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Compendio III
Ese sábado, me desperté sintiéndome diferente. En lugar de un par de labios amorosos chupándome la verga, sentí dos.
Marisol estaba a la izquierda, con su pequeña boca bien estirada mientras se movía arriba y abajo con facilidad, un hábito adquirido tras años de matrimonio. A mi derecha, Lucía daba movimientos más lentos, con sus labios carnosos rozando apenas mi miembro antes de sumergirse profundamente, como si estuviera saboreando mi gusto. Su aliento caliente, rápido y desigual, llenaba el espacio entre nosotros.

o ¡Madre de Dios! —jadeó Lucía, apartándose lo justo para hablar mientras sus dedos trazaban círculos perezosos en mi muslo—. ¿Incluso después de anoche sigues tan duro? Eres como una máquina.
Su risa era grave, adolorida, y sentí la vibración contra mi piel.
Las mejillas de Marisol se sonrojaron, pero no detuvo su ritmo, sus ojos verdes se posaron en los míos.
+ Siempre es así. - respondió, con la respiración agitada mientras su lengua giraba alrededor de mi punta. - Cada mañana, cada noche, incluso cuando estoy dolorida y agotada, él está listo para volver a empezar. A veces creo que me va a dejar completamente agotada.
Lo dijo como una confesión, con una mezcla de orgullo y agotamiento en su voz. Lucía se rió despacio, deslizando sus dedos por mi estómago.
o ¡Parece que te casaste con un semental, mija! - Sus labios me envolvieron de nuevo, esta vez chupando con tanta fuerza que mis caderas se sacudieron. Se apartó con un sonido húmedo, sonriendo. - Pero no te veo quejándote.
Marisol se sonrojó aún más mientras hacía una pausa y frotaba lentamente con el pulgar la punta de mi pene.
+ ¡No lo hago, tía! - admitió en voz baja. - Pero a veces es... abrumador. Incluso después de doce años, me mira como si... (hizo un gesto vago, una mezcla entre vergüenza y cansancio) … como si fuera la única comida después de una hambruna.
Se mordió el labio y luego añadió, en voz más baja:
+ Por eso le dejo… que ande con otras. – comentó por primera vez, como si le molestara o le causara celos. - Si no lo hiciera, o me destrozaría o me daría pena no poder darle en el gusto hasta el cansancio.
La sonrisa de Lucía se suavizó y sus dedos acariciaron la muñeca de Marisol en un gesto de silenciosa comprensión.
o ¡Ay, corazón! – murmuró comprensiva. - Hombres como él no se encuentran a menudo. La mayoría tomaría esa hambre y la esparciría, persiguiendo cualquier cosa cálida y dispuesta. ¿Pero el tuyo?... (Sus ojos volvieron a mirarme, oscuros y aprobadores.) … Él vuelve contigo cada vez. Eso no es solo lujuria, es devoción.
Mi ruiseñor se sonrojó.
+ Él me ama mucho. No sé por qué. – explicó mi esposa avergonzada.
- Porque eres muy rara. – Respondí con una sonrisa.
Ella hizo un puchero.
+ ¡Cállate! - dijo, antes de chuparme la punta con las mejillas coloradas.
Lucía se rió de nuevo al vernos, pasando una uña bien cuidada por la parte interna de mi muslo.
o ¡Dios mío! ¡Míralo retorcerse! Incluso medio dormido, su cuerpo sabe lo que quiere. - Su pulgar presionó la base de mi pene, provocando otra gota de líquido preseminal que Marisol lamió rápidamente con la punta de la lengua.
o Es curioso. - reflexionó Lucía con voz teñida de nostalgia. - Diego, mi ex, solía pavonearse como un conquistador, presumiendo de su ascendencia española y de cómo las mujeres no podían resistirse a él. ¿Pero sinceramente? - Resopló, haciendo un gesto de desprecio con la mano. - Su pene era más delgado que una vela cónica y apenas la mitad de largo que el de Marco. Aun así, me engañaba con todas las secretarias de su empresa. Juraba que no podían resistirse a su carisma.
La palabra rezumaba sarcasmo. Marisol se rió entre dientes alrededor de mi miembro, y su risa vibró deliciosamente.
Los dedos de Lucía recorrieron mi muslo, sus uñas rozándolo ligeramente.
o Cuando lo pillé, por tercera vez, ni siquiera le grité. Solo le entregué los papeles del divorcio y le dije que su "carisma" ya podía pagar sus propias facturas. - Sonrió con aire burlón. – pero no pudo. ¿Lo último que supe, después de que Marco lo enviara a la cárcel? Sigue saltando de amante en amante, fingiendo que su fondo fiduciario compensa... sus deficiencias.
Su pulgar presionó con fuerza una vena de mi pene y yo gemí.
o ¿Hombres como Diego? Todo ruido y pocas nueces. ¿Pero Marco? - Se inclinó, su aliento caliente contra mi piel. - Sientes como si estuvieras tallado en mármol, y además sabes cómo usarlo.
Marisol se apartó con un sonido húmedo, con los labios relucientes.
+ Tía, no me lo vuelvas más creído de lo que ya es. - Le dio un golpecito juguetón en el hombro a Lucía, pero sus ojos brillaban de diversión. - Aunque... (Sus dedos me rodearon, apretándome experimentalmente) … tiene toda la razón, tía.
La risa de Lucía era sonora cuando se inclinó de nuevo, deslizando su lengua por mi miembro en una larga y provocativa caricia.
o Oh, mija, déjame divertirme. A mi edad, un hombre como este es un regalo poco común. - Sus labios se cerraron alrededor de la punta, chupando ligeramente antes de soltarla con un chasquido. - Y a juzgar por lo hinchado que está, tampoco se queja.
Los dedos de Marisol se enredaron en mi cabello, su respiración se aceleró.
+ Pero no lo pongas... ah... demasiado excitado. – murmuró mi caliente esposa, pero sus caderas ya se movían inquietas contra las sábanas. - Ya sabes cómo se pone cuando está a punto.
La única respuesta de Lucía fue un gemido que vibró por todo mi cuerpo. Sus labios se apretaron a mi alrededor, su lengua presionando justo debajo de la punta de una forma que hizo que mis muslos temblaran.
- ¡Carajos! – siseé envuelto en el placer, agarrándome a las sábanas. - ¡Justo ahí!...
Los dedos de Marisol se clavaron en mis caderas mientras observaba, hipnotizada, sacando la lengua para humedecerse los labios.
+ ¡Dios, tía! Se te da tan bien chuparle la verga. - susurró, sin aliento. - Como si estuvieras hecha para ello.

