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199📑La Navidad Con La Tia 🎄

199📑La Navidad Con La Tia 🎄

Santi nunca imaginó que esa Navidad sería distinta. Tenía todo listo para viajar con su madre, pero los trámites fallaron a último minuto.
Su madre, desesperada, buscó una solución y Valeria —su hermana, 35 años, figura curvilínea, sonrisa peligrosa— fue la primera en ofrecerse.

—Dejalo conmigo, Mery… termine con mi pareja, voy a pasar estas fiestas sola. Además… me hará compañía.

Valeria lo miró desde la puerta con esa mirada cálida que siempre lo hacía sentir raro. Una tía distinta… demasiado atractiva para sentirse familia.

Esa noche, Valeria lo recibió en su casa con un abrazo más largo de lo normal.

Llevaba un vestido de algodón que moldeaba cada curva de su cintura; al acercarse él sintió su aroma, dulce con un toque atrevido.

—Pasa, Santi. Aquí vas a estar mejor que solo en tu casa.

Santi se sentó en el sillón, tratando de no mirarla demasiado.

Valeria se movía por la casa con soltura, caderas lentas, mirada de reojo…

Como si disfrutara la atención del muchacho.

—¿Te sirvo algo?

—Agua… está bien —respondió él, nervioso.

—Ay, mi amor, estás todo tímido… no muerdo, —susurró ella desde la cocina.

Más tarde, Luego de la cena, viendo una película, Valeria se recostó a su lado.

Sus piernas se rozaron, apenas un segundo… pero suficiente para encender algo.

Ella lo miró.
Él también.
Demasiado cerca.

—Has crecido tanto, Santi…

Su voz tenía una caricia escondida.

—Ya no sos un niño.

Santi tragó saliva. Sabía que estaba jugando, seduciendo…

Y su cuerpo reaccionó antes que su mente.

Valeria lo notó. Sonrió, una sonrisa lenta, conocedora… peligrosa.

Un trueno afuera la hizo sobresaltarse —o eso fingió— y de inmediato se acomodó sobre él, abrazándolo por la espalda.

—Ay… me asusté.

—Es solo un trueno, tía… —susurró él, sintiendo su respiración en la nuca.

—No me digas tía así… no hoy.

Su mano bajó, se posó en su pecho.

Lo sintió fuerte, latiendo rápido.

Valeria sonrió satisfecha.

—Qué corazóncito acelerado… ¿por qué será?

Sus dedos siguieron descendiendo, traspasando la línea inocente.

Santi gimió suavemente.

Valeria acercó su boca a su oído.

—Decime si querés que pare…

Él negó. No con palabras: con el cuerpo, con la respiración, con el temblor.


Valeria se subió sobre él, despacio, como si disfrutara cada segundo del tormento.

Su vestido se deslizó por los muslos, revelando más piel de la que él jamás había visto tan cerca.

—Mírame… —ordenó ella.

Santi obedeció.

Valeria le tocó el pene través de la tela, presionando lo suficiente para arrancarle un suspiro quebrado.

La tela ya no servía de nada.

Con un sólo movimiento, se lo sacó. La pija de Santi quedó rígida, latiendo con fuerza, apuntando al cielo.

—Qué hermoso… —murmuró ella, admirándolo.
—Tenía curiosidad desde hace tiempo…

Se inclinó y lo besó, lento al principio, luego más profundo, más húmedo, más delirante, dándole pequeños chupones.

Santi apretó los dientes, intentando no perderse demasiado rápido.

Valeria lo rodeó con su cuerpo, bajando lentamente, guiándo su pija dentro de su concha caliente y palpitante.

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—Ay, cielo… qué bien llenás…

Comenzó a moverse con una cadencia lenta al inicio, luego más intensa, marcando el ritmo con sus caderas perfectas.

Sus gemidos suaves se mezclaron con los del chico, creando una sinfonía prohibida pero irresistible.

—Tia… —jadeó él.

—No pares, mi vida… dejame darte la Navidad que te merecés.

Lo cabalgó con fuerza creciente, su cabello rubio cayéndole sobre el rostro, sus uñas marcando su pecho, su boca devorando sus suspiros.
Se inclinó, ofreciéndole sus tetas, mientras movía su cintura con maestría, llevándolo al borde una y otra vez.

—Mírame, Santi… quiero que me veas cuando explotes.

