Elciclo vicioso continuaba devorándome vivo, un remolino de celos ardientes ydeseo retorcido que me dejaba exhausto y adicto. Cada noche, al follármela ennuestra cama, sentía su coño aún tibio y resbaladizo por las embestidas deljefe, un recordatorio viscoso de mi propia humillación. Pero entonces llegó elgiro inesperado: un viaje de trabajo urgente, una conferencia en otra ciudadque me obligaría a dejarla sola por una semana entera. "Amor, no tepreocupes, estaré bien. Solo enfócate en tu presentación", me dijo ellacon esa sonrisa dulce y falsa, besándome la mejilla mientras yo empacaba lamaleta con manos temblorosas. En el fondo, sabía que sería un festín para eljefe: días enteros de "turnos extras" sin mi sombra acechando. Poreso, antes de irme, instalé una cámara oculta en el dormitorio —camuflada en elreloj de la mesita de noche, con transmisión en vivo a mi teléfono—. "Porseguridad, reina. Nunca se sabe con los ladrones", le dije casualmente, yella asintió sin sospechar nada, sus ojos cafés brillando con un secreto que mehacía hervir la sangre.
Partíal amanecer, el avión despegando como un cuchillo cortando mi cordura. Duranteel vuelo, revisé la app de rastreo: el puntito rojo ya se movía hacia elhospital, directo al nido de traición. Pero lo que no esperaba era el mensajeque llegó esa misma tarde, mientras yo estaba en una reunión aburrida. Un compañerode ella —ese tipo baboso y oportunista llamado Marco, un enfermero con fama demujeriego que siempre la devoraba con la mirada en las fiestas del trabajo—había descubierto todo. ¿Cómo? Quizás un rumor en los pasillos, o quizás losvio follando en la sala de descanso, con los gemidos filtrándose bajo lapuerta. No importaba: el cabrón la confrontó en privado, teléfono en mano confotos borrosas de ella saliendo del motel con el jefe, el cabello revuelto y eluniforme arrugado. "O me dejas follarte, puta infiel, o le cuento todo atu maridito cornudo. Y no en cualquier lado: en tu casa, en la cama quecompartes con él. Quiero que huelas sus sábanas mientras te rompo elculo", le exigió con una sonrisa sádica, sabiendo que ella lo detestaba—siempre lo había visto como un perdedor baboso, inferior al jefe en todo—.Ella, acorralada y temblando, accedió con voz entrecortada: "Bien... perosolo una vez, y usa condón. No dirás nada, ¿verdad?" Marco se rio por lobajo, su polla ya endureciéndose ante la idea de dominar a la mujer que lohabía rechazado tantas veces.
Esanoche, mientras yo fingía dormir en mi hotel solitario, la cámara se activó conun pitido sordo en mi teléfono. Ahí estaba ella, entrando al dormitorio conMarco pisándole los talones como un depredador hambriento. Llevaba un vestidoligero de verano, el escote pronunciado dejando ver el valle entre sus tetasplenas, y el dobladillo subiendo por sus muslos curvilíneos con cada pasonervioso. Marco, con su cuerpo flaco pero fibroso, la empujó contra la camamatrimonial —nuestra cama, con las sábanas aún oliendo a mi colonia— y la besócon labios hambrientos y torpes, metiendo la lengua profunda como si quisieraahogarla. "Quítate esa mierda, zorra. Quiero verte desnuda en la cama detu esposo", gruñó él, tirando del vestido hacia abajo con manos ásperas,exponiendo sus tetas pesadas que rebotaron libres, pezones oscuros yaendureciéndose por el aire fresco y el miedo. Ella jadeó, intentando cubrirsepor instinto, pero Marco le apartó las manos con un manotazo brutal, sus ojosbrillando con esa dominación vengativa. Sabía que no le caía bien —ella siemprelo había mirado con desprecio sutil—, y eso lo excitaba más: "Siempre merechazaste, perra altanera. Ahora vas a suplicar por mi polla como una putabarata."
