Era una tarde de viernes cuando sonó el timbre. Norma y yo estábamos preparando la cena, y ella me había mencionado esa mañana que su tío Raúl vendría a visitarnos. No lo veía desde que era adolescente, y yo ni siquiera lo conocía en persona, solo por fotos antiguas. Raúl era el marido de la hermana de su papá, un tío político que había quedado viudo hacía unos años. Vivía en un pueblito de la costa, ese lugar donde Norma pasaba los veranos de chica, jugando en la playa y disfrutando del mar. Él venía a la ciudad por unos trámites, y se quedaría un par de días en casa.

Abrí la puerta y ahí estaba: un hombre de unos cincuenta y pico, alto y fornido, con el pelo canoso pero todavía atlético, como si el tiempo no lo hubiera tocado mucho. “Hola, soy Raúl, el tío de Norma”, se presentó con una sonrisa cálida, extendiendo la mano. Lo invité a pasar, y Norma salió de la cocina con los brazos abiertos. “¡Tío Raúl! ¡Cuánto tiempo!”, exclamó ella, abrazándolo fuerte. Noté cómo sus tetas grandes se apretaban contra su pecho en el abrazo, y él la levantó un poco del suelo, riendo. “Normita, mirá vos… estás igualita que siempre. Hermosa como en aquellos veranos”.
Nos sentamos a la mesa para cenar: asado con ensalada, vino tinto y charlas que fluían naturales. Raúl empezó a recordar esos tiempos en la costa. “Te acordás de aquellas vacaciones en el pueblito, Norma? Eras una pendeja inquieta, siempre corriendo por la playa, armando castillos de arena o nadando hasta que se ponía el sol”. Norma sonrió, sirviéndole más vino. “Claro que me acuerdo, tío. Eran los mejores veranos. Me divertía tanto… las fogatas en la noche, los juegos con los primos. Y vos siempre vigilando desde tu puesto de guardavidas”.
Raúl asintió, mirándola con cariño, pero noté un brillo en sus ojos. “Sí, y vos eras el centro de atención, eh. Desde chica habías sido hermosa, con esa sonrisa y ese físico… siempre decían en la playa que tenías un cuerpo que llamaba la atención. Las miradas de los pibes no te faltaban, y hasta de algunos grandes”. Norma se rió, ruborizándose un poco, y le dio un sorbo al vino. “Ay, tío, exagerás. Pero vos también estabas igual de bien. Como guardavidas, te llevabas todas las miradas de las chicas. Alto, musculoso, con esa piel bronceada… eras el héroe de la playa. Las turistas te miraban y suspiraban”.
La cena siguió así, con anécdotas de aquellos días. Raúl contó cómo una vez la había salvado de una ola grande cuando ella era adolescente, y Norma recordó las noches en que él les contaba historias de rescates alrededor de la fogata. “Estabas creciendo tan rápido, Normita. De niña a mujer en un par de veranos. Y siempre con esa vitalidad, ese cuerpo curvilíneo que hacía que todos voltearan. Me acuerdo de esa vez que estábamos solos en la playa y me dijiste si me molestaba que hicieras topless…”. Ella se sonrojó, me miró y sin más le devolvió el cumplido: “Y vos, tío, con esa malla de competición que usabas y con el que se te marcaba todo tenías a las chicas detrás tuyo, y por lo que veo seguís igual. Viudo o no, apostaría que en el pueblito todavía rompés corazones. Ese aire de salvavidas no se pierde”.
Yo escuchaba, sirviendo más asado, y notaba la química sutil entre ellos. No era incómodo, pero había algo nostálgico y cargado en el aire. Después de la cena, charlamos un rato más en el living, con café, hasta que Raúl se disculpó por el cansancio del viaje. “Me voy a la cama, chicos. Mañana tengo los trámites temprano”. Norma lo acompañó a la habitación de huéspedes, y yo lavé los platos, pensando en lo bien que se llevaban pero algo se removía por dentro, lo del topless nunca me lo había contado y el comentario acerca de como se le marcaba el bulto bajo la malla….
Esa noche, en nuestra cama, Norma se acurrucó contra mí, con su cuerpo cálido bajo las sábanas. Yo la abracé por detrás, sintiendo su culo redondo contra mi entrepierna. “Fue lindo ver a tu tío, amor. Parece un tipo genial”, le dije, besándole el cuello. Ella suspiró, girándose un poco para mirarme. “Sí, Marcelo… no lo veía desde que era adolescente. Trajo tantos recuerdos”. Hizo una pausa, y noté que su respiración se aceleraba un poco. “Sabés… siempre tuve fantasías con él cuando era chica”.
Me quedé quieto, intrigado. “Fantasías? Contame”. Ella se mordió el labio, rozando su mano por mi pecho. “Sí, amor. Él era tan… imponente. Como guardavidas, lo veía todos los días en la playa, con su torso desnudo, salvando gente. Más de una vez, en aquellas vacaciones, me iba a la cama pensando en él. Me pajeaba imaginándolo… tocándome, besándome. Era mi crush secreto, el tío sexy que todas las chicas querían”. Su voz se volvió más ronca, y sentí cómo se excitaba contándolo. “Incluso ahora, viéndolo, me removió esas sensaciones. ¿Te molesta que te lo diga?”.
Yo la besé, sintiendo mi verga endurecerse contra ella. “No, Norma… me excita. Contame más”. Pero ella solo sonrió en la oscuridad, dejando el aire cargado de posibilidades.
Su confesión sobre las fantasías con su tío me había dejado excitado, imaginándola de adolescente, tocándose en secreto pensando en él. Ella se acurrucó contra mí, su cuerpo cálido y curvilíneo presionando contra el mío, y yo no pude resistirme. Le besé nuevamente el cuello, bajando la mano por su espalda hasta su culo redondo. “Norma, lo que me contaste me prendió fuego”, le susurré, sintiendo cómo mi verga se endurecía contra su pierna. Ella se giró, mirándome con ojos brillantes en la penumbra. “A mí también, Marcelo. Hablar de eso me mojó toda. ¿Querés jugar con esa fantasía?”.
Asentí, y ella se estiró hacia la mesita de noche, sacando uno de nuestros dildos favoritos: uno grueso y realista, con venas marcadas, del tamaño perfecto para simular una verga grande. “Hagamos de cuenta que esta es la de Raúl”, dijo con voz ronca, pasándomela. “Imaginá que él está acá, cogiéndome mientras vos mirás… o uniéndote”. Me excitó tanto que la besé profundo, metiendo la lengua en su boca mientras le quitaba la remera, liberando sus tetas enormes. “Sí, amor… chupámelas”, gemía ella, arqueando la espalda. Me incliné y lamí sus pezones duros, mordisqueándolos mientras ella me pajeaba despacio. “Mmm, Marcelo, tu verga está tan dura… pero imaginá la de Raúl, grande como se le marcaba en la playa bajo su sunga”.
La tiré boca arriba en la cama, le bajé la tanga y le abrí las piernas. “Voy a cogerte con esto, Norma… como si fuera él, como si fuera su pija”, le dije, lubricando el dildo con saliva. Ella gimió, mordiéndose el labio: “Sí, dame la verga de mi tío… metémela profunda”. Lo deslicé en su concha mojada, empujando lento al principio, sintiendo cómo se abría para él. “Ahhh, sí… tío Raúl, cogeme”, jadeaba ella, cerrando los ojos en la fantasía. Yo aceleré, bombeando el dildo mientras le frotaba el clítoris con el pulgar. “Mirá cómo te coge tu tío, puta… te gusta, ¿no?”. Ella gemía fuerte: “Sí, amor… me encanta su verga gruesa… pero la tuya es la que me hace acabar”. Cambiamos posiciones; la puse en cuatro, me acosté debajo al revés y le metí el dildo por atrás mientras ella me chupaba la pija y yo le chupaba la concha desde abajo. “Tomá, Norma… dos vergas para vos”, le dije, y ella tembló: “Ahhh, sí… Glug…Glug…Raúl por atrás, vos en mi boca…Glug…ahhh… me vengo”. Acabó gritando bajito para no despertar a Raúl en la habitación de al lado, su cuerpo convulsionando.
Yo no aguanté más; saqué el consolador y la penetré con mi verga, embistiéndola duro. “Ahora soy yo, amor… pero imaginá que él nos mira”. Ella jadeó: “Sí, Marcelo… acabame adentro… llename como si fuéramos tres”. Exploté dentro de ella, gimiendo su nombre, y nos quedamos abrazados, sudados y satisfechos. “Fue increíble, Norma. Mañana seguimos hablando de esto”, le susurré antes de dormir.
A la mañana siguiente, me desperté temprano porque tenía que ir al trabajo. Creí que Raúl todavía dormía en la habitación de huéspedes, y Norma se levantó conmigo para preparar el desayuno. “Voy al baño un segundo, amor”, me dijo ella, besándome antes de salir del dormitorio. El baño principal estaba al final del pasillo, y el de huéspedes tenía ducha propia, pero a veces usábamos el grande. Norma entró sin hacer ruido, pensando que estaba vacío, pero oyó el agua corriendo. Curiosa, miró por la puerta entreabierta –el vapor empañaba el espejo, pero la cortina de la ducha estaba corrida lo justo para ver.
Ahí estaba Raúl, bajo el chorro de agua caliente, de espaldas al principio, pero luego se giró. Su cuerpo atlético, todavía firme a pesar de los años, con el pecho peludo y los músculos de guardavidas marcados. Norma se quedó helada cuando vio que él se estaba pajeando: su mano envolviendo una verga gruesa y larga, moviéndose despacio arriba y abajo, con la cabeza echada para atrás, gimiendo bajito sin saber que lo veían. “Mmm… sí…”, murmuraba él, imaginando quién sabe qué. Norma sintió un calor inmediato entre las piernas; su concha se mojó al instante recordando sus fantasías de chica. Sin pensarlo, se escondió un poco más detrás de la puerta, pero con vista clara, y empezó a tocarse.

