tenía el pelo negro azabache, lacio y largo hasta casi a la cintura; usaba lentes y tenía una voz casi ronca. Sus escandalosas risas, impedían que pasase desapercibida en cualquier lugar donde se encontrara. Sus hombros, eran un poco más desarrollados de la media normal, debido a las clases de natación que alguna vez realizó. Su cuerpo era bien torneado y se notaba que cada parte de ella estaba bien puesta y en su respectivo lugar.

Cuando usaba pantalones, los que normalmente eran de tela, resaltaban el tamaño de su vulva y, a veces, se marcaban separando los labios y mostrando la hendidura de sus entrañas, lo que otorgaba aun más placer a la vista, estimulando mis perversiones hasta el punto de imaginar… ¿Cómo sería?... ¿Qué sabor tendría?…

Ella, intentaba vestirse formalmente, aunque en sus gestos y acciones le salía de dentro todo lo caliente y puta que era. Me refiero a sus movimientos, muy sensuales y las poses que normalmente asumía, al menos eso era lo que yo percibía. Al acercarse a un escritorio, se agachaba desde la cintura hacia el escritorio, mostrando las piernas morenas y perfectas y conforme al vestido que usaba, siempre ligeramente arriba de la rodilla, iba subiéndolo con picardía cómplice del juego que la morena proponía. No se podía dejar pasar por alto la redondez de su culo, que más de una vez, hacía despertar aún más mi excitación y perder la concentración de lo que estaba haciendo, teniendo que volver a empezar nuevamente.

Todas estas situaciones que les cuento, con los años, llegarían a ser mi peor enemigo, porque a ella le salían de manera natural, no las provocaba, ella era así y punto. Como yo le decía, era una perfecta perra.

Poco a poco fuimos conociéndonos, ya que le toco realizar trabajos de actualización de datos de las cosas que yo tenía a cargo, por lo tanto, la cercanía entre nosotros era de casi todo el día de oficina. Hablábamos de su universidad, y de nuestras vidas sentimentales. Ella tenía un enamorado, que por las referencias y conclusiones que saqué posteriormente, no le daba mucho para satisfacer a esta morena que tenía un infierno atrapado dentro de su cuerpo.

Transcurridas las semanas, ya éramos amigos de muchas charlas, secretos y hasta picardías que rayaban entre lo inocente y lo prohibido. Un día, se presentó a trabajar con un vestido rojo con botones grandes en la parte delantera y bastante separados entre sí y cada vez que se sentaba, me mostraba un poco de su piel canela, ya fuera la cintura acompañada de un poquito de un tanga blanco, que mis ojos escudriñaban casi descaradamente, o las piernas, que cuando las cruzaba, el ultimo botón del vestido, que le quedaba a la mitad de las piernas, quería saltar para dejar salir ese fuego desenfrenado que contenía la morena… En mi calentura, ya podía sentir el olor y el sabor de esa piel canela.

Ya caliente y sin control, pues estaba casi quemándome, le dije mirándola a los ojos… “¿Sabés qué negra?… Vos, vas a ser mía… me tenés loco...”. Me miró a través de los lentes que le quedaban bastante sensuales, esbozó una sonrisa maliciosa y luego lanzo una carcajada casi sin control y me dijo “de verdad está loco, sabe que yo tengo novio”… nos sonreímos y continuamos cada uno en lo suyo.

Para mí, con lo que le había dicho fue suficiente por el momento, porque los deseos que le tenía, me podrían llevar a crear situaciones incomodas en la oficina. Sin embargo, las miradas y las sonrisas peligrosas continuaron durante toda la jornada laboral, ya casi podía sentir el sabor de sus besos en mi boca y estaba sin control. Mi pene latía constantemente y hasta me dolía, ya no lo ocultaba, dejaba que se notaran mis intenciones, pues había llegado un paso más allá de la reserva.

No podía invitarla a salir después del trabajo, porque su novio venía a buscarla y juntos se iban a la universidad. Como yo era soltero, busqué el teléfono de una mujer que yo sabía que podía utilizar para descargar toda la pasión contenida que tenía dentro de mí esa noche, y así fue.

Al otro día, como de costumbre, llegó y nos saludamos con un beso en la mejilla, pero esta vez, le pasé el brazo por detrás de la espalda, bien debajo de la cintura y agarrando un poquito de nalga y pierna maliciosamente y la apreté hacia mí. Ella cedió… se acercó a mí poniendo su costado en mi entrepierna y apretando un pecho en el mío, haaaa qué placer…

A partir de ahí, empezaron nuestros juegos de acercamiento cada vez más intensos, mientras yo pedía la oportunidad para que nos viéramos fuera de la oficina, solicitudes que eran rechazadas por el miedo a su novio, supongo.

