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Paula, ser yo (2)

**Lunes: La Mano en el Vagón de Madera**

El lunes empieza con el disgusto. El colegio es una pelotudez, las caras de mis compañeras me parecen de plástico. Necesito el subte como un drogadicto necesita su dosis. Hoy la línea A, la de los vagones de madera que huelen a siglo pasado y a orina de viejo. Me planto de cara a la puerta, con mi falda gris como una bandera de rendición. Cierro los ojos y espero. Llega el tipo. Lo siento antes de verlo. Su aliento a tabaco de liar y a café quemado en mi nuca. Su mano busca apoyo en mi cintura, un gesto inocente que se pudre en mi piel. La dejo. La mano desciende, despacio, por el lomo de mi blusa, hasta que se posa en el centro de mi orto. No aprieta, solo descansa. Es un reclamo de propiedad. El tren sacude y su cuerpo se pega al mío. Siento su pija, dura como un palo, apretándome en la espalda baja. El vaivén del tren la frota contra mí, un roce constante, obsceno. Su otra mano baja por el frente, se mete bajo la falda y me busca la concha por encima de la tanga. Me la aprieta, con una fuerza que me corta la respiración. Se corre en el pantalón, lo siento como un temblor húmedo contra mi espalda. Se baja en Perú, corriendo como un ladrón. Yo me quedo, con la cola caliente y la sonrisa de puto que me dibuja la cara.

**Martes: La Confesión en el Baño de Once**

El martes necesito algo más sórdido. El baño de mujeres de la estación Once. Bajo las escaleras, el tufo a orina y a desinfectante me golpea. Es el olor a mi iglesia. Me meto en el último cubículo, el que tiene la puerta colgada de un gozne. Me siento en la taza, con la tapa levantada, y espero. Las pibas se van, el silencio queda. Entonces, la puerta se abre. Pasos de hombre. Se detienen frente a mí. Sin una palabra, una pija flácida y medio fea aparece por el hueco de la puerta. Me arrodillo en el piso de baldosas pegajosas. La agarro, la chupo, la siento crecer en mi boca hasta que se pone dura y caliente. Se corre con un gruñido sordo y me tira toda la leche en la cara. Me la dejo correr, me chorrea por la mejilla, por el cuello. Se guarda la herramienta y se va. Me quedo arrodillada, con el sabor a su desesperación y la cara pegajosa. Me limpio con el dorso de la mano, me lavo la cara con agua fría y salgo a la calle, sintiéndome renacida.

**Miércoles: El Altar de los Cuerpos**

El miércoles es el rito del cine Premier. La oscuridad total. Hoy no quiero manos, quiero cuerpos. Quiero su peso, su calor, su olor. Me siento en la última fila, en un rincón, y me bajo la cremallera de la bota, una señal. No tardo en tener a uno a cada lado. El de la izquierda es un viejo que huele a ajenjo y a soledad. El de la derecha es un pibe con olor a sudor y a faso. El viejo mete la mano bajo mi falda y me mete dos dedos dentro, moviéndolos como si quisiera sacarles un jugo. El pibe me desabrocha la blusa, me saca ambas tetas y se pone a chuparme los pezones como un chiquito, mordiéndolos hasta que me duelen. Entonces, una tercera sombra se arrodilla frente a mí. Es otro pibe, más flaco. Aparta la mano del viejo y me mete la cara en la concha. Su lengua es un látigo, rápido y áspero. El triple estímulo es demasiado. Un orgasmo brutal me sacude toda, un espasmo que me deja sin aire. Los tres se retiran como fantasmas. Me quedo sola, temblando, con la blusa abierta y la concha empapada.

