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171/1📑La Escort del Infierno ~ Parte 1🎃

171/1📑La Escort del Infierno ~ Parte 1🎃

El cuarto estaba perfumado con incienso dulce y vino caro.

Héctor, empresario soltero de cuarenta y tantos, creyente solo de su ego, encendía un habano mientras esperaba a la mujer que había contratado en la deep web, en una página exclusiva, secreta, sin teléfonos. Solo un nombre:

Lilith.

Media hora después, la puerta del penthouse se abrió.

Y el infierno entró con tacos altos y labios rojos. Ella no parecía real. Piel pálida, perfecta. Ojos como brasas encendidas. Cabello negro cayéndole como una cascada hasta la cintura. Y un vestido tan ajustado que parecía pintado.

—¿Vos sos Lilith? —preguntó Héctor, ya duro solo de verla.

—Soy lo que deseás, Héctor —dijo ella con una voz grave, cargada de promesas sucias—. Y esta noche… voy a darte más placer del que tu cuerpo puede soportar.

Minutos después, estaba desnudo en la cama, con la demonio encima, cabalgándo su pija y con movimientos lentos, hipnóticos.
Ella gemía como si invocara cosas.
Se arqueaba, lo apretaba con la concha, y sonreía con colmillos apenas asomando.

Héctor jadeaba.
—¡Sos una diosa! ¡Nunca nadie me cogió así!

—Porque soy lo que toda mujer teme y todo hombre busca —susurró ella—. Soy deseo, soy pecado. Y vos… ya sos mío.

Ella lo montó hasta dejarlo delirando.
Luego se puso de rodillas entre sus piernas, lamiendo su pija desde la base hasta la punta, mirándolo con ojos encendidos.
Sus labios calientes lo tragaban entero, lo llevaban al límite.

—Me voy a correr —jadeó él—. ¡Dale, trágatelo todo!

Y justo cuando creyó que terminaría en el cielo…

Abrió los ojos.

Ella ya no era humana.

Los ojos eran dos pozos de fuego.
La piel se volvía rojiza.
Unos cuernos pequeños emergían de su frente.
Y su lengua, negra y bífida, lo acariciaba con lentitud.

Héctor quiso alejarse.
Pero no pudo.
Estaba paralizado de placer y horror.

—¿Querías terminar en mi boca, amor? —dijo Lilith con una sonrisa cruel—. Quédate tranquilo… voy a devorarte entero.

Y lo hizo.
Con un beso profundo, oscuro, eterno.
No sangre, no gritos. Solo placer… y vacío.

Cuando la noche terminó, Lilith se vistió como si nada.
Dejó el cuerpo exhausto, seco, con una sonrisa tonta en los labios.

Un alma menos.
Un orgasmo más.

Y su celular vibró.
Una nueva cita.
Otro hombre que no creía en demonios.
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Martín tenía 29 años, el cuerpo trabajado, sonrisa de galán barato y la arrogancia de quien cree que lo ha cogido todo.
Ingeniero de sistemas, streamer nocturno y amante del hedonismo.
No creía en Dios. Mucho menos en demonios.

Cuando un amigo le pasó el contacto de una escort “fuera de este mundo”, pensó que era una exageración más.

Pero la curiosidad, y la calentura, lo vencieron.

—Lilith… suena a personaje de videojuego —rió mientras abría la puerta del hotel.

Y entonces la vio.

Un cuerpo de pecado. Un rostro para arrodillarse. Un aura que derretía el aire.

—¿Vos sos la demonio que devora hombres? —bromeó, entre risas.

—Solo si lo piden de rodillas —dijo ella, sonriendo con malicia.

Martín no tardó en desnudarse.
Estaba ansioso. Con la pija dura.
Ella lo miraba como una leona mira a un ciervo demasiado confiado.

Lilith se despojó lentamente del vestido, dejando ver su piel tersa, sus pechos erguidos, la cintura estrecha y las caderas firmes.
Él se mordía el labio.

—Sos perfecta —murmuró—. ¿Qué sos? ¿Cirugía o magia?