La tiróbocabajo sobre el colchón, el culo redondo y firme elevándose como una ofrenda,y le azotó las nalgas con fuerza salvaje, el "crack" resonando en lahabitación como un latigazo, dejando huellas rojas que florecían en su pielcremosa. "¡Ay, no tan fuerte, Marco! Por favor...", gimió ella, elcuerpo temblando, pero él la ignoró, bajándole las bragas de un tirón yexponiendo su coño depilado e hinchado, ya reluciendo con una humedad traidora."Cállate y abre las piernas. Voy a follarte como el jefe nunca lo hizo,hasta que grites mi nombre en la cama de tu cornudo." Le vendó los ojoscon una corbata que encontró en mi cajón —mi corbata favorita, la muy cabrona—atándola apretada para que no viera nada, sumiéndola en oscuridad total. "Paraque te concentres en sentir, puta. Imagina que es tu maridito, pero con unapolla de verdad." Ella se mordió el labio, jadeando, el corazónmartilleándole mientras Marco se desnudaba con prisa, su verga mediana perogruesa saltando libre, venas hinchadas y cabeza morada goteando precúm.
Seposicionó detrás de ella, agarrándole las caderas con dedos como garras, y lapenetró de un empujón brutal, sin condón —ignorando su acuerdo—, su polladesapareciendo hasta las bolas en su coño resbaladizo y caliente, chapoteandoen los jugos que ya fluían. "¡Dios, estás tan mojada, infiel! ¿Es por mí opor el jefe que te folló esta mañana?", gruñó él, embistiendo con un ritmofrenético y posesivo, el "plap-plap-plap" de sus bolas chocandocontra su clítoris hinchado llenando la habitación como un tambor obsceno. Ellagritó de sorpresa y placer culpable, arqueando la espalda, las tetas aplastadascontra las sábanas que olían a mí: "¡Marco, el condón! ¡Póntelo, porfavor! No quiero riesgos..." Pero él aceleró, tirándole del cabello paraarquearla más, follándola como un animal en celo, el sudor chorreando por suespalda flaca y goteando sobre su culo tembloroso. "Cállate, zorra. Voy ainundarte como mereces, preñarte en la cama de tu esposo para que críe a mibastardo."
Entoncesvino el giro: la puerta del dormitorio se abrió con un chirrido sutil, y entróel jefe —ese cabrón musculoso y dominante, cómplice de Marco en este chantajeperverso. Habían planeado todo, los hijos de puta: Marco lo había invitado pararomper su resistencia de una vez por todas. Ella no lo vio al principio,vendada en oscuridad, pero sintió la presencia extra cuando el jefe se acercó,su aroma a colonia fuerte y almizcle masculino invadiendo el aire."Sorpresa, puta casada. Tu jefe favorito está aquí para unirse a lafiesta", rugió él con esa voz grave y sádica, quitándole la venda de untirón. Ella parpadeó, ojos cafés dilatados por el terror y la lujuria, viendoal jefe desnudo y erecto, su polla gruesa y venosa palpitando como una bestiaviva, mientras Marco seguía embistiendo desde atrás sin piedad.
"¡No!¡Jefe, Marco... por favor, no! ¡No me preñen, se los ruego! Mi marido... estoes demasiado", sollozó ella, lágrimas rodando por sus mejillas sonrojadas,el cuerpo convulsionando entre el placer y el pánico. Intentó apartarse, peroMarco la sujetó con fuerza, su polla aún latiendo dentro de ella, mientras eljefe se arrodillaba frente a su cara, agarrándole la mandíbula y metiéndole laverga en la boca con un empujón profundo. "Trágatela, perra. Si no quieresque te inundemos el útero, accede a un trío como Dios manda. Los dos follandotodos tus agujeros hasta que supliques por más, pero sin venirnos adentro...por ahora." Ella tosió y babió alrededor de la polla invasora,"glug-glug" húmedos resonando, pero asintió con desesperación, losojos vidriosos: "Sí... sí, un trío. Fóllenme como quieran, en la boca, enel culo, donde sea... pero no adentro. No me preñen, por favor."
