Siempre me he preguntado qué sería primero, el huevo o la gallina? En mi caso lo digo porque no sé que fue primero, si las ganas de mi marido por el mundo cuckold (cuckolding son infidelidades consentidas por la otra pareja. No, no es tener una relación abierta, sino más bien jugar con la excitación que puede generar a sus miembros el hecho de exponer su relación a lo que para muchos sería motivo de una ruptura o disfrutar de cómo su pareja tiene sexo con otra persona.) O mis ganas de meterme grandes vergas en mi cuerpo, cuando comenzamos a salir yo tenía 18 añitos recién cumplidos y el tenía 24, al poco tiempo me pidió que usara minifaldas...Después que fueran más cortas, y claro, empezaron a llegar los piropos y a veces exhibicionistas que se sacaban el pene en el momento de cruzarnos, yo se lo decía a mi novio y el parecía enfurecerse, pero después me preguntaba, la tenía grande? que te ha dicho? y el se iba calentando y acabábamos pegando unos polvos maravillosos. Nos casamos pero el seguía igual quería que llevase minifaldas ropas trasparentes, que fuera sin sujetador para marcar los pezones, y claro los hombres no son ciegos y yo no soy sorda y llegaba a casa con las bragas empapadas. Los fines de semana mi marido alquilaba películas porno en el videoclub, normalmente de tema cuckold, una semana me dijo que no podia ir al videoclub, que fuera yo y preguntase por Yoel, un cubano muy simpático que trabaja allí, al llegar entré y me fui hasta el mostrador donde había un chico mulato de metro noventa más o menos, guapísimo y le pregunté tu eres Yoel? y él me dijo si, y tú debes ser María, si como lo sabes? me ha llamado tu marido y ya me ha dicho que tipo de película buscas, y me dijo están en ese apartado de ahí, señalando una especie de habitación, entré y estuve buscando pero no terminaba de ver ninguna que me llamara la atención, salí y le pregunté a Yoel y me dijo, espera un momento y te atiendo, eran las 8:25 y cerraban a las 8:30, estuve mirando por allí y ya me dijo, espera que cierro la puerta y ya te puedo atender como a mi me gusta, mira estas son las que se lleva tu marido normalmente y me enseñaba de que eran los vídeos poniéndolos en un DVD y me enseñaba cuatro o cinco minutos, pero era lo mismo que veíamos cada semana, y entonces Yoel me dijo, a mí personalmente me gustan más los interraciales, y poniendo un DVD aparecieron dos morenazos con dos vergas impresionantes que se estaban follando a una mujer en presencia de su marido, que se estaba masturbando mientras ella era follada profundamente, mi cuerpo empezó a hervir al ver aquellas vergas taladrar a la mujer, al mismo tiempo se me escapó...quien pudiera coger una de ese tamaño y Yoel cogiendo mi mano la llevó a su entrepierna...Joder Yoel eso que estoy tocando es real? Puedes comprobarlo tu misma y bajándose los pantalones apareció ante mi la verga real más grande que había visto en vivo, puedo tocarla? y Yoel me dijo "Puedes tocarla , puedes Mamarla y puedes intentar follarme, si eres capaz de engullirla te aseguro que disfrutarás como nunca, además si estas preocupada por tu marido, él me ha dicho que disfrutes mucho pero que después se lo cuentes. Me arrodillé frente a su verga prodigiosa y me lleve su huevos a la boca, los sorbía a la vez que subía y bajaba la piel que cubría aquella verga de no menos de 25 centímetros......después de unos minutos lamiendo y chupando aquellos huevos pesados, negros y colgantes, subí la lengua por el tronco venoso hasta la cabeza gorda, brillante de precum salado. Abrí la boca todo lo que pude y engullí la punta, sintiendo cómo me estiraba los labios hasta doler deliciosamente. Yoel gruñó profundo, agarrándome el pelo con sus manos grandes.
—Así, María, buena puta... chúpala como si fuera tuya.
Intenté bajar más, pero era imposible: aquella verga cubana de 25 centímetros reales me llegaba al fondo de la garganta y aún sobraba la mitad. Babeaba como loca, saliva espesa cayendo por mi barbilla mientras me esforzaba por tragarla entera. Yoel me follaba la boca despacio al principio, luego más fuerte, hasta que me ahogaba y lágrimas corrían por mis mejillas.
Me levantó como si no pesara nada, me puso contra el mostrador del videoclub y me subió la falda. No llevaba bragas —mi marido me había pedido que no las llevara "por si acaso"—. Yoel escupió en su mano y me frotó el coño empapado.
