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mi suegro me hace la cola

Acompañé a mi suegro a ver cómo se desarrollaban las obras, en una remodelación independiente del proyecto principal, era una casa de un antiguo cliente. Al llegar, eran casi las nueve, solo habían un par de trabajadores, el albañil y un ayudante, habían retirado el revestimiento del pasillo posterior. 
No entendí bien la tarea laboriosa les asignó en el patio, pero parte era organizar los escombros, y parte en una habitación que estaba al fondo que parecía una construcción independiente . Cuando subimos al segundo nivel, pasamos a través de  una biblioteca y salimos al balcón interno
Me tomó por sorpresa cuando sentí la mano de mi suegro descendiendo por mi espalda baja y cadera, pero estaba segura de que el muro que servía de parapeto, impedía que los ojos curiosos del albañil o su ayudante, se percataran de lo que hacía esa mano inquieta. Entre la gracia que me causó la situación, la fuerza atrayente y dominante de su dueño, y la excitante situación, me permití el arrojo a solo estar ahí y sentir. 
No discurrieron un par de minutos, cuando un dedo suyo, el del medio, alcanzó mi ano, y detenido allí a veces ejerció presión y a veces acariciaba en círculos. Diciéndome que no tardaba, mi suegro se apartó unos instantes, y cuando volviò retomamos las mismas posturas de antes, uno al lado del otro, mirando para el patio. Su mano también retornó al lugar que ocupaba antes.
No tardé en darme cuenta lo que se fue hacer cuando se apartó, su dedo estaba lubricado, y transfería el fluido viscoso a mi piel haciendo círculos. Era una especie de aceite con un aroma particular, que se mezclaba con el ambiente de la obra y la loción de don José. Pronto causó una hipersensibilidad en mi cuerpo, electrizante y acumulativa, que además creaba un choque entre lo cálido del lubricante y el ambiente frío que ascendía por la humedad del patio. Don José de muevo me sorprendía, todo lo hace  delicioso. 
 Él hablaba con los trabajadores, que ignoraban lo que pasaba, y terminaron en charlas y bromas que no se agotaban, y mientras tanto su dedo se abrió paso en mi, aunque parecía deslizarse con facilidad por el lubricante, causaba en mi la sensación de molestia que se hizo visible en mi rostro. Sin embargo su dedo retrocedía sólo para entrar más cada vez. 
Retiró su mano despacio y con disimulo, aplicó ante mis ojos una generosa cantidad de lubricante, del pequeño vial plástico que llevaba en el bolsillo. Esta vez lo llevó tan adentro como pudo ponerlo y lo dejo quieto. La poca molestia o dolor que me causaba, desapareció rápidamente. Yo estaba sorprendida, tanto como, cuando un segundo dedo se abrió paso, no sin esfuerzo. Tal vez dos o tres minutos pasaron, antes de que empezara a recorrer con plena libertad el camino de ida y vuelta a través de mí. Luego entendería que se trataba de un lubricante anestéscico.   
- No dejes de mirar con atención los trabajadores, me dijo mientras dándose la vuelta como quien se va, pero en realidad se agachaba detrás de mí. 
- No me dejes sola, -le dije cuando era tarde. 
- Tenés el poder de enloquecerme, toda tu me fascina, pero sabes que tu culo que me quita el sueño -dijo casi susurrando- 
Pude, en una rápida mirada, ver que mi suegro terminó sentado en el piso del balcón, justo atrás mío, con su seriedad habitual y con la mirada concentrada en ese punto de mi cuerpo como quien ejecuta una tarea de sumo cuidado, demasiado minuciosa. Mi cuerpo en cambio, se permitía sentir cómo me cogia su mano, a veces un solo dedo, a veces dos, a veces los sacaba de golpe y me escupía el ano.  
Todo pasaba tan vertiginoso, que no supe en que momento don José me había despojado de la ropa que llevaba de la cintura para abajo. Permanecía ahí, sentado detrás mío, y yo reflexionaba una de mis piernas, como poniendo la rodilla contra la áspera textura del parapeto, intentando con ello apoyarme. A veces apretaba mis glúteos, a veces los apartaba para escupirme, o para ver mejor, pero la mayoría del tiempo trabajaba en mi con sus dedos.    
Entonces sentí como su mano guió mi pierna hasta el suelo de nuevo, solo para jalar un poco hacia atrás y levantar mi cadera. Me quedé con los brazos apoyados en el borde, y sobre mis manos apoyé el mentón. Le pedí que no lo intentara, susurrando y moviendo mi cabeza a los lados, negando en un gesto casi infantil, pero en realidad deseaba saber que sensación nueva, en mi cuerpo, podía causar mi suegro. Él, que no me escuchó, puso su glande contra mi ano, y ejerció primero una suave presión en él, que luego aumentó. 


