La Iniciación de Ana
Ana tenía apenas 18 años cuando todo empezó. Era una jovencita curiosa y llena de hormonas, con un cuerpo esbelto y curvas que empezaban a despertar miradas en la universidad. Su novio, Marcos, era un chico guapo de su misma edad, con ojos traviesos y una sonrisa que la derretía. Habían estado saliendo por meses, dándose besos apasionados en los rincones oscuros del campus, rozándose las manos bajo la mesa en las clases, y alguna que otra caricia furtiva que les aceleraba el corazón. Pero aún no habían cruzado esa línea. Ana era virgen, y aunque ardía en deseos de entregarse, un nerviosismo sutil la retenía.
Un fin de semana, los padres de Marcos se fueron a visitar a unos familiares en un pueblo lejano, dejando la casa vacía. Él la llamó con voz ronca, invitándola a venir. "Ven, amor, vamos a pasar una tarde inolvidable", le dijo. Ana se arregló con esmero: un vestido corto que realzaba sus piernas largas, ropa interior de encaje rojo que había comprado en secreto, y un perfume dulce que la hacía sentir sexy. Al llegar, Marcos la recibió con un beso profundo, sus manos ya explorando su cintura. Puso música suave, un rhythm and blues sensual que llenaba el aire con promesas eróticas. Empezaron a bailar en el salón, sus cuerpos pegados, moviéndose al ritmo lento. Ana sentía el calor creciendo entre sus piernas, el roce de su erección contra su vientre la hacía jadear. "Hoy es el día", pensó ella, imaginando cómo sería perder la virginidad en sus brazos.
Se desplazaron al dormitorio de los padres de Marcos, una habitación amplia con una cama king size que parecía invitar al pecado. Él la tumbó con delicadeza, besándola por todo el cuello, bajando hasta sus pechos. Le quitó el vestido despacio, saboreando cada centímetro de piel expuesta. Ana temblaba de excitación cuando él le bajó las braguitas, dejando su coño expuesto, ya húmedo y ansioso. Marcos se arrodilló entre sus piernas, su aliento cálido contra su intimidad. Empezó suavecito, lamiendo los labios exteriores con la punta de la lengua, trazando círculos lentos que la hacían arquear la espalda. "Dios, qué rico", murmuró Ana, agarrando las sábanas. Luego, se volvió más apasionado, introduciendo la lengua profunda, chupando su clítoris hinchado, alternando con mordisquitos suaves que la llevaban al borde del éxtasis. Ana gemía sin control, sus jugos cubriendo su barbilla.
Queriendo reciprocidad, Marcos se incorporó y se quitó los pantalones, revelando su polla dura y venosa. "Ahora tú, amor", le dijo con voz grave. Ana, nerviosa pero excitada, se acercó. Tomó su miembro en la mano, sintiendo su calor pulsante. Poco a poco, lo introdujo en su boca, dando lengüetazos tímidos al principio, lamiendo la cabeza como si fuera un helado derretido. Marcos gemía, guiándola con las manos en su cabello, empujando suavemente para que lo tomara más profundo. Ana se animó, chupando con más ritmo, sintiendo cómo se endurecía aún más en su garganta.
Cuando ya no pudieron aguantar, intentaron follar. Marcos se posicionó encima, colocando la punta de su polla en la entrada de su coño virgen. Empujó, y empujó, y empujó con más fuerza, pero no entraba. Ana sentía una resistencia dolorosa, como si una barrera invisible la protegiera. Él sudaba, refregándose contra ella en un intento desesperado, hasta que con tanto roce explosivo, se corrió sobre su vientre, chorros calientes que la marcaron. Ana quedó frustrada, excitada pero insatisfecha. La tarde terminó con besos tiernos, pero un vacío en su interior.
Al día siguiente, Ana se encontró con su amiga Laura en un café. Laura iba dos cursos por delante en el instituto, y siempre habían sido confidentes, compartiendo secretos picantes sobre chicos y experiencias. Con el rostro enrojecido, Ana le contó todo: el baile, las lamidas, la mamada, y el fracaso al penetrar. Laura la escuchó con atención, y luego soltó una sonrisa pícara, sus ojos brillando con malicia. "Cariño, hay personas que tienen el virgo más fuerte o duro, y cuesta desvirgarlas. Yo era de esas, ¿sabes? Y resolví el problema de la mejor manera posible."
