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La hermandad de la cuna

Lahermandad de la cuna

Narrado por Mariana:
Mi familia consta de papá, mamá yyo. Somos una familia común, no somos ricos, pero tenemos solvencia económica ypodemos darnos algunos lujos. He estudiado en escuelas particulares y tengo unavida bastante plena, no me falta nada. Físicamente, tengo cabellonegro como la noche y ojos cafés que siempre llaman la atención por mi mirada tierna e inocente. Soychaparrita, pero mi cuerpo se ha convertido en mi carta de presentación; tengounas tetas medianas, un 34B, pero es mi cintura delgada y, sobre todo, misnalgas paraditas y redondas lo que hace que los hombres claven su mirada en mícuando paso. Lo noto, es imposible no sentirlo.



La hermandad de la cuna


Llegó por fin mi fiesta másanhelada: mis 18 años. El momento en que una deja de ser niña y se convierte enmujer oficialmente. Estaba eufórica. Mis padres me organizaron una celebraciónincreíble en el salón de un hotel, acompañada de mis primas favoritas, Ximena ySusana. Esa noche me sentí una auténtica princesa. Todo era perfecto. Papá, enun acto de celebración que a mamá le pareció una locura, proveyó una barralibre de alcohol. Fue mi primera vez bebiendo de verdad, y junto a mis primas,nos aventuramos a probar todo lo que nos ofrecían. Estaba mareada, felizmentemareada, pero logré aguantar hasta el final. Terminamos las tres, cantando ybailando las canciones de moda a gritos, mientras nuestras madres y tías,exhaustas, se habían retirado a dormir. Quedamos bajo la vigilancia distraídade nuestros padres, que bebían y reían en una mesa no muy lejana, sumergidos ensu propio mundo. La fiesta fue en un hotel, y como era de esperarse, rentaronhabitaciones para que nadie tuviera que manejar. Noche de celebración, noche deexcesos, noche en la que todo podía suceder.
Narrado por el papá deMariana:
Previo la fiesta de Mariana Sebastián,Rogelio y yo decidimos quedarnos en el bar, porque algo no cuadraba. Rogelio,el papá de Ximena y esposo de la hermana de mi mujer, siempre el más alegre yparlanchín, estaba ausente; llevaba así varias semanas. Su sonrisa era forzada,su mirada se perdía en el vacío del vaso que sostenía.
Llevamos una excelente relaciónlos tres, éramos más que concuños, éramos amigos. Sebastián y yo intercambiamosuna mirada de preocupación. No hacía falta decir mucho. Después del tercerwhisky, decidimos hacerle una pequeña "intervención" privada en unrincón apartado del bar.
"Rogelio, hermano, ¿estásbien? Llevas un mes con la cabeza en cualquier lado menos aquí", le dijoSebastián, con su tono directo pero fraternal.
Rogelio negó con la cabeza,evitando nuestras miradas. "No es nada, solo cansancio."
"No nos vengas coneso", intervine yo. "Somos tus amigos. Lo que sea, se quedaaquí."
El silencio se extendió por unminuto eterno. Rogelio apuró su trago, el hielo sonó contra el cristal como uncampanazo de nervios. Finalmente, nos miró, con los ojos vidriosos por labebida y algo más… ¿culpa? ¿Miedo?
"Prométanme que nunca,jamás, dirán una palabra de esto. A sus esposas, a nadie", su voz era unsusurro ronco.
"Lo prometemos",dijimos al unísono, nuestra curiosidad ahora teñida de una seriedad absoluta.
Respiró hondo, como si sepreparara para levantar un peso enorme. "Hace un mes... le rompí el culo aXimena. Y desde entonces, me la he estado follando a diario."
El mundo se detuvo. Sebastián yyo nos quedamos paralizados, perplejos y anonadados. Las palabras resonaban enmi cabeza sin encontrar un lugar donde aterrizar que tuviera sentido. Ximena.Su hija. Bebí un largo sorbo de mi whisky, sintiendo el líquidoardiente bajar sin realmente sentir nada. Sebastián hizo lo mismo.
Las preguntas, inevitables,comenzaron a fluir en un torrente susurrado. "¿Por qué, Rogelio? ¿Cómocarajos pasó? ¿Cuándo? ¿Dónde?"
Y él, con la barrera rota,comenzó a narrar. Su voz era plana, como si relatara una película que habíavisto y en la que, para su horror, era el protagonista.
"Fue hace un mes, un sábado.Sandra, mi esposa, se había ido de fin de semana con sus amigas. Ximena y yoestábamos solos en casa. Ella estaba... inquieta. Dijo que quería aprender abeber, para no hacer el ridículo en la fiesta de Mariana. Que yo leenseñara." Hizo una pausa, mirando su vaso vacío. "Fue estúpido. Losé. Pero en ese momento, parecía una idea divertida, de complicidad entre padree hija."
"Empezamos con vino, luegococteles. Ella se puso muy alegre, coqueta incluso. Se reía mucho, me tocaba elbrazo. Yo también estaba borracho, la línea se volvió... difusa. De repente,estaba sentada en mis piernas, riendo, y su olor, Dios, su olor a champú yjuventud me mareó. Me acerqué y... ella no se alejó. Nos besamos. Fue un besolento, borracho, pero lleno de una curiosidad que electrizó todo micuerpo."
