Capitulo 6: El Desenlace
—Mmm, mis amores, están deliciosos —jadeé, mi voz ronca y cargada de un placer vicioso—. Me encanta ser una madura zorra para ustedes.

Mis palabras, pronunciadas en voz alta mientras mi lengua recogía las últimas gotas blancas y saladas de sus semen de mis pechos, sellaron mi transformación final. Ya no había coqueteo, ni juego, ni pretensión de control. Esto era rendición y aceptación total. Escuché a mis dos hijos gemir, no solo de placer físico, sino de emoción al verme tan abiertamente puta, tan completamente suya.
Iker se giró hacia su hermano, sus ojos oscuros brillando con una complicidad salvaje.
—Tu turno —dijo, con una voz que no admitía discusión.
Mateo, moviéndose con una confianza nueva y peligrosa, me agarró las dos manos, inmovilizándome contra el frío cuero del sillón de Dante. Iker se deslizó de nuevo entre mis piernas, que aún temblaban. Observé, con una mezcla de incredulidad y excitación vertiginosa, cómo mi hijo mayor se posicionaba, sus manos acariciando la cara interna de mis muslos antes de bajar su cabeza. El calor de su aliento, seguido por la presión húmeda y experta de su lengua en mi clítoris, me arrancó un grito ahogado. ¿Cuántas veces más me lamerían el coño mis hijos? La pregunta ya no importaba. Solo existía la sensación.
Iker se levantó de pronto, su rostro brillante por mis fluidos.
—¡Mamá, mira! —exclamó, agarrando su polla, que seguía erecta y palpitante, tan imponente como al principio—. ¡Mi polla todavía está dura!
Bajé la mirada y, efectivamente, la de Iker seguía en un estado de rigidez impresionante. La de Mateo, que aún me sujetaba las manos, no le iba en zaga. Una punzada de asombro y algo más, algo como premonición, me recorrió.
Mateo habló entonces, su tono era extrañamente formal en medio del caos.
—¿Deberíamos decírselo a mamá?
Iker respondió sin dudar.
—Sí, digámosle.
—¿Qué? —pregunté, mi voz un hilo de ansiedad y curiosidad—. ¿Qué esconden, chicos?
Mateo soltó una de mis muñecas para agarrar su propia polla, mostrándomela.
—Bueno, mamá… es que en la habitación de papá encontramos unas de esas pastillas… de esas que te ponen la polla dura. —Hizo una pausa, disfrutando de mi expresión de shock—. Cada uno tomó una antes de que volvieras a casa. —Su sonrisa se volvió un gesto de pura lujuria conquistadora—. ¡Queremos follarte hasta dejarte sin poder caminar, mamá!
La revelación explotó en mi mente como una bomba. No era solo su juventud y deseo; era una potencia química, deliberada, enfocada en mí. El miedo y la excitación chocaron dentro de mí, creando un cortocircuito. Pero no tuve tiempo de procesarlo.
Antes de que una sola palabra de protesta pudiera formarse en mis labios, Iker, guiado por un instinto animal y urgente, se alineó y, con un empuje poderoso y preciso, deslizó su polla dura y enorme en mi coño mojado y estrecho.
Un gemido desgarrador, un sonido primal de sorpresa, dolor transformándose al instante en placer puro, me fue arrancado del pecho.
—¡Oh, mierda!… ¡Dios mío, mamá!… —gritó Iker, sus ojos se cerraron de éxtasis—. ¡Tienes el coño tan apretado, húmedo y caliente! ¡Mierda, qué bien se siente esto en mi polla! —Giró la cabeza hacia su hermano, su expresión era de triunfo obsceno—. ¡Mierda, Mateo, te encantará meter tu polla en el coño de mamá!
La sensación era abrumadora. Una plenitud que lindaba con el dolor, un calor que me consumía desde dentro.
—Ahh… es tan grande… no puedo… soportarlo… —logré balbucear, mis manos aferrándose a los brazos del sillón—. Esto está mal… oh, Iker… Iker, no. Esto podría estar yendo demasiado lejos… Soy tu mamá. ¡No deberías follarme!
Eran las últimas y débiles chispas de una moralidad que ya había arrojado por la ventana. Iker me ignoró por completo; estaba poseído. Sacó su polla casi por completo, dejándome sentir la agonía de su ausencia por una fracción de segundo, antes de volver a clavarla dentro. Empezó a establecer un ritmo, lento al principio, deliberado, cada embestida una exploración profunda. Se notaba que disfrutaba no solo del acto, sino de la posesión, de la violación del último tabú.
—Ah, joder… ah… joder… awww, mamá… —gemía entre embestida y embestida—. Te sientes tan bien con mi polla. ¡Nunca pensé que tu coño estaría tan apretado y caliente, mamá!
Mis protestas se volvieron erráticas, contradictorias, traicionadas por mi propio cuerpo.
—Por favor, Iker… Iker… no… Soy tu mamá… esto está yendo demasiado lejos… —una pausa, un jadeo profundo cuando su cadera chocó contra la mía en un ángulo perfecto—. Ay, mierda… Iker… sí… ¡hazlo! ¡Sí! ¡Oh, mierda, Iker… más fuerte, mi amor! ¡Más fuerte! ¡Dame tu verga! ¡Quiero más! ¡Fóllame!

La rendición fue total. Mi cuerpo, sabio y traicionero, tomó el control. Iker, animado por mis gritos, me sujetó las piernas con fuerza, abriéndome más, y comenzó a follarme con una ferocidad salvaje. Cada embestida era más profunda, más rápida. Encontró un punto dentro de mí, ese nudo de sensaciones que hacía que mi visión se nublara, y no dejó de golpearlo.
—¡Sí, Iker, fóllate a mamá! —alentaba Mateo desde atrás, su voz estaba cargada de una excitación vicaria—. ¡Fóllatela bien! ¡Fóllatela más fuerte… más fuerte! ¡Hazla gritar! ¡Mira sus tetas! ¡Míralas rebotar! ¡Mierda, quiero follarte también, mamá! ¡Vamos a follarte todo el día y toda la noche! ¡Eso es, fóllate a mamá, fóllatela! ¡Haz que se corra!
El ambiente era una cacofonía de jadeos, gemidos, piel contra piel y las palabras más sucias, las que nunca deberían cruzar los labios de una madre y sus hijos. De vez en cuando, un último vestigio de razón intentaba emerger:
—Hunn… Iker… oh, mierda… ¿y si… y si… tu papá… e-entra… y… y nos ve? ¡Ooh, sí… oh, Dios, me vas a hacer correr!
La respuesta de Iker fue una bofetada. No fue brutal, pero sí lo suficientemente fuerte para sorprenderme, para doler, para añadir una capa más de humillación y excitación.
—¡Mamá… oh, mierda, estás tan apretada…! —gruñó, sin detener su ritmo frenético—. ¡Él también querría follarte! ¡Todos quieren follarte! ¡Estás tan buena, mamá! ¡Tan jodidamente buena!
El orgasmo se construyó dentro de mí como una ola imparable, alimentada por la transgresión, la potencia de su juventud potenciada, la crudeza de sus palabras y la pérdida total de control. Me retorcía debajo de él, gimiendo, suplicando, ya sin saber qué pedía.
—¡Dios mío… Iker, no! Me vas a hacer correr… joder, me voy a correr. Soy… soy tu mamá… por favor, chicos… sí, por favor.
—¡Cállate, mamá! —rugió Mateo—. ¡Sabes que querías que te cogiéramos! Llevas semanas provocándonos.
Pero yo ya no podía callar. El clímax estalló, fue un cataclismo arrasando con cualquier último pensamiento coherente. Mi cuerpo se arqueó violentamente, separándose del sillón, cada músculo en tensión.
—¡Dios mío… Iker… ¡ME CORRO! —grité, mi voz rasgada—. ¡ME CORRO, MI AMOR! ¡CÓGEME… CÓGETE… A TU MAMÁ! ¡ESO ES! ¡CÓMETELA… NO PARES, IKER! ¡NO TE ATREVAS A PARAR!
Iker, impulsado por mis gritos y la convulsión de mi coño alrededor de su polla, se volvió completamente animal. Sus embestidas fueron descontroladas, profundas, un ritmo frenético de pura necesidad. Gruñía, gemía, jadeaba. Estaba follándose a su madre, y esa realidad, lejos de detenerlo, lo consumía.
—¡OH, JODIDAMENTE SÍ… IKER! —aullé, perdida en el abismo—. ¡MÁS FUERTE, MI AMOR! ¡FÓLLAME! ¡FÓLLATE A TU MAMÁ PUTA! ¡CÓRRETE DENTRO DE MÍ! ¡QUIERO QUE TE CORRAS! ¡LLÉNAME EL COÑO CON TU POLLA!
El segundo orgasmo, o tal vez una extensión del primero, me sacudió con fuerza redoblada. Sentí un torrente de mis propios jugos, calientes y abundantes, empapando a Iker, el sillón, todo. En ese momento de absoluta vulnerabilidad y placer corrupto, Iker finalmente gritó, un rugido gutural, y sentí el calor explosivo de su semen liberándose dentro de mí en pulsaciones largas y potentes, llenando el espacio que su polla había reclamado.
Mi coño se tensó alrededor de su polla, y mientras oleadas de orgasmos me golpeaban, los músculos de mi coño empezaron a ordeñar la polla de mi hijo.
—¡Mamá, mierda! ¡Tu maldito coño está apretando... ordeñando mi polla!—
Podía sentir la polla de mi hijo hinchándose en mi coño. De repente, lo oí decir: —Te enseñaré a callar a mi mamá. ¡Dale algo que hacer con sus labios y su lengua!—
Saltó sobre mi escritorio y se sentó a horcajadas sobre mi cuerpo, justo encima de mis pechos. Entonces mi hijo me agarró el pelo largo y negro, y su polla mojada estaba en su mano. Me la metió en la boca y se corrió. ¡Guau, su semen sabía delicioso! Podía sentir el jugo de mi coño en su polla, que formaba una mezcla deliciosa con el semen de mi hijo.
Cuando mi hijo terminó de correrme en la boca, sacó su polla roja y dura. —Me encanta correrme en tu boca, mamá. Me encanta verte tragar mi semen— Hunter sonrió y se bajó del escritorio.

Mateo estaba excitado, más allá de los límites de su paciencia, listo para follarme allí mismo en el escritorio de su padre. Pero en un movimiento inesperado, Iker me soltó las muñecas para acercarse. Fue el descuido que necesitaba.
Aprovechando ese instante de confusión, me liberé con un movimiento brusco y salté del borde del escritorio, mis piernas temblorosas encontrando el suelo. Mis hijos, desprevenidos por mi súbita fuga, se quedaron mirándome por un segundo. No perdí tiempo. Empecé a caminar hacia la puerta de la oficina, completamente desnuda excepto por los tacones altos rojos, que resonaban contra el piso de madera con un clack-clack ansioso.