El gemido ahogado de Lucía fue su única respuesta: cerró los ojos, sus pestañas proyectaron sombras en sus mejillas mientras hundía las mejillas, arrancándome un gemido del pecho.
Entonces me di cuenta: la presión, la insoportable tensión que se enroscaba en lo más profundo de mis entrañas. Mis dedos se retorcían en las sábanas mientras mis caderas se levantaban del colchón, empujando más profundamente en la garganta de Lucía.
- ¡Carajos! Me voy a...
La advertencia fue inútil. Mi liberación me atravesó como un rayo, caliente y cegadora. Chorros de semen se dispararon por la garganta de Lucía, con los labios apretados alrededor de mí mientras tragaba con avidez. Pero era demasiado: los chorros se derramaron por sus labios, salpicando su barbilla, su clavícula, goteando sobre sus pechos hinchados.
Marisol no dudó. Con una sonrisa maliciosa, se inclinó y arrastró la lengua por el escote de Lucía, recogiendo una veta perlada.
+ ¡Mmm, rico! - murmuró, lamiéndose los labios. - Todavía está caliente.
Sus dedos se cerraron alrededor de mi pene, que se estaba ablandando, exprimiendo las últimas gotas sobre la lengua expectante de su tía. El gemido de Lucía fue descarado, con los párpados pesados mientras saboreaba el gusto.
o ¡Sabroso! - murmuró, lamiendo las yemas de los dedos de Marisol. - Espeso como caramelo, pero... más salado.

Exhalé, con el cuerpo todavía vibrando.
- ¡Ustedes dos son muy peligrosas!
Marisol se rió, pasando el pulgar por la barbilla de Lucía antes de chuparlo para limpiarlo.
+ Y te encanta. – replicó mordaz.
La luz de la mañana reflejaba el brillo del sudor en sus clavículas, el rubor extendiéndose por su pecho. Lucía se estiró, sus pechos balanceándose mientras se arqueaba fuera de la cama.
o ¡Ay, mija! Si esto es el desayuno, voy a empezar a saltarme la cena. - Me guiñó un ojo, pasando los dedos por el desorden de su estómago antes de llevárselos a los labios.
No nos molestamos en ducharnos. Teníamos más hambre, pero no solo hambre física; también seguíamos hambrientos el uno del otro. Parecían encantadas de ver mi torso desnudo, lo cual me resultaba extraño, porque yo no había notado muchos cambios físicos, aunque Marisol insistía en que sí.
Yo, por mi parte, no podía calmarme. Los enormes pechos de Lucía y los apetitosos flanes de Marisol me tenían excitado, y ellas lo sabían. Sus ojos color esmeralda no se apartaban de mi pene, y Marisol incluso salivaba, deseando volver a saborearlo. Intentamos charlar, pero nuestras miradas acabaron posándose en nuestros cuerpos desnudos. Aun así, Lucía logró expresar lo que pensaba.

