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148📑Mi Novia Otaku

148📑Mi Novia Otaku


Desde que me mudé al edificio, notaba a mi vecina de al lado. Morena, menudita, con el cabello teñido de azul y siempre usando camisetas con estampados de anime. Casi no salía de su departamento, y cuando lo hacía, era rumbo a la tienda de cómics o a algún evento friki de la ciudad. Me saludaba tímida, apenas un “hola” con la cabeza, como si le costara interactuar con los demás.
Una noche, la encontré en el pasillo cargando bolsas de snacks y bebidas. Me ofrecí a ayudarla y fue la primera vez que hablamos de verdad. Terminamos en su sala, rodeados de figuras coleccionables, pósters de chicas voluptuosas con orejas de gato y almohadas “dakimakura” con personajes hentai. El ambiente ya estaba cargado de una tensión rara: era como entrar en un mundo secreto, su guarida íntima.
—¿Te gusta el anime? —me preguntó, con una sonrisa nerviosa mientras acomodaba las bolsas.
—Un poco, pero parece que vos sos la experta.
—Yo soy… otaku —dijo con orgullo, y después bajó la voz—. Pero también… muy pervertida.
Aquella confesión me encendió. No pasó mucho hasta que nos besamos, torpes al principio, hasta que ella me tomó del cuello y me subió encima del sillón. El contraste entre su timidez inicial y esa manera de devorarme la boca me descolocó. Su lengua buscaba la mía con desesperación, y sus manos se metieron bajo mi remera.
—Quiero ser tu novia —susurró contra mis labios—, pero tenés que aceptar todas mis fantasías.
La miré fijamente, excitado como nunca.
—Acepto.
Se levantó de golpe y me llevó a su cuarto. Tenía luces LED violetas, pósters hentai y una cama cubierta de peluches. Cerró la puerta con llave y, sin pudor, se desnudó delante de mí, la tela cayó y quedó con las medias largas y una tanga rosada con dibujitos de gatitos, que se deslizaba entre sus labios húmedos.
—¿Ves? —me dijo, apartándola un poco con el dedo—. Soy así de sucia.
Me lanzó sobre la cama y se sentó en mi abdomen, frotándose contra mí con una fricción que me arrancó un gemido. Luego bajó lentamente mi pantalón y liberó mi pija ya dura, que tembló en cuanto la envolvió con sus manos pequeñas. La acariciaba despacio, mirándome a los ojos con malicia.
—Mi primer novio… y ya quiero que me cojas como si fueras mi sensei —jadeó, sacando la lengua igual que una chica anime en pleno clímax.
Se inclinó y me chupó la pija con un entusiasmo insaciable. Sus labios se deslizaban hasta la base, sus mejillas se hundían, y la saliva le chorreaba por la barbilla. Me miraba desde abajo, con lágrimas en los ojos por lo profundo que lo hacía, como si quisiera probar que podía tragársela entera. Cada vez que la sacaba de su boca, la frotaba contra su cara y la lamía ruidosa, mezclando gemidos exagerados con susurros obscenos.
—Dame tu leche… como las chicas hentai… quiero sentirme una puta otaku.
Ya estaba al borde, pero la agarré del cabello y la tumbé boca arriba, arrancándole un grito excitado. Le baje la tanga y descubrí una conchita mojada, abierta, palpitante. Le frote la pija y la penetré de una embestida, arrancándole un gemido agudo que llenó el cuarto.

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—¡Sí, así! ¡Rómpeme como si fueras el protagonista de un doujinshi! —gritaba, mientras me aferraba la espalda con las uñas.
Cada embestida la hacía gemir más fuerte, sacando frases mezcladas en japonés, como si estuviera poseída por sus fantasías. Se arqueaba, me pedía más, me pedía que no parara hasta dejarla temblando. Y yo, embriagado por esa mezcla de inocencia y perversión, solo podía obedecer, hundiéndome en ella sin descanso, bombeandola, hasta que los dos explotamos en un clímax salvaje, bañados en sudor y jadeos.
Cuando terminó, se abrazó a mí, aún temblando, y con una sonrisa perversa me susurró al oído:
—Esto apenas es el inicio… tengo muchas fantasías guardadas.