"¿Cómo?", preguntó Ana, intrigada, sintiendo un cosquilleo en su entrepierna solo de imaginar.
"Pues tengo unos amigos negros, tres para ser más exacta, que te vendrían de perlas", respondió Laura, bajando la voz como si compartiera un secreto prohibido. "Tres... ¿por qué?", inquirió Ana, el corazón latiéndole fuerte.
"Muy sencillo, entre los tres te dejan preparada para todo lo que tenga que entrar en tu coño, boca o culo", explicó Laura con un guiño lascivo. "El primero se llama Jamal, tiene una verga de unos diecisiete centímetros por cuatro de grueso. Ideal para la perforación inicial, rompe la barrera sin destrozarte, pero te hace sentir llena por primera vez. El segundo es Tyrone, con un vergón de veintidós centímetros de largo por seis de grueso. Esa seguro que te llega hasta el útero, te estira y te hace gritar de placer mezclado con dolor. Y al tercero le llamamos 'El Caballo', Marcus, porque su pollón mide veintiocho centímetros de largo por ocho de grueso. Si quedaba algo de virgo, él termina de destruirlo, te abre como nunca imaginaste, y te deja adicta a las pollas grandes."
Ana sintió un calor líquido entre sus piernas solo de oírlo. "¿Cuándo quieres que vayamos y te los presente?", preguntó Laura, notando su excitación. Ana mordió su labio, imaginando esas vergas negras invadiendo su cuerpo inexplorado. "Esta noche", respondió, su voz temblorosa de anticipación.
Esa misma noche, Laura la llevó a un apartamento discreto en las afueras. Los tres hombres estaban allí, altos, musculosos, con piel oscura y sonrisas depredadoras. Jamal fue el primero en acercarse, quitándole la ropa con manos expertas. La tumbó en el sofá, besando su cuello mientras sus dedos exploraban su coño húmedo. "Relájate, nena, voy a abrirte camino", murmuró. Se posicionó, su verga de 17 cm dura como una roca, y empujó con firmeza. Ana gritó cuando rompió la barrera, un dolor agudo que pronto se convirtió en placer al sentirlo deslizarse adentro, follando con ritmo constante, sus bolas golpeando contra su culo. Se corrió dentro de ella, llenándola de semen caliente, preparándola para lo que venía.
Tyrone tomó el relevo, su pollón de 22 cm por 6 de grueso intimidante. La puso a cuatro patas, lamiendo su coño ya sensible para lubricarla más. "Ahora vas a sentir lo profundo", gruñó, embistiendo con fuerza. Ana aulló cuando llegó al fondo, tocando su útero, estirándola hasta el límite. Él la follaba salvajemente, agarrando sus caderas, alternando con palmadas en su culo que la hacían jadear. "¡Más, por favor!", suplicaba Ana, perdida en el éxtasis, su cuerpo temblando con orgasmos múltiples mientras él la inundaba con su carga espesa.
Finalmente, Marcus, 'El Caballo', se acercó con su monstruo de 28 cm por 8 de grueso, venas palpitantes y cabeza hinchada. Ana lo miró con miedo y deseo, arrodillándose para chuparlo. Apenas cabía en su boca, pero lo lamió con devoción, tragando lo que podía mientras él gemía. Luego, la levantó y la empaló contra la pared, penetrando centímetro a centímetro. "¡Joder, es enorme!", chilló Ana, sintiendo cómo la destrozaba por completo, destruyendo cualquier rastro de virginidad. Él la follaba con embestidas brutales, llegando a lugares imposibles, su pollón abriéndola como un túnel. Ana se corrió una y otra vez, su coño chorreando, hasta que Marcus explotó, llenándola hasta rebosar.
Al final de la noche, Ana yacía exhausta pero satisfecha, su cuerpo marcado por mordidas y semen. Laura la besó en la mejilla. "Ahora estás lista para todo, amiga". Ana sonrió, sabiendo que su vida sexual acababa de comenzar, y que Marcos sería solo el principio de muchas aventuras. Desde entonces, soñaba con pollas grandes, negras y destructoras, anhelando más perforaciones profundas y calientes.