No estaba segura de por qué huía. Quizás un instinto residual, una chispa de prudencia ante la idea de que Dante pudiera llegar inesperadamente y encontrar nuestro trío tabú justo en su despacho. Pero en el fondo, no les tenía miedo a mis hijos. Este forcejeo, esta persecución, era parte del juego, una coreografía peligrosa que mi cuerpo deseaba tanto como el suyo.
—¡Estúpido! —escupió Mateo a su hermano, enfurecido por haberme dejado escapar—. ¡Mírala!
Entonces, comenzaron a avanzar hacia mí. Me detuve un momento, en medio del pasillo, y me giré para verlos. Allí estaban, mis dos hijos, completamente desnudos, caminando con determinación hacia mí, sus pollas rígidas y palpitantes en sus manos, moviéndose con cada paso. La visión era tan primitiva, tan crudamente sexual, que me faltó el aire.
—Bueno, Mateo… Iker —dije, intentando que mi voz sonara razonable, temblorosa—. Deberíamos parar… Soy su madre; no sé si esto es correcto. Quizás estemos yendo demasiado lejos.
Mis palabras eran un guion vacío. Ellos lo sabían. Solo me sonrieron, unas sonrisas anchas y hambrientas que no dejaban lugar a dudas. Sus oscuras fantasías se habían apoderado por completo de ellos, y debo admitir que ver esa transformación, esa pérdida de control, me excitaba hasta la médula.
Salí completamente de la oficina. La escalera que subía a las habitaciones estaba a mi derecha. Con un último intento teatral, me giré y fingí correr hacia ella, pero mis tacones no eran para correr, y ellos eran demasiado jóvenes, demasiado rápidos. Además, una parte de mí, profunda y vergonzosamente húmeda, no quería irme en absoluto.
Mateo me alcanzó primero. Sus brazos me rodearon desde atrás con fuerza, deteniéndome en seco. Su polla dura, un bastón de calor y necesidad, se clavó contra la parte baja de mi espalda. Luego me giró bruscamente, enfrentándome a Iker, quien ya nos cerraba el paso, su pecho ancho bloqueando el camino a las escaleras.
—Oye, mamá. ¿Adónde crees que vas? —preguntó Iker, su voz un ronco susurro cargado de intención.
—Eh, iba a subir… a mi habitación —logré decir, intentando que mi voz sonara temerosa, suplicante—. Vamos, chicos, déjenme subir, por favor. Les chuparé la polla todo lo que quieran. Es que… no me siento bien abajo.
Iker se rió, un sonido seco y sin humor.
—Cállate, mamá. Voy a follarte; he estado soñando con follarte durante tanto tiempo.
—Oye Iker, ¿qué te parece, arriba o abajo? —preguntó Mateo a su hermano por encima de mi hombro, como si yo fuera un botín a repartir.
—¡Abajo! —declaró Iker sin dudar—. Sí, quiero follar con mamá abajo.
Mis hijos, coordinados en su propósito, me llevaron a rastras, no hacia el sofá de la sala como yo esperaba, sino hacia la puerta discreta que conducía al sótano. Un nuevo golpe de adrenalina, mezclado con un miedo genuino pero electrizante, me recorrió. Iker abrió la puerta y, sin ceremonias, me guiaron escaleras abajo en la penumbra. Mateo cerró la puerta tras de nosotros con un clic definitivo.
El sótano terminado olía a tierra y a madera antigua. Pasamos rápidamente por la habitación principal con la mesa de billar, luego por el lavadero, hasta llegar a una pequeña habitación en la parte de atrás. Iker encendió la luz del techo, una bombilla desnuda que bañaba la estancia en una luz cruda. Mateo me soltó y cerró la puerta con llave. La habitación era austera: un colchón tamaño king en el suelo, sin marco, que reconocí como aquel en el que Dante dormía a veces cuando discutíamos. Sin pensarlo, me moví rápidamente hacia la esquina más alejada, pegándome a la pared, fingiendo una última resistencia.
Mis hijos se quedaron de pie junto a la puerta cerrada, acariciándose lentamente las pollas mientras me observaban, como depredadores evaluando a su presa. Fue entonces cuando Mateo, el callado, el tímido, habló con una voz que no le conocía, clara, fría y cargada de una lujuridad oscura.
—Mamá, vamos a follarte hasta dejarte sin aliento. Puedes gritar y gemir todo lo que quieras; aquí abajo nadie nos oirá follarte.
Sus palabras, tan inusuales en él, encendieron una chispa de comprensión en mi mente aturdida. La laptop… mi diario personal del trabajo, llena de notas y proyectos… y también, escondido entre archivos con nombres inofensivos, mi diario de fantasías secretas. Dante y yo habíamos escrito algunas juntos, pero la mía, la más profunda, la que él nunca quiso cumplir, era solo mía. La única fantasía sexual que mi marido jamás me concedería.
Yo quería que él y otro hombre me follaran. No hacer el amor. Follarme. Quería que me usaran, que me destrozaran sexualmente, que me obligaran a ser su pequeña zorra sumisa. Había detallado el escenario, la dinámica, hasta una palabra de seguridad: "Conejito". Si la decía, todo debía parar.
De repente, todo encajó. El cambio de actitud de Mateo, la determinación salvaje de Iker, este escenario aislado… No era solo su lujuria desbocada. Estaban siguiendo un guion. Mi guion.
Una sonrisa lenta, diabólica, se extendió por mi rostro. El miedo fingido se disipó, reemplazado por un calor húmedo y una excitación que amenazaba con volverme loca. Los miré, con el cuerpo enrojecido, los pechos subiendo y bajando con una respiración dificultosa.
Entonces, probé. Grité la palabra al aire, no con pánico, sino con un desafío:
—¡Conejito!
Mis hijos se detuvieron al instante. Sus manos cesaron en sus pollas. Me miraron, desconcertados por un segundo, la fachada de depredadores se resquebrajó para mostrar un atisbo de duda.
—¿Qué dijiste, mamá? —preguntó Iker, su ceño fruncido.
—¿Quieres que paremos, mamá? —preguntó Mateo, con genuina curiosidad, pero también con un hilo de decepción en la voz.
Ahora estaba segura. Lo sabían todo. Y no estaban aquí para violar mis límites; estaban aquí para cumplir mi fantasía más profunda y prohibida.
Una risa baja y cargada de lujuria escapó de mis labios. Me mordí el labio inferior, saboreando el poder de mi propia entrega.
—No, mis amores —dije, y mi voz ya no temblaba, era un susurro ronco, sensual, cargado de una promesa obscena—. Hoy… "Conejito" significa que me cojan. ¡Que me cojan como a una puta! ¡Que me hagan su madre puta! ¡Que me destrocen, mi amor!
Avancé un paso desde la esquina, alejándome de la pared, entregándome al centro de la habitación, al centro de su mirada.
—Quiero ser su pequeña zorra —continué, deslizando mis manos por mis propios costados, acariciando mis caderas—. Quiero que usen mi cuerpo sexy para su placer. ¡Pueden hacerme lo que quieran!—
continua asi —Mis hijos me sonrieron; me miraron como un lobo mira a un cordero. Iker exclamó: —¡Arrodíllate, zorra!—
Obedientemente, me arrodillé y vi a mis hijos acercarse, con sus pollas duras y hermosas balanceándose. Mis hijos se pararon frente a mí y Iker me ordenó: —Chúpanos las pollas, mamá—. Sonreí y me lamí los labios; abrí la boca y comencé a chuparle la polla a mi hijo menor. Empecé a chupársela como una zorrita. Mateo gimió mientras babeaba sobre su polla dura y hermosa.

Le chupaba la verga a Mateo unos minutos, luego le pasaba a Iker y le chupaba su polla dura y bonita. Lamía todo su miembro, provocando a mi hijo, pasando mi lengua por su polla. Le chupaba la punta a mi hijo mayor, luego abría la boca y la metía de lleno en la boca.
Me pasaron las manos por el pelo negro, agarrándome la cabeza, metiendo sus pollas en la boca. Escuché a mis hijos gemir, dándome palabras de aliento con lujuria. —¡Oh, sí, mamá, chúpame la polla! Sí, eso es. Toma mi polla en tu boca. Sigue chupándola, , mamá. ¡Mójala bien para que pueda metértela en el coño!—
Recorrí sus piernas con las manos, alternando entre ellas, chupando sus pollas, duras y rojas. Les acaricié las vergas, jugando con sus testículos. De vez en cuando, dejaba de chuparles las vergas a mis hijos, los miraba y sonreía. Podía ver que mi lápiz labial estaba manchado por todas sus vergas.
IKer finalmente me detuvo; me agarró del pelo y Mateo me soltó la cabeza. Iker dijo: —¡Al carajo con esto, mamá! ¡Ponte de pie!—.
Me puse de pie tal como me dijo mi hijo.
—Bueno, ahora date la vuelta y ponte de cara a la pared. Hazlo, mamá.
Me giré, quedé de cara a la pared, giré la cabeza para mirar a Ikery lo vi con su polla mojada en la mano.
—Inclínate, mamá—. Dijo: —¡Inclínate y mira la pared!—. Dudé un momento. Iker me empujó suavemente y apoyé las manos contra la pared como si me fueran a nalguear. Sentí a Iker acariciar mi coño con la mano, y luego sentí la punta de su pene en mis labios.
Giré la cabeza y miré a mi hijo: —Iker, por favor, soy tu mamá. No creo que deba dejar que mis hijos me tengan sexo—.Iker esbozó una sonrisa traviesa y lujuriosa. —Ay, no, mamá. Te voy a dar el polvo que te mereces—.
En un instante, la polla dura y bonita de mi hijo se deslizó profundamente en mi coño apretado y húmedo. Ambos gemimos de placer. —¡Joder, mamá, tienes el coño tan apretado y húmedo! ¡Mierda! Me va a encantar follarte. ¡Ahora te voy a follar todo el tiempo!—
Iker metió y sacó lentamente su polla; podía oír sus gemidos y gemidos. Estaba en el séptimo cielo follándome.
—Oh Iker... mmm, eres mi... hijo. Por favor no me folles... oh, qué bueno.—
Iker empezó a follarme más rápido. —Tranquila, mamá, gira la cabeza y mira a la pared. Eres nuestra pequeña zorra, mamá. Sabemos que quieres esto. Sabemos que siempre has querido que tus hijos te follen, así que vamos a follarte—.
—Ahh... Ahhh... Ahh... Ahhh...— gemí cuando Iker empezó a acelerar el ritmo.
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Mateo estaba de pie junto a mí, viendo a su hermano follarme despacio y con lentitud. Metió la mano bajo mi cuerpo y acarició mis enormes y vibrantes pechos. Lo miré con los ojos vidriosos mientras el orgasmo se apoderaba de mí; su polla, dura y bonita, estaba a solo centímetros de mi cara. Tenía muchísimas ganas de chupársela; quería saborear el semen de mi hijo.
—Mamá, no mires mi polla, solo mira hacia abajo. Sí, eso es, Iker. ¡Joder, mamá! ¡Fóllatela bien! Lo desea tanto, escúchala gemir. Sí, mamá, te vamos a follar una y otra vez—.
Iker aceleró el paso, embistiendo mi coño caliente con su verga de acero cada vez más fuerte. Me agarró el culo apretado mientras me follaba con más fuerza.
Mateo se arrodilló y se metió debajo de mí, debajo de mi cuerpo, mientras yo me apoyaba con las manos contra la pared. Hundió la cara entre mis pechos, lamiendo y chupando mis pezones con furia.
Me encantaba lo que me estaba pasando. Tenía a un hijo follándome el coño como un adolescente lujurioso. Miro hacia abajo y veo a mi otro hijo jugando con mis tetas, acariciándolas, lamiéndolas y chupándolas. Me encantaba ver su cabeza entre mis tetas. Me mordí el labio inferior mientras esta sesión de sexo se volvía más placentera.
Mateo me miró y me dijo en voz baja: —Mamá, ¿verdad que está bien? ¿Quieres que paremos?.—
Le respondí con toda mi lujuria y mi deseo incestuoso y prohibido. —Ahhh... ¡Me encanta! Más les vale que me follen bien. Ahh... Ahh... Ahh... Quiero que me folles largo y tendido, que me folles como la madre guarra que soy. Que me uses como un juguete sexual.—
Mateo me sonrió después de decir eso, chupándome cada pezón con fuerza. Entonces mi hijo se levantó: —Sí, Iker, eso es todo. ¡Joder, mamá! ¡Fóllatela fuerte! Haz que mamá grite y gima como una zorra cachonda—.
Volví a levantar la cabeza y miré por encima del hombro a mi hijo menor, que me follaba como un loco. Tenía los ojos vidriosos de placer. Mateo no dejaba de decirle a su hermano que me follara más fuerte y rápido. Iker me tenía las manos en el culo mientras embestía su polla dura contra mi estrecho coño repetidamente. —Ooh, chicos, por favor, no me follen tan bien. Yo... soy su mamá... esto... no es... ay, joder, Iker... no pares—.
¡Ya no podía seguir fingiendo protestar!
Iker me agarró del hombro y puso toda su lujuria en follarme bien. Esa es una de las ventajas de medir solo 1,62 m: cuando me follan por detrás, siempre pueden alcanzar mis hombros para estabilizarse mientras me penetran con fuerza.
Sentía que mi hijo aceleraba el ritmo; su respiración se hacía cada vez más pesada; de repente, noté que su pene se hinchaba y se ponía extremadamente rígido; sabía que estaba a punto de correrse. —¡Oh, sí, mamá, me voy a correr, oh, mierda, me voy a correr en tu coño!—
Mateo gritó: —¡Sí, Iker, hazlo! ¡Córrete en el coño de mamá, fóllalo y llena su coño con tu semen!—
Mi hijo gimió, y luego, con un fuerte gemido, su polla erupcionó, y en ese momento, yo también me corrí. Mi hijo bombeó su espesa y enorme carga de semen en mi coño húmedo, apretado y caliente. Con cada embestida, me enviaba un chorro de semen hasta lo más profundo.
—Joder, sí, mamá, joder, tómalo, mamá, tómalo todo. ¡Ay, sí, qué rico se siente tu coño! ¡Ay, sí... ay, sí, todavía me corro!—. Nunca había visto a un hombre correrse tanto como mi hijo. Grité con todas mis fuerzas, de puro placer lujurioso.

