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Y después del Gangbang... Manuel...

Una vez recuperados del Gangbang, los chicos descorchan el champagne, que estaba reservado para Manuel, y saquean el frigobar. Después de tremendo desgaste físico, teníamos que reponer energías, así que pedimos servicio a la habitación. Comida y bebidas para todos.
Para entonces ya se habían olvidado de la Bresh y de cualquier salida nocturna. Todo lo que pretendían de la noche porteña, lo tenían ahí, en esa habitación.
Por supuesto que seguimos cogiendo de a ratos, aunque ya no en forma grupal, sino de a uno por vez, lo que me permite disfrutar de todos ellos en una forma mucho más íntima, más personal. Algunos me cogen en la cama, otros en el suelo, uno me pone de frente contra la pared y me garcha de parado... 
Con todos acabo, con unos más intensamente que con otros, pero con todos me echo un polvo.
Entre la neblina del alcohol, recuerdo vagamente haberme levantado en algún momento de la madrugada, cuando ya todo había terminado, para ir al baño. Están todos durmiendo conmigo en la cama, desnudos y amontonados, por lo que tengo que pasar por encima de sus cuerpos.
Luego de orinar, me quedo frente al espejo, tratando de arreglarme el maquillaje, que está todo corrido. Viene uno de los chicos, no me pregunten cuál, y tambaleándose aún por la borrachera, se echa un meo, fuerte, cargado; cuando termina, se la sacude, y al darse cuenta que estoy ahí, en bolas, igual que él, no se la suelta, se la sigue sobando, y poniéndosela dura en cuestión de segundos, viene hacía mí, para culearme ahí mismo, sobre el lavabo.
No sé quién da la voz de alerta, si alguien avisa, o son mis jadeos los que despiertan a los demás, pero enseguida hay una fila detrás nuestro, todos con las pijas paradas, esperando para terminar de romperme el culo.
Fue el epílogo perfecto, la cereza del pastel para una noche increíble...
Cuándo me despierto, horas más tarde, estaba sola, ya se habían ido. Tenía el cuerpo adolorido y la mente cargada de imágenes de la noche anterior. El desorden en la habitación era un recordatorio de lo que había pasado: botellas vacías, restos de comida, preservativos usados, manchas de semen, de sudor en las sábanas, y el olor a sexo y a macho que aún persistía en el ambiente.
Me di una ducha, limpié lo que fuera más comprometedor o vergonzoso, como por ejemplo los forros que los chicos habían dejado tirados por cualquier sitio, muchos de ellos repletos con sus acabadas, y pedí el servicio de limpieza. Bajé a desayunar siendo casi el mediodía. Imaginaba que ya a esa hora los uruguayos debían estar volviendo a Montevideo, comentando, seguramente, entre ellos, como fue cogerse entre todos a una porteña.
Manuel llegaría a la tarde, ya me había pasado la hora de su arribo, así que volví a la habitación, que estaba impecable, como si nadie la hubiera usado todavía, y me arreglé para esperarlo. Tuve que desechar la lencería erótica que había comprado para recibirlo, ya que quedó hecha un harapo, después de que los chicos la usaron para limpiarse no solo el sudor, sino también la leche.
Apenas aterriza el avión, Manuel me escribe para avisarme que ya está cerca. Bajé al lobby para esperarlo, ya que quedándome en la Suite, caminaba por las paredes de lo ansiosa e impaciente que estaba. Pese a todo el sexo que había tenido tan solo unas pocas horas atrás, me moría por estar de nuevo entre sus brazos.
Cuando lo veo llegar, el corazón me empieza a latir desbocado. Allí está, impecable, con ese aire europeo que me fascina. Tiene el cabello entrecano, los ojos claros, y una sonrisa que me desarma. No está mal para sus ya, casi, sesenta años.