Ana tenía apenas 18 años cuando todo empezó. Era una jovencita curiosa y llena de hormonas, con un cuerpo esbelto y curvas que empezaban a despertar miradas en la universidad. Su novio, Marcos, era un chico guapo de su misma edad, con ojos traviesos y una sonrisa que la derretía. Habían estado saliendo por meses, dándose besos apasionados en los rincones oscuros del campus, rozándose las manos bajo la mesa en las clases, y alguna que otra caricia furtiva que les aceleraba el corazón. Pero aún no habían cruzado esa línea. Ana era virgen, y aunque ardía en deseos de entregarse, un nerviosismo sutil la retenía.
Un fin de semana, los padres de Marcos se fueron a visitar a unos familiares en un pueblo lejano, dejando la casa vacía. Él la llamó con voz ronca, invitándola a venir. "Ven, amor, vamos a pasar una tarde inolvidable", le dijo. Ana se arregló con esmero: un vestido corto que realzaba sus piernas largas, ropa interior de encaje rojo que había comprado en secreto, y un perfume dulce que la hacía sentir sexy. Al llegar, Marcos la recibió con un beso profundo, sus manos ya explorando su cintura. Puso música suave, un rhythm and blues sensual que llenaba el aire con promesas eróticas. Empezaron a bailar en el salón, sus cuerpos pegados, moviéndose al ritmo lento. Ana sentía el calor creciendo entre sus piernas, el roce de su erección contra su vientre la hacía jadear. "Hoy es el día", pensó ella, imaginando cómo sería perder la virginidad en sus brazos.
Se desplazaron al dormitorio de los padres de Marcos, una habitación amplia con una cama king size que parecía invitar al pecado. Él la tumbó con delicadeza, besándola por todo el cuello, bajando hasta sus pechos. Le quitó el vestido despacio, saboreando cada centímetro de piel expuesta. Ana temblaba de excitación cuando él le bajó las braguitas, dejando su coño expuesto, ya húmedo y ansioso. Marcos se arrodilló entre sus piernas, su aliento cálido contra su intimidad. Empezó suavecito, lamiendo los labios exteriores con la punta de la lengua, trazando círculos lentos que la hacían arquear la espalda. "Dios, qué rico", murmuró Ana, agarrando las sábanas. Luego, se volvió más apasionado, introduciendo la lengua profunda, chupando su clítoris hinchado, alternando con mordisquitos suaves que la llevaban al borde del éxtasis. Ana gemía sin control, sus jugos cubriendo su barbilla.
Queriendo reciprocidad, Marcos se incorporó y se quitó los pantalones, revelando su polla dura y venosa. "Ahora tú, amor", le dijo con voz grave. Ana, nerviosa pero excitada, se acercó. Tomó su miembro en la mano, sintiendo su calor pulsante. Poco a poco, lo introdujo en su boca, dando lengüetazos tímidos al principio, lamiendo la cabeza como si fuera un helado derretido. Marcos gemía, guiándola con las manos en su cabello, empujando suavemente para que lo tomara más profundo. Ana se animó, chupando con más ritmo, sintiendo cómo se endurecía aún más en su garganta.
Cuando ya no pudieron aguantar, intentaron follar. Marcos se posicionó encima, colocando la punta de su polla en la entrada de su coño virgen. Empujó, y empujó, y empujó con más fuerza, pero no entraba. Ana sentía una resistencia dolorosa, como si una barrera invisible la protegiera. Él sudaba, refregándose contra ella en un intento desesperado, hasta que con tanto roce explosivo, se corrió sobre su vientre, chorros calientes que la marcaron. Ana quedó frustrada, excitada pero insatisfecha. La tarde terminó con besos tiernos, pero un vacío en su interior.
Al día siguiente, Ana se encontró con su amiga Laura en un café. Laura iba dos cursos por delante en el instituto, y siempre habían sido confidentes, compartiendo secretos picantes sobre chicos y experiencias. Con el rostro enrojecido, Ana le contó todo: el baile, las lamidas, la mamada, y el fracaso al penetrar. Laura la escuchó con atención, y luego soltó una sonrisa pícara, sus ojos brillando con malicia. "Cariño, hay personas que tienen el virgo más fuerte o duro, y cuesta desvirgarlas. Yo era de esas, ¿sabes? Y resolví el problema de la mejor manera posible."