Y él lo hizo. Con un gemido ahogado, aferrándose a sus caderas, perdiéndose completamente en el cuerpo de ella.

Valeria lo abrazó fuerte, los dos temblando aún, respirando entrecortado.

Ella sonrió, satisfecha.
Y en sus ojos había algo claro:

Esa Navidad…
recién empezaba.


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Santi despertó tarde. Había dormido profundo después de aquella noche imposible, todavía con el cuerpo temblando por los recuerdos.

Se levantó despacio, con el pulso acelerado apenas al pensar en Valeria.

Ella ya no estaba en la habitación.

Pero había dejado la puerta del baño entreabierta, como si lo invitara.

Santi entró, se quitó la ropa y abrió la ducha. El vapor llenó el lugar y él dejó que el agua caliente resbalara por su piel, intentando calmar la mezcla de nervios y deseo que le hervía en el pecho.

Cerró los ojos.
Respiró profundo.

Entonces escuchó la puerta del baño cerrarse con un clic.

—¿Tía…? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

La puerta de la ducha se abrió.
Valeria entró sin decir nada, envuelta solo en una toalla que dejó caer al piso como si no significara nada.

Quedó desnuda frente a él.

Su cuerpo perfecto, curvilíneo, húmedo por el vapor…
Una visión prohibida hecha realidad.

—No me gusta que te bañes solo.

Su voz sonaba ronca, peligrosa, encendida.

—Podés resbalarte… o no lavarte bien… —sonrió, lenta— así que vine a ayudarte.

Santi tragó saliva.
Apenas podía hablar.

—Tia… anoche…
—Anoche no terminó, mi amor.

Se acercó.
El agua resbalaba entre ambos cuando ella apoyó sus manos en su pecho, bajando despacio, delineando cada músculo con las uñas.

—Mirá cómo te paró con solo verme entrar…

Su mano llegó a la zona que él intentaba ocultar en vano.

Su pija ya estaba despierta, dura, apuntando al cielo bajo la lluvia caliente.

Valeria lo tomó con la mano, envolviéndolo con una suavidad peligrosa.
Santi jadeó, apoyando la mano en la pared para no perder el equilibrio.

—Shhh… dejame hacerte esto…

Lo empezó a lavar, sí… pero con movimientos lentos, dedicados, demasiado sensuales para tener nada de inocentes.

Subía y bajaba suavemente, masajeando su pija con la espuma, mientras sus ojos verdes, hambrientos, no se despegaban del rostro del chico.

—Qué hermoso sos… —susurró acercándose más— y tan… fuerte.

Santi cerró los ojos, intentando no perder el control demasiado rápido.

—Tia… así no puedo…
—Sí podés. Y vas a hacerlo conmigo.

Ella se acercó hasta pegar su cuerpo húmedo contra el de él.

Sus tetas suaves rozaron su piel.

Su vientre cálido se presionó contra su dureza, encajando perfectamente.

—Quiero sentirte otra vez… acá.

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Se dio la vuelta lentamente, ofreciendo su espalda mojada, su cintura estrecha, y más abajo sus nalgas perfectas que brillaban bajo el agua.

—Poné tus manos en mis caderas.

Él obedeció, jadeando.
Sus dedos se hundieron en su piel húmeda.

Valeria inclinó un poco su cuerpo hacia adelante, guiándolo entre sus piernas.
La concha caliente, palpitante, lo recibió con un gemido ahogado de ella.

—Ay… Santi… así…

Él la sostuvo fuerte por la cintura.

Ella comenzó a moverse hacia atrás, lenta al principio, luego más rítmica, más salvaje, mientras el agua caía sobre ambos como una lluvia ardiente.

—Eso… mi amor… llename…

Los movimientos se volvieron más profundos.
Más rápidos.
Más desesperados.

Santi ya no podía contenerse: sus caderas respondían solas, chocando con las de ella en un ritmo húmedo y feroz, su pija bombeaba su concha, mientras Valeria apoyaba las manos en la pared de la ducha y gemía sin pudor.

—Duro… así… no pares…

El vapor los envolvía, los cuerpos chocaban una y otra vez, el sonido del agua se mezclaba con sus respiraciones entrecortadas.

Hasta que ella, temblando, arqueó la espalda:

—Santi… Santi… ay…

Él la sostuvo fuerte, entregándose también, sintiéndola pulsar alrededor suyo mientras ambos se perdían en una ola que parecía nunca terminar.

