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El despertar del Cornudo II

"El Casino, el 'ascenso' de mi novia y la orden de la tanga roja"
Después de lo de los planes de ahorro, Dani cambió de aire, pero cayó en la boca del lobo: entró a trabajar en un Casino , contratada por Manpower . Supuestamente era "limpieza", pero como tenía buena presencia (y ese culo que te hipnotizaba), la usaban de comodín: limpieza, moza para los jefes en las oficinas de arriba, mandados... era la "che piba" de la gerencia.

El despertar del Cornudo II


No usaba ambón de limpieza. La hacían ir de pantalón de vestir . Y amigos, si alguna vez vieron a una morocha culona con pantalón de vestir de tela fina agachándose a limpiar una máquina tragamonedas, saben de lo que hablo. Se le marcaba hasta el apellido.

Ella siempre volvía con el mismo cuento: "Gordo, el supervisor me dijo que tengo perfil para Groupier (Croupier). Que si me porto bien y aprendo, me ascienden y voy a ganar fortuna" . Yo la escuchaba y, aunque mi lado racional sabía que le estaban vendiendo humo para cojársela, mi lado cornudo (que ya estaba despertando) se excitaba. Ella me dijo: "El ambiente es re tóxico, se creen los dueños de las chicas. Hay rumores de que a la tal 'Menganita' se la cojen en los baños" . Me lo contaba haciéndose la escandalizada, pero yo le veía esa chispa en los ojos. Le daba morbo. Le atraía ese poder sucio de los jefes que tomaban a las empleadas como si fueran fichas de ruleta.


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El Día del "Depósito" Una noche se volvió distinta. No estaba cansada; Estaba eléctrica, acelerada, con las pupilas dilatadas. Me agarró como si fuera su "amiga" y me dijo: — Gordo, no sabés lo que pasó... tenés que prometerme que no decís nada.



Resulta que la mandaron a buscar lavandina al depósito de limpieza, ese cuartito oscuro donde nadie entra. Cuando abrió la puerta, se encontró el cuadro: Estaba el Supervisor (un tipo grandote, morocho, con cara de pocos amigos) cogiéndose a una compañera a la que le decían "La Culona" (imagínense el apodo). La tenía contra la estantería de los detergentes. Dani me contó los detalles riéndose, pero se le notaba la respiración agitada: — Gordo, era un cavernícola. La tenía agarrada de la cintura y le daba con una violencia... y ella gritaba y gozaba como una loca, se escuchaba todo el chasquido de la piel.

Lo más enfermo fue lo que pasó cuando Dani abrió la puerta. Cualquier persona normal hubiera parado, se hubiera tapado. Ellos no. El Supervisor giró la cabeza, la miró a Dani a los ojos... y siguió empujando . No paró ni un segundo. La compañera tampoco, seguía gimiendo con la pija adentro. Dani se quedó ahí, paralizada (o fascinada), mirando unos segundos cómo el jefe se la garchaba a la compañera, hasta que reaccionó, pidió perdón y cerró la puerta.



— ¡Son unos enfermos! —me dijo ella, riéndose nerviosa—. ¡Ni se mosquearon!


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Yo la miraba y entendía todo. Ella no se había ido por vergüenza, se había ido porque no aguantaba más las ganas de estar en el lugar de "La Culona". Ese descaro, esa impunidad de cogerse a la empleada adelante de otra, la había dejado chorreando. Esa noche cogimos como nunca. Yo sabía que ella cerraba los ojos y no me veía a mí... veía al "cavernícola" del supervisor rompiéndole el orto a la otra. Y yo, lejos de enojarme, me alimenté de esa leche ajena imaginaria. Ella estaba mojada por otro, excitada por la pija de su jefe, y yo era el que cosechaba los beneficios en casa.

Pero claro... la historia no termina ahí . Eso fue solo el trailer de la película porno que se le venía encima.



Pasaron las semanas y yo no veía nada, o no quería ver. Solo sabía lo que mi cabeza imaginaba o lo que Dani me contaba a la noche, cuando volvía con esa energía rara, mezcla de cansancio y satisfacción. Se había vuelto una adicción al trabajo. Vivía haciendo "horas extras". Lo bueno —o lo triste— es que esa plata se veía: pagaba las cuentas, llenaba la heladera, les compraba zapatillas de marca a los hijos y hasta me traía regalos a mí. Era la "propina" de la culpa. En el fondo, me estaba pagando el alquiler de su cuerpo.



Ella me trabajaba la cabeza con sus historias. Se hacía la santa: — Gordo, el Gerente me adora. Me dijo que soy su empleada favorita porque soy la única que labura en serio. Las otras son unas regaladas, se le insinúan, pero él valora que yo sea respetuosa y ubicada. Me dijo que me va a conseguir la vacante fija cuando se terminen los 6 meses de Manpower, que no me quiere perder por nada del mundo.



Y ahí me tiraba la estocada final, la que me confundía y me calentaba al mismo tiempo: — ¿Sabes qué? Me haces acordar a vos. Tiene tus mismos gestos cuando se pone serio, es inteligente como vos... por eso nos llevamos tan bien. ¡Qué hija de puta! Me estaba diciendo en la cara que se lo cogía porque era mi reemplazo con poder.



El Mensaje que rompió la Matrix Un día, el instinto de cornudo me ganó de nuevo. Ella se fue a duchar y dejó el celular en la mesa. Me temblaban las manos. Sentía ese frío en el estómago, esa montaña rusa de nervios y calentura. Desbloqueé. No fui al chat de la compañera. Fui directo arriba. Había un contacto agendado como "Gerente Casino" . Entrada. Lo que leí me dejó sin aire. No eran mensajes de amor. No había "te amo" ni corazones. Era peor. Eran mensajes de dueño a propiedad . Eran órdenes.



El último mensaje, sin abrir, decía solo esto: "Mañana ponete la tanga roja. Y tráeme el café al VIP tipo 10, que quiero arrancar bien el día".



El mundo se me vino abajo. No le pedía que limpie. Le pedía la ropa interior específica. Él sabía qué bombaschas tenía ella. Él elegía el menú. Subí en el chat y leí frases sueltas que se me grabaron a fuego:



Gerente: "Hoy te fuiste rápido. ¿Te quedó doliendo?"



Dani: "Jaja un poco, sos bruto. Pero me gusta."



(Unos días antes)



Gerente: "Ese pantaloncito negro me mata. Cuando te agachás a limpiar la alfombra se te marca todo. Me desconcentrás".



Dani: "Es para que veas lo que te perdés si no me das la vacante jaja."



Gerente: "La vacante ya es tuya. Y vos sos mía. Portate bien."



Solté el celular como si quemara. Lo marqué como "no leído" con el dedo temblando, tratando de dejar todo igual. Cuando ella salió de la ducha, envuelta en la toalla, la miré. Vi a esa mujerona, con esas piernas increíbles y esa cara de "yo no hago nada", y por primera vez tuve la certeza absoluta. Era un cornudo. Ya no era una sospecha. Ese tipo, el que "se parecía a mí", la usaba de juguete en la oficina. Elegía su ropa interior. La hacía agachar a limpiar para mirarle el culo y después se la garchaba prometiéndole un trabajo. Y lo peor de todo... lo más humillante... es que verla ahí, sabiendo que mañana se iba a poner la tanga roja para él, me puso la pija de piedra. La odiaba y la deseaba con la misma intensidad. Era mi mujer, pero los derechos de uso los tenía el Gerente.

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