Corro hacia él, para abrazarlo, para sentirlo, llenándome los pulmones con su perfume. Subimos a la suite tomados de las manos, disfrutando ese contacto que habíamos anhelado durante tanto tiempo.
Mientras el ascensor recorre los pisos, no puedo dejar de observarlo, sintiendo cómo, a pesar del cansancio y la resaca, mi deseo por él crece a pasos agigantados.
Cuando cerramos la puerta, no tarda en besarme. Un beso largo, ansioso, con sabor a reencuentro. Y aunque la noche anterior me habían besado cinco hombres diferentes, son sus besos los que de verdad me conmueven.
Sus manos recorren mi cintura, mis pechos, y yo ya estoy entregada, consciente de que, aunque mi cuerpo aún guarda las huellas de esos otros hombres, ahora solo él me importa.
Lo llevo hasta la cama, en dónde me desnuda con calma, como si cada prenda fuera la ofrenda de un ritual. Su mirada se posa en mi piel, descubriendo las marcas de los excesos de la noche anterior, pero no dice nada, después de todo él mismo me conoció en una situación similar, cuando, en aquel viaje a Madrid, tuve sexo al mismo tiempo con él y con los otros dos socios españoles de mi marido.
-No te imaginas cuánto he deseado tenerte así, desnuda y cachonda...- repone, sus dedos fluyendo por entre la humedad de mi sexo.
Me agarra de la nuca y me lleva hacia su pantalón. No tiene que decirme nada. Arrodillada frente a él, le bajo el cierre y le saco la verga, gruesa, pesada, palpitante.
Me la meto en la boca, cerrando los ojos, mientras lo siento endureciéndose todavía más entre mis labios. Mis gemidos ahogados vibran en su piel, y él, con una mano firme, me marca el ritmo, haciendo que se la coma cada vez más profundo.
Cuando ya no resiste más, me levanta y me tumba boca arriba en la cama. Se inclina sobre mí y empieza a lamerme, lento, experto, recorriendo mi clítoris con movimientos circulares, hundiendo su lengua en mi interior, como si quisiera borrar cualquier rastro de los hombres que me habían poseído la noche anterior. Yo me retorcía, gimiendo su nombre, suplicándole que no se detuviera.
Finalmente, se coloca sobre mí, y con un solo empuje, profundo, certero, me penetra por completo. Un gemido desgarrador estalla en mi garganta cuando lo tengo todo adentro...
El sexo con Manuel no es un torbellino descontrolado, como lo había sido con los uruguayos, sino un vaivén de olas profundas que me arrastran sin prisa, sin urgencia...
Se mueve con fuerza, pero también con control, marcando un ritmo que me lleva al límite. Sus manos aprietan mis muslos, abriéndome más, reclamando cada rincón de mi cuerpo.
Me gira de espaldas, tomándome por la cintura y me penetra desde atrás. Su palma golpea contra mi piel con cada embestida, y yo solo puedo gritar de placer, hundiendo el rostro en la almohada. La brutalidad mezclada con ternura me hace perder la noción de todo.
En un momento me atrae de nuevo hacia él, haciéndome montar sobre su cuerpo. Me sostiene de la cintura mientras yo lo cabalgo, perdida, con los pechos rebotando frente a su mirada ardiente. Sus manos recorren mi espalda, mis nalgas, y al mirarlo a los ojos me doy cuenta que para él no soy solo una amante más: soy y seré siempre su mujer, aunque nos separe un océano (literal) de distancia.
El orgasmo llega arrasador, contundente, arrancándome un grito, mientras que él, jadeando, se derrama dentro mío, con un gemido profundo, apretándome contra su pecho.
Quedamos abrazados, sudorosos, temblando todavía. Sus dedos acarician mi cabello cuando me susurra:
-Valió la pena cada kilómetro recorrido solo por éste momento...-