Primero, se levantó la remera de dormir, acariciando sus tetas grandes con una mano, pellizcando los pezones duros mientras observaba cómo Raúl aceleraba el ritmo en su pija. “Dios, tío… qué verga tenés”, pensó ella, jadeando en silencio. Bajó la otra mano a su concha, frotando el clítoris hinchado en círculos, metiendo un dedo adentro para sentir lo empapada que estaba. Raúl gemía más fuerte ahora: “Ahhh… tomá…”, y ella imaginó que era por ella. Se dio vuelta un poco, apoyándose en la pared, y metió la mano atrás para tocarse el culo, abriéndose las nalgas y rozando el ano mientras seguía masturbándose la concha. “Sí, Raúl… mirá cómo me toco por vos”, susurraba en su mente, acelerando hasta que un orgasmo la sacudió, mordiéndose el labio para no gritar. Raúl acabó al mismo tiempo, descargando chorros de leche en la ducha, gruñendo: “Mmm… sí Normita…”. ¿La había nombrado? Norma no estaba segura, pero salió del baño temblando, excitada y culpable.
Todo el día pasó y no me dijo nada; Raúl hizo sus trámites y volvimos a cenar juntos, charlando de todo un poco, pero noté que Norma lo miraba diferente, con un rubor sutil. Esa noche, cuando Raúl se fue a dormir, nos metimos en la cama otra vez. Norma me besó con urgencia: “Marcelo, tengo que contarte algo… hoy pasó algo loco”. Le pedí detalles, y ella me relató todo mientras me pajeaba despacio. “Entré al baño y lo vi bañándose… se estaba pajeando, amor. Su verga es enorme, tal como imaginaba de chica. Me quedé mirando y… me toqué también. Acaricié mis tetas, mi concha, hasta el culo… acabé viéndolo”.
Me excitó brutalmente; saqué el dildo de nuevo. “Contame más mientras te cojo con esto”, le dije, metiéndoselo en la concha mientras la besaba. Ella gemía: “Sí, amor… imaginá que esta es su verga otra vez… la segunda pija”. La puse en cuatro con el consolador adentro y la penetré con mi verga por el culo despacio, centímetro a centímetro, ella mordía la almohada para no gritar pero sus gemidos se oían, el dildo en la concha y yo en su culo la cogíamos al unísono, esa doble penetración la estaba volviendo loca. “Ahhh, Marcelo… Raúl en mi concha, vos en mi culo… sí, dame duro”. Bombeé fuerte, mientras ella seguía: “Lo vi acabar… gruñendo mi nombre, creo. Me mojé tanto… toqué mis tetas como él las tocaría”. Hablaba cada vez más fuerte. Cambiamos: ella encima, de espaldas, rebotando en mi verga mientras se metía el dildo sola. “Sí, amor… ahhh…dos vergas… la de Raúl y la tuya…ahhh”. Acabamos juntos y el aire quedó cargado, como si algo más pudiera pasar. “¿Mañana que te parece que hagamos? Raúl se queda otro día…”, me preguntó ella, jadeando aún.
Era la última noche que Raúl se quedaba en casa, y Norma había puesto todo su esfuerzo en hacerla especial. Preparó un pollo al horno jugoso, con papas doradas y crocantes, una ensalada fresca con tomates cherry y aceitunas, y abrió una botella de malbec reserva que guardábamos para ocasiones importantes. Todo el día había estado cargado de una tensión palpable; después de que Norma me contara lo de la ducha, no podíamos dejar de mirarnos con complicidad, rozándonos “accidentalmente” en la cocina o el living, recordando la noche anterior con el dildo simulando la verga de Raúl. Ella se había puesto una blusa escotada, de seda negra que se pegaba a sus tetas enormes y dejaba ver el borde del corpiño de encaje, y una pollera ajustada que marcaba su culo redondo. Yo notaba cómo Raúl la devoraba con la mirada durante el almuerzo, comentando banalidades sobre sus trámites en la ciudad, pero sus ojos se demoraban en su escote, y Norma respondía con sonrisas coquetas, cruzando las piernas para que la pollera subiera un poco. Llegó la noche y la última cena juntos. Nos sentamos a la mesa alrededor de las ocho, con la luz tenue del comedor creando un ambiente íntimo, casi conspirador. El aroma del pollo llenaba el aire, mezclado con el del vino que serví en copas grandes. Raúl elogió la comida desde el primer bocado: “Normita, esto está para chuparse los dedos. El pollo jugoso, las papas perfectas… siempre fuiste una maestra en la cocina, como tu tía. Me hacés sentir como en casa”. Norma sonrió, inclinándose un poco sobre la mesa para servirle más, lo que hizo que sus tetas se apretaran y el escote se abriera más, mostrando la curva superior de sus pechos. “Gracias, tío. Me encanta cocinar para vos. Mañana te vas temprano, ¿verdad? Vamos a extrañar estas charlas… y tu presencia”. Yo asentí, cortando un pedazo de pollo: “Sí, Raúl, fue un placer tenerte. La casa se va a sentir vacía sin vos. Volvé cuando quieras, la puerta está abierta”.
La charla empezó ligera, recordando más anécdotas de aquellos veranos en la costa. Raúl contó cómo una vez, cuando Norma era adolescente, la había enseñado a surfear en olas pequeñas, y cómo ella se caía riendo, con el bikini mojado pegado a su cuerpo en desarrollo. “Eras tan intrépida, Normita… con ese cuerpo que ya prometía, curvas por todos lados. Los pibes de la playa no te quitaban los ojos de encima”. Norma se rió, bebiendo un sorbo de vino, sus labios húmedos brillando: “Ay, tío, exagerás. Pero vos eras el rey… alto, bronceado, con esos músculos de guardavidas. Recuerdo cómo las chicas te miraban, cuchicheando. ‘Mirá a Raúl, qué hombre’, decían. Yo también te admiraba… mucho”. Noté cómo el tono se volvía más cargado, y Raúl bebía más rápido, su rostro enrojeciendo no solo por el alcohol.
En un momento, dejó el tenedor con un ruido seco y nos miró serio, como si hubiera tomado una decisión. “Chicos, antes de que termine la noche, tengo una confesión que hacerles. No sé si es el vino hablando, o si es que no puedo irme cargando esto… pero necesito decirlo”. Norma y yo nos miramos, el corazón latiéndome fuerte; intuía por dónde iba. “¿Qué pasa, tío? Podés contarnos cualquier cosa, somos familia”, dijo ella, poniendo una mano sobre la suya en la mesa, un toque que duró un segundo de más. Raúl respiró hondo, sus ojos fijos en los de Norma: “La noche anterior, después de la cena, me levanté para ir al baño. Al pasar por la puerta de su habitación, escuché… gemidos, voces. No pude evitarlo; me quedé ahí, en la oscuridad del pasillo, pegado a la pared. Oí todo, Normita. Cómo hablaban de mí, de fantasías de cuando eras chica… cómo usaban algo para simular mi verga, gimiendo mi nombre. ‘Raúl, cogeme’, decías. Me calenté como nunca en mi vida, como un pendejo. Ahí mismo, en el pasillo, me bajé el pantalón y me empecé a pajear, imaginándote a vos, con esas tetas grandes y ese culo perfecto que siempre me volvieron loco”.
Norma jadeó bajito, sus pezones marcándose bajo la blusa, y yo sentí mi verga endurecerse instantáneamente bajo la mesa, una mezcla de shock y excitación brutal. “Tío… ¿escuchaste todo? Dios, no tenía idea, que vergüenza…”, murmuró ella, pero su voz era ronca, no de vergüenza, sino de deseo. Raúl continuó, sin apartar la mirada: “Sí, todo. Cómo Marcelo te metía algo pensando en mí, cómo gemías ‘Raúl por atrás, vos en mi boca’ decías. Acabé ahí, descargando en mis bóxers, mordiéndome la mano para no gritar. Siempre me calentaste, Normita. Desde que eras adolescente en la playa, con ese bikini que apenas te tapaba las tetas y el culo, esa vez del topless… fantaseé con cogerte mil veces. Imaginaba levantarte en brazos, chuparte esos pezones rosados, metértela profunda en la arena, o en mi cabaña de guardavidas. Hasta con tu tía viva, me pajeaba pensando en vos, en cómo gritarías mi nombre mientras te lleno de leche”.
El morbo era asfixiante; el aire en el comedor se sentía espeso, cargado de sexo prohibido. Norma se mordió el labio, cruzando las piernas bajo la mesa, y yo noté cómo su mano temblaba al tomar la copa. “Tío… eso es… tan caliente. No nos ofendés, al contrario. Yo… yo también fantaseaba con vos, como le conté a Marcelo. Verte en la playa, salvando gente, con esa verga grande marcándose en el traje de baño… me tocaba en la noche, imaginando que me cogías”. Raúl gruñó bajito, y para probar su punto, se paró de la mesa con las piernas abiertas. Ahí estaba: un bulto enorme en su pantalón, la erección impresionantemente dura y gruesa, delineándose bajo la tela como una serpiente lista para atacar. Se lo agarró con la mano, apretándolo fuerte, moviéndolo un poco arriba y abajo. “Miren… esto es por vos, Normita. Solo de confesarlo, mirá cómo me pone. Dura como piedra, palpitando por metértela, por sentir tu concha apretada alrededor. Disculpen si los ofendo, pero tenía que decirlo. Si quieren que me vaya ahora, lo entiendo… aunque preferiría quedarme y… ver qué pasa”.
Yo me quedé sin aliento, mi propia verga dura como nunca, rozando contra el pantalón. En vez de enojarme, la excitación me dominaba; imaginaba a Norma con él, y me ponía más caliente. “Raúl… no nos ofendés. Al contrario, mirá a Norma… está excitada”. Ella asintió, sus ojos fijos en el bulto, lamiéndose los labios: “Sí, tío… me mojaste toda con esa confesión. Tu verga… se ve tan grande. ¿Puedo tocársela?”. Dijo Norma mirándome con ojos suplicantes, su pecho subiendo y bajando rápido por la excitación que la invadía de pies a cabeza. “Marcelo, amor… dame permiso para continuar con esto. Estoy tan excitada que me tiemblan las piernas y siento la concha empapada, goteando por vos y por él. Es la ocasión perfecta para cumplir esa fantasía que tuve desde chica, con mi tío Raúl. Siempre lo quise, lo deseé en secreto, me pajeaba pensando en su verga dura salvándome en la playa, metiéndomela en la arena. Ahora mirá cómo nos tiene a todos, con esa pija gruesa palpitando por mi concha de sobrina puta. Por favor, decime que sí, que podemos explorar esto juntos, que me dejás ser la puta familiar que siempre quise”. Yo dudé un segundo, el corazón latiéndome como loco; era una locura absoluta, pero verla así, con los pezones marcados bajo la blusa y esa mirada de deseo prohibido, me ponía más duro que nunca. Los celos se mezclaban con un morbo brutal, imaginándola gimiendo por él mientras yo participaba. “Está bien, Norma… acepto. Pero solo si estamos todos de acuerdo, y yo soy parte de esto desde el principio hasta el final. Mirá cómo me ponés, amor… mi verga ya está dura pensando en verte con él, en cómo vas a gritar como una puta”. Ella sonrió con alivio y pasión, besándome profundo, metiendo la lengua en mi boca: “Gracias, amor. Te amo tanto… esto nos va a unir más, vas a ver. Voy a ser tu puta caliente esta noche, solo para vos y para mi tío, gimiendo como la sobrina caliente que soy”.