Valeria quedó apoyada contra la pared, respirando agitada.

Santi la abrazó por detrás, apretándole las tetas, dejando la frente sobre su hombro.

Ella sonrió… esa sonrisa suya, peligrosa, posesiva.

—Creo que estas fiestas van a ser… inolvidables.

Se giró, lo besó profundo, con hambre.

—Y todavía falta la noche buena…


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Valeria apareció en la puerta de la habitación con una sonrisa tranquila, el cabello aún húmedo por la ducha que había “compartido” con él momentos antes. Santi seguía sintiendo en la piel el rastro tibio de sus manos, esa forma “inocente” en que lo había ayudado a enjabonarse, cuidando cada rincón de su cuerpo como si fuera un tesoro frágil que debía quedar brillante.

—Santi… —dijo ella, apoyándose en el marco de la puerta, con esa mirada que mezclaba ternura y picardía—. ¿Te puedo decir algo sin que te asustes?

Él tragó saliva. La toalla en su cintura parecía más delgada que nunca.

—Sí… claro.

Ella avanzó lentamente, como si caminara sobre un pensamiento prohibido. Se sentó en la cama y acarició la sábana con los dedos, dibujando círculos suaves.

—No quiero dormir sola esta noche —murmuró con voz baja—. Tú sabes que no estoy pasando por un buen momento, y… contigo me siento segura, acompañada. Es Navidad… y odio sentir frío.

Le sonrió, ladeando la cabeza.

—¿Te molestaría si dormimos juntos? —preguntó, deslizando los dedos por la tela de la cama—. Sin ropa. Para… sentirnos más cómodos. Nada raro, solo… piel calentando piel. Para no pensar tanto.

Las palabras flotaron en el aire como chispas sobre la chimenea imaginaria.

Santi se quedó inmóvil, con el corazón golpeándole las costillas. La idea lo aturdió, lo prendió fuego, le recorrió la columna como un relámpago dulce.

—¿Desnudarnos… así… los dos? —preguntó él, con la voz más temblorosa de lo que esperaba.

Valeria acercó su mano a la suya y entrelazó los dedos.

—No tienes que hacer nada que no quieras. Solo… sentir. Y dejar que yo también sienta. —Sus labios apenas rozaron su mejilla—. Quiero abrazarte esta noche, Santi… sin telas entre nosotros.

Se enderezó y, sin soltarlo, añadió al oído:

—Además… ya te vi en la ducha. No creo que haya algo que tengamos que ocultarnos.

La habitación quedó en silencio, cargada, vibrante, expectante.

—Ven —susurró ella, tirando suavemente de su toalla—. Hagamos que esta sea una Navidad inolvidable.


La habitación estaba apenas iluminada por las luces del árbol que Valeria había dejado encendidas en el pasillo. Ese resplandor suave entraba por la puerta entreabierta y bañaba la cama con tonos cálidos, casi dorados.

Santi se deslizó bajo las sábanas, sintiendo que cada centímetro de piel expuesta era un pequeño volcán dispuesto a despertar. Valeria se acomodó detrás de él, su cuerpo cálido, suave, perfectamente moldeado al suyo. Su respiración le rozó la nuca.

—Tranquilo… —murmuró, recorriendo con la yema de los dedos la línea de su pecho hasta el abdomen—. Solo quiero sentirte cerca.

Sus manos se movieron con una delicadeza casi peligrosa, como si memorizaran cada forma de él bajo la piel. Su voz era un susurro dulce, envolvente:

—Eres tan… hermoso, Santi. No sabía cuánto me hacía falta una compañía así.

Sus labios comenzaron a rozar su hombro, primero apenas un toque, luego besos cortos, suaves, como si lo degustara con paciencia. El cuerpo de él reaccionó inevitablemente, tenso y vivo bajo sus caricias.

Valeria sonrió contra su piel.

—Ven… mírame —le pidió, guiándolo a girarse hacia ella.

Cuando quedaron frente a frente, ella lo acarició desde la mejilla hasta el pecho, marcando un camino lento, embriagador. Sus dedos descendieron con intención clara, acariciando su pija con suavidad.

—Quiero cuidarte esta noche —susurró, acercando sus labios a los suyos para un roce dulce, casi tímido—. Quiero… consentirte.

Él dejó escapar un suspiro profundo, entregándose al ritmo que ella imponía. Valeria se recostó boca arriba y tomó sus manos.