Cuando mi hijo casi se detuvo, sacó su polla húmeda de mi coño; me giré bruscamente, me arrodillé y chupé las gotas de semen que quedaban. Podía saborear el dulce jugo de mi coño por toda la polla de Iker. Chupé y lamí la polla de mi hijo con toda mi lujuria. Él me miró sonriendo: «Sí, chúpala, mamá. Límpiame la polla».
Recorrí con la lengua y los labios la polla de mi hijo, lamiendo cada gota de semen y saboreando el jugo de mi coño en la polla de Iker. Mi hijo se quedó allí mirándome, gimiendo y animándome a seguir chupándole la polla hasta dejarla seca. Cuando terminé, dejé que su polla se deslizara lentamente fuera de mi boca, y fue entonces cuando mi otro hijo, Mateo, me agarró del brazo y me levantó.
—Súbete al futón, mamá. Es mi turno de follarte—, dijo mientras me daba una suave bofetada en la cara.
Fingí protestar un poco más: —Ya me habéis follado los dos. ¿No es suficiente, mi amore?—. Mateo y Iker simplemente se rieron de mí.
Me llevaron al futón mientras fingía forcejear. —Mateo, ya me follaste arriba. Vamos, chicos, soy tu mamá y esto está mal; es incesto—.
—Mamá, sabes que quieres que te follemos. Has dicho que eres nuestra putita, mamá. Además, no podemos embarazarte, ¡así que solo estamos echando un buen polvo! Ahora sé una buena puta, mamá, túmbate y abre las piernas—, me ordenó Mateo.
Hice lo que me pidió mi hijo; estaba deseando que me volviera a follar. Me tumbé boca arriba y abrí las piernas para él. Mateo no perdió tiempo; se arrodilló con su polla dura en la mano. Mi hijo llevó su polla dura y palpitante hasta los labios húmedos de mi vagina. Presionó suavemente la punta de su pene entre mis labios, empujándolo lentamente hasta el fondo.
Me agarró las piernas mientras guiaba su polla hasta el fondo de mí. —¡Oh, sí, mamá! Joder, tienes el coño caliente y apretado. ¡Si yo fuera papá, te habría follado todas las noches!—
Gemí en voz alta con lujurioso deleite, —Esto se siente mucho mejor que tu papá, mi amor. Oh Mateo, fóllame, mi amor. ¡Por favor, fóllate a mamá! ¡Necesito tanto tu polla! Has convertido a mamá en una puta; ustedes, chicos, me han convertido en su puta, mamá. Ahora úsenme y fóllenme. ¡Soy tu madre puta!—
Con eso, Mateo empezó a follarme igual que Iker, fuerte y rápido. Pude ver que mi hijo disfrutaba mucho follándome. Ambos empezamos a gemir de lujuria. Mis pechos rebotaban mientras Iker se arrodillaba junto a mi cabeza, acariciándose la polla lentamente, disfrutando lujuriosamente de ver a su hermano follándose a su madre.
—Sí, Mateo, que se la folle a mamá. Que se la folle bien. Dáselo bien fuerte, métele la polla en su coño apretado. —Mientras mi hijo me follaba, me tocaba las tetas, las acariciaba, jugaba con mis pezones mientras me penetraba el coño mojado con su polla dura y rígida.
¡Ooooh, Mateo! ¡Eso es, fóllame! ¡Fóllame fuerte, más fuerte, más rápido, más rápido, Mateo! ¡Oh, sí, hijo! ¡Juega con mis tetas! ¡Mira cómo me estás poniendo los pezones duros! Eso es, fóllate a tu mamá, fóllame, fóllate a tu mamá bien duro.
Incliné la cabeza para ver qué hacía mi otro hijo; Iker estaba arrodillado a mi lado, masturbándose mientras veía a su hermano y a su madre follar. —¿Te estás masturbando, Iker? ¿Te estás masturbando para mí? ¿Te gusta ver a tu hermano follar con tu madre, la cachonda y guarrilla?—
¡Ay, sí, mamá! ¡Estoy cachondo! ¡Me voy a correr en tu dulce boca! ¡Quiero verte tragar mi semen! Mateo se inclinó y empezó a atacar mis tetas y pezones con su boca húmeda. Su lengua recorrió mis pezones mientras me chupaba con fuerza.
—¡Oh, joder, nena! Oh, Mateo, eso se siente tan bien. Oh... oh... sois tan buenos chicos. ¡Fóllame! ¡Fóllame, haz que me corra!—
El ritmo de las embestidas de mi hijo empezó a acelerarse, cada vez más fuerte. Metió su polla rígida profundamente en mi coño caliente, húmedo y estrecho. No solo sentía sus testículos golpeándome, sino que también podía oírlos.
Mis dos hijos empezaron a gemir y gemir, cada vez más fuerte. Los miré; vi sus deseos prohibidos en sus ojos. Mateo gimió: —¡Joder, mamá... me voy a correr! ¡Mierda, qué bien se siente tu coño alrededor de mi polla! ¡Joder, mamá... estás tan apretada... tan mojada...! ¡Joder! ¡Puedo sentir tu coño ordeñando mi polla! ¡Me voy a correr, mamá... joder, me voy a correr!—
¡Hazlo, nena! Córrete en mí, córrete en mi coño. ¡Oh, sí! ¡Quiero sentir tu polla chorreando tu delicioso semen! Lléname el coño, Mateo... oh, hazlo, hijo. Haz que tu mamá se corra... por favor... haz que me corra... Córrete dentro de mí... oh, por favor, nena... ¡córrete dentro de mi coño!
Iker sabía, igual que yo, que Mateo se iba a correr; se irguió, agarrándome las caderas con fuerza mientras penetraba mi dulce coño con su polla. —¡Hazlo, Mateo! ¡Joder, mamá! ¡Córrete en su coño! ¡Es genial!—
Estaba al borde de mi propio orgasmo; miré a Iker; su pene babeaba líquido preseminal y estaba rojo brillante, rígido. Mientras veía a mi hijo masturbándose, acariciándose la polla cada vez más rápido, supe que él también estaba a punto de correrse.
Entonces Mateo dejó escapar un gemido muy fuerte y lujurioso, y sentí su polla descargar una oleada de semen en mi coño. Eso fue todo lo que necesité; solté un gemido igual de fuerte y lujurioso al comenzar mi intenso orgasmo. Me retorcí y me estremecí por todo el futón mientras experimentaba oleada tras oleada de orgasmos placenteros; mi hijo seguía bombeando su carga de semen dentro de mí al mismo tiempo. Arqueé la espalda, dejando que mis pechos rebotaran salvajemente.
Ver y oír a Mateo y a mí corrernos juntos era justo lo que Iker necesitaba. En medio de una neblina lujuriosa y placentera, oí a mi otro hijo gemir: —¡Mamá, me voy a correr! Abre la boca... ¡Aquí se corre...! ¡Me corro!—
Abrí la boca; Iker apenas me había acercado la polla a los labios cuando estalló, escupiendo semen sobre mis labios y dentro de mi boca. Vi a mi hijo acariciándose la polla, exprimiendo toda su rica carga de semen en mi boca hambrienta y expectante. El semen de mi hijo sabía delicioso; estaba tan cachonda que tragué saliva tan rápido como su polla escupió semen en mi boca.
Iker me quitó la polla de la boca después de escupirme su semen espeso, pegajoso y dulce. Él y su hermano se miraron, sonrieron y atacaron mis tetas.
Cada uno de mis hijos me agarró una de mis grandes tetas. Las apretaron, las tocaron y las acariciaron con tanta lujuria. Sus bocas recorrieron mi areola oscura y grande, y comenzaron a chuparme las tetas con fuerza. Podía sentir sus lenguas lamiendo mis pezones erectos, duros y largos, moviéndolos.
Movieron sus labios para rodear mis pezones y empezaron a chupar con fuerza. De repente, sentí sus dedos sobre mi coño. Uno de mis hijos, Mateo, empezó a frotarme el clítoris mientras Iker metía un par de dedos en mi coño apretado, húmedo y caliente, empapado de semen. Los introdujo justo hasta que llegó a mi punto G.
El dedo de Iker me penetraba mientras su hermano masajeaba mi pequeño clítoris erecto, mientras ambos prodigaban mis pechos con lamidas y mamadas lujuriosas. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó; estaba demasiado absorta en el calor y el oscuro placer que mis hijos me daban. Iker y Mateo me dieron varios orgasmos intensos antes de decidir que ya era suficiente. Mis pechos nunca habían sido prodigados con tanta lujuria como lo hicieron mis hijos, y me encantó.
Mateo y Iker se quedaron de pie después de excitarme. Se miraron y sonrieron. —¿Qué te parece, Iker? ¿Ya terminamos con mamá?—. Iker me miró allí tumbado; su pene y el de Mateo babeaban más líquido preseminal.
—No, quiero que mamá me chupe la polla otra vez.— —Sí, creo que tienes razón, Iker. Mamá necesita una polla bien dura en su boca y una polla bien dura en ese coño tan fantástico. Ponte de pie, mamá.—
Me puse de pie, preguntándome qué estarían pensando mis hijos. Mateo se tumbó en el futón; su polla, dura y bonita, estaba erguida, y sabía exactamente lo que quería, así que me acerqué a él sin decir palabra. Me senté a horcajadas sobre él y me agaché lentamente, observando la sonrisa lujuriosa que se dibujaba en su rostro.
Agarré su polla húmeda y erecta con la mano y la introduje en mi coño apretado y caliente. Mi hijo vio cómo su pene desaparecía en mi coño. Soltó un fuerte gemido, al igual que yo. —Eres una zorra muy cachonda, mamá. Sabías exactamente lo que quería sin que yo dijera nada—.
—Una buena madre sabe lo que necesitan sus hijos. Así les gusta a ustedes dos—, dije mientras comenzaba a montar lentamente la polla de Mateo.
—¡Así es, mamá, ahora móntame la polla!— Empecé a mover las caderas, subiendo y bajando la polla de mi hijo, deslizándola dentro y fuera de mi coño húmedo y estrecho. Empecé a mover las caderas en círculos; mi hijo Mateo gemía de placer mientras cabalgaba su polla.
Mi hijo Mateo me recorrió el cuerpo con las manos. Primero me agarró el trasero, luego me recorrió la espalda, el estómago y luego mis enormes pechos. Observé y disfruté mientras mi hijo me apretaba y acariciaba los pechos. Gemí con voz profunda mientras seguían follándome.
—¡Ah, sí, mamá! ¡Mmm, ya está, cabalga mi maldita polla! ¡Cógeme, mamá! ¡Mierda, cógeme, buena mamá! Me incliné hacia delante y puse las manos sobre el pecho de mi hijo para sujetarme mientras cabalgaba su hermosa polla como una pequeña jinete de rodeo de mamá guarrilla.
Eso no duró mucho, pues mi otro hijo quería que le chuparan la polla. Iker se acercó y se paró sobre su hermano justo frente a mí. Sostenía su polla erecta en la mano y me dijo con un tono muy lujurioso: —¡Siéntate, mamá, y chúpame la polla!—. Me incorporé, abrí la boca y saqué mi lengua húmeda; en ese momento, Iker metió su polla en la boca.
Moví la cabeza de arriba abajo sobre la polla de mi hijo lo mejor que pude mientras seguía follándome al otro. Le saciaba la polla con toda mi lujuria acumulada. Si alguien hubiera estado fuera de la puerta, habría oído fuertes gemidos, gemidos y sorbos.
Pasé mi lengua por toda la polla de Iker; la lamí como un delicioso cono de helado. Recorrí con mis labios toda su verga, luego chupé solo la punta, lamiendo salvajemente la parte inferior justo detrás de su polla, recogiendo todo su líquido preseminal. —¡Oh, sí, mamá, chúpala! ¡Chúpala bien!—
—Mierda, el coño de mamá está tan mojado y pegajoso—, dijo Mateo. Iker respondió: —¡Debe ser su jugo vaginal y todo nuestro semen!—. Mateo bajó las manos hasta mis caderas; las agarró y empezó a ayudarme a subir y bajar sobre su polla.
—Sí, mamá, toma mi polla. Joder, me voy a correr en tu coño otra vez. ¡Sí, me voy a correr en él! —Seguí cabalgando la polla de mi hijo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
La polla de Iker se me escapaba constantemente de la boca, así que me agarró la cabeza y empezó a follarme la boca salvajemente con su verga. La saliva y el líquido preseminal goteaban de la polla de mi hijo y me salían por las comisuras de la boca.

