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LA SEMANA DEL COÑO ALEMÁN. DÍA 1. LA CONFESIÓN.


 A principios de julio pasado recibí un correo electrónico de Tina. Ella había sido compañera mía en la facultad durante los dos últimos años de la carrera. Es alemana y estuvo estudiando en España gracias a una beca. Al terminar los estudios regresó a su país, donde pronto comenzó a trabajar como traductora. Nunca perdimos el contacto, gracias sobre todo a las nuevas tecnologías.
En aquel correo me decía que iba a estar en España por motivos laborales y me comentaba que, una vez cumplido ese compromiso en Madrid, tenía intención de bajar al sur y pasar allí una semana de vacaciones. Yo, que vivo en una ciudad de Andalucía, le contesté con otro correo ofreciéndole una habitación libre que tengo en casa como alojamiento para su estancia. Mis vacaciones terminaban a finales de julio, así que la semana que pretendía pasar en mi tierra podía pasar tiempo con ella. Además le recordé que seguía soltero y que no tenía ningún tipo de cargas familiares.
Tina aceptó encantada mi ofrecimiento y quedó en volver a ponerse en contacto conmigo para comunicarme el día y la hora exacta en que llegaría a mi ciudad. Una semana más tarde volví a recibir un mensaje suyo con la confirmación de esos datos: estaría en mi ciudad desde el lunes día 25 hasta el domingo día 31 de julio. La hora de llegada prevista para su vuelo era las 20.30 de la tarde.
Llegada la fecha fui a esperarla al aeropuerto. No tuve ningún problema en reconocerla cuando apareció por la zona de llegada: no había cambiado apenas desde que la vi en persona la última vez, haría unos siete años. Era morena, con el pelo rizado, de ojos marrones, aproximadamente 1,70m de estatura y había ganado unos kilitos de peso que, para mi gusto, le sentaban muy bien. A sus 32 años estaba espléndida y en su cuerpo seguían destacando sus dos enormes senos.
Lo único que me sorprendió al verla, y para bien, fue el cambio radical en su forma de vestir: la recordaba vistiendo siempre pantalones y camisetas anchas, pero apareció con una camiseta de tirantes negra y ceñida, una minifalda roja y calzando unas chanclas.
Como equipaje traía simplemente un bolso de mano y una maleta.

Tras saludarnos efusivamente y conversar unos minutos sobre cómo le había ido el viaje y su trabajo en Madrid, nos dirigimos a la zona de salida del aeródromo, hacia la parada de taxis. Durante esos metros de trayecto no dejé de fijarme en tina, mientras seguíamos charlando: su camiseta tenía un escote muy pronunciado y dejaba ver todo el canalillo y parte de los senos. Algunos hombres con los que nos cruzamos no pudieron evitar mirar de forma descarada los encantos de Tina, atraídos por el tamaño de sus senos y por los pezones que se le marcaban sobre el fino tejido de la camiseta.
Mi sospecha de que no llevaba sujetador se confirmó cuando llegamos al taxi y ella se inclinó un poco para guardar la maleta en el maletero del vehículo.
Subimos al taxi y nos sentamos en los asientos traseros. Tina aprovechó el trayecto a casa para contarme un poco sus planes para los días de vacaciones. Su español seguía siendo tan bueno como cuando acabó la carrera.
Mientras conversábamos pude observar cómo el taxista, a través del espejo delantero, no les quitaba ojo a las piernas de Tina ni a su minifalda. Me percaté de que ella iba sentada sin haberse preocupado por cruzar o cerrar un poco las piernas. Las llevaba tan abiertas que aquel afortunado taxista le estaría viendo las braguitas sin ningún tipo de problema. Las miradas del conductor se hacían cada vez más frecuentes y Tina también se dio cuenta de aquello, pero lejos de taparse un poco, parecía sentirse a gusto con esa situación, llegando incluso a abrir un poco más las piernas, para mayor deleite del taxista. Empecé a sentir envidia de él, porque a esas alturas del viaje ya se sabría de memoria hasta el último detalle de la prenda íntima de la mujer.
Lamentablemente para él el trayecto llegó a su fin y, tras abonarle la carrera, se marchó dejándonos delante de la puerta de casa. Estoy seguro de que aquel tipo no tardaría mucho en hacerse unas buenas pajas pensando en la entrepierna de Tina.
Todavía algo asombrado por la situación vivida, abrí la puerta e invité a Tina a pasar y a sentirse como en casa. Le enseñé la habitación en la que podía alojarse durante su estancia y me volvió a dar las gracias por mi amabilidad.