o Nunca esperé que fueras tan vigoroso. - admitió Lucía, sirviéndose una taza de café con las manos ligeramente temblorosas, ya fuera por el cansancio o por la excitación persistente, era difícil de decir.
El vapor se elevó entre nosotros mientras ella soplaba sobre el borde de la taza, con la mirada fija en mi muslo, donde aún tenía una erección a medias.
o Todas las noches, escuchando los gritos de Marisol a través de las paredes... ¡Dios mío! Me quedaba allí tumbada agarrando las sábanas como una colegiala sonrojada. - Dio un sorbo, con los labios curvados alrededor del borde de la taza. - El jueves, empapaba la almohada solo con imaginar lo que le estabas haciendo.
Marisol sonrió y me pasó un plato con tostadas, aunque sus dedos se detuvieron en mi muñeca, recorriendo mis venas.
+ ¿Creías que no me había dado cuenta? - Mordió una fresa y el jugo le manchó el labio inferior. -Quería que lo oyeras. Quería que te derritieras por él para cuando se juntaran. (Le quitó una miga del hombro a Lucía.) Aunque no esperaba tanto entusiasmo. Tía, anoche lo devoraste como si estuvieras hambrienta.
Lucía se recostó, con la taza de café en equilibrio precario sobre la rodilla.
o Ay, no te hagas la inocente, me dejaste sola con él sabiendo cómo es. - Su mirada se oscureció y sus dedos acariciaron distraídamente su propio pezón a través de la bata. - El martes... ¡Madre de Dios! ¡Tres horas seguidas! Primero en mi cama, luego en la ducha y, cuando intenté marcharme, contra la ducha. (Exhaló bruscamente). Después ni siquiera podía caminar. Me temblaba una pierna. Pamela me preguntó si me había caído.
Marisol resopló en su jugo de naranja, deslizando su pie descalzo por mi pantorrilla bajo la mesa.
+ Suena lógico. ¿Recuerdas nuestro aniversario y mi cumpleaños del año pasado? - Se echó el pelo hacia un hombro. - Estaba ovulando. Ese día, Marco decidió dejarme embarazada, así que tuvo relaciones conmigo antes del amanecer, durante la mañana, a la hora del almuerzo, por la tarde, antes de la cena y luego otra vez antes de acostarnos. En resumen, por eso nuestro pequeño Jacintito está con nosotros... (Su sonrisa se volvió maliciosa.) Estuve dolorida durante dos días seguidos, pero con una sonrisa de oreja a oreja y este pequeño tesoro en mi vientre.
Lucía silbó en voz baja, mirándome con una mezcla de asombro y admiración depredadora.
o No me extraña que Pamela se quedara embarazada a la primera. - Sus dedos tamborileaban sobre el mantel, ¿por nerviosismo o por expectación? - ¿Cuándo vuelven a Melbourne?
La pregunta era casual, pero la forma en que apretaba los muslos bajo la bata no lo era.
La sonrisa juguetona de Marisol se desvaneció.
+ A las cuatro y media. – respondió apagada, girando su anillo de bodas. El delfín de lapislázuli azul reflejaba la luz, como un pequeño rayo de sol sobre su piel. - Alicia nos llama por FaceTime todas las noches para preguntarnos cuándo volvemos a casa. (Su voz se suavizó.) Ayer, lloró porque la tía Sonia no le dejó comerse un poquito de galletas con trocitos de chocolate.
La taza de café de Lucía chocó contra el platillo con demasiado ruido.
o ¡Ah! - Parpadeó rápidamente, de repente fascinada por un hilo suelto en su bata. - Bueno. Eso está... bien.
La mentira quedó suspendida entre nosotros como una telaraña: fina, frágil. Sus dedos se aferraron a su rodilla, blanqueándose los nudillos.
o Es solo que... - Exhaló bruscamente por la nariz. - ¡Virgen santa! No me han follado así desde mi divorcio. Y nunca tan bien.
El pie de Marisol se detuvo contra mi pierna bajo la mesa. Sus labios se separaron y luego se apretaron en una delgada línea. La tostada entre sus dedos se partió por la mitad sin tocarla.
+ Tía... – comentó mi esposa con una sonrisa lastimera.
Lucía hizo un gesto con la mano, y sus pulseras tintinearon como campanas de viento en una tormenta.
o No, no, no... Estoy siendo ridícula. - Se frotó los ojos con brusquedad, manchándose el rímel. - Cincuenta años y comportándome como una viuda por una aventura de una semana. ¡Patético! (Su risa se quebró a mitad de camino.) Pero ¡Dios, Marco! La forma en que follas... como si intentaras grabarte dentro de mí… (Sus dedos se retorcieron alrededor de la taza de café.) Y ahora, estarás al otro lado del Pacífico al atardecer.
- Tú también eres increíble. A pesar de tu edad. - respondí, sorbiendo mi café y haciendo que Lucía se sonrojara. - Sin embargo, Verito, Pamelita y Alicia nos están esperando... y créeme. Aunque hacer el amor con todas ustedes es increíble, mis niñas siguen tirando de mi corazón.
Los ojos de Marisol se suavizaron al decir eso, y sus dedos se entrelazaron con los míos bajo la mesa.
+ ¿Ves, tía? – susurró mi esposa, acariciándome los nudillos con el pulgar. - Por eso me enamoré de él. Doce años después, sigue mirándome como si fuera la mujer más maravillosa del mundo, pero también se sabe de memoria los cuentos favoritos de nuestras hijas para dormir. (Su voz se quebró ligeramente.) Incluso cuando está metido hasta las pelotas en otra mujer, me envía mensajes de buenos días y besos para las niñas.
- ¿Qué? ¡No! - solté una risita burlona a Marisol. - ¡No le des a tu tía una mala impresión de mí! Sabes que no puedo dormir bien si no estoy dentro de ti al menos una vez cada noche.
Marisol se rió.
+ ¿Ves, tía? ¡Esto es con lo que tengo que lidiar todos los días!
Lucía se inclinó hacia delante, apoyando la barbilla en la palma de la mano con una sonrisa intrigada.
o Y, sin embargo, a pesar de todos sus... apetitos, ¿Confías plenamente en él?
Marisol asintió sin dudar.
+ Es insaciable, claro. Pero también es el hombre que pasó tres noches durmiendo en una silla del hospital cuando Alicia tuvo neumonía. El que aprendió a hacerle trenzas francesas a Verito porque lloraba cuando yo se las hacía mal. (Sus dedos se apretaron alrededor de los míos.) El que aprendió a hacernos sushi por nosotras. Por eso puedo compartirlo, porque no importa adónde vaya su verga, su corazón nunca vacila.
El agua de la ducha se volvió hirviendo rápidamente, el vapor se enroscaba contra los azulejos como dedos fantasmales. Apenas tuve tiempo de aclararme el champú del pelo cuando la puerta de cristal se abrió con un fuerte whoosh. Marisol entró, desnuda y reluciente, con los pezones ya endurecidos por el calor.
+ ¿Me echabas de menos? - ronroneó, presionando su cuerpo empapado contra el mío.
Sus manos se deslizaron por mi pecho, más abajo, y sus dedos se cerraron alrededor de mi miembro endurecido con familiaridad posesiva.
- ¡Eres increíble! - gemí, pero mis caderas me traicionaron y se movieron hacia ella.
Su risa se ahogó contra mi clavícula cuando me mordió la piel, lo suficientemente fuerte como para doler.
+ Te acostaste con toda mi familia. – susurró orgullosa, mientras sus labios recorrían mi cuello. - Mi tía. Mis hermanas. Incluso mi madre, y ella es... (Un estremecimiento la recorrió cuando mis dedos se clavaron en sus caderas.) ¡Dios, Marco! Verte tomarlas, oírlas gemir por ti... (Sus dientes rasparon mi lóbulo de la oreja.) ¡He estado mojada toda la semana!
El chorro de la ducha silbaba contra nuestra piel mientras ella nos daba la vuelta, presionando mi espalda contra los azulejos resbaladizos. Su rodilla se enganchó en mi cadera, arqueando su cuerpo para frotar su sexo empapado contra mi muslo.
+ ¡Te necesito! - Jadeó, retorciendo sus dedos en mi cabello mojado. - Ahora. Rápido, antes de que el agua se enfríe...