El tríoexplotó en un torbellino de carne sudorosa y gemidos guturales. Marco lafollaba por detrás con embestidas brutales, alternando entre su coño chorreantey su culo apretado, dilatándolo con dedos resbaladizos antes de penetrarloprofundo, el anillo muscular cediendo con un pop húmedo. "Toma, puta... tuculo es mío en la cama de tu cornudo", gruñía él, azotándola hasta que supiel ardía roja como fuego. El jefe, meanwhile, le follaba la garganta consaña, bolas peludas chocando contra su barbilla, saliva espesa chorreando porsu barbilla y goteando sobre sus tetas rebotantes. "Chupa como la zorraque eres... imagínate si tu maridito viera esto." La rotaron como a unjuguete: el jefe la montó encima, su polla desapareciendo en su coño con unchapoteo obsceno, mientras Marco le metía la verga en la boca, follándola entándem con un ritmo hipnótico. Ella gemía ahogada, dedos clavados en lassábanas, corriéndose una y otra vez en oleadas convulsivas, su cuerpotraicionándola con squirts calientes que empapaban el colchón. "¡Sí,más... rómpanme, pero no adentro!", suplicaba entre jadeos, lamiendo ychupando con devoción mientras ellos aceleraban, sudando profusamente.
Alclímax, se retiraron con gruñidos de frustración controlada: Marco eyaculósobre su culo tembloroso, chorros espesos cubriéndolo como un glaseadopegajoso, goteando por la raja hasta rozar su coño pero sin entrar. El jefeexplotó en su cara y tetas, semen caliente salpicando sus labios hinchados ypezones erectos, resbalando por su piel en hilos viscosos que ella lamió conlengua ansiosa. "Buena chica... pero la próxima, te preñamos deverdad", amenazó el jefe con una carcajada cruel, mientras Marco la besabaposesivamente, marcándola con moretones.
Los días posteriores al trío se convirtieron en uninfierno obsesivo para ella, un laberinto de acoso sutil que Marco tejía conhilos de lujuria enfermiza y posesión. Al principio, fue el espionaje: instalóuna cámara oculta en el vestuario de mujeres del hospital, camuflada en unreloj de pared que nadie notaba, capturando cada momento en que ella secambiaba de uniforme, los vídeos los guardaba como trofeos: ella quitándose lablusa con movimientos cansados, sus tetas plenas rebotando libres delsujetador, pezones oscuros endureciéndose por el aire fresco del aire acondicionado;luego, bajándose las bragas, exponiendo su coño depilado e hinchado, quizás aúnsensible de un "turno extra" con el jefe, Felipe. Marco se pajeabafurioso con esas grabaciones, gruñendo solo en su apartamento: "Mía...solo mía, puta casada", chorros calientes manchando su pantalla mientraszoomaba en sus curvas sudorosas.
La obsesión escaló rápido: la celaba en cada turno,siguiéndola por los pasillos con ojos hambrientos, escondiéndose en esquinaspara verla coquetear inocentemente con pacientes o charlar con Felipe. Lemandaba regalos anónimos al locker —flores rojas como sangre, con notas sucias:"Para la zorra que me hizo correrme como nunca. Piensa en mi polla cuandohuelas esto"—, el aroma dulce y empalagoso mezclándose con el desinfectantedel hospital, haciendo que ella temblara al abrirlos, el coño traidorhumedeciéndose a pesar del asco. "Es Marco... lo sé", murmuraba parasí, tirando las flores a la basura con manos temblorosas, pero no podía negarel cosquilleo perverso entre las piernas, un eco del trío donde su cuerpo habíasuplicado "rómpanme" mientras squirts calientes empapaban lassábanas. Se debatía internamente: por un lado, el rechazo visceral hacia esebaboso oportunista, su toque torpe y dominante que la hacía sentir usada como unjuguete; por otro, las sensaciones prohibidas que la inundaban —el rush de serdeseada con tal intensidad, el recuerdo de su polla gruesa dilatando su culo ennuestra cama, semen goteando por sus muslos—. Intentaba mantenerse firme,evitando sus miradas y cambiando rutas en el hospital, pero en casa, alfollarme, cerraba los ojos y gemía más fuerte, imaginando quizás esa obsesiónacechándola, su coño apretando mi verga con una urgencia culpable que meexcitaba y me destrozaba.