- Bueno, te dejo para que puedas deshacer tranquilamente la maleta. Mientras, estaré en la cocina preparando algo para cenar.

Ella me preguntó:

- ¿Te parece bien, entonces, que mañana hagamos algo de turismo por la ciudad y que los demás días los dediquemos a ir a algunas playas cercanas y pasar allí la jornada?
- Sí, perfecto. Mañana tempranito salimos de turismo. ¡Prepárate porque ya te has dado cuenta de la temperatura tan alta que tenemos por aquí!- le respondí.
- No te preocupes, porque he sido precavida y he traído ropa lo más fresca y cómoda posible, además de crema protectora contra el sol- apostilló ella.

No hacía falta que hubiera mencionado lo de la ropa, viendo las escuetas prendas que llevaba puestas.
Cuando llevaba un rato en la cocina preparando la cena, entró Tina y me preguntó si podía darse una ducha.
- Por supuesto que sí. No tienes que preguntarme nada. Quiero que te sientas como en casa- le respondí.
Mientras ella se duchaba, no dejaba de rondar por mi cabeza la idea de curiosear la ropa que se había traído. Sabía que mientras escuchase el ruido del agua de la ducha tenía tiempo para hacerlo. Así que salí de la cocina y entré en la habitación cedida a Tina. Abrí el armario y allí había colgadas varias camisetas de distintos colores, pero todas muy sexys. Además había cinco minifaldas tan sugerentes o más que las camisetas y absolutamente nadas más: estaba claro que su vestuario para las vacaciones iba a ser tan provocativo como aquel con el que se había presentado en el aeropuerto.
Lo siguiente que hice fue abrir uno de los cajones del mueble: aparecieron varios pares de chanclas. En otro de los cajones había un bote de crema bronceadora y dos toallas. El último cajón estaba vacío. Finalmente miré en los dos cajones de la mesita de noche: en uno estaban sus efectos personales y en el otro no había nada.
Abandoné la habitación y regresé de nuevo a la cocina. A los pocos segundos dejó de escucharse la caída del agua. Varias preguntas rondaban mi cabeza: si Tina quería ir a la playa, ¿dónde estaban sus bikinis? ¿Y su ropa interior? La entrada de la mujer en la cocina cortó mis pensamientos.
- ¿Dónde puedo dejar la ropa sucia?- me preguntó.
- Mira, ahí al fondo está la lavadora. Siempre que tengas prendas que desees lavar puedes dejarla dentro. Mañana haré un lavado- le contesté.

Tina llevaba puesto un fino camisón celeste, que le llegaba hasta la mitad de los muslos y su pelo estaba completamente mojado por la ducha. En una mano tenía la ropa sucia y en la otra llevaba un neceser. Depositó la ropa en la lavadora y al volver a pasar por mi lado no pude evitar fijarme en sus pezones que se le transparentaban tenuemente.
- ¿Puedo ayudarte con la cena?- me preguntó.
Le respondí que sí y entre los dos terminamos con los preparativos, aunque mi mente y, en más de una ocasión , mis ojos estaban en otra parte.