Se levantó de la mesa, sus caderas balanceándose seductoramente mientras se acariciaba y se acercaba a Raúl, que seguía parado con esa erección impresionante marcándose bajo el pantalón, como si estuviera a punto de romper la tela.

“Tío… no me ofendés, al contrario. Dejame ver esa verga que me calentó tanto de chica, que me hizo pajearme tantas noches pensando en vos, imaginándote salvándome y luego cogiéndome en tu cabaña de guardavidas”, le dijo con voz ronca, arrodillándose frente a él como en una ofrenda prohibida. Raúl jadeó, sus ojos devorándola: “Normita… sos una diosa, una tentación andante. Hacelo, tocame… mostrame cuánto me deseás, cómo tu concha se moja por tu tío”. Ella le desabrochó el cinturón con manos temblorosas por la emoción, bajándole el pantalón y el boxer de un tirón suave pero decidido. Su verga saltó libre al aire: gruesa como mi muñeca, venosa y palpitante, con la cabeza roja e hinchada, más grande y imponente de lo que Norma me había descrito después de verlo en la ducha. “Dios, tío… qué pija enorme y perfecta. Siempre la imaginé así, dura y lista para mi concha, para romperme como en mis pajas adolescentes”, murmuró ella, tomándola con ambas manos, sintiendo su calor y cómo latía en sus palmas.


Empezó a pajearla despacio, arriba y abajo, con movimientos expertos que hacían que la piel se deslizara sobre el tronco rígido. “Mmm, está tan dura… por mí, ¿eh? Sentí tío… cómo te pajeo, como siempre quise, como la puta sobrina que soy por vos”. Raúl gruñó de placer, agarrándole el pelo suavemente: “Sí, Normita… por vos, solo por vos. Pajéame más fuerte, sentila crecer en tus manos… mostrame cómo me deseás desde chica”.


Ella puso la pija entre sus tetas y él se las empezó a coger lentamente mientras gemía. Yo no aguanté más estar sentado; me paré, me saqué la camisa y el pantalón rápido, quedando completamente desnudo con mi verga dura apuntando al aire, palpitando por la escena. Me acerqué por detrás de Norma, abrazándola fuerte, sintiendo su culo redondo y perfecto presionando contra mi entrepierna. “Amor, seguí con él… pero dejame desvestirte mientras, quiero sentirte toda, tocar esa concha mojada por tu tío”, le susurré al oído, besándole el cuello y mordisqueándole la oreja. Le saqué la blusa por arriba con urgencia, liberando sus tetas enormes del sostén de encaje; cayeron pesadas y firmes, los pezones rosados y duros como piedras, apuntando al frente por el deseo. Raúl los miró con hambre pura: “Qué tetas impresionantes, Normita… siempre quise tocarlas, chuparlas, hacerte gemir como en mis fantasías”. Norma gimió bajito cuando yo las apreté desde atrás, masajeándolas con las manos llenas, pellizcando los pezones entre mis dedos: “Sí, Marcelo… tocame las tetas… y tío, mirá cómo me excitas, cómo me pongo por vos, cómo soy tu sobrina puta con estas tetas listas para tu boca”.
No pudimos quedarnos en la mesa del comedor; el calor era demasiado, el morbo nos empujaba. Nos movimos al living, donde había un sofá grande y mullido, con la luz tenue de una lámpara creando sombras jugosas en sus cuerpos. Norma se sentó en el borde del sofá, abriendo un poco las piernas, y Raúl se paró frente a ella para que siguiera con su boca. “Vení, tío… cogeme la boca con esa verga gruesa, metémela profunda como en mis sueños de playa”, le dijo ella, lamiéndose los labios. Él empujó adentro despacio al principio, cogiéndole la cara con ritmo suave, sus bolas golpeando el mentón con cada movimiento. “Ahhh, Normita… qué boca caliente y húmeda… chupala profunda, sentime todo, mostrame cómo tragás la verga de tu tío”. Yo, mientras, le bajé la pollera y la tanga de un tirón, dejando su culo redondo y su concha depilada completamente al aire. Estaba empapada, los jugos brillando en sus labios hinchados, corriéndole por los muslos internos. Metí dos dedos en su concha curva, frotando el punto G con precisión: “Mirá lo mojada que estás, amor… por tu tío, por esa pija que te vuelve loca, que te hace ser la puta familiar que sos”. Ella gemió alrededor de la verga alrededor de Raúl: “Mmmph… sí, Marcelo…dedeame más fuerte… mmmph…soy una puta por los dos, por mi tío y mi marido”.
Norma se inclinó más, lamiendo la cabeza de la verga de Raúl con la lengua plana, probando el precum que goteaba. “Mmm, qué rica…tío… tu sabor es igual a mis fantasías prohibidas”, dijo, antes de metérsela en la boca lentamente, succionando con devoción, la lengua girando alrededor de la cabeza gruesa mientras bajaba hasta que le tocó la garganta. Raúl le acarició el pelo: “Sí, Normita… chupala así… me hacés temblar, mostrame cómo deseás la verga de tu tío desde chica”. Yo me arrodillé detrás de ella que estaba en cuatro en el sofá, abriéndole las piernas más, y empecé a chuparle la concha: lamí su clítoris hinchado en círculos, metiendo la lengua adentro para saborear su dulzor, chupando los labios como si fueran fruta madura. “Ahhh, Marcelo…Glug…sí, chupame la concha…mmmff…mientras se la chupo a él…Glug..me vengo pronto, amor…mmm…soy tu puta…ahhh…”. Aceleré el ritmo, frotando su clítoris con los dedos mientras lamía profundo, y ella explotó en su primer orgasmo: “¡Ahhh, sí… me vengo! Tío…Glug..agggg…tu verga en mi boca me hace acabar tan fuerte…”. Tembló entera, sus jugos inundándome la boca, mientras Raúl gemía: “Dios, Normita… qué caliente estás… seguí chupando, mostrame más”.
Cambiamos posiciones para intensificar, le puse el culo en alto hacia mí, redondo y perfecto invitándome. “Ahora te cojo yo, amor… mientras seguís con él, mostrame qué puta sos, gimiendo por dos vergas”, le dije, penetrando su concha de un empujón profundo.