—Sube —pidió, mirándolo con una mezcla de ternura y deseo contenido—. Quiero sentir tu peso… tu calor.

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Santi obedeció, acomodándose sobre ella, metiendole la pija en la concha, sosteniéndose como si temiera aplastarla, pero Valeria lo atrajo más, envolviéndolo con brazos y piernas, guiándolo contra su cuerpo.

—Eso… así —murmuró—. Esta es la mejor Navidad que he tenido en mucho tiempo. Mientras él se dejaba llevar, bombeandole la concha.

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Después, con un movimiento lento y lleno de intención, ella se giró, quedando sobre él. Sus cabellos cayeron como una cortina alrededor de su rostro mientras lo miraba desde arriba, respiración contra respiración.

—¿Te gusta la concha de tu tía? estás disfrutando conmigo, mi cielo? —preguntó con una sonrisa traviesa y dulce a la vez.

Él apenas logró asentir, perdido en la sensación de su cuerpo tibio sobre el suyo, en el vaivén suave, íntimo, que no necesitaba descripción.

Valeria bajó hasta que sus tetas quedaron apoyadas sobre su pecho, su nariz rozando la de Santi. Lo abrazó con fuerza, como si quisiera que sus cuerpos se quedaran unidos para siempre.

—Feliz Navidad, amor… —susurró ya con los ojos cerrados.

Y así, envueltos en piel, calor y un abrazo que decía más que cualquier palabra, se quedaron dormidos, respirando al mismo ritmo, como si el mundo entero hubiera desaparecido fuera de esa cama.

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Santi despertó con una sensación tibia envolviéndolo. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba… o mejor dicho, con quién estaba.

El primer movimiento que sintió fue el de Valeria, que respiraba suavemente contra su clavícula, una pierna cruzada sobre la suya, su cuerpo encajado al de él como si hubieran dormido así toda la vida. Su cabello, desordenado y suave, estaba esparcido sobre su pecho desnudo.

Ella abrió los ojos poco después y lo miró con una sonrisa que mezclaba cariño y travesura.

—Buenos días, mi cielo… —susurró, acariciándole el abdomen con movimientos lentos—. ¿Dormiste bien conmigo?

Él apenas logró responder cuando su celular comenzó a vibrar sobre la mesa de noche. Los dos se quedaron congelados. Valeria lo miró con sobresalto, luego con una sonrisa nerviosa.

—Debe ser tu mamá… contesta, pero no te muevas… —dijo, deslizando su mano por su cintura—. Me gusta cómo estás ahora mismo.

Santi tragó saliva y tomó el teléfono.

—M… mamá… buenos días.

Del otro lado se escuchaba la voz alegre de su madre, pero también el ruido de aeropuerto al fondo.

—¡Mi amor! Llamo para desearte feliz Nochebuena antes de que embarquemos. ¿Estás bien? ¿Dormiste bien? ¿No estás solo, verdad?

Santi sintió la piel de Valeria rozar la suya. Ella apoyó la cabeza en su pecho, mirándolo desde abajo con una expresión pícara mientras deslizaba distraidamente la mano por su abdomen. Su dedo dibujaba círculos peligrosamente cerca de donde él no podía permitirse reaccionar.

Él se aclaró la garganta.

—E-estoy bien… sí, dormí bien… Tia Valeria está conmigo… —dijo, intentando sonar natural mientras la tía le dedicaba un beso lento justo debajo del cuello.

—Ay, qué tranquilidad —respondió su madre—. Yo sabía que Valeria iba a cuidarte. ¿No te molestó dormir en casa ajena?

La mano de Valeria se detuvo un segundo… y luego bajó aún más, como si lo retara a responder.

Santi cerró los ojos, conteniendo el aire.

—No… no… no me molestó —respondió, con la voz temblorosa por razones que no podía explicar.

Valeria mordió su hombro suavemente.

Su madre continuó:

—Bueno, mi amor, pasen un día hermoso. Valeria, ¡gracias por cuidarlo!

La mujer junto a él llevó un dedo a sus labios y susurró:

—Dile que con gusto… que lo cuido muy, muy bien…

Santi tragó saliva.

—Dice que… que con gusto.

—Perfecto. Los quiero. ¡Feliz Navidad anticipada!

Cuando la llamada terminó, Santi dejó caer el teléfono al colchón, respirando profundo por primera vez.

