Hola, soy algo nuevo y está es la primer vez que escribo algo que me ocurrió aquí en poringa, soy un cornudo sumiso en secreto.
Hace tiempo que estas fantasías han vivido en mi cabeza, creciendo con cada pensamiento, cada mirada y cada momento de humillación que imagino. Lo que van a leer aquí no es solo una anécdota, es un pedazo de mí, de mis deseos más oscuros y de cómo me excita ceder el control, imaginarme pequeño frente a alguien más fuerte, más dominante.
Esta es mi primera confesión:
Hace años en la uni me tocó hacer equipo con un cabrón cualquiera. Le estaba enseñando en mi cel unas fotos de unos apuntes y de repente se coló una foto de mi novia desnuda. Él la vio, se me quedó viendo con esa cara de “no mames, la vi” y yo, cagado de pena, fingí que no pasó nada… pero por dentro lo que quería era que me dijera: “a ver más, puto”.
Me calienta imaginar que me hubiera arrebatado el cel, pasando todas las fotos mientras me decía cosas como “no mames, wey, tu morra está buenísima, me la cojo sin pensarlo, etc”. Que me humillara con comentarios sucios, riéndose de mí mientras se calentaba con cada foto.
Y lo mejor es pensar que incluso si no pasó en ese momento, pudo haberme buscado después solo para decirme: “pásame más, cabrón, ya sé que tienes varias”. Con esa presión fácil me hubiera doblado, hasta terminar aceptando mi papel de cornudo, dándole permiso de verla, de tenerla, de cogérsela mientras yo solo servía para aguantarlo.
Lo que más me vuelve loco es imaginar que ese bull hubiera sido alguien de mi propia universidad. Después de haberlo dejado ver y disfrutar de mi novia, me lo encontraría en los pasillos, en las clases que compartíamos, y cada cruce de miradas sería un recordatorio de lo que él sabía… y de lo que yo le había permitido. En mi fantasía, esas miradas no eran inocentes: me miraba distinto, con esa mezcla de burla y deseo. Incluso podía sentir que me estaba recordando, insinuando con la mirada que sabía que yo era su cornudo, y yo me derretía de vergüenza y excitación al mismo tiempo. Cada día, en cada esquina, cada cruce de miradas, me recordaría mi rol, y eso lo hacía infinitamente más morboso.
Hace tiempo que estas fantasías han vivido en mi cabeza, creciendo con cada pensamiento, cada mirada y cada momento de humillación que imagino. Lo que van a leer aquí no es solo una anécdota, es un pedazo de mí, de mis deseos más oscuros y de cómo me excita ceder el control, imaginarme pequeño frente a alguien más fuerte, más dominante.
Esta es mi primera confesión:
Hace años en la uni me tocó hacer equipo con un cabrón cualquiera. Le estaba enseñando en mi cel unas fotos de unos apuntes y de repente se coló una foto de mi novia desnuda. Él la vio, se me quedó viendo con esa cara de “no mames, la vi” y yo, cagado de pena, fingí que no pasó nada… pero por dentro lo que quería era que me dijera: “a ver más, puto”.
Me calienta imaginar que me hubiera arrebatado el cel, pasando todas las fotos mientras me decía cosas como “no mames, wey, tu morra está buenísima, me la cojo sin pensarlo, etc”. Que me humillara con comentarios sucios, riéndose de mí mientras se calentaba con cada foto.
Y lo mejor es pensar que incluso si no pasó en ese momento, pudo haberme buscado después solo para decirme: “pásame más, cabrón, ya sé que tienes varias”. Con esa presión fácil me hubiera doblado, hasta terminar aceptando mi papel de cornudo, dándole permiso de verla, de tenerla, de cogérsela mientras yo solo servía para aguantarlo.
Lo que más me vuelve loco es imaginar que ese bull hubiera sido alguien de mi propia universidad. Después de haberlo dejado ver y disfrutar de mi novia, me lo encontraría en los pasillos, en las clases que compartíamos, y cada cruce de miradas sería un recordatorio de lo que él sabía… y de lo que yo le había permitido. En mi fantasía, esas miradas no eran inocentes: me miraba distinto, con esa mezcla de burla y deseo. Incluso podía sentir que me estaba recordando, insinuando con la mirada que sabía que yo era su cornudo, y yo me derretía de vergüenza y excitación al mismo tiempo. Cada día, en cada esquina, cada cruce de miradas, me recordaría mi rol, y eso lo hacía infinitamente más morboso.
4 comentarios - Confesiones de un cornudo