—¡Chúpala, mamá, chúpala bien! ¡Ooh, joder, yo también me voy a correr!—, exclamó Iker. Empecé a concentrarme en chupársela a mi hijo, haciéndole la mejor mamada de mi vida.
Solo nos tomó un par de minutos de este festival de sexo salvaje antes de corrernos. Mateo y yo nos corrimos primero, prácticamente al mismo tiempo. Sentí que la polla de mi hijo empezaba a chorrear su semen en mi coño expectante. Fue entonces cuando también experimenté mi orgasmo.
Mi coño se apretó alrededor de la polla de mi hijo y palpitó, sacando la leche de Mateo de su excelente verga. Podía sentir su polla disparando su semen, chorro tras chorro, tras chorro de semen de mi hijo. Mateo gimió con fuerza: —¡Joder, mamá! ¡Oh, sí... sí, tómalo... joder, sí... se siente taaaan bien!—
Al principio, intenté soltar un gemido de placer, pero Iker no me dejaba sacarme la polla de la boca. Siguió follándome la boca, gruñendo con fuerza. Sus bolas me golpeaban la barbilla, y por su ritmo, supe que él también estaba listo para correrse.
Sacó su polla de mi boca, y al hacerlo, dejé escapar un gemido reprimido de placer lujurioso. —¡Oh, Dios! ¡Oh, sí, oh, sí, ooh, síííí! ¡Ooooooooh... chicos... sigan follándome, Mateo... sigan corriéndose dentro de mí!—
Cerré los ojos, disfrutando cada instante de mi orgasmo con mi hijo. Abrí un poco los ojos y vi a Iker allí de pie, apretando su pene con fuerza en la mano; me pregunté en el fondo de mi mente qué estaría esperando. No tuve que esperar mucho más.
En cuanto terminé mi orgasmo, Iker se abalanzó sobre mí y me apartó de su hermano con la mano libre. —¡Acuéstate, mamá!—. Todavía estaba vidriosa por la fantástica follada de Mateo, pero hice lo que me dijo.
Iker se agachó sobre mí, a horcajadas sobre mi cuerpo. Metió su polla entre mis pechos: —¡Aprieta tus pechos contra mi polla, mamá! ¡Hazlo ya! ¡Quiero follarte los pechos y correrme sobre ellos!—. Apreté mis pechos y vi a mi hijo follármelos como un adolescente cachondo.
—¡Sí, nena! Fóllame las tetas. Fóllate las tetas de tu madre. Quiero tu semen sobre ellas. ¡Hazlo, Iker, córrete sobre ellas! Iker me puso las manos en la areola y los pezones; me los revolvió un rato antes de correrse.
Mi hijo no duró mucho follándome las tetas, y cuando soltó su semen, fue como una explosión pegajosa, caliente y húmeda. —¡Mamá! ¡Ahí viene! ¡Me voy a correr! ¡Me corro!—
Su polla disparó su semen justo entre mis pechos, el semen me chorreó por todas partes, deslizándome por el cuello. La punta de su polla estalló entre ellos, enviando otro géiser de semen directamente a mi boca abierta y expectante.
Con un par de embestidas más, vació sus bolas y su polla de todo su delicioso semen. Iker se puso de pie; su polla estaba cubierta de semen, al igual que mis tetas. Mis tetas y su polla parecían tener una buena capa de glaseado pegajoso y dulce; solo que era semen caliente y pegajoso.
Apoyé las manos en la espalda mientras me levantaba y tomaba la polla llena de semen de mi hijo en mi boca. La lamí y chupé hasta dejarla limpia, y luego Mateo se paró a su lado, con la polla cubierta de semen y mi jugo vaginal. Por supuesto, también limpié su polla, saboreando cada gota de su semen y mi dulzura.
Iker y Mateo sonrieron con picardía y lujuria mientras me veían lamer y chupar sus pollas hasta dejarlas limpias. Iker me miró: «Ahora lámete las tetas, mamá. Queremos ver cómo te las limpias».
Observé cómo los ojos de mi hijo brillaban de placer mientras me observaba lamerme las tetas lenta y sensualmente para limpiarme el delicioso semen de Iker. Tarareé y gemí suavemente mientras lo hacía, haciéndoles saber cuánto disfrutaba de su sabor.
—¿Ya terminaron de follarme, chicos?—
—Sí, mamá, creo que todos necesitamos un descanso—, respondió Mateo.
—Pero te vamos a follar hasta dejarte sin aliento cada vez que podamos... ¿Si te parece bien, mamá? —añadió Iker.
Les sonreí mientras me levantaba. —Más vale que lo hagan, siempre y cuando no haya nadie cerca. Ese fue el mejor polvo que he tenido, y quiero más—
La habitación del sótano olía a sexo, a sudor y a transgresión cumplida. El aire, antes cargado de tensión, ahora estaba pesado con el eco de los gemidos y la satisfacción cruda. Yo estaba desnuda, cubierta de sudor y sus fluidos, mis tetas brillaban bajo la luz desnuda, empapadas del semen de Iker que me lamía lentamente, saboreando el sabor salado y prohibido mientras los ojos de mis hijos, aún oscuros de lujuria, me observaban con una mezcla de asombro y posesión total.
Sus palabras finales resonaron en el silencio que siguió a la tormenta.
—Pero te vamos a follar hasta dejarte sin aliento cada vez que podamos... ¿Si te parece bien, mamá?
Les sonreí, un gesto lento y cargado de una promesa aún más peligrosa que cualquier acto físico. Mi cuerpo entero palpitaba, adolorido y vivo de una manera que no recordaba.
—Más vale que lo hagan —respondí, mi voz ronca por el uso—. Siempre y cuando no haya nadie cerca. Ese fue el mejor polvo que he tenido, y quiero más.
Esa declaración, tan cruda y verdadera, selló el pacto. Ya no había vuelta atrás. No era un desliz, un momento de locura. Era el comienzo de una nueva y retorcida normalidad.
Los días y semanas que siguieron se desarrollaron bajo ese nuevo sol. Dante, siempre distante en su mundo de planos y reuniones, nunca sospechó. La casa, con sus amplios espacios y horarios variables, se convirtió en nuestro burdel privado. La rutina se estableció con una facilidad aterradora. Un susurro en la cocina por la mañana, un mensaje de texto cifrado, una puerta entreabierta cuando Dante salía. Yo ya no usaba ropa provocativa como un cebo; era mi uniforme de batalla, la piel de mi nueva identidad. Me convertí en una experta en mentiras rápidas, en sonrisas inocentes para mi marido y en miradas cargadas de intención para mis amantes.
Iker y Mateo, mis hijos, mis amantes, se transformaron. La timidez de Mateo se disolvió, reemplazada por una confianza sensual y una creatividad lujuriosa que me sorprendía. Iker canalizó la agresividad del rugby hacia nuestra intimidad, poseyéndome con una intensidad que me dejaba temblando. Entre ellos surgió una complicidad silenciosa, un entendimiento de cómo compartirme, turnándose o, en los momentos más osados, reclamándome juntos, como en esa primera vez en el sótano que se repitió, cada vez con menos pretextos y más hambre.
Mi cuerpo era un mapa que ellos conocían mejor que nadie. Mi mente, un campo de batalla donde la culpa luchaba breves y perdidas batallas contra una lujuria que lo había conquistado todo. A veces, al acostarme junto a Dante, sentía el peso de su semen seco entre mis muslos o el recuerdo de la boca de Mateo en mis pechos, y un escalofrío de peligro y excitación me recorría. Había cruzado una línea de la que no había regreso, y en lugar de vacío, encontré una plenitud perversa y eléctrica.
El verano llegó a su fin, pero nuestro secreto no. Se adaptó, se volvió más inteligente, más arraigado. Yo ya no era solo Ariadna, la esposa de Dante. Era "mamá", la diosa, la puta, la confidente y el objeto de deseo más profundo de mis dos hijastros. Y en la oscuridad de sus habitaciones o en el silencio aislado del sótano, lejos de los ojos del mundo, florecía un jardín de pecado tan vibrante y adictivo que no quería escapar de él.
La historia no terminó con un descubrimiento dramático o un arrepentimiento. Terminó, o más bien, encontró su equilibrio, en la aceptación silenciosa de que algunos tabúes, una vez rotos, no se reparan. Se habitan. Y yo, Ariadna, había encontrado mi hogar prohibido en los brazos, en las bocas y en las pollas duras de mis hijos. Era mi verdad, mi secreto, y mi verano eterno de lujuria.

FIN
Aqui termina esta aventura, ¡Espero les haya gustado! Si quieren más historias, chequen mi perfil donde hay otras historias esperándolos Dejen sus puntos, comentarios y compartan para mas, muchas gracias por su apoyo y esperen mas historias
—Mmm, mis amores, están deliciosos —jadeé, mi voz ronca y cargada de un placer vicioso—. Me encanta ser una madura zorra para ustedes.