**Jueves: La Doble Penetración en la Camioneta**

El jueves necesito que me rompan. Vuelvo al estacionamiento del shopping Abasto, al subsuelo. Hoy no espero. Me paro frente a una columna y me quedo quieta. Llega una camioneta 4x4, vidrios polarizados. Se para a mi lado. Bajan las ventanitas. Son dos. "Subite, flaca". Me subo a la parte de atrás. "Sacá toda la ropa", ordena el que maneja, mirándome por el retrovisor. Me quedo en tanga y medias. "Vení al medio". Me paso al asiento del centro. El conductor saca una pija enorme, gorda y oscura. El de al lado también. "Chupá las dos". Me inclino y las agarro, alternándome, sintiéndolas crecer en mis manos y en mi boca. "Ahora, sentate encima", dice el de al lado. Me siento sobre su pija, metiéndomela en la concha. El otro se arrodilla en el piso y me la mete por el culo, sin avisar. Me llenan por completo. Me cabalgan como si fuera un animal, con golpes secos que me hacen doler todo. Los dos vienen dentro mío, una doble inundación caliente. Me bajan, me tiran la ropa al piso y me dicen: "Andáte". Me bajo, con las piernas temblando y la leche goteando por los muslos. Camino hacia mi casa, marcada.

**Viernes: La Cagada a "Trompadas" en el Descampado**


El viernes la fiesta es una mierda. A la una de la mañana me cansé. Salgo a la calle, a la noche fría. Camino por Corrientes hasta que me cansé de caminar. Me paro en una esquina, cerca del bajo. Llega un taxi viejo, una chatarra. Se para. "¿Te llevo, nena?". "Depende a dónde". "A donde quieras". Me subo al acompañante. No me lleva a ningún hotel. Gira y se mete por un callejón oscuro, hacia un descampado junto a las vías del tren. Para el motor. "Bajate". Me apoya contra la puerta del taxi, me levanta la falda y me la mete a las trompadas, ahí, parada, con el olor a metal y a tierra mojada. Es rápido, brutal, sin cariño. Me agarra del pelo, me llama "putita", "conchuda". Se corre adentro, me mancha todo por dentro. Me sube al auto y me deja donde me encontró, sin darme ni un mango. Me bajo, con el olor a su semen y a mi humillación. Camino hacia mi casa, no hacia la fiesta. Ya no quiero joder. Ya me cagaron a trompadas. Ahora solo quiero volver a mi cama, a mi jaula de oro, y dormir con el sabor de la calle en la piel.

" El ritual final. La masturbación no es por placer, es por memoria. Es la forma  que proceso, mis momentos de un nuevo mundo. No es una paja, es una autopsia".


***

### **El Ritual del Espejo**

**Lunes: La Reconstrucción de la Mano**

Llego a mi cuarto y el silencio me pesa. Me quito el uniforme lentamente, como si desprendiera una piel muerta. La falda gris, la blusa celeste, las medias. Me quedo en tanga y sostén frente al espejo grande del ropero. No me miro a los ojos. Miro mi cuerpo. Mi piel está pálida, intacta. No hay rastros. Pero yo los siento. Me acuesto en la cama, con las piernas abiertas, mirando el techo blanco. Cierro los ojos y viajo al vagón de madera. No pienso en su cara. Pienso en su mano. Recuerdo su peso sobre mi cintura, el calor de su palma a través de la blusa. Mis propios dedos imitan ese recorrido. Bajan por mi panza, se detienen. Recuerdo el momento en que su mano se metió bajo mi falda, el contacto de su piel áspera con mi muslo. Mis dedos tiemblan al replicarlo. Finalmente, recuerdo sus dedos metiéndose en mi tanga, frotándome el clítoris con ese ritmo experto y cruel. Mi mano se mueve con esa misma urgencia, con esa misma presión. No es para gozar. Es para revivirlo. Para sentir otra vez cómo mi cuerpo se entregó a un extrajo en medio de cien personas. Cuando corro, no es un grito. Es un espasmo seco, una contracción muscular. Es el fantasma del orgasmo que no pude tener en el subte. Me limpio los dedos, no con un pañuelo, sino con el borde de la sábana. Quiero dormir con esa mancha.