Su voz se quebró cuando la levanté sin esfuerzo, con sus piernas envueltas alrededor de mi cintura. Sin delicadeza, sin provocación, solo el deslizamiento brusco y doloroso de mi verga dentro de ella, con su grito resonando en los azulejos.
La necesitaba. No sé por qué, pero hacer el amor con Marisol es lo mejor. Claro, puede que no sea tan estrecha como Lucía o Violeta. Y sus pechos son más pequeños que los de Amelia. Y su libido no es tan grande como el de su madre, Verónica. Pero, aun así, es increíble. Me encantan sus pechos. Su culo. Su boca. Y también sus peculiaridades. Y por supuesto, ella hace pucheros cuando la llamo rara, pero porque me encanta cuando lo hace. Y la forma en que intenta demostrarme que no lo es, es toda una delicia.
Los labios de Marisol encontraron los míos en un beso hambriento, su lengua se introdujo en mi boca con una desesperación que hizo que mi verga se estremeciera dentro de ella. Sus caderas se movían en círculos lentos y deliberados, arrastrando cada centímetro de mí contra sus paredes internas.
+ ¡Ahh, qué rico! - jadeó contra mis labios. - Hoy te siento enorme... ¿Tirarte a mi tía te ha ensanchado?

Sus dientes rasparon mi mandíbula, sus dedos excavaron marcas en forma de medialuna en mis hombros.
+ ¡Dímelo! - exigió, con la respiración agitada. - ¡Dime cómo sabía!
Y eso es lo que más me gusta: contarle lo que hice con todas ellas. En ese sentido, mi mujer es muy competitiva, y el hecho de que le guste fantasear con ser otra persona les da a mis infidelidades un valor añadido. Porque no tengo que mentirle. Insisto, si fuera por mí y Marisol fuera un poco más lujuriosa, ni siquiera miraría a otra parte. Sin embargo, me he dado cuenta de que otras mujeres se me insinúan, sin que yo lo busque. Y a Marisol le gusta eso, porque sabe que para acostarse conmigo, la belleza es una cosa. Pero el sentimiento es la base. Y ella puede imaginar lo que sienten otras mujeres cuando están conmigo. Cuando se lo cuento todo.
- No sé por qué te gusta oírlo. - le dije, fingiendo indiferencia, deslizando mis manos por su cintura. - Pero si insistes...
Sonreí con aire burlón, apretándola con más fuerza contra los azulejos.
- Lucía estaba tan estrecha, como si no hubiera follado en años. ¿Y cuando la inmovilicé contra la pared de la ducha el martes por la tarde? Gritó tan fuerte que alertó a los vecinos. - Marisol contuvo el aliento y apretó su coño alrededor de mí. - Sus pechos rebotaban, sus uñas me arañaban la espalda... ¡Dios, Marisol! Se corrió tan fuerte que lloró. Al final, me rogó que me corriera dentro de ella.
Marisol me mordió el hombro y aceleró el movimiento de sus caderas.
+ ¿Lo hiciste? - jadeó con la voz quebrada. - ¿Dentro de ella?
- ¡Por supuesto que sí! Tú querías eso, ¿No? - le respondí, llevando a Marisol al séptimo cielo.
Sus uñas clavaron medias lunas en mis hombros mientras se corría con un grito estremecedor, con los muslos apretados alrededor de mis caderas como un torbellino. El agua se había vuelto tibia, pero a ninguno de los dos nos importaba, no cuando ella se arqueaba contra mí, con la respiración entrecortada mientras las réplicas la sacudían.

+ ¡Carajos! - jadeó, con la frente apoyada en mi clavícula. - Lo he sentido.
Una risa sin aliento se le escapó.
+ Tía Lucía me lo ha estado diciendo toda la mañana, dice que todavía puede saborearte. - Sus labios se curvaron contra mi piel. - Ahora está arruinada. Nadie la ha hecho correrse así nunca.
Besé su sien húmeda, con las manos ahuecadas en su trasero para mantenerla pegada a mí.
- ¿Celosa?
Ella resopló, mordisqueándome la oreja.
+ ¡Por favor! Ver cómo destrozas a mi familia orgasmo a orgasmo es lo más excitante que he visto nunca. - Sus dedos recorrieron los arañazos que Lucía me había dejado en la espalda la noche anterior, aún levantados, aún sensibles. - Además, - murmuró, bajando la voz hasta convertirla en un susurro conspirador. - ahora podré ver cómo intentan ocultar lo mucho que echan de menos tu verga cuando nos vayamos.
El pasillo del hospital olía a antiséptico y flores marchitas, ese tipo de tristeza estéril que se aferraba a cada despedida. Verónica permanecía rígida junto a la cama de Pamela, con su modesto y colorido vestido de una sola pieza que desentonaba con las sábanas blanqueadas. Amelia y Violeta se cernían cerca de la cuna, acariciando con los dedos los diminutos puños de Adrián como si quisieran memorizar su forma. Pamela estaba pálida, pero radiante, recostada sobre almohadas con Jacinto acurrucado somnoliento contra su hombro. En cuanto entré en la habitación, diez pares de ojos se posaron en mí, incluidos los de Lucía: hambrientos, heridos, resignados.

Marisol me apretó la mano, clavándome las uñas en la palma mientras esbozaba una sonrisa forzada.
+ ¡Ay, no miren así! - bromeó, aunque su voz se quebró. - Parece que lo van a enterrar.
Violeta resopló, secándose los ojos con un pañuelo arrugado.
❤️ ¡Es que se van a Australia! - exclamó, como si fuera un agujero negro en lugar de un continente.
Verónica apretó los labios. Ella había sido la primera mujer con la que estuve, la más desesperada en su insípida prisión matrimonial con Sergio, y ahora tenía los nudillos blancos alrededor de la correa de su bolso.

<- Camila llegará pronto con tus papeles del alta. - le dijo a Pamela, con demasiada brusquedad. – Nosotras te llevaremos de vuelta a casa.
Me resultaba muy extraño ver a Pamela tan afectada.
- Tranquila, no me voy para siempre. - bromeé.
> Pero te vas... - respondió con amargura, amamantando a Adrián para ocultar sus sentimientos.
- Creía que no querías que te mirara los pechos. - le dije burlándome para alivianar el ambiente.
> ¡Cállate! - dijo, callándose de golpe.

