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La orgía inolvidable

La Orgía Inolvidable
Todo empezó una tarde de viernes, cuando los cinco ya se habían instalado definitivamente en el séptimo. Yo había subido con la excusa de "hacer la limpieza semanal", pero los dos sabíamos que era mucho más que eso. Llevaba un vestido ligero, sin sujetador ni bragas, porque ya me conocían lo suficiente como para saber que iba preparada.
Al abrir la puerta, allí estaban los cinco: Jamal (el primero que conocí aquel día de lluvia), Malik, Kwame, Darius y Tyson. Todos altos, musculosos, piel oscura brillando bajo la luz del salón recién reformado. Camisetas ajustadas, pantalones deportivos que no ocultaban los bultos generosos que ya me volvían loca. Me miraron con esa hambre en los ojos que me hacía mojarme al instante.
"Bienvenida, señora limpiadora", dijo Jamal con esa sonrisa pícara, cerrando la puerta detrás de mí. Los demás rieron, acercándose como lobos rodeando a su presa.
No hubo preámbulos. Malik me cogió por la cintura y me besó con fuerza, su lengua invadiendo mi boca mientras sus manos grandes subían el vestido y amasaban mis tetas. Sentí otras manos —de Kwame— bajándome las bragas invisibles (porque no llevaba) y dedos gruesos abriéndome el coño ya empapado. "Joder, siempre estás lista", murmuró Darius, arrodillándose detrás de mí y lamiendo mi culo mientras yo gemía contra la boca de Malik.
Me llevaron al sofá grande del salón, me tumbaron boca arriba. Jamal se quitó la camiseta, mostrando ese torso perfecto que tanto me obsesionaba, y sacó su polla enorme, ya dura y palpitante. Me la metió en la boca sin pedir permiso, follándome la garganta con embestidas lentas pero profundas. Al mismo tiempo, Tyson y Darius se colocaron a ambos lados, sacando sus vergas gruesas y venosas para que las masturbara con las manos. Eran tan grandes que apenas podía abarcarlas.
Kwame se encargó de mi coño: separó mis piernas y hundió su lengua dentro de mí, chupando mi clítoris con maestría mientras introducía dos dedos gruesos, luego tres, abriéndome para lo que vendría después. Me corrí la primera vez así, temblando, con la boca llena de polla de Jamal y chorros de saliva cayéndome por la barbilla.
Luego cambiaron posiciones. Me pusieron a cuatro patas sobre la alfombra. Malik se colocó detrás y, sin avisar, me empaló de un solo empujón. Su polla era la más gruesa de todos, me estiraba hasta el límite, me hacía gritar de placer y dolor mezclado. "Toma, puta, esto es lo que quieres", gruñía mientras me follaba como un animal, sus huevos peludos golpeando mi clítoris a cada embestida.
Delante de mí, Darius y Tyson se turnaban para follarme la boca, uno mientras el otro me sujetaba el pelo. Jamal y Kwame se masturbaban viéndome, esperando su turno, diciéndome guarradas en inglés y en sus idiomas nativos que no entendía pero que me ponían aún más cachonda.
Después vino lo mejor: el doble. Malik siguió en mi coño, embistiendo sin piedad, y Jamal se colocó debajo, untando su polla en mis jugos y empujando despacio en mi culo. Sentí cómo me abrían los dos a la vez, dos pollas negras enormes llenándome por completo, rozándose dentro de mí a través de esa fina pared. Grité, lloré de placer, me corrí tan fuerte que squirteé sobre el sofá, empapándolo todo.
Los otros tres no se quedaron atrás. Kwame me metió su polla en la boca para callarme los gritos, y Darius y Tyson se turnaban para que les chupara los huevos o les mamara la punta mientras se pajeaban.
Cambiamos una y otra vez: yo encima de uno, cabalgando como una posesa mientras otro me follaba el culo y un tercero la boca. A veces tres pollas en mí al mismo tiempo, otras me rodeaban y me bañaban en leche caliente, corridas abundantes que me cubrían la cara, las tetas, el pelo. Me obligaban a lamerlo todo, a tragarme hasta la última gota.
La orgía duró horas. Perdí la cuenta de cuántas veces me corrí. Al final, estaba exhausta, tumbada en el suelo entre sus cuerpos sudorosos, con el coño y el culo palpitando, lleno de su semen que goteaba lentamente por mis muslos.
"Señora limpiadora", dijo Jamal jadeando, acariciándome el pelo pegajoso, "creo que el piso está más sucio que nunca... tendrás que volver mañana".
Sonreí, sabiendo que volvería. Cada semana. Cada vez que quisieran. Mi cuerpo era suyo, y yo era la puta más feliz del edificio.

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