Entré fácil, la sentí apretada pero empapada y me envolvió como un guante caliente. “Sí, Marcelo…aggg…rompeme la concha con tu verga…Glug… dura como siempre, amor, cogeme…mmmfff… como la puta que soy”. Bombeé fuerte desde atrás, agarrándole las caderas con fuerza, sintiendo cómo se contraía alrededor de mi pija con cada embestida. Raúl se sentó adelante en el sofá, y Norma le chupó la verga de nuevo, alternando con pajas rápidas. “Mmm, tío… qué rica… mirá cómo me coge mi marido, cómo me llena”. Raúl le masajeaba las tetas colgantes, pesadas y rebotando con cada golpe mío: “Sí, Normita… tus tetas son perfectas… pellizcate los pezones vos misma, mostrame cómo te excitas por tu tío”. Ella obedeció, gimiendo: “Ahhh… sí, los tiro fuerte… me calienta más, tío… soy tu puta secreta, la sobrina que se pajeaba por vos”. Aceleré las embestidas, golpeando profundo contra su útero, y ella acabó de nuevo: “¡Ahhh, me vengo otra vez! Marcelo, no pares… tu verga me mata, me hace gritar como puta”. No aguanté más; sentí el orgasmo subir: “Norma, voy a acabar… adentro de tu concha, llenate de mi leche”. Exploté con un gruñido, descargando chorros calientes y espesos dentro de ella, llenándola hasta que desbordó: “¡Tomá mi leche, amor… sí, sos mi puta llena!”.
Raúl no aguantó más el oral; quiso su turno. “Normita, dejame cogerte… siempre lo soñé, metértela profunda en esa concha”. Ella me miró, yo asentí jadeando: “Sí, tío… metémela ahora. Marcelo, amor, cambiemos… quiero sentir la verga de mi tío, ser su puta prohibida”. Me salí, mi verga aún goteando, y Raúl se puso atrás de ella en cuatro, frotando su verga gruesa contra su concha mojada antes de entrar despacio, centímetro a centímetro.



“Ahhh, qué apretada y caliente… tomá mi verga, Normita… sentila toda, como en tus pajas de chica”. La penetró profunda, sus bolas golpeando su clítoris hinchado con cada embestida rítmica. Norma gritó de placer: “¡Sí, Raúl… cogeme duro con esa pija gruesa… es mejor que en mis fantasías, rompeme como la puta que soy por vos!”. Yo me paré adelante, y ella me chupó a mí ahora, lamiendo mis bolas y el tronco, limpiando los restos de su concha y mi leche. “Mmm, Marcelo… qué rica tu leche… mirá cómo me rompe él, me está partiendo… soy una puta por probar la de ambos”. Raúl aceleró, embistiendo como poseído: “Sí, Normita… tu concha es perfecta… apretame más con ella, mostrame cuánto deseás a tu tío”. Yo le cogía la boca despacio: “Chupala, amor… mostranos qué puta caliente sos, con la verga de tu tío adentro”. Ella acabó por tercera vez, su cuerpo temblando: “¡Ahhh, me vengo con tu verga, tío… sí, dame más!”.
Para la doble penetración, la sentamos en el sofá. Raúl se sentó, Norma se montó encima de él a horcajadas, bajando despacio sobre su verga gruesa. “Mmm, qué llena me siento… quiero cabalgarte tío… tu pija me estira tanto…”. Rebotaba con ritmo, sus tetas enormes saltando hipnóticas, mientras yo me paraba atrás del sofá, me unté lubricante en la verga y me puse atrás de ella, entre sus nalgas. “Amor, voy a metértela por el culo… querías doble penetración con tu tío, ahora la ves a tener, como en nuestras fantasías prohibidas”. Ella jadeó excitada: “Sí, Marcelo…culeame mientras él me coge la concha… quiero ser su puta llena, con dos vergas partiéndome”. Entré despacio en su ano apretado y caliente, sintiendo la verga de Raúl a través de la pared interna delgada, frotándonos mutuamente.


“Ahhh, así…sí…ahhh… dos vergas al mismo tiempo… me parten al medio, me vuelven loca, soy la puta de mi marido y de mi tío”. Bombeamos alternados: Raúl empujando arriba en su concha, yo atrás en su culo, frotándonos y frotando su clítoris con la mano libre. Yo desde atrás le sostenía y le ofrecía sus tetas al tío. “Sí, Normita… qué culo apretado… sentinos a los dos, mostrame cómo acabás por tu tío”. Ella gritaba: “¡Más fuerte… me vengo de nuevo! Ahhh, sí… los siento a los dos dentro, soy su puta doble!” Acabó fuerte por cuarta vez, su cuerpo convulsionando, apretándonos como un vicio.
Cambiamos a misionero en el piso para que Raúl acabara; Norma boca arriba en la alfombra, piernas abiertas amplias como una puta invitando, Raúl entre ellas, penetrándola profundo mientras le chupaba las tetas con devoción. “Mmm, qué pezones dulces y duros… mordisquealos, Normita… mostrame cómo te excitas por tu tío, cómo sos mi sobrina puta”. Ella se pellizcaba sola, gimiendo: “Sí, tío… chupame… Marcelo, mirá cómo me coge, cómo soy su puta con la verga de familia adentro”. Raúl aceleró, embistiendo como un animal: “Voy a acabar, Normita… ¿dónde querés mi leche, sobrina?”. Ella jadeó: “En mis tetas… bañame con mucha, tío… quiero sentirla caliente y espesa corriéndome por los pezones, como en mis pajas”. Él se salió a tiempo, pajeándose rápido sobre su pecho: “¡Tomá… ahhh, sí!” Descargó una cantidad impresionante de leche espesa y caliente, chorros abundantes que cubrieron sus tetas enormes, corriéndole por los pezones y el valle entre ellas, como una fuente prohibida. “Mmm, qué rica y tanta leche, tío… mirá cómo me bañás, cómo soy tu sobrina puta cubierta de leche”, dijo ella, esparciéndola con las manos, acabando con él: “¡Ahhh, me vengo con tu leche en mis tetas… sí, soy una puta por vos!”.
Yo la giré rápido, poniéndola en cowgirl inversa sobre mí en el sofá. Se sentó en mi verga, rebotando con el culo hacia mí, sus nalgas redondas aplaudiendo contra mis muslos: “Ahora vos, Marcelo… cogeme por la concha…ahhh… siento su leche chorrear por mis tetas, me hace más puta”. Raúl se paró adelante, y ella le chupó las bolas, limpiando los restos de su orgasmo. “Mmm, qué rica tu leche, tío… soy una puta por probar la de mi tío”. Bombeé desde abajo, agarrándole el culo con fuerza: “Sí, amor… rebotá más en mi pija… mostranos qué puta sos, con las tetas cubiertas de leche”. Aceleré, y ella acabó otra vez: “¡Ahhh, Marcelo… me vengo en tu verga… sí, dame, soy tu puta!”.
Para el final, Raúl la quiso por atrás; la puse en cuatro de nuevo, pero esta vez él se posicionó en su culo. “Normita, dejame acabarte por el culo… siempre lo imaginé, llenarte como mi sobrina puta”. Ella asintió: “Sí, tío… metémela ahí… llename el culo con tu leche, haceme gritar como la puta prohibida que soy”. Él entró despacio, lubricado por sus jugos, embistiendo profundo: “Ahhh, qué apretado… tomá, Normita… sentime en tu culo”. Yo me arrodillé adelante, poniendo mi pija a la altura de la boca: “Chupame, amor… sos tan puta con dos vergas para vos…”. Raúl aceleró: “Voy a acabar…en tu culo, Normita”. Explotó adentro, gruñendo: “¡Tomá mi leche… sí, te lleno!”. Ella tembló: “¡Ahhh, me vengo con tu leche en el culo, tío!”. Yo no aguanté: me salí de su boca, pajeándome sobre sus tetas: “Ahora yo… en tus tetas, amor, mezclando mi leche con la de tu tío”. Descargué chorros espesos sobre su pecho, corriéndole por las tetas ya cubiertas: “¡Sí… bañate con mi leche, puta!”.