En un acercamiento de los tantos, me comentó que le gustaba mirarme el pene y que le parecía que yo lo tenía de un buen tamaño, eso dio lugar a que le pusiera la mano en su entrepierna y le diera mi opinión de lo que ella tenía. Todo pasaba entre risas pícaras y deseos ardientes que aún estaban fieramente contenidos. Se podían percibir en el aire las feromonas que despedíamos, éramos dos bestias en celo.

Tanto insistir con la oportunidad de que nos viésemos, la morena aceptó y dijo que ella buscaría un pretexto para salirse de la universidad e irse conmigo (dolor de cabeza o algo así) dejando a su novio solo en clase. Pactamos esa noche.

La recogí a una cuadra de la universidad, vestía la típica falda arriba de la rodilla y una blusa a la cintura, eran las 8:30 de la noche. Cuando subió al auto, mi primer reacción fue robarle un beso que duró unos 10 minutos, mientras recorría su cuerpo con mi mano reconociendo todo lo que sería mío y que, posteriormente, se convertiría en once años de lujuria, sexo desenfrenado, pasión, romance, y al final, dolor y olvido.

El único comentario que ella hizo en ese momento fue… “Me encienden sus besos, béseme de nuevo…”

Y eso fue lo que hicimos toda la noche hablar de sexo de las opciones que teníamos para seguir viéndonos, besarnos, acariciarnos y nada más… estaba con su regla.

Todo transcurría como era costumbre en la oficina, yo caliente y esperando que terminaran sus días incómodos y ella, provocando y seduciendo en todo momento. Hasta que llegó el día en que se repetiría nuestra salida. Me llamó a mi casa desde la universidad y me citó de igual manera que en el anterior encuentro, a una cuadra de la universidad, en una calle casi en penumbras, por la altura de los árboles que cubrían las luminarias. Llegué ansioso, tanto que creo que me excedí porque me adelanté como cuarenta minutos. Mi corazón palpitaba, mi excitación era tremenda, yo sabía que esta vez nada podría impedir que la morena fuera mía. Había comprado un vino para tomarlo juntos y así poder relajarla, y si era posible, convencer a la negra de mis intenciones. Pero cuando reparé, me lo había tomado solo, sentado en el auto, durante la espera, hacía calor, estaba caliente, había llegado la hora.

Cuando la vi venir, me bajé del auto para esperarla, puso los libros sobre el techo del auto, me abrazó y me dio un beso largo que yo respondí de igual manera y ahí parados, nuestros cuerpos empezaron a juntarse y a rozarse con desenfreno, sí, ahí en la calle… de repente… siento un dolor tremendo, no podía gritar, la separé de golpe, pero casi se queda con mi lengua… ¡Me había mordido! ¿Qué paso? La morena había terminado, ahí mismo, con ese beso que casi me cuesta la lengua.

La solté, la empujé, escupí a un lado un poco de sangre y le dije “perra de mierda me mordiste”, mientras ella pedía perdón entre risas burlescas y miedo a que reaccionara de otra forma. Fue la primera vez que la llamé perra, al parecer le gustó y se llenó más de lujuria, porque me pidió que nos fuéramos ya, me quería pedir perdón de la manera que ambos habíamos estado esperando y deseando.

El camino al motel transcurrió entre rabietas mías por la mordida, carcajadas casi nerviosas y de desenfreno de ella, caricias y deseos, ¡Dios, como me dolía la lengua! ¿Será que necesitaré puntos? –pensaba, mientras escupía.

Entramos a la habitación del motel, mientras nos besábamos y nos tocábamos, aunque yo estaba lesionado de la lengua intentaba darle todo el placer que la negra exigía. La fui desvistiendo mientras la besaba, le saqué la blusa y el sostén, quedaron al aire dos hermosos pechos medianos, casi pequeños y sin embargo, llenos y duros y con una areola grande, que prácticamente se confundía con la piel del pecho en suavidad, a no ser, por la diferencia de color, notablemente, más obscura y los pezones bien parados, que saltaban desde su base, en completa erección por la excitación que tenía la negra. Metí uno a la boca, mientras con la otra mano, acariciaba el otro pecho y los placeres llenaban de susurros y gemidos la habitación.