"¿Cómo?", preguntó Ana, intrigada, sintiendo un cosquilleo en su entrepierna solo de imaginar.
"Pues tengo unos amigos negros, tres para ser más exacta, que te vendrían de perlas", respondió Laura, bajando la voz como si compartiera un secreto prohibido. "Tres... ¿por qué?", inquirió Ana, el corazón latiéndole fuerte.
"Muy sencillo, entre los tres te dejan preparada para todo lo que tenga que entrar en tu coño, boca o culo", explicó Laura con un guiño lascivo. "El primero se llama Jamal, tiene una verga de unos diecisiete centímetros por cuatro de grueso. Ideal para la perforación inicial, rompe la barrera sin destrozarte, pero te hace sentir llena por primera vez. El segundo es Tyrone, con un vergón de veintidós centímetros de largo por seis de grueso. Esa seguro que te llega hasta el útero, te estira y te hace gritar de placer mezclado con dolor. Y al tercero le llamamos 'El Caballo', Marcus, porque su pollón mide veintiocho centímetros de largo por ocho de grueso. Si quedaba algo de virgo, él termina de destruirlo, te abre como nunca imaginaste, y te deja adicta a las pollas grandes."
Ana sintió un calor líquido entre sus piernas solo de oírlo. "¿Cuándo quieres que vayamos y te los presente?", preguntó Laura, notando su excitación. Ana mordió su labio, imaginando esas vergas negras invadiendo su cuerpo inexplorado. "Esta noche", respondió, su voz temblorosa de anticipación.
Esa misma noche, Laura la llevó a un apartamento discreto en las afueras. Los tres hombres estaban allí, altos, musculosos, con piel oscura y sonrisas depredadoras. Jamal fue el primero en acercarse, quitándole la ropa con manos expertas. La tumbó en el sofá, besando su cuello mientras sus dedos exploraban su coño húmedo. "Relájate, nena, voy a abrirte camino", murmuró. Se posicionó, su verga de 17 cm dura como una roca, y empujó con firmeza. Ana gritó cuando rompió la barrera, un dolor agudo que pronto se convirtió en placer al sentirlo deslizarse adentro, follando con ritmo constante, sus bolas golpeando contra su culo. Se corrió dentro de ella, llenándola de semen caliente, preparándola para lo que venía.
Tyrone tomó el relevo, su pollón de 22 cm por 6 de grueso intimidante. La puso a cuatro patas, lamiendo su coño ya sensible para lubricarla más. "Ahora vas a sentir lo profundo", gruñó, embistiendo con fuerza. Ana aulló cuando llegó al fondo, tocando su útero, estirándola hasta el límite. Él la follaba salvajemente, agarrando sus caderas, alternando con palmadas en su culo que la hacían jadear. "¡Más, por favor!", suplicaba Ana, perdida en el éxtasis, su cuerpo temblando con orgasmos múltiples mientras él la inundaba con su carga espesa.
Finalmente, Marcus, 'El Caballo', se acercó con su monstruo de 28 cm por 8 de grueso, venas palpitantes y cabeza hinchada. Ana lo miró con miedo y deseo, arrodillándose para chuparlo. Apenas cabía en su boca, pero lo lamió con devoción, tragando lo que podía mientras él gemía. Luego, la levantó y la empaló contra la pared, penetrando centímetro a centímetro. "¡Joder, es enorme!", chilló Ana, sintiendo cómo la destrozaba por completo, destruyendo cualquier rastro de virginidad. Él la follaba con embestidas brutales, llegando a lugares imposibles, su pollón abriéndola como un túnel. Ana se corrió una y otra vez, su coño chorreando, hasta que Marcus explotó, llenándola hasta rebosar.
Al final de la noche, Ana yacía exhausta pero satisfecha, su cuerpo marcado por mordidas y semen. Laura la besó en la mejilla. "Ahora estás lista para todo, amiga". Ana sonrió, sabiendo que su vida sexual acababa de comenzar, y que Marcos sería solo el principio de muchas aventuras. Desde entonces, soñaba con pollas grandes, negras y destructoras, anhelando más perforaciones profundas y calientes.
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