Todas me miraban, incluida Marisol. Sabía que no querían que nos fuéramos. No solo porque el sexo había sido increíble, sino porque se preocupaban por nosotros. Sin embargo, el sexo era precisamente la razón de nuestra partida: si nos quedábamos, me las follaría constantemente.
Camila, la enfermera jefa, irrumpió de repente por la puerta, con su portapapeles demasiado apretado en una mano. Las luces fluorescentes reflejaban su etiqueta con el nombre mientras se aclaraba la garganta, un sonido demasiado nítido para el pesado silencio.

• Señor Marco. - dijo con voz profesionalmente tranquila, aunque sus nudillos estaban pálidos alrededor del bolígrafo que sostenía. - Formularios de consentimiento para... los trámites del alta.
Su mirada se posó brevemente en Marisol y luego se apartó con la misma rapidez. Me sentí aliviado. Estaba ansioso por marcharme temporalmente, pero la invitación de Camila me pareció sospechosa. Técnicamente, debería habérselo pedido a Lucía, la tutora y madre de Pamela, en lugar de a mí. No obstante, la seguí, sin prestar apenas atención a la forma en que contoneaba el culo delante de mí.
Apenas habíamos recorrido la mitad del pasillo cuando una figura delgada nos interceptó. Miguel, el prometido de Camila (aunque “prometido” era un término generoso para un hombre delgado y enclenque que pasaba los treinta), se interpuso en nuestro camino con la confianza de alguien que aún no se había dado cuenta de que la atención de su polola estaba en otra parte. Sus ojos grises parpadearon entre nosotros, apagados en comparación con el agudo deseo que Camila solía mostrar.

-> ¡Hola! —dijo, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Sales en veinte minutos, ¿Verdad? Estaba pensando que podríamos almorzar juntos.
Sus dedos rozaron el codo de ella, posesivos, ajenos a todo.
-> ¿Quién es este tipo? —preguntó cuando se fijó en mí.
Camila se puso rígida bajo su bata. Por un instante, su mano se aflojó sobre la carpeta y el bolígrafo se deslizó hacia un lado con un traicionero clic.
• ¡Miguel! - dijo con demasiado entusiasmo. - este es Marco. Es... pariente de una paciente. Necesito que firme unos formularios.
La mentira salió con fluidez, pero sus nudillos se pusieron blancos alrededor del borde del portapapeles. Un rubor le subió por el cuello mientras añadía:
• Hoy no puedo. Papeleo del alta. - Hizo un gesto vago hacia la sala de enfermeras. - ¿Quizás más tarde?
Su talón se desplazó hacia atrás, hacia mí, alejándose de él.
La sonrisa de Miguel se congeló a mitad de camino, sus ojos grises parpadeaban entre nosotros como una cámara de seguridad defectuosa. Era todo ángulos: codos afilados, clavículas salientes bajo su camiseta, una barbilla que sobresalía hacia adelante como si compensara algo. Su mirada se detuvo en mis hombros, más anchos, más oscuros, aún húmedos por la ducha de Marisol, y luego bajó a los dedos inquietos de Camila que tamborileaban contra el portapapeles.
-> ¡Claro! - asintió lentamente. - Pero prometiste...
• ¡Más tarde! - interrumpió Camila molesta e impaciente, apretando sus labios carnosos en una delgada línea.
Un rizo rebelde se escapó de su coleta y se pegó a su sien húmeda. El aroma a su champú, algo floral y barato, chocaba con el olor antiséptico del hospital. Esquivó a Miguel, rozando mi cadera con la suya en el estrecho pasillo. El contacto fue eléctrico; sentí el temblor de sus muslos a través de su bata.
La sala de enfermeras estaba vacía, gracias a Dios. Camila cerró la puerta de un portazo detrás de nosotros, con el pecho agitado. En cuanto se oyó el clic del pestillo, se abalanzó sobre mí, con las manos torpemente buscando mi cinturón y la boca chocando contra la mía con una desesperación que sabía a chicle de menta y a momentos robados.
• Tú eres él. - jadeó contra mis labios, sus uñas arañándome el estómago mientras me bajaba la cremallera. - El Miguel. No ese patético... esperpento de ahí afuera.
Sus dientes me mordieron el lóbulo de la oreja. Su mirada se tornó depredadora. Maléfica. Siniestra.
Le agarré las muñecas y las inmovilicé contra el carrito de medicamentos. Las jeringuillas traqueteaban.
- A ver si lo entiendo. - consulté, observando su rostro enrojecido al disfrutar sentirse inmovilizada. - ¿Te estás acostando conmigo para atraparlo a él?
Sus rizos se pegaban a su frente húmeda y tenía las pupilas dilatadas.
• ¡Es rico! - confesó, frotando sus caderas contra las mías. - Pero tiene el pico como un globo desinflado. Y el aguante de un narcoléptico cansado. (Su risa era cruel.) - Dos embestidas y ya está roncando. Pero tú... (Se le cortó la respiración cuando le acaricié el culo por encima de la bata.) Tú podrías dejarme embarazada como corresponde.

Las luces fluorescentes zumbaban sobre nuestras cabezas mientras la empujaba contra la encimera, tirando una pila de expedientes de pacientes.
- ¿Cuál es el plan? - gruñí, subiéndole la bata por los muslos.
El aroma de su excitación era intenso, almizclado y dulce bajo el olor estéril del hospital.
- ¿Prueba positiva en tres semanas? ¿Lágrimas? ¿Una boda forzada? - especulé.
Camila sonrió al ver que pensábamos en la misma sintonía. Me rodeó la cintura con las piernas, clavándome los talones en la espalda.
• ¡Algo así! – jadeó excitada, con los labios carnosos brillantes. - Su familia es católica y de plata. Le obligarán a casarse conmigo. (Sus dedos se clavaron en mis hombros.) Solo... hazme un bebé antes de volar a Australia.

