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Nico me metió gol

Tenía 19 recién cumplidos. Mi hermano mayor (el de 24) siempre me dejaba usar su cuarto y su Xbox cuando él no estaba, y esa tarde-noche de sábado no fue la excepción.

Estábamos jugando FIFA 23, el clásico partidito de siempre entre yo y Nico, el mejor amigo de mi hermano desde el secundario. Nico tiene 25, es grandote (1.87 fácil), de esos que en el gimnasio levantan más que hablan, pelo corto casi militar, barba de tres días, tatuajes en los brazos y esa risa grave que te hace sentir chiquito aunque no quiera.

Yo soy más bien flaquito, 1.72, pelo largo hasta los hombros, piel bastante clara y, según dicen, "cara de niño bueno". Siempre me joden con que parezco de 16 todavía.

La cosa es que esa tarde mi hermano se había ido a una juntada de la facultad y nos dejó solos a los dos en su pieza. Yo estaba sentado en la cama contra la pared, él en la silla gamer, los dos con los controles en la mano. Ambiente relajado, birra en la mesita, papas fritas, risas por los goles absurdos que nos metíamos.

En un momento, después de que me metió un 4-1 humillante, se dio vuelta y me miró con esa sonrisa de lado.

—Che pendejo, estás jugando como el orto hoy. ¿Qué te pasa? ¿Estás distraído o te ponés nervioso cuando te mira el grandote?

Yo me reí nervioso, tratando de disimular.

—No boludo, es que jugás con los manos sucias, mirá cómo tenés los dedos.

Error fatal.

Se miró las manos, se las pasó por la barba y después, sin decir nada, se levantó de la silla y se sentó al lado mío en la cama. Muy cerca. Demasiado cerca. Nuestros muslos se tocaban.

—¿Querés que te enseñe a jugar de verdad o seguís haciendo el boludo?

Yo no contesté. No podía. Sentía el calor que salía de su cuerpo y el olor a desodorante deportivo mezclado con birra. Me empezó a latir el corazón en la garganta.

De repente me agarró el control de la mano, lo tiró a un costado y me miró fijo.

—Mirame, boludo. ¿Siempre fuiste tan putito o es algo nuevo?

Me quedé helado. Quería decir algo, defenderme, pero la voz no me salía. Y lo peor: se me estaba parando. Obvio que se dio cuenta porque bajó la mirada directo a mi jogging gris claro donde ya se marcaba todo.

—Mirá vos… —murmuró, casi para él mismo— Si te ponés así con solo sentarte al lado, no quiero imaginar cuando te toque de verdad.

No sé en qué momento pasó, pero de repente tenía su mano enorme en mi muslo, subiendo despacio. Yo no me movía. Ni para atrás, ni para adelante. Paralizado.

—¿Te gusta la idea, putito? —susurró cerca de mi oído— Porque yo hace rato que me vengo imaginando cómo sería partirte ese ortito apretado que tenés.

Tragué saliva. Asentí apenas. Fue suficiente.

En dos segundos me tenía boca abajo en la cama de mi hermano, con la cara contra la almohada. Me bajó el jogging y el bóxer de un tirón hasta las rodillas. Sentí el aire frío en las nalgas y después sus manos separándomelas sin ningún tipo de vergüenza.

—Mirá qué rico culito… —dijo con esa voz ronca— Limpito, depiladito… se nota que te cuidás para que te cojan bien.

Yo gemí contra la almohada cuando sentí la primera lamida lenta y ancha desde los huevos hasta el agujero. Me temblaban las piernas. Él se tomó su tiempo, lamiendo, escupiendo, metiendo la punta de la lengua adentro, abriéndome con los pulgares.

—Relajate, puto, que todavía ni empecé —me dijo entre lamidas.

Después escuché el sonido del cierre de su jean bajando. El ruido del elástico de su bóxer. Y después sentí el peso de su verga gruesa apoyada entre mis nalgas. Era pesada. Caliente. Muy caliente.

—¿Tenés lubri, putito? —preguntó mientras me frotaba la cabeza contra el agujero.

—En… en el cajón de arriba —balbuceé.

Se estiró, abrió el cajón de la mesita de mi hermano (sí, el de mi hermano) y sacó el frasco de Durex Play que yo había comprado hacía dos semanas y todavía no había usado con nadie.

Se rió bajito.

—¿Esto es tuyo? ¿Te lo metés vos solito pensando en macho?

No contesté. Me daba vergüenza. Pero también me ponía más caliente.

Me puso un chorro frío directo en el agujero, después se untó bien la verga. Sentí las primeras embestidas cortas, solo la cabeza entrando y saliendo. Cada vez un poco más adentro.

—Respirá, puto. Respirá hondo… que te va a entrar toda igual.

Cuando empujó de verdad por primera vez, grité contra la almohada. Era gruesa. Mucho más de lo que estaba acostumbrado con mis dedos o con los juguetes chiquitos que tenía escondidos.

—Shhh… calladito, que no quiero que los vecinos sepan que te están cogiendo en la pieza de tu hermano.

Empezó a bombear despacio pero profundo. Cada embestida me sacaba un gemido ahogado. Sentía cómo me abría, cómo mi agujero se iba acostumbrando al grosor, cómo mi próstata recibía golpe tras golpe.

En un momento me levantó la cadera con una mano, me puso en cuatro como perrito y cambió el ángulo. Ahí sí. Cada vez que entraba me rozaba justo donde más lo necesitaba.

—Mirá cómo te lo tragás todo, carajo… —gruñó— Mirá cómo se te abre el culo para mí.

Empezó a ir más rápido. Los golpes de sus caderas contra mis nalgas hacían un ruido seco y obsceno que se mezclaba con mis gemidos y el sonido del juego de FIFA todavía prendido de fondo (irónicamente sonaba el relato de los goles).

—Decime que te gusta, putito. Decime que te encanta que te coja tu macho.

—Me… me encanta… —gemí casi sin voz— Me encanta tu pija, Nico… me encanta que me rompas…

Eso lo volvió loco.

Me agarró del pelo con una mano, me tiró la cabeza para atrás y con la otra me tapó la boca.

—Entonces aguantá, porque te voy a llenar hasta que te chorree.

Embestidas cortas, rápidas, brutales. Sentía cómo se ponía más dura todavía, cómo se hinchaba adentro mío. Y después el primer chorro caliente. Y el segundo. Y el tercero. Gemía bajito contra mi oído mientras me llenaba.

Cuando terminó se quedó adentro un rato, respirando pesado, todavía duro. Después salió despacio y sentí cómo me chorreaba el semen tibio por las piernas.

Se tiró al lado mío en la cama, todavía con la verga semi-dura apoyada en su muslo.

Me miró, sonrió con esa cara de malo y me dijo:

—Partidito de vuelta la semana que viene, ¿eh? Pero esta vez traé más lubri… que todavía me quedan ganas de seguir jugando.

Yo solo pude asentir, con la cara colorada y el culo todavía palpitando.

Todavía no sé cómo mierda voy a mirar a los ojos a mi hermano cuando vuelva a casa.

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