"Una cosa llevó a la otra.No hubo fuerza, no la hubiera permitido. Fue como si un interruptor se hubieraactivado en los dos. La llevé en mis brazos a su habitación. Su cuarto, con susposters y sus peluches... y allí, en su propia cama, la desnudé lentamente.Ella temblaba, y yo también. Cuando la penetré por primera vez, ella gimió yenterró su cara en mi cuello. Fue la sensación más prohibida y excitante de mivida. Y luego, la última vez... fue por atrás. Ella se puso a cuatro patassobre su almohada y me miró por encima del hombro con unos ojos que no eran deniña, sino de mujer. Le rompí el culo, como se lo merecía. Y desde entonces, nohemos podido parar. Es adictivo. Es como un veneno dulce."
"Sandra no sospecha nada,pero sí me ha visto distinto. Ximena también ha cambiado; ya no sale con susamigos, se queda más en casa, es más cariñosa conmigo. Su madre lo atribuye alos 'cambios hormonales' o a que por fin está madurando."
Sebastián y yo nos quedamos ensilencio, sin saber qué decir. El relato de Rogelio había pintado un cuadro deuna intimidad tan profunda y tan grotesca que el aire a nuestro alrededorparecía haberse vuelto pesado y difícil de respirar. La fiesta de los 18 de mihija, el umbral de su vida adulta, ahora tenía como telón de fondo un secretofamiliar que amenazaba con pudrirlo todo.
Narrado por Mariana:
En un momento dado, Ximena fue laprimera en despedirse. Le hizo una sutil seña a su papá y, tras un abrazorápido, se retiraron juntos. Mi prima Susana y yo, con el último suspiro deenergía, agotamos un par de canciones más. Fue entonces cuando nuestros padresvinieron por nosotras.
"Se terminó lafiesta..." pensé con una mezcla de nostalgia y agotamiento. Justo cuandome disponía a caminar con mi papá y Susana con el suyo hacia las habitaciones,mi padre se dirigió a ellos. "Adelántense, yo me quedo a ver si se debe algomás en la cuenta, para no llevarnos sorpresas mañana." Así lo hicieron, yyo me quedé esperándolo, hundida en una silla, mareada pero feliz.
Unos cinco minutos después, papállegó y me tomó de la mano. Al notar mi tambaleo, su brazo firme se deslizóalrededor de mi cintura, sosteniéndome con una fuerza que me hizo sentirsegura. Me guió hacia los elevadores. Caminé instintivamente hacia el de laTorre 1, donde sabía que estaba la habitación de mis padres, pero su mano en miespalda me redirigió con suavidad hacia la Torre 2.
-"¿No es aquél nuestroelevador?" - pregunté, señalando con la cabeza, demasiado mareada paragesticular mucho.
-"Hubo cambios de últimahora, hija." - explicó mientras presionaba el botón de llamada. -"Tumadre y yo pensamos que sería mejor darte más privacidad en tu noche especial.Rentamos una habitación aparte para ti."
En ese momento, me sentí halagadae importante. Un gesto tan considerado para mi primer día como adulta.-"Gracias, papi..." - musité, y le di un tierno beso en la mejilla.Noté que su piel estaba inusualmente caliente, casi ardiente, pero en mi estadoebrio, decidí no darle más importancia.
Entramos en el elevador y mipadre pulsó el botón del último piso. Era un recorrido largo, puesto que erauna torre con muchos pisos. En el camino, dos parejas subieron para cambiar deplanta y, al ver el número del piso que iluminaba el panel, ambas nosdirigieron una sonrisa y un "Felicidades". Me pareció raro, peroluego supe que el último piso albergaba las suites nupciales. En ese momento,simplemente atribuí el comentario a que veían a papá con su brazo posesivoalrededor de mi cintura. Él les agradeció con un orgullo desmedido, y noté cómosus dedos se apretaban con más fuerza contra mi cadera, como si quisiera decir"es mía". Me causó gracia, una sensación de ser su tesoro. No vi nadade malo.
Llegamos al último piso y papádeslizó la tarjeta para abrir la habitación. Al entrar, mis ojos semaravillaron. No era una habitación, era un palacio. Una suite enorme con unasala amplia, muebles elegantes y una enorme cama redonda en un nivel superior,dominando el espacio. Las cortinas, de un terciopelo pesado, estabansemiabiertas, revelando las luces de la ciudad que centelleaban como diamantesesparcidos sobre terciopelo negro. Pétalos de rosas rojas formaban un caminodesde la entrada y se esparcían sobre las sábanas de satén blanco. Olía a lujo,a flores frescas y a algo más… a intimidad.
Papá caminó hacia una mesitadonde una botella de champán descansaba en un cubo de plata. -"Es decortesía de la casa, para la cumpleañera" - dijo, tomándola. Lucíaexquisita y muy cara. La destapó con un pop sutil y llenó doscopas altas.
-"Brindo por ti,Mariana" - comenzó, acercándose y entregándome una copa. Su mirada ya noera la de un padre orgulloso, sino intensa, penetrante. -"Por estos 18años maravillosos, pero sobre todo, brindo por la mujer en la que te has convertido.Por esa belleza que es un regalo para los ojos, por esta cintura que pide serrodeada…" - su voz era un susurro ronco que me erizó la piel. -"…ypor estas curvas que son una tentación hecha carne. Que esta noche sea tanespecial como tú lo mereces."