Nos quedamos exhaustos, abrazados en el piso, sudados y jadeantes. “Fue increíble, chicos… mi fantasía cumplida, y más… soy la puta más feliz”, dijo Norma, besándonos a ambos. Yo besé su frente: “Y la nuestra, amor… te amamos, puta nuestra”. Raúl sonrió: “Vuelvo pronto… esto recién empieza, sobrina”.

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Abrí la puerta y ahí estaba: un hombre de unos cincuenta y pico, alto y fornido, con el pelo canoso pero todavía atlético, como si el tiempo no lo hubiera tocado mucho. “Hola, soy Raúl, el tío de Norma”, se presentó con una sonrisa cálida, extendiendo la mano. Lo invité a pasar, y Norma salió de la cocina con los brazos abiertos. “¡Tío Raúl! ¡Cuánto tiempo!”, exclamó ella, abrazándolo fuerte. Noté cómo sus tetas grandes se apretaban contra su pecho en el abrazo, y él la levantó un poco del suelo, riendo. “Normita, mirá vos… estás igualita que siempre. Hermosa como en aquellos veranos”.
Nos sentamos a la mesa para cenar: asado con ensalada, vino tinto y charlas que fluían naturales. Raúl empezó a recordar esos tiempos en la costa. “Te acordás de aquellas vacaciones en el pueblito, Norma? Eras una pendeja inquieta, siempre corriendo por la playa, armando castillos de arena o nadando hasta que se ponía el sol”. Norma sonrió, sirviéndole más vino. “Claro que me acuerdo, tío. Eran los mejores veranos. Me divertía tanto… las fogatas en la noche, los juegos con los primos. Y vos siempre vigilando desde tu puesto de guardavidas”.
Raúl asintió, mirándola con cariño, pero noté un brillo en sus ojos. “Sí, y vos eras el centro de atención, eh. Desde chica habías sido hermosa, con esa sonrisa y ese físico… siempre decían en la playa que tenías un cuerpo que llamaba la atención. Las miradas de los pibes no te faltaban, y hasta de algunos grandes”. Norma se rió, ruborizándose un poco, y le dio un sorbo al vino. “Ay, tío, exagerás. Pero vos también estabas igual de bien. Como guardavidas, te llevabas todas las miradas de las chicas. Alto, musculoso, con esa piel bronceada… eras el héroe de la playa. Las turistas te miraban y suspiraban”.
La cena siguió así, con anécdotas de aquellos días. Raúl contó cómo una vez la había salvado de una ola grande cuando ella era adolescente, y Norma recordó las noches en que él les contaba historias de rescates alrededor de la fogata. “Estabas creciendo tan rápido, Normita. De niña a mujer en un par de veranos. Y siempre con esa vitalidad, ese cuerpo curvilíneo que hacía que todos voltearan. Me acuerdo de esa vez que estábamos solos en la playa y me dijiste si me molestaba que hicieras topless…”. Ella se sonrojó, me miró y sin más le devolvió el cumplido: “Y vos, tío, con esa malla de competición que usabas y con el que se te marcaba todo tenías a las chicas detrás tuyo, y por lo que veo seguís igual. Viudo o no, apostaría que en el pueblito todavía rompés corazones. Ese aire de salvavidas no se pierde”.
Yo escuchaba, sirviendo más asado, y notaba la química sutil entre ellos. No era incómodo, pero había algo nostálgico y cargado en el aire. Después de la cena, charlamos un rato más en el living, con café, hasta que Raúl se disculpó por el cansancio del viaje. “Me voy a la cama, chicos. Mañana tengo los trámites temprano”. Norma lo acompañó a la habitación de huéspedes, y yo lavé los platos, pensando en lo bien que se llevaban pero algo se removía por dentro, lo del topless nunca me lo había contado y el comentario acerca de como se le marcaba el bulto bajo la malla….
Esa noche, en nuestra cama, Norma se acurrucó contra mí, con su cuerpo cálido bajo las sábanas. Yo la abracé por detrás, sintiendo su culo redondo contra mi entrepierna. “Fue lindo ver a tu tío, amor. Parece un tipo genial”, le dije, besándole el cuello. Ella suspiró, girándose un poco para mirarme. “Sí, Marcelo… no lo veía desde que era adolescente. Trajo tantos recuerdos”. Hizo una pausa, y noté que su respiración se aceleraba un poco. “Sabés… siempre tuve fantasías con él cuando era chica”.
Me quedé quieto, intrigado. “Fantasías? Contame”. Ella se mordió el labio, rozando su mano por mi pecho. “Sí, amor. Él era tan… imponente. Como guardavidas, lo veía todos los días en la playa, con su torso desnudo, salvando gente. Más de una vez, en aquellas vacaciones, me iba a la cama pensando en él. Me pajeaba imaginándolo… tocándome, besándome. Era mi crush secreto, el tío sexy que todas las chicas querían”. Su voz se volvió más ronca, y sentí cómo se excitaba contándolo. “Incluso ahora, viéndolo, me removió esas sensaciones. ¿Te molesta que te lo diga?”.
Yo la besé, sintiendo mi verga endurecerse contra ella. “No, Norma… me excita. Contame más”. Pero ella solo sonrió en la oscuridad, dejando el aire cargado de posibilidades.
Su confesión sobre las fantasías con su tío me había dejado excitado, imaginándola de adolescente, tocándose en secreto pensando en él. Ella se acurrucó contra mí, su cuerpo cálido y curvilíneo presionando contra el mío, y yo no pude resistirme. Le besé nuevamente el cuello, bajando la mano por su espalda hasta su culo redondo. “Norma, lo que me contaste me prendió fuego”, le susurré, sintiendo cómo mi verga se endurecía contra su pierna. Ella se giró, mirándome con ojos brillantes en la penumbra. “A mí también, Marcelo. Hablar de eso me mojó toda. ¿Querés jugar con esa fantasía?”.
Asentí, y ella se estiró hacia la mesita de noche, sacando uno de nuestros dildos favoritos: uno grueso y realista, con venas marcadas, del tamaño perfecto para simular una verga grande. “Hagamos de cuenta que esta es la de Raúl”, dijo con voz ronca, pasándomela. “Imaginá que él está acá, cogiéndome mientras vos mirás… o uniéndote”. Me excitó tanto que la besé profundo, metiendo la lengua en su boca mientras le quitaba la remera, liberando sus tetas enormes. “Sí, amor… chupámelas”, gemía ella, arqueando la espalda. Me incliné y lamí sus pezones duros, mordisqueándolos mientras ella me pajeaba despacio. “Mmm, Marcelo, tu verga está tan dura… pero imaginá la de Raúl, grande como se le marcaba en la playa bajo su sunga”.
La tiré boca arriba en la cama, le bajé la tanga y le abrí las piernas. “Voy a cogerte con esto, Norma… como si fuera él, como si fuera su pija”, le dije, lubricando el dildo con saliva. Ella gimió, mordiéndose el labio: “Sí, dame la verga de mi tío… metémela profunda”. Lo deslicé en su concha mojada, empujando lento al principio, sintiendo cómo se abría para él. “Ahhh, sí… tío Raúl, cogeme”, jadeaba ella, cerrando los ojos en la fantasía. Yo aceleré, bombeando el dildo mientras le frotaba el clítoris con el pulgar. “Mirá cómo te coge tu tío, puta… te gusta, ¿no?”. Ella gemía fuerte: “Sí, amor… me encanta su verga gruesa… pero la tuya es la que me hace acabar”. Cambiamos posiciones; la puse en cuatro, me acosté debajo al revés y le metí el dildo por atrás mientras ella me chupaba la pija y yo le chupaba la concha desde abajo. “Tomá, Norma… dos vergas para vos”, le dije, y ella tembló: “Ahhh, sí… Glug…Glug…Raúl por atrás, vos en mi boca…Glug…ahhh… me vengo”. Acabó gritando bajito para no despertar a Raúl en la habitación de al lado, su cuerpo convulsionando.
Yo no aguanté más; saqué el consolador y la penetré con mi verga, embistiéndola duro. “Ahora soy yo, amor… pero imaginá que él nos mira”. Ella jadeó: “Sí, Marcelo… acabame adentro… llename como si fuéramos tres”. Exploté dentro de ella, gimiendo su nombre, y nos quedamos abrazados, sudados y satisfechos. “Fue increíble, Norma. Mañana seguimos hablando de esto”, le susurré antes de dormir.
A la mañana siguiente, me desperté temprano porque tenía que ir al trabajo. Creí que Raúl todavía dormía en la habitación de huéspedes, y Norma se levantó conmigo para preparar el desayuno. “Voy al baño un segundo, amor”, me dijo ella, besándome antes de salir del dormitorio. El baño principal estaba al final del pasillo, y el de huéspedes tenía ducha propia, pero a veces usábamos el grande. Norma entró sin hacer ruido, pensando que estaba vacío, pero oyó el agua corriendo. Curiosa, miró por la puerta entreabierta –el vapor empañaba el espejo, pero la cortina de la ducha estaba corrida lo justo para ver.
Ahí estaba Raúl, bajo el chorro de agua caliente, de espaldas al principio, pero luego se giró. Su cuerpo atlético, todavía firme a pesar de los años, con el pecho peludo y los músculos de guardavidas marcados. Norma se quedó helada cuando vio que él se estaba pajeando: su mano envolviendo una verga gruesa y larga, moviéndose despacio arriba y abajo, con la cabeza echada para atrás, gimiendo bajito sin saber que lo veían. “Mmm… sí…”, murmuraba él, imaginando quién sabe qué. Norma sintió un calor inmediato entre las piernas; su concha se mojó al instante recordando sus fantasías de chica. Sin pensarlo, se escondió un poco más detrás de la puerta, pero con vista clara, y empezó a tocarse.