Marco no tardó en reclamarla abiertamente ante Felipe, eljefe musculoso y sádico que la había compartido como un trofeo. En la sala dedescanso, durante un turno nocturno, lo confrontó con voz ronca y venenosa:"Ella es mía ahora, cabrón. Ese trío fue mi idea, y no voy a compartirlamás. Deja de follarla o te parto la cara". Felipe se rio con esa carcajadacruel, empujándolo contra la pared: "La puta es de quien la folla mejor, yeso soy yo. Sigue soñando, perdedor". Pero Marco, cegado por los celos,escaló el acoso: mensajes constantes a su teléfono —fotos de su polla erecta,venas hinchadas y goteando precúm, con captions como "Para tu coño húmedo,zorra. Ven a chuparla o le mando el vídeo del trío a tu cornudo"—, rosasmarchitas dejadas en su carro con notas que olían a semen seco. Ella trataba deignorarlo, bloqueando números y reportando vagamente a recursos humanos, peroel debate interno la carcomía: "¿Por qué me excita tanto? ¿Soy una puta deverdad?", se preguntaba en la ducha, dedos resbaladizos frotando su clítorishinchado hasta correrse con un jadeo ahogado, imaginando a Marco espiándola denuevo.
El clímax de su obsesión explotó en violencia: una noche,en el estacionamiento subterráneo del hospital, Marco emboscó a Felipe mientrasél la follaba contra el capó de su carro —ella montada en reversa, culorebotando en sus muslos musculosos, gemidos resonando en el eco húmedo, jugoschorreando por las bolas peludas de Felipe—. Marco surgió de las sombras con uncuchillo improvisado (un bisturí robado), gritando: "¡Es mía, hijo deputa! ¡No la toques más!", y lo agredió con un corte superficial en elbrazo, sangre salpicando el concreto frío. Felipe lo derribó con un puñetazobrutal, y los guardias lo detuvieron en segundos, esposándolo mientraspataleaba: "¡La quiero para mí! ¡Ella me pertenece!". Marco cayó enla cárcel por agresión y acoso, un escándalo que sacudió el hospital, perodesde su celda, mandó un mensaje chantajista a través de un abogado: "Dilea la puta que me visite, o le cuento todo al cornudo —el trío, los vídeos, cómosquirteaba como una fuente mientras nos chupaba las pollas". Ella,aterrorizada, me lo contó a medias esa noche, lágrimas rodando por sus mejillassonrojadas: "Amor, Marco está loco... dice que si no lo visito, revelarámentiras sobre mí en el trabajo. Es necesario, para calmarlo y que no arme másescándalo". Yo, con el corazón martilleándome como un pistón, me detuve dehablar —contuve la confesión de que sabía todo, de las cámaras y los moteles,porque mis celos perversos me excitaban con la idea de verla humillada denuevo—. Me creí su historia a medias, o fingí creérmela, asintiendo con vozronca: "Ve, reina... pero cuéntame todo después". En secreto,planeaba seguirla a la cárcel, masturbándome en las sombras mientras imaginabaqué nuevo giro traería esa visita.
Partíal amanecer, el avión despegando como un cuchillo cortando mi cordura. Duranteel vuelo, revisé la app de rastreo: el puntito rojo ya se movía hacia elhospital, directo al nido de traición. Pero lo que no esperaba era el mensajeque llegó esa misma tarde, mientras yo estaba en una reunión aburrida. Un compañerode ella —ese tipo baboso y oportunista llamado Marco, un enfermero con fama demujeriego que siempre la devoraba con la mirada en las fiestas del trabajo—había descubierto todo. ¿Cómo? Quizás un rumor en los pasillos, o quizás losvio follando en la sala de descanso, con los gemidos filtrándose bajo lapuerta. No importaba: el cabrón la confrontó en privado, teléfono en mano confotos borrosas de ella saliendo del motel con el jefe, el cabello revuelto y eluniforme arrugado. "O me dejas follarte, puta infiel, o le cuento todo atu maridito cornudo. Y no en cualquier lado: en tu casa, en la cama quecompartes con él. Quiero que huelas sus sábanas mientras te rompo elculo", le exigió con una sonrisa sádica, sabiendo que ella lo detestaba—siempre lo había visto como un perdedor baboso, inferior al jefe en todo—.Ella, acorralada y temblando, accedió con voz entrecortada: "Bien... perosolo una vez, y usa condón. No dirás nada, ¿verdad?" Marco se rio por lobajo, su polla ya endureciéndose ante la idea de dominar a la mujer que lohabía rechazado tantas veces.