Mis palabras, pronunciadas en voz alta mientras mi lengua recogía las últimas gotas blancas y saladas de sus semen de mis pechos, sellaron mi transformación final. Ya no había coqueteo, ni juego, ni pretensión de control. Esto era rendición y aceptación total. Escuché a mis dos hijos gemir, no solo de placer físico, sino de emoción al verme tan abiertamente puta, tan completamente suya.
Iker se giró hacia su hermano, sus ojos oscuros brillando con una complicidad salvaje.
—Tu turno —dijo, con una voz que no admitía discusión.
Mateo, moviéndose con una confianza nueva y peligrosa, me agarró las dos manos, inmovilizándome contra el frío cuero del sillón de Dante. Iker se deslizó de nuevo entre mis piernas, que aún temblaban. Observé, con una mezcla de incredulidad y excitación vertiginosa, cómo mi hijo mayor se posicionaba, sus manos acariciando la cara interna de mis muslos antes de bajar su cabeza. El calor de su aliento, seguido por la presión húmeda y experta de su lengua en mi clítoris, me arrancó un grito ahogado. ¿Cuántas veces más me lamerían el coño mis hijos? La pregunta ya no importaba. Solo existía la sensación.
Iker se levantó de pronto, su rostro brillante por mis fluidos.
—¡Mamá, mira! —exclamó, agarrando su polla, que seguía erecta y palpitante, tan imponente como al principio—. ¡Mi polla todavía está dura!
Bajé la mirada y, efectivamente, la de Iker seguía en un estado de rigidez impresionante. La de Mateo, que aún me sujetaba las manos, no le iba en zaga. Una punzada de asombro y algo más, algo como premonición, me recorrió.
Mateo habló entonces, su tono era extrañamente formal en medio del caos.
—¿Deberíamos decírselo a mamá?
Iker respondió sin dudar.
—Sí, digámosle.
—¿Qué? —pregunté, mi voz un hilo de ansiedad y curiosidad—. ¿Qué esconden, chicos?
Mateo soltó una de mis muñecas para agarrar su propia polla, mostrándomela.
—Bueno, mamá… es que en la habitación de papá encontramos unas de esas pastillas… de esas que te ponen la polla dura. —Hizo una pausa, disfrutando de mi expresión de shock—. Cada uno tomó una antes de que volvieras a casa. —Su sonrisa se volvió un gesto de pura lujuria conquistadora—. ¡Queremos follarte hasta dejarte sin poder caminar, mamá!
La revelación explotó en mi mente como una bomba. No era solo su juventud y deseo; era una potencia química, deliberada, enfocada en mí. El miedo y la excitación chocaron dentro de mí, creando un cortocircuito. Pero no tuve tiempo de procesarlo.
Antes de que una sola palabra de protesta pudiera formarse en mis labios, Iker, guiado por un instinto animal y urgente, se alineó y, con un empuje poderoso y preciso, deslizó su polla dura y enorme en mi coño mojado y estrecho.
Un gemido desgarrador, un sonido primal de sorpresa, dolor transformándose al instante en placer puro, me fue arrancado del pecho.
—¡Oh, mierda!… ¡Dios mío, mamá!… —gritó Iker, sus ojos se cerraron de éxtasis—. ¡Tienes el coño tan apretado, húmedo y caliente! ¡Mierda, qué bien se siente esto en mi polla! —Giró la cabeza hacia su hermano, su expresión era de triunfo obsceno—. ¡Mierda, Mateo, te encantará meter tu polla en el coño de mamá!
La sensación era abrumadora. Una plenitud que lindaba con el dolor, un calor que me consumía desde dentro.
—Ahh… es tan grande… no puedo… soportarlo… —logré balbucear, mis manos aferrándose a los brazos del sillón—. Esto está mal… oh, Iker… Iker, no. Esto podría estar yendo demasiado lejos… Soy tu mamá. ¡No deberías follarme!
Eran las últimas y débiles chispas de una moralidad que ya había arrojado por la ventana. Iker me ignoró por completo; estaba poseído. Sacó su polla casi por completo, dejándome sentir la agonía de su ausencia por una fracción de segundo, antes de volver a clavarla dentro. Empezó a establecer un ritmo, lento al principio, deliberado, cada embestida una exploración profunda. Se notaba que disfrutaba no solo del acto, sino de la posesión, de la violación del último tabú.
—Ah, joder… ah… joder… awww, mamá… —gemía entre embestida y embestida—. Te sientes tan bien con mi polla. ¡Nunca pensé que tu coño estaría tan apretado y caliente, mamá!
Mis protestas se volvieron erráticas, contradictorias, traicionadas por mi propio cuerpo.
—Por favor, Iker… Iker… no… Soy tu mamá… esto está yendo demasiado lejos… —una pausa, un jadeo profundo cuando su cadera chocó contra la mía en un ángulo perfecto—. Ay, mierda… Iker… sí… ¡hazlo! ¡Sí! ¡Oh, mierda, Iker… más fuerte, mi amor! ¡Más fuerte! ¡Dame tu verga! ¡Quiero más! ¡Fóllame!

La rendición fue total. Mi cuerpo, sabio y traicionero, tomó el control. Iker, animado por mis gritos, me sujetó las piernas con fuerza, abriéndome más, y comenzó a follarme con una ferocidad salvaje. Cada embestida era más profunda, más rápida. Encontró un punto dentro de mí, ese nudo de sensaciones que hacía que mi visión se nublara, y no dejó de golpearlo.
—¡Sí, Iker, fóllate a mamá! —alentaba Mateo desde atrás, su voz estaba cargada de una excitación vicaria—. ¡Fóllatela bien! ¡Fóllatela más fuerte… más fuerte! ¡Hazla gritar! ¡Mira sus tetas! ¡Míralas rebotar! ¡Mierda, quiero follarte también, mamá! ¡Vamos a follarte todo el día y toda la noche! ¡Eso es, fóllate a mamá, fóllatela! ¡Haz que se corra!
El ambiente era una cacofonía de jadeos, gemidos, piel contra piel y las palabras más sucias, las que nunca deberían cruzar los labios de una madre y sus hijos. De vez en cuando, un último vestigio de razón intentaba emerger:
—Hunn… Iker… oh, mierda… ¿y si… y si… tu papá… e-entra… y… y nos ve? ¡Ooh, sí… oh, Dios, me vas a hacer correr!
La respuesta de Iker fue una bofetada. No fue brutal, pero sí lo suficientemente fuerte para sorprenderme, para doler, para añadir una capa más de humillación y excitación.
—¡Mamá… oh, mierda, estás tan apretada…! —gruñó, sin detener su ritmo frenético—. ¡Él también querría follarte! ¡Todos quieren follarte! ¡Estás tan buena, mamá! ¡Tan jodidamente buena!
El orgasmo se construyó dentro de mí como una ola imparable, alimentada por la transgresión, la potencia de su juventud potenciada, la crudeza de sus palabras y la pérdida total de control. Me retorcía debajo de él, gimiendo, suplicando, ya sin saber qué pedía.
—¡Dios mío… Iker, no! Me vas a hacer correr… joder, me voy a correr. Soy… soy tu mamá… por favor, chicos… sí, por favor.
—¡Cállate, mamá! —rugió Mateo—. ¡Sabes que querías que te cogiéramos! Llevas semanas provocándonos.
Pero yo ya no podía callar. El clímax estalló, fue un cataclismo arrasando con cualquier último pensamiento coherente. Mi cuerpo se arqueó violentamente, separándose del sillón, cada músculo en tensión.
—¡Dios mío… Iker… ¡ME CORRO! —grité, mi voz rasgada—. ¡ME CORRO, MI AMOR! ¡CÓGEME… CÓGETE… A TU MAMÁ! ¡ESO ES! ¡CÓMETELA… NO PARES, IKER! ¡NO TE ATREVAS A PARAR!
Iker, impulsado por mis gritos y la convulsión de mi coño alrededor de su polla, se volvió completamente animal. Sus embestidas fueron descontroladas, profundas, un ritmo frenético de pura necesidad. Gruñía, gemía, jadeaba. Estaba follándose a su madre, y esa realidad, lejos de detenerlo, lo consumía.
—¡OH, JODIDAMENTE SÍ… IKER! —aullé, perdida en el abismo—. ¡MÁS FUERTE, MI AMOR! ¡FÓLLAME! ¡FÓLLATE A TU MAMÁ PUTA! ¡CÓRRETE DENTRO DE MÍ! ¡QUIERO QUE TE CORRAS! ¡LLÉNAME EL COÑO CON TU POLLA!
El segundo orgasmo, o tal vez una extensión del primero, me sacudió con fuerza redoblada. Sentí un torrente de mis propios jugos, calientes y abundantes, empapando a Iker, el sillón, todo. En ese momento de absoluta vulnerabilidad y placer corrupto, Iker finalmente gritó, un rugido gutural, y sentí el calor explosivo de su semen liberándose dentro de mí en pulsaciones largas y potentes, llenando el espacio que su polla había reclamado.
Mi coño se tensó alrededor de su polla, y mientras oleadas de orgasmos me golpeaban, los músculos de mi coño empezaron a ordeñar la polla de mi hijo.
—¡Mamá, mierda! ¡Tu maldito coño está apretando... ordeñando mi polla!—
Podía sentir la polla de mi hijo hinchándose en mi coño. De repente, lo oí decir: —Te enseñaré a callar a mi mamá. ¡Dale algo que hacer con sus labios y su lengua!—
Saltó sobre mi escritorio y se sentó a horcajadas sobre mi cuerpo, justo encima de mis pechos. Entonces mi hijo me agarró el pelo largo y negro, y su polla mojada estaba en su mano. Me la metió en la boca y se corrió. ¡Guau, su semen sabía delicioso! Podía sentir el jugo de mi coño en su polla, que formaba una mezcla deliciosa con el semen de mi hijo.
Cuando mi hijo terminó de correrme en la boca, sacó su polla roja y dura. —Me encanta correrme en tu boca, mamá. Me encanta verte tragar mi semen— Hunter sonrió y se bajó del escritorio.

Mateo estaba excitado, más allá de los límites de su paciencia, listo para follarme allí mismo en el escritorio de su padre. Pero en un movimiento inesperado, Iker me soltó las muñecas para acercarse. Fue el descuido que necesitaba.
Aprovechando ese instante de confusión, me liberé con un movimiento brusco y salté del borde del escritorio, mis piernas temblorosas encontrando el suelo. Mis hijos, desprevenidos por mi súbita fuga, se quedaron mirándome por un segundo. No perdí tiempo. Empecé a caminar hacia la puerta de la oficina, completamente desnuda excepto por los tacones altos rojos, que resonaban contra el piso de madera con un clack-clack ansioso.

