
Me llamo Sandra, y a mis 53 años, no puedo evitar hacerme esa pregunta una y otra vez: ¿es normal sentir esta excitación prohibida por un jovencito? Cada noche, al regresar del trabajo, atravieso una calle muy estrecha (el tamaño exacto para que pase un auto pequeño) oscura y solitaria, muchas personas dejaron de vivir ahí por los vendedores de sustancias ilegales. Solo una casa rompe el silencio: la de Luis, mi vecino de 20 años, alto, de piel blanca y pálida. Él sale a masturbarse justo cuando paso, a las 8:30 PM, y aunque finjo no notar nada, mi corazón late con fuerza. Disimuladamente, miro hacia esa ventana apagada, envuelta en sombras, y veo su silueta moviéndose con urgencia. Me imagino que lo hace por mí, y esa idea me hace reír por dentro, ya que estoy vieja y todavía hago que se levanten algunas vergas cuando camino.
Trabajo en una tienda que vende de todo, desde medicinas hasta bebidas, y Lucas viene a menudo. Lo atiendo con naturalidad, como si no supiera que me espía cada noche, que su mano se acelera al verme pasar con mis lonjas de carne flácida: piel morena oscura, gordita, midiendo apenas 1.63 metros, con tetas grandes y caídas por la edad y por haber amamantado a mis dos hijos, un trasero enorme y gordo marcado por celulitis, y piernas gruesas que se mueven con lentitud. Vivo sola desde que mi marido murió hace cuatro años; mis hijos ya tienen sus propias familias. Pero Lucas... él aun vive con sus padres que vienen por veces muy noche y cansados de trabajar.
Una noche, el corazón me dio un vuelco. Desde lejos, vi la puerta de su casa entreabierta, y una silueta acechando, como si me esperara. Caminé más despacio, y más a la orilla de dónde el vive, la curiosidad me quemaba por dentro. Voltie a ver hacia la puerta vi su silueta entre un claro de luna: allí estaba él, masturbándose con furia, su mano subiendo y bajando sobre su miembro erecto. Giré la cara rápidamente, pero alcancé a oír su gemido ahogado, como si estuviera eyaculando en ese instante. El miedo me invadió, pensando que me podía hasta violar—estaba tan oscuro y solitario, y aceleré el paso, sintiendo un calor traicionero entre mis piernas. ¿Era miedo... o excitación?
Al día siguiente, Luis apareció en la tienda para comprar una bebida energizante y una caja de tres condones. Lo miré directamente a los ojos por primera vez, sintiendo esa chispa prohibida.
—Aquí tienes... son $5.49 —le dije, con una sonrisa juguetona, mientras escaneaba los artículos.
—Aquí tiene —murmuró él, sonrojado, desviando la mirada mientras me entregaba el dinero.
Quería romper el hielo, usar mi experiencia de años para sacarle conversación. A mi edad, sé cómo jugar con los nervios de un chico.
—Vas a tener mucha diversión esta noche, Lucas —le guiñé un ojo, sonriendo con picardía.
—No creo, doña Sandrita —bajó la mirada aún más, las mejillas rojas como tomates
—No te entiendo, ¿para qué los condones entonces? —insistí, inclinándome un poco sobre el mostrador, dejando que mis tetas grandes se asomaran sutilmente por la blusa.
—Jajaja —se rió nervioso—, los llevo para... otra cosa. —Seguía evitando mis ojos, pero noté cómo su mirada se desviaba hacia mis tetas.
—Ah, ya entiendo —reí con él, pero no lo dejé escapar—. Pero un muchacho joven y guapo como tú, sin novia... eso es extraño. ¿Por qué no tienes una?
—No soy tan bueno hablando con las chicas —admitió, aún sonrojado.
—Si quieres, yo te puedo enseñar cómo hablarle a una —le propuse, jugueteando con su timidez.
—Puede que no lo parezca, pero cuando era joven, estaba rodeada de pretendientes. A ninguno les hice caso porque eran tan inseguros... Mañana sábado y el domingo tengo descanso. Vente a mi casa y yo te enseño todo lo que necesitas saber para ser un galán con las chicas.
—¿No habrá algún problema?
—Claro que no, pero si no quieres... Ni modo. Aunque yo te aseguro que sentirás mejor, que al utilizar ese condón tú solo (se puso sonrojado y nervioso, ni tan siquiera me veía a los ojos el muy pervertido)
—Está bien, doña Sandrita. Llegaré mañana por la mañana.
Aceptó, con la mirada desviada pero una sonrisa tímida asomando.
Esa noche, al pasar por su casa, vi las luces prendidas por primera vez. No había nada sospechoso, solo una calma que me hizo preguntarme si estaba pensando en mí, o lo había asustado con mi propuesta. Llegué a casa exhausta, pero excitada por la anticipación. No cené; en cambio, me toqué un poco en la cama, imaginando lo que podría pasar, mi mano explorando mi vulva peluda mientras recordaba su silueta en la oscuridad, rápidamente me humedecía, pero retenía esa calentura para mañana, así que me dormí.
