
Toda buena historia comienza con sacrificios y amor, y mi historia no es la excepción.
Mi amor más grande es mi hijo, quien tiene 22 años y está estudiando en una universidad privada con el sueño de convertirse en abogado. Mi nombre es Carmen y tengo 39 años. Soy la responsable de un hogar que he construido sola, ya que me divorcié de su padre cuando él tenía solo 2 años. La vida no ha sido fácil, pero como madre, he enfrentado las dificultades con fortaleza y determinación, siempre buscando lo mejor para él. Con mi hijo siempre he tenido una relación muy cercana. Nos gusta salir juntos a comer, ir al parque, ver partidos de fútbol o, incluso, viajar. Él se llama Luis y lo amo con todo mi corazón.
Soy contadora en una empresa de transporte en mi ciudad. A lo largo de los años, la vida no me ha tratado mal; gracias a mi trabajo y a mi salario, he podido comprar una casa y cubrir los estudios de mi hijo. Logré pagar la mitad de la casa, pero todo cambió con la pandemia, que nos afectó a muchos y nos dejó en una situación difícil. La empresa donde trabajaba cerró sus puertas y despidieron a todos. Me encontré buscando trabajo por todas partes, pero sin éxito. Cada mes mis ahorros se agotaban hasta quedar vacía la cuenta. A pesar de todo, siempre traté de mantener una actitud positiva.
Fue entonces cuando una amiga me ayudó a conseguir trabajo en una plantación de flores. Sin embargo, los gastos seguían siendo altos: las cuotas del banco y los pagos de la universidad se duplicaban. Mantuve todo en secreto para que mi hijo no se enterara. Él seguía con su rutina diaria, ajeno a la situación. El banco me llamaba todos los días, y cada vez me asustaba más al ver que pasaban seis meses de atraso. Un día, recibí una carta en la que me informaban que tenía un juicio por embargo. Mi casa estaba hipotecada, y en ese momento sentí que mi mundo se venía abajo.
Mientras tanto, mi hijo comenzó el cuarto semestre de su carrera universitaria. Alquilamos un departamento en otra ciudad, ya que estudia en Ambato, y yo me quedé sola en Latacunga. A pesar de la distancia, no pasaba un día sin que me escribiera por WhatsApp, y siempre recibía su llamada por la noche. Esos fueron los momentos más felices para mí. La audiencia sobre la hipoteca comenzó, y me dieron dos meses para poner al día las cuotas. Si no lo lograba, tendría que buscar un departamento y dejar mi querido hogar. Mi amiga siempre ha sido mi gran apoyo, mi confidente, y la persona con quien comparto mis penas y preocupaciones de los últimos meses. Al salir del trabajo, solíamos caminar juntas hacia nuestras casas, ya que vivíamos cerca.
Un día, mientras caminábamos, me dijo: —Carmencita, te veo mal desde hace días. Si necesitas dinero, tengo un amigo que puede ayudarte. Te voy a mandar su contacto, ¿te parece? Dudé mucho en ese momento. Esa noche, después de la videollamada con mi hijo y de ponerme al día con las tareas del día, decidí escribirle al amigo de Lorena. Estaba muy nerviosa, pero acordamos encontrarnos después del trabajo. Por la tarde, al salir del trabajo, bajé al centro de la ciudad. Allí conocí a un joven llamado Alex, de 29 años.
No era feo, pero tampoco demasiado guapo; tenía su encanto. Conducía su propio carro, y nos fuimos a conversar. Me invitó una cerveza mientras hablábamos.
—Eres muy linda para tu edad. Te puedo ofrecer una ayuda con el problema que me contaste.
—Mientras no sea algo ilegal, como matar, traficar o algo así…
—le dije, riéndome para aligerar el momento.
—No, tranquila —respondió con una sonrisa
—. Pero sí, te puede ayudar bastante con tus deudas y con lo de tu hijo. ¿Sabes lo que son las chicas prepago?
Me quedé en silencio. No sabía qué decir, y una sensación extraña me invadió. Si Dios me veía en ese momento, pensaba que ya me había ganado el infierno. De repente, puso su mano sobre mi pierna. -Tienes un cuerpazo para ti mínimo unos 60$ dólares la hora. ¿Las deudas y la universidad de tu hijo no esperan anímate? Alex me invitó a su carro, y sin pensarlo mucho, acepté. La necesidad de solucionar mis problemas era más grande que cualquier otra cosa.
Condujimos hacia un motel en las afueras de la ciudad, y el camino se me hizo interminable. No sé si fue el silencio entre nosotros o el miedo a lo que podría pasar, pero mi mente estaba llena de pensamientos oscuros. Sentía que, aunque mis piernas me llevaban, mi alma ya estaba en otro lugar, atrapada en una espiral de desesperación.
Cuando llegamos al motel, Alex apagó el motor y me miró fijamente, como si esperara alguna reacción de mi parte. Yo no sabía qué hacer, mi corazón latía con fuerza, mis manos sudaban. Estaba atrapada entre la necesidad urgente de salir adelante y la sensación de estar tomando una decisión que me alejaba más de mis principios.