Primero, se levantó la remera de dormir, acariciando sus tetas grandes con una mano, pellizcando los pezones duros mientras observaba cómo Raúl aceleraba el ritmo en su pija. “Dios, tío… qué verga tenés”, pensó ella, jadeando en silencio. Bajó la otra mano a su concha, frotando el clítoris hinchado en círculos, metiendo un dedo adentro para sentir lo empapada que estaba. Raúl gemía más fuerte ahora: “Ahhh… tomá…”, y ella imaginó que era por ella. Se dio vuelta un poco, apoyándose en la pared, y metió la mano atrás para tocarse el culo, abriéndose las nalgas y rozando el ano mientras seguía masturbándose la concha. “Sí, Raúl… mirá cómo me toco por vos”, susurraba en su mente, acelerando hasta que un orgasmo la sacudió, mordiéndose el labio para no gritar. Raúl acabó al mismo tiempo, descargando chorros de leche en la ducha, gruñendo: “Mmm… sí Normita…”. ¿La había nombrado? Norma no estaba segura, pero salió del baño temblando, excitada y culpable.
Todo el día pasó y no me dijo nada; Raúl hizo sus trámites y volvimos a cenar juntos, charlando de todo un poco, pero noté que Norma lo miraba diferente, con un rubor sutil. Esa noche, cuando Raúl se fue a dormir, nos metimos en la cama otra vez. Norma me besó con urgencia: “Marcelo, tengo que contarte algo… hoy pasó algo loco”. Le pedí detalles, y ella me relató todo mientras me pajeaba despacio. “Entré al baño y lo vi bañándose… se estaba pajeando, amor. Su verga es enorme, tal como imaginaba de chica. Me quedé mirando y… me toqué también. Acaricié mis tetas, mi concha, hasta el culo… acabé viéndolo”.
Me excitó brutalmente; saqué el dildo de nuevo. “Contame más mientras te cojo con esto”, le dije, metiéndoselo en la concha mientras la besaba. Ella gemía: “Sí, amor… imaginá que esta es su verga otra vez… la segunda pija”. La puse en cuatro con el consolador adentro y la penetré con mi verga por el culo despacio, centímetro a centímetro, ella mordía la almohada para no gritar pero sus gemidos se oían, el dildo en la concha y yo en su culo la cogíamos al unísono, esa doble penetración la estaba volviendo loca. “Ahhh, Marcelo… Raúl en mi concha, vos en mi culo… sí, dame duro”. Bombeé fuerte, mientras ella seguía: “Lo vi acabar… gruñendo mi nombre, creo. Me mojé tanto… toqué mis tetas como él las tocaría”. Hablaba cada vez más fuerte. Cambiamos: ella encima, de espaldas, rebotando en mi verga mientras se metía el dildo sola. “Sí, amor… ahhh…dos vergas… la de Raúl y la tuya…ahhh”. Acabamos juntos y el aire quedó cargado, como si algo más pudiera pasar. “¿Mañana que te parece que hagamos? Raúl se queda otro día…”, me preguntó ella, jadeando aún.
Era la última noche que Raúl se quedaba en casa, y Norma había puesto todo su esfuerzo en hacerla especial. Preparó un pollo al horno jugoso, con papas doradas y crocantes, una ensalada fresca con tomates cherry y aceitunas, y abrió una botella de malbec reserva que guardábamos para ocasiones importantes. Todo el día había estado cargado de una tensión palpable; después de que Norma me contara lo de la ducha, no podíamos dejar de mirarnos con complicidad, rozándonos “accidentalmente” en la cocina o el living, recordando la noche anterior con el dildo simulando la verga de Raúl. Ella se había puesto una blusa escotada, de seda negra que se pegaba a sus tetas enormes y dejaba ver el borde del corpiño de encaje, y una pollera ajustada que marcaba su culo redondo. Yo notaba cómo Raúl la devoraba con la mirada durante el almuerzo, comentando banalidades sobre sus trámites en la ciudad, pero sus ojos se demoraban en su escote, y Norma respondía con sonrisas coquetas, cruzando las piernas para que la pollera subiera un poco. Llegó la noche y la última cena juntos. Nos sentamos a la mesa alrededor de las ocho, con la luz tenue del comedor creando un ambiente íntimo, casi conspirador. El aroma del pollo llenaba el aire, mezclado con el del vino que serví en copas grandes. Raúl elogió la comida desde el primer bocado: “Normita, esto está para chuparse los dedos. El pollo jugoso, las papas perfectas… siempre fuiste una maestra en la cocina, como tu tía. Me hacés sentir como en casa”. Norma sonrió, inclinándose un poco sobre la mesa para servirle más, lo que hizo que sus tetas se apretaran y el escote se abriera más, mostrando la curva superior de sus pechos. “Gracias, tío. Me encanta cocinar para vos. Mañana te vas temprano, ¿verdad? Vamos a extrañar estas charlas… y tu presencia”. Yo asentí, cortando un pedazo de pollo: “Sí, Raúl, fue un placer tenerte. La casa se va a sentir vacía sin vos. Volvé cuando quieras, la puerta está abierta”.
La charla empezó ligera, recordando más anécdotas de aquellos veranos en la costa. Raúl contó cómo una vez, cuando Norma era adolescente, la había enseñado a surfear en olas pequeñas, y cómo ella se caía riendo, con el bikini mojado pegado a su cuerpo en desarrollo. “Eras tan intrépida, Normita… con ese cuerpo que ya prometía, curvas por todos lados. Los pibes de la playa no te quitaban los ojos de encima”. Norma se rió, bebiendo un sorbo de vino, sus labios húmedos brillando: “Ay, tío, exagerás. Pero vos eras el rey… alto, bronceado, con esos músculos de guardavidas. Recuerdo cómo las chicas te miraban, cuchicheando. ‘Mirá a Raúl, qué hombre’, decían. Yo también te admiraba… mucho”. Noté cómo el tono se volvía más cargado, y Raúl bebía más rápido, su rostro enrojeciendo no solo por el alcohol.
En un momento, dejó el tenedor con un ruido seco y nos miró serio, como si hubiera tomado una decisión. “Chicos, antes de que termine la noche, tengo una confesión que hacerles. No sé si es el vino hablando, o si es que no puedo irme cargando esto… pero necesito decirlo”. Norma y yo nos miramos, el corazón latiéndome fuerte; intuía por dónde iba. “¿Qué pasa, tío? Podés contarnos cualquier cosa, somos familia”, dijo ella, poniendo una mano sobre la suya en la mesa, un toque que duró un segundo de más. Raúl respiró hondo, sus ojos fijos en los de Norma: “La noche anterior, después de la cena, me levanté para ir al baño. Al pasar por la puerta de su habitación, escuché… gemidos, voces. No pude evitarlo; me quedé ahí, en la oscuridad del pasillo, pegado a la pared. Oí todo, Normita. Cómo hablaban de mí, de fantasías de cuando eras chica… cómo usaban algo para simular mi verga, gimiendo mi nombre. ‘Raúl, cogeme’, decías. Me calenté como nunca en mi vida, como un pendejo. Ahí mismo, en el pasillo, me bajé el pantalón y me empecé a pajear, imaginándote a vos, con esas tetas grandes y ese culo perfecto que siempre me volvieron loco”.
Norma jadeó bajito, sus pezones marcándose bajo la blusa, y yo sentí mi verga endurecerse instantáneamente bajo la mesa, una mezcla de shock y excitación brutal. “Tío… ¿escuchaste todo? Dios, no tenía idea, que vergüenza…”, murmuró ella, pero su voz era ronca, no de vergüenza, sino de deseo. Raúl continuó, sin apartar la mirada: “Sí, todo. Cómo Marcelo te metía algo pensando en mí, cómo gemías ‘Raúl por atrás, vos en mi boca’ decías. Acabé ahí, descargando en mis bóxers, mordiéndome la mano para no gritar. Siempre me calentaste, Normita. Desde que eras adolescente en la playa, con ese bikini que apenas te tapaba las tetas y el culo, esa vez del topless… fantaseé con cogerte mil veces. Imaginaba levantarte en brazos, chuparte esos pezones rosados, metértela profunda en la arena, o en mi cabaña de guardavidas. Hasta con tu tía viva, me pajeaba pensando en vos, en cómo gritarías mi nombre mientras te lleno de leche”.
El morbo era asfixiante; el aire en el comedor se sentía espeso, cargado de sexo prohibido. Norma se mordió el labio, cruzando las piernas bajo la mesa, y yo noté cómo su mano temblaba al tomar la copa. “Tío… eso es… tan caliente. No nos ofendés, al contrario. Yo… yo también fantaseaba con vos, como le conté a Marcelo. Verte en la playa, salvando gente, con esa verga grande marcándose en el traje de baño… me tocaba en la noche, imaginando que me cogías”. Raúl gruñó bajito, y para probar su punto, se paró de la mesa con las piernas abiertas. Ahí estaba: un bulto enorme en su pantalón, la erección impresionantemente dura y gruesa, delineándose bajo la tela como una serpiente lista para atacar. Se lo agarró con la mano, apretándolo fuerte, moviéndolo un poco arriba y abajo. “Miren… esto es por vos, Normita. Solo de confesarlo, mirá cómo me pone. Dura como piedra, palpitando por metértela, por sentir tu concha apretada alrededor. Disculpen si los ofendo, pero tenía que decirlo. Si quieren que me vaya ahora, lo entiendo… aunque preferiría quedarme y… ver qué pasa”.
Yo me quedé sin aliento, mi propia verga dura como nunca, rozando contra el pantalón. En vez de enojarme, la excitación me dominaba; imaginaba a Norma con él, y me ponía más caliente. “Raúl… no nos ofendés. Al contrario, mirá a Norma… está excitada”. Ella asintió, sus ojos fijos en el bulto, lamiéndose los labios: “Sí, tío… me mojaste toda con esa confesión. Tu verga… se ve tan grande. ¿Puedo tocársela?”. Dijo Norma mirándome con ojos suplicantes, su pecho subiendo y bajando rápido por la excitación que la invadía de pies a cabeza. “Marcelo, amor… dame permiso para continuar con esto. Estoy tan excitada que me tiemblan las piernas y siento la concha empapada, goteando por vos y por él. Es la ocasión perfecta para cumplir esa fantasía que tuve desde chica, con mi tío Raúl. Siempre lo quise, lo deseé en secreto, me pajeaba pensando en su verga dura salvándome en la playa, metiéndomela en la arena. Ahora mirá cómo nos tiene a todos, con esa pija gruesa palpitando por mi concha de sobrina puta. Por favor, decime que sí, que podemos explorar esto juntos, que me dejás ser la puta familiar que siempre quise”. Yo dudé un segundo, el corazón latiéndome como loco; era una locura absoluta, pero verla así, con los pezones marcados bajo la blusa y esa mirada de deseo prohibido, me ponía más duro que nunca. Los celos se mezclaban con un morbo brutal, imaginándola gimiendo por él mientras yo participaba. “Está bien, Norma… acepto. Pero solo si estamos todos de acuerdo, y yo soy parte de esto desde el principio hasta el final. Mirá cómo me ponés, amor… mi verga ya está dura pensando en verte con él, en cómo vas a gritar como una puta”. Ella sonrió con alivio y pasión, besándome profundo, metiendo la lengua en mi boca: “Gracias, amor. Te amo tanto… esto nos va a unir más, vas a ver. Voy a ser tu puta caliente esta noche, solo para vos y para mi tío, gimiendo como la sobrina caliente que soy”.