—Joder, estás chorreando, zorrita. Tu marido tenía razón: estás hecha para pollas grandes.
Me abrió las piernas y colocó aquella cabeza gorda en mi entrada. Empujó lento... y sentí cómo me partía en dos. Nunca me habían abierto así. Mi coño, aunque ya había tenido sexo, era estrecho para algo tan monstruoso. Grité, mordiéndome el labio, mientras centímetro a centímetro me llenaba hasta el útero.
—¡Dios, Yoel, me estás rompiendo! ¡Es demasiado grande!
Pero empujé hacia atrás, queriendo más. Cuando estuvo todo dentro, sus huevos chocando contra mi clítoris, empezó a bombear: lento y profundo primero, luego salvaje, como un animal. El mostrador temblaba, los DVDs caían al suelo. Yo gemía como una loca, uñas clavadas en la madera.
—Fóllame más fuerte... ¡revuélame el coño con esa verga negra!
Yoel me agarró las tetas por debajo de la blusa, pellizcando pezones duros mientras me taladraba. Sentía cada vena rozando mis paredes, la cabeza golpeando mi cervix con cada embestida. Me corrí la primera vez en menos de dos minutos, squirteando alrededor de su polla, chorros calientes mojando sus muslos.
No paró. Me giró, me puso a cuatro patas en el suelo del videoclub y volvió a clavarla desde atrás, azotándome el culo hasta dejarlo rojo.
—Tu marido va a flipar cuando se lo cuentes... o mejor, la próxima vez lo traemos y lo ve en directo.
La idea me puso aún más caliente. Imaginé a mi marido sentado en una silla, paja en mano, viendo cómo un negro me destroza. Me corrí otra vez, más fuerte, gritando su nombre.
Yoel aceleró, gruñendo en cubano, hasta que se hinchó dentro de mí y descargó: chorros calientes y espesos inundando mi útero, tanto que sentí cómo rebosaba y goteaba por mis piernas. Se quedó dentro un rato, pulsando, mientras yo temblaba de después-orgasmo.
Cuando salió, mi coño quedó abierto, rojo, palpitando, semen espeso saliendo a chorros. Yoel me ayudó a levantarme, me besó profundo y me dio una película "de regalo": un interracial duro.
Llegué a casa temblando, con las piernas flojas y el coño dolorido de la mejor forma posible. Mi marido me esperaba ansioso en el sofá.
—¿Y bien? ¿Qué tal Yoel?
Le conté todo, sin omitir detalle: cómo me había follado la boca, cómo me había partido el coño, cómo me había corrido como nunca. Mientras hablaba, vi cómo su polla se endurecía en los pantalones. Cuando terminé, me tiró al suelo y me folló con una furia que nunca había tenido, repitiendo:
—Puta mía... mi puta caliente... ¿te gustó esa verga negra más que la mía?
Y yo, sincera por primera vez, gemí:
—Sí... mucho más grande... mucho más dura...
Desde esa noche, todo cambió. Mi marido alquilaba cada vez más películas interraciales. Empezó a pedirme que volviera al videoclub sola. Yo volvía follada, llena de semen ajeno, y él me reclaimaba como un loco.
Y así, poco a poco, nos metimos de lleno en el cuckolding. Él organizaba encuentros: Yoel primero, luego otros. Siempre hombres dotados, preferiblemente negros o mulatos, con vergas que me dejaran el coño destrozado. Él miraba, se pajeaba, a veces limpiaba con la lengua el semen de otros dentro de mí.
¿Quién empezó primero? ¿Sus ganas de verme follada por otros, o mis ganas de sentir vergas enormes partiéndome en dos?
La verdad es que ya no importa.
Lo que importa es que, desde aquella tarde en el videoclub con Yoel, supe que mi cuerpo estaba hecho para pollas grandes... y mi marido supo que su mayor placer era verme gozar como una zorra mientras él miraba.
Y así seguimos, años después: yo con el coño siempre listo para una nueva verga prodigiosa, y él con la mano en la polla, disfrutando de su hotwife insaciable.
Fin... o mejor dicho, principio.
—Así, María, buena puta... chúpala como si fuera tuya.
Intenté bajar más, pero era imposible: aquella verga cubana de 25 centímetros reales me llegaba al fondo de la garganta y aún sobraba la mitad. Babeaba como loca, saliva espesa cayendo por mi barbilla mientras me esforzaba por tragarla entera. Yoel me follaba la boca despacio al principio, luego más fuerte, hasta que me ahogaba y lágrimas corrían por mis mejillas.