Durante la cena estuvimos recordando nuestros tiempos de estudiantes, lo duro que habían sido los estudios, pero también lo bien que lo pasamos esos dos años.
Tras acabar la cena y recoger la cocina, nos sentamos a seguir charlando en el salón. De repente Tina me soltó lo siguiente:
- David, ¿por qué nunca me propusiste salir juntos como pareja? Estuve esperando a que lo hicieras, pero al final me quedé con las ganas. Hubiese aceptado encantada. Y mira que en más de una ocasión te dejé caer alguna indirecta, sin embargo no te dabas cuenta. ¡Qué torpe sois los hombres en ese sentido. Llegué a pensar que no te sentías atraído por mí y por eso no insistí más!
Las palabras de Tina me dejaron totalmente sorprendido. Siempre me había gustado, por su físico y porque era una chica cariñosa, atenta y con la que no parabas de reírte. Sin embargo hubo otro compañero de estudios que estaba siempre tras ella y yo veía que Tina también le seguía a veces el juego. Ese chico era el típico ligón y yo ni siquiera intenté nada con Tina pensando que no tendría nada qué hacer. Y ahora ella me venía con estas.
- Pensaba que te interesaba otro chico, me acobardé y nunca te dije lo que sentía por ti- le comenté.
- ¿Y qué es eso que sentías por mí?- me preguntó.
- Lo que sentía y lo que todavía siento: una tremenda atracción que no he sentido por ninguna otra mujer- añadí.
- Si hubieras tenido el valor para decírmelo….. No hubiese vuelto a Alemania: me hubiera quedado aquí contigo. Pero ahora ya es tarde: tú tienes tu trabajo y tu vida organizada aquí y yo la mía en Alemania.
A continuación me cogió la mano y me dijo:
- Igual fue lo mejor para los dos, sobre todo para ti.
- ¿Por qué lo dices?- pregunté extrañado.
Ella entonces me confesó algo inesperado:
- Porque me he convertido en una mujer a la que no hubieses podido soportar. Llevo prácticamente un año obsesionada con el sexo, pero es que disfruto con esa obsesión y no quiero ponerle solución. Me he convertido en una exhibicionista: me gusta enseñar mi cuerpo, sentirme observada y ver cómo los hombres gozan gracias a mí.
Todo comenzó a finales del verano pasado. Tras celebrar el cumpleaños de una amiga hasta bien entrada la noche, regresaba a casa caminando. A mitad de camino me entraron ganas de orinar, debido a la cantidad de alcohol ingerida. Las calles estaban vacías y no me preocupé en ocultarme mucho: me agaché entre dos coches aparcados frente al portal de una vivienda. A toda prisa me bajé el pantalón, después las braguitas y el chorro de pipí comenzó a salir. Mientras me aliviaba, agaché la cabeza unos segundos y cuando la volví a levantar había un hombre de unos cincuenta años detenido delante de mí sobre la acera. Me llevé un susto de muerte, pero él, al principio, ni se inmutó cuando lo miré: estaba allí viendo cómo yo orinaba. Me quedé sin posibilidad de reaccionar, pues si me subía la ropa me meaba encima, así que opté por terminar de orinar pese a la presencia de aquel tipo. Como vio que yo no hice ni dije nada, se atrevió a ir más lejos: sacó su teléfono móvil y con una cara de satisfacción que no se me olvidará nunca se puso a hacerme fotos. Yo tenía ganas de acabar de una vez y de marcharme de allí, pero la meada parecía no tener fin. El hombre disparó varias fotos más, guardó su móvil y cuando yo pensaba que se iría de allí, se bajó la cremallera del pantalón, se apartó el calzoncillo, sacó su verga ya totalmente tiesa y comenzó a masturbarse.
-¡Menudo miembro que tiene el muy cerdo!- pensé yo mientras contemplaba la escena.
Aquello ya fue demasiado para mí y pese a que aún salían gotas de pipí de mi vagina, decidí subirme las bragas y el pantalón. No tardé en sentir mi braguita mojada por el líquido. Sin atreverme a decir palabra alguna me marché de allí apresuradamente. Temiendo que aquel tipo me siguiera giré la cabeza, pero él permanecía en el mismo continuando con su masturbación.
Al llegar a casa lo primero que hice fue quitarme el pantalón, mi ropa interior mojada y el resto de la ropa y meterme en la ducha. Mientras el agua de la ducha recorría mi cuerpo, comencé a pensar en lo que acababa de vivir y no se me iba de la mente la imagen de aquel hombre haciéndome fotos con las que a partir de ahora seguro que disfrutaría y agitando su gruesa polla por mí. Una enorme excitación inundó mi entrepierna, haciendo que sintiera un fuego ardiente en mi sexo. Cuando quise darme cuenta tenía mi mano derecha sobre mi coño, acariciándolo suavemente. La otra mano no tardó en posarse sobre mis tetas, al tiempo que varios dedos comenzaban a introducirse entre mis labios vaginales. Cerré los ojos e imaginando que no eran mis dedos, sino la verga de aquel hombre la que me penetraba no tardé mucho en llegar al orgasmo.