Entre los espasmos del placer, lo miro, le sonrío complacida y lo beso con ese amor que solo le puedes profesar al hombre que engendró vida dentro tuyo.
Su respiración aún golpea mi cuello cuando vuelve a endurecerse dentro de mí. No me da tiempo a descansar: me pone en cuatro sobre la cama, con las nalgas abiertas para él. Siento su verga rozándome otra vez, entrando de golpe, profundo, haciéndome arquear la espalda y gemir ahogada. Me sujeta fuerte de las caderas, marcando el ritmo, mientras yo empujo contra su pelvis, pidiéndole más.
Cada embestida resuena en la habitación, húmeda, intensa. 
Me inclina hacia abajo, pegando mi pecho al colchón, mientras me domina, con movimientos cada vez más rápidos, agitados. Luego me tira del pelo, obligándome a levantar la cara, y me susurra al oído, con voz ronca:
-Estás guapísima...-
El temblor me recorre entera. El placer sube como una ola y lo siento llegar, pero Manuel cambia de posición antes de dejarme terminar. Me gira bruscamente y me levanta las piernas sobre sus hombros, entrando en mí en un ángulo que me arranca más de un grito. 
Mi cuerpo se convulsiona bajo él, presa de un orgasmo que no puedo contener.
-¡Seguí, por favor, no pares...!- le suplico, ahogada, entre gemidos.
Manuel me complace, penetrándome profundo, bombeando implacable, provocando que mi placer se desborde. Grito su nombre, mientras acabo violentamente, con el cuerpo arqueado y los músculos temblando sin control.
Montándolo de frente, me aferro a su torso desnudo, cabalgando su erección con movimientos circulares y desesperados, buscando más fricción en mi clítoris. Manuel gime fuerte, apretándome las nalgas, guiando mi vaivén. Nuestros sudores se mezclan, en medio de un calor insoportable y delicioso.
Cuando mi orgasmo regresa, me levanta y cargándome, con mis piernas enlazadas en torno a su cintura, me lleva hasta el gran ventanal y sosteniéndome contra el vidrio, me garcha más fuerte.
La ciudad brilla debajo, indiferente a nuestros cuerpos desnudos y sudorosos, retorciéndose el uno contra el otro.
-¡Eres mía Mariela...!- me susurra Manuel, clavándomela hasta el fondo.
No resisto más. El orgasmo me desgarra, prolongándose, con convulsiones que me dejan sin aliento. Y ahí él también se desborda, con un rugido grave, apretándome la espalda contra el cristal, mientras se descarga en mi interior, con embestidas finales, lentas y profundas.
Quedamos jadeando, abrazados, con el pulso descontrolado. Yo temblando, con las piernas débiles, con él sosteniéndome fuerte, sin soltarme. Su pecho sube y baja contra mi propio pecho, mientras me besa y muerde el cuello, suave, como un depredador que calma a su presa después de dominarla.
-¡Cuánto esperé por éste polvo, Mariela...!- me dice, con la voz entrecortada.
Yo no le digo nada, estoy demasiado conmovida como para poder articular palabra.
Y en ese silencio húmedo, con el cuerpo aún palpitando, su semen chorreándome por entre las piernas, me siento feliz, complacida.
Sí, el Gangbang fue una experiencia intensa, superadora, la disfruté plenamente y no me arrepiento, pero ahí, con Manuel, es dónde quiero estar...


Y después del Gangbang... Manuel...


 
 

 

5 comentarios - Y después del Gangbang... Manuel...

Desert-Foxxxx
Después de sentada por todos el amor mariela, y se viene el tercero para que crie el cornudo?
Bena223
Wooow que gran historia y que granbang la verdad uuufff y que rico sería cojer contigo y llenarte así de leche
Sute41
Por Dios.. que buen relato.
Como me gustaría sentir una vez tu cuerpo
hijodelnegro
Que belleza, cómo disfrutas la vida.
cambiaste de color de pelo??
Te queda precioso
talitosalao
Hola marita como estás trabajas en la inmobiliaria del globito rojo y azul?