Su desesperación era embriagadora. Me hundí en ella con una brutal embestida, saboreando su jadeo ahogado. La encimera vibraba contra la pared con cada movimiento de mis caderas.
• ¡Dios! - sollozó, arañándome la cintura con las uñas. - ¡Más profundo!
Su cabeza golpeó contra los armarios, tirando una caja de guantes. Estos se esparcieron por el suelo como manos desinfladas.
• Miguel no puede... ahh... ni siquiera puede encontrar mi punto G. – balbuceó entre labios, con los muslos temblando. - ¡Me estás arruinando!
No bajé el ritmo, no era necesario. Su coño ya estaba palpitando, caliente y resbaladizo.

- Sigue hablando de él. - gruñí, hincándole los dientes en el hombro. Su gemido sabía a sal y jabón de hospital. - Dime cómo se siente su verga desinflada en comparación con la mía.
Ella se estremeció, con los pechos tensos contra su sostén.
• ¡Frío! - gimió, arqueándose en placer. - Como tirarse... ¡Ah!... Un tubo de pasta de dientes.
Sus piernas se cerraron alrededor de mis tobillos, obligándome a penetrarla hasta el fondo.

• ¡Me estás quemando viva! – se quejó lujuriosa.
Los dedos de Camila se aferraron al borde de la encimera, con los nudillos blancos. Cada embestida la clavaba contra el carrito de medicamentos, haciendo sonar los frascos de pastillas como maracas. La mezcla de dolor y placer le retorció el rostro: los labios entreabiertos, las cejas fruncidas.
• ¡Dios! ¡Ahí mismo! - jadeó, con la voz quebrada.
Sonreí, inclinando las caderas para frotarme contra ese punto sin descanso. El nombre de Miguel murió en sus labios, sustituido por un sollozo ahogado mientras sus uñas clavaban medialunas desesperadas en mis antebrazos.

Su uniforme estaba hecho jirones: arrugado y manchado, tirado en el suelo, los tirantes del sujetador se le habían deslizado por los hombros y el escote brillaba por el sudor. La visión de sus pechos desnudos, con los pezones endurecidos, fue suficiente. La agarré con fuerza por la cintura y la penetré por última vez, haciéndola chillar entre dientes. Tres chorros de semen hirviente se dispararon profundamente dentro de ella, cada pulso arrancándole un jadeo de los labios. Sus muslos temblaban violentamente alrededor de mis caderas mientras se deshacía, su coño ordeñándome a través de las réplicas.

Entonces sucedió: la familiar hinchazón, la forma en que mi verga se engrosó dentro de ella, uniéndonos, sellándonos temporalmente juntos. Los ojos de Camila se abrieron de par en par, su respiración se entrecortó.
• ¡Se siente bien! - jadeó, reposando satisfecha sobre el mueble y recuperando el aliento.
Me reí levemente, saboreando su pánico futuro...
- Sí... bueno, la primera vez que dejé embarazada a Marisol. - exclamé, trazando su clavícula con el pulgar, y acariciando sus rizos. – Mi esposa tuvo gemelos.
Los labios de Camila se separaron en silencio, sorprendidos. Nunca consideró en la posibilidad de tener más de un hijo al mismo tiempo. Un sudor frío y el terror se asentaron en sus ojos.
- Y como estaré en otro continente. – continué suavemente, observando cómo se dilataban sus pupilas al ver que asimilaba la situación. - si esto no sale bien, estarás sola. Sin llamadas. Sin ayuda. Solo tú, las rabietas de Miguel y cualquier pequeño gritón... o *pequeños... que haya dejado dentro de ti.
Su garganta se movió mientras tragaba saliva. La realidad de su apuesta se apoderó de ella como un sudario, y sus dedos se crisparon contra mi pecho.
• ¿Lo dices en serio? – susurró incrédula, su sexo tensándose como si quisiera escapar.
Me encogí de hombros y moví las caderas lo justo para hacerla jadear.
- Muy en serio. ¿Y si Miguel se da cuenta? - Mi sonrisa era de oreja a oreja. - Criarás a mis hijos tú sola. No podré firmar pensión alimenticia ni cualquier otro documento. No podrás encontrarme.
Su respiración se aceleró, su pulso latía bajo mis dedos. Por un instante, pareció casi... impresionada. Entonces, con un sonido húmedo, me separé, dejándola chorreando sobre la encimera.
La puerta se abrió de golpe antes de que ella pudiera hablar. La enfermera Rosa, de unos cincuenta y cinco años, con un moño grisáceo y ojos como piedras, se quedó paralizada en la entrada. Su mirada recorrió la bata arruinada de Camila, los guantes tirados por el suelo y mi camisa medio abrochada.

c> ¡Señorita Camila! —dijo con voz frágil y desaprobadora—. ¿Le importaría explicarme en qué estaba...? (Sus fosas nasales se dilataron.) —¿"Ocupada"?
Camila se apresuró a retroceder, con los muslos pegados al laminado.
• Yo... él necesitaba... los formularios... del alta.
Rosa frunció los labios.
c> ¿Formularios del alta? - Señaló con el dedo la carpeta abandonada cerca del fregadero. - ¡Están en blanco!
Una gota de sudor resbaló por la sien de Camila cuando Rosa se acercó, bloqueando la salida.
c> ¡Qué vergüenza! – exclamó la señora, claramente dolida.
- En realidad… - interrumpí, abrochándome los puños con deliberada lentitud. - Acabo de recordar que mi esposa me necesita.
La mirada de Rosa podría haber derretido acero.
c> ¿Su esposa? - repitió, con expresión impasible y asqueada.
Camila contuvo el aliento, mitad por pánico, mitad por furia.
• No puedes... - comenzó a decir, pero yo ya estaba esquivando a Rosa, cuya furia volvía a enfocarse en ella, con mis zapatos crujiendo sobre las pastillas esparcidas.
- ¡Pamela ha dado de alta! - exclamé por encima del hombro. - ¡Prioridades!
El “¡Sinvergüenza!” que murmuró Rosa a Camila me persiguió por el pasillo, pero el “¡Espera!” ahogado en la desesperación de Camila fue el sonido más dulce.
De vuelta en la habitación de Pamela, la tensión se había intensificado. Violeta mecía a Jacinto con demasiada energía, mientras Amelia se mordía el labio hasta casi sangrar al ver a Lucía acariciar la mejilla de Adrián. Los dedos de Pamela se aferraron a la sábana cuando entré; la mirada de Marisol se posó en mi cuello arrugado y luego se apartó.