Un escalofrío me recorrió. Suspalabras eran demasiado, pero la bebida y la atmósfera las envolvían en unabruma de aceptación. Bebimos. Ese champán, burbujeante y dulce, se me subió ala cabeza más rápido que cualquier trago de la fiesta. No sé si era el aireenrarecido de la suite o la intensidad de la mirada de mi padre, pero sentíaque flotaba.
Cuando ya no podía con miebriedad, las piernas me flaqueaban. Papá me tomó del brazo y dijo suavemente:-"Ponte cómoda, princesa. Quiero que te duermas plácidamente antes de ircon tu madre."
Asentí, torpemente, y me dirigí ala alcoba. La enorme cama redonda, cubierta de pétalos, confirmó lo que misubconsciente empezaba a vislumbrar: esto parecía preparado para una luna demiel. Pero en ese instante, mi mente nublada no quiso, o no pudo, conectar lospuntos. Como pude, me quité el vestido, que cayó en un charco de tela a mispies. Quedé frente al espejo del armario, viendo mi reflejo borroso: un cuerpojoven envuelto en la lencería de encaje negro que con tanto cuidado habíaelegido para la ocasión. Era un conjunto de corsé corto que realzaba mi busto yse abrochaba con una cinta, y una braga de hilo dental que apenas cubría eltriángulo púbico y se perdía, como un susurro, entre mis nalgas.
No supe a qué hora, pero papá yahabía entrado en la alcoba y estaba a mi lado. Traía consigo una bocinaportátil y su celular en la mano. Para mí, todo daba vueltas. Mis ojos noenfocaban casi nada y la penumbra, solo rota por la luz de la ciudad, no ayudaba.Pero recuerdo con una claridad onírica cómo mi padre conectó la bocina, buscóalgo en su teléfono y una canción comenzó a sonar: la melodía sensual y elritmo lento de "Me siento vivo" de David Bisbal llenaron el aire,cargándolo de un dramatismo latino y ardiente.
-"Baila conmigo,Mariana" - pidió, su voz era una caricia baja, pero cargada de un deseoque ya no podía ocultar.
-"No puedo… estoy sinropa…" - murmuré, creyendo saber que solo estaba en lencería, como si esofuera una barrera.
-"Sí puedes… Anda,ven…" - insistió, y su mano encontró la mía.
Me puso de pie. Mi cuerpo, flojoy sumiso, se dejó guiar. Comencé a mecerme con él, siguiendo el ritmo de lamúsica sin ser del todo consciente. Él puso sus manos grandes y calientes sobremi cintura, marcando el compás. Al principio, sus movimientos eran discretos,propios de un padre bailando con su hija. Pero luego, una de sus manos comenzóa bajar, con lentitud deliberada, hasta posarse en la curva de mi cadera. Supalma era una brasa a través del encaje. La música lo envolvía todo, la letrahablaba de un antes del amanecer… Y entonces, su otra mano se deslizó másatrevida, amasando con firmeza una de mis nalgas, apretando la carne a travésdel delgado hilo de la braga que se perdía en mi rabadilla. Ya no era un gestocariñoso. Era una caricia de hombre, posesiva y lujuriosa, y en mi estado deembriaguez y confusión, una parte de mí, profunda y dormida, comenzó adespertar.
Narrado por Mariana:
Podría decirse que papá me bailóy me acarició durante toda esa canción. Sus manos, que al principio solo seatrevían a posarse en mi cintura, ahora recorrían mi espalda, bajaban hasta misnalgas y me apretaban contra él, dejando claro el deseo que lo recorría. Yoflotaba en un limbo de alcohol y confusión, donde la línea entre lo correcto ylo prohibido se desdibujaba con cada acorde. Cuando sonó la última estrofa, conesa letra que parecía escrita para nosotros... "Esto no es suerte, ni esel destino, es solo el punto y final, de todos mis caminos...", él melevantó suavemente el rostro con su mano. Sus ojos, oscuros y llenos de unaintensidad que nunca antes les había visto, se clavaron en los míos. Luego, suboca se posó sobre la mía.
No fue un beso violento, sinotierno, pero cargado de una electricidad que me atravesó de pies a cabeza. Unescalofrío sacudió todo mi cuerpo y sentí cómo me temblaban las piernas. Era miprimer beso de verdad, y era mi padre quien me lo daba. Una parte de mí queríagritar, pero otra, adormecida por el champán y la extraña fascinación delmomento, solo podía sentir.
-"Es hora, mi amor..."- susurró él contra mis labios, y su voz era una promesa y una orden. No hubonecesidad de más explicaciones. Lo supe. Se refería a que era hora de quedejara de ser una niña. Hora de ser una mujer. Su mujer…
Traté de alejarme, un último ydébil intento de cordura. -"Papá, no... ya es tarde, debo dormir..."- pero sus brazos, fuertes como anillos de acero, me mantenían sujeta contra sucuerpo.
-"Aún no hemos terminado debailar" - dijo, y su tono era dulce pero implacable. -"Aún estemprano, mi amor... tenemos la noche entera por delante."
Lo dijo con una seguridadabsoluta, sabiendo que mi madre, en otra torre y ajena a todo, jamás loencontraría. Y así, con toda la calma del mundo, dio inicio a la siguientecanción. Esta vez, ya no hubo pretextos. Sus caricias fueron más vehementes,más descaradas, y sus besos no cesaron. Su lengua encontró la mía en un bailehúmedo y experto que me robaba el poco aire que me quedaba. Ya no solo meacariciaba; me reclamaba.