A la mañana siguiente, Lucas tocó a la puerta temprano. Yo ya había desayunado, me había bañado con agua caliente que me dejó la piel suave y perfumada, y me vestí con una blusa blanca holgada que dejaba adivinar mis tetas caídas, y una falda negra de algodón que llegaba arriba de las rodillas, acentuando mis piernas gruesas. Lo hice pasar, y se sentó avergonzado en el sofá. Para romper el hielo y avivar la tensión, me senté a su lado y lo miré fijamente.
—Antes de comenzar, quiero que me expliques algo, Lucas —le dije, con voz seria pero juguetona.
—¿El qué, doña Sandrita? —me miró a los ojos con intriga, por primera vez sin desviar la vista.
—¿Por qué te masturbas cada vez que yo paso por tu casa?. Levanté una ceja, sintiendo el calor subir entre nosotros.
—Perdóneme... es que paso muy excitado y no puedo dormir por las noches si no hago eso... No se lo digas a mis padres, por favor —suplicó, asustado y nervioso, pero noté cómo su pantalón se abultaba.
—Claro que no les diré —sonreí, sintiéndome poderosa—.
Me siento halagada de que me encuentres atractiva, a pesar de que estoy toda gorda y vieja. Dime, ¿qué has encontrado atractivo en mí?
—¿No se enojará? —preguntó, titubeante.
—No, dilo todo con confianza —lo animé, inclinándome más cerca, mi aliento rozando su oreja.
—Me gusta mucho su enorme trasero... y en veces, cuando me masturbo, me imagino a usted en cuatro y yo haciéndole el amor —confesó, y vi cómo su erección crecía visiblemente en sus pantalones.
—¿En serio? —levanté una ceja, mientras una de mis manos le acariciaba el pene encima de la ropa, sintiéndome deseada después de tantos años y mi propia excitación humedecerme.
—Pero ¿qué pasaría si todo lo que te has imaginado no sea así? Le pregunté, mientras le agarraba la verga con más fuerza, se la apretaba, estaba muy dura.
—Siento una gran atracción por las mujeres mayores —admitió, desviando la mirada solo un segundo antes de volver a mis ojos.
Me relajé, sintiendo un fuego que no había sentido en años. Pero este jovencito me hacía arder. Me arrodillé frente a él, mirándolo fijamente.
—Para empezar, mírame a los ojos cuando te hablo. Lo primero que debes aprender es tu seguridad —le ordené.
—Como usted diga —me respondió, directo a los ojos, sonrojado pero obediente.
—Lo que voy a hacer es convertirte en un hombre de verdad. Desde este momento, harás lo que yo diga —declaré, con voz dominante.
—Haré todo lo que usted diga, doña Sandrita, se lo juro —prometió, nervioso, sonrojado, pero con los ojos fijos en mí.
Aún de rodillas, me acerqué y desabroché su pantalón, bajándoselo de un tirón. ¡Wow! No traía ropa interior; su pene ordinario de unos 16 centímetros se erguía frente a mí, con el prepucio intacto, virgen y palpitante.
—Ya sabías a lo que venías, Lucas —le dije con voz pícara, lamiendo mis labios.
—Lo que pasa es que jamás me ha gustado la ropa interior, y desde pequeño no las uso —explicó, jadeando ligeramente.
—¿En serio? Y en verdad... ¿quieres que yo te robe la virginidad? —pregunté, mi aliento rozando su pene, el cual olía riquísimo.
Me miró, respiró profundo y, aún sonrojado, dijo:
—Siempre deseé que una mujer mayor fuera mi primera vez. Por esa razón no me gustan las chicas de mi edad; se burlan de los chicos inexpertos como yo.
—enserio... Le dije mientras le acariciaba la verga y con la otra mano los huevos.
Su pene estaba muy palpitante, y me lo metí en la boca. Él me miró con lujuria, mientras yo lo devoraba con ojos lascivos, también gemía como puta. Pasé mi lengua por dentro del prepucio, bajándolo suavemente hasta revelar la cabezota roja, que lamí con hambre voraz. Cuatro años sin marido me habían dejado ansiosa; succionaba con fuerza, saboreando su glande, luego sus huevotes, los cuales lamía y apretaba suave con mi mano. De repente, —¡Ah, me voy a correr!. Y así fue, inundó mi boca con semen caliente y espeso, muy abundante. Escupí toda leche, sintiendo su sabor en mi lengua.
—Ya te has corrido, jajaja... Tenías que esperar a que yo me fuera primero —le dije sonriendo, limpiándome la boca.