Valeria apoyó la barbilla en su pecho y lo miró con una sonrisita victoriosa.

—Casi nos descubre… —susurró, subiendo lentamente su mano por el torso de él—. Y tú, aguantando como un campeón…

Se inclinó para dejar un beso en sus labios, lento, húmedo, dulce y cargado de promesas.

—Ven aquí… —murmuró, trepando suavemente sobre su cuerpo—. Que la mañana de Nochebuena apenas está empezando… y pienso seguir cuidándote como anoche.


La tarde pasó entre risas y miradas que ninguno de los dos podía disimular. Cuando la noche cayó sobre la casa, Valeria encendió las luces cálidas del comedor y puso música suave mientras preparaban la cena.

Santi picaba verduras, pero no podía concentrarse: Valeria se movía por la cocina con un vestido rojo ajustado que dejaba ver sus curvas como si el tejido se aferrara a ella. Cada vez que se inclinaba para buscar algo en el horno, él tragaba saliva.

—¿Te gusta cómo me queda? —preguntó sin girarse, pero sabiendo perfectamente lo que provocaba.

—Mucho Tia —respondió él, con sinceridad inmediata.

Ella sonrió, sensual, y continuó cocinando.

Comieron juntos, frente a frente, en una mesa iluminada por la luz tenue del árbol. El intercambio de miradas era constante, casi como un juego silencioso. Cada brindis terminaba con los labios de Valeria rozando sutilmente el borde de la copa… y luego mirándolo directamente a los ojos.

—Por tu primera Navidad conmigo —dijo ella, levantando su copa.

—Por… Nuestra Navidad —corrigió él sin pensarlo.

Ella sonrió como si esas palabras le encendieran algo muy dentro.


Después de la cena, Valeria lo arrastró hacia el árbol.

—Vamos, tu mamá va a querer ver cómo estamos celebrando. —Se acercó tanto que su perfume lo envolvió—. Sonríe…

Sacaron varias fotos juntos: una abrazándose, otra ella dándole un beso en la mejilla, otra donde él la rodeaba por la cintura de manera casi natural.
Valeria las envió de inmediato al chat con su madre.

—Listo —dijo sonriendo—. Ahora sí… somos oficialmente inocentes.

El doble sentido quedó en el aire, espeso y ardiente.


La música cambió a algo más lento y Valeria, con una sonrisa que era más invitación que gesto, extendió la mano.

—Baila conmigo, Santi.

Él aceptó.

Bailaron en el centro de la sala, bajo las luces del árbol y el aroma dulce del vino. Valeria lo tomó por el cuello, pegando su cuerpo al de él. Sus caderas se mecían casi rozándolo. Cada movimiento era un roce suave que encendía más de lo que apagaba.

—Estás temblando… —susurró ella contra su oído—. ¿Te pongo nervioso?

—Mucho.

Valeria deslizó su nariz por el borde de su cuello, apenas rozando la piel, y eso bastó para desatar el resto.

—No puedo contenerme más… —murmuró él.

Ella sonrió contra su piel.

—Entonces no te contengas.

Se besaron, sin calma, sin dudas, con tensión acumulada. Valeria le apretó la camisa con ambas manos, tirando de él mientras sus labios se movían con hambre.

El beso terminó solo para que ella lo tomara de la mano, respirando agitada.

—Ven… —susurró—. Vamos a donde anoche empezamos algo…

y hoy vamos a terminarlo.


Apenas llegaron al cuarto, Valeria se giró hacia él y lo empujó suavemente a la cama, subiéndose encima con movimientos lentos, casi rituales. Su vestido rojo se deslizó como una segunda piel mientras ella lo miraba con deseo abierto.

—Quiero que recuerdes esta Navidad toda tu vida… —dijo acariciándole el pecho desnudo—. Quiero que cuando seas mayor y tengas tus propias Navidades… recuerdes esta… conmigo.

Santi la tomó por la cintura, alzándola un poco, y ella soltó un suspiro que dejaba claro que tampoco podía esperar más.

—Feliz Navidad, mi Cielo —murmuró—. Ahora sí… déjate llevar.


Valeria quedó sobre él, respirando entrecortada, su cuerpo tibio presionando el suyo mientras sus labios recorrían su cuello. De pronto bajó lentamente, dejando pequeños besos que se deslizaban como chispas encendidas por su pecho, su abdomen… hasta llegar a su pija.