Se levantó de la mesa, sus caderas balanceándose seductoramente mientras se acariciaba y se acercaba a Raúl, que seguía parado con esa erección impresionante marcándose bajo el pantalón, como si estuviera a punto de romper la tela.

“Tío… no me ofendés, al contrario. Dejame ver esa verga que me calentó tanto de chica, que me hizo pajearme tantas noches pensando en vos, imaginándote salvándome y luego cogiéndome en tu cabaña de guardavidas”, le dijo con voz ronca, arrodillándose frente a él como en una ofrenda prohibida. Raúl jadeó, sus ojos devorándola: “Normita… sos una diosa, una tentación andante. Hacelo, tocame… mostrame cuánto me deseás, cómo tu concha se moja por tu tío”. Ella le desabrochó el cinturón con manos temblorosas por la emoción, bajándole el pantalón y el boxer de un tirón suave pero decidido. Su verga saltó libre al aire: gruesa como mi muñeca, venosa y palpitante, con la cabeza roja e hinchada, más grande y imponente de lo que Norma me había descrito después de verlo en la ducha. “Dios, tío… qué pija enorme y perfecta. Siempre la imaginé así, dura y lista para mi concha, para romperme como en mis pajas adolescentes”, murmuró ella, tomándola con ambas manos, sintiendo su calor y cómo latía en sus palmas.


Empezó a pajearla despacio, arriba y abajo, con movimientos expertos que hacían que la piel se deslizara sobre el tronco rígido. “Mmm, está tan dura… por mí, ¿eh? Sentí tío… cómo te pajeo, como siempre quise, como la puta sobrina que soy por vos”. Raúl gruñó de placer, agarrándole el pelo suavemente: “Sí, Normita… por vos, solo por vos. Pajéame más fuerte, sentila crecer en tus manos… mostrame cómo me deseás desde chica”.


Ella puso la pija entre sus tetas y él se las empezó a coger lentamente mientras gemía. Yo no aguanté más estar sentado; me paré, me saqué la camisa y el pantalón rápido, quedando completamente desnudo con mi verga dura apuntando al aire, palpitando por la escena. Me acerqué por detrás de Norma, abrazándola fuerte, sintiendo su culo redondo y perfecto presionando contra mi entrepierna. “Amor, seguí con él… pero dejame desvestirte mientras, quiero sentirte toda, tocar esa concha mojada por tu tío”, le susurré al oído, besándole el cuello y mordisqueándole la oreja. Le saqué la blusa por arriba con urgencia, liberando sus tetas enormes del sostén de encaje; cayeron pesadas y firmes, los pezones rosados y duros como piedras, apuntando al frente por el deseo. Raúl los miró con hambre pura: “Qué tetas impresionantes, Normita… siempre quise tocarlas, chuparlas, hacerte gemir como en mis fantasías”. Norma gimió bajito cuando yo las apreté desde atrás, masajeándolas con las manos llenas, pellizcando los pezones entre mis dedos: “Sí, Marcelo… tocame las tetas… y tío, mirá cómo me excitas, cómo me pongo por vos, cómo soy tu sobrina puta con estas tetas listas para tu boca”.
No pudimos quedarnos en la mesa del comedor; el calor era demasiado, el morbo nos empujaba. Nos movimos al living, donde había un sofá grande y mullido, con la luz tenue de una lámpara creando sombras jugosas en sus cuerpos. Norma se sentó en el borde del sofá, abriendo un poco las piernas, y Raúl se paró frente a ella para que siguiera con su boca. “Vení, tío… cogeme la boca con esa verga gruesa, metémela profunda como en mis sueños de playa”, le dijo ella, lamiéndose los labios. Él empujó adentro despacio al principio, cogiéndole la cara con ritmo suave, sus bolas golpeando el mentón con cada movimiento. “Ahhh, Normita… qué boca caliente y húmeda… chupala profunda, sentime todo, mostrame cómo tragás la verga de tu tío”. Yo, mientras, le bajé la pollera y la tanga de un tirón, dejando su culo redondo y su concha depilada completamente al aire. Estaba empapada, los jugos brillando en sus labios hinchados, corriéndole por los muslos internos. Metí dos dedos en su concha curva, frotando el punto G con precisión: “Mirá lo mojada que estás, amor… por tu tío, por esa pija que te vuelve loca, que te hace ser la puta familiar que sos”. Ella gemió alrededor de la verga alrededor de Raúl: “Mmmph… sí, Marcelo…dedeame más fuerte… mmmph…soy una puta por los dos, por mi tío y mi marido”.
Norma se inclinó más, lamiendo la cabeza de la verga de Raúl con la lengua plana, probando el precum que goteaba. “Mmm, qué rica…tío… tu sabor es igual a mis fantasías prohibidas”, dijo, antes de metérsela en la boca lentamente, succionando con devoción, la lengua girando alrededor de la cabeza gruesa mientras bajaba hasta que le tocó la garganta. Raúl le acarició el pelo: “Sí, Normita… chupala así… me hacés temblar, mostrame cómo deseás la verga de tu tío desde chica”. Yo me arrodillé detrás de ella que estaba en cuatro en el sofá, abriéndole las piernas más, y empecé a chuparle la concha: lamí su clítoris hinchado en círculos, metiendo la lengua adentro para saborear su dulzor, chupando los labios como si fueran fruta madura. “Ahhh, Marcelo…Glug…sí, chupame la concha…mmmff…mientras se la chupo a él…Glug..me vengo pronto, amor…mmm…soy tu puta…ahhh…”. Aceleré el ritmo, frotando su clítoris con los dedos mientras lamía profundo, y ella explotó en su primer orgasmo: “¡Ahhh, sí… me vengo! Tío…Glug..agggg…tu verga en mi boca me hace acabar tan fuerte…”. Tembló entera, sus jugos inundándome la boca, mientras Raúl gemía: “Dios, Normita… qué caliente estás… seguí chupando, mostrame más”.
Cambiamos posiciones para intensificar, le puse el culo en alto hacia mí, redondo y perfecto invitándome. “Ahora te cojo yo, amor… mientras seguís con él, mostrame qué puta sos, gimiendo por dos vergas”, le dije, penetrando su concha de un empujón profundo.