Narrado por el papá de Mariana:
Cuando Xime le hizo la señal a supadre de retirarse, Sebastián y yo intercambiamos una mirada cómplice. Losabíamos. Rogelio y ella se dirigían a follar a la habitación separada quehabían rentado. Una punzada de envidia, mezclada con mi propia excitacióncreciente, me recorrió.
-"Brindo por el menudosuertudo de Rogelio..." - le dije a Sebastián, alzando mi vaso. -"Laverdad, Xime esta flaquita, pero de unas curvas y una carita... unadelicia."
-"Por un futuro igual debrillante..." - me correspondió él con una sonrisa pícara. Brindamos unpar de veces más, sellando nuestro pacto de silencio y lujuria, antes deanunciar a nuestras hijas la retirada.
Cuando estábamos por marcharnos,tal y como lo habíamos ensayado, les dije a Sebastián y a su hija que seadelantaran, fingiendo que me quedaría a revisar la cuenta. En cuanto seperdieron de vista, regresé con mi hija. Al verla tambalearse, tan joven y vulnerable,supe que era el momento. Primero la tomé de la mano, y luego, sin poderresistirlo, rodeé su cintura con mi brazo. ¡Qué cintura! Tan estrecha, tanmoldeable... pensé en lo que haría con ella desde el instante en que la sujeté.Caminé con mi tesoro hacia la Torre 2. Había reservado la suite nupcial máscara y elegante. El momento, y ella, lo merecían. Preguntó, con inocencia, si noiríamos a la Torre 1. Le mentí con un cambio de último momento para darle"mayor privacidad". Ella, halagada, me dio un beso en la mejillaacompañado de un "gracias, papi" que me excitó a mil. Su gratitud erael mejor afrodisíaco.
En el elevador, dos parejas nos"felicitaron". Los hombres me miraban con envidia disfrazada; lasmujeres, con falsa hipocresía, pero se notaba que por dentro me insultaban y de"viejo depravado" no me bajaban. Me importó un bledo. Estaba a puntode obtener mi tesoro más preciado y nada ni nadie arruinaría mi momento.
Llegamos a la suite y, mientrasella miraba deslumbrada la habitación, yo me apresuré a servir las copas. Le dide beber y brindé por ella, por su belleza, por lo deseable que lucía. Mispalabras, cargadas de intención, eran el preludio de lo que vendría. Cuando lavi que ya no podía más, supe que había llegado el momento. Le dije que sepusiera cómoda, usando a su madre como excusa para que se metiera en la cama.La vi tambalearse hacia la alcoba, un espectáculo de inocencia y sensualidad apunto de ser corrompido.
Aproveché para sacar una pastillapotenciadora y tragarla. Quería que mi rendimiento esa noche fuera bestial,inolvidable. Le di un momento y luego entré. Allí estaba, frente al espejo, enesa lencería negra de encaje que realzaba cada una de sus curvas. El corsécorto empujaba sus pequeños y firmes pechos, y la braga de hilo dentaldesaparecía entre sus nalgas paraditas, invitándome a explorar. Me excitó allímite de la cordura.
Puse música. Necesitaba moverla,sentirla. Elegí "Me Siento Vivo" de David Bisbal. La letra eraperfecta.
"Antes del amanecer, cuandolas calles parecen papel, miro tus ojos y entiendo que lo importante está bajola piel..." La incité a bailar. Al principio, ella se resistió, murmurandoque estaba sin ropa, pero era tan débil su protesta... La tomé de la mano y lapuse de pie. Su cuerpo, maleable por el alcohol, se dejó llevar. Mis manos nose conformaron con su cintura; bajaron, amasando sus nalgas con fruición através del delgado encaje, marcando el ritmo de la canción con mis dedoshundidos en su carne. "Me siento vivo, todo mi mundo se mueve si girasconmigo..." Cuando la canción llegó a su clímax, "Esto no es suerte,ni es el destino, es solo el punto y final, de todos mis caminos...", nopude esperar más. Le levanté la cara y besé sus labios.
Fue su primer beso. Lo sentítímido, inocente, tembloroso. Una joya virgen que yo era el primero en robar.La electricidad fue instantánea, un circuito que se cerraba entre nosotros.Ella intentó alejarse, murmurando un "espera, papi... espera, que ya estarde", pero la sujeté con fuerza. Ya no pensaba dejarla ir. Tenía que sermía.
Otra canción sonó y continuébailando con ella, pero esta vez ya no me limité a acariciarla. Con toda lacalma y el disfrute del mundo, comencé a desnudarla. Mis dedos encontraron ellazo del corsé y lo deshice lentamente, sin dejar de besarla en los labios, enel cuello, en los hombros. Mientras, yo también me despojaba de mi ropa. Ellasolo respondía con tiernos gemiditos y sus débiles intentos de protesta, quesonaban más a súplicas que a negativas. La noche, tal como le había prometido,era solo nuestra.
Con una calma que solo la certezadel triunfo puede dar, deslicé los tirantes de su corsé. Cayó hacia adelante,liberando sus pequeños y firmes pechos, con unos pezones rosados y erectos queparecían gritarme. Me arrodillé ante ella, ante mi diosa, y deslicé eseridículo hilo dental por sus muslos temblorosos hasta que cayó a sus pies. Allíestaba, completamente desnuda, bajo la tenue luz de la suite. Su cuerpo era unaobra de arte: pálido, suave, con esas curvas de adolescente que me volvíanloco. La respiración entrecortada le levantaba el vientre y el rubor le teñíael cuello y el pecho. Era la cosa más hermosa y deseable que había visto.