Ahí se detuvo solo para mirarlo con una mezcla de picardía y ternura peligrosa.

—Mmm… mi regalo de Navidad… —susurró antes de rozarlo con su boca.

Envolvió su pija con un beso cálido, húmedo, profundo. Cada movimiento de sus labios hacía que él arquease la espalda, tratando de no perder el control tan pronto. Ella disfrutaba la reacción, sonriendo como si saboreara más que piel.

Él no se quedó quieto. La levantó con suavidad, girándola, haciéndola quedar bajo su cuerpo.

Ahora era él quien descendía con la boca, acariciando cada curva de Valeria con su lengua, chupandole las tetas, provocándole estremecimientos que ella trataba de contener clavando los dedos en la sábana.

—Santi… así… —murmuró con la voz quebrada de placer.

Cuando le chupo la concha , ella se arqueó entera, apretando sus muslos alrededor de su cabeza, incapaz de contener los gemidos.

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No pudieron resistir más.

Él se acomodó sobre su cuerpo, ella guio su pija dentro de su concha. Se unieron en un movimiento lento al principio, profundo, que hizo que ambos soltaran un suspiro al mismo tiempo.

—Te siento… completo… —jadeó ella—. No pares.

Él comenzó a marcar un ritmo firme, clavándole la pija en la concha intensamente , que hacía vibrar la cama. Valeria lo rodeó con las piernas, respirando contra su cuello, pidiendo más con cada exhalación.


Se giró ágilmente y quedó encima de él. Sus caderas se movían en círculos lentos al principio, luego más rápidos, más exigentes, mientras su cabello caía sobre su rostro y su pecho subía y bajaba con desesperación.

—¿Te gusta mi concha? —susurró ella sin dejar de cabalgarlo.

—Me vuelves loco, Tia… —respondió él, aferrado a sus tetas.

Valeria sonrió como una fiera satisfecha.

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Ella misma se bajó, se colocó en cuatro, apoyando las manos en la cama y arqueando la espalda de manera tan provocadora que él casi perdió el control solo con verla.

—Santi… ven —dijo mordiéndose el labio.

Él la tomó por la cintura y agarró su pija e embistió su concha con una fuerza que hizo que Valeria enterrara el rostro en la almohada para contener el grito. Cada movimiento la hacía temblar, sus caderas chocando contra él con un sonido que llenaba la habitación.

Pero entonces ella giró la cabeza, mirándolo por encima del hombro, con los ojos encendidos.

—¿Quieres… algo especial por Navidad? —susurró con una sonrisa peligrosa.

Él se detuvo, respirando agitado.

—¿Qué… qué quieres decir?

Valeria tomó su pija con su mano y la guió hacia su otro acceso, el más estrecho, el más prohibido.

—Te lo ofrezco… solo porque es Navidad… —susurró—. Ccogeme… por ahí.

Él sintió un calor recorrerle todo el cuerpo.

Le metió la pija en el culo despacio, asegurándose de no hacerle daño, mientras ella apretaba los dientes y respiraba hondo… hasta que, lentamente, el gemido de incomodidad se transformó en uno de placer estremecedor.

—Santi… sigue… —pidió ella, temblando—. Dame tu regalo… 

Él la sujetó con firmeza y marcó un ritmo más profundo, cogiendola más intenso, más prohibido.
Valeria se deshacía en sus manos, jadeando, perdiendo el control, empujando hacia atrás para recibirlo más fuerte.

Él no pudo más.

La tomó por las caderas y, en una última embestida, se dejó ir con un gemido ahogado, mientras Valeria también se derrumbaba en un estremecimiento intenso, casi doloroso de tan profundo.

Quedaron respirando agitados, sudorosos, confundidos entre placer y emoción.

Él se inclinó sobre ella, abrazándola desde atrás.
Valeria sonrió con los ojos cerrados, satisfecha, completamente rendida.

—Feliz Navidad, mi Santi… —susurró contra su pecho—.
La mejor que he tenido en mi vida.

Él la apretó más fuerte.

Y por primera vez en mucho tiempo… no sintió culpa, solo un deseo que recién comenzaba.


La mañana de Navidad había amanecido tibia, silenciosa, con ese aroma a hogar que solo Valeria sabía provocar. Santi salió de la habitación todavía con la piel sensible por todo lo que habían hecho la noche anterior. Valeria, con una bata corta y un brillo travieso en los ojos, lo esperaba en la cocina con una sonrisa satisfecha.