- ¡Papeleo! - mentí con naturalidad, frotando mi pulgar sobre los nudillos de Marisol.
Sus uñas se clavaron brevemente: mensaje recibido.
Miguel acechaba fuera de la puerta del puesto de enfermeras, con los brazos cruzados, frunciendo el ceño a la retirada rígida de Camila por el pasillo. Lucía carraspeó.
o Deberíamos... irnos. – sugirió para darnos privacidad, aunque sus dedos se quedaron en el borde de la cuna de su nieto.
Marisol exhaló y se adelantó para abrazar a Pamela, con demasiada fuerza y durante demasiado tiempo.
+ ¡Te quiero, prima! - le susurró acongojada.
Verónica sorbió por la nariz, tomando a nuestro pequeño Jacinto en sus brazos, besando sus cabellos y sus tacones resonaron hacia la puerta como un metrónomo que marcaba la cuenta atrás de nuestra partida.
Esperé hasta que la habitación se vació, hasta que solo quedaban Pamela recostada en la cama, Adrián acurrucado contra su pecho. El soporte de la vía intravenosa proyectaba una larga sombra en el suelo entre nosotros.
- Bueno… - empecé, apoyándome en el alféizar de la ventana. - Melbourne tiene una vacante en ventas.
Pamela levantó ligeramente las cejas.
•¡Qué curioso! – murmuró venenosa y coqueta. - Creía que ya habías cubierto todos los huecos por allá.

La broma cayó como un jarro de agua fría. Adrián se movió en sus brazos, flexionando sus diminutos dedos contra la bata de hospital. Exhalé por la nariz.
- Tus cifras del circuito sudamericano. - dije, tocando la pantalla de mi teléfono. – Has tenido el mejor rendimiento durante tres trimestres consecutivos. Edith te había estado observando desde antes de que yo entrara en la junta.
Los labios de Pamela se crisparon, casi en una sonrisa.
• ¿Y qué? ¿Estás diciendo que esto no es solo...?- Hizo un gesto vago entre nosotros. - ¿Claridad post-calentura?
Guardé el teléfono en el bolsillo y me agaché junto a la cama, a la altura de los ojos de Adrián, que entrecerraba los ojos.
- ¿Técnicamente? No. - Su aliento olía a leche y piel nueva. - ¿En la práctica? (Le acaricié la mejilla con el pulgar.) Edith confía en mí lo suficiente como para dejarme elegir a una persona para el traslado. Podrías ser tú. Podría ser alguna otra persona de otro circuito.
La risa de Pamela fue frágil, pero sus dedos se aflojaron sobre la manta.
- Marisol lloraría. - añadí, en voz más baja. - Por tenerte allí. Por tener esto.
Su mirada se dirigió hacia la puerta, donde la risa de Marisol resonaba en el pasillo, demasiado alegre, demasiado forzada al despedirse de sus familiares.
• ¡Echa de menos su casa! - murmuró Pamela.
Las palabras implícitas desde que te la llevaste flotaban entre nosotros como una densa niebla.
Adrián se retorció, rozándole la clavícula con su pequeño puño.
- Echa de menos esto. - coincidí, señalando a nuestro bebé con la cabeza. - Te extraña a ti.
Pamela tragó saliva. Afuera, se oyó la voz elevada de Miguel: ¿Quién era ese tipo? , seguida de la respuesta desesperada de Camila.
Me incliné hacia ella y bajé la voz.
- Edith cree que estás desperdiciando tu talento aquí. Tus números regionales superaron a los de Sydney en el último trimestre.
Pamela soltó una risa seca.
• Así que esto es un ascenso. – proclamó conmovida.
Mi pulgar acarició el rizo de Adrián, pensando en lo mucho que lo iba a extrañar.
- Es un nuevo comienzo. Tú, yo, Marisol... Jacinto y Adrián creciendo juntos.
Se le cortó la respiración.
• ¿Y si digo que no?
Me encogí de hombros.
- Entonces será alguien más con un carácter de mierda para lidiar con jefes de planta y una obsesión poco sana por las hojas de cálculo. – respondí, haciéndole sonreír con ternura.
La cuna crujió cuando ella ajustó el peso de Adrián.
• ¿De verdad harías eso? ¿Simplemente... sacarnos de aquí?
- No simplemente. - aclaré, observando cómo las pestañas de Jacinto revoloteaban mientras dormía.
La voz de Marisol flotó desde el pasillo, alegre y forzadamente optimista.
- Melbourne tiene parques. Buenas escuelas. Y nuestra habitación de invitados tiene una bonita vista.
Pamela apretó los dedos alrededor de la manta.
• Habitación de invitados. - repitió con tono seco.
Sonreí mostrando los dientes.
- A menos que prefieras compartir la nuestra.
Su exhalación fue en parte una risa, en parte una rendición.
• ¡Eres un cerdo guarro! – replicó mi “Amazona española”.
Sin embargo, por su amplia sonrisa, sorprendentemente, parecía abierta a la idea.
La miré fijamente a los ojos.
- Pamela, sabes que te quiero. Y sabes que me muero por ayudarte a criar a Adrián. Sé lo que quieres, pero no puedo dártelo. Ya estoy casado y tu prima es rara y está un poco loca... (Pamela se rió.) Pero esto es lo mejor que puedo hacer. Ya conoces a Marisol. Ella me compartirá. Y contigo cerca... Espero no tener que acostarme con muchas. Contigo, no creo que tenga que hacerlo. ¿Qué me dices? ¿Te estoy pidiendo algo demasiado loco? ¿O estás dispuesto a intentar encajar con nosotros? Sabes que nuestras hijas ya te quieren. Bastián también te querrá y a Sonia ya la conoces. ¿Qué me dices? ¿Al menos lo pensarás? – le pregunté suplicante.
Pamela miró a Adrián, trazando con el pulgar la curva de su mejilla. Las luces del techo proyectaban sombras bajo sus ojos, revelando cansancio... y algo más. ¿Duda? ¿Esperanza?