No pude contenerme más. La toméde la cintura y la senté en el borde de la cama, justo al filo. Mis ojos no seseparaban de los suyos, que me miraban con una mezcla de miedo, embriaguez yuna curiosidad que me enloquecía. Mi verga, palpitante y llena de venas, estabaa centímetros de su cara.
-"Chúpala, mi amor" -le ordené, con una voz ronca que ya no podía disimular nada. -"Es tuya.Toda tuya."
Ella no reaccionó, paralizada.Así que, con suavidad pero firmeza, tomé su cabeza con ambas manos y guié suboca hacia mí. Sus labios, tan tiernos, se cerraron tímidamente alrededor delglande. Sentí un escalofrío bestial.
-"Así, princesa...Así..." - gemí, mientras con un leve movimiento de caderas le introducíaun poco más. -"Abre la boca, querida... Engúllela."
Ella, en un acto casi reflejo,comenzó a chupar. Un sonido húmedo y obsceno llenó la habitación. Sus palabras,entrecortadas, eran un canto a mi virilidad.
-"Está... muy gruesa... ygrande, papi..."
Una sonrisa de puro poder sedibujó en mi rostro. Tomé sus manos, esas manitas, y las puse sobre mistestículos, pesados y llenos de semilla.
-"Por supuesto que esgrande, mi amor. Y estos huevos... ¿Los sientes? Están llenos de leche parati." - Apreté sus dedos sobre mi escroto. -"Todo esto te pertenece.Esta verga que te dio la vida es la única indicada para hacerte mujer."
Cuando ya mamaba más de la mitadde mi miembro, con unos ruidos que me llevaban al éxtasis, supe que era elmomento. La tumbé sobre la cama, entre los pétalos de rosa, boca arriba. Suspiernas se abrieron de manera casi inocente. Saqué el condón de mi pantalón enel suelo, pero al verla allí, desnuda, vulnerable, perfecta... un pensamientocruzó mi mente con la fuerza de un rayo: Este momento no puede serdesaprovechado con un maldito pedazo de látex. Quiero sentirla toda. Quieroposeerla por completo.
Sin dudarlo, lancé el condón sinabrir a un rincón de la habitación. Iba a ir desnudo a mi cita con lanaturaleza.
Me coloqué entre sus piernas. Susojos se abrieron desmesuradamente cuando sintió la cabeza de mi verga, empapadaen su propia saliva y en su excitación, presionando su entrada virginal.
-"Relájate, mi niña... Estoes por tu bien..." - murmuré, y con un empuje firme y posesivo, comencé aentrar.
Un grito ahogado y un llantoinmediato fueron la respuesta.
-"¡Auuugg, me duele!...¡Está muy grande, papito!... ¡Sácala, por favor!... Me quema... Siento que meparte en dos... ¡Es muy gruesa!... ¡Está muy gorda tu verga, papito!"
Sus quejas eran música para misoídos. Cada gemido de dolor era un canto a su entrega. No me detuve. Continuéavanzando, centímetro a centímetro, sintiendo cómo su cuerpo virgen se abríapara mí, cómo me apretaba con una fuerza abrumadora. Y entonces, lo sentí. Unpequeño pero definitivo tronido, una barrera que cedía para siemprebajo mi embestida. Fue la sensación más gloriosa y primitiva que heexperimentado. Un estremecimiento nos recorrió a ambos. Ella gritó, un sonidoagudo que se transformó en un sollozo profundo. Yo, por mi parte, casi me vengoallí mismo. Era una presión, un calor, una posesión total.
Aguardé un minuto, dejando que seacostumbrara a tenerla toda dentro, sintiendo las contracciones involuntariasde su interior alrededor de mi miembro. Luego, no pude contenerme más. Comencéa bombearla, al principio con movimientos largos y profundos, luego con unaintensidad creciente, animal. Su cuerpo se mecía bajo el mío, sus gemidos dedolor se mezclaban ahora con jadeos que delataban un placer incipiente yculpable. El sonido de nuestros cuerpos chocando, su llanto suave, mirespiración jadeante... era la sinfonía de mi conquista.
Y entonces llegó el clímax. Unaoleada de calor irrefrenable subió desde mis testículos. Ya no había vueltaatrás.
-"¡Recíbela, Mariana!¡Recibe toda mi leche! ¡Es tuya!" - gruñí, y con un gemido ronco que saliódesde lo más profundo de mi ser, me vacié en su interior. Oleada tras oleada desemen caliente llené su matriz fértil y joven, poseyéndola de la manera másabsoluta posible.
Para ella, fue una sensaciónnueva y abrumadora; un calor intenso y húmedo que le llenaba las entrañas,sellando lo que acababa de ocurrir. Para mí, fue la liberación, la coronaciónde todos mis deseos prohibidos. Fue un éxtasis tan profundo, tan visceral, quepor un segundo el mundo entero desapareció. No existía nada más que el cuerpoconvulso de mi hija bajo el mío y la certeza de que, por fin, era completamentemía.