—Despierto, mi rey… —murmuró arrastrando las palabras—. Qué rico amaneces.

Él apenas alcanzó a responder cuando sonó el celular.
Era su madre.

Valeria lo miró con una sonrisa felina.

—Atiéndele, amor. Yo… me ocupo de lo demás.

Santi tragó saliva, presintiendo el peligro.

Se sentó en el borde del sofá, tomó aire y presionó el botón verde.

—¡Feliz Navidad, hijo! ¿Cómo amanecieron? —dijo su madre con su tono dulce habitual.

—B-bien, má… todo bien… —respondió él, intentando sonar normal.

Pero Valeria ya estaba de rodillas, fuera del ángulo de la cámara, a su lado.
Con un gesto lento abrió su bata, dejando ver piel de un tono cálido, y le dedicó una mirada que lo encendió desde dentro.

Santi se tensó.
Ella deslizó una mano por su muslo… y luego más arriba.
Muy arriba. Cuando le agarró la pija, Él respiró hondo y apretó los labios.

—¿Te pasa algo? —preguntó la madre—. Tienes la voz rara…

—No, no, todo… perfecto —logró decir él, mientras Valeria continuaba, tocándolo con movimientos suaves, calculados.

Ella, sin dejarse ver, le susurró al oído:

—No te muevas… quédate así… sigue hablando…

Santi sintió cómo se le erizaba la piel.

La madre seguía hablando de la cena, del clima, de los regalos, sin notar nada.
Santi asentía rígido, con el pulso acelerado.

Valeria aumentó el ritmo, lenta pero firme, provocándolo con su respiración caliente sobre su abdomen. Él trató de disimular inclinándose un poco hacia adelante, como si solo estuviera escuchando con atención.

—Dile que la extraño —susurró Valeria, con voz ronca y traviesa, mientras seguía su “juego”.

Santi apenas pudo repetirlo.

—La… la extrañamos, má…

—Ay, qué lindo —respondió la madre ilusionada—. Los quiero mucho. Portensé bien, ¿sí?
Nos vemos mañana por videollamada también.

Valeria sonrió como una diablita.

—Uf… mañana será peor —susurró sin que la madre pudiera oírla.

Cuando la llamada por fin terminó, Santi soltó el aire que había retenido todo el tiempo.

Valeria se incorporó lentamente, con los labios húmedos y los ojos brillantes, acomodándose sobre él como si fuera su trono personal.

—Ahora sí… —le dijo mordiéndole el cuello—. Terminás lo que empezaste en la videollamada.

Lo empujó suavemente hacia el sofá, se acomodó sobre su regazo y, sin darle oportunidad de recuperarse, lo besó con hambre contenida.

—Feliz Navidad, mi amor —susurró—.
Ahora sí te voy a dar tu regalo.


Subiéndose encima de él, metiéndose su pija én la concha.


La noche de Navidad se volvió un remolino de emociones y deseo. Después de la cena, los brindis y la música suave, Valeria lo llevó a la intimidad de su habitación, con una mirada cargada de picardía. “Esta noche será inolvidable”, murmuró, mientras lo atraía hacia la cama.

Con delicadeza pero con intención, comenzó a recorrerlo con sus labios y manos, haciendo que su pija se elevara con fuerza. Santi no podía resistirse, y la tensión entre ambos se volvió eléctrica. Valeria se subió sobre él, guiándo su pija dentro de su concha, cabalgándolo con suavidad primero, y luego con movimientos más intensos, hasta que decidió ponerse en cuatro, el la cogía con fuerza, mientras sus gemidos y risas se mezclaban en la habitación.

Cuando ambos alcanzaron el clímax, Valeria se inclinó sobre él, besándole con dulzura y susurrándole al oído: “Recuerda esta Navidad por siempre, mi cielo… y ya sabes que me puedes visitar cuando quieras”. Santi, aún recuperando el aliento y con el corazón latiéndole con fuerza, la abrazó y le respondió con una sonrisa cómplice: “Tía… vendré a verte más seguido”.

Entre caricias finales y abrazos cálidos, la noche terminó con la sensación de un vínculo especial, una Navidad que ninguno de los dos olvidaría jamás, llena de deseo, ternura y complicidad.

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