Sentí que lo sacó un poco, no del todo y lo empujó con fuerza sosteniéndome el cuerpo desde mis caderas, lo hizo de nuevo y de nuevo, y en cada arremetida, su pene entraba más, expandiendo mi ano con la circunferencia de su eje. En mis pensamientos, el hecho que acontecía me parecía imposible. Él me insistía que no había entrado sino apenas una parte. Al final, mientras sentía su pene forzar la entrada, supe que esta era la conquista total que él había deseado desde el inicio. El lubricante con anestesia, su mirada, el peligro de los obreros... La vergüenza era infinita, pero el dolor y el placer se anudaban con la adrenalina. Estaba penetrando mi ano, clavándome contra la baranda, sentí que mi última línea inquebrantable se había disuelto.
ido al cuarto de trastes, pero arrojaban tentativas miradas. Era obvio, a esas alturas, tenían que ser conscientes de lo que pasaba, pues mi intento de disimular, poco podía haber encubierto la intensidad de los movimientos y sensaciones, tanto dolorosas como placenteras. 
Tras unos instantes que me parecieron eternos, don José se detuvo en su movimiento, quedándose quieto. Yo sentía la piel y los vellos de sus piernas contra las mías, y realice un par de pasos diminutos, un movimiento reflejo que hice hacia adelante para sacar su pene, movimientos que el repitió con pasos igualmente pequeñitos, para mantenerlo adentro. Me percaté de que toda su virilidad debía estar ocupando esa cavidad de mi que tanto había esquivado, porque su cuerpo estaba ajustado contra el mío. 
El dolor, que era intenso pero soportable, desaparecía, cuestión que definitivamente atribuí al lubricante que usó. Don José, que pareció reconocer el alivio repentino, recorrió el camino de ida y vuelta con su pene a través de mi ano. Cuando definitivamente me dobló el dolor, nos entramos para la biblioteca desde la cual se sale al balcón. Poco más de hora y media estuvimos en un sillón que había en esa biblioteca, yo le bajé y él a mi, me penetró vaginalmente. Eyaculó dentro de mí.    
Cerca de las doce emprendimos el retorno a la oficina donde mi esposo me recogería. Mi suegro, un poco lisonjero, intentó alagarme y agradecerme, exagerando un tanto la pasión que le producía mi “trasero”, describiendo lo hecho como un sueño que tenía pendiente de cumplir y que le hice realidad. 
Para mi también acaeció como un sueño, por lo irreal, la escena me resultaba imposible, los trabajadores, el balcón, etc pero sin duda lo que mas me sobrecogía era la sensación que me produjo el sexo anal, el dolor que empezaba a agudizarse como un eco, y la sensación de oquedad en mi cuerpo que necesitaba llenar. Lo miraba mientras hablaba y no entendía cómo producía esas sensaciones en mi cuerpo. Y si, debo confesar que el lunes siguiente aun me dolía, pero me excitaba sentir ese dolor. 

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