Esanoche, mientras yo fingía dormir en mi hotel solitario, la cámara se activó conun pitido sordo en mi teléfono. Ahí estaba ella, entrando al dormitorio conMarco pisándole los talones como un depredador hambriento. Llevaba un vestidoligero de verano, el escote pronunciado dejando ver el valle entre sus tetasplenas, y el dobladillo subiendo por sus muslos curvilíneos con cada pasonervioso. Marco, con su cuerpo flaco pero fibroso, la empujó contra la camamatrimonial —nuestra cama, con las sábanas aún oliendo a mi colonia— y la besócon labios hambrientos y torpes, metiendo la lengua profunda como si quisieraahogarla. "Quítate esa mierda, zorra. Quiero verte desnuda en la cama detu esposo", gruñó él, tirando del vestido hacia abajo con manos ásperas,exponiendo sus tetas pesadas que rebotaron libres, pezones oscuros yaendureciéndose por el aire fresco y el miedo. Ella jadeó, intentando cubrirsepor instinto, pero Marco le apartó las manos con un manotazo brutal, sus ojosbrillando con esa dominación vengativa. Sabía que no le caía bien —ella siemprelo había mirado con desprecio sutil—, y eso lo excitaba más: "Siempre merechazaste, perra altanera. Ahora vas a suplicar por mi polla como una putabarata."
La tiróbocabajo sobre el colchón, el culo redondo y firme elevándose como una ofrenda,y le azotó las nalgas con fuerza salvaje, el "crack" resonando en lahabitación como un latigazo, dejando huellas rojas que florecían en su pielcremosa. "¡Ay, no tan fuerte, Marco! Por favor...", gimió ella, elcuerpo temblando, pero él la ignoró, bajándole las bragas de un tirón yexponiendo su coño depilado e hinchado, ya reluciendo con una humedad traidora."Cállate y abre las piernas. Voy a follarte como el jefe nunca lo hizo,hasta que grites mi nombre en la cama de tu cornudo." Le vendó los ojoscon una corbata que encontró en mi cajón —mi corbata favorita, la muy cabrona—atándola apretada para que no viera nada, sumiéndola en oscuridad total. "Paraque te concentres en sentir, puta. Imagina que es tu maridito, pero con unapolla de verdad." Ella se mordió el labio, jadeando, el corazónmartilleándole mientras Marco se desnudaba con prisa, su verga mediana perogruesa saltando libre, venas hinchadas y cabeza morada goteando precúm.
Seposicionó detrás de ella, agarrándole las caderas con dedos como garras, y lapenetró de un empujón brutal, sin condón —ignorando su acuerdo—, su polladesapareciendo hasta las bolas en su coño resbaladizo y caliente, chapoteandoen los jugos que ya fluían. "¡Dios, estás tan mojada, infiel! ¿Es por mí opor el jefe que te folló esta mañana?", gruñó él, embistiendo con un ritmofrenético y posesivo, el "plap-plap-plap" de sus bolas chocandocontra su clítoris hinchado llenando la habitación como un tambor obsceno. Ellagritó de sorpresa y placer culpable, arqueando la espalda, las tetas aplastadascontra las sábanas que olían a mí: "¡Marco, el condón! ¡Póntelo, porfavor! No quiero riesgos..." Pero él aceleró, tirándole del cabello paraarquearla más, follándola como un animal en celo, el sudor chorreando por suespalda flaca y goteando sobre su culo tembloroso. "Cállate, zorra. Voy ainundarte como mereces, preñarte en la cama de tu esposo para que críe a mibastardo."
Entoncesvino el giro: la puerta del dormitorio se abrió con un chirrido sutil, y entróel jefe —ese cabrón musculoso y dominante, cómplice de Marco en este chantajeperverso. Habían planeado todo, los hijos de puta: Marco lo había invitado pararomper su resistencia de una vez por todas. Ella no lo vio al principio,vendada en oscuridad, pero sintió la presencia extra cuando el jefe se acercó,su aroma a colonia fuerte y almizcle masculino invadiendo el aire."Sorpresa, puta casada. Tu jefe favorito está aquí para unirse a lafiesta", rugió él con esa voz grave y sádica, quitándole la venda de untirón. Ella parpadeó, ojos cafés dilatados por el terror y la lujuria, viendoal jefe desnudo y erecto, su polla gruesa y venosa palpitando como una bestiaviva, mientras Marco seguía embistiendo desde atrás sin piedad.