No estaba segura de por qué huía. Quizás un instinto residual, una chispa de prudencia ante la idea de que Dante pudiera llegar inesperadamente y encontrar nuestro trío tabú justo en su despacho. Pero en el fondo, no les tenía miedo a mis hijos. Este forcejeo, esta persecución, era parte del juego, una coreografía peligrosa que mi cuerpo deseaba tanto como el suyo.
—¡Estúpido! —escupió Mateo a su hermano, enfurecido por haberme dejado escapar—. ¡Mírala!
Entonces, comenzaron a avanzar hacia mí. Me detuve un momento, en medio del pasillo, y me giré para verlos. Allí estaban, mis dos hijos, completamente desnudos, caminando con determinación hacia mí, sus pollas rígidas y palpitantes en sus manos, moviéndose con cada paso. La visión era tan primitiva, tan crudamente sexual, que me faltó el aire.
—Bueno, Mateo… Iker —dije, intentando que mi voz sonara razonable, temblorosa—. Deberíamos parar… Soy su madre; no sé si esto es correcto. Quizás estemos yendo demasiado lejos.
Mis palabras eran un guion vacío. Ellos lo sabían. Solo me sonrieron, unas sonrisas anchas y hambrientas que no dejaban lugar a dudas. Sus oscuras fantasías se habían apoderado por completo de ellos, y debo admitir que ver esa transformación, esa pérdida de control, me excitaba hasta la médula.
Salí completamente de la oficina. La escalera que subía a las habitaciones estaba a mi derecha. Con un último intento teatral, me giré y fingí correr hacia ella, pero mis tacones no eran para correr, y ellos eran demasiado jóvenes, demasiado rápidos. Además, una parte de mí, profunda y vergonzosamente húmeda, no quería irme en absoluto.
Mateo me alcanzó primero. Sus brazos me rodearon desde atrás con fuerza, deteniéndome en seco. Su polla dura, un bastón de calor y necesidad, se clavó contra la parte baja de mi espalda. Luego me giró bruscamente, enfrentándome a Iker, quien ya nos cerraba el paso, su pecho ancho bloqueando el camino a las escaleras.
—Oye, mamá. ¿Adónde crees que vas? —preguntó Iker, su voz un ronco susurro cargado de intención.
—Eh, iba a subir… a mi habitación —logré decir, intentando que mi voz sonara temerosa, suplicante—. Vamos, chicos, déjenme subir, por favor. Les chuparé la polla todo lo que quieran. Es que… no me siento bien abajo.
Iker se rió, un sonido seco y sin humor.
—Cállate, mamá. Voy a follarte; he estado soñando con follarte durante tanto tiempo.
—Oye Iker, ¿qué te parece, arriba o abajo? —preguntó Mateo a su hermano por encima de mi hombro, como si yo fuera un botín a repartir.
—¡Abajo! —declaró Iker sin dudar—. Sí, quiero follar con mamá abajo.
Mis hijos, coordinados en su propósito, me llevaron a rastras, no hacia el sofá de la sala como yo esperaba, sino hacia la puerta discreta que conducía al sótano. Un nuevo golpe de adrenalina, mezclado con un miedo genuino pero electrizante, me recorrió. Iker abrió la puerta y, sin ceremonias, me guiaron escaleras abajo en la penumbra. Mateo cerró la puerta tras de nosotros con un clic definitivo.
El sótano terminado olía a tierra y a madera antigua. Pasamos rápidamente por la habitación principal con la mesa de billar, luego por el lavadero, hasta llegar a una pequeña habitación en la parte de atrás. Iker encendió la luz del techo, una bombilla desnuda que bañaba la estancia en una luz cruda. Mateo me soltó y cerró la puerta con llave. La habitación era austera: un colchón tamaño king en el suelo, sin marco, que reconocí como aquel en el que Dante dormía a veces cuando discutíamos. Sin pensarlo, me moví rápidamente hacia la esquina más alejada, pegándome a la pared, fingiendo una última resistencia.
Mis hijos se quedaron de pie junto a la puerta cerrada, acariciándose lentamente las pollas mientras me observaban, como depredadores evaluando a su presa. Fue entonces cuando Mateo, el callado, el tímido, habló con una voz que no le conocía, clara, fría y cargada de una lujuridad oscura.
—Mamá, vamos a follarte hasta dejarte sin aliento. Puedes gritar y gemir todo lo que quieras; aquí abajo nadie nos oirá follarte.
Sus palabras, tan inusuales en él, encendieron una chispa de comprensión en mi mente aturdida. La laptop… mi diario personal del trabajo, llena de notas y proyectos… y también, escondido entre archivos con nombres inofensivos, mi diario de fantasías secretas. Dante y yo habíamos escrito algunas juntos, pero la mía, la más profunda, la que él nunca quiso cumplir, era solo mía. La única fantasía sexual que mi marido jamás me concedería.
Yo quería que él y otro hombre me follaran. No hacer el amor. Follarme. Quería que me usaran, que me destrozaran sexualmente, que me obligaran a ser su pequeña zorra sumisa. Había detallado el escenario, la dinámica, hasta una palabra de seguridad: "Conejito". Si la decía, todo debía parar.
De repente, todo encajó. El cambio de actitud de Mateo, la determinación salvaje de Iker, este escenario aislado… No era solo su lujuria desbocada. Estaban siguiendo un guion. Mi guion.
Una sonrisa lenta, diabólica, se extendió por mi rostro. El miedo fingido se disipó, reemplazado por un calor húmedo y una excitación que amenazaba con volverme loca. Los miré, con el cuerpo enrojecido, los pechos subiendo y bajando con una respiración dificultosa.
Entonces, probé. Grité la palabra al aire, no con pánico, sino con un desafío:
—¡Conejito!
Mis hijos se detuvieron al instante. Sus manos cesaron en sus pollas. Me miraron, desconcertados por un segundo, la fachada de depredadores se resquebrajó para mostrar un atisbo de duda.
—¿Qué dijiste, mamá? —preguntó Iker, su ceño fruncido.
—¿Quieres que paremos, mamá? —preguntó Mateo, con genuina curiosidad, pero también con un hilo de decepción en la voz.
Ahora estaba segura. Lo sabían todo. Y no estaban aquí para violar mis límites; estaban aquí para cumplir mi fantasía más profunda y prohibida.
Una risa baja y cargada de lujuria escapó de mis labios. Me mordí el labio inferior, saboreando el poder de mi propia entrega.
—No, mis amores —dije, y mi voz ya no temblaba, era un susurro ronco, sensual, cargado de una promesa obscena—. Hoy… "Conejito" significa que me cojan. ¡Que me cojan como a una puta! ¡Que me hagan su madre puta! ¡Que me destrocen, mi amor!
Avancé un paso desde la esquina, alejándome de la pared, entregándome al centro de la habitación, al centro de su mirada.
—Quiero ser su pequeña zorra —continué, deslizando mis manos por mis propios costados, acariciando mis caderas—. Quiero que usen mi cuerpo sexy para su placer. ¡Pueden hacerme lo que quieran!—
continua asi —Mis hijos me sonrieron; me miraron como un lobo mira a un cordero. Iker exclamó: —¡Arrodíllate, zorra!—
Obedientemente, me arrodillé y vi a mis hijos acercarse, con sus pollas duras y hermosas balanceándose. Mis hijos se pararon frente a mí y Iker me ordenó: —Chúpanos las pollas, mamá—. Sonreí y me lamí los labios; abrí la boca y comencé a chuparle la polla a mi hijo menor. Empecé a chupársela como una zorrita. Mateo gimió mientras babeaba sobre su polla dura y hermosa.

Le chupaba la verga a Mateo unos minutos, luego le pasaba a Iker y le chupaba su polla dura y bonita. Lamía todo su miembro, provocando a mi hijo, pasando mi lengua por su polla. Le chupaba la punta a mi hijo mayor, luego abría la boca y la metía de lleno en la boca.
Me pasaron las manos por el pelo negro, agarrándome la cabeza, metiendo sus pollas en la boca. Escuché a mis hijos gemir, dándome palabras de aliento con lujuria. —¡Oh, sí, mamá, chúpame la polla! Sí, eso es. Toma mi polla en tu boca. Sigue chupándola, , mamá. ¡Mójala bien para que pueda metértela en el coño!—
Recorrí sus piernas con las manos, alternando entre ellas, chupando sus pollas, duras y rojas. Les acaricié las vergas, jugando con sus testículos. De vez en cuando, dejaba de chuparles las vergas a mis hijos, los miraba y sonreía. Podía ver que mi lápiz labial estaba manchado por todas sus vergas.
IKer finalmente me detuvo; me agarró del pelo y Mateo me soltó la cabeza. Iker dijo: —¡Al carajo con esto, mamá! ¡Ponte de pie!—.
Me puse de pie tal como me dijo mi hijo.
—Bueno, ahora date la vuelta y ponte de cara a la pared. Hazlo, mamá.
Me giré, quedé de cara a la pared, giré la cabeza para mirar a Ikery lo vi con su polla mojada en la mano.
—Inclínate, mamá—. Dijo: —¡Inclínate y mira la pared!—. Dudé un momento. Iker me empujó suavemente y apoyé las manos contra la pared como si me fueran a nalguear. Sentí a Iker acariciar mi coño con la mano, y luego sentí la punta de su pene en mis labios.
Giré la cabeza y miré a mi hijo: —Iker, por favor, soy tu mamá. No creo que deba dejar que mis hijos me tengan sexo—.Iker esbozó una sonrisa traviesa y lujuriosa. —Ay, no, mamá. Te voy a dar el polvo que te mereces—.
En un instante, la polla dura y bonita de mi hijo se deslizó profundamente en mi coño apretado y húmedo. Ambos gemimos de placer. —¡Joder, mamá, tienes el coño tan apretado y húmedo! ¡Mierda! Me va a encantar follarte. ¡Ahora te voy a follar todo el tiempo!—
Iker metió y sacó lentamente su polla; podía oír sus gemidos y gemidos. Estaba en el séptimo cielo follándome.
—Oh Iker... mmm, eres mi... hijo. Por favor no me folles... oh, qué bueno.—
Iker empezó a follarme más rápido. —Tranquila, mamá, gira la cabeza y mira a la pared. Eres nuestra pequeña zorra, mamá. Sabemos que quieres esto. Sabemos que siempre has querido que tus hijos te follen, así que vamos a follarte—.
—Ahh... Ahhh... Ahh... Ahhh...— gemí cuando Iker empezó a acelerar el ritmo.
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Mateo estaba de pie junto a mí, viendo a su hermano follarme despacio y con lentitud. Metió la mano bajo mi cuerpo y acarició mis enormes y vibrantes pechos. Lo miré con los ojos vidriosos mientras el orgasmo se apoderaba de mí; su polla, dura y bonita, estaba a solo centímetros de mi cara. Tenía muchísimas ganas de chupársela; quería saborear el semen de mi hijo.
—Mamá, no mires mi polla, solo mira hacia abajo. Sí, eso es, Iker. ¡Joder, mamá! ¡Fóllatela bien! Lo desea tanto, escúchala gemir. Sí, mamá, te vamos a follar una y otra vez—.
Iker aceleró el paso, embistiendo mi coño caliente con su verga de acero cada vez más fuerte. Me agarró el culo apretado mientras me follaba con más fuerza.
Mateo se arrodilló y se metió debajo de mí, debajo de mi cuerpo, mientras yo me apoyaba con las manos contra la pared. Hundió la cara entre mis pechos, lamiendo y chupando mis pezones con furia.
Me encantaba lo que me estaba pasando. Tenía a un hijo follándome el coño como un adolescente lujurioso. Miro hacia abajo y veo a mi otro hijo jugando con mis tetas, acariciándolas, lamiéndolas y chupándolas. Me encantaba ver su cabeza entre mis tetas. Me mordí el labio inferior mientras esta sesión de sexo se volvía más placentera.
Mateo me miró y me dijo en voz baja: —Mamá, ¿verdad que está bien? ¿Quieres que paremos?.—
Le respondí con toda mi lujuria y mi deseo incestuoso y prohibido. —Ahhh... ¡Me encanta! Más les vale que me follen bien. Ahh... Ahh... Ahh... Quiero que me folles largo y tendido, que me folles como la madre guarra que soy. Que me uses como un juguete sexual.—
Mateo me sonrió después de decir eso, chupándome cada pezón con fuerza. Entonces mi hijo se levantó: —Sí, Iker, eso es todo. ¡Joder, mamá! ¡Fóllatela fuerte! Haz que mamá grite y gima como una zorra cachonda—.
Volví a levantar la cabeza y miré por encima del hombro a mi hijo menor, que me follaba como un loco. Tenía los ojos vidriosos de placer. Mateo no dejaba de decirle a su hermano que me follara más fuerte y rápido. Iker me tenía las manos en el culo mientras embestía su polla dura contra mi estrecho coño repetidamente. —Ooh, chicos, por favor, no me follen tan bien. Yo... soy su mamá... esto... no es... ay, joder, Iker... no pares—.
¡Ya no podía seguir fingiendo protestar!
Iker me agarró del hombro y puso toda su lujuria en follarme bien. Esa es una de las ventajas de medir solo 1,62 m: cuando me follan por detrás, siempre pueden alcanzar mis hombros para estabilizarse mientras me penetran con fuerza.
Sentía que mi hijo aceleraba el ritmo; su respiración se hacía cada vez más pesada; de repente, noté que su pene se hinchaba y se ponía extremadamente rígido; sabía que estaba a punto de correrse. —¡Oh, sí, mamá, me voy a correr, oh, mierda, me voy a correr en tu coño!—
Mateo gritó: —¡Sí, Iker, hazlo! ¡Córrete en el coño de mamá, fóllalo y llena su coño con tu semen!—
Mi hijo gimió, y luego, con un fuerte gemido, su polla erupcionó, y en ese momento, yo también me corrí. Mi hijo bombeó su espesa y enorme carga de semen en mi coño húmedo, apretado y caliente. Con cada embestida, me enviaba un chorro de semen hasta lo más profundo.
—Joder, sí, mamá, joder, tómalo, mamá, tómalo todo. ¡Ay, sí, qué rico se siente tu coño! ¡Ay, sí... ay, sí, todavía me corro!—. Nunca había visto a un hombre correrse tanto como mi hijo. Grité con todas mis fuerzas, de puro placer lujurioso.