Narrado por el papá deMariana:
Tras desvirgarla, la besé en loslabios hasta que se durmió, exhausta. La contemplé un momento, su cuerpo joveny perfecto desnudo sobre las sábanas arrugadas. Era como ver mi trofeo, elmayor logro de mi vida. Me sentía triunfal, pleno, un dios que había reclamadolo que siempre fue suyo. Me puse de pie, caminé desnudo por la alcoba y meserví otro vaso de champán, saboreando el momento.
Saqué el móvil y texteé aSebastián: ¿Cómo vas?
En segundos me respondió: Nolo logré. Apenas logré darle unos besos y varias caricias. La desnudé, medesnudé y se la di a mamar hasta que me vine. Fue ahí, cuando le llené de semenla garganta, que entró en razón y salió huyendo. En este instante me encuentrocon ella en la habitación separada de la de mi esposa, pero no quiere hablarme.Tengo miedo de que le diga a mi esposa y todo se complique.
Menudo pendejo, pensé, yle escribí: Invéntate algo. Recurre a lo más vil. Si no te cree, dime yen 20 minutos estoy contigo.
Aguardé. 10, 15, 20, 30minutos... no respondía. Una hora y media después, mi teléfono vibró. Misióncumplida. Acabo de desvirgar a mi hija. Y no solo eso, está dispuesta a seguirfollando conmigo.
¿Qué le dijiste?
Mañana te cuento... quierofollarla de nuevo.
Sonreí, satisfecho. El mundo sealineaba a mi favor. Pensé en hacer lo mismo: volví a mi habitación nupcial, abuscar a mi nueva esposa –así la sentía ya–, y me deslicé en la cama junto aella, abrazando su cuerpo dormido, poseyéndola incluso en sueños.
Narrado por Mariana:
Desperté con la boca pastosa y lacabeza dando vueltas. Un dolor sordo y punzante en lo más íntimo de mi vientreme recordó, de forma brusca y nítida, lo que había sucedido horas antes. Medolía... me dolía mucho. Era un recordatorio físico de aquella violación a miinocencia. En la penumbra, vi una figura acercarse a mi cama... era mi padre...pero venía... ¿desnudo?
-"¡Papá! ¿Qué estáshaciendo?" - dije, incorporándome de golpe, el corazón latiéndome a mil.
-"Shh, no grites" -susurró, sentándose al borde de la cama. Su voz sonaba nerviosa, forzadamentecalmada. -"Mami está profundamente dormida en nuestra habitación y yo...vine a cuidarte. No es bueno tomar tanto como lo hiciste, pensé que podríasestar en peligro, tal vez ahogarte en tu propio vómito, y no soportaría que tepasara nada malo, mi amor."
Instintivamente, quise gritar,abrir la boca para pedir ayuda, pero él se abalanzó y me tapó la boca con sumano grande, impidiéndome articular algo más que un gemido ahogado.
-"Vas a ser una buena chicacon papá, ¿verdad?" - dijo, y con su rodilla, de un solo movimientobrusco, abrió mis piernas, colocándose él entre ellas.
Quitó su mano de mi boca ycomenzó a acariciarse el pene, que ya estaba erecto y amenazante. Yo seguíaincrédula, congelada por el miedo.
-"¿Qué haces, papá? Porfavor, no me hagas nada más..."
-"Tranquila, mi amor" -murmuró, acercándose más. -"Solo vine a reafirmar mi propiedad... arecordarte que ahora eres mía."
-"¡PAPÁAA, NOOO,SUÉLTA...!" - Volvió a taparme la boca con fuerza, pegó su cara a micuello y, con un empuje seco, me penetró de una embestida. Un dolor agudo, aúnmás intenso que la primera vez, me recorrió. Un grito se ahogó contra su palma.
Yo comencé a llorar en silencio,las lágrimas calientes recorriendo mis sienes. Me sentía profundamenteafligida, rota. Él comenzó a moverse, metiendo y sacando su miembro sinimportarle mi dolor, tomó mis piernas y las abrió más, forzándome, mientras aumentabala velocidad. La cama empezó a golpear la cabecera contra la pared con un ritmosordo y constante que me avergonzaba. Se recostó sobre mí para chuparme lossenos, chupaba uno y manoseaba el otro; jalaba y mordía mis pezones sin piedad,sin detener sus brutales embestidas.
Yo no podía parar de llorar yquejarme, mis sollozos un débil contrapunto a sus gruñidos.
-"Shhh, no llores" -jadeaba él cerca de mi oído. -"Papi está aquí, no te pasará nada,shhh."
En eso, papá se salió de mí derepente. -"¡Voltéate!"
-"¡Papá, no hagas esto, porfavor!"
-"¿Amas a tu papá?" -preguntó, su voz áspera por el deseo. -"Si me amas, voltéate."
-"¡Papá, por favor,no!"
-"¡QUE TE VOLTEES,DIJE!" - Rugió. Sin decir más, me tomó del brazo y me giró sin muchoesfuerzo, quedando yo boca abajo, con la cara hundida en la almohada. Algirarme, me soltó una nalgada fuerte que resonó en la habitación.
-"¡Ay, qué rica estás,hija!" - exclamó, manoseándome las nalgas con avidez. -"Debesagradecerme por haberte hecho tan bella, mi amor. Mira qué buenas cosas hace miverga... y ahora esta misma verga que te dio la vida, te reclama." Azotabamis nalgas con las manos, las separaba y las volvía a apretar. Así estuvo unrato, disfrutando de su dominio. Yo seguía suplicando, pero mis palabras seperdían en el colchón.