Desde esa noche cambiaron muchas cosas para mí: el sentirme observada, fotografiada y el estímulo para una masturbación masculina hizo surgir en mí el deseo de ofrecer a otros hombres el placer que les podría proporcionar mi cuerpo.
Poco a poco empecé a mostrar mis braguitas en público, haciéndome la despistada; posteriormente a no ponerme sujetador y a usar camisetas y blusas finas y transparentes para deleite de los hombres. Por último fui más allá y debajo de mis minifaldas lo normal es que no hubiese braguitas.
¡Qué caritas se les quedan a los tíos cuando ven que no llevo nada debajo!
Bueno, ahora ya sabes mi gran secreto. Espero que a partir de este momento no cambie tu trato y tu comportamiento hacia mí.
 
Tras escuchar esta confesión, entendí por fin el cambio radical en su forma de vestir, la provocación al taxista y la ausencia de ropa interior entre su equipaje. Aquel afortunado taxista no le había visto las bragas a Tina, sino todo su coño en pleno esplendor.
Durante el pormenorizado relato de los hechos por parte de la mujer mi pene se había puesto tieso debajo del pantalón y pedía a gritos ser aliviado como fuera.
Tina debió darse cuenta de que mi bulto había aumentado de tamaño, porque sin mediar palabra empezó a quitarme la camiseta. Después se despojó de su camisón, quedando completamente desnuda ante mí: sus dos enormes senos, con los pezones rosados y duros, su ombliguito y su sexo cubierto por espeso vello púbico. Se dirigió a uno de los sofás de la casa y yo la seguí admirando de camino su generoso culo, con una raja que invitaba a perderse en ella. Apresuradamente me quité la camiseta y Tina, impaciente, comenzó a bajarme el pantalón hasta deshacerse de él en el suelo. Mi slip no ocultaba ya la excitación que yo sentía, pues dejaba a la vista todo mi bulto. Ella me fue bajando el slip y mi polla salió como un resorte, llegando a golpear en su cara.
-¡Menudo palo tienes ahí- dijo Tina observando mi verga erguida y palpitante.
Tras decir esto se marchó hacia la cocina. A los pocos segundos regresó con un bote de nata en spray en la mano. Sin pronunciar palabra se acercó a mí, destapó el bote, presionó el sistema y empezó a cubrir mi miembro con la nata. Hizo que me tumbara boca arriba en el sofá, ella aproximó su rostro a mi polla, abrió la boca y con la lengua empezó a lamer y chupar toda la nata que la cubría. Yo con mis manos trataba de agarrar desesperadamente sus senos: con una sola mano era incapaz de cubrir uno de los senos, así que tuve que emplear mis dos manos para envolver con ellas la enorme redondez que colgaba del cuerpo de Tina. Mis manos aprisionaban el seno derecho de la mujer, lo oprimían y friccionaban el pezón duro y tieso de Tina. Ya no quedaban restos de nata sobre mi pene y ella ahora chupaba directamente la piel de mi verga. Sentía como mis testículos se endurecían por completo y la saliva de la alemana había empapado plenamente mi miembro. Pasé a manosearle su pecho izquierdo, pero de forma tan brusca y frenética, que al tocar el pezón tan violentamente Tina lanzó un gran gemido.
Ella no tardó en meterse toda mi verga en la boca y comenzó a hacerme una placentera felación. Estiró uno de sus brazos hasta la mesa que había al lado y cogió mi teléfono móvil. Detuvo por un instante la mamada que me estaba haciendo, manipuló el teléfono unos segundos y dijo a continuación:
- Voy a grabar todo esto en tu móvil para que tengas un recuerdo mío y lo veas siempre que quieras.
Lo colocó de nuevo sobre la mesa, orientando la cámara hacia nosotros.
- ¡Vamos penétrame primero por detrás! Quiero sentir tu verga hinchada dentro de mi culo. ¡Llénamelo de leche!- exclamó.
Se separó los glúteos con las manos y me ofreció el agujero de su ano para que se lo perforara. Lentamente fui metiendo dentro mi polla hasta que quedó del todo engullida por su orificio anal.
Comencé dando embestidas suaves y calmadas hasta que decidí ir acelerando el ritmo. En cuanto lo incrementé Tina comenzó a gemir de forma escandalosa. Desde atrás pude ver cómo ella se llevaba su mano a la vagina y comenzaba a tocarse y a masturbarse. Sus tetas no paraban de moverse en un continuo vaivén desenfrenado. El cuerpo de la mujer emitió varios espasmos, alcanzó un orgasmo y sentí el flujo vaginal de Tina sobre mis muslos. Ella recogió con sus dedos ese líquido, se giró y me lo ofreció para lamerlo con mi lengua. Aumenté aún más el ritmo de mis movimientos y tras varios impulsos finales mi semen comenzó a inundar el interior del culo de Tina, mientras ella suspiraba de placer.