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Una semana después de aquella primera vez, me escribió un mensaje:
“Hoy quiero mostrarte algo. Ven a las 10. Y prepárate.”
Cuando llegué, la puerta estaba entreabierta. Al entrar, las luces LED estaban tenues y en el centro del cuarto me esperaba ella… disfrazada de Sailor Moon. La faldita azul plisada apenas le cubría los muslos, las medias blancas le llegaban a medio muslo, el corpiño ajustado marcaba el contorno de sus tetas y la tiara dorada brillaba en su frente.
—En nombre de la luna… —dijo, con voz juguetona, mientras levantaba la varita de plástico— ¡te castigaré!
Sonreí, excitado, y antes de poder responder se me acercó, me empujó contra la pared y me besó con fuerza. La faldita se levantó al rozarse contra mí, y debajo no llevaba nada: estaba completamente desnuda, húmeda y lista.
—Soy tu guerrera mágica, pero también tu esclava caliente… —me susurró, guiando mi mano hasta su vagina mojada—. ¿Vas a castigarme, o me vas a usar como premio?
No me dejó contestar. Se arrodilló, acomodando la falda hacia atrás, y me bajó el pantalón con ansia. La imagen era perfecta: Sailor Moon de rodillas, con su moño rojo, chupándome la pija con gemidos húmedos y obscenos. Se la metía hasta la garganta, mientras con la otra mano se masturbaba desesperada.
—Mmmm… quiero sentirla adentro… ¡dame tu poder lunar! —gimió, llevándome a la cama.
La tumbé boca arriba y le abrí las piernas y le meti la pija en su conchita. La faldita se levantaba cada vez que la embestía, y ella gritaba como una actriz de hentai, mezclando gemidos y frases en japonés. Se arqueaba, me pedía más fuerte, me suplicaba que no parara.
—¡Cogeme como si fueras Tuxedo Mask! ¡Hazme tuya, conviérteme en tu puta mágica!
El cuarto se llenó de nuestros jadeos y del sonido de mi cuerpo chocando contra el suyo. Ella se agarraba de las sábanas, gritando con cada embestida. La escena era puro delirio otaku: Sailor Moon siendo cogida sin piedad, rompiendo con cada movimiento esa imagen tierna de guerrera inocente.
No tardamos en venirnos juntos, un orgasmo salvaje que la dejó temblando bajo mí. Su disfraz estaba sudado, el maquillaje corrido, y aún así sonrió satisfecha.
—¿Viste? —susurró, mordiéndose el labio—. Esta es solo una de mis fantasías… tengo más uniformes esperando.

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Era sábado por la tarde cuando me escribió:
“Baja al estacionamiento. Estoy lista para un juego nuevo.”
Cuando llegué, la encontré apoyada contra un coche, con un abrigo largo que apenas la cubría. Me sonrió con picardía, abrió el abrigo y me dejó sin aliento: debajo no llevaba nada, salvo un collar negro con una campanita, como una neko-girl salida de un hentai.
—¿Te gusta? —me preguntó, mordiendo el labio.
—Estás loca… y me encantas.
—Shhh… —me interrumpió—. Hoy quiero coger sabiendo que cualquiera puede vernos.
El estacionamiento estaba casi vacío, pero la idea de que alguien pudiera entrar en cualquier momento me puso duro al instante. Ella se dio vuelta, apoyó las manos contra el capó y arqueó la espalda, ofreciéndome su culo desnudo.
—Usame aquí mismo, como tu muñeca otaku.
Le levanté el abrigo, dejándola completamente expuesta. Me baje el pantalón y la penetré con fuerza, y su grito agudo rebotó en las paredes del estacionamiento. Se mordía la mano para no gritar demasiado, pero sus ojos brillaban de lujuria. Cada embestida hacía sonar la campanita de su collar, un detalle que la volvía aún más perversa.
—¡Más fuerte! ¡Quiero que si alguien entra nos vea! —gimió, excitada al borde de la locura.
El sonido de mis testiculos golpeando su culo desnudo era un eco prohibido en aquel lugar. Yo sudaba, mirando hacia todos lados, con el corazón acelerado, pero incapaz de detenerme. Ella se movía contra mí con desenfreno, buscando más, disfrutando del peligro.
De repente, escuchamos un coche entrar en el estacionamiento. El motor, las ruedas chirriando. Ella me miró sobre el hombro, con una sonrisa lasciva.
—No pares… —susurró, jadeando—. Que me vean siendo tu puta.
El coche estacionó a unos metros, sin que el conductor pareciera reparar en nosotros. Yo seguí embistiéndola, el morbo multiplicándose. Ella llegó al orgasmo temblando, sus gemidos entrecortados, el cuerpo arqueado en plena exhibición clandestina. Yo terminé corriéndome dentro de ella, justo cuando el coche se alejaba hacia otra salida.
Nos quedamos jadeando, ella con las piernas temblorosas, apoyada en el capó. Cerró el abrigo de golpe y me besó con intensidad.
—Eso… eso fue increíble —susurró—.

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Después de tantas noches de juegos y cosplays, llegó un momento en que quise verla sin artificios. Se lo dije una noche en su cuarto, mientras me miraba con esos ojos brillantes de deseo:
—Hoy no quiero a Sailor Moon, ni a ninguna guerrera mágica. Hoy te quiero a vos… desnuda, real, completamente mía.
Se mordió el labio, asintió despacio y se desvistió sin decir palabra. Quedó frente a mí con la piel erizada, el cabello suelto y los pezones duros de excitación. Era frágil y ardiente al mismo tiempo.
—Si eso querés… hoy seré tuya, sumisa y puta, solo tuya —susurró.
Me puse frente a ella y acerqué su rostro a mi erección. Obedeció al instante, tomándome la pija con sus labios suaves. Mamaba con un ritmo lento y entregado, como si su única misión fuera complacerme. Yo la sujetaba del cabello y la guiaba más hondo, disfrutando de cómo se ahogaba con mi tamaño y aún así no dejaba de mirarme desde abajo.
—Así me gusta, tragámela toda —le ordené.
Cuando ya estaba empapada de saliva, la levanté y la tumbé en la cama. Me lancé sobre ella, metiendole la pija en su concha, penetrándola de una estocada que le arrancó un grito. La cabalgué con fuerza, sujetando sus muñecas contra el colchón. Ella gemía, jadeaba, pedía más, y yo se lo daba sin tregua.
—Ahora encima de mí —le dije, tirándome de espaldas.