• Lo dices en serio. - murmuró sin levantar la vista. - ¿De verdad... harías todo eso… por nosotros?
La puerta se abrió con un chirrido y los rizos castaños de Marisol se asomaron, con sus ojos verdes mirando rápidamente de uno a otro. Dudó, sintiendo la importancia del momento, y luego carraspeó.
+ El Uber acaba de llegar. —dijo con demasiada naturalidad. Sus dedos retorcían la correa de su bolso. - Deberíamos...
- ¡Cinco minutos! – le imploré, mirando a Pamela a los ojos.
Marisol se mordió el labio, asintió con la cabeza y se retiró, pero no sin antes lanzarle a Pamela una mirada entre anhelante y apologética. La puerta se cerró con un clic, dejándonos en el murmullo de la habitación del hospital. Adrián se movió contra el pecho de Pamela, con sus diminutos dedos agarrándose a su bata.
Pamela soltó una risa explosiva y sincera. Se secó los ojos con el dorso de la mano.
• ¡Ostias, Marco! - refunfuñó, sacudiendo la cabeza. - ¡Eres un baboso pervertido de mierda! ¿De verdad cambiarías tu vida solo para mirarme las tetas cada mañana?
Su voz se quebró, pero su sonrisa era de desafío. Sonreí, inclinándome para secarle una lágrima de la mejilla con el pulgar.
- Entre otras cosas. - admití. Se le cortó la respiración cuando mis dedos rozaron el bulto de su pecho, "accidentalmente a propósito".
Ella apartó mi mano, pero sus labios se crisparon.
• ¡Está bien! Lo... pensaré. - Adrián gorjeó contra su pecho, golpeándole la clavícula con su pequeño puño.
Me reí despacio y le ajusté la manta, despidiéndome silenciosamente de mi pequeño.
- Para que lo sepas. - añadí fingiendo indiferencia. - A Marisol le gusta compartir. Probablemente te convencerá para hacer un trío una o dos veces al mes.
Los ojos de Pamela se abrieron como platos y luego se entrecerraron. Levantó la barbilla y curvó los labios.
• ¡Bien! - replicó con voz desafiante. - ¡Me gustaría probar eso!
Mi sonrisa se desvaneció al instante: ¡Carajos, habla en serio!
Las luces del techo parpadearon cuando me incliné hacia ella y la besé lentamente, con un beso prolongado. Sabía a leche de hospital y a agotamiento, pero sus dedos se enredaron en mi cabello y me atrajeron hacia ella. Adrián se retorcía entre nosotros, dando patadas con sus piececitos en mis costillas. Cuando nos separamos, Pamela tenía las mejillas sonrojadas.
• ¡Cabrón hijo de puta! – se quejó con esa pasión española que tanto me encanta, pero su pulgar rozó mi mandíbula.
Le di un último beso en la frente a Adrián, cuya piel era increíblemente suave bajo mis labios.
- No tardes mucho en decidirte. - le susurré entre sus rizos. – El cupo no va a durar para siempre.
La voz de Miguel rompió el silencio del pasillo cuando salí, tan aguda que parecía capaz de descascarillar la pintura.
-> ¿Estás loca? - espetó, con sus mocasines lustrados chirriando contra el linóleo.

Camila se quedó rígida contra la pared, con los brazos cruzados en una posición altanera a pesar de sus lágrimas. Una enfermera pasó corriendo, con la mirada desviada. Las manos de Miguel temblaban mientras se arrancaba el anillo de compromiso, cuyo oro brillaba bajo la luz fluorescente, y se lo lanzaba al pecho. Rebotó en su bata y rodó hacia sus pies.
-> ¡Terminamos! - proclamó, salpicando saliva.
Camila no se inmutó. Al darse cuenta de que yo estaba ahí, me miró con aire presuntuoso y victorioso antes de poner cara de sorpresa y dolor.
Cuando subimos al avión, Marisol me preguntó qué estaba escribiendo con tanta intensidad. Se inclinó sobre mi hombro y, al leer las primeras líneas, sus mejillas se sonrojaron. Me dio una palmada en el brazo en tono juguetón y me susurró al oído:
+ ¡Eres tan *pervertido*, Marco!

Pero pude ver cómo se le curvaban las comisuras de los labios en esa sonrisa secreta que se le dibuja cuando se siente escandalizada y excitada a la vez. Se acomodó en su asiento, fingiendo dormir, pero la sorprendí echando miradas furtivas a mi ordenador portátil al poco rato.
Para ser sincero, no sé qué decidirá Pamela. Por un lado, en su casa está cerca de su madre y su medio hermana Violeta, que pueden cuidar de Adrián, mientras que lo que nosotros podemos ofrecerle es... bueno, solo nosotros. Sé que Pamela quiere a Marisol como a una hermana y supongo que yo soy el amor de su vida.
Pero, por otro lado, estoy seguro de que aceptará nuestra oferta, aunque no estoy seguro de querer que lo haga. Me da miedo que Pamela se dé cuenta de que es demasiado buena para nosotros. Quiero decir, Marisol es una soñadora y yo... bueno, yo me he vuelto un poco imbécil. Quiero a Pamela, pero no sé si puedo darle lo que necesita. Aun así, egoístamente, quiero que se quede con nosotros. Quiero que Adrián crezca con Jacinto y Bastián. Quiero la risa de Pamela en nuestra cocina por las mañanas. Quiero su cuerpo en nuestra cama, preferiblemente entre Marisol y yo.
Sin embargo, mi regreso a Australia no fue todo alegría y vítores. En la junta directiva, todavía hay caras agrias que me reciben, así como buenos amigos y camas cálidas que me esperan. Así que supongo que todo es cuestión de tiempo.

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