"¡No!¡Jefe, Marco... por favor, no! ¡No me preñen, se los ruego! Mi marido... estoes demasiado", sollozó ella, lágrimas rodando por sus mejillas sonrojadas,el cuerpo convulsionando entre el placer y el pánico. Intentó apartarse, peroMarco la sujetó con fuerza, su polla aún latiendo dentro de ella, mientras eljefe se arrodillaba frente a su cara, agarrándole la mandíbula y metiéndole laverga en la boca con un empujón profundo. "Trágatela, perra. Si no quieresque te inundemos el útero, accede a un trío como Dios manda. Los dos follandotodos tus agujeros hasta que supliques por más, pero sin venirnos adentro...por ahora." Ella tosió y babió alrededor de la polla invasora,"glug-glug" húmedos resonando, pero asintió con desesperación, losojos vidriosos: "Sí... sí, un trío. Fóllenme como quieran, en la boca, enel culo, donde sea... pero no adentro. No me preñen, por favor."
El tríoexplotó en un torbellino de carne sudorosa y gemidos guturales. Marco lafollaba por detrás con embestidas brutales, alternando entre su coño chorreantey su culo apretado, dilatándolo con dedos resbaladizos antes de penetrarloprofundo, el anillo muscular cediendo con un pop húmedo. "Toma, puta... tuculo es mío en la cama de tu cornudo", gruñía él, azotándola hasta que supiel ardía roja como fuego. El jefe, meanwhile, le follaba la garganta consaña, bolas peludas chocando contra su barbilla, saliva espesa chorreando porsu barbilla y goteando sobre sus tetas rebotantes. "Chupa como la zorraque eres... imagínate si tu maridito viera esto." La rotaron como a unjuguete: el jefe la montó encima, su polla desapareciendo en su coño con unchapoteo obsceno, mientras Marco le metía la verga en la boca, follándola entándem con un ritmo hipnótico. Ella gemía ahogada, dedos clavados en lassábanas, corriéndose una y otra vez en oleadas convulsivas, su cuerpotraicionándola con squirts calientes que empapaban el colchón. "¡Sí,más... rómpanme, pero no adentro!", suplicaba entre jadeos, lamiendo ychupando con devoción mientras ellos aceleraban, sudando profusamente.
Alclímax, se retiraron con gruñidos de frustración controlada: Marco eyaculósobre su culo tembloroso, chorros espesos cubriéndolo como un glaseadopegajoso, goteando por la raja hasta rozar su coño pero sin entrar. El jefeexplotó en su cara y tetas, semen caliente salpicando sus labios hinchados ypezones erectos, resbalando por su piel en hilos viscosos que ella lamió conlengua ansiosa. "Buena chica... pero la próxima, te preñamos deverdad", amenazó el jefe con una carcajada cruel, mientras Marco la besabaposesivamente, marcándola con moretones.
Los días posteriores al trío se convirtieron en uninfierno obsesivo para ella, un laberinto de acoso sutil que Marco tejía conhilos de lujuria enfermiza y posesión. Al principio, fue el espionaje: instalóuna cámara oculta en el vestuario de mujeres del hospital, camuflada en unreloj de pared que nadie notaba, capturando cada momento en que ella secambiaba de uniforme, los vídeos los guardaba como trofeos: ella quitándose lablusa con movimientos cansados, sus tetas plenas rebotando libres delsujetador, pezones oscuros endureciéndose por el aire fresco del aire acondicionado;luego, bajándose las bragas, exponiendo su coño depilado e hinchado, quizás aúnsensible de un "turno extra" con el jefe, Felipe. Marco se pajeabafurioso con esas grabaciones, gruñendo solo en su apartamento: "Mía...solo mía, puta casada", chorros calientes manchando su pantalla mientraszoomaba en sus curvas sudorosas.