Cuando mi hijo casi se detuvo, sacó su polla húmeda de mi coño; me giré bruscamente, me arrodillé y chupé las gotas de semen que quedaban. Podía saborear el dulce jugo de mi coño por toda la polla de Iker. Chupé y lamí la polla de mi hijo con toda mi lujuria. Él me miró sonriendo: «Sí, chúpala, mamá. Límpiame la polla».
Recorrí con la lengua y los labios la polla de mi hijo, lamiendo cada gota de semen y saboreando el jugo de mi coño en la polla de Iker. Mi hijo se quedó allí mirándome, gimiendo y animándome a seguir chupándole la polla hasta dejarla seca. Cuando terminé, dejé que su polla se deslizara lentamente fuera de mi boca, y fue entonces cuando mi otro hijo, Mateo, me agarró del brazo y me levantó.
—Súbete al futón, mamá. Es mi turno de follarte—, dijo mientras me daba una suave bofetada en la cara.
Fingí protestar un poco más: —Ya me habéis follado los dos. ¿No es suficiente, mi amore?—. Mateo y Iker simplemente se rieron de mí.
Me llevaron al futón mientras fingía forcejear. —Mateo, ya me follaste arriba. Vamos, chicos, soy tu mamá y esto está mal; es incesto—.
—Mamá, sabes que quieres que te follemos. Has dicho que eres nuestra putita, mamá. Además, no podemos embarazarte, ¡así que solo estamos echando un buen polvo! Ahora sé una buena puta, mamá, túmbate y abre las piernas—, me ordenó Mateo.
Hice lo que me pidió mi hijo; estaba deseando que me volviera a follar. Me tumbé boca arriba y abrí las piernas para él. Mateo no perdió tiempo; se arrodilló con su polla dura en la mano. Mi hijo llevó su polla dura y palpitante hasta los labios húmedos de mi vagina. Presionó suavemente la punta de su pene entre mis labios, empujándolo lentamente hasta el fondo.
Me agarró las piernas mientras guiaba su polla hasta el fondo de mí. —¡Oh, sí, mamá! Joder, tienes el coño caliente y apretado. ¡Si yo fuera papá, te habría follado todas las noches!—
Gemí en voz alta con lujurioso deleite, —Esto se siente mucho mejor que tu papá, mi amor. Oh Mateo, fóllame, mi amor. ¡Por favor, fóllate a mamá! ¡Necesito tanto tu polla! Has convertido a mamá en una puta; ustedes, chicos, me han convertido en su puta, mamá. Ahora úsenme y fóllenme. ¡Soy tu madre puta!—
Con eso, Mateo empezó a follarme igual que Iker, fuerte y rápido. Pude ver que mi hijo disfrutaba mucho follándome. Ambos empezamos a gemir de lujuria. Mis pechos rebotaban mientras Iker se arrodillaba junto a mi cabeza, acariciándose la polla lentamente, disfrutando lujuriosamente de ver a su hermano follándose a su madre.
—Sí, Mateo, que se la folle a mamá. Que se la folle bien. Dáselo bien fuerte, métele la polla en su coño apretado. —Mientras mi hijo me follaba, me tocaba las tetas, las acariciaba, jugaba con mis pezones mientras me penetraba el coño mojado con su polla dura y rígida.
¡Ooooh, Mateo! ¡Eso es, fóllame! ¡Fóllame fuerte, más fuerte, más rápido, más rápido, Mateo! ¡Oh, sí, hijo! ¡Juega con mis tetas! ¡Mira cómo me estás poniendo los pezones duros! Eso es, fóllate a tu mamá, fóllame, fóllate a tu mamá bien duro.
Incliné la cabeza para ver qué hacía mi otro hijo; Iker estaba arrodillado a mi lado, masturbándose mientras veía a su hermano y a su madre follar. —¿Te estás masturbando, Iker? ¿Te estás masturbando para mí? ¿Te gusta ver a tu hermano follar con tu madre, la cachonda y guarrilla?—
¡Ay, sí, mamá! ¡Estoy cachondo! ¡Me voy a correr en tu dulce boca! ¡Quiero verte tragar mi semen! Mateo se inclinó y empezó a atacar mis tetas y pezones con su boca húmeda. Su lengua recorrió mis pezones mientras me chupaba con fuerza.
—¡Oh, joder, nena! Oh, Mateo, eso se siente tan bien. Oh... oh... sois tan buenos chicos. ¡Fóllame! ¡Fóllame, haz que me corra!—
El ritmo de las embestidas de mi hijo empezó a acelerarse, cada vez más fuerte. Metió su polla rígida profundamente en mi coño caliente, húmedo y estrecho. No solo sentía sus testículos golpeándome, sino que también podía oírlos.
Mis dos hijos empezaron a gemir y gemir, cada vez más fuerte. Los miré; vi sus deseos prohibidos en sus ojos. Mateo gimió: —¡Joder, mamá... me voy a correr! ¡Mierda, qué bien se siente tu coño alrededor de mi polla! ¡Joder, mamá... estás tan apretada... tan mojada...! ¡Joder! ¡Puedo sentir tu coño ordeñando mi polla! ¡Me voy a correr, mamá... joder, me voy a correr!—
¡Hazlo, nena! Córrete en mí, córrete en mi coño. ¡Oh, sí! ¡Quiero sentir tu polla chorreando tu delicioso semen! Lléname el coño, Mateo... oh, hazlo, hijo. Haz que tu mamá se corra... por favor... haz que me corra... Córrete dentro de mí... oh, por favor, nena... ¡córrete dentro de mi coño!
Iker sabía, igual que yo, que Mateo se iba a correr; se irguió, agarrándome las caderas con fuerza mientras penetraba mi dulce coño con su polla. —¡Hazlo, Mateo! ¡Joder, mamá! ¡Córrete en su coño! ¡Es genial!—
Estaba al borde de mi propio orgasmo; miré a Iker; su pene babeaba líquido preseminal y estaba rojo brillante, rígido. Mientras veía a mi hijo masturbándose, acariciándose la polla cada vez más rápido, supe que él también estaba a punto de correrse.
Entonces Mateo dejó escapar un gemido muy fuerte y lujurioso, y sentí su polla descargar una oleada de semen en mi coño. Eso fue todo lo que necesité; solté un gemido igual de fuerte y lujurioso al comenzar mi intenso orgasmo. Me retorcí y me estremecí por todo el futón mientras experimentaba oleada tras oleada de orgasmos placenteros; mi hijo seguía bombeando su carga de semen dentro de mí al mismo tiempo. Arqueé la espalda, dejando que mis pechos rebotaran salvajemente.
Ver y oír a Mateo y a mí corrernos juntos era justo lo que Iker necesitaba. En medio de una neblina lujuriosa y placentera, oí a mi otro hijo gemir: —¡Mamá, me voy a correr! Abre la boca... ¡Aquí se corre...! ¡Me corro!—
Abrí la boca; Iker apenas me había acercado la polla a los labios cuando estalló, escupiendo semen sobre mis labios y dentro de mi boca. Vi a mi hijo acariciándose la polla, exprimiendo toda su rica carga de semen en mi boca hambrienta y expectante. El semen de mi hijo sabía delicioso; estaba tan cachonda que tragué saliva tan rápido como su polla escupió semen en mi boca.
Iker me quitó la polla de la boca después de escupirme su semen espeso, pegajoso y dulce. Él y su hermano se miraron, sonrieron y atacaron mis tetas.
Cada uno de mis hijos me agarró una de mis grandes tetas. Las apretaron, las tocaron y las acariciaron con tanta lujuria. Sus bocas recorrieron mi areola oscura y grande, y comenzaron a chuparme las tetas con fuerza. Podía sentir sus lenguas lamiendo mis pezones erectos, duros y largos, moviéndolos.
Movieron sus labios para rodear mis pezones y empezaron a chupar con fuerza. De repente, sentí sus dedos sobre mi coño. Uno de mis hijos, Mateo, empezó a frotarme el clítoris mientras Iker metía un par de dedos en mi coño apretado, húmedo y caliente, empapado de semen. Los introdujo justo hasta que llegó a mi punto G.
El dedo de Iker me penetraba mientras su hermano masajeaba mi pequeño clítoris erecto, mientras ambos prodigaban mis pechos con lamidas y mamadas lujuriosas. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó; estaba demasiado absorta en el calor y el oscuro placer que mis hijos me daban. Iker y Mateo me dieron varios orgasmos intensos antes de decidir que ya era suficiente. Mis pechos nunca habían sido prodigados con tanta lujuria como lo hicieron mis hijos, y me encantó.
Mateo y Iker se quedaron de pie después de excitarme. Se miraron y sonrieron. —¿Qué te parece, Iker? ¿Ya terminamos con mamá?—. Iker me miró allí tumbado; su pene y el de Mateo babeaban más líquido preseminal.
—No, quiero que mamá me chupe la polla otra vez.— —Sí, creo que tienes razón, Iker. Mamá necesita una polla bien dura en su boca y una polla bien dura en ese coño tan fantástico. Ponte de pie, mamá.—
Me puse de pie, preguntándome qué estarían pensando mis hijos. Mateo se tumbó en el futón; su polla, dura y bonita, estaba erguida, y sabía exactamente lo que quería, así que me acerqué a él sin decir palabra. Me senté a horcajadas sobre él y me agaché lentamente, observando la sonrisa lujuriosa que se dibujaba en su rostro.
Agarré su polla húmeda y erecta con la mano y la introduje en mi coño apretado y caliente. Mi hijo vio cómo su pene desaparecía en mi coño. Soltó un fuerte gemido, al igual que yo. —Eres una zorra muy cachonda, mamá. Sabías exactamente lo que quería sin que yo dijera nada—.
—Una buena madre sabe lo que necesitan sus hijos. Así les gusta a ustedes dos—, dije mientras comenzaba a montar lentamente la polla de Mateo.
—¡Así es, mamá, ahora móntame la polla!— Empecé a mover las caderas, subiendo y bajando la polla de mi hijo, deslizándola dentro y fuera de mi coño húmedo y estrecho. Empecé a mover las caderas en círculos; mi hijo Mateo gemía de placer mientras cabalgaba su polla.
Mi hijo Mateo me recorrió el cuerpo con las manos. Primero me agarró el trasero, luego me recorrió la espalda, el estómago y luego mis enormes pechos. Observé y disfruté mientras mi hijo me apretaba y acariciaba los pechos. Gemí con voz profunda mientras seguían follándome.
—¡Ah, sí, mamá! ¡Mmm, ya está, cabalga mi maldita polla! ¡Cógeme, mamá! ¡Mierda, cógeme, buena mamá! Me incliné hacia delante y puse las manos sobre el pecho de mi hijo para sujetarme mientras cabalgaba su hermosa polla como una pequeña jinete de rodeo de mamá guarrilla.
Eso no duró mucho, pues mi otro hijo quería que le chuparan la polla. Iker se acercó y se paró sobre su hermano justo frente a mí. Sostenía su polla erecta en la mano y me dijo con un tono muy lujurioso: —¡Siéntate, mamá, y chúpame la polla!—. Me incorporé, abrí la boca y saqué mi lengua húmeda; en ese momento, Iker metió su polla en la boca.
Moví la cabeza de arriba abajo sobre la polla de mi hijo lo mejor que pude mientras seguía follándome al otro. Le saciaba la polla con toda mi lujuria acumulada. Si alguien hubiera estado fuera de la puerta, habría oído fuertes gemidos, gemidos y sorbos.
Pasé mi lengua por toda la polla de Iker; la lamí como un delicioso cono de helado. Recorrí con mis labios toda su verga, luego chupé solo la punta, lamiendo salvajemente la parte inferior justo detrás de su polla, recogiendo todo su líquido preseminal. —¡Oh, sí, mamá, chúpala! ¡Chúpala bien!—
—Mierda, el coño de mamá está tan mojado y pegajoso—, dijo Mateo. Iker respondió: —¡Debe ser su jugo vaginal y todo nuestro semen!—. Mateo bajó las manos hasta mis caderas; las agarró y empezó a ayudarme a subir y bajar sobre su polla.
—Sí, mamá, toma mi polla. Joder, me voy a correr en tu coño otra vez. ¡Sí, me voy a correr en él! —Seguí cabalgando la polla de mi hijo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
La polla de Iker se me escapaba constantemente de la boca, así que me agarró la cabeza y empezó a follarme la boca salvajemente con su verga. La saliva y el líquido preseminal goteaban de la polla de mi hijo y me salían por las comisuras de la boca.