**Martes: La Confesión del Sabor**

Hoy no me miro al espejo. Me da vergüenza. Me voy derecha a la cama, pero antes me meto en el baño. Abro la canilla y bebo un poco de agua, para quitarle el gusto a nada. Me acuesto, pero esta vez me pongo de costado, en posición fetal. Cierro los ojos y la única imagen que tengo es esa pija flácida apareciendo por el hueco de la puerta. Recuerdo el olor rancio, la piel arrugada. Recuerdo cómo la sentí crecer en mi boca, cómo la hice mía. Mis dedos no van a la concha. Se meten en mi boca. Los chupo, los mojo, imaginando que son ajenos. Luego, con los dedos mojados, me bajo la tanga y me los paso por la concha, una y otra vez. No me los meto. Solo los paso, despacio, sintiendo mi propia humedad mezclada con mi saliva. Es una paja lenta, silenciosa, casi dolorosa. No busco el clítoris. Me froteo los labios, imaginando que es su semen el que me unta. El orgasmo, si llega, es una pequeña ola tibia, un suspiro. Es la confesión silenciosa de que me gusta sentirme sucia, que el sabor a otro me excita más que mi propio gusto.

**Miércoles: El Coro de las Voces**

Hoy necesito luz. Me siento en el borde de la cama, con las piernas colgando, frente al espejo. Me miro. Me abro las piernas y me miro la concha, todavía hinchada y enrojecida. Recuerdo las tres manos. La del viejo, la del pibe, la del tercero. Cierro los ojos y trato de separar las sensaciones. Mis dedos índice y pulgar de la mano izquierda se pegan a mi pezón, lo aprietan, lo retuercen, imitando al pibe. Mi mano derecha va a mi concha. El dedo medio se mete dentro, moviéndose torpemente, como el del viejo. El pulgar busca mi clítoris y lo frota en círculos rápidos, como la lengua del tercero. Soy tres personas a la vez. Me masturzo mirándome en el espejo, viendo cómo mis manos me desmembran, escuchando en mi cabeza el coro de sus susurros: "puta", "te quiero". El orgasmo es violento, me sacude toda, me arqueo hacia atrás y un gemido se me escapa, un gemido que parece de otra. Es el coro de los tres que canta a través de mí. Me quedo así, temblando, hasta que me calmo. Hoy no fui víctima. Fui la directora de orquesta.

**Jueves: El Dolor como Recuerdo**

Hoy no hay placer. Hay dolor. Me acuesto boca abajo en la cama, con la cara contra la almohada. Recuerdo la camioneta, el olor a cuero nuevo. Recuerdo sus dos pijas, una en la concha y otra en el culo. Mis dedos no van a la concha. Van al culo. Me mojo el dedo índice con mi propia saliva, lo paso una y otra vez, y luego me lo meto despacio, hasta el fondo. Me duele. Un dolor agudo, vivo. Es el recuerdo. Me lo quedo ahí adentro, sin moverme, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa. Con la otra mano, me aprieto la cola, como lo hizo el conductor. Me froto contra el colchón, buscando una fricción que no es de placer, es de castigo. El orgasmo, si llega, es seco, doloroso, casi una convulsión. Es la forma en que mi cuerpo recuerda la doble penetración, la forma en que convierto el dolor en un recuerdo tangible. Me quedo así, con el dedo adentro, hasta que me duermo.

**Viernes: La Nada**

Hoy no hay ritual. Hoy no hay paja. Llego a mi cuarto, me desnudo y me tiro en la cama. Cierro los ojos y veo las luces del taxi, el descampado, su cara de animal. Pero no siento nada. No hay picazón, no hay deseo, no siquiera dolor. Hay un vacío pacífico. Una calma después de la tormenta. Mis manos quedan quietas a los costados de mi cuerpo. No me toco. No me excito. Me quedo mirando el techo, escuchando el silencio de la casa. Por primera vez en toda la semana, no necesito revivir nada. La experiencia fue tan cruda, tan real, que no necesita ser procesada. Ya está dentro mío, es parte de mí. Y por eso, por primera vez en toda la semana, me duermo sola. Con el cuerpo limpio y la mente vacía. Y sueño con el sol.

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