La obsesión escaló rápido: la celaba en cada turno,siguiéndola por los pasillos con ojos hambrientos, escondiéndose en esquinaspara verla coquetear inocentemente con pacientes o charlar con Felipe. Lemandaba regalos anónimos al locker —flores rojas como sangre, con notas sucias:"Para la zorra que me hizo correrme como nunca. Piensa en mi polla cuandohuelas esto"—, el aroma dulce y empalagoso mezclándose con el desinfectantedel hospital, haciendo que ella temblara al abrirlos, el coño traidorhumedeciéndose a pesar del asco. "Es Marco... lo sé", murmuraba parasí, tirando las flores a la basura con manos temblorosas, pero no podía negarel cosquilleo perverso entre las piernas, un eco del trío donde su cuerpo habíasuplicado "rómpanme" mientras squirts calientes empapaban lassábanas. Se debatía internamente: por un lado, el rechazo visceral hacia esebaboso oportunista, su toque torpe y dominante que la hacía sentir usada como unjuguete; por otro, las sensaciones prohibidas que la inundaban —el rush de serdeseada con tal intensidad, el recuerdo de su polla gruesa dilatando su culo ennuestra cama, semen goteando por sus muslos—. Intentaba mantenerse firme,evitando sus miradas y cambiando rutas en el hospital, pero en casa, alfollarme, cerraba los ojos y gemía más fuerte, imaginando quizás esa obsesiónacechándola, su coño apretando mi verga con una urgencia culpable que meexcitaba y me destrozaba.
Marco no tardó en reclamarla abiertamente ante Felipe, eljefe musculoso y sádico que la había compartido como un trofeo. En la sala dedescanso, durante un turno nocturno, lo confrontó con voz ronca y venenosa:"Ella es mía ahora, cabrón. Ese trío fue mi idea, y no voy a compartirlamás. Deja de follarla o te parto la cara". Felipe se rio con esa carcajadacruel, empujándolo contra la pared: "La puta es de quien la folla mejor, yeso soy yo. Sigue soñando, perdedor". Pero Marco, cegado por los celos,escaló el acoso: mensajes constantes a su teléfono —fotos de su polla erecta,venas hinchadas y goteando precúm, con captions como "Para tu coño húmedo,zorra. Ven a chuparla o le mando el vídeo del trío a tu cornudo"—, rosasmarchitas dejadas en su carro con notas que olían a semen seco. Ella trataba deignorarlo, bloqueando números y reportando vagamente a recursos humanos, peroel debate interno la carcomía: "¿Por qué me excita tanto? ¿Soy una puta deverdad?", se preguntaba en la ducha, dedos resbaladizos frotando su clítorishinchado hasta correrse con un jadeo ahogado, imaginando a Marco espiándola denuevo.
El clímax de su obsesión explotó en violencia: una noche,en el estacionamiento subterráneo del hospital, Marco emboscó a Felipe mientrasél la follaba contra el capó de su carro —ella montada en reversa, culorebotando en sus muslos musculosos, gemidos resonando en el eco húmedo, jugoschorreando por las bolas peludas de Felipe—. Marco surgió de las sombras con uncuchillo improvisado (un bisturí robado), gritando: "¡Es mía, hijo deputa! ¡No la toques más!", y lo agredió con un corte superficial en elbrazo, sangre salpicando el concreto frío. Felipe lo derribó con un puñetazobrutal, y los guardias lo detuvieron en segundos, esposándolo mientraspataleaba: "¡La quiero para mí! ¡Ella me pertenece!". Marco cayó enla cárcel por agresión y acoso, un escándalo que sacudió el hospital, perodesde su celda, mandó un mensaje chantajista a través de un abogado: "Dilea la puta que me visite, o le cuento todo al cornudo —el trío, los vídeos, cómosquirteaba como una fuente mientras nos chupaba las pollas". Ella,aterrorizada, me lo contó a medias esa noche, lágrimas rodando por sus mejillassonrojadas: "Amor, Marco está loco... dice que si no lo visito, revelarámentiras sobre mí en el trabajo. Es necesario, para calmarlo y que no arme másescándalo". Yo, con el corazón martilleándome como un pistón, me detuve dehablar —contuve la confesión de que sabía todo, de las cámaras y los moteles,porque mis celos perversos me excitaban con la idea de verla humillada denuevo—. Me creí su historia a medias, o fingí creérmela, asintiendo con vozronca: "Ve, reina... pero cuéntame todo después". En secreto,planeaba seguirla a la cárcel, masturbándome en las sombras mientras imaginabaqué nuevo giro traería esa visita.
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