Se cansó de jugar y volvió apenetrarme por detrás, con una fuerza que me hizo gritar.
-"Papá, me duele, me duelemucho" - supliqué, con la voz quebrada.
-"Pero si no es la primeravez" - refunfuñó, sin detenerse. -"Hace rato ya me regalaste tuvirginidad. ¿Por qué dices que te duele?"
-"¡Papáaa! ¡Nooo!"
-"¿Papá, qué?" - dijo,jadeando. -"Ya soy tu esposo, mi amor... tu pareja... tu dueño..." -Seguía penetrándome con fuerza, cada embestida más profunda.
-"¡Papá, ya!" - grité,desesperada.
Se recostó encima de mí,aplastándome con su peso, y me colocó un brazo alrededor del cuello, haciendouna ligera presión y pegándome más hacia él. -"¡¡Ya qué!! ¿Por qué noquieres la verga de papá?" - Comenzó a penetrarme bruscamente, luego metomó del cabello, tirando de él hacia atrás, haciendo que mi espalda searqueara de forma forzada. -"¡Qué rico se arquea tu espalda!" - Seincorporó un poco y tomó mis caderas con sus dos manos. -"¡Me prendesdemasiado, hija! Casi rodeo tu cintura con mis manos... así me gustan, como tú.Delgaditas, bien ricas y bien putas."
Sus embestidas se hicieron másrápidas, más salvajes. Se impulsaba de mis caderas para cogerme cada vez másfuerte, gemía como un animal. Estuvo así un largo rato hasta que se salió, megiró de nuevo hacia él. Yo seguía llorando. Chupeteó un poco mis tetas y luegoacercó su miembro, húmedo y palpitante, a mi cara.
-"Papá, noo, no lohagas" - rogué, apartando la cara.
-"¿No quieres la lechita depapi?" - preguntó, con un tono casi de burla. Comenzó a agitar su penefrente a mi cara, golpeándome las mejillas con él. -"¿No la quieres en laboca? Está bien... entonces vamos a regarte de nuevo por dentro."
Me la volvió a meter vaginalmentey, tras unos pocos y profundos empujones, eyaculó a montones, llenándome.Cuando terminó, se levantó de la cama como si nada. Me dio un beso húmedo en laboca y me dijo: -"Ve a ducharte y vuelves a la cama."
Yo estaba destrozada. Cansada,perpleja, adolorida y con el alma hecha trizas. Como pude, arrastré mi cuerpo ala ducha, dejando que el agua caliente corriera sobre mí sin poder limpiar lasensación de suciedad que me invadía. Al volver, mi padre ya estaba esperándomeen la cama, semiincorporado, con una copa de champán en la mano. Tenía lapostura de un rey reclamando a su reina, seguro, arrogante.
-"Ven, mi amor... tenemosque platicar" - dijo, con una voz sorprendentemente serena.
Me acerqué con miedo, envuelta enuna toalla, y me senté en el borde de la cama, lejos de él.
-"Mira, Mariana" -comenzó, con un suspiro que pretendía ser comprensivo. -"Sé que estásconfundida, pero tienes que entender lo que pasó. Tú... tú me provocaste desdeque empezó la fiesta. Esa mirada tuya, ese cuerpo tuyo moviéndose... no eresuna niña, eres una mujer, y actúas como una. Anoche no me 'obligaste', teentregaste. Me besaste, bailaste para mí, me mirabas con esos ojos que pedían agritos que te hiciera mujer. ¿Crees que un hombre puede resistirse a eso? Atanta belleza, a tanta entrega... No pude. Simplemente, no pude resistirme.Eres demasiado hermosa, y ahora... ahora eres mía. Y yo seré todo para ti. Tupadre, tu protector, y tu hombre. Es lo que siempre has querido, en el fondo,¿no es cierto?"
Las lágrimas resbalaban por mismejillas, un río silencioso de confusión y dolor. Él, con una ternura que medesconcertaba, las limpiaba con la yema del pulgar. Sus labios, que horas antesme habían violado, ahora me besaban con una posesividad que pretendía sercariño. Su mano, grande y caliente, se posó en mi vientre bajo, plana ydolorida.
"Reanudemos la relación y nosolo eso, hagámosla mejor..." susurró, su voz un zumbido hipnótico en mioído. "Por nuestro futuro hijo... que estoy seguro ya vive aquídentro."
Un escalofrío glacial, más fríoque cualquier miedo que hubiera sentido antes, me heló la sangre hasta lamédula. Anunciaba una condena. Una semilla de su perversión plantada en misentrañas. Mi cuerpo, que ya se sentía usurpado, ahora era potencialmente unterritorio ocupado. No hace falta decir que esa noche, bajo el pretexto de"consolidar" esa nueva vida, me hizo suya una vez más, con unameticulosidad que asegurara su siembra.
A la mañana siguiente, el mundoseguía girando, pero en un eje torcido. Mi padre, con una sonrisadespreocupada, me pidió que me vistiera y bajara con él a desayunar. "Encompañía de nuestros nuevos amigos", dijo. La frase resonó con un eco siniestro.Me arreglé mecánicamente, vistiendo el papel de la hija obediente, la amanteresignada. Bajamos al desayunador del hotel tomados de la mano, un gestoobsceno que ahora era nuestra nueva normalidad.