Entré fácil, la sentí apretada pero empapada y me envolvió como un guante caliente. “Sí, Marcelo…aggg…rompeme la concha con tu verga…Glug… dura como siempre, amor, cogeme…mmmfff… como la puta que soy”. Bombeé fuerte desde atrás, agarrándole las caderas con fuerza, sintiendo cómo se contraía alrededor de mi pija con cada embestida. Raúl se sentó adelante en el sofá, y Norma le chupó la verga de nuevo, alternando con pajas rápidas. “Mmm, tío… qué rica… mirá cómo me coge mi marido, cómo me llena”. Raúl le masajeaba las tetas colgantes, pesadas y rebotando con cada golpe mío: “Sí, Normita… tus tetas son perfectas… pellizcate los pezones vos misma, mostrame cómo te excitas por tu tío”. Ella obedeció, gimiendo: “Ahhh… sí, los tiro fuerte… me calienta más, tío… soy tu puta secreta, la sobrina que se pajeaba por vos”. Aceleré las embestidas, golpeando profundo contra su útero, y ella acabó de nuevo: “¡Ahhh, me vengo otra vez! Marcelo, no pares… tu verga me mata, me hace gritar como puta”. No aguanté más; sentí el orgasmo subir: “Norma, voy a acabar… adentro de tu concha, llenate de mi leche”. Exploté con un gruñido, descargando chorros calientes y espesos dentro de ella, llenándola hasta que desbordó: “¡Tomá mi leche, amor… sí, sos mi puta llena!”.
Raúl no aguantó más el oral; quiso su turno. “Normita, dejame cogerte… siempre lo soñé, metértela profunda en esa concha”. Ella me miró, yo asentí jadeando: “Sí, tío… metémela ahora. Marcelo, amor, cambiemos… quiero sentir la verga de mi tío, ser su puta prohibida”. Me salí, mi verga aún goteando, y Raúl se puso atrás de ella en cuatro, frotando su verga gruesa contra su concha mojada antes de entrar despacio, centímetro a centímetro.



“Ahhh, qué apretada y caliente… tomá mi verga, Normita… sentila toda, como en tus pajas de chica”. La penetró profunda, sus bolas golpeando su clítoris hinchado con cada embestida rítmica. Norma gritó de placer: “¡Sí, Raúl… cogeme duro con esa pija gruesa… es mejor que en mis fantasías, rompeme como la puta que soy por vos!”. Yo me paré adelante, y ella me chupó a mí ahora, lamiendo mis bolas y el tronco, limpiando los restos de su concha y mi leche. “Mmm, Marcelo… qué rica tu leche… mirá cómo me rompe él, me está partiendo… soy una puta por probar la de ambos”. Raúl aceleró, embistiendo como poseído: “Sí, Normita… tu concha es perfecta… apretame más con ella, mostrame cuánto deseás a tu tío”. Yo le cogía la boca despacio: “Chupala, amor… mostranos qué puta caliente sos, con la verga de tu tío adentro”. Ella acabó por tercera vez, su cuerpo temblando: “¡Ahhh, me vengo con tu verga, tío… sí, dame más!”.
Para la doble penetración, la sentamos en el sofá. Raúl se sentó, Norma se montó encima de él a horcajadas, bajando despacio sobre su verga gruesa. “Mmm, qué llena me siento… quiero cabalgarte tío… tu pija me estira tanto…”. Rebotaba con ritmo, sus tetas enormes saltando hipnóticas, mientras yo me paraba atrás del sofá, me unté lubricante en la verga y me puse atrás de ella, entre sus nalgas. “Amor, voy a metértela por el culo… querías doble penetración con tu tío, ahora la ves a tener, como en nuestras fantasías prohibidas”. Ella jadeó excitada: “Sí, Marcelo…culeame mientras él me coge la concha… quiero ser su puta llena, con dos vergas partiéndome”. Entré despacio en su ano apretado y caliente, sintiendo la verga de Raúl a través de la pared interna delgada, frotándonos mutuamente.


“Ahhh, así…sí…ahhh… dos vergas al mismo tiempo… me parten al medio, me vuelven loca, soy la puta de mi marido y de mi tío”. Bombeamos alternados: Raúl empujando arriba en su concha, yo atrás en su culo, frotándonos y frotando su clítoris con la mano libre. Yo desde atrás le sostenía y le ofrecía sus tetas al tío. “Sí, Normita… qué culo apretado… sentinos a los dos, mostrame cómo acabás por tu tío”. Ella gritaba: “¡Más fuerte… me vengo de nuevo! Ahhh, sí… los siento a los dos dentro, soy su puta doble!” Acabó fuerte por cuarta vez, su cuerpo convulsionando, apretándonos como un vicio.
Cambiamos a misionero en el piso para que Raúl acabara; Norma boca arriba en la alfombra, piernas abiertas amplias como una puta invitando, Raúl entre ellas, penetrándola profundo mientras le chupaba las tetas con devoción. “Mmm, qué pezones dulces y duros… mordisquealos, Normita… mostrame cómo te excitas por tu tío, cómo sos mi sobrina puta”. Ella se pellizcaba sola, gimiendo: “Sí, tío… chupame… Marcelo, mirá cómo me coge, cómo soy su puta con la verga de familia adentro”. Raúl aceleró, embistiendo como un animal: “Voy a acabar, Normita… ¿dónde querés mi leche, sobrina?”. Ella jadeó: “En mis tetas… bañame con mucha, tío… quiero sentirla caliente y espesa corriéndome por los pezones, como en mis pajas”. Él se salió a tiempo, pajeándose rápido sobre su pecho: “¡Tomá… ahhh, sí!” Descargó una cantidad impresionante de leche espesa y caliente, chorros abundantes que cubrieron sus tetas enormes, corriéndole por los pezones y el valle entre ellas, como una fuente prohibida. “Mmm, qué rica y tanta leche, tío… mirá cómo me bañás, cómo soy tu sobrina puta cubierta de leche”, dijo ella, esparciéndola con las manos, acabando con él: “¡Ahhh, me vengo con tu leche en mis tetas… sí, soy una puta por vos!”.
Yo la giré rápido, poniéndola en cowgirl inversa sobre mí en el sofá. Se sentó en mi verga, rebotando con el culo hacia mí, sus nalgas redondas aplaudiendo contra mis muslos: “Ahora vos, Marcelo… cogeme por la concha…ahhh… siento su leche chorrear por mis tetas, me hace más puta”. Raúl se paró adelante, y ella le chupó las bolas, limpiando los restos de su orgasmo. “Mmm, qué rica tu leche, tío… soy una puta por probar la de mi tío”. Bombeé desde abajo, agarrándole el culo con fuerza: “Sí, amor… rebotá más en mi pija… mostranos qué puta sos, con las tetas cubiertas de leche”. Aceleré, y ella acabó otra vez: “¡Ahhh, Marcelo… me vengo en tu verga… sí, dame, soy tu puta!”.
Para el final, Raúl la quiso por atrás; la puse en cuatro de nuevo, pero esta vez él se posicionó en su culo. “Normita, dejame acabarte por el culo… siempre lo imaginé, llenarte como mi sobrina puta”. Ella asintió: “Sí, tío… metémela ahí… llename el culo con tu leche, haceme gritar como la puta prohibida que soy”. Él entró despacio, lubricado por sus jugos, embistiendo profundo: “Ahhh, qué apretado… tomá, Normita… sentime en tu culo”. Yo me arrodillé adelante, poniendo mi pija a la altura de la boca: “Chupame, amor… sos tan puta con dos vergas para vos…”. Raúl aceleró: “Voy a acabar…en tu culo, Normita”. Explotó adentro, gruñendo: “¡Tomá mi leche… sí, te lleno!”. Ella tembló: “¡Ahhh, me vengo con tu leche en el culo, tío!”. Yo no aguanté: me salí de su boca, pajeándome sobre sus tetas: “Ahora yo… en tus tetas, amor, mezclando mi leche con la de tu tío”. Descargué chorros espesos sobre su pecho, corriéndole por las tetas ya cubiertas: “¡Sí… bañate con mi leche, puta!”.

Nos quedamos exhaustos, abrazados en el piso, sudados y jadeantes. “Fue increíble, chicos… mi fantasía cumplida, y más… soy la puta más feliz”, dijo Norma, besándonos a ambos. Yo besé su frente: “Y la nuestra, amor… te amamos, puta nuestra”. Raúl sonrió: “Vuelvo pronto… esto recién empieza, sobrina”.

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3 comentarios - Nosotros y su tío