Mis andanzas por el pueblo

Aquí va otro humilde aporte a esta comunidad del carajo, espero que les guste

Cómo ya he comentado, uno de mis deportes preferidos en horas de siesta era ir a clavarme mujeres al pueblo. Además de cuidador del complejo turístico, en tiempos de baja temporada, hacía de remisse debido a las condiciones de mi automovil.
Siempre que tenía un viaje al pueblo, intentaba ver a Romi. Una de esas hermosas mujeres de provincia con una belleza salvaje. Con alto contenido de pueblo originario en su sangre y alguna mezcla de antepasado europeo. Bella, deslumbrante físicamente. Formas bien torneadas. Culo y tetas de sobra como para enterrar la pija y a uno mismo en ellas. Pelo negro y lacio hasta poco antes de la cintura. El pelo terminaba donde empezaba ese terrible ojetazo de yegua. Así era ella, diosa, pero muy esquiva, al menos conmigo.
Ella sabía (ó intuía) de mis intenciones debido a mis fuertes miradas en el almacén del pueblo, en el correo, en la farmacia, en donde sea. Es que el territorio es tan chico que uno se cruza con cualquiera en cualquier momento. Yo siempre intentaba sacar algo de conversación pero ella me esquivaba. Algunas veces, sentía su mirada sobre mi pero cuando quería cruzarla con la mía, ella la sacaba en un santiamén. Quería domar a esa potranca.
Sabía que tomaba remisse pero nunca pedía por mi. Aunque fuera el único en el universo.
Me enteré por comentario de Paulina (la única amiga que tenía Romi) que su marido era uno de esos borrachines sin pena ni gloria que llegaba por las noches pasado de alcohol y sólo la clavaba. Sin goce, sin orgasmo. Sólo le dejaba la lefa y caía rendido a causa del fermento de uvas que consumía a diario. Roncando y dejando un álito de etílico en la habitación.
Yo le dije a Paulina que Romi me calentaba, era un deseo sexual rabioso (cabe aclarar que en otro tomo de palabras). Creí que no era conveniente decirle que era motivo de frecuentes masturbaciones. Todas a nombre de ella. Pensé que su insatisfacción era grande, tan grande como para cogerla con frenesí hasta que se acabe el mundo.
Llegó un día en que me pasaron un viaje. Cuando llego a buscar al pasajero, la veo a ella. Parada en la puerta de su casa, recién bañada, con su pelo negro brillante, con sus curvas diciendo acá estoy. Se subió al auto. Ni bien se acomodó, vió que mi verga latía por ella, por cogerla, por darle, por calmar mi calentura, por calmar su insatisfacción. Fue el único momento en que nuestras miradas se cruzaron, nuestros pensamientos se dijeron todo, nuestros pensamientes se cogieron. Pero ninguna palabra salió de nuestras bocas. Me dijo que la llevara a lo de su hermana que vivía en un paraje inhóspito del campo. Salimos de la ruta, tomando un camino vecinal, y en medio de ése camino de mierda me dijo: "Pará acá". No había ni terminado de frenar que su dos manos estaban desabrochando mi pantalón. Sin más, así de tosco. Mi sorpresa fue grande, su chupada muchos más grande. Entre lamidas ascendentes y descendente me dijo: Que rica tu pija! Yo tenía una erección descomunal. La cabeza de mi verga latía violentamente. Tiré el asiento del auto para atrás, ella me bajó aún más el pantalón y se dedicó a comerla toda: glande, tronco, hasta la base, toda. Luego se empecinó con mis huevos. Quería todo en su boca, no daba respiro. Me calentó de una manera increíble. Muchas mujeres me la han chupado pero cómo ella, hasta ahora, ninguna. Con urgencia, con deseo, con calentura. Fui hasta el máximo y acabé. Todo dentro de su boca. Un poco de leche le chorreó por los labios pero ella tragó todo, lo volvió a meter en la boca con sus dedos. Luego proseguimos con el viaje, hasta destino sin medir palabra. Cuando bajó me dijo: "Mañana nos encoontramos acá, en lo de mi hermana a eso de las 3 de la tarde". No saben lo que fue mi cabeza durante el resto del día y del otro día. Durante la noche le dediqué unas pajas de campeón.