—¡Chúpala, mamá, chúpala bien! ¡Ooh, joder, yo también me voy a correr!—, exclamó Iker. Empecé a concentrarme en chupársela a mi hijo, haciéndole la mejor mamada de mi vida.
Solo nos tomó un par de minutos de este festival de sexo salvaje antes de corrernos. Mateo y yo nos corrimos primero, prácticamente al mismo tiempo. Sentí que la polla de mi hijo empezaba a chorrear su semen en mi coño expectante. Fue entonces cuando también experimenté mi orgasmo.
Mi coño se apretó alrededor de la polla de mi hijo y palpitó, sacando la leche de Mateo de su excelente verga. Podía sentir su polla disparando su semen, chorro tras chorro, tras chorro de semen de mi hijo. Mateo gimió con fuerza: —¡Joder, mamá! ¡Oh, sí... sí, tómalo... joder, sí... se siente taaaan bien!—
Al principio, intenté soltar un gemido de placer, pero Iker no me dejaba sacarme la polla de la boca. Siguió follándome la boca, gruñendo con fuerza. Sus bolas me golpeaban la barbilla, y por su ritmo, supe que él también estaba listo para correrse.
Sacó su polla de mi boca, y al hacerlo, dejé escapar un gemido reprimido de placer lujurioso. —¡Oh, Dios! ¡Oh, sí, oh, sí, ooh, síííí! ¡Ooooooooh... chicos... sigan follándome, Mateo... sigan corriéndose dentro de mí!—
Cerré los ojos, disfrutando cada instante de mi orgasmo con mi hijo. Abrí un poco los ojos y vi a Iker allí de pie, apretando su pene con fuerza en la mano; me pregunté en el fondo de mi mente qué estaría esperando. No tuve que esperar mucho más.
En cuanto terminé mi orgasmo, Iker se abalanzó sobre mí y me apartó de su hermano con la mano libre. —¡Acuéstate, mamá!—. Todavía estaba vidriosa por la fantástica follada de Mateo, pero hice lo que me dijo.
Iker se agachó sobre mí, a horcajadas sobre mi cuerpo. Metió su polla entre mis pechos: —¡Aprieta tus pechos contra mi polla, mamá! ¡Hazlo ya! ¡Quiero follarte los pechos y correrme sobre ellos!—. Apreté mis pechos y vi a mi hijo follármelos como un adolescente cachondo.
—¡Sí, nena! Fóllame las tetas. Fóllate las tetas de tu madre. Quiero tu semen sobre ellas. ¡Hazlo, Iker, córrete sobre ellas! Iker me puso las manos en la areola y los pezones; me los revolvió un rato antes de correrse.
Mi hijo no duró mucho follándome las tetas, y cuando soltó su semen, fue como una explosión pegajosa, caliente y húmeda. —¡Mamá! ¡Ahí viene! ¡Me voy a correr! ¡Me corro!—
Su polla disparó su semen justo entre mis pechos, el semen me chorreó por todas partes, deslizándome por el cuello. La punta de su polla estalló entre ellos, enviando otro géiser de semen directamente a mi boca abierta y expectante.
Con un par de embestidas más, vació sus bolas y su polla de todo su delicioso semen. Iker se puso de pie; su polla estaba cubierta de semen, al igual que mis tetas. Mis tetas y su polla parecían tener una buena capa de glaseado pegajoso y dulce; solo que era semen caliente y pegajoso.
Apoyé las manos en la espalda mientras me levantaba y tomaba la polla llena de semen de mi hijo en mi boca. La lamí y chupé hasta dejarla limpia, y luego Mateo se paró a su lado, con la polla cubierta de semen y mi jugo vaginal. Por supuesto, también limpié su polla, saboreando cada gota de su semen y mi dulzura.
Iker y Mateo sonrieron con picardía y lujuria mientras me veían lamer y chupar sus pollas hasta dejarlas limpias. Iker me miró: «Ahora lámete las tetas, mamá. Queremos ver cómo te las limpias».
Observé cómo los ojos de mi hijo brillaban de placer mientras me observaba lamerme las tetas lenta y sensualmente para limpiarme el delicioso semen de Iker. Tarareé y gemí suavemente mientras lo hacía, haciéndoles saber cuánto disfrutaba de su sabor.
—¿Ya terminaron de follarme, chicos?—
—Sí, mamá, creo que todos necesitamos un descanso—, respondió Mateo.
—Pero te vamos a follar hasta dejarte sin aliento cada vez que podamos... ¿Si te parece bien, mamá? —añadió Iker.
Les sonreí mientras me levantaba. —Más vale que lo hagan, siempre y cuando no haya nadie cerca. Ese fue el mejor polvo que he tenido, y quiero más—
La habitación del sótano olía a sexo, a sudor y a transgresión cumplida. El aire, antes cargado de tensión, ahora estaba pesado con el eco de los gemidos y la satisfacción cruda. Yo estaba desnuda, cubierta de sudor y sus fluidos, mis tetas brillaban bajo la luz desnuda, empapadas del semen de Iker que me lamía lentamente, saboreando el sabor salado y prohibido mientras los ojos de mis hijos, aún oscuros de lujuria, me observaban con una mezcla de asombro y posesión total.
Sus palabras finales resonaron en el silencio que siguió a la tormenta.
—Pero te vamos a follar hasta dejarte sin aliento cada vez que podamos... ¿Si te parece bien, mamá?
Les sonreí, un gesto lento y cargado de una promesa aún más peligrosa que cualquier acto físico. Mi cuerpo entero palpitaba, adolorido y vivo de una manera que no recordaba.
—Más vale que lo hagan —respondí, mi voz ronca por el uso—. Siempre y cuando no haya nadie cerca. Ese fue el mejor polvo que he tenido, y quiero más.
Esa declaración, tan cruda y verdadera, selló el pacto. Ya no había vuelta atrás. No era un desliz, un momento de locura. Era el comienzo de una nueva y retorcida normalidad.
Los días y semanas que siguieron se desarrollaron bajo ese nuevo sol. Dante, siempre distante en su mundo de planos y reuniones, nunca sospechó. La casa, con sus amplios espacios y horarios variables, se convirtió en nuestro burdel privado. La rutina se estableció con una facilidad aterradora. Un susurro en la cocina por la mañana, un mensaje de texto cifrado, una puerta entreabierta cuando Dante salía. Yo ya no usaba ropa provocativa como un cebo; era mi uniforme de batalla, la piel de mi nueva identidad. Me convertí en una experta en mentiras rápidas, en sonrisas inocentes para mi marido y en miradas cargadas de intención para mis amantes.
Iker y Mateo, mis hijos, mis amantes, se transformaron. La timidez de Mateo se disolvió, reemplazada por una confianza sensual y una creatividad lujuriosa que me sorprendía. Iker canalizó la agresividad del rugby hacia nuestra intimidad, poseyéndome con una intensidad que me dejaba temblando. Entre ellos surgió una complicidad silenciosa, un entendimiento de cómo compartirme, turnándose o, en los momentos más osados, reclamándome juntos, como en esa primera vez en el sótano que se repitió, cada vez con menos pretextos y más hambre.
Mi cuerpo era un mapa que ellos conocían mejor que nadie. Mi mente, un campo de batalla donde la culpa luchaba breves y perdidas batallas contra una lujuria que lo había conquistado todo. A veces, al acostarme junto a Dante, sentía el peso de su semen seco entre mis muslos o el recuerdo de la boca de Mateo en mis pechos, y un escalofrío de peligro y excitación me recorría. Había cruzado una línea de la que no había regreso, y en lugar de vacío, encontré una plenitud perversa y eléctrica.
El verano llegó a su fin, pero nuestro secreto no. Se adaptó, se volvió más inteligente, más arraigado. Yo ya no era solo Ariadna, la esposa de Dante. Era "mamá", la diosa, la puta, la confidente y el objeto de deseo más profundo de mis dos hijastros. Y en la oscuridad de sus habitaciones o en el silencio aislado del sótano, lejos de los ojos del mundo, florecía un jardín de pecado tan vibrante y adictivo que no quería escapar de él.
La historia no terminó con un descubrimiento dramático o un arrepentimiento. Terminó, o más bien, encontró su equilibrio, en la aceptación silenciosa de que algunos tabúes, una vez rotos, no se reparan. Se habitan. Y yo, Ariadna, había encontrado mi hogar prohibido en los brazos, en las bocas y en las pollas duras de mis hijos. Era mi verdad, mi secreto, y mi verano eterno de lujuria.

FIN
Aqui termina esta aventura, ¡Espero les haya gustado! Si quieren más historias, chequen mi perfil donde hay otras historias esperándolos Dejen sus puntos, comentarios y compartan para mas, muchas gracias por su apoyo y esperen mas historias
2 comentarios - Mis Hijastros 6