Yo sabía que la negra ya no era virgen en cuestión de amores, pero me di cuenta que aún no tenía todo el recorrido necesario para manejar las situaciones de alcoba, ya que simplemente dejaba que las cosas sucedieran sin hacer mucho de su parte, simplemente se dejaba ir, dedicándose a quejarse y a recibir los placeres como venían.

Me desvestí hasta quedar en ropa interior y sentado en la orilla de la cama mientras ella permanecía ahí, parada frente a mí y mientras me miraba, preguntándome con ansiedad que más hacia falta por hacer, la tomé de las caderas y la atraje hacia mí suavemente mientras le miraba la cara. Le desabroché el pantalón y lo fui bajando lentamente, disfrutando cada centímetro que se descubría ante mis ojos. Quedaron expuestas esas hermosas piernas que dejaban notar la excitación en su piel estremecida y el temblor que la denunciaba a gritos y exclamando ¡estoy dispuesta! Me acariciaba la cabeza y la cara, intentando casi obligarme, a que separara mi vista de entre sus piernas para robarme otro beso.

La acerqué todavía más a mí. Aún conservaba el calzoncito blanco, con un pequeño lazo al frente y alguna que otra transparencia que permitía ver la abundancia de pelos que cubrían su hermosa vagina. Besé sus piernas, las acaricié y pasé mi dolorida lengua entre los labios de su vagina aún cubierta por el calzón, levanté la cabeza, la agarré de las caderas y la recosté a un lado de la cama.

Seguimos besándonos y acariciándonos hasta que quedamos desnudos. Recorrí su cuerpo con mis labios, intentando saciar toda la pasión que esta negra había acumulado en mí y que había invadido mi cuerpo desde meses atrás y terminé internándome en las profundidades de su entrepierna, hasta que volví a escuchar los gemidos que la negra daba mientras se retorcía de placer hasta terminar nuevamente, regalándome los deliciosos jugos de su vagina, que disfruté plenamente.

La morena tenía los labios externos de su vagina gruesos y terminaban en un monte de Venus que formaba casi en un círculo perfecto. Su clítoris, era más bien pequeño y no sobresalía mucho, al igual que los labios internos cuando estaba con las piernas entrecerradas. La apertura hacia sus entrañas, apenas dejaba notar el pequeño hueco, el camino desenfrenado a los sueños y placeres mundanos que yo tenía galopando en mi cabeza, era perfecto.

Acerqué mi miembro a su boca con la idea de recibir placeres orales como retribución a mi primer acto de entrega hacia ella, independientemente del placer de saber que era ella quien me los proporcionaba, sentí que me lastimaba, la negra no sabía chupar un pene… pero ya había empezado, pensé… mejor indicarle cómo hacerlo y le dije, “que tus dientes no topen mi paloma, chúpamela solo con los labios” y así la negra lo hizo. Disfrutamos un tiempo de este placer, hasta que nuestros deseos pasaron naturalmente a otras necesidades. Se acostó con las piernas entreabiertas, dejando entrever pudorosamente su sexo que ya estaba totalmente mojado. El camino de líquido blanco que se abría paso hacia su culo, mostraba que la morena ya había terminado al menos una vez más. Abrí sus piernas y me puse encima, la negra seguía ahí recostada, intenté penetrarla, pero no me fue posible porque ella no había levantado las piernas y le pedí que cooperara, me dijo inocentemente, “mi novio me pone la almohada debajo de las nalgas cuando lo hacemos”.

Sonriendo complací a la negra, le puse la almohada debajo de esas hermosas duras y redondas nalgas y la penetré con todas mis ganas, ahora si ya era mía… Esa sería la última vez que la negra iba a pedir una almohada, después aprendería a moverse y a dar placer como una verdadera profesional del sexo, como una verdadera perra!!!

En resumen… la negra estaba mal culeada… ¡Hasta esa noche! Ella era un volcán esperando su momento de erupción para dar desenfreno a toda la lujuria y placer inimaginables, que entre dos, tres y más personas, pudiesen concebir… esa noche yo destapé y disfruté durante once años toda la fuerza y capacidad de amar de esta mujer.

Saludos y espero que les haya gustado... no se olviden de puntuar 🙂
filibretm

3 comentarios - 11 años de placer y lujuria

martin00
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kramalo
muy bueno...!! espero que cuentes más.... once años, no pasan en una página...jeje!! le hicistes el asterisco..?