Al siguiente día, llegué a lo de su hermana con ansias de sexo puro. La puerta de la casa estaba entreabierta. Pasé, era un monoambiente. Al final de la habitación estaba Romi tirada completamente en bolas, abierta de piernas a más no poder. Su sexo apuntándome, con su concha deseosa por mi. El banquete estaba servido, no sabía por donde empezar debido a lo deslumbrante de su cuerpazo. Me abalancé como cuando a un padrillo le muestran la yegua para montar.
Le comí la concha como un hambriento de deseo, como un muerto de hambre de sexo. Me di cuenta que había estado pajeándose, porque ya corría jugo de su concha. Me dijo: "Comémela toda, arrancámela. Es tuya." Estuve un buen rato lamiendo, franeleando, metiendo dedos, queriendo meter mi hocico dentro de esa concha que no tenía desperdicio. No se cuanto fue en horas de reloj. Sí sé que le arranqué dos orgasmos. Dos acabadas hermosas, chorreante, majestuosas. La segunda fue mejor. Largó mucho de su sabroso néctar de su interior.
Los gemidos y gritos eran terribles, de loba aullante. Menos mal que nos encontrábamos en el medio del campo pero no me importaba un carajo donde estuviésemos.
Aún sin apagar ni siquiera un poco de esa llama ardiente, me desvistió con salvajismo absoluto. Engullió mi verga (con una poderosa erección) cómo si nada, mejor que en el auto. Su chupada era cada vez más frenética, sin reparo.
Quise metérsela en la concha a lo que me dijo: "Ya tendremos tiempo para que me claves por la concha, eso lo hace el pelotudo de mi marido desde hace 20 años. Quiero que me hagas el culo, porque eso sí que no se lo dí a ése hijo de puta". Se puso en cuatro patas. La yegua se me volvió a mostrar, en celo. Dijo: "Vamos a ver de que madera está hecho este potro". Fueron sus palabras un poderoso afrodisíaco, quería cogerla por el culo ya, o por cualquier agujero, pero cogerla al fin. De todas formas, fui paciente y me dediqué a lamer ese agujero cerradito que me ofrecía. Fui paciente y comí de ese manjar anal por largo. Lo dilaté a más no poder con mis dedos usando un lubricante que ella tenía (se ve que venía preparada, que había pensado el tema). Me enfilé detrás de sus caderas, acomodé la punta de la verga (roja como fierro caliente) y la penetré. Primero la cabeza, ella gritó y pidió toda. Segundo, el tronco. La dejé un rato para que se acomode a ese agujero clausurado por años. Me afiancé nuevamente a sus caderas, al punto de marcar las palmas de mi en sus nalgas. No quería que la yegua se escape. Empecé con el mete-y-saque despacio. Ella se ofuscó y me dijo: "No te dije que quería ver de que estás hecho!". Ah, sí?, dije y le empecé a dar duro, tan duro como podía golpear con mis caderas. Gritó con placer/dolor y yo le dí más, hasta el fondo. Si hubiera podido, le metía hasta los huevos. Mientras estocaba su ojete con mi verga, le manoseaba el clítoris. La pajeaba sin pudor ni reparo. Se excitó mucho y acabó en mi mano. Lo que tenía en mi mano se lo desparramé por sus tetas y su espalda, es que había largado mucho. Pellizqué esos timbres, sus pezones, me los quería llevar. Seguí bombeando furiosamente hasta que me brotó la leche. Una buena lechada. Ella, ya descolocada por el placer, sintió que le había llenado el culo. Salí y vi cómo un chorro de leche se le escapó de su ano, ya dilatado y latiente. Con un dedo agarró el sobrante y se lo llevó a la boca (se ve que eso le gustaba). La yegua aún no estaba ni domada ni satisfecha aún. Me dijo: "El tiempo sobra porque mi hermana se fue a la capital y lo de recién me encantó, así que seguiré probando a este padrillo por el resto del día".
Esa fue la vez que más le hice el orto a una misma mujer en un mismo día, en mi vida. Al final de la jornada la yegua quedó domada y satisfecha. A lo que sellamos un pacto de que todas las semanas, en el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar nos complaceríamos mutuamente mientras el marido etílico yace tumbado a la sombra de una árbol.
Hoy Romi sigue siendo mi salvaje mujer amante.

4 comentarios - Mis andanzas por el pueblo

ren6o
Buen relato!!