—¿Querés comprobarlo?

Ella se arrodilló entre sus piernas y comenzó a lamerle el pene con suavidad. Su lengua larga y cálida lo envolvía por completo, jugando con su glande, bajando hasta la base, provocándolo.
Martín temblaba.

—¡Sos una locura! —jadeaba—. Te voy a acabar toda…

Ella se detuvo.

—¿Tan pronto? ¿Ya querés rendirte?

Subió encima de él y guió su pija dentro de su concha caliente y lo cabalgó con ritmo lento, firme.
Sus uñas le marcaban el pecho.
El calor entre sus piernas era sobrenatural.
Y él, delirante, jadeaba como nunca.

—¡Qué estás haciendo… no puedo más… me la estás…!

—Shhh —susurró ella, lamiéndole el cuello—. Relajate, mi amor. Dejá que te consuma bien lento…

Cuando estaba por acabarse, Martín abrió los ojos.

Y la vio.

Ella ya no era del todo humana.
Sus ojos brillaban como brasas.
Su espalda tenía cicatrices antiguas.
La sombra de unos cuernos proyectados en la pared.
Y una sonrisa que lo atravesó de miedo.

—¿Qué… sos…?

—¿No creías en nada, Martín?
Qué lástima.
Porque ahora vas a creer en mí.

Él trató de moverse, pero ya no podía.
Su cuerpo estaba atrapado.
El placer lo mantenía sometido, tembloroso, vencido.

Lilith bajó lentamente por su cuerpo, lamiéndolo, saboreándolo como a un postre eterno.
Y en el momento justo…
lo devoró.

No carne. No sangre.
Le robó el alma por la boca, el deseo por la lengua.
Lo dejó jadeando, vacío, con una sonrisa idiota congelada.


Horas después, Lilith caminaba por la calle con un vestido nuevo, su silueta perfecta bajo la luz de la luna.

Su celular vibró.
Otro mensaje.
Otro cliente.

—Qué fácil es la carne cuando se siente intocable —susurró—. Pero todos tiemblan al final.

Y volvió a desaparecer en la noche. 
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La solicitud llegó a su número privado a las 3:33 de la madrugada.

> "Somos pareja. Queremos vivir una experiencia diferente.
Te vimos en una fiesta secreta en Madrid. Solo vos. Solo una noche."


Lilith sonrió.

—Una pareja deseando caer junta… perfecto.

El penthouse era de lujo.
Marble, vino caro, velas.
La mujer, Lorena, tenía 30 años, curvas latinas, labios rojos y una mirada cargada de lujuria.
El hombre, Andrés, era ejecutivo, fornido, de traje negro, con manos grandes y ojos que la recorrían de pies a cabeza.

—Queremos algo salvaje —dijo Lorena, ya desabrochando su blusa frente a Lilith—. Algo que no olvidemos jamás.

—Cuidado con lo que desean —susurró la demonio.
Todo comenzó con caricias lentas.
Bocas compartidas.
Las manos de Lorena y Lilith recorriéndose mutuamente, los pezones duros rozándose mientras, se tocaban y se besaban, Andrés las miraba y se desnudaba con urgencia.

Lorena tenía una cámara pequeña escondida en una repisa, apenas visible, grabando desde el comienzo.
Solo “para volver a verlo después”.

Andrés se acostó en la cama y ellas lo montaron por turnos.
Primero Lorena, gimiendo, moviéndose con ritmo firme.
Luego Lilith, cabalgando con fuerza, rebotando su pija como una diosa pagana, echando la cabeza hacia atrás, los ojos entrecerrados.

—¡Estás más dura que ella! —jadeó Andrés—. ¡Sos una bestia, nena!

—No sabés cuánto —le respondió, mirándolo con fuego en los ojos.

Lorena se excitaba viendo cómo Lilith se la montaba.
La besaba, le chupaba la concha, la hacía acabar como nunca en su vida.