Al llegar a la mesa reservada, elúltimo fragmento de mi antigua realidad se hizo añicos. Allí, esperándonos, noestaban mis primas y mis tíos, sino dos parejas más en este baile macabro.Ximena, radiante y con una sonrisa de absoluta complicidad, se levantó arecibirme.
"¡Bienvenida, amiga!"dijo, abrazándome. Sus ojos brillaban con una emoción que no lograba descifrar."Veo que los luna mieleros no han dormido nada..." añadió con unarisita, mirando a mi padre de reojo.
Me senté, aturdida, y mi miradase cruzó con la de Susana. Mi otra prima, la más tímida, estaba sentada junto asu padre, mi tío Sebastián. Y no estaban simplemente juntos. Se besaban en loslabios con una naturalidad aterradora, un beso breve pero lleno de unaintimidad que no era la de un padre y su hija. Ella sonreía, contenta, casieufórica.
Desayunamos efectivamente comotres parejas, no como una familia. Las conversaciones giraban en torno a la"noche especial", a lo "maravilloso" que era haber"profundizado" en sus relaciones. El lenguaje era un código perversoque enmascaraba el incesto y la violación en un romance prohibido. Más tarde,Ximena, en un momento de confidencia, me reveló con frialdad que se habíandeshecho de nuestras madres desde bien temprano con excusas laborales ycompromisos impostados. Todo, absolutamente todo, había sido planeado con unaprecisión repulsiva. Y Ximena, lejos de ser una víctima, era su cómplice másentusiasta.
Cuando terminamos, Ximena me tomódel brazo y me llevó a un rincón apartado.
"Mariana, relájate," me dijo, sus ojos brillando con un fervor casifanático. "Hemos iniciado una nueva vida. Una vida sin mentiras, donde elamor verdadero, el más puro, puede florecer." Su sonrisa se ensanchó."E imagínate... ¿no sería increíble que las tres lleváramos nuestrosembarazos al mismo tiempo? Sería la confirmación de que esto está destinado aser."
La idea me revolvió el estómago.Pero antes de que pudiera protestar, añadió: "Pero para ello hay queseguir intentando. Sin descanso."
Fue la orden no dicha. Y ese día,tan pronto como mi padre me tuvo a solas en la suite, procedió a hacer su"tarea". Con la determinación de un granjero que asegura su cosecha,me tomó dos veces más, cada embestida una reafirmación de su propiedad, cadaeyaculación un intento calculado de llenar mi matriz con el fruto de nuestranueva y retorcida dinámica.
Lo que comenzó como un secretogrotesco se transformó, con el tiempo y la manipulación constante, en unarealidad distorsionada. La confusión, el dolor y el aislamiento dieron paso auna resignación enfermiza, y luego, a una aceptación torcida. Ximena, con suentusiasmo corruptor, fue la piedra angular. Nos convenció de que éramosespeciales, elegidas para un amor que trascendía los límites banales de lasociedad. Dejamos de ser primas para convertirnos en amigas, cómplices y,finalmente, hermanas en una hermandad forjada en el secreto y el pecado.
El plan de Ximena se cumplió conuna precisión aterradora. Los "esfuerzos" incansables de nuestrospadres—nuestros amantes—dieron su fruto. En el lapso de un mes, las tresconfirmamos nuestros embarazos. La noticia fue celebrada por ellos como eltriunfo supremo. Éramos sus creaciones perfectas, sus esposas-hijas, ahoramadres de su legado.
Explicar esta nueva vida a losdemás requirió de una ingeniería social meticulosa. Nuestros padres, hombres derecursos y conexiones, lo planificaron todo. Utilizaron sus influencias paraobtener traslados laborales a una ciudad lejana, en otro país, argumentando una"oportunidad de negocio conjunta irrenunciable". Vendieron la idea anuestras madres como un nuevo comienzo familiar, un sueño en el extranjero. Porsupuesto que se mostraron reacias pero las dejaron atrás con una sustanciosasuma de dinero y la amenaza velada de quedar desamparadas. El lazo que las uníaa sus maridos ya se había roto hacía tiempo, sustituido por esta nueva yperversa lealtad.
Nos instalamos en una espaciosapropiedad a las afueras de una ciudad europea. Una casa grande con tres alasindependientes, perfecta para nuestras tres "familias". Allí, lejosde miradas inquisitivas y juicios morales, nuestra nueva normalidad floreció.Los embarazos transcurrieron en paralelo, tres barrigas que crecían al unísono,símbolos de un pacto que había reescrito los cimientos de nuestra familia.
Ximena, Susana y yo, unidas porun vínculo que nadie más en el mundo podría comprender, nos transformamos porcompleto. Ya no éramos las jóvenes inocentes de la fiesta de dieciocho. Éramoslas centro de este universo invertido, las reinas de un reino donde el amorpaternal y conyugal eran una misma cosa, un ciclo cerrado y perfecto. Y cuandonuestros hijos—un niño para Ximena, una niña para Susana y otro niño paramí—nacieron en la misma semana, supimos que el ciclo apenas comenzaba. Éramosuna familia, sellada por un secreto, sostenida por una perversión y destinada aperpetuarse en la silenciosa y lujosa oscuridad de nuestro exilio voluntario.La hermandad de la cuna estaba completa, y su futuro estaba escrito en lasangre y la leche que ahora nos definían.

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