 Tras unos momentos de silencio, Tina me comentó:
- Recupérate pronto que ahora queda lo mismo pero por delante.
Se dio la vuelta y empezó a besarme la frente, las mejillas los labios…..Así fue descendiendo con su boca hasta mis pequeños pezones, en los que se detuvo para juguetear con ellos usando su lengua y sus gruesos labios. Cuando se cansó, se incorporó un poco y me dijo:
- ¡Cómeme de una vez mis tetas! ¡Sé que lo estás deseando!
Perdí la noción del tiempo entregado a chuparle los senos a Tina y a meterme sus pezones en la boca, mamando de ellos. Cuando sentí que mi polla comenzaba a recobrar la dureza suficiente, tumbé a Tina sobre el sofá y con mi mano empecé a acariciarle su sexo: lo tenía empapado y pidiendo ser penetrado de una vez. Probé con mi lengua el sabor de aquel coño alemán y cuando me sacié de él, introduje dentro toda mi polla. La mujer se estremeció en seguida y comenzó a jadear. Ella no paraba de tocarse los pechos y de pellizcarse los pezones que mostraban ya síntomas de irritación.
Mi ritmo de penetración se convirtió en frenético, lo que provocó que Tina cerrara los ojos y se mordiera el labio inferior llena de placer: mi leche salió despedida en varios chorros dentro del coño de la alemana. Saqué mi verga y dejé caer las últimas gotas de semen sobre la espesa mata de vello púbico de Tina.

Ambos nos abrazamos y permanecimos así por unos instantes. Tras un beso final, ella volvió a coger el móvil y detuvo la grabación.
- Espero que veas este video más de una vez y que te calientes y te toques gracias a él- me dijo sonriendo.
Después de ducharnos, Tina ya volvía a pensar en el sexo y me adelantó lo que su mente calenturienta estaba maquinando para los próximos días:
- Hemos quedado en que mañana haremos turismo por la ciudad y que los demás días a algunas playas cercanas, ¿no? Bueno, pues prepárate, porque lo de hoy con el taxista se va a quedar en un juego de niños.
- ¡Espera un momento!- le ordené, dirigiéndome a continuación al baño en busca de una cuchilla de afeitar.
Cuando regresé al salón, le levanté un poco el camisón que Tina se había vuelto a poner tras su segunda ducha y comencé a rasurarle todo su negro vello púbico. Tras acabar le dije:
- Así me gustas más para que te exhibas todos estos días.
Tras barrer todos los pelos del suelo nos despedimos con un beso hasta la mañana siguiente. Ella se acostó en la habitación que yo le había cedido y yo en la mía. No pude pegar ojo en toda la noche pensando en lo que aquella mujer tendría en mente para calentar a los tíos durante los próximos días.

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