—¡Me vas a romper, perra! —gritó Lorena—. ¡Sí, cogeme así!
Cuando ambos estaban por acabarse…
Ella mostró su verdadero rostro.
Las pupilas negras, la lengua más larga.
La piel roja, caliente como lava.
El aura oscura que los envolvió. Lo
Los cuerpos de Andrés y Lorena temblaron.
Ya no podían moverse.
Solo gemían.
Y en la cámara oculta… todo quedó grabado.

Lilith se arrodilló entre ambos, lamiendo sus cuerpos, devorando sus gemidos, y cuando alcanzaron el clímax…

Les succionó el alma a los dos al mismo tiempo.

Sus cuerpos quedaron perfectos, bellos, congelados en una última expresión de éxtasis…
Pero sin vida dentro.

Días después.

El detective Luis Benítez, veterano de la policía, investigaba la desaparición de la pareja.

En el allanamiento del penthouse, entre documentos y objetos caros, encontró la cámara.

Reprodujo el video.

Y lo que vio…
lo dejó helado.

Sexo explícito.
Lujuria salvaje.
Y después… algo imposible.

Una mujer que cambiaba.
Un rostro demoníaco.
Un aura que devoraba la luz.

Benítez pausó.
Retrocedió.
Observó el rostro humano de la mujer.

—Voy a encontrarte, quien seas.

Y lo que no sabía era que ella ya lo había olido.

Lilith, desde otro país, ya había sentido que alguien había visto más de lo debido.

Y sonrió.

—¿Un policía? Qué excitante. Me encantan los que creen en la justicia.

La búsqueda lo había llevado a Lisboa.
El detective Luis Benítez ya no dormía.
Desde que vio ese video, sus noches se llenaban de gemidos, lenguas negras, piel roja y cuerpos secos con sonrisas congeladas.

Había rastreado la IP de una cuenta de citas.
Una nueva “escort” de lujo.
Sin fotos reales. Solo un nombre:
Lilith.

El hotel estaba en el centro, lujoso, reservado para hombres ricos con deseos caros.
Benítez, con la placa oculta y la pistola en la cintura, subió al piso 16.

Puerta entreabierta.
Gemidos saliendo desde dentro.

Empujó sin hacer ruido.

La escena lo dejó paralizado.

Un hombre desnudo, atado al respaldo de la cama, con la boca abierta de puro placer.
Y ella.
Lilith.
Montándolo con una fuerza animal.
Cabalgándolo como si fuera un demonio hambriento de sexo.
El pelo volando, las tetas firmes, los ojos encendidos como brasas.
El cliente gemía:
—¡Sos una diosa, seguí, no pares!

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Ella se detuvo de pronto.

Sintió al intruso.

Giró la cabeza lentamente y lo vio.

Benítez, parado en la puerta, con el arma en la mano y la mandíbula tensa.
La miraba directo a los ojos.

Lilith no se asustó.
Sonrió.
Una sonrisa lenta, deliciosa, peligrosamente sexy.

—Detective Benítez… al fin nos vemos cara a cara.

El apuntó.
—Soltá al tipo. Ahora.

Ella se rió.
—Qué adorable… pensás que estás a cargo.

Abrió las alas negras y se elevó como una sombra encendida, el cuerpo aún brillando de sudor y sexo.

—Esto recién empieza, detective.
Nos vamos a encontrar muy pronto… y te vas a arrodillar también.

Y en un destello de fuego rojo…
desapareció por la ventana.

El silencio cayó.

El tipo en la cama parpadeaba, aún atado, jadeando, sin entender nada.

—¿Quién… era esa mina?

Benítez bajó el arma, se acercó y desató las cuerdas.

—Una muerte con tetas perfectas.
Y vos te salvaste por segundos.

El cliente tragó saliva.

—No sé si agradecerte o llorar…

—Hacé las dos cosas.
Y dejá de usar escorts.

Benítez se asomó por la ventana.

La ciudad seguía tranquila.
Pero él sabía que en alguna parte, ella lo estaba esperando.

Y ahora no era solo un caso.

Era personal.
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