—¿Estás segura de esto?
Me preguntó, aunque ya sabía que lo estaba. Era mi única opción, o al menos eso creía en ese momento. No respondí. Mi mente solo podía pensar en cómo iba a saldar las deudas, cómo iba a proteger a mi hijo y cómo, al mismo tiempo, estaba perdiendo algo en el proceso: mi dignidad, mi bienestar, mi paz. La ansiedad me ahogaba.
Entramos en el motel, y la realidad me golpeó como una ola. Todo lo que había hecho, todo lo que había soñado, parecía desvanecerse en ese instante. Mientras caminábamos por el pasillo hacia la habitación, el miedo se apoderaba de mí. No sabía si tenía más miedo de lo que estaba haciendo o de lo que estaba a punto de perder. Lo único que me mantenía en pie era la idea de que, quizás, con esa ayuda, mis problemas podrían desaparecer. Pero una voz dentro de mí me gritaba que no debía seguir, que había otras maneras, que no podía permitir que mi desesperación me guiara por un camino sin retorno.
Estaba nerviosa me estaba dejando llevar por lo que me diga, me senté en la cama un rato y el chico se puso al frente mío. -Tus tetas son naturales? jj No podía decir nada tenía demasiada vergüenza a los pocos minutos estaba sin ropa, se bajo el bóxer y en mi cara se cayo su verga ya presentía lo que iba a pasar cerré los ojos y pensé en mi hijo en sus estudios.
Mi mano derecha la cogió metiéndome en la boca, no había hecho esto en muchos años, me tenia la verga por la boca la pasaba con mi lengua y le daba besos al fondo y lo sacaba. -Chupas como una puta jaja, No le tome en cuenta lo que me decía yo estaba pensando en mi hijo y nuestro futuro, me acosté en la cama y me abrió las piernas veía como se le colgaba la verga mientras sus manos me acariciaba mis piernas. -Tienes una conchota¡ Se me puso encima, empezó a sentir como la puntita de su verga rosaba con mis labios, donde quedo mi dignidad solo so estuchaba el sonido de nuestros cuerpo chocar con el mío. -Ahhh despacioo aahh despacio porfavooor oooh Solo pensaba en mi hijo y nuestro futuro, me aguantaba el salir corriendo.
Me puso de lado en la cama y me dio nalgadas. - Tienes un horrendo culo¡ Me empezó a meter verga de lado lo único que podía hacer es cerrara los ojos y rezar que esto acabe pronto, me sujeto de la cadera y me puso en cuatro con las nalgas bien paradas, me comenzó a meter sin parar me sentía mal con migo misma pero seguía firme en mi sacrificio. Se divirtió demasiado con mis nalgas en 4, me cogió de la cintura haciéndome acostar se me aventó arriba mío, con su verga entre mis senos empezó a moverlos. -Metetelo en la boca Carmen… Acerque mi boca a su verga y la comenze a chupar cuando saliera de mis tetas, cuando pase de amamantar a mi hijo a que me follen mis senos? perdía mi dignidad a cada segundo.. Sentí caliente en mi cara estaba cubierta de semen con mis pechos igual, no lo podía creer habíamos terminado todo esto. Axel se cambió de ropa rápidamente, como si todo lo que acababa de ocurrir no tuviera importancia. Me miró de reojo y, sin decir una palabra, me alcanzó panel para que me limpiara la cara. La vergüenza me consumía por dentro, y no podía levantar la mirada. Mi mente daba vueltas, tratando de encontrar una justificación, pero no había manera de calmar esa sensación de vacío que me llenaba.
Al terminar, Axel se acercó al filo de la cama y dejó un billete de 50 dólares. La cantidad no era lo que me dolía, sino lo que representaba. Era el precio de mi desesperación. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Me costaba aceptar lo que acababa de suceder. Recogí el dinero sin decir nada. No podía. Ni un "gracias", ni una palabra más. Todo parecía irreal, como si estuviera atrapada en una pesadilla que no podía despertar. Salí del hotel sin mirar atrás, el corazón pesado, el cuerpo vacío.
Cada paso que daba me alejaba un poco más de mí misma, pero no sabía cómo detenerme. Lo único que quería era huir, encontrar alguna forma de arreglar lo que había hecho, aunque sabía que algunas cosas no se podían borrar. Axel me dejó cerca del centro, sin decir nada. Yo me quedé allí, parada en la acera, sin saber qué hacer.
El aire frío me hacía pensar que todo estaba mal. Tomé mi teléfono y pedí un taxi. Cuando llegué a casa, pagué al taxista y me quedé un momento mirando la puerta. La casa ya no se sentía como un refugio, sino como un recordatorio de todo lo que había hecho. Entré lentamente, sin fuerzas, y me tiré en la cama. La vergüenza me aplastaba.
El teléfono vibró. Era un mensaje de Luis: “Mamá, ¿cómo estás?”. Lo miré largo rato. No sabía cómo explicarle lo que había pasado. Pero, con el corazón apesadumbrado, le respondí: “Todo bien, hijo. Solo estoy cansada.”.
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