Me levantó como si no pesara nada, me puso contra el mostrador del videoclub y me subió la falda. No llevaba bragas —mi marido me había pedido que no las llevara "por si acaso"—. Yoel escupió en su mano y me frotó el coño empapado.
—Joder, estás chorreando, zorrita. Tu marido tenía razón: estás hecha para pollas grandes.
Me abrió las piernas y colocó aquella cabeza gorda en mi entrada. Empujó lento... y sentí cómo me partía en dos. Nunca me habían abierto así. Mi coño, aunque ya había tenido sexo, era estrecho para algo tan monstruoso. Grité, mordiéndome el labio, mientras centímetro a centímetro me llenaba hasta el útero.
—¡Dios, Yoel, me estás rompiendo! ¡Es demasiado grande!
Pero empujé hacia atrás, queriendo más. Cuando estuvo todo dentro, sus huevos chocando contra mi clítoris, empezó a bombear: lento y profundo primero, luego salvaje, como un animal. El mostrador temblaba, los DVDs caían al suelo. Yo gemía como una loca, uñas clavadas en la madera.
—Fóllame más fuerte... ¡revuélame el coño con esa verga negra!
Yoel me agarró las tetas por debajo de la blusa, pellizcando pezones duros mientras me taladraba. Sentía cada vena rozando mis paredes, la cabeza golpeando mi cervix con cada embestida. Me corrí la primera vez en menos de dos minutos, squirteando alrededor de su polla, chorros calientes mojando sus muslos.
No paró. Me giró, me puso a cuatro patas en el suelo del videoclub y volvió a clavarla desde atrás, azotándome el culo hasta dejarlo rojo.
—Tu marido va a flipar cuando se lo cuentes... o mejor, la próxima vez lo traemos y lo ve en directo.
La idea me puso aún más caliente. Imaginé a mi marido sentado en una silla, paja en mano, viendo cómo un negro me destroza. Me corrí otra vez, más fuerte, gritando su nombre.
Yoel aceleró, gruñendo en cubano, hasta que se hinchó dentro de mí y descargó: chorros calientes y espesos inundando mi útero, tanto que sentí cómo rebosaba y goteaba por mis piernas. Se quedó dentro un rato, pulsando, mientras yo temblaba de después-orgasmo.
Cuando salió, mi coño quedó abierto, rojo, palpitando, semen espeso saliendo a chorros. Yoel me ayudó a levantarme, me besó profundo y me dio una película "de regalo": un interracial duro.
Llegué a casa temblando, con las piernas flojas y el coño dolorido de la mejor forma posible. Mi marido me esperaba ansioso en el sofá.
—¿Y bien? ¿Qué tal Yoel?
Le conté todo, sin omitir detalle: cómo me había follado la boca, cómo me había partido el coño, cómo me había corrido como nunca. Mientras hablaba, vi cómo su polla se endurecía en los pantalones. Cuando terminé, me tiró al suelo y me folló con una furia que nunca había tenido, repitiendo:
—Puta mía... mi puta caliente... ¿te gustó esa verga negra más que la mía?
Y yo, sincera por primera vez, gemí:
—Sí... mucho más grande... mucho más dura...
Desde esa noche, todo cambió. Mi marido alquilaba cada vez más películas interraciales. Empezó a pedirme que volviera al videoclub sola. Yo volvía follada, llena de semen ajeno, y él me reclaimaba como un loco.
Y así, poco a poco, nos metimos de lleno en el cuckolding. Él organizaba encuentros: Yoel primero, luego otros. Siempre hombres dotados, preferiblemente negros o mulatos, con vergas que me dejaran el coño destrozado. Él miraba, se pajeaba, a veces limpiaba con la lengua el semen de otros dentro de mí.
¿Quién empezó primero? ¿Sus ganas de verme follada por otros, o mis ganas de sentir vergas enormes partiéndome en dos?
La verdad es que ya no importa.
Lo que importa es que, desde aquella tarde en el videoclub con Yoel, supe que mi cuerpo estaba hecho para pollas grandes... y mi marido supo que su mayor placer era verme gozar como una zorra mientras él miraba.
Y así seguimos, años después: yo con el coño siempre listo para una nueva verga prodigiosa, y él con la mano en la polla, disfrutando de su hotwife insaciable.
Fin... o mejor dicho, principio.
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