—Disculpe, me llené de tanta excitación y no aguanté... Pero puedo seguir —insistió, su miembro aún erecto y brillante.
—Ven entonces, vamos a mi cama —lo invité, levantándome con un contoneo deliberado de mis caderas.
Mientras íbamos, se quitó la camisa, revelando su pecho joven y liso. Yo me desnudé completamente, dejando que mis tetas caídas y mi trasero gordo quedaran expuestos. Al verme las nalgas, jadeó:
—Doña Sandrita, ¿me daría permiso de besar sus nalgas?
Sonreí, excitada por su adoración.
—En serio lo quieres hacer... Hazlo, pero gentilmente. Las mujeres somos muy sensibles.
Me puse en cuatro en la cama, separando mis piernas gruesas, exponiendo mi vulva peluda, abierta y húmeda, y mi ano negrito. Se acercó, besando mis nalgas con reverencia, masajeándolas con manos temblorosas. De repente, metió su cara en mi culo, oliendo profundo, inhalando el aroma de mi ano. El joven muy excitado, me lamió, humedeciéndome de golpe metía dos dedos en mi vagina, mientras su lengua penetraba mi ano. Sentí cosquillas eléctricas en mi vagina; nadie, ni mi marido, me había hecho algo así. Era puro placer prohibido, no solo sexo para procrear, yo apretaba el culo apretando su lengua y el seguía comiendo.
Después de oler y lamer mi culo, su lengua exploró la entrada de mi vagina, lamiendo como un perro sediento. Penetraba gentilmente ambas entradas, gimiendo contra mi piel. Yo pujaba, cerrando los ojos, chorreando lubricación que goteaba por mis muslos gruesos, mientras Lucas se bebía mis jugos lubricantes, me succionaba muy rico el clítoris.
—Lucas, mi amor, para ya —gemí, temblando—. Ven, quiero que me metas la verga de ladito.
Me acosté de lado, y él se colocó detrás. Subí una piernota gorda, y él la sostuvo, colocando su pene en mi entrada resbaladiza. Empezó el mete y saca, deslizándose rico en mi humedad. Me masturbaba con los dedos, frotando mi clítoris hinchado.
—No te corras antes, ok? Yo te aviso —le ordené, jadeando.
—Como usted diga, doña Sandra —gruñó, aguantando la excitación, su mano apretaba mi pantorrilla mientras la tenía levantada.
Luego me levanté y lo cabalgué, mis tetas rebotando contra su pecho, y por ratos se las ponía en su cara para que me chupara el pezón. Colocaba sus manos en mis nalgas gordas, sintiendo cómo las apretaba con fuerza, yo le pedía que me pegara y Lucas me daba pequeñas cachetadas en las nalgas, a mi me encantaba sentirlo adentro de mí. Años sin sexo me hacían sentir como si mi vagina se abriera por primera vez, apretándolo con mi vagina.
Me acosté con la pose misionero, y él se levantó, levantando mis piernas, yo me agarré los tobillos con mis manos, quedando mi vagina expuesta para ser penetrada hasta el fondo. Metió su pene de un golpe hasta el fondo, sus testículos golpeando mi ano con cada embestida.
—¡Ay, qué rico! —grité, loca de excitación—. ¡Así, papito, dame más duro! Ya casi me vengo... ¡Dame más!
Aceleró más rápido, viéndome a los ojos que quizás ponía yo, una cara de perra hambrienta, fue brutal las embestidas de este chico, haciendo que mi vagina se contrajera. Grité fuerte, seguro que los vecinos oyeron: —¡Ayyyy, me voy, me voy...... Mmm! ¡Que rico!. Moje toda, mientras cerraba mis ojos y disfrutaba del orgasmo.
Él, al oírme, gritó: —¡Ahh!
Inundándome con semen caliente, retenido por tanto tiempo. Sentía como me inundaba por dentro, sentía el calor de su semen y como palpitaba su verga con cada chorro que expulsaba.
Se quedó dentro de mi unos minutos, en el charco de semen en mi vagina, yo lo miraba con una sonrisa satisfactoria mientras ponía mis pies en su pecho. Luego se acostó a mi lado, abrazándome, con una de mis tetas en su rostro. De mi vulva salía el semen, se derramaba por mis muslos, mojando la cama, cuando me levanté para bañarnos, salió más leche de mi vagina, me sentía amada y satisfecha.
Nos bañamos, el agua caliente lavando nuestros cuerpos entrelazados. Le dije:
—Mañana no faltes a la siguiente clase, jajaja.
Bien obediente me dijo: —Ahí estaré temprano, doña Sandrita —prometió, besándome la boca, el cuello y hasta que lo volví a poner duro.
Luego les cuento cómo hemos avanzado: ya que Lucas me desvirgó el culo, y aprendí también a tragar su leche... Eso será para otro relato. Adiós.
2 comentarios - Un Chamaco Pervertido