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Ella se subió agarro mí pija y la la acomodo en su concha y comenzó a cabalgarme, sus tetas rebotando, el sudor perlándole el cuello. Cerraba los ojos, gimiendo cada vez que se hundía hasta el fondo. Yo le lamía las tetas, la sujetaba de la cintura, marcándole el ritmo más rápido, más fuerte, hasta hacerla gritar de placer.
Después la giré, la puse en cuatro y la cogi con brutal intensidad. El sonido de mis bolas golpeando sus nalgas llenaba la habitación, mientras ella se arqueaba y gritaba. La agarré del cuello, la jalé hacia atrás y la cogi duro hasta hacerla temblar.
—¿Querés más? —le pregunté al oído.
—¡Sí! ¡Dámelo todo! —respondió, jadeante.
Escupí entre sus nalgas y empecé a presionar mí pija contra su culo. Ella tembló, apretó los dientes, pero no se apartó. Poco a poco la fui penetrando, hasta que lo meti entero entero. Sus gemidos eran una mezcla de dolor y placer que me volvía loco.
—¡Sos mía! —rugí, embistiéndola por el culo, con ella temblando de sumisión.
Sus uñas arañaban las sábanas, su cuerpo se sacudía con cada golpe, y yo la cogia sin piedad hasta que sentí el clímax subir. La saqué en el último segundo y terminé eyaculando sobre sus nalgas, manchándola mientras ella se derrumbaba jadeando, con el cuerpo agotado y la sonrisa de una mujer completamente satisfecha.
Se giró, me miró con el pelo revuelto y los labios húmedos, y susurró:
—Nunca nadie me había hecho sentir así… ahora soy tuya, de verdad.

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La noche en que decidimos ser oficialmente novios, no hubo disfraces ni personajes. Solo ella, desnuda en mi cama, con esa sonrisa de ternura y picardía que me volvía loco.
—Quiero que esta noche sea solo nuestra —me susurró, bajando lentamente por mi cuerpo.
Se arrodilló entre mis piernas y agarro mí pija y se la llevó a la boca, mamándomela con devoción, chupando con ruido, mirándome desde abajo con los ojos brillantes de amor y lujuria. Su lengua la recorría entera, y de vez en cuando la sacaba para lamerme los huevos, provocándome espasmos de placer.
—Quiero que seas mío para siempre —jadeó, volviendo a tragársela hasta el fondo.
Cuando ya no aguantaba más, se subió encima de mí, guió mí pija dentro de su conchita húmeda y empezó a cabalgarme como poseída. Sus tetas rebotaban frente a mi cara, su melena se desordenaba con cada movimiento, y yo la sujetaba de la cintura, obligándola a hundirse hasta lo más profundo.

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—Soy tuya… tu novia… —gemía, mientras se retorcía sobre mí.
De pronto, se inclinó hacia mi oído y susurró con un rubor excitado:
—Quiero que me cojas por el culo… quiero que me hagas tuya del todo.
La giré, la puse en cuatro y le separé las nalgas. Ella temblaba, pero asintió, mordiéndose los labios. La preparé con mis dedos y saliva, y poco a poco fui metiendole la pija en su culo. Un grito agudo escapó de su garganta, mitad dolor, mitad éxtasis.
—¡Sí! ¡Hazlo! ¡Quiero sellar nuestro noviazgo así!
La cogi con intensidad, cada embestida más profunda, hasta que su cuerpo entero temblaba bajo mí. Yo rugía, ella gemía como loca, y el sonido de nuestra unión llenaba la habitación. Finalmente, no pude más: la saqué y terminé corriéndome en sus nalgas.

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—Me vuelvo loca… —jadeó, mordiéndome el hombro—. Pensé que necesitaba mis fantasías para excitarte, pero ahora entiendo que basta con ser yo.
Se dejó caer en la cama, jadeante, con el cuerpo brillante de sudor y los labios curvados en una sonrisa satisfecha. Se giró, me abrazó y susurró con ternura:
—Ahora sí… ya no soy solo tu vecina otaku. Soy tu novia, tu puta y tu amor. No necesito siempre cosplay para encenderte. Puedo ser yo misma… y otras veces, si queremos, volvemos a jugar con los personajes. Tenemos lo mejor de los dos mundos
La besé con ternura, sabiendo que ese era el verdadero final de nuestra primera historia: ella ya no era solo mi novia otaku, era mi mujer real, mi cómplice, mi amante ardiente, capaz de ser tanto la chica tímida de al lado como la pervertida que se disfrazaba para mis fantasías.
Y yo, feliz, sabía que esa mezcla nos mantendría encendidos.

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